Giacomo Bove

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GIACOMO BOVE (GENTILEZA DEL ARCHIVO HISTÓRICO COMUNAL DE ACQUI TERME, PIAMONTE, ITALIA).




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Comité Ejecutivo Editora Cultural Tierra del Fuego Presidente

Lic. Sergio Daniel Araque Secretario de Cultura de la Provincia de Tierra del Fuego

Representante de la Editora Cultural Tierra del Fuego Sr. Luis Omar Comis

Representante de los Artistas Plásticos Prof. Verónica Flores

Representante de los Escritores Sr. Nicolás Romano

Representante de los Músicos Sr. Eduardo Pedro Coria

Representante de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Ushuaia Lic. María Belén Molina



Índice

Tras las huellas de Giacomo Bove en el fin del mundo.............................. 9 Autor: Ivan Briz i Godino Giacomo Bove............................................................................................. 13 Autor: Francesco Surdich Giacomo Bove. Desde el extremo austral................................................. 19 Autor: Santiago Reyes “La Moral del Bacalao” La Expedición Austral Argentina vista a través de la prensa.................. 35 Autor: María Luz Funes Poblaciones del fin del mundo: etnografía, etnología y arqueología........................................................... 63 Autores: Ivan Briz i Godino y Myrian Álvarez El paisaje y el aprovechamiento de los recursos vegetales entre las sociedades fueguinas...................................................................111 Autores: Raquel Piqué i Huerta y Marian Berihuete Azorín Giacomo Bove “etnoantropólogo”, y los objetos del Fin del Mundo en Italia................................................ 129 Autor: Luisa Vietri El Sendero Extremo...................................................................................151 Autor: Claudio Ceotto

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Tras las huellas de Giacomo Bove en el fin del mundo Ivan Briz i Godino

ICREA Researcher at Departament d’Arqueologia i Antropologia-IMF Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Barcelona Associated Researcher. Dept of Archaeology, U. of York. York

< PAISAJE DEL CANAL BEAGLE DESDE LA COSTA NORTE, EN LAS PROXIMIDADES DE ESTANCIA TÚNEL (FOTOGRAFÍA: I. BRIZ).

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Agradecimientos Este libro ha sido posible gracias a la inestimable colaboración de diferentes personas: desde colegas de equipo a amistades; así como las personas integrantes de la Associazione Culturale Sentiero Estremo. A todas ellas, nuestro más sincero agradecimiento. Además, queremos agradecer la gentileza y colaboración del Archivo Histórico Comunal de Acqui Terme, Piamonte, Italia, y de la South American Missionary Society (Sheffield, Reino Unido). Las editoras y editores del libro deseamos agradecer sinceramente a las personas evaluadoras de la obra por los comentarios, críticas e información aportada para que estas páginas fueran mejores.

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El presente trabajo recoge el producto necesario de todo viaje: el encuentro, realizado en 2008. En este caso concreto, el encuentro entre un grupo de narradores buscando la presencia de la propia historia en tierras lejanas, y un grupo de gentes de diferentes partes del mundo que han terminado por hacer que la historia de los canales fueguinos fuera parte de su propia historia personal. De un lado, periodistas e intelectuales italianos concentrados en conocer cuáles fueron los pasos de G. Bove, al servicio del gobierno de la República Argentina, en el extremo sur americano. Los trabajos de G. Bove en Tierra del Fuego, a diferencia de otras expediciones, son poco conocidos por el gran público. Del otro lado, especialistas en diferentes campos sobre la historia de las gentes que habitaron el canal Beagle. Las mutuas preguntas, los mutuos descubrimientos (la importancia de G. Bove para la historia del desarrollo de la moderna disciplina geográfica en Italia; los resultados de la investigación arqueológica y etnoarqueológica) sirvieron para, respectivamente, aprender y conseguir una visión más amplia de la historia de esta parte del mundo. Parte de esas reflexiones, de esos descubrimientos, fueron compartidos con el gran público en Italia, mediante la producción y presentación del audiovisual y el libro “Il Sentiero Estremo. Sulle tracce di Giacomo Bove in Patagonia e Terra del Fuoco”. Puesto que el encuentro siempre ha de ser entre dos ámbitos, en esta ocasión pretendemos compartir con la gente de Tierra del Fuego las reflexiones y descubrimientos que aquella reunión produjo, y colaborar en ofrecerles algunos trazos de uno de sus más importantes bagajes: su propia historia.

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Giacomo Bove Francesco Surdich

Historiador Decano de la Facultad de Letras y Filosofía Universidad de los Estudios de Génova. Génova

Traducción del italiano: Luisa Vietri

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En 1884, el editor romano Edoardo Perino presentó la colección “Biblioteca de viaje” en la que pretendía publicar cada semana un volumen a bajo precio (25 céntimos de lira) acerca de las hazañas de los más famosos exploradores de la época. El objetivo de la iniciativa era “ofrecer una lectura amena e instructiva que junto a la gran diversión de la imprevista aventura uniera los necesarios conocimientos de los últimos descubrimientos hechos sobre la superficie de la Tierra”. El primer volumen de la colección contenía el informe de la expedición de Giacomo Bove a Tierra del Fuego y, al presentarlo, Edoardo Perino escribió que su pensamiento “se quedaba casi como con una especie de complacencia ante las páginas candentes que habían narrado las angustias padecidas por un hombre para ir a ondear la bandera de la civilización […] y veía el progreso personificado en un hombre apuesto y valiente, con los ojos resplandecientes, el fusil en bandolera y las botas altas descosidas y llenas de barro correr hacia delante, impávido, sin descanso ni pausa”. El hombre presentado a los lectores con este lenguaje celebrador, enfático y retórico, pero del todo habitual en aquel período, era Giacomo Bove. Nacido el 23 de abril de 1852 en Maranzana, pueblo en las cercanías de Aqui Terme. Bove había cursado sus estudios en la Academia Naval de Génova, consiguiendo en 1872 el grado de guardiamarina de primera clase, y embarcándose al año siguiente en la corbeta Governolo para tomar parte en una de las primeras exploraciones oceánicas de la Real Marina Italiana, en aguas de las Indias Orientales. El mando de la expedición había sido entregado al capitán de fragata Ettore Accinni, y Giacomo Bove, que tenía la tarea de realizar levantamientos cartográficos e hidrográficos, tuvo la posibilidad de visitar los principales puertos de China y Japón, de las islas Filipinas y de la isla de Borneo, para regresar a Italia en el mes de marzo de 1874. Tras haber intentado inútilmente participar en la expedición polar de George Nares y la africana de Orazio Antinori, en septiembre de 1877, a solicitud de Cristoforo Negri de la Sociedad Geográfica Italiana, 14


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Bove fue designado por el Ministerio de la Marina para participar en el importante viaje de exploración de la Vega, en calidad de hidrógrafo. Al mando del sueco Adolf Erik Nils Nordenskjöld, la expedición perseguía alcanzar el Océano Pacífico a través del Mar Glaciar Ártico. El viaje, del que Giacomo Bove redactó un pormenorizado informe (pero que no fue publicado hasta 1940), se desarrolló entre el 22 de junio de 1878, cuando la Vega abandonó el puerto de Carlskrona (Suecia), y el 4 de febrero del 1880, cuando la nave regresó a Estocolmo tras haber recorrido más de 41.000 kilómetros. De regreso a Italia, en donde fue acogido con notable entusiasmo, Giacomo Bove pronunció una conferencia el 4 de abril de 1880 en el teatro Alhambra de Roma, invitado por la Sociedad Geográfica Italiana (conferencia que más adelante repetiría por diferentes ciudades italianas) en la que propuso organizar una expedición italiana para la exploración de la Antártida. Esta idea, bajo iniciativa de la sección de Liguria del Club Alpino Italiano, se intentó llevar a cabo desde Génova mediante la constitución de un comité promotor. Sin embargo, al no haber obtenido la financiación necesaria para el correcto desarrollo del viaje, Bove aceptó dirigir un proyecto propuesto y apoyado por el Instituto Geográfico Argentino, con la intención de evaluar las potencialidades económicas de la parte meridional de Patagonia, Isla de los Estados y Tierra del Fuego. Aprovechando la colaboración del geólogo Domenico Lovisato, del zoólogo Decio Vinciguerra, del botánico Carlo Spegazzini y del hidrógrafo Giovanni Roncagli, Bove salió de Buenos Aires el 17 de diciembre de 1881 y realizó un riguroso registro de la Isla de los Estados, llegando luego al Estrecho de Magallanes, Punta Arenas, Ushuaia y canal Beagle. De regreso a la capital argentina el 1 de septiembre de 1882, consiguió junto con sus compañeros de viaje importantes resultados científicos de notable interés. 15


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Tras haber sido promovido al rango de capitán, Bove emprendió la exploración del territorio de Misiones, el curso alto del río Paraguay y del alto Paraná, entre los meses de septiembre de 1883 y enero de 1884. El territorio de Misiones, tras la expulsión de los jesuitas, había sido objeto de los intereses de los gobiernos de Argentina, Paraguay y Brasil; con esta expedición, Bove pretendía evaluar la posibilidad de fomentar un proceso de colonización gracias al “libre establecimiento de familias con vocación agrícola más o menos sobresaliente, mediante el cultivo de un terreno alquilado al gobierno local o a propietarios latifundistas, y a la comercialización de sus productos agrícolas”. Estas ideas y propuestas por él sostenidas y promovidas (que le llevaron nuevamente a Tierra del Fuego pocos meses después, a bordo de la goleta Chilota) no tuvieron un gran seguimiento al regresar a su país, pero fueron retomadas y desarrolladas años más tarde por sectores significativos del mundo político y económico italiano, especialmente desde el ámbito de los comerciantes y armadores ligures. Tras la Conferencia Internacional de Berlín (1885), el Ministerio de Asuntos Exteriores le encargó remontar el río Congo para explorar las posibilidades de un asentamiento italiano en la zona. En aquel momento, la cuenca del río africano estaba concentrando las miras y apetitos coloniales de las potencias europeas. Zarpando de Liverpool el 2 de diciembre de 1885, junto al capitán de infantería Giuseppe Fabrello y Enrico Stassano, remontó el río hasta las cascadas de Stanley. De regreso a Italia en el otoño de 1886, mediante el informe remitido al gobierno italiano del 22 de enero de 1887, desaconsejó categóricamente tomar parte en cualquier proyecto de colonización del Congo, sobre todo a causa de las difíciles condiciones climáticas y ambientales. Bove dimitió de su condición de oficial de la marina italiana y fue nombrado director técnico de la sociedad de navegación genovesa La Veloce. La expedición africana en aquel “corazón de las tinieblas” (admirablemente evocado por Joseph Conrad en su obra), había afectado gra16


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vemente su salud física y su alma, hasta tal punto que decidió abandonar Génova para mudarse a Verona. Allí, incapaz de aceptar la convivencia con su enfermedad y, sobre todo, con aquel nuevo estilo de vida, puso fin a su breve existencia disparándose un tiro de pistola bajo las ramas de un moral, el 9 de agosto del 1887, tal y como refirió el periódico local “L’Arena”.

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Giacomo Bove Desde el extremo austral Santiago Reyes

Periodista. Ushuaia

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La Argentina de 1880 aún se debatía entre mantenerse como una colonia pastoril o avanzar hacia un estado moderno. Los tiempos anteriores habían sido marcados por la violencia y enfrentamientos entre facciones que pensaban dos países distintos, pero ninguno mejor que otro. Después de la batalla de Pavón, en setiembre de 1861, momento en que el enfrentamiento entre Buenos Aires y el interior del país comienza a definirse a favor de los porteños, se suceden tres presidentes que van tratando de poner un poco de orden entre los vestigios de las luchas intestinas. Así, en el período que va de 1862 a 1880 ocupan la presidencia del país Bartolomé Mitre, Domingo Sarmiento y Nicolás Avellaneda. En esos dieciocho años, Argentina comienza a delinearse como país, con una capital, Buenos Aires, y provincias dependiendo del poder central. En ese período se define cierta unidad política y se comienza a dar forma a las instituciones que permitirían consolidar al Estado. Se inicia una etapa de modernización tecnológica para permitir el ingreso de capitales, mayormente británicos; se fomentó la inmigración; comenzó una etapa de crecimiento en la economía, aumentaron los volúmenes de mercadería y productos exportados; se organizó la administración nacional y se puso en marcha el correo, telégrafos, el ferrocarril, oficinas administrativas para el cobro de impuestos; se organizó el poder judicial; se unificó la moneda; se extendieron caminos y vías férreas; se construyeron puentes y puertos, y se crearon numerosas escuelas de distintos niveles educativos. Durante la presidencia de Nicolás Avellaneda comienza la llamada “Conquista del Desierto”, organizada por el Ministro de Guerra, Julio Argentino Roca, que buscaba incorporar para el gobierno miles de hectáreas de tierra en manos de los pueblos indios, y dedicarlas a la explotación agropecuaria. A medida que avanza la campaña se van fundando pueblos en el interior del país y de esta manera también los límites hacia el sur del territorio nacional. 20


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Con la llegada de Julio Argentino Roca a la presidencia, en 1880, comienza a delinearse un modelo económico sostenido en las exportaciones crecientes de la producción agropecuaria, con centro de producción en la región pampeana. El desarrollo del frigorífico y el ferrocarril daba ventajas significativas al proceso económico que buscaba el gobierno argentino. La intervención del Estado tuvo un papel decisivo para el funcionamiento del modelo. Lo más importante era garantizar la libre circulación de bienes capitales, favorecer la expansión de la red de transportes y otras obras, facilitar la puesta en producción de las nuevas tierras de frontera, estimular la inmigración extranjera para obtener fuerza de trabajo, y organizar un sistema jurídico y monetario. Ese modelo de desarrollo no contemplaba la participación de amplios sectores de la sociedad. El fundamento ideológico del gobierno de Roca era el orden y el progreso basado en el positivismo argentino, fuertemente inspirado en el Darwinismo; la clase gobernante controlaba el acceso a los puestos de gobierno y a las personas más aptas para ocupar esos puestos. Se profundiza la concentración del poder político alrededor del partido oficial y casi no quedan espacios para la oposición política ni el debate de ideas. La ciencia logró constituirse como la forma dominante de conocimiento. Desde el poder se hacía hincapié en “el Gobierno de los Aptos”, donde se consideraba aptos a los ricos o grandes terratenientes que conformaban la oligarquía nacional, deslumbrada por el proceso industrial de Londres y las manifestaciones artísticas de París. El territorio del sur del país estaba deshabitado; pocos años antes, el propio Roca había encabezado una campaña militar para arrinconar a los mapuches contra la cordillera y ganar más tierras para la ganadería. La Patagonia era, para el gobierno argentino, un territorio lejano, hostil y ajeno que debía ser sumado a las fronteras del país. Las sucesivas guerras civiles, la inestabilidad política y la fuerte presencia de Buenos Aires en lucha con las provincias del norte, impedían que el gobierno fijase su mirada en el territorio de la Patagonia. Comenzado el proceso político que, 21


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lentamente, va ordenando la organización nacional, requería también límites claros con sus países vecinos. La frontera austral con Chile no estaba definida y Argentina buscaba ocupar el extremo sur del continente. La única presencia constante en las costas patagónicas, hasta el Cabo de Hornos, era la de Luis Piedra Buena, cuya historia se entrelazará con la de Bove. En este contexto histórico, social y económico se desarrolla la Expedición Austral Argentina comandada por Piedra Buena desde lo militar y Bove en lo científico. Un año antes de la expedición a Tierra del Fuego y a la Isla de los Estados, había sido creado en Buenos Aires el Instituto Geográfico Argentino, tratando de motivar a científicos y exploradores a investigar en suelo argentino. Su primer presidente, Estanislao Zeballos, amigo personal de Giacomo Bove. La Expedición Austral Argentina al fin del mundo irá sumando más frustraciones que resultados, aun a pesar del esfuerzo de los hombres que acompañaron a Bove en su viaje. La marina argentina no tenía un explorador de la talla de Adolf Erik Nordenskjöld, tampoco la organización de los suecos. La Antártida ni siquiera estaba en los planes del gobierno argentino. Sólo dos hombres se dedicaban a la exploración y las investigaciones científicas, Florentino Ameghino y Francisco Moreno. Para un país que pretendía fortalecer sus riquezas con la ganadería y la agricultura, el mar no era una prioridad. Desde la llegada de Magallanes, la Patagonia sólo era un registro de accidentes costeros que facilitaron la navegación interoceánica que sirvió para ampliar las rutas comerciales y fortalecer los imperios. El cruce del Estrecho y del Cabo de Hornos aseguraba a las potencias navieras el control del comercio. El interior de la Patagonia apenas era un esbozo imaginario de lo que los navegantes creían haber visto tierra adentro. 22


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A partir de 1520 la navegación por los mares australes es más frecuente, pero solamente las expediciones de Louis Antoine de Bougainville y James Cook realizan trabajos científicos en Tierra del Fuego. Posteriormente, el marino inglés Robert Fitz Roy, en su segundo viaje, acompañado por Charles Darwin realizan un amplio estudio sobre los territorios del sur. Hay al menos dos versiones para explicar el interés argentino por la presencia de Bove en una campaña expedicionaria al sur argentino. Una de ellas pone en el centro de la escena al marino argentino Agustín del Castillo, quien frecuentaría los mismos círculos que Bove y en una carta a su hermano se arroga el haber recibido el encargo de contactar al gobierno argentino para que financie la expedición. El marino argentino habría escrito al Ministro de Guerra Luis María Campos y éste le habría dado la información a Zeballos. Del Castillo posteriormente será un implacable crítico de Bove y se referirá a la expedición, en varias publicaciones, llamándola viaje inútil austral. La otra le confiere a Estanislao Zeballos, el presidente del Instituto Geográfico Argentino, el haber impulsado el viaje de Bove. Con tan sólo 28 años, Giacomo Bove se sentía capaz de encabezar una expedición a la Antártida. Influenciado por sus viajes con Nordenskjöld y confiado en su capacidad marinera, se fue construyendo un espacio para convertirse, al menos para las aspiraciones del gobierno argentino, en el único capaz de navegar los bravos mares del sur. Las aspiraciones de Bove y las del gobierno argentino iban por los mismos carriles, pero las realidades no. Mientras Bove se imaginaba domando tempestades en el fin del mundo, acompañado de un grupo selecto de científicos, el gobierno argentino no sabía cómo resolver el problema en que se había metido. En una sesión del Instituto Geográfico Argentino, con la presencia del Cónsul Italiano, se nombró una comisión para apoyar la expedición. Bove estaba destinado a la Ancona, en situa23


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ción de disponibilidad y no lograba que el gobierno italiano lo autorizara a participar de la expedición, tampoco lograba despejar las dudas de sus superiores. Había navegado pocos meses, era muy joven y nunca había estado al mando de una nave, decían desde la marina de su país. Bove ya había trazado en su imaginario el derrotero. Partiría de Buenos Aires, tocar Tierra del Fuego, seguir hasta la Antártida y recorrerla hasta frente al África, hacia donde se dirigiría para regresar a Italia desde el Cabo de Buena Esperanza. Este plan había sido rechazado por las autoridades italianas. Cuando traba contacto con los jóvenes oficiales de la marina argentina, Bove insiste en que tiene el apoyo del gobierno de Brasil y alienta la instalación de un observatorio meteorológico en el Cabo de Hornos. Desde Spezia, Bove envió una larga carta a Zeballos. “Un gobierno que se ha lanzado en este camino no puede llegar a ser sino un gobierno fuerte y respetado –dice en su carta– y nosotros los italianos seguimos con admiración los titánicos esfuerzos que se están haciendo en el Plata”. Justifica la falta de apoyo del gobierno Italiano por las campañas africanas y pide “que el gobierno argentino me acuerde una de sus naves, sea a vela o vapor y 100.000 liras y yo, si así place a Dios, prometo hacer llegar a la región antártica y escribir en las que se llaman costas inalcanzables de la Tierra de Graham el muy venerado nombre de la República”. También detalla en la carta los incontables beneficios científicos, geográficos y morales que obtendría la Argentina “resolver la tan estudiada cuestión de la forma de nuestro globo, de lo cual se podría deducir leyes más concretas relativas a la irradiación solar, los problemas meteorológicos, magnéticos y eléctricos”1. El beneficio moral que menciona, era el supuesto prestigio que obtendría Argentina al enviar una expedición a la Antártida, adelantándose a otros países.

1. - Carta de Bove a Zeballos del 25 de febrero de 1881. Archivo del Museo Enrique Udaondo, Luján.

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Era el tiempo en que los viajeros, descubridores y exploradores vivían rodeados de un halo de veneración y por contraparte, de la envidia de quienes no podían comandar sus propios sueños de aventuras. La posibilidad de que Argentina entrara en el mundo de las grandes expediciones de descubrimiento provocó rápidamente la adhesión de funcionarios y empresarios. En una reunión del Instituto Geográfico Argentino, en la que estuvo presente el Cónsul Italiano, se designó una comisión para apoyar la campaña de Bove. El joven marino envió cartas llenas de entusiasmo tratando de lograr el apoyo del gobierno Italiano. No lo logró. Entre las voces que se alzaban en su contra señalaban que sólo había navegado unos pocos meses; que nunca había estado al mando de una nave y que, además, era muy joven para tamaña empresa. El entusiasmo del gobierno argentino se fue apagando lentamente. Al no recibir respuestas Bove vuelve a escribirle a Zeballos. “Aun cuando el gobierno argentino no pretendiese hacer invernar la nave en la tierra de Graham y quisiese el entendimiento de la colonia italiana [en el país] limitando la exploración a un curso estival, creo que sería necesario, o al menos conveniente, llegar con la nave hasta las Shetlands, para lo cual debería ser necesario salir de Buenos Aires a fines de setiembre de 1881 y llegar a la Antártida en enero, para volver por el Cabo de Hornos”2. Pese a las desinteligencias con el gobierno argentino, Bove ve una luz de esperanza cuando Ramón Lista publica en el Boletín del Instituto Geográfico Argentino un escrito que dice que “…saldrá de Génova en 1882, practicará algunos sondajes en el Atlántico y después de refrescar sus víveres en Montevideo irá a la Tierra del Fuego para tomar el carbón que anticipadamente le lleve un buque a la parte oriental de esa isla. Enseguida pondrá rumbo para pasar cerca de Shetland y avanzando al Sur reconocerá la costa vista por Dallman en 1873 y la tierra de Alejandro descubierta por Benninghausen para dirigirse de allí al mar de Ross, don 2. - Carta de Bove a Zeballos del 10 de marzo de 1881. Archivo del Museo Udaondo, Luján.

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de invernará. En el verano siguiente los expedicionarios seguirán en busca de las tierras de Wilkes y después de aproximarse al Polo todo cuanto sea posible, navegarán en demanda de la isla Enderby, a fin de prepararse para el segundo invierno”3. Las indefiniciones del gobierno argentino aumentan la impaciencia de Bove. Se queja amargamente en una nueva carta: “el no haber sido honrado con órdenes del gobierno argentino me resulta en grave daño moral, no en cuanto a lo material, pues hasta el 3 de abril he perdido buena parte de mis recursos”4. A fines de abril Zeballos informa a las autoridades que el viaje de Bove es inminente. Tan inminente que un día después el marino italiano llega al puerto de Buenos Aires. Rápidamente se nombró una comisión para agasajarlo, se alojó en la casa particular de Zeballos y éste logró que se entrevistara con el Presidente Julio Argentino Roca. Parece que al fin la expedición comienza a tomar forma, pero aún no tiene fecha. En los círculos oficiales se sigue hablando de la Expedición Antártica Italiana. Bove comprende la situación claramente. El gobierno argentino no está dispuesto a cumplir el compromiso de financiar una expedición a la Antártida. No tiene los medios para hacerlo, y aún más, no le interesa. Sin embargo, en los primeros días de mayo, por decreto se formaliza el apoyo para la expedición, aunque con algunas modificaciones. Bove traza un nuevo plan más modesto. Lo redacta prolijamente, en italiano, y lo titula “Idee preliminari ed in privato comunicate dal tenente Bove al Sig. Sottosegretario degli Interni”5. En el informe Bove escribe: “será enviada una expedición argen-

3. - Boletín del Instituto Geográfico Argentino, tomo III, 1882, p. 9. 4. - Carta de Bove a Zeballos del 21 de julio de 1881. Archivo del Museo Udaondo, Luján. Documento Nº 16. 5. - Ideas preliminares y privadamente comunicadas por el teniente Bove al Sr. Subsecretario del Interior.

