La voz del maestro

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Y divisé a las fuerzas del Saber sitiando la ciudad del Privilegio Heredado; pero eran escasos en número y no tardaron en ser dispersados. Y vi a la Libertad caminando a solas, llamando a las puertas de las casas e implorando un albergue; pero nadie hacía caso de sus palabras suplicantes. Después contemplé el espectáculo de la Prodigalidad avanzando a pasos arrogantes en todo su esplendor ante la multitud, que la aclamaba como si fuese la Libertad. Y vi a la Religión sepultada en libros, y a la Duda ocupando su lugar. Y presencié cómo el hombre se ataviaba con el ropaje de la Paciencia, como manto para ocultar su Cobardía, y noté que llamaba Tolerancia a la Pereza, y Cortesía al Miedo. Y observé cómo el intruso se sentaba a la sabia mesa del Conocimiento, barbotando groserías, en tanto que los invitados guardaban silencio. Y vi que el oro llenaba las manos de los despilfarradores, que lo empleaban para obrar el mal y llevar a cabo sus perversidades; y vi también el oro en manos de los miserables, como carnaza del odio. Pero, en cambio, no vi oro alguno en manos de los sabios. Cuando contemplaba estos tristes espectáculos, exhalé un gemido de dolor, y dije: —Oh, Hija de Zeus, ¿pero es ésta la Tierra? ¿Es este el Hombre? Y ella me contestó con voz suave y angustiada: —Lo que estás viendo es el camino del Alba, pavimentado con piedras de aristas cortantes y alfombrado de espinas. Esto no es más que la sombra del Hombre. Esto es la Noche. ¡Pero espera! ¡La mañana no tardará en llegar! 76


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