Colmillo blanco, de jack london

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hombres para aprisionarla. Los dioses la tenían cogida por un lazo invisible y no querían soltarla. Colmillo Blanco se sentó a la sombra de un abedul y lloriqueó suavemente. El aire estaba impregnado del olor de los pinos, y otros sutiles aromas del bosque se mezclaban con él, recordándole su antigua vida de libertad, antes de los días de su actual cautiverio. Pero como no pasaba de ser un cachorro más o menos desarrollado, mayor fuerza que la voz de los hombres tenía para él la de su madre. Durante todos los días de su breve vida había dependido de ella. La hora de la in- dependencia no había sonado aún para él. Al fin se levantó, y trotando floja y resignadamente, regresó al campamento. Paró una o dos veces para sentarse y gimotear de nuevo, para oír aquella voz que aún lo estaba llamando desde las profundidades del bosque. En la vida salvaje, el tiempo que suele dedicar una madre al cuidado de su cachorro es breve; pero bajo el dominio del hombre lo es aún más. Así ocurrió con Colmillo Blanco. Castor Gris estaba en deuda con Tres Águilas. Este se iba de excursión remontando el río Mackenzie, el gran lago de los Esclavos. Una tira de tela escarlata, una piel de oso, veinte cartuchos y Kiche sirvieron para saldar la deuda. Colmillo Blanco vio cómo se llevaban a su madre a


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