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tina a la Tierra del Fuego, en la región más meridional de la Patagonia y en los mares circundantes a esa tierra. El ámbito de esa expedición es la exploración científica de los trayectos de la costa y del interior aún no visitados. Al gobierno de la República se reserva indicar cuáles deberán ser los lugares que simplemente se visitarán, cuáles han de explorarse más detenidamente. No tratándose de observaciones puramente científicas, la expedición pondrá especialmente su atención en lo que se refiere al valor real de las tierras exploradas; su conformación geológica, su constitución hidrográfica y orográfica; sus producciones; la posibilidad de estaciones marítimas y terrestres; el número y cualidad de sus habitantes, etc., haciendo especiales observaciones y un detallado informe que se entregará al Gobierno apenas la nave llegue a la patria”. También detalla en el informe aspectos de la organización y otros elementos necesarios, “una de las naves de la armada será provista de equipamiento para tal expedición. Ésta será puesta bajo las órdenes del señor Giacomo Bove, a quien el decreto del 7 de mayo de 1881 le ha conferido el título de comandante en jefe de la expedición argentina a los mares del Sud. La nave será comandada por un oficial de la Armada, éste dependerá del comandante en jefe de la expedición”6. Con la última propuesta, Bove buscaba evitar cualquier reacción contraria de los oficiales de la marina argentina que cuestionaban su participación en la expedición y la expedición misma. Tuvo que esperar más tiempo aún para que el gobierno decida finalmente qué naves y hombres iba a destinar a la expedición. El 22 de octubre de 1881, por decreto, asigna las corbetas Uruguay, al mando del Coronel de la Armada Rafael Blanco, y Cabo de Hornos, que sería comandada por Luis Piedra Buena, quien no tenía formalmente cargo

6 . - Archivo del Museo Enrique Udaondo, Luján. Documento sin fecha ni número.

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militar y tenía serios problemas de salud. El día anterior los gobiernos de Argentina y Chile habían firmado el Tratado de Límites. La corbeta Uruguay fue reemplazada por el cúter Santa Cruz, que finalmente tampoco participó de la expedición. No solamente se iba achicando la expedición, ninguna autoridad del gobierno argentino daba la orden de partida y el retraso ya alteraba los ánimos de Bove y el resto de los científicos que lo acompañaban. El 28 de noviembre le vuelve a escribir a Zeballos “hoy era el día destinado a la partida, pero con gran dolor de mi parte, me parece que estoy reducido a una espera bastante lejana. Aún no se ha hecho nada; los armamentos aún no se han decretado, la gente de a bordo aún no ha venido y la Cabo de Hornos está hoy, ni más ni menos, en el estado que se encontraba el día de mi llegada a este puerto. No han servido mis solicitudes a los diversos ministerios y a menudo fui obligado a humillaciones que jamás he soportado, aunque en otros órdenes no he podido encontrar tanto benevolencia en cuando a mí. Mi ánimo comienza a desalentarse. Mis compañeros ya comienzan a alarmarse de tanta incertidumbre. Comprenderá qué dolor, qué desengaños, qué daños sufriré si debiera renunciar al honor que el gobierno argentino me hizo poniéndome como jefe de la expedición propuesta”7. Finalmente le ruega a Zeballos que inste al Ministro del Interior, Bernardo de Irigoyen a firmar las órdenes para los oficiales de la Cabo de Hornos. Cuando finalmente está todo preparado para zarpar, con las órdenes prolijamente redactadas, estalla otro escándalo en el puerto de Buenos Aires. Los diarios porteños publican, a comienzos de diciembre, que las provisiones compradas para la expedición y embarcadas en la Cabo de Hornos estaban en mal estado. Según las publicaciones, se deja trascen-

7. - Carta de Bove a Zeballos del 28 de noviembre de 1881. Archivo del Museo Enrique Udaondo, Luján. Documento Nº 24.

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der un fabuloso negociado entre Luis Piedra Buena y el capitán Edelmiro Correa, su segundo al mando. Durante varios días en los diarios aparecieron noticias sueltas y cartas de los involucrados. Finalmente la intervención del propio Presidente Roca puso fin a las intrigas, que habían nacido desde el seno de la propia armada argentina. El 18 de diciembre de 1881 la expedición pone proa al sur y el 6 de febrero de 1882 se encuentran frente a las costas de la Isla de los Estados. Los hombres que acompañaban a Piedra Buena eran jóvenes oficiales que hacían sus primeras experiencias en los mares del sur; los científicos que seleccionó Bove, en cambio, eran hombres experimentados, con varias campañas científicas realizadas. El propio Bove era el jefe de la expedición científica y con él iban el geólogo y segundo jefe, el doctor Doménico Lovisato; el zoólogo, doctor Decio Vinciguerra; y el doctor Carlos Spegazzini, naturalista y botánico perteneciente al Museo de la Plata. Completaba el equipo científico el teniente italiano Giovanni Roncagli, delineador, pintor y fotógrafo, y autor de las ilustraciones que luego acompañarían la edición de la obra original. Con la desidia propia con que el gobierno argentino trató las investigaciones científicas, los trabajos de Bove y sus colaboradores pasaron inadvertidos durante largos años. Simultáneamente, la crítica se centró en la intervención sobre la toponimia de la zona. Efectivamente, Bove había creado una nueva toponimia en la Isla de los Estados y Tierra del Fuego, en contraposición a los nombres impuestos básicamente por los navegantes ingleses. Más allá de la importancia de la obra escrita y publicada por Bove y sus colaboradores en el libro “Expedición Austral Argentina”, su importancia está centrada en que fue la primera expedición de carácter científico de la Argentina a Tierra del Fuego e Isla de los Estados. Los nuevos topónimos pueden tomarse como una anécdota si se los confronta con los trabajos realizados por Spegazzini, quien describió hongos y plantas 29


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vasculares nuevas para la ciencia; las precisas observaciones geológicas realizadas por Lovisato; Decio Vinciguerra realizó un importante aporte como colector de muestras zoológicas, a él le corresponde el mérito de detectar que había en la isla un ratón terrestre, de describir colonias de pingüino rey, de anticipar su probable extinción y de recolectar nuevos peces para la ciencia; similar importancia, tienen aún, los textos del propio Bove. En el Boletín del Centro Naval se publicó un artículo duramente crítico con los resultados del viaje de Bove bajo el título “Una historia que debe conocerse”, diciendo que en vez de “expedición austral” debería haberse llamado “viaje inútil austral”. El autor de aquel escrito no era nada más que Agustín del Castillo, quien opinaba que “en la expedición de la Cabo de Hornos se pisaron derechos de nuestra Marina y nadie protestó”, criticando a quienes, según él, habían alabado al italiano “hasta llamarlo sabio”. “Como expedicionario no tenía historia alguna; jamás lo ha sido”, y se quejaba amargamente: “todo se puso a las órdenes del italiano, incluso la experiencia práctica del benemérito marino Luis Piedra Buena a quien se señaló por una de dos cosas; o porque no sabía decir jamás ‘no’ a las órdenes que recibía o porque el conocimiento que tenía de los mares que debía navegar era una garantía para el novicio que se deseaba proteger”8. La asignación de nombres a los accidentes geográficos del sur argentino mereció una medida respuesta de Bove: “es muy sabido que los expedicionarios tienen derecho a bautizar las tierras desconocidas y que este derecho no les permite hacerlo a capricho de una manera arbitraria, sino que obedece a reglas que la dignidad del viajero le impone, esto es, que no puede perpetrarse la memoria de una cosa que no tiene ante el propietario o el mundo, verdadero valor”. En una nota de su informe, explica

8 . - Boletín del Centro Naval, 1882.

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que actuó “más inducido por la necesidad de dar mayor claridad a estas líneas que por el deseo de dejar un recuerdo de nuestra visita”. Agrega que, “quiso agasajar a hombres vivos por gratitud y respeto, debería haber tenido en cuenta los topónimos ya existentes, así como la voluntad del propietario, el mismo Piedra Buena, que estaba allí”9. La decisión de Bove de recomponer la toponimia austral aún se mantiene. Pero hay un detalle que pone a la expedición en un plano mucho más complejo e interesante que excede, desde lo político, a las condiciones científicas de los hombres que formaron la dotación de la Cabo de Hornos. Las observaciones realizadas advirtieron al gobierno sobre la necesidad de instalarse en el sur del país para hacer ejercicio de soberanía. El segundo viaje, hecho entre fines 1883 y comienzos de 1884, condicionó definitivamente la apatía mantenida por el gobierno hasta ese momento. Los informes de Bove apuraron la decisión del Presidente Roca que finalmente decidió el envío de la División Expedicionaria del Atlántico Sur, al mando del Comodoro Augusto Lasserre. Fue precisamente la expedición de Lasserre la que instala la Subprefectura y el Presidio de San Juan de Salvamento, en la Isla de los Estados; avanza por el Canal Beagle hasta la Bahía de Ushuaia y funda la población que será la capital de la Tierra del Fuego y de esta manera abre el proceso de permanencia argentina en el extremo austral del país. El destino inmediato de Bove siguió unido a la Argentina. Poco después de sus viajes al fin del mundo, fracasados los intentos de volver a recorrer los mares del sur, logró que le encomendaran remontar el Alto Paraná y los territorios de las Misiones. Luego de naufragar en el río Iguazú escribió en su diario: “el naufragio del Iguazú me recordó al de Tierra del Fuego y me hizo pensar que justamente los dos extremos de la

9. - Boletín del Instituto Geográfico Argentino, tomo III, p. 332.

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República se me han tornado fatales”.10 Aún no se ha hecho un reconocimiento completo de la importancia de Giacomo Bove en el fortalecimiento de la soberanía argentina en los dos extremos del país. En el sur, apenas firmado el acuerdo de límites con Chile; en el noreste, aún con problemas limítrofes con Brasil y Paraguay, la presencia del marino italiano sirvió para que el gobierno argentino reafirmara sus reclamos de soberanía territorial. Ushuaia y la Tierra del Fuego le deben un justo homenaje a este hombre. No es posible, ni justo, minimizar la importancia de la “Expedición Argentina Austral”, ni se la puede comparar con otras. Para el momento que vivía la Argentina tuvo una importancia fundamental. Los textos de Bove, Spegazzini, Lovisato, Vinciguerra y Roncagli se hacen hoy de lectura obligatoria. No podemos atribuir a la mala fortuna el manto de olvido que cayó sobre Bove y sus compañeros; pero sí podemos, y debemos, recuperar para nuestra historia la importancia que tuvieron Luis Piedra Buena, Giacomo Bove y los hombres que, superando dificultades, recorrieron los mares del sur, poniéndole el pecho al viento helado, enfrentando feroces tormentas, apelando a su más profunda convicción para domar las tempestades, las del clima, pero principalmente las de las pasiones.

10 . - Archivo del Museo Enrique Udaondo, Luján. Documento sin fecha ni número.

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Bibliografía Bove, G. (2005), Expedición a la Argentina. Un viaje a las tierras y mares australes (1882-1882). Ediciones Continente, Buenos Aires. Braun, M. (1985), Memorias de una vida colmada. Ediciones Gagligione, Buenos Aires. Canclini, A. (2006), Así nació Ushuaia. Orígenes de la ciudad más austral del mundo. Editorial Dunken, Buenos Aires. Canclini, A. (1998), Piedra Buena, su tierra y su tiempo. Ed. Emecé, Buenos Aires. Entraigas, R. A. (2000), Piedra Buena, caballero del mar. Ed. El Elefante Blanco, Buenos Aires. Facchinetti, G.; Jensen, S. y Zaffrani, T. (1997), Patagonia. Historia, discurso e imaginario social. Universidad de la Frontera, Temuco. Gallez, P. (1969), La delimitación de los territorios nacionales de Patagonia y el problema de límites de las regiones de desarrollo. Asociación de Ciencia Regional, Bahía Blanca. de Irigoyen, B. (1882), Discurso ante la Cámara de Diputados en setiembre de 1881 sobre la cuestión limítrofe con Chile y el tratado celebrado entre ambos gobiernos. Imprenta de S. Ostwald, Buenos Aires.

Fuentes Documentales Boletín del Instituto Geográfico Argentino. Archivo del Museo Enrique Udaondo, Luján (Provincia de Buenos Aires). Boletín del Centro Naval.

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“La Moral del Bacalao” La Expedición Austral Argentina vista a través de la prensa María Luz Funes

Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano Buenos Aires

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Introducción Hacia fines del siglo XIX, Argentina comenzaba una etapa de organización del Estado Nacional, basado en la idea de cambio y progreso. Este último concepto implicaba diferentes sentidos; en lo económico, estaba ligado al modelo agro-exportador que los países centrales le habían asignado en el mercado mundial, y en lo político, a la constitución de un Estado Nación. Uno de los fundamentos del liberalismo económico de la época sostenía que el desarrollo económico y el progreso material ayudarían a construir la “civilización” y esto finalmente colaboraría al progreso. Este progreso involucraba no sólo cambios en el ámbito político y económico, sino también se analizaba este progreso desde una óptica de la esfera moral. Según (el diario) La Tribuna Nacional “sería erróneo entender por progreso únicamente al desarrollo material (…), tal reduccionismo no nos permitiría ver que cuando hablamos de progreso, también nos estamos refiriendo al progreso moral de un pueblo, es decir, ‘al desenvolvimiento de los espíritus y la purificación de las costumbres’.” (Alonso 1997: 52). La consolidación del Estado Nacional requería, entre otras cosas, de una redefinición territorial. Por un lado, las Fuerzas Armadas participaban de las expendiciones, aportando naves, hombres e infraestructura, y por otro, nuevas instituciones científicas que llevaron adelante esta tarea en los estudios de las “nuevas tierras” incorporadas por la conquista. “La Expedición Austral Argentina”, fue organizada en este contexto, en el cual tomó parte el recientemente creado Instituto Geográfico Argentino y la Marina. Más allá de su importancia científica, este viaje trascendió a la prensa a raíz de una fuerte polémica que involucraba y ponía en juego el buen nombre y honor de las Fuerzas Armadas, que se vieron envueltas en un escándalo a causa de la compra fraudulenta de víveres para los expedicionarios.

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En el presente artículo exploraremos a través de la prensa esta polémica que se generó en torno a la organización de la Expedición, teniendo en cuenta qué factores actuaron y quiénes fueron los actores que formaron parte del mismo. Contexto histórico de la expedición

El Mosquito, 1884

Entre fines de 1878 y principios de 1879 se realizó la “Campaña del Desierto”11, encabezada por el entonces ministro de Guerra, Julio Argentino Roca. El proyecto de avance territorial hacia los confines del sur pampeano y patagónico implicó el sometimiento y la incorporación

11. - Esta “mitología del desierto” consideraba el territorio como “desierto” y sus habitantes como “salvajes” (Delrío 2000).

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de los pueblos originarios12 que allí habitaban, al estado-nación argentino y a la economía política capitalista (Delrío 2005: 13). Las tierras a conquistar y la cuestión de la soberanía se convirtieron en elementos económicos y geopolíticos indispensables para la construcción y consolidación del territorio nacional (Delrío 2005: 61). Siguiendo a Yujnovsky (2010), durante la década de 1880 el gobierno tomó diversas medidas para afianzar las fronteras mediante dos procesos: uno político-militar de avance sobre las fronteras internas y expulsión de la población nativa, y otro basado en un aspecto cultural que legitimaba ese discurso a través de publicaciones para una comunidad de lectores tanto en el ámbito nacional como internacional. Esa etapa de organización nacional comienza en la década de 1860 y culmina hacia 1880 con la consolidación del régimen de Julio A. Roca, quien consigue la “paz” que garantizaría finalmente el curso de la “prosperidad” y el “progreso”, y resolvería la incorporación de Argentina al moderno sistema económico mundial. En este sentido, el país debía mantener una buena imagen pública para atraer capitales que avalaran el desarrollo económico propio y el de los países centrales. En este contexto, uno de los objetivos políticos del momento fue desarrollar y consolidar enclaves económicos en los territorios recientemente incorporados al Estado Nacional. El gobierno estaba desde 1880 en manos del Partido Autonomista Nacional (PAN), integrado por un lado, por un sector de la elite letrada del momento, y por otro por sectores de la oligarquía. Esta unión sostenía la hegemonía de este nuevo régimen político y se materializó en un

12. - Según el informe del entonces jefe militar Julio A. Roca al parlamento, se mataron 1.323 indios. Roca, muy poco después presidente, acotó ante el Congreso de la Nación que también se habían tomado como prisioneros a 10.539 mujeres y niños y 2.320 guerreros. Los pueblos originarios que sobrevivieron fueron desplazados a las zonas periféricas de la Patagonia. Unos 10.000 nativos fueron tomados prisioneros y unos 3.000 enviados a Buenos Aires, donde tuvieron que realizar trabajos forzados y fueron separados por sexo, a fin de evitar que tuvieran hijos (Yujnovsky, 2010).

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Estado que concentraba el poder político y económico. En un plano global del mercado internacional, los países americanos fueron los proveedores de materias primas que servirían para la industria y las maquinarias del Viejo Mundo. El creciente auge de la industria textil europea, impulsó al nuevo Estado Nacional argentino a incorporar las “nuevas” tierras, que posibilitaron un espacio más amplio para la cría de ganado ovino, lo que promovió el desarrollo de la producción lanar y, posteriormente, el del “modelo agro-exportador”. Asimismo, desde los países europeos, hubo un gran estímulo para la emigración fabril y el desarrollo agrícola hacia estos territorios americanos. De acuerdo al modelo poblacional impulsado por el Estado13 y sostenido por el imaginario popular, la inmigración europea traería progreso y avance, que conllevaría un posterior desarrollo económico. Hacia fines del siglo XIX, la comunidad italiana representaba cerca del 50% de los inmigrantes, el 30% eran españoles, y el resto estaba compuesto por diferentes nacionalidades: polacos, rusos, alemanes, franceses, eslavos y sirio-libaneses. Luego de la ocupación militar, “los nuevos territorios” pampeanos y patagónicos se constituyeron en una región abierta a la colonización europea y en un territorio que necesitaba ser estudiado científicamente (Yujnovsky, 2010). El discurso de dominación del Estado Nacional en los confines de sus territorios se vio fortalecido también a través del discurso científico, que legitimaba y promovía las exploraciones en esas zonas. De acuerdo a Navarro Floria (2004), cuantificar posibilidades y riquezas a través de la lupa de la ciencia, era un patrón universalmente aceptado, que en ese contexto dominante de racionalismo se manifestaba como la única manera legítima y posible. De allí, la creación de instituciones científicas, como

13. - La Constitución desde 1852 afirmaba que “estas tierras del sur siempre estarían abiertas a los hombres de buena voluntad que quisieran vivir aquí”.

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el Departamento de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, en 1865; la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba en 1873; la Sociedad Científica Argentina en 1872 y el Instituto Geográfico Argentino en 1879 (Podgorny, 2004). Estas instituciones impulsaron la exploración de los territorios recientemente incorporados a la flamante Nación, y fue a través de sus publicaciones y boletines que fue tomando forma el discurso y la definición del paradigma científico de las siguientes décadas en el país. Un factor importante a tomar en cuenta en este contexto fue la discusión que se sostenía en la Cámara de Diputados de la Nación acerca de la legislación que apoyase económicamente estas expediciones, para que se les otorgara una parte del presupuesto estatal. Los principales diarios (La Prensa, La Nación y La Tribuna Nacional), publicaban gran parte de estas sesiones, lo que significó una gran exposición pública. En Diciembre de 1881, la Cámara de Diputados debatía la posibilidad de definir un fondo estable para las exploraciones de la Academia de Ciencias (Podgorny, 2004). Estanislao Zeballos, entonces diputado por Buenos Aires, expresaba su preocupación por la falta de conocimiento científico del país y promovía la exploración y descripción de los territorios de la República Argentina a través de la regularización de esos viajes. Quienes se oponían a esa idea acusaban que había favoritismo en estos proyectos, considerados por ellos innecesarios. En este sentido y siguiendo a Podgorny (2004) “dotar a las ciencias de un presupuesto se teñía de sospechas de clientelismo (...). Para la oposición, los viajes de exploración se asociaban a meras transacciones para favorecer a determinados individuos (...). Los proyectos científicos creían que muy raramente se aprobaban en abstracto para ‘el bien de la Nación’ sino, por el contrario, eran tomados como premio a los méritos de sus promotores”; como por ejemplo Burmeister, Moreno, Lista, etc. A fines de 1881, en esta trama de desconfianza y dudas respecto a las exploraciones científicas, el Estado Nacional organizó oficialmente la primera “Expedición Científica Austral Argentina”, apoyada por el Insti41


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tuto Geográfico Argentino, que en esos momentos estaba presidida por Estanislao S. Zeballos. El Instituto Geográfico Argentino nombró a Luis Piedrabuena y a Giacomo Bove como responsables militar y científico respectivamente de la expedición en la corbeta Cabo de Hornos. La elección del director de la expedición fue un tema delicado para definir, sobre todo teniendo en cuenta el clima de susceptibilidades políticas donde había distintos sectores a favor y en contra. El Papel de la Prensa Hacia mediados del S. XIX la prensa latinoamericana irrumpe en la realidad política e ideológica. En Argentina este espacio representó “uno de los principales ámbitos de discusión pública y una forma de hacer política” (Alonso, 2004). Siguiendo el planteo de Alonso (1997), “la presunta homogeneidad ideológica y desmovilización política que se atribuía al período de 1880, no podía ser interpretada como una aceptación pasiva al nuevo orden, sino más bien como la concentración de grupos de oposición en la prensa partidaria de la época, desde la cual, con fuerza y precisión, hicieron conocer sus objeciones”. La prensa constituyó tanto un canal de comunicación de las diferentes facciones políticas del momento desde la esfera civil, como así también un instrumento legitimador de la “avanzada civilizatoria” impulsada por el Estado. De esta manera, se convierte en uno de los vehículos fundamentales para la elaboración, difusión y seguimiento de esas iniciativas, que contribuyeron a modelar los perfiles materiales y simbólicos de la Nación (Alonso, 1997). Buenos Aires a fines del siglo XIX era una ciudad moderna, donde se construía de todo y al mismo tiempo: el Puerto Madero, las grandes estaciones de Ferrocarril, los Tribunales, el Teatro Colón, se remodelaba la Casa de Gobierno, el Congreso y muchos otros edificios públicos. 42


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Un ejemplo fue el proyecto de la Avenida de Mayo, que en esos años se comenzó a construir, y donde luego, junto con las mejores tiendas, hoteles, cafés y restaurantes, los principales periódicos del momento también tuvieron sus redacciones: La Prensa, El Diario, El Tiempo, La Razón, Crítica, Noticias Gráficas, El Argentino, La Época, La Tribuna, El País, La Voz del Pueblo, La Opinión, El Sol. Hacia 1884, “los hermanos Mulhall que editaban en Londres el ‘Handbook of the River Plate’, estimaban que los 25 diarios que circulaban en Buenos Aires, sumaban por día 17.000 ejemplares, o sea, 23 copias por cada 100 habitantes. Para 1887, la población urbana había crecido vertiginosamente hasta alcanzar la cifra de 433.000 habitantes, de los cuales 138.000 eran inmigrantes italianos. La circulación conjunta de los diarios escritos en idioma italiano alcanzaba las 20.000 copias, es decir una por cada 7 habitantes de ese origen...” (Cibotti, 1994: 7). El crecimiento en la población fue acompañado de un aumento en la movilidad social y ascenso económico de los nuevos sectores14. Este movimiento también se vio reflejado en la variedad periodística y su dinámica en Buenos Aires, materializado en los diferentes medios de prensa. Aquí tomaremos el caso de algunos periódicos que encabezaron diferentes facciones políticas, y señalaremos algunos puntos de vista respecto a la polémica desatada alrededor de la expedición a Tierra del Fuego.

14. - Según algunos estudios sociológicos, la gran diversificación social acaecida durante este período arrojará “como resultado un notable proceso de movilidad social ascendente de carácter intrageneracional sobre todo entre los sectores medios” (Gallo y Cortés Conde, 1972, en Santoro, 2007: 20).

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La polémica vista a través de la prensa

La Tribuna Nacional

El 6 de diciembre de 1881 el tradicional diario La Nación publicaba en sus titulares: “Graves revelaciones. Alimentos inmundos, hechos vergonzosos”, en referencia a la “Expedición Científica Austral Argentina”. La denuncia revelaba el mal estado de los víveres (bacalao, galletas, porotos y bebidas) provistos y distribuidos por el Ministerio de Guerra y Marina. La corbeta Cabo de Hornos, destinada para la expedición, que se encontraba desde comienzos de noviembre en la Boca del Riachuelo (Buenos Aires) para ser reparada y provista de víveres, esperaba zarpar a fines de ese mismo mes. En esta nota La Nación denuncia hechos de corrupción vinculados a la administración de la Armada Argentina. Específicamente que el estado de la embarcación era muy malo, que no se habían hecho reparaciones, las cadenas estaban rotas, los cañones viejos, 44


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y lo más grave eran los víveres en mal estado. “La corbeta desde que fue comprada (hace aproximadamente cuatro años) no ha invertido un solo peso en refacciones o en limpiar sus fondos. En el buque Rosetti se invierten 65.000 fuertes en composturas y en un viaje hacia el sur gasta una tonelada de carbón por milla. Para ir a buscar a la Cabo de Hornos a Patagones gastó ciento treinta toneladas de carbón.”15 El foco del ataque era la Comisaría General de Marina, dependencia del Ministerio de Guerra y Marina. “La comisaría de Guerra y Marina compra víveres remitidos a Puerto Deseado, donde rara vez llegan los buques y cuyo monto es de cuarenta a cincuenta mil fuertes.”16 “En ese Ministerio de Marina suelen suceder cosas verdaderamente incomprensibles e impropias bajo todo concepto de funcionarios serios.”17 En la denuncia, el diario La Nación exigía al presidente de la República que se averiguara dónde se habían comprado los víveres y que se esclareciera el asunto. Para tal cuestión, mediante un decreto, se constituyó una comisión “respetable e imparcial”18 con el fin de verificar tal denuncia. Esta comisión estaba conformada por personas ajenas al gobierno, pero que de una manera u otra estaban vinculadas a los diferentes grupos que participaban en esta “cruzada moralizadora”19. Por un lado, Antonio Devoto y Antonio Rocha (de la compañía Rocha Hnos. y Cía.), representantes de la pujante burguesía comercial de la comunidad ítalo-

15. - La Nación, 6 de diciembre de 1881. 16 . - La Nación, 14 de diciembre de 1881. 17. - La Prensa, 13 de diciembre de 1881. 18 . - La Nación, 17 de diciembre de 1881. 19. - La Nación, 14 de diciembre 1881.

