Selección 01

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oculto de una novela de misterio. Efectivamente, tras la pared había una escalera. En aquel momento, Tiny salió como una flecha de su habitación y se escabulló por el pasadizo. —Muy bien, vamos —dije. Anne y Mary se me quedaron mirando. Lucy estaba temblando hasta el punto de que apenas se mantenía en pie—. Vamos —repetí. —No, señorita. Nosotras vamos a otro sitio. Tiene que darse prisa antes de que lleguen. ¡Por favor! Sabía que si las encontraban podían resultar heridas, en el mejor de los casos; en el peor, podían morir. No podía soportar la idea de que les pasara algo. A lo mejor me estaba sobrevalorando, pero si Maxon se había apartado de lo estipulado para hacer todo lo que había hecho hasta ahora, quizá le preocuparan mis doncellas, teniendo en cuenta lo importantes que eran para mí. Aunque estuviéramos peleados. Quizás aquello era contar con demasiada generosidad por su parte, pero no iba a dejarlas allí. El miedo me hizo actuar más rápido. Agarré a Anne del brazo y la empujé. Ella avanzó trastabillando, y no pudo detenerme mientras agarraba a Mary y Lucy. —¡Moveos! —les ordené. Echaron a caminar, pero Anne no dejaba de protestar. —¡No nos dejarán entrar, señorita! Ese lugar es solo para la familia… ¡Nos echarán en cuanto lleguemos! Pero a mí no me importaba lo que dijera. Fuera como fuera el refugio, seguro que no había ningún lugar más seguro que el elegido para esconder a la familia real. La escalera estaba iluminada cada pocos metros, pero, aun así, estuve a punto de caerme varias veces con las prisas. La preocupación no me dejaba pensar con claridad. ¿Hasta dónde habían conseguido penetrar los rebeldes anteriormente? ¿Sabían que existían esos pasadizos? Lucy estaba medio paralizada, y tuve que tirar de ella para que no se rezagara. No sé cuánto tiempo tardamos en llegar abajo, pero por fin el estrecho pasaje se abrió, dando paso a una gruta artificial. Vi otras escaleras y otras chicas, todas ellas corriendo hacia lo que parecía una puerta de medio metro de grosor. Corrimos hacia el refugio. —Gracias por traer a la joven. Ya pueden marcharse —les dijo un guardia a mis doncellas. —¡No! Vienen conmigo. Se quedan —exclamé, con voz autoritaria. —Señorita, tienen sus propios lugares donde resguardarse —respondió él. —Muy bien. Si ellas no entran, yo tampoco. Estoy segura de que al príncipe Maxon le gustará saber que mi ausencia se debe a usted. Vámonos, señoritas —dije, tirando de las manos de Mary y Lucy. Anne estaba paralizada de la sorpresa. —¡Espere! ¡Espere! Está bien, entre. Pero si alguien tiene alguna objeción, será

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