Darke 02

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Sebastian Darke

Príncipe de los piratas

Donovan se dejó caer tratando de recuperar el aliento. Sebastian pensó que también él parecía agotado. ¡Valiente equipo de abordaje! —Quedaos los dos con Cornelius, por ahora —les dijo. —¿Qué vas a hacer? —le preguntó Kid. —Voy a tratar de hacer unos cuantos arreglos por aquí. Se separó de ellos, se aseguró de que la atención de la tripulación estaba concentrada en el Bruja del Mar y luego, arrastrándose sobre manos y rodillas, cruzó el puente de popa, bajó las cortas escalerillas y, ciñéndose a la borda, reptó hasta Max. En el camino, recogió un hacha de carpintero de corte afilado que encontró abandonada. Se detuvo cuando oyó la estridente voz de Trencherman gritándole a alguien, pero el capitán estaba simplemente dirigiéndose al Bruja del Mar. —¡Tripulación del Bruja del Mar, ¡tengo como prisionera a vuestra capitana! ¡Arrojad vuestras armas y levantad los brazos de forma que yo pueda verlos!... Sebastian ignoró esto y continuó su marcha. Cuando se acercó al atado bufalope, oyó un raro y apagado bufido; sólo tardó un segundo en darse cuenta de que Max estaba llorando. —¡Max!, ¿qué te pasa? —susurró. —¿Qué me pasa? ¡Yo te diré lo que me pasa! —gimió Max sin mover la cabeza—. Mi amo... el mejor amo que un bufalope ha tenido nunca... está ahora en la barriga de un kelfer... Y mi mejor amigo en el mundo, el pequeño guerrero golmirán, está allí también. Y muy pronto yo mismo serviré también de comida a la más asquerosa manada de perros marinos que hayas visto en tu vida... —Max, soy yo —le susurró Sebastian. —¿Yo? ¿Y quién es yo? —Max giró la cabeza y miró a Sebastian en silencio durante un segundo. Luego, empezó a sollozar de nuevo. —Y ahora, ¿por qué lloras? —¿Cómo no voy a llorar? Mi propia atormentada mente ha conjurado a un fantasma para que venga a torturarme. —No soy un fantasma —Sebastian echó una nerviosa mirada hacia el castillo de proa—. Y habla en voz baja. No queremos echar a perder el elemento sorpresa — puso su mano sobre la cabeza de Max—. ¿Lo ves?, soy real. Pude escapar de los kelfers con la ayuda de Kid y de su padre. Y ahora... —¡Oh, amo!, ¿de verdad eres tú?... —los ojos de Max se abrieron asombrados. —¡Sí, shhh...! Y voy a necesitar tu ayuda —Sebastian empezó a cortar con el hacha las ligaduras que ataban las patas de Max. —¿Y dónde está Cornelius? ¡No me digas que los kelfers se lo tragaron!

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