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porteña, “fuertes comerciantes en el ramo de almacén”20; también conformaba esta comisión el director del diario La Prensa, el doctor Dávila, “quien venía ocupándose de las necesidades y reformas que reclama el servicio interno de la escuadra”21. Y por otro lado, el Comisario de Guerra y Marina, Luis del Carril y los responsables de la corbeta Cabo de Hornos, el comandante Luis Piedra Buena, y el teniente Giacomo Bove. Esta situación generó una fuerte polémica, que durante varias semanas estuvo en boca de toda la sociedad y en los principales periódicos. El diario La Nación quería demostrar que lo que sucedía en la corbeta Cabo de Hornos no era un hecho aislado y casual, sino que claramente dejaba en evidencia la corrupción en la Marina: “...el funcionario público que ha enviado eso [la comida en mal estado] a la Cabo de Hornos, lo habrá enviado probablemente a los demás buques de la armada nacional.”22 “Probaremos que la Cabo de Hornos no es la primera zorra desollada en lo relativo al asunto víveres ‘detestables’.”23 No fue casual que el diario La Nación fuera el denunciante, y encabezara esta “cruzada reparadora contra los explotadores”24, puesto que fue dirigido por el ex presidente Bartolomé Mitre (1862-1868), que años más tarde lideró el partido opositor Unión Cívica y fue un miembro importante de la prensa política. Luego de su derrota electoral y militar en 1868, el “mitrismo” declaró su abstención electoral y se agazapó detrás de las líneas de La Nación (Alonso, 2004) fundado en 1870.

20. - La Tribuna Nacional, 7 de diciembre de 1881. 21. - Ídem ant. 22. - La Nación, 6 de diciembre 1881. 23. - La Nación, 14 de diciembre de 1881. 24. - La Nación, 17 de diciembre de 1881.

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Junto con La Prensa, eran los diarios de mayor tirada (18.000 ejemplares) e importancia en el país. Se le podía definir como un diario político moderno, que a diferencia de la prensa política más pura, no se restringía a ser sólo un órgano partidario. “Hemos de procurar por todos nuestros medios (…) que el Gobierno (...), en vista de esta formal y categórica denuncia y las pruebas irrefutables que la acompañan, [enseñe] a sus subalternos que no se juega impunemente con la salud y la vida de los defensores armados del honor argentino.”25 Por otro lado, el periódico La Tribuna Nacional encarnaba el discurso oficialista y el canal de expresión del gobierno en este conflicto:

Publicación de la denuncia en La Nación.

25. - La Nación, 6 de Diciembre de 1881.

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“El gobierno, prestando la atención que siempre ha prestado a las reclamaciones de la prensa, adoptó en el acto enérgicas medidas para el esclarecimiento de la verdad. El Presidente de la República en persona, se preocupó desde las primeras horas de la mañana de las averiguaciones necesarias, procediendo a nombrar una comisión.”26 El discurso “roquista” giraba en torno a la nueva era de progreso, de ruptura y cambio con el pasado; mientras La Tribuna Nacional hacía de 188027 la fecha de inicio de la Argentina moderna, para La Nación dicha fecha marcaba el fin de la vida republicana (Alonso, 2004). El significado del término progreso, para el discurso oficialista no sólo era entendido como un desarrollo material, sino que también implicaba un progreso moral del pueblo, es decir, “el desenvolvimiento de los espíritus y la purificación de las costumbres” (Alonso, 1997: 52). La denuncia y posterior discusión en los periódicos, giró en torno a los valores morales que dejaban en evidencia su ausencia en la administración pública y que ponían en juego el honor y buen nombre de la Marina y finalmente el progreso del país. La Nación escribía: “¡Qué poco favorable para el país, qué vergonzoso para el gobierno y especialmente para la repartición de la Marina! (...) ¡Pobre país, víctima de tanta explotación y de tanta vergüenza!”28. El matutino El Nacional también expresaba: “La moralidad de la administración pública exigía la averiguación de la verdad.”29 La Nación manifestaba en qué términos de moral estaba discutiendo, justificando de esa manera su denuncia:

26 . - La Tribuna Nacional, 7 de diciembre de 1881. 27. - Año en que Roca asume a la presidencia. 28 . - La Nación, 6 de Diciembre de 1881. 29. - El Nacional, 15 de Diciembre 1881.

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“...La moral reside en los actos del hombre, los sucesos que producía, y en los medios que empleaba en la prosecución de sus fines. Estos estaban sujetos a los principios de la razón, que establecía el orden, la armonía, y la solidaridad en la vida colectiva. Así, un hecho era moral si se conformaba con aquellos preceptos y principios. Si se desviaban de esta regla, el correctivo no tardaba en manifestarse; porque la moral, como la razón, tiene sus sanciones soberanas e inaudibles.”30 Desde el comienzo del gobierno de Roca, el diario La Nación se ocupó de construir una versión de la historia argentina en la que los años dorados en libertades civiles y políticas contrastaban con el gobierno roquista, en el que un grupo de “improvisados” se había impuesto para acaparar el gobierno (Alonso, 2004). La Tribuna Nacional comentaba al respecto: “la prensa abusa regularmente en estos casos del falso poder que inviste”.31 Las diferentes facciones políticas opositoras, de esta manera representaban obstáculos hacia ese progreso proclamado por el Gobierno. Los resultados del informe realizado por la Comisión fueron publicados unos días después de lo esperado, mientras tanto, fomentaron la polémica en los diferentes medios. El periódico El Nacional comentaba entonces que: “el Viaje de la Cabo de Hornos era el tema de todas las conversaciones populares, y no pudiendo explicarlas (...) el vulgo las llamó “El Viaje de las Morales.”32

30. - La Nación, 17 de diciembre de 1881. 31. - La Tribuna Nacional, 12 y 13 de diciembre de 1881. 32. - El Nacional, 16 de Diciembre 1881.

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Finalmente la resolución del informe responsabilizaba y ordenaba la detención inmediata de los oficiales que habían permitido y facilitado la entrada de la prensa en la corbeta y que luego de la denuncia pública “no habían interpuesto queja ni representación alguna a la superioridad.”33 Según La Tribuna Nacional: “Este informe es la ratificación de lo que desde el primer momento aseguramos. Nos felicitamos de que así se hayan disipado las sombras que la malevolencia* política pretendió arrojar sobre una de las más importantes reparticiones de la administración nacional (…) Los Sres. Rocha y Devoto declararon al Sr. Presidente que la denuncia carecía completamente de fundamento (…). Eran los víveres restantes del último viaje de la Cabo de Hornos que en más de seis meses de navegación, se habían descompuesto. Los víveres nuevos estaban en otra parte –fueron abiertos, examinados y se encontraron no sólo en el mejor estado, sino que eran de la mejor calidad.”34 Al respecto, decía La Nación: “La Comisaría de Guerra y Marina ha publicado el informe únicamente en el diario que pasa por su órgano oficial, cual si desease para ese documento la menor circulación posible.”35 Al mismo tiempo que la Comisión designada evaluaba los víveres de la Cabo de Hornos, el Comisario de Marina había solicitado a todos los comandantes de la Armada un informe acerca del estado de los alimentos que recibían. Luego de haberse publicado estos informes en el periódico local La República, La Nación seguidamente inculpó al Comisario de la Marina que no se habían divulgado todos ellos, y que se había omitido el informe del comandante Piedrabuena -que había sido el único que había ratificado el mal estado de los víveres. 33. - La Tribuna Nacional, 11 de diciembre de 1881. * Negrita de la autora. 34. - La Nación, 14 de diciembre 1881. 35. - La Nación, 14 de diciembre 1881.

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El Comisario General de la Marina desautoriza el informe de la Comisión y contradice el informe de Piedra Buena: “...Da su “palabra de honor” de la falsedad de lo que dice Piedrabuena respecto a los víveres (...)”. Este mentís (es) lanzado brutalmente al rostro de uno de los más pundonorosos y probados jefes de nuestra Marina de Guerra. “(...) Cuando un funcionario público no se sienta con el suficiente coraje moral para defender inexorablemente la moral en la administración, prescindiendo de las personas, es mejor que no cometa la indiscreción de levantar pública y estruendosamente esta bandera, porque al arriarla se coloca en una situación tristemente desaireada.”36 De esta manera refuerza su acusación poniendo de manifiesto y demostrando la corrupción dentro de la misma administración: “Esta revelación es no sólo un ataque al gobierno como institución, sino a la agrupación política que le sirve de base. Parece que estos escándalos están arraigados en el mecanismo administrativo, porque cada denuncia es una alarma para el personal y para el personal que lo sirve y sus varios auxiliares. Por eso, en vez de coadyuvar a extirparlos, son los más empeñados en disimularlos y ocultarlos.”37 Luego, en la semana, comenzaron una serie de ataques y contraataques entre estos dos medios; La Tribuna expresaba: “que más quiere La Nación?… Pues no señor! Palo otra vez al gobierno, por haber procedido a la reprensión de los autores...”38

Los vaivenes de la discusión giraban en torno al uso de la ironía y

36 . - La Nación, 15 de Diciembre de 1881. 37. - La Nación, 17 de diciembre de 1881. 38 . - La Tribuna Nacional, y 13 de Diciembre de 1881.

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el ridículo39. El informe publicado en La Tribuna Nacional finalizaba: “He ahí el alcance del primer cañonazo de La Nación. Ha sido un cañonazo con pólvora mojada”.40 “Los grandes cargos que La Nación formula diariamente contra el gobierno, son de la misma naturaleza que este, es decir, son como el que se refería a las provisiones de la Cabo de Hornos, noticias a sensación!”.41

Otros diarios, como El Nacional, comentaban también al respecto:

“Que se vaya la Cabo de Hornos de una vez, con viento en popa y mar bonancible y sobre todo, con buenos alimentos, no sea que sus tripulantes se vean obligados a carpir las galletas de las verdes arborescencias”.42 “La Cabo de Hornos no se va porque Eolo no quiere (…) Bueno sería que su Divinidad ventosa, se dejase de bromas e hinchase de una vez las velas del Argos argentino que se va en busca del vellocino de hielo.”43 En este mismo tono, y siguiendo la discusión en torno a la moral, La Nación declaraba en un artículo titulado “La Moral del Bacalao” que el bacalao podrido suministrado a la nave Cabo de Hornos también tenía su “faz moral”, y que esta moral “no consistía en la enseñanza del bien, sino en la determinación y mantenimiento de grandes errores y abusos”. Ya que la respuesta del gobierno, lejos de dar una solución, más bien escondía a los verdaderos culpables y la corrupción del sistema, y de esta manera sostenía otros valores morales:

39. - “En la prensa política de este momento, sus columnas estaban casi exclusivamente dedicadas a difundir las opiniones de la organización a la que representaban y a atacar a la oposición a través del uso del ridículo, el chimento, las mentiras y las verdades a medias.” (Alonso, 1997:43). 40. - La Tribuna Nacional, 7 de Diciembre de 1881. 41. - La Tribuna Nacional, 8 de diciembre de 1881. 42. - El Nacional, 15 de diciembre de 1881. 43. - El Nacional, 20 de diciembre de 1881.

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“La Moral del Bacalao” en La Nación.

“La faz moral del bacalao” de la Cabo de Hornos y otros buques, era que los elementos oficiales, la prensa y partidarios de la situación tenían otra moral por lo cual no condenaban las explotaciones comprobadas de que era víctima la escuadra, haciendo, por el contrario, causa común con sus autores”. De esa manera, La Nación vaticinaba que: “la podredumbre del bacalao (...) podía pasar de la bodega de sus naves hasta los bufetes ministeriales”.44 A partir de la denuncia de La Nación, esta noticia tomó trascendencia en otros medios gráficos, siendo el centro de atención tanto de la prensa local como de la extranjera. El diario inglés The Standard publicó: “¿Qué pensarán los oficiales extranjeros al servicio del gobierno argentino, de tan poco honrosos procederes? Esperamos que el caso de la Cabo de

44. - La Nación, 17 de diciembre 1881.

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Hornos le abrirá los ojos al ministro de guerra Victorica (y) se haga cargo de investigar estos serios asuntos”.45 La Prensa, otro de los periódicos de mayor tirada, toma partido en esta discusión apoyando la denuncia realizada por La Nación. Fundado en 1869 por José C. Paz, era el mejor ejemplo de un periódico político que lideraba la transición a la modernidad. Quizá la definición más justa de la naturaleza de La Prensa sería la de ser un periódico independiente que se inclinaba por determinadas causas políticas (Alonso, 2004). Con respecto a la falta de la Marina decía: “Tratar mal a un marinero es atentar contra el poder naval del país y cometer una iniquidad sin nombre con gentes alejadas de la sociedad y entregadas al capricho de los elementos (…). Las faltas cometidas con perjuicio de la alimentación de aquellos modestos y abnegados servidores del país, jamás deben merecer perdón. El castigo debe ser severo, duro, inexorable, como una reacción a los damnificados (...). Es un crimen inaudito, de lesa humanidad, despachar un buque a la mar provisto de malos víveres”.46 El periódico local El Comercio comentaba el gran efecto producido por la denuncia de La Nación, y señaló “las argucias” del Comisario de la Marina que acompañó a la comisión, impidiendo la comunicación directa de sus integrantes con los tripulantes. Por otra parte, el diario El Nacional no tomó partido directamente en el asunto, sino que mayormente hizo comentarios sarcásticos de esta discusión:

45. - La Nación, 15 de Diciembre de 1881. 46 . - La Prensa, 8 de diciembre de 1881.

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“Todavía si esta nave encantada fuese en busca del vellocino de oro, podría esperarse que el Estado se resarciese de los gastos que está haciendo, pero desgraciadamente el Teniente Bove no es Jason, ni la Cabo de Hornos es el Argos, ni los tripulantes los Argonautas.”47 Esta publicación, si bien respondía políticamente a una franja del autonomismo porteño –que había realizado una alianza electoral con el PAN– cada vez más se iba alejando de la propuesta oficialista, que culminó en 1883 en una campaña opositora. La denuncia de La Nación también está presente en los diarios que representaban al nuevo sector de población inmigrante en Buenos Aires, sobre todo la colectividad italiana que se solidarizaba con su compatriota Bove: “Los italianos observan de manera especial y con gran interés el envío de la expedición”48. El periódico La Patria Italiana representaba a una franja de este grupo en Argentina, principalmente la pujante burguesía comerciante (también representada en la comisión que evaluaba los víveres de la expedición), que apoyaba la posición del gobierno argentino: “El Presidente de la República ha demostrado lo mucho que aprecia la prensa seria y urbana (...) ha mostrado hasta ahora la mejor disposición para que la empresa tenga éxito (...) el virtuoso Presidente de la República sabrá castigarlos como se merecen.”49 En este diario había un fuerte acento en la participación de Giacomo Bove en la expedición, de hecho se refería a “la expedición Bove”.

47. - El Nacional, 15 de diciembre de 1881. 48 . - La Patria Italiana, 7 de diciembre de 1881. Traducción del italiano de la autora. 49. - “Il presidente della Republica ha dato prova di quanto apprezzi la stampa seria e urbana (...) ha mostrato fin qui le migliori disposizioni pel felice esito dell’ impresa (…) il virtuoso presidente della Republica saprà farli castigare come si meritano”. La Patria Italiana, 7 de diciembre de 1881. Traducción del italiano de la autora.

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Ante la insinuación por parte de otras publicaciones (como el Libre Pensador), de que la expedición fracasaría, defendían a Bove como parte de la comunidad italiana: “...Ya se ha dicho y repetido que Bove será un fiasco, que la expedición no partirá, que aunque parta, no irá a Tierra del Fuego, y que aunque llegara a Tierra el Fuego, naufragará, etc....”50

La Patria Italiana

“Ni Bove, ni sus compañeros, ni nosotros mismos en nuestro carácter de italianos, nunca nos hemos asociado a los murmullos de los impacientes, de los superficiales y de los maliciosos. Les damos hoy a los animosos desde el fondo del corazón nuestro fervoroso saludo.”51 50 . - “Si é gia detto e ridetto che il Bove farà fiasco, che la spedizione non partirà, che, partita, non anderà alla Terra del Fuoco, che giunta alla Terra del Fuoco, naufragherà, eccetera...” La Patria Italiana, 15 de diciembre de 1881. Traducción del italiano de la autora. 51. - “Bove e ne’ suoi compagni noi stessi e il nostro carattere d’ italiani, né mai ci associammo alle mormorazioni degli impazienti dei superficiali e dei malevoli - diamo oggi agli dal fondo del cuore un ferrido saluto...”. La Patria Italiana, 17 de diciembre de 1881. Traducción del italiano de la autora.

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Hacia fines del siglo XIX, la población italiana representaba el 27 por ciento de la población total de la ciudad de Buenos Aires, era la colectividad extranjera más numerosa. Otros periódicos en italiano que también circulaban eran L’Operaio Italiano, L’Amico del Popolo y La Nazione Italiana. La Patria Italiana es uno de los que más difusión tenía. Hacia 1897, ocuparía el cuarto lugar con 11.000 copias, tras La Nación, La Prensa y El Diario (Cibotti 1994). La gran cantidad de estas publicaciones hacía que de las colectividades extranjeras, la italiana fuese la más representada en la prensa local. En este sentido, siguiendo a Cibotti (1994), la prensa recreó una “comunidad imaginada” para que sus lectores pudieran manifestarse públicamente como “una opinión italiana”.

Consideraciones Finales La comprensión de la polémica desatada alrededor de la “Expedición Científica Austral Argentina” organizada por el Estado Argentino a Tierra del Fuego fue entendible a la luz de los diferentes factores políticos que interactuaron en esta coyuntura particular. El aparente consenso del Estado para el desarrollo de estas expediciones fue quebrantado por la lucha de diferentes facciones políticas que se manifestaban por entonces. Es interesante destacar el peso e importancia de la prensa, tanto como canal de comunicación de las diferentes líneas políticas del momento, o como instrumento legitimador del gobierno de Roca. A través de los periódicos de la época, se vislumbran algunos de los sectores que tomaron voz en el asunto y ejercieron presión política desde ese lugar. En este sentido, la denuncia de La Nación fue lanzada con tanta insistencia que el gobierno se vio obligado a actuar. Los dos periódicos que se enfrentaron en la polémica, obedecían justamente a los dos sectores en disputa política, La Nación uno de los mayores opositores del gobierno roquista, y La Tribuna Nacional, que representaba el discurso oficial del gobierno.

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Este evento debe ser analizado en el marco de las distintas reformas institucionales del Estado. “El Ejército adquiere un gravitante peso político en la Argentina de las décadas de 1860-1880” (Losada, 2012)52. Aún así, no fue siempre dócil y servicial a las elites que estuvieron al frente del Estado Nacional. Así lo sufrió el propio Mitre, cuando el Ejército apoyó la candidatura de Sarmiento en contra de sus intereses. Al mismo tiempo, fue un ámbito de notable importancia para edificar una carrera política autónoma, como sucedió, en especial, entre los miembros de las elites del interior, que alcanzaron proyección política nacional gracias a los servicios prestados en las armas (el ejemplo de Julio Argentino Roca es paradigmático al respecto) (Losada, 2012). Teniendo en cuenta las pujas de poder en las Fuerzas Armadas y las discusiones del Poder Legislativo acerca del presupuesto de las expediciones científicas, no fue casual que la Armada, que hasta ese entonces gozaba de buen prestigio y respeto, se convirtiera en el foco de la polémica. Por lo tanto, cualquier asunto que quebrantara su buen nombre, atentaba contra las instituciones nacionales y con eso, la idea de progreso y “civilización” propuesta por el Estado. Aquí no sólo se estaba poniendo en juego el éxito científico de tal expedición, sino las bases del éxito del gobierno nacional. Se podría resaltar que la participación en la expedición, tanto de Bove, como de Piedra Buena, fue el resultado de un consenso entre las diferentes facciones políticas y sociales en pugna en este momento. El teniente Bove fue invitado por la Sociedad Científica Argentina, una de las instituciones que llevó adelante el mensaje roquista, de espíritu positivista y promotora del desarrollo de las exploraciones científicas y la descripción de los territorios de la República. Bove también personificaba a un sector importante de la burguesía comercial italiana, que era la colectividad extranjera más numerosa en Argentina. El Estado apoyaba 52. - El Ejército se constituyó y consolidó institucionalmente durante la presidencia de Mitre, durante la Guerra del Paraguay (1864-70).

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formalmente a través de la legislación, el ingreso de inmigrantes europeos al país con el fin de incentivar la economía y el progreso del país. En este sentido, la participación del Teniente Bove a través de la dirección científica de la expedición, es un poco también el reflejo de este discurso. Por otro lado, Piedra Buena, marino comercial de gran renombre, en un delicado y equilibrado acuerdo de poderes, representaba a la desplazada facción mitrista de las fuerzas militares, siendo el responsable militar de la expedición. “Por un sentimiento de delicadeza (...) –y hasta de grado militar–el Teniente de navío Bove sólo aceptó la dirección científica y dejó que el mando militar lo tuviera un jefe de la Marina Argentina. En cuanto a las colecciones, estudios, planos y demás resultados, serían de propiedad del gobierno, que obsequiaría a los marinos de Italia con duplicados” (Sergi, 1940). De acuerdo a los valores de ese momento, en los que “el progreso material se funde con el progreso espiritual” (Alonso, 1997), hay un fuerte acento en la polémica definido por los valores morales. La irónica “faz moral del bacalao” de la Expedición –visto por La Nación– imputaba que el Gobierno y su prensa partidaria tenían otra moral. Que a pesar de la inmoralidad del hecho denunciado, en vez de resolver y combatir la corrupción arraigada en los mecanismos administrativos en la Marina, simplemente se empeñaban en ocultar y disimular estas irregularidades. Si bien, se reconocían buenas intenciones y propósitos por parte del Presidente (como la designación de la Comisión para la evaluación de los víveres) no existía ninguna faz del asunto que no estuviese teñido con las mismas características. La corrupción del gobierno y la agrupación política que le servía de base según La Nación representaba la “podredumbre del bacalao”, que no sólo afectaría a sus tripulantes y las naves, sino que afectaría a toda la trama de la administración pública de la nación, poniendo en juego de esta manera su propia moral. 59


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Agradecimientos Inés Rojkind e Inés Yujnovsky por brindarme bibliografía y compartir sus conocimientos. Gabriela Cardozo, Julieta Chinchilla, Mónica Ferraro, Mónica Grosso y Ariel Frank por sus comentarios que en diferentes momentos ayudaron a organizar ideas y escribir el trabajo. Mariano Russo me ayudó a editar las imágenes que ilustran este artículo. Pía Falchi revisó mi pobre traducción del italiano.

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Bibliografía Alonso, P. (1997), ““En la primavera de la historia”. El discurso político del Roquismo de la década del ochenta a través de su prensa”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”. Tercera serie, 15: 35-70. Alonso, P. (2004), “La Tribuna Nacional y Sud-América: tensiones ideológicas en la construcción de la “Argentina moderna” en la década de 1880”, en: Alonso, P. (comp.), Construcciones Impresas. Panfletos, diarios revistas en la formación de los Estados Nacionales en América Latina. 1820-1920, FCE, México, pp. 203-241. Cibotti, E. (1994), “Periodismo político y política periodística; la construcción pública de una opinión italiana en el Buenos Aires finisecular”, Entrepasados. Revista de Historia, 7: 7-25. Delrío, W. (2000), De “salvajes” a “indios nacionales”. Etnogénesis, hegemonía y nación en la incorporación de los grupos aborígenes de Nordpatagonia y la Araucanía (18701899). Tesis para optar al grado de magíster en Historia. Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile, Santiago de Chile. Delrío, W. (2005), Memorias de expropiación. Sometimiento e incorporación indígena en la Patagonia. 1872-1943. Universidad Nacional de Quilmes Editorial, Bernal, Buenos Aires. Losada, L. (2012), Historia de las elites en la Argentina. Editorial Sudamericana, Buenos Aires. Navarro Floria, P. (2004), “Ciencia y discurso político sobre la frontera sur argentina en la segunda mitad del siglo XIX”, en: Navarro Floria, P. (Comp.), Patagonia Ciencia y conquista. La mirada de la primera comunidad científica argentina. Centro de Estudios Patagónicos, Facultad de Cs de la Educación. Universidad del Comahue, Neuquén, pp. 147-176.

