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1- SEBASTIAN DARKE, PRÍNCIPE DE LOS BUFONES

PHILIP CAVENEY

la oportunidad de escapar con vida. Se preguntó qué tal le iría a Cornelius debajo de la plataforma...

En lo más profundo del entramado de troncos que sujetaba el estrado, Cornelius se afanaba atando el último paquete de palos de trueno a uno de los soportes principales. Había unido las mechas de corta longitud, de modo que pudieran encenderse simultáneamente, y se figuró que, una vez encendidas, tendría para escapar de la explosión el tiempo necesario para contar hasta diez. Levantó la vista hacia un pequeño agujero en el entarimado, a través del cual podía avistar de vez en cuando lo que pasaba más arriba. No podría ver el momento exacto en que la princesa Kerin se subiese a la peana, pero le había dicho a Max que lanzara un sonoro mugido en el instante preciso, y ésa sería la señal para prender fuego a las mechas. Una vez que los explosivos estallaran, era imposible saber qué ocurriría después; además, Cornelius tenía que admitir que, en realidad, no tenía una idea muy clara de qué hacer a continuación. Con suerte, la explosión paralizaría a la gente el tiempo suficiente para que pudieran escapar de la multitud, pero el pequeño guerrero no había contado con que la plaza fuera a abarrotarse hasta tal punto. Terminó de atar la última mecha y se metió la mano en el bolsillo en busca de su yesquero y de una pequeña vela que había cogido de la habitación de la posada. Agachándose, reunió un montoncito de paja y golpeó el pedernal del yesquero repetidamente hasta que las chispas alcanzaron el tamaño suficiente para que la paja empezara a arder poco a poco. Soplando con cuidado, consiguió producir una minúscula llama con la que encendió el pabilo de la vela. Se quedó allí agachado, preparado para prender fuego a las mechas en el momento en que oyera el aviso de Max. Por encima de él, escuchaba la penetrante voz de Kasim, quien se dirigía a su público...

Desde donde se encontraba, a escasa distancia de la plataforma, Max tenía un perfecto panorama de los acontecimientos. Kasim extendió las manos con gesto teatral. —Por lo tanto, amigos míos —vociferó—, estamos preparados. Que empiece la subasta. ¡Traedme a la primera! Un soldado se introdujo entre las filas de cautivas y regresó agarrando por el brazo a una mujer esquelética, con el cabello enmarañado. La empujó en dirección a Kasim, quien hizo una seña con su látigo para que la prisionera se subiera a la peana de madera que tenía enfrente, de modo que el gentío pudiera verla mejor. Aterrorizada, la mujer obedeció. Se quedó allí inmóvil, mirando con ansia a uno y otro lado. 182


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