nadie, más allá de lo imprescindible. Ella piensa que no se ha equivocado en su impresión inicial y que los dos tienen en común que llevan más de dos días sin hablar con nadie más allá de lo imprescindible. Para él, la cabina del camión es el espacio seguro desde el que se desplaza por territorio hostil evitando el peligro de fuera. Le dice que no puede imaginarse a su hija haciendo un viaje como el suyo y que se le pone la piel de gallina pensando en las penalidades que tiene que haber pasado. Le ofrece llevarla hasta Barcelona, en realidad había hecho la oferta de Nimes para no tener que cargar con alguien que no le inspirara confianza. Pone la condición de que ha de bajarse del camión antes de llegar a la frontera pues está prohibido recoger autoestopistas. Ella se alegra y a la vez se siente culpable de la compasión que despierta. Viaja por elección y sus penalidades no dejan de ser postizas. Racionarse el dinero y la comida. Utilizar los albergues de estudiante y la acogida de personas generosas. Librarse de las personas de no fiar. Vuelve llena de anécdotas y experiencias y pesa más lo positivo que lo negativo, no cree que su estado haya de inspirar lastima. Intenta contárselo. Le cuenta su viaje. No es fácil salir al extranjero desde España, y una vez allí, ¡Como iba a volver sin pasar por Italia. Mucha gente en el camino la ha ayudado. Él le pregunta por su vida de estudiante y le habla de su hija, que parece se le dan bien los estudios,