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Navarro Floria, P. (2006), “Paisajes del progreso. La Norpatagonia en el discurso científico y político argentino de fines del siglo XIX y principios del XX”, Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales, X, 218(76): http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-76.htm Podgorny, I. (2004), “El Entierro de un Perro”, Revista Todavía, 7: www.revistatodavia.com.ar Santoro, M. (2007), “El enmascaramiento democrático (1880-1916) el régimen oligárquico”, en: Ideas, Política, Economía y Sociedad en la Argentina (1880-1955), editado por: M. Barroetaveña, G. Parson, V. Román, H. Rosal y M. Santoro. Ed. Biblos, Buenos Aires, pp.15-36. Sergi, J. F. (1940), Historia de los italianos en la Argentina. Editora Italo Argentina S.A., Buenos Aires. Yujnovsky, I. (2007), “El espacio, las imágenes y el pasado en el Viaje al país de los araucanos de Estanislao Zeballos (Cap. I)”, en: Yujnovsky, I. (ed.), Fotografías y relatos de viajeros en la construcción simbólica del Estado nacional en Argentina, 1880 –1912, Ms.

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Poblaciones del fin del mundo: etnografía, etnología y arqueología Ivan Briz i Godino

ICREA Researcher at Departament d’Arqueologia i Antropologia-IMF Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Barcelona Associated Researcher. Dept of Archaeology, U. of York. York

Myrian Álvarez

Investigadora Asistente Área de Antropología-CADIC Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Ushuaia

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Dos extremos de un mundo Tierra del Fuego ha sido, para el imaginario de nuestro mundo occidental, la última frontera de la gran época de los descubrimientos, iniciada en el siglo XV. Consecuentemente, esta parte del mundo ha sido entendida siempre como finis terrae: límite entre un mundo propio y apropiado, y otro ajeno e inhóspito; vinculada a una imagen de contacto confuso entre las capacidades humanas para construir nuestra supervivencia y una naturaleza agresiva que, en el extremo austral, mostraba toda su fuerza y poder. Así, nuestra visión de esta parte de Sudamérica se ha caracterizado siempre por entender Tierra del Fuego como un último hito en el avance del mundo moderno y contemporáneo: bajo la óptica de las nuevas clases dirigentes europeas nacidas del comercio y la industria de las ciudades en el s. XIX. Clases dirigentes que, en base a las manufacturas y el comercio, enviarán barco tras barco a explorar el mundo y harán del planeta el ámbito de su economía-mundo (Wallerstein, 1979a y b). Desde su descubrimiento, en los momentos iniciales de las exploraciones europeas en Sudamérica, hasta bien avanzado el s. XIX, Tierra del Fuego siempre ha sido entendida como una región agreste y salvaje, pobre, situada al extremo del mundo (Orquera y Piana, 1995). Región extrema e inhóspita en coherencia con esa situación lejana. Su insularidad característica, que conformaba un mundo casi laberíntico de canales, pequeñas islas, bahías recortadas, rocas, hielo y bosques, no hizo más que reforzar esa visión. La carencia de recursos de interés para las potencias conquistadoras y colonizadoras, junto con unas condiciones de vida adversas para los modelos de colonización propuestos en aquel momento, relegaron el extremo sur americano a un mero papel de estorbo para las comunicaciones marítimas de la nueva economía mundial (Emperaire, 1963; Estévez y Vila, 1997). Fue la expedición de Magallanes y De Elcano, en 1520, en 64


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el primer viaje de circunnavegación del mundo, la que descubrió la buscada conexión entre los océanos Atlántico y Pacífico. Y fue bautizado posteriormente, con el nombre del primero, el límite norte del archipiélago fueguino: el Estrecho de Magallanes. Hasta la apertura del canal de Panamá, en 1914, ésta fue una de las vías marítimas más importantes para el mundo occidental. Durante las primeras épocas del colonialismo europeo en América, el océano Pacífico se encontraba bajo la influencia directa de la Corona de Castilla, que controlaba los dos pasos occidentales hacia los territorios asiáticos: la vía terrestre del istmo centroamericano y la ubicación exacta del paso marítimo entre el Atlántico y el Pacífico. Navegantes como Pedro Sarmiento de Gamboa, Lemaire o Schouten (Beer, 1997; Gusinde, 1986; Orquera y Piana, 1999b), trazaron su interés por la región sobre la base de dos propósitos: I) relevar adecuadamente su hidrografía y costas para mejorar (y controlar) las condiciones de navegabilidad hacia el Pacífico; II) descubrir pasos alternativos al estrecho de Magallanes, que se concretó con el descubrimiento del cabo de Hornos en el año 1616. Las visitas de naves europeas, cuando se realizaban, eran breves y jamás exploraban el interior de la región (Mansur, 2006), puesto que su objetivo era alcanzar los Mares del Sur. Así, la actitud europea más benévola para con Tierra del Fuego se reducía a reconocer la importancia geo-estratégica de la región e intentar controlarla (Belza, 1974; Estévez y Vila, 1997; Ortiz-Troncoso, 1990); bien de forma directa (como en los intentos castellanos de colonización del Estrecho de Magallanes a fines del siglo XVI (Fernández, 1990), bien de forma indirecta (como es el caso de un Imperio Británico decimonónico), creado sobre la capacidad de su flota y sus conocimientos marítimos). De este último ejemplo son los dos viajes oceanográficos de

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Robert Fitz-Roy, realizados en 182653 y 1831, que descubrió importantes elementos geográficos de la región y generó la primera cartografía náutica sistemática de la zona (Fitz-Roy, 1839). Ahora bien, desde los inicios de todas estas exploraciones, el mundo occidental ha sido plenamente consciente de la existencia de la población fueguina. Según las crónicas, cuando Magallanes visitó la región observó columnas de humo en la costa sur y dedujo que eran originadas por los fuegos de las poblaciones indígenas (Pigafetta, 2001). Fue así que surgió el nombre “Tierra del Fuego” para denominar al territorio situado al sur del estrecho. Durante aquella travesía se realizó, además, una visita a un cementerio indígena (Gusinde, 1986). En 1580, Sarmiento de Gamboa, estableció contacto con poblaciones indígenas de la costa norte de la Isla Grande de Tierra del Fuego e intentó secuestrar a una de las personas que se había aproximado a la orilla. Una actitud semejante tendrán diferentes expediciones: R. Fitz-Roy, durante el primer viaje del Beagle entre 1826 y 1830, consiguió secuestrar a una mujer y tres hombres. Entre cada uno de estos dos extremos temporales (siglos XVI y XIX), diferentes expediciones náuticas visitaron Tierra del Fuego y establecieron contacto con sus habitantes; esencialmente, con aquellos grupos que habitan en las costas (Beer, 1997; Gusinde, 1986, II, 1: 48 y ss.; Martinic, 1997; Orquera y Piana, 1999b). El rédito no es excesivamente benévolo para la actitud de los europeos “civilizados” frente a los pueblos supuestamente “salvajes”: abusos, agresiones y secuestros -especialmente de mujeres-, son habituales (Estévez y Vila, 1997; Gusinde, 1986; Orquera y Piana, 1995 y 1999b); generándose así importantes movimientos de los grupos indígenas eludiendo las visitas europeas (Mansur, 2006).

53. - Inicialmente realizado por Philip Parker King y Pringle Stokes. R. Fitz-Roy se sumó a la expedición, asumiendo el mando del HMS Beagle, en 1828.

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Según los documentos de los navegantes occidentales, los pueblos originarios de Tierra del Fuego eran salvajes, peligrosos e inhóspitos, como la tierra en donde vivían. La acusación de antropofagia surgirá del primer “conflicto” explícitamente documentado en esas crónicas, en 1624: varios marineros de la Flota de Nassau murieron a manos de indígenas y sus cuerpos nunca fueron hallados (Gusinde, 1986; Orquera y Piana, 1995 y 1999b). Esta acusación sería repetida por Fitz-Roy casi trescientos años más tarde. Sin embargo, los ataques y abusos sobre poblaciones indígenas no eran registrados con el mismo nivel de “gravedad”. Poco a poco, la imagen de las peligrosas gentes fueguinas va consolidándose. Waalbeck, navegante del siglo XVII, se refería a estas poblaciones en 1643 en los siguientes términos: “Son a la vez malvados y engañadores, mostrando al principio mucha amistad para con el extranjero, con la intención de atacarlo y asesinarlo cuando se les presente la oportunidad. (…) Los navegantes deberán ir prevenidos y no confiar en los salvajes por mucha amistad que éstos fingieren.” (Orquera y Piana, 1999b: 517). Europa, apoyada en sus aisladas y breves visitas, dispuso de un marco geográfico adecuado a donde asimilar una imagen explicativa de las sociedades indígenas, calificándolas de agrestes y salvajes, como la región fueguina. La idea que la vida humana era inviable en esa parte del globo, sin llegar a asumir que se trataba de una región con sus características específicas, completó y reforzó este discurso. El mismo Charles Darwin, miembro de la segunda expedición de Fitz-Roy, explicitó en varias ocasiones sus dudas sobre una misma naturaleza compartida para la raza blanca, a la que él mismo pertenecía, y los indígenas de Tierra del Fuego (2003; Darwin y Burkhardt, 1999). Incluso, tras haber compartido el viaje desde el Reino Unido con las tres personas que, junto a una cuarta, habían sido secuestradas por el capitán 67


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inglés en su primer viaje con la intención de proceder a su “civilización” en Inglaterra. El objetivo de Fitz-Roy era enseñar a las poblaciones indígenas (por intermedio de estas cuatro personas iniciales) el dominio del inglés y los conocimientos de las formas de vida modernas, para que en caso de necesidad brindasen apoyo a los navíos británicos en este punto estratégico de Sudamérica. Tres de estas personas fueron una auténtica curiosidad para las clases altas londinenses. En los diarios de la época hay referencias sobre ellos y fueron recibidos por los reyes de Inglaterra. Permanecieron alrededor de 14 meses en las Islas Británicas bajo los nombres concedidos de Fueguia Basket, Jemmy Button y York Minster. Sus nombres reales eran: El’leparu, O’run-del’lico y Yok’kushlu. La cuarta persona secuestrada fue llamada Boat Memory por Fitz-Roy (se desconoce su nombre real) y murió de viruela al poco tiempo de llegar a Inglaterra (Beer, 1997: 147). Los secuestros y ataques en contra de la población indígena, como los realizados por Fitz-Roy, son una constante existente a lo largo de todo proceso exploratorio y colonizador europeo. Y están especialmente bien documentados en los siglos XIX y XX. Paradójicamente, se producen durante la época del triunfo de una racionalidad científica y social que implicaba el cénit de los valores de la ilustración que había llevado a la Revolución Francesa. Los pueblos originarios de Tierra del Fuego no constituirán una excepción en su alejamiento respecto a la idea occidental de “lo humano”. La inferioridad del “otro”, inferioridad evidente tanto en su debilidad frente a las capacidades del mundo industrial, será la justificación para los ataques y las agresiones. Pese a las diferencias en la interpretación de la causa última: sea el condicionante climático que conforma y determina las actitudes y capacidades de las personas; sea, más tarde, el condicionante genético, materializado en unos rasgos físicos, llamados raza. El hombre blanco (en el sentido más literal del término: apartando a las mujeres) será 68


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siempre el rango máximo y superior en una jerarquía de pueblos. Las capacidades del mundo industrial justificaban (y autojustifican) la validez de la interpretación. Y así, también dentro de la sociedad europea se desarrolló la misma interpretación colocando, de forma “natural”, a la clase dirigente de la nueva Revolución Industrial, por encima de las demás. El evolucionismo biológico que Darwin había empezado a meditar en su viaje en el Beagle, era producto no sólo de sus descubrimientos, sino también del desarrollo de una nueva mentalidad basada en el logro individual, la libre competencia y las diferencias entre clases sociales. La inclusión de Tierra del Fuego en el mundo industrial/occidental en el siglo XIX y el inicio del cambio de las ideas europeas sobre aquél territorio y sus gentes se desarrolló desde dos focos de búsqueda y explotación de los recursos (materiales o intangibles) de la zona (Belza, 1974; Estévez y Vila, 1997; Martinic, 1997). Por un lado, las actividades industriales: explotación de cetáceos marinos, madera, cría de ganado y, más adelante, la búsqueda de oro. Por el otro, la evangelización de las sociedades aborígenes. La historia de esta colonización no es excesivamente diferente de la desarrollada en otras partes del continente americano (Martinic, 1979 y 1997). La sobreexplotación de recursos básicos para las economías aborígenes (Schiavini, 1993; Orquera 2002), el efecto de las enfermedades importadas (Chapman et al., 1995; Hyades y Deniker, 1891) y la represión de las formas tradicionales de vida por parte de las compañías evangelizadoras y civilizadoras condujeron a la progresiva desvertebración social y a la desaparición física de los pueblos de Tierra del Fuego. La violencia directa, destinada a la eliminación efectiva de las gentes indígenas también estuvo presente (Gusinde, 1986; Orquera y Piana, 1999b; Vila y Estévez, 2002).

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Grupos cazadores-recolectores de Tierra del Fuego, según la etnografía tradicional.

El primer foco de colonización se situó al sur. El 14 de enero de 1869, se trasladó desde las Islas Malvinas a Ushuaia (en el canal Beagle) la misión anglicana de la South American Missionary Society. La intención fue cristianizar y, supuestamente en consecuencia, civilizar a la sociedad que habitaba los canales australes. Quedó así establecida la base de la ocupación occidental del sector sur fueguino (Bridges, L., 1978; Despard, 1854 y 1859; Gusinde, 1986; Orquera y Piana, 1999b; Orquera et al., 1981).

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Costa norte del Canal Beagle en las cercanías de Ushuaia. (Fotografía: I. Briz).

La sociedad bautizada como Yaghan, por el misionero T. Bridges, fue denominada más tarde como Yámana a partir de los trabajos de Martin Gusinde (1986) que recogió como gentilicio el término a través del cual se autodenominaban como “seres humanos” (Bridges, T., 1987). El grupo Yámana era una sociedad cazadora-recolectora-pescadora, con tecnología de navegación en canoas, y especializada en la gestión y explotación de los recursos litoral-marinos (Bridges, T., 1873; Chapman et al., 1995; Gusinde, 1986; Hyades y Deniker, 1891; Koppers, 1997; Lothrop, 2002; Orquera y Piana, 1999a y b; entre muchos otros). El traslado de la misión hacia Ushuaia fue el tercer movimiento de la South American en sus intentos de cristianización de la región. El primero, mal organizado y mortalmente fallido, se produjo entre 1850 y 71


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Fotografía de habitantes de la Misión Anglicana en Tekenika (Cortesía de la South American Missionary Society).

1851 bajo las órdenes de Allen Gardiner: todos los integrantes murieron de hambre, frío y enfermedad. Posteriormente la South American desarrolló la política de trasladar grupos Yámana hasta las islas Malvinas, en donde poseía instalaciones, para proceder a su adoctrinamiento por largos períodos de tiempo y retornarlos luego a Tierra del Fuego (Barbrooke, 1927; Bridges, 1978; Gusinde, 1986; Snow, 1857). El grado de acuerdo de los aborígenes con estos trasladados nunca ha quedado claro. Pero sí quedó clara la reacción de estos grupos con posterioridad a estos viajes cuando, al intentar una nueva instalación de

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Fotografía de habitantes de la Misión Anglicana en Tekenika (Cortesía de la South American Missionary Society).

la misión en Tierra del Fuego (en 1859) todas las personas europeas del grupo, excepto una, fueron asesinadas en lo que se conoce como la “Matanza de Wulaia” (Gusinde, 1986; Orquera y Piana, 1999b). Ushuaia fue, por consiguiente, el tercer intento de asentamiento de la South American en la región bajo la figura central de Thomas Bridges, que fue el responsable (tal y como era su objetivo) del inicio de la aculturación de la sociedad Yámana (Orquera y Piana, 1999b). 73


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Bridges se convirtió en el gran narrador de las formas de vida de esa sociedad: aprende su idioma durante su infancia en Malvinas, con los grupos indígenas allí trasladados (Bridges, L., 1978; Bridges, T., 1873 y 1897). Sin embargo, el objetivo de su labor en Tierra del Fuego era recuperar aquellas almas para la civilización y la religión auténtica. Por lo tanto, su interés por las formas de vida indígenas no será equiparable al de la etnología o la antropología: las informaciones de él surgidas (y que constituirán buena parte de los datos empleados por otras voces, como por ejemplo Bove (1883) (Orquera y Piana, 1999b)) servirán para ampliar la visión occidental de aquellos grupos, pero bajo la óptica del movimiento misional de la Inglaterra de la segunda mitad del s. XIX. El segundo de los polos de penetración de la sociedad occidental se situará, curiosamente, en posiciones antagónicas religiosa y geográficamente. Se produce en la costa norte del Estrecho de Magallanes, donde se ubica la ciudad chilena de Punta Arenas (en 1848) localizada en posición estratégica para el comercio mundial. Dos jóvenes estados surgidos de la descomposición del Imperio español (Argentina y Chile), han iniciado una política de expansión hacia el sur reivindicando territorios no ocupados previamente por los virreinatos españoles. Situada en el continente, Punta Arenas se encuentra ubicada en la zona de contacto de tres grupos indígenas: las sociedades Aonikenk y Kawésqar, con contacto directo, y, indirectamente, los grupos Selk’nam, situados al otro lado del estrecho. Los grupos Aonikenk o Tehuelches eran cazadores-recolectores que habitan en la estepa de la Patagonia continental y la cordillera de los Andes. El grupo Kawésqar (también denominado por la etnografía Halakawlup) era un grupo cazador-recolector-pescador, también con capacidad de navegación y especializados en la gestión de los recursos marinos, cuyo territorio asignado por la etnografía abarcaría parte del mundo insular continental de la costa pacífica austral de Sudamérica y parte de los canales e islas occidentales del archipiélago fueguino (Borrero, 1997; Chapman et al., 1995; Gusinde, 1986; Martinic, 1997; Orquera y Piana, 1995; Prieto, 2005). 74


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Este segundo foco implicará una mayor penetración de la colonización estrictamente productiva: la estepa magallánica, dominante en el interior de la Isla Grande, será un territorio excelente para la producción ganadera. Y la llegada de las grandes producciones agropecuarias a la isla incidirá sobre el tercer grupo indígena: la sociedad cazadora-recolectora Selk’nam (u Onas) (Beauvoir, 1998; Borrero, 1991 y 1997; Bridges, L., 1978; Bridges, T., 1897; Chapman, 1986; Gallardo, 1998; Lista, 1887; Mansur, 2003; Massone, 2003; Massone et al., 1993). A diferencia del ámbito del canal Beagle y los canales del sur, en la parte norte del archipiélago la presencia evangelizadora será de la Iglesia Católica (Gusinde, 1986), con especial relevancia los religiosos de origen italiano, De Agostini (1956). En la Isla Grande de Tierra del Fuego, en 1896, se instala una de las misiones salesianas al norte de la actual ciudad de Río Grande. No será ésta la única misión salesiana de la zona: la totalidad de la Isla Dawson se convertirá en una inmensa zona de confinamiento para aquellos grupos de indígenas Selk’nam y, en menor grado, Kawésqar, que hayan conseguido sobrevivir a las enfermedades europeas, la carestía de recursos y, también, a las partidas de “caza de indios” que persiguen evitar el uso de las cabezas de ganado, propiedad privada, como alimento (Gusinde, 1986). Las políticas expansivas de los dos estados de la zona, intentando controlar el mayor volumen de territorio posible, implicarán activas políticas de ocupación con el envío de elementos de la estructura estatal y empresas de colonización. Argentina fundará (en el emplazamiento de la misión anglicana) la ciudad de Ushuaia (1884), seguida, mucho más tarde de Río Grande (1921). Chile, desde Punta Arenas (1848), construye la actual capital de la provincia chilena de Tierra del Fuego: Porvenir (1894), y, también, en el canal Beagle, en la costa sur, sobre la isla Navarino, Puerto Williams (1953).

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Estos focos de incidencia occidental implicaban la multiplicación de empresas, trabajos y personas. Las estancias ganaderas se expanden por la región. El conflicto entre el mundo industrial y el cazador-recolector se desarrolla de forma similar y, a la vez, diferente para los grupos aborígenes. Similar en tanto que su desaparición como grupos socialmente vertebrados y poblaciones físicas; diferente en tanto que los procesos históricos en que se desarrolla esta desaparición para cada uno de los grupos. La sociedad Yámana sufrirá una disolución paulatina, si bien carente de violencia directa, no por ello carente de agresión (Orquera, 2002; Vila y Estévez, 2002). La sociedad Kawésqar seguirá los mismos pasos, pese a poseer un mayor conjunto de encuentros violentos tanto con expediciones de exploración (y, por tanto desde momentos tempranos) como establecimientos colonizadores (Orquera y Piana, 1999b). Sin duda, la sociedad Selk’nam, restringida al interior de la Isla Grande en donde ha de competir con las nuevas estancias ganaderas, será la que protagonizará un conflicto violento más destacado (Gusinde, 1986; Vega y Grendi, 2002). Según sus propias palabras (expuestas hoy día en el Museo Salesiano de Punta Arenas), el papel de las misiones católicas fue la de intentar articular una posibilidad conciliadora entre aquellos dos mundos enfrentados. Las deportaciones a la isla Dawson fueron una de las medidas implementadas en esa línea. La desaparición de la sociedad Selk’nam se añadiría a las restantes… El incremento de presencia occidental en la zona (y, por tanto, de su nivel de conocimiento) fue de la mano del desarrollo de las mentalidades europeas (Estévez y Vila, 1997; Orquera y Piana, 1995; Orquera et al., 1981).

