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1- SEBASTIAN DARKE, PRÍNCIPE DE LOS BUFONES

PHILIP CAVENEY

—Magda —dijo el monarca—, parece que nos marchamos, ¿eh? Era evidente que la anciana no se alegraba de verle. —¡Majestad! —exclamó—. ¡Qué sorpresa tan agradable! Iba, eh... a visitar a mi... madre. —¿Tu madre? —el rey Septimus esbozó una sonrisa acaramelada—. No tenía ni idea de que tu madre siguiera viva. ¡Vaya! Debe de tener... ¿Cuántos años? ¿Ciento veinte? ¿Ciento treinta? Magda sonrió, dejando a la vista los escasos dientes marrones que le quedaban. —Es bastante anciana, mi señor, y su salud es delicada. Necesita mis hierbas y mis pociones para fortalecerse. Regresaré dentro de un par de días. —Mmm... Supongo que no será porque hayas tenido noticia de la chusma furiosa que se acerca al palacio, ¿verdad? La que dirige la princesa Kerin. No se te habrá ocurrido abandonarme así, de repente, ¿eh? Magda fingió una expresión de absoluto asombro. —¿Chusma decís, mi señor? ¡No tenía la menor idea! —Ah, bueno. Está bien, no lo sabías. En ese caso, más vale que te marches a atender a tu madre, ¿no te parece? —Gracias, Majestad —Magda empezó a cojear en dirección a la escalinata lo más deprisa que sus viejas piernas se lo permitían. —¿Cómo te propones llegar hasta allí? —preguntó el rey Septimus, acercándose a la bruja y colocándole una mano en el hombro. Magda tragó saliva, presa de los nervios. —Yo, mmm... Había pensado coger un carruaje —respondió con un hilo de voz. —¡No puede ser! ¿Una mujer con tus habilidades mágicas? Creo que llegarías mucho antes si emplearas un medio de transporte más... prodigioso. —¿A qué os referís, mi señor? —preguntó ella. —¡A que deberías salir volando, maldita sea! —rugió el monarca. Acto seguido, agarró los bajos del vestido de la anciana con ambas manos y la empujó escaleras abajo. Observó con interés cómo el frágil cuerpo de Magda descendía dando tumbos por los escalones de mármol, y notó con no poca satisfacción que la bruja se las arreglaba para golpearse contra todos y cada uno de los peldaños. El cuerpo sin vida de la anciana se detuvo a los pies de una tropa de hombres armados, ataviados con capas de color rojo oscuro: los guardaespaldas del rey. Horrorizados, bajaron la vista hacia el cadáver de la bruja. 209


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