Momo

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Michael Ende

Reencuentro con la princesa de los cuentos, o algo así; eso hará mucho efecto. Lo organizaré inmediatamente. ¡Qué golpe! —No —dijo Gigi—, no me gustaría eso. —Pero a ti, pequeña —la primera señora se volvió, sonriendo ahora, a Momo—, a ti sí te gustaría salir en los periódicos, ¿verdad? —Deje en paz a la niña —dijo Gigi, molesto. La segunda señora echó una mirada a su reloj. —Si no vamos a toda velocidad, el avión se nos irá delante de las narices. Y usted sabe lo que esto significaría. —Dios mío —contestó Gigi, nervioso—, es que ya no puedo hablar unas palabras con tranquilidad con Momo, después de tanto tiempo. Ya lo ves, Momo, que esos negreros no me dejan. —A nosotras nos es igual —replicó puntillosa, la segunda señora—. Nosotras sólo hacemos nuestro trabajo. Usted nos paga para que le organicemos sus citas, estimado jefe. —Sí, claro, claro —concedió Gigi—. Vámonos, pues. ¿Sabes qué, Momo? Te vienes con nosotros al aeropuerto. Así podremos hablar por el camino. Y, después, mi chófer te llevará a casa. ¿De acuerdo? No esperó a que Momo contestara, sino que la llevó de la mano hacia el coche. Las tres señoras se sentaron en el asiento posterior. Gigi se sentó al lado del chófer y sentó a Momo en sus rodillas. Se pusieron en marcha. —Bien —dijo Gigi—, ahora cuenta, Momo. Pero todo por orden. ¿Cómo desapareciste tan de repente? Precisamente cuando Momo quería empezar a hablar del maestro “Hora” y sus flores horarias, fue cuando una de las señoras se

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