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El evolucionismo darwinista explicará las sociedades fueguinas como atavismos de un pasado primigenio producto del aislamiento del territorio. En base a esta concepción, las poblaciones fueguinas se convirtieron en objeto de interés para una ciencia positivista-racionalista: por ejemplo, los trabajos realizados por la Mission Scientifique du Cap Horn, centrados en la sociedad Yámana, y desarrollados entre 1882 y 1883 (Chapman et al., 1995; Hyades, 1884 y 1885; Hyades y Deniker, 1891; Martial, 1888). Estos trabajos incluían una gran acumulación de datos empíricos característicos de las obras del s. XIX: desde ajustadas descripciones de la tecnología implementada por aquella sociedad cazadorarecolectora-pescadora hasta ajustadas medidas cranimétricas típicas de la época o la compra de cadáveres a los familiares de las personas difuntas para su posterior traslado al Musée de l’Homme de París. El hito máximo de compilación de información etnográfica sobre las sociedades fueguinas se produjo ya bien entrado el s. XX, en un marco de plena colonización y aculturación del mundo magallánico-fueguino. Los trabajos del etnólogo y religioso Martin Gusinde se desarrollan en la primera mitad del pasado siglo, en paralelo a los trabajos de Samuel K. Lothrop (2002 original: 1928) que utilizó, también, gran cantidad de datos procedentes de Lucas Bridges para la sociedad Selk’nam, y que aparecieron publicados en 1933 (Mansur, 2006). En esta obra Los indios de Tierra del Fuego (1986), se recogía exhaustivamente, desde el posicionamiento del particularismo histórico característico de la Escuela de Viena, toda la información posible sobre los cuatro grupos magallánico-fueguinos delimitados por la etnografía: Yámana, Kawésqar, Selk’nam y Haush (esta última, sociedad cazadorarecolectora localizada en la península Mitre de la Isla Grande de Tierra del Fuego) (Orquera y Piana, 1995; Estévez y Vila, 1997; Ruiz del Olmo, 2002). Para ello, Gusinde utilizó los conceptos interpretativos esenciales de esa escuela, tradicionalmente empleados para explicar la región y sus gentes: el arrinconamiento y el aislamiento geográfico de las poblaciones 77


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fueguinas como elementos causales de sus condiciones y rasgos. Nuevamente, el mundo occidental empleaba, inconscientemente, su propia realidad para explicar las sociedades fueguinas. Las identificaciones etnológicas realizadas por Gusinde, empleaban criterios trasferidos desde una Europa inmediatamente posterior (en términos históricos) a las revoluciones nacionalistas burguesas del s. XIX y avanzando por el período de entreguerras. La utilización del criterio lingüístico para la identificación de “culturas”, asignándoseles territorios con delimitaciones vinculadas a accidentes geográficos, corresponde a la construcción de los estados-nación europeos. Así, la “aparición” del grupo Haush en la Península Mitre, en la zona donde la cordillera de los Andes no “separa” a los grupos Selk’nam y Yámana, resulta sintomática (Vila et al., 2006); especialmente, si tenemos en cuenta que la imagen etnográfica los sitúa, respecto a las formas de vida, como un grupo mixto entre los dos anteriores. La obra de Gusinde, en realidad, constituye un registro de la memoria histórica de una población ya plenamente aculturada. No obstante, documenta los más diversos ámbitos de la vida: desde los alimentos y su procesado, la tecnología, la organización del parentesco, pasando por las características y construcción de los hábitats, etc.... Como religioso que era, Gusinde se esforzó especialmente en una comprensión del mundo espiritual de los diferentes grupos, concentrándose en dos elementos clave: la documentación de la mitología y formas rituales (especialmente en el caso de las ceremonias (Chapman, 1997) Yámana (Gusinde, 1986; Koppers, 1997) y Selk’nam (Gusinde, 1986)), y la necesidad de demostrar el monoteísmo subyacente en la ideología espiritual de estas sociedades. El objetivo último de Gusinde, además de documentar los últimos restos de memoria sobre una forma de vida ya desaparecida, fue intentar incorporar a las sociedades fueguinas desde un posicionamiento que se aproxima a la concepción roussoniana, al común de “lo humano”. Y lo realizó de dos formas. En primer lugar, recuperó desde la óptica del particularismo 78


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culturalista, las formas de vida tradicionales a las que consideró efectivas en tanto que específicas del mundo fueguino. En segundo lugar, incorporó el mundo espiritual indígena, al criterio de complejidad y riqueza religiosa que era referente para un sacerdote: el monoteísmo. Es esta la época en que se inician, lentamente, los trabajos arqueológicos en la zona: intentando explicar la ocupación humana de la región y su cronología. Los trabajos de Junius Bird (1938, 1980 y 1988) para la parte más austral de la región, así como los trabajos de Joseph Emperaire (Emperaire, 1963; Emperaire et al., 1963) más al norte, constituyen los primeros intentos de ver la historia de las sociedades fueguinas entendida como un proceso socio-histórico. El mismo Gusinde asumirá, parcialmente, esta línea interpretativa para su obra; negándola, al mismo tiempo, para las personas que estaban actuando como sus informantes. Es decir, considera válida la información que le ofrecían personas plenamente aculturadas para documentar las formas de vida del pasado. Obviando, consecuentemente, aquel proceso histórico. A lo largo de esta breve revisión de la historia fueguina (es decir, tan sólo desde que nuestro mundo occidental ha tenido constancia de la existencia de aquella parte del mundo y sus gentes) hemos podido observar cómo occidente ha ido construyendo una imagen sobre las poblaciones fueguinas. Imagen cuya evolución y desarrollo se ha trazado tanto en base a la ocupación efectiva de Tierra del Fuego como, sobre todo, a los diferentes cambios que las sociedades europeas han desarrollado a lo largo de estos más de 400 años en su forma de entender el mundo. Así, curiosamente, las diferentes imágenes de la gente fueguina que hemos podido revisar brevemente, han sido más nuestro propio producto (del mundo occidental-industrial) que el resultado de un esfuerzo por comprender lo diferente. El desarrollo de la región ha continuado hasta la actualidad. Y, hoy en día, Tierra del Fuego es, por encima de todo, un destino turístico. 79


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Las ciudades de Ushuaia o Punta Arenas son centros de turismo de alto nivel, especialmente para personas de Europa y los Estados Unidos de América. Las referencias a las sociedades fueguinas se ven ajustadas a las vitrinas de los museos, nombres de calles en lenguas aborígenes o, más evidentemente, las tiendas de souvenirs y recuerdos: algunas reproducciones de objetos indígenas, copias de fotografías antiguas y abundante bibliografía (con especial importancia de las obras redactadas por los miembros de la familia Bridges). El reclamo para gran parte de estos viajes continúa siendo conocer el Fin del Mundo. Y la inmensa mayoría de las gentes aborígenes fueguinas ha desaparecido bajo la ola de colonización iniciada a finales del s. XIX y continuada hasta el presente. Existen colectivos revindicados a sí mismos como miembros de las sociedades fueguinas o, también, como descendientes de aquellas. En algunos casos se reduce a personas aisladas, en otros a colectivos más o menos numerosos, que llevan una vida plenamente aculturada y occidental. En la pasada década de los años sesenta, la antropóloga Anne Chapman desarrolló una ingente labor de recopilación de documentación sobre la tradición oral entre las gentes descendientes de la sociedad Yámana y, sobre todo, Selk’nam. Uno de los fragmentos documentados por Chapman, referido a las gentes Yámana bajo influencia de la misión anglicana, recogía la imagen que la sociedad Yámana generó para explicar su historia en relación a la ocupación de la sociedad occidental y la evangelización (Chapman et al., 1995: 24): “La abuela Julia m’a parlé des missionaires de Douglas; il fallait faire ce qu’ils ordonnaient. Elle disait qu’une fois un bateau de ces mêmes Anglais était venu apporter des vêtements, des provisions, et des couvertures avec du poison et presque tous en sont morts. C’est de cela que m’a parlé la grand-mère Julia parce qu’elle y était à cette époque. Elle disait qu’ils donnaient des vêtements aux compatriotes et que ceux-ci s’habillaient 80


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avec, et peur après ils disparaissaient tous, tous les anciens. Lorsqu’ils mangeaient du pain n’importe quoi, s’il y avait du poison, ils mouraient. Les gringos leur donnaient du poison parce qu’ils n’obeissaient pas -de tout cela la grand-mère Julia m’a parlé. Les gringos se fâchaient contre eux car ils ne voulaient pas apprendre, pas étudier l’anglais. Les missionaires voulaient en terminer avec les compatriotes parce qu’ils étaient mauvais, parce qu’ils se tuaient entre eux - tout cela, la grande-mère Julia me le disait.”.54

Arqueología y etnología de Tierra del Fuego Durante las glaciaciones del Pleistoceno (que comenzó hace un millón ochocientos mil años antes del presente y finalizó hace, aproximadamente, 10.000 años) amplias zonas de las actuales Europa, Asia y América estaban cubiertas por grandes masas de hielo. El nivel del mar era más bajo que el actual y muchas porciones de tierras que hoy están sumergidas en el mar se convirtieron en puentes terrestres. Como consecuencia de este fenómeno, durante varios miles de años América estuvo unida a Asia por donde actualmente se encuentra el estrecho de Bering. Las evidencias arqueológicas existentes indican que el proceso de poblamiento de América se produjo por esa ruta desde el noreste asiático y fue protagonizado por grupos de nuestra sub-especie: Homo sapiens sapiens. A través del puente de Bering se produjo el avance de las poblaciones que exploraron y colonizaron un vasto territorio caracterizado por la riqueza de recursos y su biodiversidad. Entre 12.000 y 10.000 años antes 54. - “La abuela Julia me habló de los misioneros de Douglas; había que hacer lo que ellos mandaban. Ella decía que, una vez, un barco de estos mismos ingleses había venido para traer vestidos, provisiones y ropa de cama con veneno y casi todo el mundo murió. Es de esto que me habló la abuela Julia, porque ella estaba en aquella época. Ella decía que ellos entregaban ropas a nuestros compatriotas y que aquellos que se vestían con aquellas ropas, al poco tiempo, desaparecían todos, todos los antiguos. A partir que comían pan, no importa qué, si llevaba veneno, morían. Los gringos les daban veneno porque no obedecían – de todo esto, la abuela Julia me habló. Los gringos se enfadaban con ellos porque no querían aprender, no querían estudiar inglés. Los misioneros querían terminar con nuestros compatriotas porque eran malos, porque se mataban entre ellos –todo esto la abuela Julia me dijo.”

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del presente, los primeros grupos humanos llegaron a la porción más austral del continente: el archipiélago magallánico-fueguino.

Sociedades cazadoras-recolectoras en el extremo sur de América El archipiélago magallánico-fueguino está conformado por numerosas islas, estrechos y canales, en las que se alternan mesetas áridas y profusos bosques del género Nothofagus. La Isla Grande de Tierra del Fuego, dividida políticamente en la actualidad entre Argentina y Chile, es la de mayor superficie de la región. Dentro de este conjunto se destacan además, las islas Hoste, Navarino, Santa Inés, Dawson, Clarence, Desolación (todas ellas, actual territorio chileno) y la Isla de los Estados (Argentina). En la Isla Grande de Tierra del Fuego se pueden distinguir, a nivel de ecosistemas, dos regiones diferentes separadas por la Cordillera de los Andes: la del norte, caracterizada por la presencia de un paisaje de tipo estepa, y la del sur, definida por la presencia de densos bosques y costas abruptas con extensos acantilados interrumpidos por bahías que albergan playas de poca extensión. En el sur y oeste de la isla, el clima es de tipo oceánico con un elevado índice de precipitaciones, por el contrario hacia el norte y este se incrementa sus rasgos de continentalidad, con diferencias estacionales más marcadas. Durante el Pleistoceno esta región estuvo sometida a una intensa actividad glaciar. Desde la cordillera Darwin fluía un glaciar de descarga que alcanzaba la plataforma submarina Atlántica a través del valle ocupado hoy por el canal Beagle (Rabassa et al., 2000). Luego de la retirada del glaciar, el agua resultante de la fusión transformó al valle del Beagle en un lago glaciar rodeado por una estepa de gramíneas. La apertura al mar debió de producirse alrededor el 8.000 antes del presente (ídem). 82


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Tierra del Fuego fue una de las últimas masas terrestres americanas en ser poblada por grupos humanos en el pasado. La llegada de estos primeros habitantes también se vincula estrechamente con las últimas glaciaciones del Pleistoceno. Durante esta época, el nivel del mar se encontraba entre unos 60 y 40 metros por debajo del nivel actual y la isla estaba unida al continente por un paso terrestre formado por morrenas glaciares entre la Primera y Segunda Angostura. Ese puente desapareció aproximadamente hace 8.000 años, cuando se produjo la apertura del actual estrecho de Magallanes al mar, que separó definitivamente la isla del continente (Massone, 1990; Miotti y Salemme, 2004). Consecuentemente, las evidencias paleoambientales indican que la llegada de los primeros grupos humanos debió producirse en un período que abarca desde los 13.000 hasta los 8.000-6.000 años antes del presente. Las primeras ocupaciones humanas conocidas en el archipiélago fueguino, corresponden precisamente a esa época y se encuentran en el norte de la Isla Grande, en los yacimientos arqueológicos de Tres Arroyos y Marazzi. Ambos se encuentran localizados en el actual territorio de Chile, separados entre sí por 30 kms y situados en la estepa patagónica característica del interior de la isla. En Tres Arroyos las primeras evidencias de actividad humana poseen dataciones C14 que abarcan del 11.880+250 al 10.280+110 antes del presente (Miotti y Salemme, 2004). En estos niveles se encontraron huesos de caballo fósil (Hippidon sp., el caballo nativo americano, extinguido anteriormente al momento de llegada de Europa (Massone, 1987)) y guanacos, que presentan huellas de haber sido procesados por seres humanos. Se identificaron también restos de zorro extinto, aves, roedores y huesecillos dérmicos de un mamífero endémico de Patagonia, que se extinguió a inicios del Holoceno: el Mylodon (Mylodon darwinii listai). Todos estos restos aparecen junto a diferentes artefactos líticos de claro origen humano (Massone, 1987 y 1990).

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En el caso del yacimiento Marazzi, la primera ocupación humana posee un fechado de 9.590+210 antes del presente (Miotti y Salemme, 2004). En estos niveles se encontraron restos óseos correspondientes a fauna no extinta (con especial énfasis en el guanaco (Lama guanicoe)) junto a artefactos líticos, boleadoras y residuos de los trabajos de producción de artefactos líticos mediante la talla (Morello, 2000). Posteriormente, se inicia una larga ocupación de la isla que perdura hasta la época de la llegada de la sociedad europea. Sin embargo, se desarrollaron en la región dos formas de vida, dos modalidades de interacción y gestión del ambiente significativamente diferentes: los grupos cazadores-recolectores-pescadores del mar y los grupos cazadores-recolectores terrestres.

Dos ejemplos concretos Las sociedades cazadoras-recolectoras del interior de la Isla Grande de Tierra del Fuego Con la llegada de las expediciones europeas, en un primer momento, y la ocupación final del territorio fueguino por las poblaciones occidentales posteriormente, se inició el proceso de desaparición de los grupos indígenas magallánico-fueguinos, como ya hemos visto en páginas previas. Y, al mismo tiempo, se incorporan estos grupos a los registros etnográficos y etnológicos de nuestra sociedad. Ya hemos visto cómo la visión que Europa (y el mundo occidental) posee de la realidad fueguina estaba supeditada por las propias condiciones socio-históricas. Hemos de ser conscientes de la “vulnerabilidad” de cualquier documento histórico, etnológico o no: lógicamente, la observación realizada y el registro documental desarrollado están, también, igualmente supeditados a nuestro punto de partida propio. Con un condicionamiento añadido: la generación de un registro documental (nuestros libros, periódicos, también los 84


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audiovisuales, etc...) se desarrolla conscientemente bajo la posibilidad que sea leído por otras personas. Así pues, los documentos etnográficos y etnológicos sobre las sociedades de Tierra del Fuego están subjetivamente condicionados. Pese a esto, y desde una perspectiva etnoarqueológica en donde las fuentes etnológicas pueden ser contrastadas con los resultados de la investigación arqueológica (Estévez y Vila, 1996 y 2006), son importantes los volúmenes de información que, con las debidas cautelas, podemos emplear para conocer las formas de vida de los grupos fueguinos. Como ya hemos visto en páginas anteriores, la sociedad cazadorarecolectora terrestre de la Isla Grande de Tierra del Fuego, identificada por la etnografía, fue la sociedad Selk’nam. Para los momentos anteriores a la llegada de los europeos a la región, la información arqueológica ha permitido constatar en el centro y norte de la isla la presencia de sociedades cazadoras-recolectoras nómadas terrestres que explotaban alternativamente, los recursos de los distintos ambientes: las estepas del norte la zona, el pedemonte septentrional boscoso del centro y la costa Atlántica. Su subsistencia se basaba en la caza del guanaco combinada con el aprovechamiento de recursos marinos (Borrero, 1979 y 1989; Mansur et al., 2000; Salemme y Bujalesky, 2000). Para llevar a cabo esta explotación confeccionaron instrumentos de piedra ligeros que les permitían transportarlos entre las diferentes localidades. Las materias primas seleccionadas para su confección proceden de los Andes Fueguinos, pero se encuentran disponibles también en depósitos recientes, transportadas por los procesos erosivos (Mansur et al., 2000). La explotación y el consumo de guanacos también fue central dentro de la economía Selk’nam que cazaban con arcos y flechas (Chapman, 1990; Gusinde, 1986). Del guanaco, no sólo aprovechaban su carne sino también la piel (para vestimenta y construcción de hábitats) y tendones y huesos para la fabricación de diferentes instrumentos. También obtenían roedores, aves y moluscos. 85


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La gente Selk’nam tenía un elevado nivel de desplazamientos en grupos pequeños desde el interior hacia la costa. Si bien hay indicios claros del aprovechamiento, también, de recursos marinos, no podemos considerar que existió una gestión especializada de los mismos. En estos movimientos, la recurrencia de la utilización de los asentamientos era poco frecuente. La sociedad Selk’nam dividía su territorio en dos regiones limitadas por el río Hurr (actual río Grande): Párik (que abarca las praderas del norte) y Hérsk (que coincide con los bosques y colinas del sur). Estas dos regiones se encontraban sub-divididas en porciones de territorio más pequeñas, que denominaban haruwen, en donde vivían grupos de familias emparentadas (Gusinde, 1986). A diferencia de los grupos cazadores-recolectores-pescadores, la forma de vida Selk’nam sí empleaba la vestimenta como elemento de protección frente a la climatología fueguina: utilizaban largos mantos de piel de guanaco, zorro, o cururo (Spalacopus cyanus) que llegaba, en el caso de los hombres hasta los tobillos, y en el caso de las mujeres hasta las rodillas. Además, extendían por todo el cuerpo grasa de guanaco mezclada con ocre a modo de protección contra el frío y la humedad. Los hombres se colocaban sobre la frente, como distintivo de su condición de adultos y cazadores, tocados específicos realizados con la piel gris de la frente de los guanacos (Gusinde, 1986). La situación de la mujer en la sociedad Selk’nam, se caracterizaba por una fuerte presión patriarcal, con preeminencia socio-económica de los hombres (Chapman, 1997). Entre las diferentes ceremonias ideológico-rituales, una de las más importantes es el Hain. Esta ceremonia poseía dos objetivos: por un lado, la iniciación de los hombres jóvenes a la vida adulta, y, por el otro, reafirmar la superioridad de los hombres sobre las mujeres (Chapman, 1997). Para ser reconocidos como adultos, los jóvenes iniciandos debían soportar distintas exigencias, como por ejemplo una 86


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alimentación escasa y la privación del sueño. Durante el transcurso de la ceremonia se desarrollaban diferentes danzas y cánticos (Chapman, 1997; Gusinde, 1986). El Hain se celebraba en chozas especiales de gran tamaño, construidas para tal fin. Durante su desarrollo, los hombres adultos utilizaban máscaras y pintaban sus cuerpos representando diferentes espíritus (Gusinde, 1986). El acceso a esa choza estaba absolutamente prohibido a las mujeres; incluso un acercamiento excesivo podía ser reprimido mediante la violencia. Las mujeres sólo participaban como público y permanecían en un campamento situado a unos 200 metros de la choza del Hain ignorando, supuestamente, que aquellos espíritus eran hombres disfrazados. Precisamente, uno de los aspectos centrales del Hain era revelar a los varones iniciados que los espíritus eran hombres disfrazados, y el mito fundacional Selk’nam, que permitía reafirmar la supremacía masculina. Según este mito, en tiempos remotos la superioridad social estaba en manos de las mujeres, bajo el mando de la Luna; y éstas, disfrazándose de espíritus, hacían creer a los varones que éstos las respaldaban. El Sol descubrió el engaño, los varones dieron muerte a todas las mujeres adultas y decidieron aplicar en provecho propio aquel engaño. La Luna fue la única adulta que escapó de la masacre, huyendo al cielo, donde sigue siendo perseguida constantemente por el Sol (Chapman, 1997).

Los grupos cazadores-recolectores-pescadores del mar En la porción más austral y en la franja pacífica del área de los canales magallánico-fueguinos se asentaron, a partir del séptimo milenio antes del presente, grupos cazadores-recolectores-pescadores con un modo de vida orientado hacia la explotación y gestión de recursos marinos. Estos grupos se caracterizaron por el desarrollo de una tecnología de navegación mediante la cual se desplazaban por los canales e islas que conforman el archipiélago Magallánico-Fueguino.

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Grupo de concheros en la costa norte del Canal Beagle, en la desembocadura del Río Encajonado (Fotografía: I. Briz).

Las evidencias más antiguas se han recuperado en dos regiones: la primera zona se encuentra en el noroeste del archipiélago (en el seno Otway) y en la costa continental del estrecho de Magallanes (Ortiz Troncoso, 1979; Legoupil, 1997); la segunda, en el sur, sobre la costa norte del canal Beagle y en la isla Navarino (Legoupil, 1994; Orquera y Piana, 1999a; Ocampo y Rivas, 2001; Orquera et al., 2011). Si bien estos grupos de una y otra región presentan diferencias en algunos aspectos de su tecnología, es indudable que ambos realizaban una gestión y explotación especializada de los recursos del mar. Este modo de subsistencia se basaba en el aprovechamiento intensivo para el consumo directo de dos especies de pinnípedos: el lobo 88


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marino de dos pelos (Arctocephalus australis) y el lobo marino de un pelo (Otaria flavescens). El alto valor energético de ambas especies explica su papel destacado dentro de los recursos alimentarios explotados por estos grupos. Los lobos marinos son animales de mucho volumen corporal y grasa abundante, que constituye una fuente concentrada de calorías. De acuerdo a las investigaciones realizadas, cada animal de tamaño medio podía satisfacer las necesidades de un grupo de siete personas por más de tres días (Orquera y Piana, 1999a). El análisis de los caninos de los pinnípedos recuperados en los sitios arqueológicos (Schiavini, 1993) indica que las presas debieron de ser capturadas principalmente en el agua: gran parte de los ejemplares fueron cazados durante los meses de otoño e invierno, cuando estos animales pasan gran parte del día alimentándose en el mar. Sólo en la época de reproducción, durante los meses de verano, es posible sorprenderlos en tierra. Es por ello que para poder realizar un aprovechamiento intensivo de lobos marinos durante todo el año y suplir los requerimientos metabólicos que imponía el ambiente (el clima frío y húmedo de Tierra del Fuego, junto con la ausencia de vestimentas de protección, era combatido mediante la ingesta de grandes volúmenes de calorías y el uso constante de fuego para mantener el calor corporal), los grupos cazadores desarrollaron medios tecnológicos eficaces para su captura: arpones de punta separable y embarcaciones (Orquera y Piana, 1999a). Los arpones estaban compuestos de una punta ósea realizada generalmente con huesos de cetáceo, unida débilmente a un mango de madera de tal forma que, en el momento del impacto, se desprendía de aquél. De esta manera el mango no sólo ofrecía la masa necesaria para penetrar la piel de los lobos marinos sino que también obstaculizaba la huída de la presa y permitía ubicarla cuando se hundía en el agua. Las investigaciones arqueológicas en el área demostraron que este tipo de arpones estaban presentes ya desde los momentos más tempranos de ocupación del área (Orquera y Piana 1999a). 89


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Lo mismo ocurre con la existencia de medios de navegación. La disponibilidad de embarcaciones hace 6.000 años fue inferida, sin embargo, a partir de indicadores indirectos, debido a que la madera no se conserva en ambientes húmedos: • Los fechados de los sitios arqueológicos provenientes de isla Navarino localizada al sur del archipiélago, demuestran que fue ocupada desde hace 6.000 años antes del presente y no es posible acceder a ésta si no es a través de algún tipo de embarcación (Orquera y Piana, 1999a). • En los sitios arqueológicos antiguos fueron recuperados prácticamente todos los huesos del esqueleto de lobos marinos, en proporciones sensiblemente similares. Esto significa que el trozamiento y procesado de las presas se realizaba en los asentamientos. Dado que es casi imposible transportar carcasas completas a través de terrenos irregulares y abruptos, estos datos apuntan a un transporte con la ayuda de una embarcación. A estos datos se le suma la temprana presencia de arpones de punta separable y la caza de pinnípedos a lo largo del ciclo anual (Orquera y Piana, 1999a). La obtención de recursos para el consumo directo, además de los lobos marinos, incluía la pesca, la caza de aves y guanacos, la recolección de moluscos y el aprovechamiento ocasional de cetáceos, probablemente cuando se encontraban varados en las proximidades de la costa. No hay indicios de armas específicas para la captura de cetáceos grandes (Orquera y Piana, 1999a). Pese al evidente papel destacado del lobo marino en la dieta de estos grupos, debemos asumir una interesante variabilidad y diversidad que irá cambiando a lo largo de los 6.000 años de historia de estas poblaciones, como por ejemplo en relación al papel jugado por el pescado (Juan-Muns, 1994; Zangrando, 2003). Para la producción de instrumentos necesarios para la obtención y procesamiento de los diferentes recursos, utilizaban rocas que obtenían 90


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en las proximidades de las costas, huesos de los animales que capturaban y también moluscos. Las materias primas líticas más utilizadas por los grupos que habitaron en la costa norte del canal Beagle para la confección de instrumentos líticos eran riolitas y tobas de grano fino, procedentes de la cordillera de los Andes, que en la Isla Grande se encuentra en sus últimas estribaciones antes de sumergirse en el mar. Sin embargo, todo indica que la recolección de estos materiales se realizaba en las playas donde habían sido arrastradas por la acción de ríos y glaciares (Álvarez, 2003; Terradas, 2001). La observación microscópica de los filos de estos instrumentos permite determinar los procesos de trabajo en los que fueron usados, como por ejemplo el procesado de presas, la preparación de pieles, el corte y raspado de madera y para el trabajo sobre hueso, posiblemente con el propósito de confeccionar instrumentos (Álvarez, 2002 y 2003; Clemente, 1997; Briz, 2010). Las puntas de arma sobre piedra para la caza de animales también fueron utilizadas por estas sociedades litorales. Este tipo de artefacto aumentó su presencia a partir de, aproximadamente, 4.000 años antes del presente, y presenta diseños variados (Orquera y Piana, 1999a); pero es alrededor del 1.400 antes del presente cuando las sociedades del ámbito del canal Beagle desarrollan una tecnología capaz de alcanzar las presas a una mayor distancia: el arco y la flecha. Si nos concentramos en la porción noroccidental del archipiélago, en las cercanías del estrecho de Magallanes, también podemos identificar dinámicas localmente específicas para la fabricación de instrumentos líticos. En esta parte de Tierra del Fuego se utilizó de forma destacada la obsidiana como materia prima para la manufactura de instrumentos (Schidlowsky, 2001). La buena calidad para la talla por percusión de 91


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esta roca, junto por la presencia de fuentes de aprovisionamiento en las proximidades de esta región (Stern y Prieto, 1991) debieron ser factores decisivos para su explotación (Legoupil, 1997; Schidlowsky, 2001). Por el contrario, en la costa norte del canal Beagle sólo fueron recuperados unos pocos artefactos y algunas lascas de obsidiana similar a la de Otway (Orquera y Piana, 1999a; Álvarez, 2003). La distancia a la fuente de aprovisionamiento sumado a que esos artefactos no fueron utilizados ni explotados sistemáticamente, sugieren que se trata de materiales no habituales, quizás obtenidos por intercambio con los grupos nor-occidentales (Álvarez, 2004). Las herramientas de hueso alcanzan, entre los grupos cazadoresrecolectores-pescadores, proporciones destacadas que no encuentran paralelo con ningún otro pueblo de la Patagonia. Además de los distintos tipos de arpones antes mencionados, se fabricaron cuñas con hueso de cetáceo, cinceles con huesos de lobo marino, punzones huecos con huesos de ave, y macizos realizados sobre huesos de guanaco (Orquera y Piana, 1999a). Muchos de estos instrumentos óseos presentan motivos geométricos decorados mediante incisión. La decoración del hueso es característica tanto de los pueblos canoeros del canal Beagle como los del seno Otway y el estrecho de Magallanes (Legoupil, 1997). La mayor cantidad de objetos grabados se concentran en los inicios de la ocupación humana de la región, entre el 6.200 y el 4.000 antes del presente, e indican una red de comunicación visual entre ambas regiones que decayó posteriormente, cuando esos grupos estaban ya plenamente establecidos en la región (Fiore, 2006). Con excepción de las puntas de arpón se desconoce cómo y para qué fueron utilizados los instrumentos óseos. De acuerdo con la información etnográfica correspondiente a los siglos XIX y XX, las cuñas podrían haber sido utilizadas para la extracción de corteza de los árboles y los punzones huecos para los trabajos de cestería.

