Al pueblo nunca le toca

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trueno a la que le imprimía unos trémolos sostenidos que hacían vibrar al auditorio. Fue, indudablemente, el bajo más alto de su época, ya que medía cerca de dos metros. Compensó siempre su déficit de ideas con un superávit de palabras sonoras: patria, república, nacionalidad, derecho, justicia, libertad, trascendental importancia, vital interés. Tenía el don de decir muchas cosas sin decir, a la postre, ninguna. Teatralmente solemne, extendió sus largos brazos sobre la multitud para imponerle silencio y dijo: “Con cuán profundo interés, con cuán sincero entusiasmo, con cuán legítimo orgullo, hemos visto a través de esta gira luminosa el resurgimiento magnífico del partido liberal, que le está diciendo al país que sólo la justicia y el derecho podrán ser los dioses tutelares de la patria!!”. Los cerros de Monserrate y Guadalupe se estremecieron con la ensordecedora ovación que sucedió a esas palabras. Obviamente las últimas del discurso fueron tan sonoras y vacuas como las primeras. Sin embargo, los millares de Baltasares


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