1 el rapto de la bella durmiente - anne rice

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—Ahora no lo desprecio en absoluto —contesto el príncipe Alexi—. De todos los pajes, él es uno de los más interesantes. Eso es algo que aquí se llega a apreciar enormemente. Pero entonces lo despreciaba tanto como a la reina. »Ella ordenaba que me azotaran. Él me retiraba los grilletes que me mantenían sujeto a la pared, sin que yo dejara de patalear y forcejear como un loco. Luego me arrojaba sobre su rodilla, con mis piernas separadas, y los paletazos se sucedían hasta que la reina se cansaba. Dolía terriblemente, ya lo sabéis, y todavía aumentaba más mi humillación. Pero a medida que el aburrimiento se hacía cada vez más desesperado en mis horas de soledad, empecé a tomarme las palizas como un intervalo. Pensaba en el dolor, y en las diversas fases que atravesaba. En primer lugar, los estallidos iniciales de la pala, que para nada eran tan dolorosos. Luego, a medida que se volvían más fuertes, sentía el dolor, el escozor, y culebreaba e intentaba escapar a los golpes, aunque me había jurado no hacerlo. Me recordaba que debía permanecer quieto pero acababa cayendo en forzados zigzagueos, lo cual divertía inmensamente a la reina. Cuando ya estaba muy irritado, me sentía tremendamente cansado, sobre todo del forcejeo. La reina sabía que era más vulnerable, y entonces me tocaba. Sus manos resultaban una delicia sobre mis moratones a pesar del odio que sentía por ella. Luego pasaba la mano suavemente por mi órgano, al tiempo que me decía al oído que podría disfrutar del éxtasis si la servía. Me contaba que yo sería objeto de toda su atención, que los criados me bañarían y me mimarían, en vez de restregarme con rudeza y colgarme de la pared. A veces, yo empezaba a lloriquear al escuchar esto porque ya no podía contenerme. Los pajes se reían, y a la reina todo aquello también le hacía bastante gracia. Luego me devolvían a la pared para que mi ánimo decayera aún más a causa del hastío interminable. »Durante todo este tiempo, nunca vi que los demás esclavos fueran castigados directamente por la reina. Ella practicaba sus diversiones y juegos en sus muchos salones. Yo, en raras ocasiones oía gritos y golpes a través de las puertas. »Pero, a medida que empecé a exhibir un órgano erecto y ansioso, muy a mi pesar, empecé a esperar con anhelo las terribles palizas... en contra de mi voluntad... sin que ambas cosas estuvieran conectadas en mi mente... Ella se traía un esclavo de vez en cuando para divertirse. »No tengo palabras para describir el ataque de celos que sentí la primera vez que presencié cómo castigaba a un esclavo. Fue con el joven príncipe Gerald, al que ella adoraba en aquellos días. Tenía dieciséis años y las nalgas más redondas y pequeñas que se puedan imaginar. A los pajes les parecían irresistibles, y también a los criados, igual que las vuestras. Bella se ruborizó al oír esto. —No os consideréis desdichada. Escuchad lo que tengo que decir acerca del hastío —añadió Alexi, y la besó con ternura. »Como os decía, trajeron a este esclavo y la reina lo acarició y lo importunó sin ningún pudor. Lo colocó sobre su regazo y le propinó una zurra con la palma


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