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Materiales líticos y faunísticos “in situ” en el sitio “Lanashuaia II”, Estancia Harberton, costa norte del canal Beagle. (Fotografía: I. Briz). 55

También se utilizaron valvas de mejillones (mitílidos) para la confección de instrumentos de filos recortados y afilados por pulimento; así como valvas de fissurella y huesos de ave para la realización de cuentas de collar (Orquera y Piana, 1999a).55 Los grupos cazadores-recolectores-pescadores eran nómadas, se desplazaban con frecuencia y no permanecían mucho tiempo en un mismo sitio, impidiendo la sobreexplotación de recursos de una determinada zona. Las actividades cotidianas se concentraban fundamentalmente a lo

55. - Los trabajos de excavación de Lanashuaia II se desarrollan en el marco del proyecto “Social aggregation: a Yámana Society’s short term episode to Analyse Social Interaction” de la Wenner-Gren Foundation for Anthropological Research (Estados Unidos), desarrollado conjuntamente por un equipo Argentino-Catalán.

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Trabajos de excavación en el sitio “Lanashuaia II”. (Fotografía: I. Briz).

largo de la costa. En los asentamientos se encendían fogatas y se llevaban a cabo distintas tareas como el trozamiento y consumo de las presas, la elaboración de instrumentos líticos u óseos, o el trabajo de la madera para la fabricación de mangos y astiles. La mayoría de estos asentamientos eran reocupados de forma recurrente como ha quedado de mostrado al hallarse, en numerosos sitios arqueológicos de la región, fechados correspondientes a distintas épocas (Orquera y Piana, 1999a). La explicación en torno al origen de estos grupos todavía se encuentra bajo intenso e interesante debate; existen dos hipótesis alternativas. La primera sostiene que el desarrollo hacia la gestión de los recursos marino-litorales se habría producido localmente, en las proximidades del estrecho de Magallanes (Legoupil y Fontugne, 1997; Orquera y Pia94


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na, 1999a; Prieto, 1999). Esta línea se apoya en la presencia temprana de bosque en esta región, recurso considerado imprescindible para la construcción de embarcaciones. En la zona, el reavance del bosque desde las áreas-refugio en donde se había visto constreñido durante el Pleistoceno se produjo alrededor del 8.000 antes del presente. Por el contrario, en el canal Beagle la aparición del bosque se produce, aproximadamente, hace 6.000 años (Orquera y Piana, 1999a; Orquera et al., 2011). Pese a este importante indicio, no existen yacimientos o evidencias que permitan confirmar este proceso de cambio desde la gestión de los recursos terrestres hacia la de recursos marítimos. La segunda hipótesis sobre el origen de la especialización marinolitoral mantiene la llegada de poblaciones cazadoras-recolectoras-pescadoras, ya dotadas de tecnología de navegación, desde áreas más septentrionales (Legoupil y Fontugne, 1997; Orquera y Piana, 1999a; Ocampo y Rivas, 2004). Precisamente, la falta de evidencias en el área magallánicofueguina del proceso de cambio que indicábamos más arriba constituye un elemento de peso a favor de esta segunda explicación. Sin embargo, hasta la actualidad, tampoco existen evidencias claras de sociedades concentradas en la gestión de recursos marino-litorales en la franja litoral pacífica que se extiende desde la isla de Chiloé hasta el archipiélago Magallánico-Fueguino. Dado el estado actual de las investigaciones, todavía no es posible responder tampoco si las sociedades litorales que habitaron el archipiélago magallánico-fueguino (Otway-estrecho de Magallanes y canal Beagle e islas que se extienden hasta el cabo de Hornos) conforman, a lo largo de la historia, un mismo grupo social o grupos diferentes con formas de organización económica esencial comunes. No obstante, y tal y como vimos, resulta evidente que existieron contactos entre los pueblos que habitaron ambas regiones.

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Un aspecto sumamente interesante de la arqueología del área es la presencia de grupos cazadores-recolectores-pescadores en la Isla de los Estados, localizada al sudeste de la Isla Grande, y separada de ésta por el estrecho Le Maire (de marcada dificultad para la navegación, incluso con los medios tecnológicos actuales), de 24 km de ancho. Allí fue identificada una serie de sitios arqueológicos que incluyen un conchero (acumulación de conchas marinas, producto de los desechos de consumo de este recurso) y varias distribuciones de artefactos sobre la superficie, localizados en distintas bahías ubicadas en la parte noroeste de la isla (Horwitz, 1993). Las dataciones disponibles permiten establecer una antigüedad que se extiende desde el 2.730+90 hasta el 1.400 antes del presente. Según Horwitz, las evidencias indican que la Isla de los Estados era ocupada estacionalmente por grupos nómadas cazadores-recolectores-pescadores que se desplazaban por los alrededores de la costa sur de península Mitre y, posiblemente, por el tramo más oriental del canal Beagle, y hacia el sur hasta las islas próximas al cabo de Hornos. Una de las explicaciones que se exponen para interpretar los motivos de esta dinámica espacial, sería entenderla como una estrategia para evitar el agotamiento de los recursos en la Isla Grande, en virtud de la presencia de importantes colonias de pingüinos y lobos marinos (especialmente en la Isla de los Estados) que podían ser explotados estacionalmente (Horwitz, 1993). El modo de vida de los grupos cazadores-recolectores-pescadores litorales se mantuvo, en lo que respecta a sus características generales, hasta el impacto de la sociedad industrial en Tierra del Fuego en los s. XVIII y XIX. Esta idea no ha de dirigirnos hacia una visión estática y cristalizada de estas sociedades, sino que, con un desarrollo histórico específico, consiguieron generar una serie de estrategias de gestión eficaces para desarrollar su supervivencia. Por ejemplo, las estrategias de gestión de la tecnología sobre piedra experimentaron interesantes cambios a lo largo de estos 6.000 años de historia (Álvarez, 2003 y 2004; Álvarez y Briz, 2004; Briz, 2010).

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La sociedad cazadora-recolectora-pescadora de ámbito litoral marino que habitó, en época histórica, el espacio geográfico que se extiende sobre el sector occidental del archipiélago magallánico-fueguino era la Kawésqar o Alacaluf. Contrariamente, en los canales del sur, la etnografía identificó otro grupo de similar forma de vida: el grupo Yámana. Aparentemente existían diferencias de tipo lingüístico entre ambos grupos (Orquera y Piana, 1995) y, a nivel material, la única diferencia radicaba en la construcción de canoas de madera por parte del primer grupo y de corteza por parte del segundo (Gusinde, 1986). El territorio yámana se extendía desde la costa norte del actual canal Beagle hasta el cabo de Hornos, y desde la Bahía Sloggett o, según Gusinde (1986), la Isla Nueva (extremo este) hasta la península Brecknock (extremo occidental) (Orquera y Piana, 1999b; Vila, 2000). Esta delimitación es producto de la interpretación etnográfica de finales del s. XIX y principios del XX (Bridges, L., 1978; Bridges, T., 1897; Gusinde, 1986). Dos características materiales de esta sociedad eran las más evidentes para las expediciones europeas: En primer lugar, sus desplazamientos por el mundo insular fueguino mediante canoas de corteza, elemento esencial de una economía especializada en la explotación de los recursos marinos de este mundo insular. Según las fuentes etnográficas, su organización socio-económica estaba articulada, en base a pequeños grupos de tipo familiar patrilocal: un hombre adulto con su cónyuge (o cónyuges) junto con descendientes y familiares de primer grado que se trasladaban juntos sobre las canoas. Estos pequeños grupos nucleares tenían una marcada división sexual del trabajo, con un elevado nivel de explotación del trabajo de las mujeres (Ruiz del Olmo, 2002; Vila y Ruiz del Olmo, 2001). 97


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Esta forma de organización les posibilitaba realizar una gestión de recursos distribuidos de forma uniforme por todo el territorio (Orquera y Piana, 1999a y b) sin provocar una sobreexplotación con su consumo. Al mismo tiempo les posibilitaba el acceso a puntos concretos donde se produjera la aparición ocasional de acumulaciones de recursos, como el varamiento de un cetáceo o de bancos de pescado. Del mismo modo que sus antecesores, su subsistencia se basaba en el consumo especialmente de lobos marinos y otras especies tales como aves, peces, moluscos, guanacos y, en ámbitos fluviales, nutrias. En caso de producirse una de las acumulaciones de recursos antes mencionadas, podían desarrollarse las ceremonias y ritos de iniciación de los jóvenes: el Kina y el Ciexaus (Chapman, 1997; Gusinde, 1986; Orquera y Piana, 1999b). En estas ceremonias los jóvenes aprendían las responsabilidades de la vida adulta. La segunda característica evidente para las tripulaciones de los barcos occidentales era la ausencia de vestimenta destinada a proteger a las personas de las condiciones climáticas. En su lugar, se desarrolla un uso continuado de fuego (incluso en las canoas) como elemento tecnológico destinado a permitir la supervivencia de las personas en el ambiente frío y húmedo de Tierra del Fuego: conservando la temperatura corporal y eliminando la humedad, así como un consumo de elevadas cantidades de calorías. Lejos de tratarse de una sociedad arrinconada, marginal y “miserable”, los pueblos canoeros desarrollaron una forma de organización e interrelación con el ambiente que les permitió su continuidad social durante milenios. La viabilidad y eficacia de su modo de vida queda demostrada por la presencia, de forma ininterrumpida, de restos materiales generados a lo largo de siete mil años, y porque su desaparición como sociedades está directamente relacionada con la llegada de las poblaciones occidentales. 98


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La arqueología y la antropología, actualmente han permitido revertir la imagen prejuiciosa y despectiva que, durante años, se erigió sobre los pueblos fueguinos, intentando recuperar su pasado, su identidad y su memoria histórica.

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El paisaje y el aprovechamiento de los recursos vegetales entre las sociedades fueguinas Raquel Piqué i Huerta Marian Berihuete Azorín

Departament de Prehistòria. Universitat Autònoma de Barcelona Unidad Asociada al Dept. d’Antropologia i Arqueologia. Institució Milà i Fontanals-CSIC Barcelona

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El paisaje fueguino viene marcado por sus peculiaridades topográficas, así encontramos dos áreas contrastadas separadas por las últimas estribaciones de los Andes. En el Norte predominan las llanuras mientras que en el Sur y Oeste se extiende el relieve abrupto de la Cordillera Fueguina. Las alturas máximas que se pueden encontrar en territorio argentino son las montañas Vinciguerra (1450 m.), Alvear (1425 m.) y Olivia (1330 m.). Durante el Pleistoceno toda la región estuvo sometida al efecto de las glaciaciones, resultado de ello es la presencia de importantes arcos morrénicos y morrenas laterales que se extienden a lo largo de muchos kilómetros. La retracción de los glaciares tuvo lugar de manera gradual a finales del Pleistoceno, aunque todavía se pueden observar pequeños glaciares en franco retroceso. Se encuentran en la zona ríos de gran caudal, así como abundantes pequeños arroyos fruto del deshielo. El clima se puede considerar como frío y húmedo, con influencia oceánica que modera las amplitudes diarias y estacionales, y con vientos predominantes del SW. La amplitud térmica diaria es bastante moderada. Estas características climáticas de falta de periodo estival desde el punto de vista térmico restringen la diversidad de los recursos animales y vegetales terrestres. Según los análisis polínicos (Heusser, 1984 y 1989; Heusser y Rabassa, 1987) durante el período final de la última glaciación (la holocénica), cuando los hielos se estaban retirando, los alrededores del actual canal Beagle estaban cubiertos por una vegetación tipo tundra, con gramíneas, hierbas y pequeños matorrales. Este periodo correspondería a un clima más frío y menos húmedo que el de la actualidad. Durante el Holoceno inicial se detecta un gradual incremento de la proporción de polen de Nothofagus, y una disminución de gramíneas y otras hierbas. Según

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el trabajo de Heusser, hacia el 9000 AP56 se produciría en la región una aproximación a condiciones esteparias, que bien pronto serían sustituidas por bosques abiertos. Durante el Holoceno Medio los bosques abiertos serían sustituidos por un bosque dominante de Nothofagus. Este tipo de masa forestal se encontraría consolidado hacia el 6000 AP. Los registros posteriores indican variaciones frecuentes, aunque poco importantes en las proporciones de polen de Nothofagus, los valores más altos se dan entre 5500 y 2400 AP, posteriormente se observa un descenso que ha sido atribuido a ligeros incrementos del frío y de las precipitaciones (Heusser, 1984 y 1989). La vegetación en el Sur de la Isla Grande de Tierra del Fuego y áreas adyacentes del canal Beagle se encuentra dominada principalmente por el Bosque Magallánico Perennifolio y el Bosque Magallánico Deciduo (Pisano, 1977). Estos tipos de masa forestal ocupan aproximadamente un tercio de la superficie de la Isla Grande de Tierra del Fuego. Los árboles del género Nothofagus son el componente dominante en éstos. Entre los bosques caducifolios se distinguen aquellos en los que predomina Nothofagus pumilio (lenga) de los que la especie dominante es Nothofagus antarctica (ñire). Su área de distribución son los sectores Central y Oriental en la costa Norte del canal Beagle y una estrecha franja en la costa Norte de Navarino, se encuentran a lo largo de ambos flancos de las montañas, hasta 500 m. sobre el nivel del mar. En este bosque se pueden encontrar manchas de Drimys winteri (canelo) y Maytenus magellanica (leñadura). El estrato arbustivo es pobre y sólo adquiere vitalidad en los márgenes y claros, las especies que lo componen son Berberis buxifolia (calafate), Berberis illicifolia (michay), Ribes magellanica (parrilla), Embotrium coccineum (ciruelillo) y Chilliotrichum diffussum (matanegra). El bosque de Nothofagus pumilio tiene sus mejores exponentes a

56 . - AP: Antes del Presente (nota de los editores).

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Mapa de vegetación de Tierra del Fuego (Allué et al., 2010).

baja altitud, en suelos bien drenados, cuando se incrementa la altitud o la exposición se incrementa la presencia de Nothofagus antarctica. El bosque de Nothofagus antarctica se vuelve dominante en lugares con suelos poco profundos, más áridos o con elevado nivel freático, su dominio se encuentra en las colinas del Centro y Este de la Isla. Los árboles de N. antarctica a menudo son de forma arbustiva y frecuentemente forman un bosque abierto que permite el crecimiento de las otras especies arbustivas ya mencionadas. 114


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El bosque perennifolio se encuentra hacia el Sur y Oeste, el árbol dominante es Nothofagus betuloides, donde las precipitaciones anuales sobrepasan los 800-850 mm. El bosque perenne crece en los márgenes del canal Beagle con una gran diversidad de acompañantes y se adentra hacia los valles de la Isla Grande (Martínez Pastur y Arenas, 1995). Entre los árboles y arbustos que crecen en estos bosques tenemos Drimys winteri (canelo), Maytenus magellanica (leñadura), Embotrium coccineum (ciruelillo) y los arbustos ya citados. En algunas zonas se encuentran formas de transición entre los bosques caducos y perennes, es el denominado “Bosque Magallánico Mixto”. Entre los bosques se encuentran intercalados pequeños prados y turberas, estos van ganando terreno hacia el Norte y Este de la Isla Grande. Así el paisaje vegetal de las planicies del Norte está desprovisto de vegetación arbórea y apenas crecen algunos arbustos de Chilliotrichum diffussum (matanegra).

Frutos de Pernettya mucronatta.

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Por lo tanto la vegetación conforma un mosaico heterogéneo. Estos bosques proporcionaron leña, madera, corteza, frutos y plantas comestibles. Así, los frutos de los arbustos de Berberis sp y Ribes magellanicum y de las pequeñas matas de Empetrum rubrum y Rubus geoides son fáciles de recolectar durante el verano. Los grupos cazadores recolectores que vivieron en Tierra del Fuego hasta la llegada de las poblaciones de origen europeo tuvieron no obstante un acceso desigual a estos recursos. En el Norte de la Isla Grande el acceso a los recursos leñosos era limitado dada la escasez de vegetación arbórea y arbustiva, mientras que en el Sur la madera nunca faltaba. Generalmente se ha considerado que los recursos vegetales tuvieron poca importancia para las sociedades fueguinas. Esto se debe a que los etnógrafos y viajeros que describieron estas sociedades durante el siglo XIX e inicios del s. XX apenas los mencionan. En estos relatos y trabajos se caracterizó y diferenció a las comunidades fueguinas a partir de lo que se consideró su base alimenticia. Los mamíferos marinos y otros recursos litorales fueron explotados por los grupos canoeros que vivían en las costas y se desplazaban en canoas por los canales magallánico-fueguinos. Las poblaciones Selk’nam que habitaban el norte de la Isla Grande cazaban herbívoros terrestres (guanaco), aunque también explotaban recursos litorales. Esta consideración llevó a pensar que el papel de los recursos vegetales en la alimentación fue secundario. En algunos de los trabajos se hace especial énfasis en el hecho de que el medio fueguino no proporcionaba recursos vegetales que permitieran su aprovechamiento, en este sentido cabe señalar las afirmaciones de Gusinde (1937: 175): “(...) los alimentos vegetales son prácticamente inexistentes (...) el suelo no rinde más que frutos insignificantes; faltan las condiciones materiales para practicar un nomadismo superior, como también para el cultivo de huerta y la agricultura”.

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Bosque de Nothofagus pumilio.

También hay que señalar que cuando se menciona el aprovechamiento de recursos vegetales para la elaboración de bienes o como combustible apenas se profundiza en los tipos de plantas o partes de las plantas aprovechadas o en los procesos de trabajo relacionados con la obtención y transformación de estos recursos. Pese a la escasa atención dada a estos recursos vegetales en la literatura etnográfica cabe señalar que estas sociedades obtuvieron del paisaje fueguino todo tipo de recursos vegetales que fueron utilizados para la alimentación, la construcción de sus viviendas y medios de transporte, la elaboración de todo tipo de instrumentos y como combustible para sus hogares (Piqué, 1999). Así parecen señalarlo tanto las escasas informaciones de las fuentes etnográficas como los resultados obtenidos a partir de

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las excavaciones de sitios arqueológicos del momento de contacto con las poblaciones de origen europeo. Los textos de etnografía Selk’nam y Yámana de finales del s. XIX y principios del XX mencionan diversos aprovechamientos de las plantas. Aunque en ellos escasean las referencias sobre los tipos de combustibles o alimentos de origen vegetal sin embargo son más abundantes las del aprovechamiento de las maderas para la manufactura de bienes. Los trabajos de Martin Gusinde, publicados en los años 30, son sin duda unos de los más destacables, convivió con Selk’nam y Yámanas durante algunos meses en la década de los años 20, momento en que apenas sobrevivían algunos individuos de estos grupos y ya habían abandonado sus modos de vida ancestrales. También en los trabajos de Gallardo, Bridges y Beauvoir encontramos referencias al uso de las plantas entre las comunidades fueguinas. Pero es en el trabajo de Martínez Crovetto, centrado específicamente en la etnobotánica selk’nam, donde encontramos una información más abundante. En lo que se refiere a los alimentos se cita en estas obras el consumo de bayas de diferentes arbustos fueguinos, el consumo de raíces y de hojas. En la tabla 1 se detallan las especies mencionadas, partes consumidas, sus usos y el tipo de preparación. Cabe señalar que en estos estudios se citan más de una veintena de plantas utilizadas con fines alimentarios, entre ellos, además de frutos y bayas se mencionan diversas semillas, tubérculos y tallos que eran consumidos ya fuese directamente o con una preparación previa. Los estudios efectuados en yacimientos arqueológicos de la época de contacto con las poblaciones de origen europeo revelan que el consumo de plantas para uso alimentario pudo ser más diverso de lo que se refleja en las fuentes etnográficas. Así, el análisis de las semillas procedentes del sitio arqueológico Ewan ha permitido identificar la presencia 118


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de plantas de 26 taxones, entre los que destacan la murtilla (Empetrum rubrum) y amor de hortelano (Galium aparine) (Berihuete, 2006; 2010). Lo más significativo es la poca concordancia entre los datos etnográficos y arqueológicos, tan sólo una de las plantas citadas en la bibliografía fue recuperada en el yacimiento, se trata de bayas carbonizadas de murtilla. Para el resto de taxones presentes no se tenía constancia de su aprovechamiento por parte de las sociedades indígenas. Aunque no podemos concluir que todas las plantas presentes en el yacimiento tuvieron un uso alimentario cabe suponer que muchas de ellas fueron aportadas intencionalmente al asentamiento. Las divergencias entre etnografía y arqueología pueden deberse a que los estudios etnobotánicos más completos se llevaron a cabo cuando la población indígena prácticamente estaba extinguida, por lo que es posible que gran parte del conocimiento indígena sobre el aprovechamiento de las plantas fueguinas se haya perdido para siempre. Entre los otros usos de las plantas fueguinas destaca la importancia que tuvo el combustible. El fuego fue imprescindible para el desarrollo de la vida en el clima fueguino, debido, sobretodo, a las bajas temperaturas características durante todo el año. El fuego posibilitó la transformación de alimentos y materias primas, se utilizó para realizar señales de humo, para obtener luz y calor e incluso para cazar. Todas las chozas tenían un hogar central y a menudo se hacían fuegos exteriores para determinadas actividades, su importancia era tal que incluso se transportaba en la canoa. Pese a ello, en la literatura etnográfica apenas se menciona el tipo de combustible utilizado, tan sólo se cita el uso de madera de Nothofagus. Los estudios arqueológicos de yacimientos de la época de contacto permiten documentar una mayor diversidad de combustibles utilizados. El análisis de los residuos de combustión de yacimientos del canal Beagle de época de contacto (Túnel VII, Lanashuaia, Alashauaia) o bien previos a la llegada de expediciones europeas (Shamakush I y X) (Piqué, 1999) y del interior de la Isla Grande (Ewan) (Caruso et al., 2008) muestran que el 119


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aprovechamiento del combustible fue oportunista y local. Por ello, las especies representadas en cada yacimiento son aquellas que dominan en el entorno inmediato. No obstante, en algunos de los yacimientos se observa una presencia significativa de taxones poco abundantes en el entorno y que parecen haber sido objeto de una recolección más intensa. La leña, en forma de madera caída o ramas muertas, no falta en los bosques fueguinos del centro y Sur de la Isla Grande, aunque, generalmente, su calidad como combustible es baja por la acción de los hongos que provocan su descomposición. Además la madera de Nothofagus es un combustible mediocre, por ello cuando era posible, se recolectaba leña de especies con madera de mayor calidad, como Maytenus o Berberis. La etnografía aporta no obstante datos relevantes sobre cómo se efectuaba la recolección del combustible y quienes eran las personas responsables de estas actividades. La recolección de leña y plantas alimenticias eran trabajos principalmente llevados a cabo por mujeres y niñas, tan sólo cuando había que transportar troncos de gran tamaño los hombres participaban en esta tarea. La recolección del combustible se realizaba periódicamente y a veces se utilizaban lazos para arrancar las ramas o abatir árboles y su posterior transporte. Las plantas utilizadas para la producción de bienes eran principalmente las leñosas, de las que se aprovechaba tanto la madera como la corteza. También se utilizaban fibras vegetales para confeccionar cestos. La producción de bienes está bien descrita en la bibliografía etnográfica, especialmente de aquellos relacionados con la caza, la vivienda y el transporte. Así encontramos referencias en prácticamente todos los textos sobre las especies utilizadas y la tecnología desarrollada para elaborar arcos, mangos de arpones, contenedores, canoas e incluso la misma choza. La literatura etnográfica no es la única fuente de información sobre la tecnología de la madera, cabe señalar que etnógrafos y viajeros no sólo describieron estos pueblos sino que a menudo recopilaron todo tipo de artefactos que actualmente se encuentran entre los fondos de muchos 120


