Partholon 02

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P.C. CAST

SANGRE DE CHAMÁN

gustaba demasiado flirtear. Las mujeres se acercaban a él como abejas a las flores, aunque comparar a un hombre tan viril con una flor era risible. Era alto, con el cuerpo atlético de un guerrero en la mejor edad de su vida. Para la Cazadora, los humanos no eran atractivos normalmente, puesto que eran demasiado pequeños como para captar su interés. Sin embargo, ella se había fijado en Cu. ¿Cómo no iba a fijarse? Como su hermana, irradiaba un aura llena de vida. Aunque, al contrario que en el caso de Elphame, el cuerpo de Cuchulainn era completamente humano, se comportaba con una seguridad y un orgullo que le transmitía al mundo el mensaje de que podía enfrentarse a cualquier cosa. Y no era un alarde vacuo. Cuchulainn era un guerrero con increíbles habilidades, más fuerte, más rápido y más diestro con la espada que cualquier otro guerrero que ella hubiera conocido, incluyendo los centauros. Sin embargo, aquella seguridad la atemperaba con un gran sentido del humor. Cuchulainn sabía reírse de sí mismo, y aquella virtud impedía que su arrogancia se convirtiera en algo insoportable. Su risa… La sonrisa de Brighid aumentó. ¡Cuchulainn se reía con la exuberancia de un niño! Fue aquel recuerdo de la risa de Cuchulainn lo que permaneció con ella durante el transcurso de la noche, hasta que despertó al guerrero para que él hiciera su turno de vigilancia por el campamento. Y mientras ella se acomodaba en la tienda que compartían, y mientras se quedaba dormida entre la ropa de cama que todavía tenía el calor y el olor del cuerpo de Cuchulainn. Comenzó como comenzaban muchos de sus sueños. Estaba observando el viento soplar por encima de la hierba alta de sus amadas Llanuras de los Centauros. Era primavera, y la pradera verde estaba salpicada de flores blancas, azules y amarillas. En sueños, ella sentía la suave caricia de la brisa en la cara, tan distinta al viento horrible de las heladas Tierras Yermas. En las Llanuras de los Centauros el viento era calmante, y portaba olor a hierba y a flores. Brighid respiró profundamente y dejó que sus sueños se empaparan de las fragancias y los sonidos de su tierra natal. En el viento oyó risas. Se dio la vuelta, instintivamente, hacia aquel sonido. Sonrió al darse cuenta de que estaba soñando con uno de sus lugares favoritos, una zona boscosa cercana al asentamiento de verano de su familia. Siguió las risas hasta el riachuelo que discurría musicalmente entre un bosque de robles, fresnos y almeces. Trotó siguiendo el curso de la corriente hasta que se detuvo en seco. Cuchulainn estaba sentado en la orilla, con los pies descalzos en el agua, riéndose. Brighid debió de emitir involuntariamente una exclamación de sorpresa, porque él se dio la vuelta y miró hacia atrás. —¡Brighid! Me estaba preguntando si te iba a ver por aquí —dijo, y le hizo un gesto con la mano para que fuera a sentarse a su lado—. Ven, ven. El agua está fría, pero es tan clara y tan agradable que merece la pena el frío. —Cuchulainn, ¿qué estás haciendo aquí? —¡No tengo ni idea! —respondió él con una carcajada. Entonces, se puso en pie de un salto, le hizo una caballerosa reverencia y sonrió - 78 -


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