Rediseño de libr-Alejandra García

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E.L. JAMES —Yo no… pero ¿y tú? —murmuro. Me mira con el ceño fruncido. Le rodeo con los brazos, le abrazo fuerte y apoyo la cara en su pecho. No parece que le importe. —Vamos a tu casa —susurra. Se inclina, me besa el cabello, y ya está. Mi furia ha desaparecido por completo, pero no está olvidada. Se disipa ante la amenaza de que pueda pasarle algo a Christian. La sola idea me resulta insoportable. Una vez en casa, preparo con cara seria una maleta pequeña, y meto en mi mochila el Mac, la BlackBerry, el iPad y el globo del Charlie Tango. —¿El Charlie Tango también viene? —pregunta Christian. Asiento y me dedica una sonrisita indulgente. —Ethan vuelve el martes —musito. —¿Ethan? —El hermano de Kate. Se quedará aquí hasta que encuentre algo en Seattle. Christian me mira impasible, pero capto la frialdad que asoma en sus ojos. —Bueno, entonces está bien que te vengas conmigo. Así él tendrá más espacio —dice tranquilamente. —No sé si tiene llaves. Tendré que volver cuando llegue. Christian no dice nada. —Ya está todo. Coge mi maleta y nos dirigimos hacia la puerta. Mientras nos encaminamos a la parte de atrás del edificio para acceder al aparcamiento, noto que no dejo de mirar por encima del hombro. No sé si me he vuelto paranoica o si realmente alguien me vigila. Christian abre la puerta del copiloto del Audi y me mira, expectante. —¿Vas a entrar? —pregunta. —Creía que conduciría yo. —No. Conduciré yo. —¿Le pasa algo a mi forma de conducir? No me digas que sabes qué nota me pusieron en el examen de conducir… no me sorprendería, vista tu tendencia al acoso. A lo mejor sabe que pasé por los pelos la prueba teórica. —Sube al coche, Anastasia —espeta, furioso. —Vale. Me apresuro a subir. Francamente, ¿quién no lo haría? Quizá él tenga la misma sensación inquietante de que alguien siniestro nos observa… bueno, una morena pálida de ojos castaños que tiene un aspecto perturbadoramente parecido al mío, y que seguramente esconde un arma. Christian se incorpora al tráfico. —¿Todas tus sumisas eran morenas? Inmediatamente frunce el ceño y me mira. —Sí —murmura. Parece vacilar, y lo imagino pensando: ¿Adónde quiere llegar con esto? —Solo preguntaba. —Ya te lo dije. Prefiero a las morenas. —La señora Robinson no es morena. —Seguramente sea esa la razón —masculla—. Con ella ya tuve bastantes rubias para 72


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