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museos europeos. Estas colecciones etnográficas son, por lo tanto, un referente para el estudio de las comunidades fueguinas y permiten abordar aspectos tecnológicos, de aprovechamientos de materias primas y de tipos de productos obtenidos que no pueden ser llevados a cabo a partir de la arqueología o de la literatura (Piqué, 2006). El proceso de producción de los artefactos de madera se iniciaba con la selección de las materias primas adecuadas para cada fin, según sus propiedades físicas, morfológicas o mecánicas. Este proceso se iniciaba en el bosque donde se escogían los árboles apropiados para cada tipo de artefacto. Se evidencia la existencia de una clara selección de las materias primas según el producto buscado. Nothofagus fue el recurso más versátil y fue utilizado para una gran cantidad de propósitos. Entre las diversas especies de Nothofagus, no obstante, parece que hubo una mayor predilección por los tipos betuloides y antarctica. La selección no se restringía a las especies utilizadas, sino también a las partes de los árboles más aptas para obtener el producto deseado. Los mangos de los arpones de las sociedades cazadoras-recolectoras-pescadoras del canal Beagle se fabricaban con la madera tierna del centro del tronco de Nothofagus betuloide, hecho que requería abatir un árbol, de morfología y tamaño adecuados, para después segmentarlo y llevar a cabo un complejo proceso de elaboración (Gusinde, 1937). También el arco selk’nam se confeccionaba según el mismo autor en madera de Nothfagus betuloide, con la parte de la madera que se situaba justo debajo de la corteza para aprovechar la mayor flexibilidad de las fibras. Lothrop (1928) menciona, en el caso de las sociedades cazadoras-pescadoras-recolectoras marinas, también el uso de Nothofagus antarctica para este mismo fin. La corteza de Nothofagus betuloide era la preferida para confeccionar la canoa, que se elaboraba a partir de fragmentos de corteza cosidos, el armazón estaba hecho con madera de Mayten, Drimys o Nothofagus. En Gusinde encontramos una muy completa descripción de la manera en que eran elaboradas. También se menciona el uso de ramas de Chilliotrichum diffusum, Berberis y Pernettya mucronata para confeccionar los astiles de las flechas (Gusinde, 121


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1937; Lothrop, 1928). Los troncos de Maytenus magellanica, Nothofagus o Drimys winteri eran también los preferidos para confeccionar los mangos de los venablos para cazar aves. Respecto a los contenedores, estos eran confeccionados bien con corteza de Nothofagus, Drimys o Maytenus bien con tallos trenzados del junco Marsipposperm grandoflorum (Gusinde, op. cit.). También los troncos de Nothofagus fueron utilizados para construir el armazón de la choza. Ésta tenía forma de domo en el caso del grupo Yámana, aunque también se reportaron de forma cónica (Orquera y Piana, 1999); estaban recubiertas de ramas con hojas. En lo que se refiere al grupo Selk’nam, su refugio eran simples paravientos o chozas cónicas hechas con una estructura de troncos que servían de sostén al toldo hecho con piel de guanaco. Aunque escasos se conservan todavía en territorio fueguino restos de armazones de chozas todavía en pie, el estudio de los troncos utilizados para el armazón de la choza localizada en Ewan (Caruso et al., 2009) ha permitido determinar que Nothofagus antarctica fue la madera utilizada para su construcción, en este caso se seleccionaron troncos rectilíneos de más de cuatro metros de largo para hacer la estructura de una choza que tenía cerca de seis metros de diámetro. De esta somera revisión de datos etnográficos y arqueológicos podemos destacar el gran conocimiento de las propiedades físicas de las maderas y el aprovechamiento de estas según la finalidad a la que se las destinaba. Así aunque se aprovechaban materias primas locales para muchos usos también es probable que estos grupos se desplazaran a determinadas áreas para obtener materias primas de distribución más restringida pero que eran muy apreciadas por sus propiedades físico-químicas. Este sería el caso de Nothofagus betuloides, con una distribución restringida a ciertas áreas, que fue profusamente utilizado para confeccionar todo tipo de bienes.

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A modo de conclusión queremos remarcar la importancia que tuvieron las plantas para estas sociedades fueguinas, tanto para su uso alimentario como para la confección de todo tipo de bienes.

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Tabla 1 Resumen de las principales especies comestibles citadas en la bibliografía etnográfica analizada. Nombre

Nombre indígena

Adesmia lotoides

Kiárksh

Nombre castellano

Apium australe

Kiel, aitá

Apio silvestre

Arjona patagonica

Téen

Azorella filamentosa

Tésh(ue)n

Azorella A. lycopodioides, A. monantha, A. selago, Tes, tesh, tésh(ue)n

A. trifurcata Berberis buxifolia

Maces, me’ch, miích, mich

Calafate

Berberis empetrifolia

Mich kan, mich

Bolax caespitosa

Tésh(ue)n, tísh(ue)n

Calafatillo

Bolax gunmifera

Tésh(ue)n, tísh(ue)n

Boopis australis

Íshta

Descurainea canenscens o antarctica

Thai, tâíiu, taáiu

Llareta

Empetrum rubrum

Kôl, kôle. Fruto: wasax, wáshj, wásje

Murtilla

Fragaria chiloensis

Óltâ, ólta, o(u)ltá

Hypochoeris incana

sóol

Frutilla silvestre

Hipochoeris radicta

Oitá

Nothofagus pumilio

Kualchñinke, kualchínk

Oreomyrrhis andicola

seltái

Pernettya mucronata

Seuwh, shal

Lenga Chaura

Pernettya pumilia

Shal

Mutilla

Ribes magellanicca

Shéthrhen, estén, shitr, shetrr

Parrilla

Rubus geoides

Waásh shal

Frutilla de Magallanes

Taraxacum magellanicum, gilliesii y officinale

Oiten, oitá, oitáoi, oi’tá

achicoria


Parte consumida

Modo de preparación

Autor

Raíces y tubérculos

Consumo directo

Crovetto

Hojas y raíces

Consumo directo o hervido

Gusinde

Crovetto

Gallardo

Raíces y tubérculos

Consumo directo

Crovetto

Raíces y tubérculos

Consumo directo o calentadas en la ceniza

Crovetto

Raíces y tubérculos

Consumo directo o calentadas en la ceniza

Crovetto

Bayas

Consumo directo

Gusinde

Bridges

Crovetto

Bayas

Consumo directo

Crovetto

Raíces y tubérculos

Consumo directo o calentadas en la ceniza

Crovetto

Raíces y tubérculos

Consumo directo o calentadas en la ceniza

Crovetto

Raíces y tubérculos

Asada en la ceniza

Crovetto

Semilla

Molido, tostado

Gusinde

Beauvoir

Gallardo

Crovetto

Bayas

Consumo directo

Gusinde Crovetto

Frutos

Consumo directo

Crovetto

Raíces y tubérculos

Tostados o calentados sobre las cenizas

Crovetto

Hojas

Consumo directo

Crovetto

Savia

Consumo directo

Crovetto

Raíces y tubérculos

Consumo directo

Crovetto

Bayas

Consumo directo

Gusinde

Beauvoir

Gallardo

Crovetto

Bayas

Consumo directo

Crovetto

Bayas, hojas en té y corteza en infusión.

Consumo directo o hervido de algunas partes

Crovetto

Bayas

Consumo directo

Crovetto

Flores, hojas y raíces

Consumo directo

Gusinde

Crovetto



Giacomo Bove “etnoantropólogo”, y los objetos del Fin del Mundo en Italia Luisa Vietri

Universitat Autónoma de Barcelona

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briz, vietri, ceotto y álvarez (eds.)

Introducción Si bien los análisis de la figura del explorador italiano Giacomo Bove se han visto principalmente centrados en sus experiencias como navegador polar, cartógrafo e hidrógrafo, su papel como “etnoantropólogo” ha sido tomado en consideración en raras ocasiones. Y en cuanto a los resultados concretos de esta actividad (la formación sistemática de colecciones etnográficas), hasta la fecha no existe un estudio global que proporcione informaciones específicas sobre las colecciones de Tierra del Fuego reunidas por el explorador italiano y actualmente conservadas en los Museos Etnográficos de Roma y Génova. Estas páginas son una presentación sintética de los intentos etnoantropológicos desarrollados por G. Bove; y tienen por objetivo reconstruir y restituir una de las pequeñas teselas que componen el articulado mosaico representado por el corpus cultural fueguino que, entre mediados del siglo XIX y los primeros veinte años del siglo XX, fue “científicamente” saqueado y desmembrado por y en diferentes museos europeos.

Giacomo Bove “etnoantropólogo” Para entender las razones que movieron a Bove a dedicarse a los estudios etnoantropológicos dentro de su trabajo de exploración, hay que revisar una serie de consideraciones relativas al contexto históricopolítico italiano, así como el contexto científico de la época. El panorama italiano de la segunda mitad del siglo XIX nos presenta un estado recién formado (1861) que, para ser reconocido a nivel internacional, necesita aumentar rápidamente su prestigio político y, por lo tanto, tiene como imperativo categórico su pronta inserción dentro del circuito mundial de las potencias coloniales y comerciales. A tal fin, el Reino de Italia utiliza, promocionando y organizando expediciones comerciales y científicas, dos canales paralelos de intervención: por un 131


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Giacomo Bove. (Gentileza del Archivo Histórico Comunal de Acqui Terme, Italia).

lado la Regia Marina italiana, que envía su flota a recorrer los océanos para instaurar relaciones diplomáticas con países lejanos, y por otro, la Sociedad Geográfica Italiana, fundada en 1867, que organiza viajes y exploraciones alrededor del globo terráqueo (Nobili, 2006: 124). No es una simple casualidad el hecho que Bove fuese oficial de la Marina Militar y que, al tiempo mismo, tuviese muy estrechas vinculaciones con la Sociedad Geográfica Italiana: ambas afiliaciones, en este peculiar contexto histórico-político, le permitieron realizar de manera más o menos exitosa sus viajes de exploración. Destacable es el especial apoyo provinente de Cristoforo Negri, fundador y presidente de la Sociedad Geográfica Ita132


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liana, que siempre estuvo dándole aliento y apoyo, sobre todo cuando los intereses expansivos italianos se desplazaron hacia el continente africano impidiéndose, de hecho, la realización de la Expedición Antártica Italiana, propuesta tanto por Negri como Bove. Tal proyecto tuvo que reducir sus objetivos iniciales y, con la esperanza de retomarlos en tiempos más propicios, acabó concretándose en el primer viaje a Tierra del Fuego, patrocinado por el gobierno argentino y el Instituto Geográfico Argentino. En cuanto al contexto científico de la época, dominado por las teorías del positivismo evolucionista, es preciso llamar la atención sobre el nacimiento de diferentes sociedades etnoantropológicas en muchos de los países de Europa; nacimiento que, de forma más que significativa, es contemporáneo a la intensificación de la expansión colonialista, como se puede inferir claramente en el siguiente texto: “Aquí, las ciencias sociales comienzan a consolidarse como productoras de conocimiento legítimo y a su vez pasan a jugar un papel importante en el diseño de las políticas gubernamentales, que en el caso de la antropología, se convierten en su instrumentalización al servicio del colonialismo. [...] Todo esto da cuenta de la importancia que adquiere para los sistemas gubernativos el conocer las características socioculturales de distintas etnias bajo su jurisdicción, lo cual era entendido como base para la generación de programas políticos concebidos para incorporación de tales habitantes y sus territorios al sistema estatal.” (Prieto y Cárdenas, 2002: 68). Es entonces en este período, y en este contexto, que los estudios y las investigaciones sobre los pueblos extraeuropeos empezaron a ser incluidas dentro de los objetivos de los viajes de exploración: muchas veces los viajeros no tenían formación específica al respecto, sino que se dedicaban a ilustrar y documentar los diferentes ámbitos “científicos” que se le presentaban en el transcurso de sus viajes. 133


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El caso de la expedición italo-argentina a Tierra del Fuego de 188182 fue diferente: para compensar la inesperada falta de apoyo de parte del gobierno italiano, la Sociedad Geográfica Italiana se preocupó por enviar junto con Bove un equipo interdisciplinario compuesto por un geólogo (Lovisato), un zoólogo (Vinciguerra) y un topógrafo (Roncagli); equipo que sería complementado por parte argentina por el naturalista Spegazzini (Universidad de Buenos Aires) y el capitán Correa (Instituto Geográfico Argentino). Giacomo Bove, nombrado director de las investigaciones científicas, evidentemente incluyó dentro de sus tareas también las observaciones etnoantropológicas, dedicándose además a la recolección de objetos y restos humanos pertenecientes a los grupos indígenas que tuvo ocasión de encontrar, de forma más o menos fugaz, a lo largo del viaje. El libro-informe de la expedición, redactado en 1883 por el mismo explorador, es un testimonio sobre su capacidad, o incapacidad, de aproximarse, observar y representar a las sociedades fueguinas, empleando los instrumentos metodológicos “etnoantropológicos” que, gracias a la afirmación de tales disciplinas en el panorama cultural italiano y europeo, había adquirido en su formación previa. Es cierto que Bove, en previsión de su trabajo de campo en Tierra del Fuego, se había preocupado por complementar su preparación mediante el análisis de los estudios realizados por Fitz-Roy, Darwin y Bridges: en el archivo de Acqui Terme (provincia de Alessandria, Piamonte), en donde están conservados tres legajos con materiales gráficos y fotográficos relativos a los diversos viajes del explorador, podemos encontrar libretas y folios sueltos, con apuntes en inglés y comentarios en italiano, que prueban este diligente trabajo de documentación previa. De todas formas, hay que remarcar que, no obstante esta diligencia y las buenas intenciones, la “mirada antropológica” de Bove, en virtud de su doble afiliación a la Regia Marina italiana y a la Sociedad Geográfica Italiana, es134


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taba inevitablemente influenciada y dirigida por el objetivo de evaluar las potencialidades económicas de aquellas tierras lejanas en función de una eventual expansión comercial y colonial por parte del Reino de Italia. En el libro-informe de 1883, el quinto capítulo está expresamente dedicado a “Fuegia y fueguinos” y es aquí en donde se puede constatar el intento de adoptar un estilo objetivamente científico, y en donde podemos apreciar el corte “etnoantropológico” de las observaciones de Bove, sobre todo en relación a la organización de los temas a tratar y a la importancia atribuida a los diferentes aspectos considerados relevantes y a ser tomados en consideración. En este capítulo, tras una concisa introducción relativa al origen, la distribución geográfica y la cuantificación numérica de las etnias fueguinas, el aspirante a antropólogo se concentra en la exposición específica sobre los Jaganes explicitando que: “El breve tiempo por mí pasado entre los Alacalufes y los Onas no me concede hablar detalladamente de ellos. Las siguientes noticias sobre los fueguinos se tendrán por lo tanto que considerar como pertenecientes a los Jaganes, entre los cuales se han establecido los misioneros, y gracias a los cuales logré gran parte de las informaciones por mí reunidas en estas breves páginas.” (Bove, 1883: 127). Tal afirmación, obviamente, no apoya precisamente la pretendida cientificidad del autor: la utilización de informaciones indirectas, imponiendo y superponiendo a priori otro punto de vista al del propio Bove, altera la percepción a desarrollarse en el momento del contacto, de la observación directa, impidiéndole comprender y representar adecuadamente una humanidad “ajena”. Probablemente, las intenciones del explorador son otras: la referencia a los misioneros anglicanos tenía que funcionar, por el contrario, como garantía de cientificidad gracias a la larga y “exitosa” experiencia civilizadora por éstos realizada en territorio fueguino, tal y como ya había narrado, con gran admiración, en el capítulo anterior de la misma obra (Bove, 1883: 109-111). 135


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Dibujo de una canoa yámana realizado por Giacomo Bove. (Gentileza del Archivo Histórico Comunal de Acqui Terme, Italia).

La presentación de los Jaganes (“mezquina raza” (Bove, 1883: 128)) empieza con su descripción física realizada sin criterio científico alguno, poniendo exageradamente el acento sobre sus rasgos, que presenta como grotescos y monstruosos: sus ojos están “llenos de relámpagos siniestros” (ibidem), así como su pelo es tal “que hombres y mujeres se parecen más a furias que a seres humanos” (ibidem). Prosiguiendo la descripción, ya plenamente etnográfica, con los adornos y pinturas corporales, las prendas de vestir, las viviendas, las embarcaciones y las fuentes de subsistencia. En relación a la representación de la condición femenina encontramos una insólita anotación: Bove narra con empatía la esclavitud de las mujeres, criticando la inactividad egoísta de los hombres y, en base 136


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a esta condición femenina, explica la notable difusión de la poligamia en esta sociedad. Seguidamente, se concentra en delinear detalladamente los usos matrimoniales, las costumbres sexuales y reproductivas así como la falta de una organización familiar (siempre desde su posicionamiento histórico-social) subrayando como “el único afecto que albergue en el corazón de un fueguino es el amor para sí mismo” (Bove, 1883: 133). Según el autor, esto nos explicaría la ausencia de una figura dotada de autoridad y, por lo tanto, de una organización social; ausencia producto, principalmente, de la total falta de “cualquier vínculo de familia” (Bove, 1883: 134). Oponiéndose a la interpretación de Fitz-Roy, que consideraba los curanderos (yecamush) dotados de autoridad, revisa las principales técnicas de curación usadas por éstos, a los que considera como meros embusteros, para evidenciar su evidente falta de credibilidad y, por ende, corroborar la falta de roles de autoridad en la sociedad misma. Tras comentar los adornos y las pinturas corporales de los yecamush, pasa rápidamente a revisar diferentes aspectos sobre el tema de las guerras y peleas intragrupales, describiendo las armas utilizadas y señalando la vigencia de la pena del talión y de la venganza tribal. Insistiendo en la idea que el único afecto de los fueguinos es el amor para sí mismos, Bove justifica lo que interpreta como una general indiferencia hacia los muertos, en abierta contradicción con la existencia de toda una serie de prácticas funerarias que, paradójicamente y sin apreciar su propia contradicción, se preocupa por describir en detalle. Tal indiferencia se manifestaría, según él, en la realización de una nueva unión en un tiempo “excesivamente breve” tras la muerte del cónyuge, o bien, la facilidad con la que obtuvo cráneos y esqueletos de fueguinos difuntos de manos de sus parientes.

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Las líneas dedicadas a las supersticiones y creencias religiosas son breves, para finalizar con algunos argumentos concernientes a la riqueza del idioma y la sorprendente facilidad oratoria notada en ocasión de las narraciones de los ancianos, que harían suponer un estado cultural pasado “superior” al actual. El trabajo de Bove termina con una defensa apasionada de la sociedad fueguina contra la acusación de antropofagia lanzada por Darwin, subrayando en todo caso la importancia de la presencia misionera anglicana que, sin duda, había influido de manera determinante en la modificación del “carácter” de los habitantes del canal Beagle. El primer comentario que surge tras analizar el informe de Bove es poner de relieve su actitud discordante y confusamente contradictoria en esta descripción de la sociedad Jagan: oscilando desde la representación de una pseudo-humanidad monstruosa hacia una semi-humanidad cuya única y efectiva cualidad de hecho consiste en no ser antropófaga. Tal actitud fundamentalmente refleja un etnocentrismo monolítico; una total y absoluta incapacidad para percibir y entender la alteridad, así como para aceptar modelos culturales ajenos al propio, considerando este último, con sus categorías, valores, creencias e ideas, como universal e incuestionable. Una posterior y paradigmática prueba de esta incapacidad para entrar en contacto con el mundo indígena se encuentra expuesta en el trabajo de Puccini (2006) sobre la “mirada antropológica” de nuestro viajero italiano. Analizando el informe de Bove, la autora subraya cómo éste, para sustentar su afirmación relativa a la indiferencia fueguina hacia los muertos, cite el caso del jagan Fred que, entregado el esqueleto de su padre, se despide del cráneo diciendo:

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“Adiós querido padre. Tú que en tu vida nunca viste nada más que nuestras nieves, nuestras tempestades, ahora muerto vas muy lejos. Adiós, que el viaje te sea feliz” (Bove, 1883: 139). Bove interpreta estas palabras como una clara manifestación de desinterés hacia la memoria del progenitor, mientras que Puccini, considerándola al contrario como una afectuosa despedida que, además, expresa el deseo que el difunto pueda de alguna forma tener otra vida viajando y viendo nuevos horizontes, se pregunta: “Cómo es posible que Bove no logre comprender el turbamiento, la dulzura y la poesía de este viático?” (Puccini, 2006: 164). Y añade: “[...] una mirada velada por el etnocentrismo se vuelve en opaca y conduce a unas equivocaciones a veces curiosas –pero más frecuentemente penosas o dramática – y, sobre todo, a la incomprensión total de la diversidad de las culturas” (ibidem).

Dibujo de una choza yámana realizado por Giacomo Bove. (Gentileza del Archivo Histórico Comunal de Acqui Terme, Italia).

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En base a tales consideraciones es imposible negar que Giacomo Bove, víctima de sus propios juicios y prejuicios, fracasó patentemente en sus intentos “etnoantropológicos”, aunque sin olvidar los límites impuestos por unas disciplinas (etnología, antropología, …) que en aquel entonces estaban, todavía, en proceso de construcción teórica. A causa de su incomprensión, su impermeabilidad, su insensibilidad, su incapacidad para ponerse a prueba y ponerse en duda en el encuentro frente a la diferencia, le fue imposible alcanzar los objetivos fijados. Fue precisamente a causa de esta incapacidad para desprenderse de su arrogancia occidental que Bove perdió, también, la ocasión de enriquecer su propia condición humana gracias al reconocimiento de otra humanidad.

Los Objetos del Fin del Mundo en Italia A partir de la segunda mitad del siglo XIX, la presencia cada vez más importante de colecciones etnográficas en los fondos documentales de los museos europeos testimonia la preeminencia del evolucionismo en la construcción del pensamiento científico de la época. Con el objetivo de reconstruir la historia universal de la humanidad se fueron fijando unos estadios progresivos de desarrollo cultural; y los objetos etnográficos, en tanto que evidencias producidas por sociedades primitivas “fósiles”, fueron considerados elementos comparativos esenciales para reconstruir la infancia de la humanidad. Tal valoración produjo el efecto de transformar estos objetos en mercancías; naciendo, consecuentemente, un verdadero mercado mundial compuesto por “productores, proveedores, intermediarios y consumidores de bienes etnográficos” (Prieto y Cárdenas, 2002: 69). Dentro de esta lógica político-económica, los museos empezaron a competir entre sí por poseer las mejores y más completas colecciones; elementos que les proporcionarán, así, mayor visibilidad y prestigio. De la misma manera funcionó el mecanismo social de las donaciones. 140


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Una posterior y triste consecuencia de este fenómeno fue la “cosificación” de las personas indígenas: “Los cuerpos de indígenas fueron tratados despersonificadamente, anulando al individuo, cosificándolo en el objeto” (Prieto y Cárdenas, 2002: 70), hasta llegar al extremo de la profanación de tumbas para apoderarse de esqueletos destinados a estudios de antropología física o bien la directa exposición para el público, al lado de otros instrumentos y materiales.

Museo Prehistórico Etnográfico “Luigi Pigorini”, Roma En el Museo Prehistórico Etnográfico de Roma los documentos conservados en el Archivo histórico y las informaciones contenidas en el Registro de Inventario nos permiten evaluar en términos cuantitativos (así como su articulación y representatividad) el conjunto de objetos etnográficos obtenido por Giacomo Bove en Tierra del Fuego. De entre las catorce colecciones que componen el núcleo fueguino del Museo Pigorini, tres son las que, directa o indirectamente, representan el fruto del trabajo de recolección etnográfica desarrollado por el explorador italiano. En orden cronológico de entrada estas son: la colección Bove (1883), la colección Giglioli (1913) y la colección Dalla Vedova (1919).

