Darke 02

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Sebastian Darke

Príncipe de los piratas

caía. Y vio también algo que caía cerca, algo que brillaba al sol... una vieja arma con un extraño puño. —¡La daga! —murmuró. Jenna asintió, pero no dijo nada. Empezaba a ayudar a Sebastian a enderezarse sobre el tronco, cuando algo pareció agitarle hasta las entrañas de modo que casi se soltó de nuevo. Una deslumbrante luz invadió su cabeza y, de repente, pareció que lo veía todo por vez primera. Vio con increíble detalle la corteza del árbol al que sus brazos se aferraban. Descubrió el dorado dibujo de la manga de brocado de Jenna, cuando ella le tendió la mano para ayudarle, y la belleza de sus ojos pardos que le miraban. Enseguida se dio cuenta de lo que había pasado. El cuerpo de Leonora acababa de estrellarse contra las rocas del fondo y, al morir, le había librado del encantamiento con el que le había dominado durante tanto tiempo. Se puso en pie sobre el tronco y pasó un brazo por la cintura de Jenna. —¡Soy libre, Jenna! —exclamó—. ¡Esa bruja ha salido, por fin, de mi cabeza! Ella estaba a punto de decir algo, cuando un amenazador crujido les avisó de que el tronco estaba a punto de ceder bajo el peso de los dos juntos. —¡Rápido! —dijo. Y ambos gatearon hasta el final del tronco. Sebastian se sintió tan aliviado cuando pisó suelo firme, que le dieron ganas de besarlo. Los dos se volvieron para mirar a Cornelius, que, al otro lado de la grieta, contemplaba el tronco con aire dubitativo. —¡No puedes arriesgarte! —le gritó Jenna—. ¡Está a punto de partirse! —¡Tengo que arriesgarme! ¡No hay otro modo de cruzar! ¡Sólo he de darme prisa! ¡Hacedme sitio! —¡Espera, Cornelius, quizá podamos...! Demasiado tarde. El pequeño guerrero corría ya sobre el tronco, con los ojos fijos en la meta. Cuando salió de las salpicaduras de la catarata y estaba llegando a la mitad, el tronco se combó y todos oyeron el terrible crujido. —No lo va a lograr —murmuró Jenna. Pero Cornelius siguió adelante, acortando la distancia que le separaba de ellos con cada paso. Sebastian se aproximó al borde de la quebrada para alargar una mano hacia su amigo. —Por un momento —dijo—, creí que no lo... Entonces, la madera soltó un crujido final y se partió por la mitad como una rama podrida. La expresión de Cornelius mostró sorpresa, después sus pequeñas piernas salieron despedidas del tronco, lanzó un profundo alarido y su cuerpo se alzó en el

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