Bskinnerwalden dos

Page 111

bonitas. En nuestro paseo habíamos llegado a la zona de las habitaciones personales. Nos detuvimos y Frazier abrió una puerta invitándome a entrar. El cuarto estaba revuelto. La cama estaba no sólo sin hacer, sino que parecía que no se había hecho desde hacía mucho tiempo. La mesa escritorio estaba atestada de libros y papeles, cartas abiertas y sin abrir, lápices, un destornillador, una regla y dos vasos vacíos con residuos de un líquido coloreado. Los libros se amontonaban sin orden ni concierto por el suelo frente a una pequeña chimenea, y uno de los montones estaba rematado por una bolsa de ropa sucia. Media docena de lienzos sobre bastidores se amontonaban junto a la pared. En el suelo, cerca de la ventana, un enorme tiesto exhibía una planta desconocida, muerta de sed desde hacía mucho tiempo. Frazier retiró un par de pijamas sucios de una invitándome a tomar asiento. —En Walden Dos —dijo mientras se acomodaba en una vieja silla giratoria frente a un escritorio— la habitación de un hombre es su castillo. Contemplé en silencio las ruinas del castillo. —Soy un caso curioso de convivencia de tendencias opuestas —prosiguió Frazier—. La precisión y el orden de mi pensamiento sólo son superados por el fantástico desorden de mis hábitos personales. Y puesto que en Walden Dos las habitaciones privadas son inviolables ¡éste es el resultado! En otros lugares se impone cierta limpieza y esperamos que nuestros niños sean naturalmente ordenados. Pero es demasiado tarde para los que ya tenemos cierta edad. Devolver un libro una vez que he terminado de leerlo, es superior a mis fuerzas y he desistido ya de intentarlo..., a no ser, desde luego, que me encuentre trabajando en una de las bibliotecas. Saqué mi mermada cajetilla de cigarrillos, y le ofrecí uno a Frazier. —Gracias —dijo, pasándome uno de los vasos para que lo usara como cenicero —pero no fumo. Enderecé un cigarrillo arrugado, lo golpeé con firmeza contra la mesa, y lo encendí. —Bueno, ¿y qué piensas de Walden Dos? —dijo por fin Frazier. Hacía rato que presentía que la pregunta se avecinaba, pero aun así no tenía preparada una respuesta. —No lo sé —dije—. ¿Qué debería pensar? —Bueno, ¿tú crees que funciona? —Diría que admirablemente. 221

—Muy bien. Ya supuse que no serías tan estúpido para dudar de ello. Desde luego que funciona. ¿Y qué piensas de la vida de un miembro ordinario? ¿Crees que es satisfactoria? Por lo que he podido observar, todos sois perfectamente felices. Debo confesarte que ayer llevé a cabo una pequeña investigación. Alguien me lo dijo —añadió impacientemente —. Pero, ¿y tú? ¿Tienes algún objetivo personal que no pudiera ser alcanzado aquí con más facilidad que en la universidad? —No lo sé, Frazier. Realmente no lo sé. No diré que sea muy feliz con mi vida académica, pero tampoco estoy muy seguro de conocer todas mis motivaciones. ¿Cómo puedo estar seguro de que un tipo de vida tan diferente me satisfaría plenamente? —Hay cosas que no te podemos ofrecer, te lo confieso —dijo Frazier—. Pero carecen de importancia. ¿Tienes alguna duda sobre ello? —Sólo puedo decirte —dije, un poco resentido por su desvergonzado proselitismo — que por ahora no estoy en venta. Siento cierta resistencia... Debo serte sincero y decírtelo así. Ignoro el porqué. Y no tengo ningún interés en ponerme a inventar razones. —Castle lo haría —dijo Frazier—. Puedes tomarlas prestadas de él. Las tendrá en abundancia. ¿Es entonces una mera actitud emotiva? —Es posible. Frazier había estado jugando con unos bloques amarillos del tamaño y forma de barras de pan situadas en uno de los pocos sitios vacíos de su escritorio. Se dio cuenta de mi curiosidad y me explicó que eran muestras de la arcilla del lugar, cocida con distintos procedimientos e identificadas por los números grabados en la superficie. Tiró una de ellas al aire. —¿En qué proporción tu actitud hacia Walden Dos —dijo— se identifica con tu actitud hacia mí? La pregunta me cogió de improviso, y no encontré respuesta. Frazier golpeó el bloque con los nudillos y escuchó su sonido apagado. —Es mejor sacar los trapos sucios a la luz del día —prosiguió. Seguí sin encontrar palabras. —Francamente, Burris, ¿por qué me tienes antipatía? —No es cierto —dije sin poner mucho calor en mis palabras—. Creo que has llevado a cabo una labor maravillosa. —Labor, sí. Pero esto no disminuye tu antipatía hacia mí. ¿Me equivoco? Permanecí en silencio. Me crees presuntuoso, agresivo, imprudente, egoísta. 222


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.