Partholon 02

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P.C. CAST

SANGRE DE CHAMÁN

falda hecha con la tela de cuadros escocesa de la familia MacCallan, cuyo final estaba echado sobre su hombro derecho. Brighid le quitó con cuidado el broche redondo que mantenía la tela sujeta. Antes de echarse atrás, apartó cuidadosamente la tela de su hombro, y después desabrochó la pechera de la camisa y se la abrió, dejando a la vista su musculoso pecho. Cuchulainn se había quedado inmóvil, salvo que continuaba acariciándole el cuello, mientras ella extendía las manos sobre su pecho desnudo y las deslizaba hacia los hombros para despojarlo de las mangas de la camisa. Después de unos movimientos más, Brighid lo dejó desnudo de cintura para arriba. Él se estremeció. —¿Tienes frío? —susurró ella. —¡No! —respondió él, medio riéndose, medio gimiendo. Brighid lo miró a los ojos y se dio cuenta de que el azul turquesa se había oscurecido y era como el del océano turbulento. —Me gusta el tacto de tu pecho. Es duro y poderoso —dijo, y pasó los dedos por sus pezones, cosa que hizo que Cuchulainn inhalara rápidamente—. Ah — añadió Brighid casi imperceptiblemente—. Tu sangre de centauro se está haciendo notar. ¿Sabes que los pezones de un centauro son la parte más sensible de su cuerpo? —No, yo… Las palabras de Cuchulainn se acallaron, y su cuerpo dio un respingo, cuando ella se inclinó y le pasó la lengua por uno de los pezones. Cuando Brighid alzó la cara, él la besó. Se puso de rodillas para poder apretar su pecho desnudo contra el de ella, y ella abrió la boca para acoger su lengua. Cuchulainn le había dicho que el calor de su cuerpo lo atraía, y su piel desnuda tenía un calor atrayente para ella también. Exploró su ancha espalda mientras los dos aprendían los secretos de la boca del otro. Entonces, la aspereza de la palma de Cuchulainn estaba bajo su chaleco, apretándole el pecho desnudo, y fue ella quien gimió y tuvo que hacer un esfuerzo por no perder el aliento cuando Cuchulainn jugueteó con su pezón sensible. Y cuando él posó los labios allí, Brighid se arqueó contra su cara, cerró los ojos y dejó de pensar en nada que no fueran su boca, sus dientes y su lengua. Cuando se besaron de nuevo, ella se quitó el chaleco y apretó sus senos calientes contra el pecho de Cuchulainn. Los dos estaban resbaladizos de sudor. ¡Por la Diosa, cuánto lo deseaba! Más de lo que nunca hubiera deseado a nadie. Él hacía que se sintiera viva y líquida, y que deseara más y más. Ella deslizó la mano desde su espalda a su cintura, y después más allá. Entonces, al sentir la forma extraña de sus nalgas duras, abrió unos ojos como platos. ¿Qué estaba haciendo? Había olvidado de verdad que él no era un centauro, y que no podía hacer nada por apagar el fuego ardiente que había prendido en ella. Al sentir su cambio, Cuchulainn interrumpió el beso y la miró a los ojos. Lo que vio allí hizo que se pasara una mano temblorosa por el pelo y que hiciera un esfuerzo por calmar la respiración. —Se me había olvidado que tú no… que no puedes porque eres sólo… que - 253 -


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