Mi familia y otros animales

Page 79

arrastrando en su pos los tentáculos como un globo decorado de cintas. Había también cangrejos gordos, verdes, brillantes, que sobre las cimas del arrecife ondeaban sus pinzas con gesto amistoso, y más abajo, sobre el fondo enmarañado de vegetación, aparecían las centollas con sus extraños caparazones bordeados de púas y sus largas y finas patas, abrigadas con una capa de algas, esponjas o una anémona cuidadosamente plantada en el dorso. Por todas partes, en los arrecifes, en las algas, en el fondo arenoso, pululaban cientos de peonzas de mar, rayadas y moteadas de azul, de plata, de gris y de rojo, con el rostro indignado de un cangrejo ermitaño asomándose por debajo. Eran como pequeños y desgarbados carromatos que chocaban entre sí, se abrían paso por las algas o se deslizaban velozmente por la arena entre las almejas y los abanicos de mar. El sol se hundía en el ocaso, y el agua que lamía las calas y los ruinosos torreones de rocas se tiñó del gris pizarra del atardecer. Despacio, con los remos chirriando dulcemente, conduje el Bootle—Bumtnnket de vuelta a casa. Widdle y Puke dormían, exhaustos por el sol y la brisa del mar, acompañando con un temblor de patas y un movimiento de sus cejas rubias sus oníricas persecuciones de cangrejos por arrecifes interminables. Roger iba sentado en medio de un montón de tarros y tubos de vidrio donde los pececitos se suspendían inmóviles, las anémonas agitaban sus tentáculos y las centollas tocaban los muros de su cárcel de cristal con delicadas pinzas. El perro, agudo observador de la fauna marina, contemplaba los recipientes con las orejas tiesas, mirándome de vez en cuando y meneando brevemente el rabo antes de sumirse de nuevo en sus estudios. El sol brillaba como una moneda detrás de los olivos, y el mar se estriaba de oro y plata cuando el Bootle—Bumtnnket dio con su oronda popa en el embarcadero. Hambriento, sediento, cansado, aturdido de formas y colores, subí lentamente hasta la villa con mis maravillosos ejemplares y tres perros que se desperezaban soñolientos.

12. El invierno de las chochas. El verano tocaba a su fin y una vez más, para mi deleite, me encontré sin preceptor. Mamá había descubierto que, según su delicada expresión, Margo y Peter «se estaban tomando demasiado cariño». Como la familia se oponía unánimemente al ingreso de Peter en su seno, habría que hacer algo para evitarlo. La única aportación de Leslie a la resolución del problema fue la de sugerir que le pegásemos un tiro a Peter, propuesta que, por motivos que ignoro, no se tomó en serio. A mí me pareció una idea espléndida, pero éramos minoría. La sugerencia de Larry de enviar a la feliz pareja a vivir un mes en Atenas con el objeto, según explicó, de que se desfogaran, fue vetada por Mamá por inmoral. Al final Mamá eximió a Peter de sus servicios, él huyó presta y furtivamente y tuvimos que enfrentarnos a una Margo trágica, llorosa y absolutamente indignada que, ataviada para la ocasión con sus ropajes más vaporosos y melancólicos, interpretó su papel con maestría. Mamá procuró consolarla con amables perogrulladas, Larry le dio conferencias sobre el amor libre y Leslie, no se sabe por qué, decidió asumir el papel del hermano ultrajado y aparecía de rato en rato blandiendo un revólver y amenazando con acribillar a Peter como a un perro si volvía a poner los pies en casa. En medio de todo esto, Margo, con el rostro convincentemente bañado en lágrimas, se dedicó a hacer gestos trágicos y a repetir que habíamos destrozado su vida. Spiro, que disfrutaba de un buen melodrama como el que más, se pasó todo el tiempo llorando por solidaridad con ella y apostó a varios amigos suyos por los muelles para asegurarse de que Peter no volviera a la isla. Todos nos divertimos mucho. Cuando la cosa parecía estar muriendo de muerte natural y Margo podía comer todo el almuerzo de un tirón sin deshacerse en llanto, recibió una nota de Peter diciendo que volvería a buscarla. Ella, bastante aterrada ante la perspectiva, le enseñó la carta a Mamá, y otra vez la familia se lanzó a la farsa con entusiasmo. Spiro redobló su vigilancia de los muelles, Leslie engrasó sus pistolas y se puso a practicar sobre una silueta de cartón clavada a la puerta de la casa, y Larry instó a Margo a disfrazarse de aldeana y correr a los brazos de Peter, o dejar de comportarse como una Camille* cualquiera. Ofendida, Margo se encerró en el ático y se negó a ver a nadie excepto a mí, único


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.