381 sin caballería; que sus tropas tenían “poco que comer”, y que el expresado General pensaba retirarse a Tacna o a Arica. El Coronel Sotomayor dio aviso de esto por telégrafo al Ministro en Iquique y por medio de un estafeta al Cuartel General de Escala en Dolores, por no haber telégrafo entre Pozo Almonte y ese punto. Parece, sin embargo, que este soldado no llegó a su destino, probablemente por haber extraviado su camino en la pampa. El 27. XI. llegó el Coronel Sotomayor a Iquique, con la caballería y los jefes y amigos que le habían acompañado, entre los cuales iban los Tenientes Coroneles don Arístides Martínez y don Diego Dublé Almeida, don Isidoro Errázuriz y otros. Volvamos al Cuartel General en Dolores. Era ya el 24. XI., es decir, que habían pasado cuatro días desde el combate de Dolores y todas las noticias que el General Escala tenía del enemigo se reducían a lo que le había dicho el General boliviano Villegas, que, como sabemos, se encontraba prisionero (habiendo sido encontrado herido en el hospital de guerra en Porvenir), de que “Suárez había salvado cerca de 1.000 hombres”. En vista de esto, el Secretario, don José Francisco Vergara, se ofreció a ejecutar un “reconocimiento sobre las fuerzas enemigas”, si el General Escala le confiaba una compañía de Granaderos a Caballo. El General Escala, que aceptó el ofrecimiento de su Secretario y amigo, agregó a la fuerza de reconocimiento solicitada, 2 compañías de Zapadores (279 soldados) bajo las órdenes del Comandante Santa Cruz y una sección de artillería de montaña (2 cañones Krupp) a las órdenes del Alférez don José Manuel Ortúzar. La compañía de Granaderos era la del Capitán don Rodolfo Villagrán. La columna, cuya fuerza total era de 400 soldados y dos piezas de montaña, a las órdenes del Comandante Vergara, partió desde Santa Catalina (al S. de Dolores) el 24. XI. en la tarde, tomando el camino del S. a Dibujo o Negreiros; de aquí debía torcer al E., dirigiéndose sobre la aldea de Tarapacá, que distaba como 12 leguas (54 Km.) de Dibujo. La noche del 24/25. XI. descansó el destacamento Vergara en Dibujo (o Negreiros), donde recibió un aviso telegráfico del General Escala, de que corría el rumor de que había en Tarapacá mayor número de enemigos que lo que se había creído hasta entonces. En la mañana del 25. XI., el destacamento aprehendió un arriero argentino, a quien se creía espía peruano, y quien dijo que “las tropas peruanas en Tarapacá no pasaban de 1.500 hombres”. No considerando Vergara prudente atacar esa fuerza, aun sorprendiéndola, como le había recomendado el General Escala en su telegrama de la noche, envió a su ayudante, Capitán don Emilio Gana, a Santa Catalina, para pedir un refuerzo de 500 soldados del 2º de Línea. La noticia produjo en Santa Catalina un entusiasmo general por ir a batirse. Especialmente los soldados que habían llegado de Pisagua, al acabar el día 19. XI., tarde para tomar parte en el combate de Dolores, pidieron todos permiso para marchar al encuentro del enemigo. En vista de esto, ordenó el General Escala que su nuevo jefe de Estado Mayor, Coronel don Luis Arteaga marchara con toda esa División, 1.900 hombres, al alcance de Vergara y tomara después el mando de la expedición sobre Tarapacá. A pesar de encontrarse en Santa Catalina el Conductor General de Equipajes, don Francisco Bascuñan, que tenía mulas, carretas y odres para agua disponibles, el Coronel Arteaga no aprovechó estos recursos, sino que reunió un ligero parque y algunos víveres, y, habiendo repartido municiones a razón de 150 cartuchos por soldado, salió de Santa Catalina el 25. XI. en la tarde. Una parte de la tropa marchaba a pie y otra iba en tren a Dibujo. Las tropas llevaban víveres para dos días. Al amanecer del 26. XI. se encontraba esta División reunida en Dibujo, en donde había un pozo de agua potable. El Coronel Arteaga esperaba encontrar al destacamento Vergara en este punto; pero no fue así. El Comandante Vergara había partido ya el 25. XI. en la tarde, con sus 400 hombres, en dirección a Tarapacá. Le acompañaba como guía un minero chileno, el Capitán don Andrés Laiseca. No llevaba más municiones que los cartuchos que los soldados tenían en sus cartucheras, ni más