La colección Bove La colección de 1883 es, con diferencia, la cuantitativamente más importante del conjunto fueguino: según las indicaciones del registro de inventario (número atribuido a cada objeto, descripción sintética, procedencia específica y eventual práctica de intercambio), ésta estaba inicialmente compuesta por 129 objetos, posteriormente reducidos a 114, puesto que 15 fueron utilizados en el curso de diferentes intercambios 141


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de “objetos-mercancías” que se desarrollaron entre diversas instituciones museísticas por aquellos años. Una detallada presentación de la colección fue publicada ya en 1884, en el “Bollettino della Società Geografica Italiana”, bajo forma de dos artículos escritos por el máximo colaborador de Pigorini, Giuseppe Angelo Colini, con la ayuda de la documentación proporcionada por Giacomo Bove y Domenico Lovisato. En 2006, en el catálogo de la exposición “Finis Terrae. Viaggiatori, esploratori e missionari italiani nella Terra del Fuoco”, con el fin de facilitar al público toda la información relativa a las colecciones fueguinas, fue reproducida la secuencia completa del inventario de la colección Bove (Vietri, 2006: 264). En el legajo 59 del Archivo Histórico del Museo están conservados tanto el intenso epistolario que tuvo lugar entre el explorador italiano y Luigi Pigorini (fundador y director del Museo), así como la documentación relativa a las praxis “diplomáticas” y burocráticas desarrolladas para la adquisición de la colección misma. Este legajo, que contiene cuatro expedientes, recorre la cronología de los viajes emprendidos por el “proveedor” Bove, pues a éstos, puntualmente, seguía la oferta de los materiales recolectados in situ al “comitente” Pigorini. El primer expediente, no vinculado al patrimonio fueguino (ASMPE 59, f. 01, pp. 1-14), remonta al año 1880 cuando Bove, tras haber participado en la expedición capitaneada por Nordenskjöld para recorrer el Paso del Nordeste, desde el Oeste al Este, puso a disposición del Museo una importante colección de objetos etnográficos provinentes del Ártico, iniciándose su actividad como “proveedor”. El segundo expediente (ASMPE 59, f. 02, pp. 1-57) contiene la documentación relativa a los años 1882-1885, y hace referencia al primero de los dos viajes realizados por Bove a Patagonia y Tierra del Fuego (el de 1881-1882). Apenas regresado a Italia, Bove se pone en contacto con Pi142


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gorini y, elogiando su mercancía, le anuncia haber conseguido: “una completísima colección etnográfica fueguina y patagónica”, de la cual declara: “Es la primera colección completa que, creo, llegue a Europa” (ASMPE 59, f. 02, p. 3). Las páginas 30-33 del mismo expediente contienen el “Catálogo y Evaluación de las Colecciones Fueguina y Patagónica enviadas por el Teniente Giacomo Bove al Museo Prehistórico-Etnográfico de Roma”: un elenco de 210 objetos, cuya descripción nos muestra intervenciones de corrección y notas explicativas realizadas con la caligrafía del mismo Giacomo Bove. En la página 37 encontramos una significativa referencia en cuanto a las modalidades de pago de los objetos de Tierra del Fuego: Bove, para subrayar el gasto invertido en la creación de la colección, escribe a Pigorini que los objetos fueguinos fueron pagados “con harina, galletas, prendas de vestir, cuentas, armas, cañas de pescar, etc.”, en un típico ejemplo del intercambio asimétrico que casi siempre fue caracterizando las relaciones entre gentes indígenas y occidentales. El tercer expediente (ASMPE 59, f. 03, pp. 1-30), relativo a los años 1884-1885, se refiere al segundo y “complementario” viaje que Giacomo Bove realizó a Tierra del Fuego, apoyado por la Sociedad Geográfica Italiana, que sin embargo fue precedido, por causas meteorológicas, por una breve exploración científico-comercial (para la instalación de posibles colonias italianas) del nordeste argentino: en los territorios de Misiones y del Alto Paraná. Bajo estas circunstancias, el explorador ofrece al Museo una colección etnográfica tanto fueguina como del nordeste argentino. Pero en esta ocasión la venta no tiene éxito pues Pigorini no logra obtener los fondos solicitados expresamente al Ministerio, y tan sólo puede adquirir una mínima parte de los objetos ofertados por Bove. El cuarto y último expediente (ASMPE 59, f. 04, pp. 1-2), remonta al 1886 y se refiere a la adquisición por parte de la Real Universidad de Roma de la colección de esqueletos y cráneos que Bove había reunido en su último viaje a Tierra del Fuego: tal colección, depositada momentáneamente en el Museo de Roma, era, en realidad, propiedad de la Sociedad Geográfica Italiana que fue la responsable de la venta a la Universidad. 143


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La colección Giglioli En 1913, un importantísimo núcleo de colecciones, reunidas por Enrico Hillyer Giglioli, y procedentes de los más diversos rincones del planeta, fueron vendidas por sus herederos al Museo de Roma “por un precio puramente simbólico” (Petrucci, 1982: 13). Se trataba de alrededor de 17.000 objetos etnográficos, de más de 10.000 documentos gráficos entre fotografías, láminas y negativos fotográficos, y unos 2000 volúmenes de la biblioteca personal del estudioso (Paderni, 1992: 133). Giglioli, naturalista de origen florentino, había dedicado toda su vida al estudio y a la investigación científica: entre 1865 y 1868 había participado al viaje de circunnavegación alrededor del mundo a bordo de la corbeta “Magenta”, que llegó a Patagonia y Tierra del Fuego en los meses de noviembre y diciembre de 1867. A partir de esta experiencia, el naturalista había empezado a formar una colección de gran interés etnográfico, arqueológico e histórico-documental. Cada objeto del conjunto de colecciones Giglioli está etiquetado, dotado de una minuciosa ficha descriptiva manuscrita que habitualmente indica el nombre étnico del objeto, su procedencia étnica (o diferentes procedencias étnicas), fecha de la donación, adquisición o intercambio y referencia bibliográfica específica. Estos datos se encuentran, además, integrados en un detallado catálogo, publicado en 1914, que reúne las fichas descriptivas según las diferentes áreas geográfico-culturales, y muy a menudo proporciona indicaciones suplementarias acerca de los mismos objetos. Gracias a la calidad y cantidad de estas informaciones es posible identificar con exactitud los 67 objetos que componen el núcleo fueguino de la colección. Entre éstos únicamente dos (un vaso de valva y una flecha con punta de obsidiana) fueron obtenidos directamente por Giglioli en Tierra del Fuego. Todos los restantes son el resultado de adquisiciones, 144


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donaciones e intercambios realizados por el coleccionista. Dentro de la colección Giglioli, siete son los objetos directamente vinculados a la actividad de recolección etnográfica efectuada por Giacomo Bove: dos collares yahgán (yámana), uno compuesto por conchas y el otro por segmentos cilíndricos de hueso, obtenidos por el explorador italiano en Ushuaia en mayo de 1882. Ambos fueron adquiridos por Giglioli en 1890. Las restantes cinco piezas, obtenidas por Bove también en 1882, fueron donados al coleccionista en 1893, una por Carlos Spegazzini y las demás por Luisa Bove. Se trata de un collar yámana de valvas (Ushuaia), un cuchillo-cincel yámana fabricado con una valva de Mytilus (Ushuaia), un cincel yámana en hueso de guanaco (Bahía Sloggett), una honda yámana de piel y tendones trenzados (Ushuaia) y, finalmente, una “lanza” yámana (Canal Beagle).

La colección Dalla Vedova En 1919 Riccardo Dalla Vedova, hijo del, en aquél momento recién fallecido, presidente de la Sociedad Geográfica Italiana, envía a Pigorini como donación “algunos objetos que papá conservaba religiosamente…” (ASMPE 139, f. 01, p. 1). El pequeño lote de objetos, procedentes de Patagonia y Tierra del Fuego, era (tal y como remarca el donante), el resultado de las expediciones de Giacomo Bove por aquellos territorios años atrás: entre los objetos encontramos una punta de arpón de hueso, único objeto fueguino inventariado como perteneciente a la colección Dalla Vedova.

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Castillo D’Albertis, Museo de las Culturas del Mundo, Génova En el caso de las colecciones y documentos depositados en el Museo de las Culturas del Mundo de Génova, a causa de la escasez de la documentación histórica y de las discordancias entre inventarios, una aproximación fidedigna a la colección fueguina reunida por Bove resulta, por ahora, difícil. En el Museo están conservadas dos colecciones etnográficas fueguinas: una es la formada por nuestro explorador, mientras que la segunda procede de las misiones salesianas de Tierra del Fuego. La colección salesiana fue constituida expresamente para ser exhibida en la Exposición de las Misiones Católicas Americanas, que tuvo lugar en Génova en el año 1892 dentro del contexto de las celebraciones del cuarto centenario del descubrimiento de América. Tal exposición tenía como objetivo destacado subrayar la eficacia de la labor misionera en las Américas: presentando a los grupos indígenas del Nuevo Mundo, sus usos y costumbres, se pretendía demostrar cómo la difusión de la fe cristiana había introducido la civilización entre los pueblos “salvajes e idolatras”. La colección Bove, seleccionada y articulada por la viuda del explorador, fue también expuesta en esta ocasión a fin de enriquecer la representación del mundo indígena fueguino. La consulta del catálogo de la Exposición de las Misiones Católicas Americanas nos arroja un total de 92 entradas de inventario para la colección salesiana y 142 para la Bove (Catálogo, 1892: 13-24). Lamentablemente, tales entradas a menudo no se refieren a un único objeto, sino a un número indeterminado de objetos, razón por la cual una exacta cuantificación de las colecciones originales (que no presentaban entre sí variaciones tipológicas significativas), resulta ser bastante problemática. A esto hay que añadir que sólo una parte de los objetos americanos presentes en la Exposición fueron donados, a posteriori, en el mes de junio de 1893, a la ciudad de Génova. Bajo estas circunstancias, tampoco las infor146


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maciones provenientes de este nuevo inventario nos ofrecen suficientes elementos para la cuantificación y la atribución de los objetos fueguinos a una u otra colección. La fuerte disminución numérica que se observa entre los objetos de Tierra del Fuego de la colección municipal respecto a los de la Exposición se puede atribuir, por un lado, al probable deterioro de los materiales de origen vegetal y animal (sin dejar de lado que, en el caso concreto de este tipo de materiales, se produjera una distribución de los mismos entre diferentes museos de ciencias naturales) y, por otro lado, al hecho que parte de estos fueron utilizados para la creación del Museo Salesiano de Turín Valsalice, cuyos materiales, a su vez, irán luego confluyendo dentro del Museo Misionero Etnológico de Colle Don Bosco (provincia de Asti, Piamonte). A los objetos fueguinos conservados en el Museo de Génova (unos cuantos desprovistos de la numeración originaria) están atribuidos 53 números de inventario (antiguo y moderno). Estas entradas reflejan un total de 75 objetos, “entre los cuales unos 40 tal vez reconocidos con mayor certeza como de la colección de Bove, y los restantes de la de los salesianos” (De Palma, 2006: 324). Se trata de: “16 flechas con punta de vidrio, 8 arcos, 3 cestos de junco, 3 cubos de corteza, 3 punzones de hueso, arpones, puntas de arpones de hueso, puntas de vidrio con mango, 3 hondas, 3 embarcaciones de corteza, collares de valvas o huesos de aves, raspadores, nervios de lobo marino, 1 bolsa para ocre rojo, 1 carcaj y 2 remos” (De Palma, 2006: 327). Las dos colecciones de Tierra del Fuego se encuentran, actualmente, bajo estudio: el análisis de los objetos así como el trabajo de búsqueda de concordancias entre los diferentes inventarios permitirá, en un futuro muy próximo, tener una información más detallada sobre la colección Bove del Museo de Génova. Como conclusión de esta breve revisión sobre la trayectoria “antropológica” de Giacomo Bove, considero necesario realizar una reflexión 147


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sobre el papel desarrollado por los viajeros del siglo XIX. Pese a su mirada “opaca y alterada”, gracias a ellos empezó a penetrar en el mundo occidental por vez primera la percepción de una humanidad diversa y lejana. Y fue gracias al estudio de esa humanidad y de sus costumbres que se pusieron las bases para la construcción de las disciplinas antropológicas. Este proceso de conocimiento consistió en una brutal asimilación de la alteridad y en la ampliación de las categorías mentales occidentales, sin olvidar, sin embargo, que comportó, directa o indirectamente, la despiadada e inhumana aniquilación del mundo indígena. Hoy, con la clara conciencia de esta pesada herencia, tenemos el deber de restituir a aquellas gentes y a aquellos territorios el conocimiento generado desde los objetos hoy depositados en diferentes museos del mundo, para contribuir a la reconstrucción de un pasado humillado y saqueado. Tenemos la obligación de la memoria, para que ese pasado no vuelva a reproducirse nunca más en ninguna parte de nuestro planeta.

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Bibliografía AA.VV. (1892), Catalogo dell’Esposizione delle Missioni Cattoliche Americane, G.A. Dardanoni Editore, Genova. Bove, G. (1883), Patagonia - Terra del Fuoco, Mari australi. Rapporto del Tenente Giacomo Bove, capo della spedizione, al Comitato Centrale per le Esplorazioni Antartiche. Parte I, Tipografia del R. Istituto Sordo-muti, Genova. Colini, G.A. (1884), “Cronaca del Museo Preistorico-Etnografico”, Bollettino della Società Geografica Italiana, XXI, pp. 157-162 y 237-240. De Palma, M.C. (2006), “La Terra del Fuoco nelle collezioni del Museo delle Culture del Mondo, Castello D’Albertis di Genova”, en: Finis Terrae. Viaggiatori, esploratori e missionari italiani nella Terra del Fuoco, Soprintendenza al Museo Nazionale Preistorico Etnografico “L. Pigorini”, Roma, pp. 319-331. Giglioli, E.H. (1914), Materiali per lo studio della “età della pietra”. Dai tempi preistorici all’età attuale. Origine e sviluppo della mia collezione, Città di Castello. Lovisato, D. (1883), “Di alcune armi e utensili dei Fueghini, e degli antichi Patagoni”, Reale Accademia dei Lincei, CCLXXX: pp. 1-12. Lovisato, D. (1884), “Sulla collezione etnografica della Terra del Fuoco illustrata dal Dott. Colini”, Bollettino della Società Geografica Italiana, XXI, pp. 719-724. Nobili, C. (2006), “L’Italia nella Terra del Fuoco: storie di viaggiatori e collezioni etnografiche”, en: Finis Terrae. Viaggiatori, esploratori e missionari italiani nella Terra del Fuoco, Soprintendenza al Museo Nazionale Preistorico Etnografico “L. Pigorini”, Roma, pp. 110-134. Paderni, L. (1992), “Fra storia e antropologia. Immagini dai libri di viaggio della Biblioteca del Museo “Pigorini”, en: V. Lattanzi (ed.), America latina. Temi e problemi di

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antropologia. Supplemento al BPI, Istituto Poligrafico e Zecca dello Stato, Roma, pp. 131-188. Petrucci, V. (1982), “Dall’Archivio Storico: documenti relativi alla acquisizioni degli oggetti esposti”, en: Simbolo e tecnica nel tessuti dell’antico Perù. Catalogo della Mostra, Museo Luigi Pigorini, Febbraio-aprile 1982, Museo L. Pigorini, Roma, pp. 11-13. Prieto, A. y Cárdenas, R. (2002), “Las colecciones etnográficas fuego/patagónicas en los museos europeos”, Anales Instituto Patagonia. Serie Cs. Hs., 30, pp. 65-77. Puccini, S. (2006), “Agli albori dell’antropologia. Lo sguardo sui fuegini di Enrico Hillyer Giglioli e di Giacomo Bove”, en: Finis Terrae. Viaggiatori, esploratori e missionari italiani nella Terra del Fuoco, Soprintendenza al Museo Nazionale Preistorico Etnografico “L. Pigorini”, Roma, pp. 135-167. Vietri, L. (2006), “Storia e microstorie. Le collezioni della Terra del Fuoco del Museo “Luigi Pigorini” ”, en: Finis Terrae. Viaggiatori, esploratori e missionari italiani nella Terra del Fuoco, Soprintendenza al Museo Nazionale Preistorico Etnografico “L. Pigorini”, Roma, pp. 259-285.

Documentación ASMPE (Archivo Histórico Museo Prehistórico Etnográfico “Luigi Pigorini”, Roma). 1880 Bove Giacomo. Legajo 59, exp. 01, pp. 1-14. 1882-1885 Bove Giacomo. Legajo 59, exp. 02, pp. 1-57. 1884-1885 Bove Giacomo. Legajo 59, exp. 03, pp. 1-30. 1886 Bove Giacomo. Legajo 59, exp. 04, pp. 1-2. 1919 Dalla Vedova Riccardo. Legajo 139, exp. 01, pp. 1-3.

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El Sendero Extremo Claudio Ceotto

Historiador, escritor y librero anticuario Jefe de la expedición “El Sendero Extremo”. Génova

Traducción del italiano: Luisa Vietri

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La idea de un viaje siguiendo las huellas de un explorador nace por diversas razones. La más simple es la curiosidad: aquella curiosidad que surge tras la lectura de las crónicas de la época y después de haberse dejado arrastrar por unas páginas hasta llegar a la necesidad de ver aquellos lugares. Por cierto: con el máximo desencanto; sabiendo bien que aquellos lugares, obviamente, habrán cambiado. Pero ¿cambiado cómo? El cambio es tan sólo una cobertura nueva que ha sido desplegada sobre el mito para esconder, o quizás sólo para proteger, las huellas y el esfuerzo de quien intentaba añadir un nuevo confín al conocimiento. He aquí una razón histórica, etnográfica, pero sobre todo viva. La aproximación física, real, a los lugares del mito debe superar el aspecto del desarrollo turístico actual que, vinculado a un flujo económico importante, tiende a mantener sólo las cosas llamativas de aquella mitología para convertirlas en cómodas y asequibles para quien que se encuentra de vacaciones. He aquí entonces que empiezan las barreras y los confines más allá de los cuales, siguiendo la mentalidad del turista, es mejor no aventurarse. Pero es tras estos confines que el tiempo se queda inmóvil, donde se acaba el asfalto de las calles de Ushuaia y se recuperan los pasos antiguos, y los recorridos se vuelven historia. He llegado a la Tierra del Fuego para buscar esos pasos, para encontrar la belleza además de la negrura de las rocas y de las orillas acostumbradas a los naufragios; para vivir y percibir la desolación, lo lejano, el sendero extremo. Un sendero buscado y recorrido por Giacomo Bove, un confín más allá, desde explorador a jefe científico de la expedición. No era tan sólo una idea entrar en la tierra o bien visitar el interior de aquellas rocas: la suya era una necesidad de saber. De mi recorrido, nacido en el archivo de Acqui Terme, ciudad en donde Bove estudió, la razón de ser de un largo viaje hasta las nubes espesas sobre Ushuaia y la bajada ciega del avión para encontrar, de improviso, el velo de las luces de la ciudad y, detrás, las montañas negras, 152


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sombra de un ocaso incompleto. Los alfileres de hielo llevados por el viento del Sur apenas en el exterior del aeropuerto y en las aguas oscuras del canal Beagle; imaginar el San José anclado, nada de hoteles ni restaurantes, nada de firmas de estilistas, ningún turista. Tan sólo una misión anglicana y lo que quedaba de las etnias originarias. Por cierto, una visión: el recuerdo que se mezcla con la realidad de sesenta mil habitantes y un puerto lleno de barcos de crucero turístico. La avenida San Martín es una procesión: el centro de la ciudad en donde las personan se afanan por buscar la aventura; la oferta es vasta, parece un parque de atracciones para adultos, como si doblar el cabo de Hornos o escalar un glaciar fuese una vuelta en la calesita. Respiro tan sólo cuando encuentro los caminos trillados que llevan a la estancia Harberton, la primera de la Isla Grande de Tierra del Fuego. El ondear de blandos relieves, apenas esbozados, y continuamente cubiertos de viento preludian el gris del canal Beagle, el verde intenso manchado por caballos y un Sol además de las nubes ágiles que regalan estaciones diversas a cada momento que pasa. Para Bove, la Tierra del Fuego ha permanecido como un lugar de descubrimiento, éxito y naufragio, en donde su hambre de curioso y terco le llevó a interpretar un papel difícil de sostener. Mimado y cuestionado, avanzó en sus convicciones buscando materializar los sueños, así como yo, en mi pequeño ámbito, he intentado materializar los míos propios. Pero han pasado más de cien años, y los medios ya no son los mismos, aunque luego te encuentras a bordo del A.R.A. Alférez Sobral y todo se vuelve aventura.

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El histórico barco de la Armada de la República Argentina, que presta servicio en las aguas australes, me concede una experiencia única. Acunados por un mar raramente calmo y bajo una lluvia viva, aparece la Isla de los Estados o Isla de los Naufragios, como la bautizaron los navegantes que pasaban por las aguas tempestuosas del estrecho de Le Maire. Entramos en la bahía de Puerto Parry, la misma que debía ser la primera etapa de la exploración del Cabo de Hornos en 1882. Bove renunció al primer atraque, repelido por una neblina que oscureció las costas de la isla y por un viento que le habría, con seguridad, llevado al naufragio. El Sobral, lentamente, se desliza entre los dos pequeños promontorios que delimitan el acceso a la bahía, su silueta gris se confunde con el color del mar, con el agua que se vuelve inmóvil como la de un lago y en donde la aparición de un monstruo marino no sorprendería a nadie. En una esquina justo en el fondo de la ensenada, dos pequeñas construcciones acogen a cinco militares que, cada cuarenta días, se turnan en esta minúscula base militar; cuarenta días de aislamiento total, de lluvia y de viento, únicas presencias humanas de este rincón de tierra no habitable y ahora prohibida a cualquier forma de turismo. La misión de Bove y Piedrabuena tenía, entre otros objetivos, el de explorar de manera científica esta isla. Relevamientos geológicos y botánicos proporcionaron datos de gran interés, y fue gracias a las solicitudes conjuntas de los dos comandantes que el Gobierno Argentino decidió construir un faro para los navegantes. La isla te acoge, envolviéndote en el mismo verde intenso que la Isla Grande; y las paredes negras y desnudas del exterior, producto de los gélidos y constantes vientos, parecen haber sido puestas ex profeso 154


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para desanimar a los eventuales visitantes, pero también como regalo para quien no se detiene frente a las apariencias: el anfiteatro del interior regala un cuadro en movimiento de una miríada de pequeñas cascadas que se pierden entre las lengas y coihues. La Isla de los Estados deja un recuerdo imborrable, así como son imborrables la tempestad que acompaña el regreso hacia Ushuaia y la hospitalidad de los oficiales y de la marinería del Sobral y esto me hace sentir todavía más cercano a Giacomo Bove. Su sendero extremo constelado de incertidumbres y de estupor, el deseo de encontrar un camino último sobre el que viajar. Es extraño, o quizás pueda parecer extraño, pero cuando se sigue una huella se afinan los sentidos, se piensa siempre y de manera casi obsesiva en lo que podría haber visto aquella persona los pasos de la cual reseguimos, en las construcciones históricas, en todos aquellos lugares que son bajo el retículo de los hilos eléctricos que cubren la ciudad, y en lo que puede todavía pertenecer a un tiempo de exploradores y presos, misioneros y militares, o mercaderes buscando fortuna o condena en un lugar en donde es fácil el ser olvidados. Así, esas huellas, cuando afloran, se vuelven preciosas porque dejan un pedacito de esperanza y de energía para seguir componiendo un mosaico más allá de los textos escritos o las biografías; analizando las mutaciones se puede cambiar el camino y aceptar el nuevo recorrido. Seguir este recorrido ha tenido un sentido y por eso mismo ha marcado, también, una nueva huella.

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Referencias de los autores

< Ocaso de verano sobre Lanashuaia, costa norte del canal Beagle (FotografĂ­a: I. Briz).


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Myrian Álvarez es investigadora en el Centro Austral de Investigaciones Científicas-CONICET (Ushuaia, Argentina). Se doctoró en la Universidad de Buenos Aires en la especialidad Arqueología. Sus líneas de trabajo se focalizan sobre el estudio de sociedades cazadoras-recolectoras, el análisis del cambio y las innovaciones tecnológicas de los pueblos originarios de Tierra del Fuego. myrianalvarez@gmail.com

Marian Berihuete Azorín es Licenciada en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid y Doctora en Arqueología Prehistórica. Especializada en el estudio de frutos y semillas arqueológicos, actualmente lleva a cabo un proyecto postdoctoral sobre el uso de plantas silvestres en la Prehistoria en el Instituto de Botánica de la Universidad de Hohenheim, Alemania. marianceta@gmail.com

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Ivan Briz i Godino es investigador ICREA-CSIC (Barcelona, Estado español) e investigador asociado del Departamento de Arqueología de la Universidad de York (York, UK). Doctor en Arqueología Prehistórica (Universitat Autònoma de Barcelona), es especialista en etnoarqueología y sociedades cazadoras-recolectoras. Sus líneas de investigación se concentran en el desarrollo y aplicación de nuevos métodos y técnicas en Arqueología (Simulación Social, Teoría de Redes, Análisis de residuos Orgánicos, etc..). Ha trabajado principalmente en Tierra del Fuego (Argentina), Nicaragua e Inglaterra. ibrizgodino@gmail.com

Claudio Ceotto es Licenciado en Historia de las Exploraciones y Descubrimientos geográficos, Universidad de Génova. Trabaja como escritor y librero anticuario. Su especialidad es la literatura de viajes y ha publicado varios libros y vídeos sobre temas Americanos como El Sendero Extremo o Mapuches: Un pueblo invisible. c.ceotto@libero.it

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María Luz Funes es arqueóloga de la Universidad de Buenos Aires. Investigadora del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano. Trabaja en Gestión Cultural en el sitio Cueva de las Manos, Santa Cruz. Actualmente está realizando su tesis doctoral en Arqueología Histórica sobre la inmigración bóer en Chubut. mluzfunes@yahoo.com.ar

Raquel Piqué es profesora agregada en el Departament de Prehistòria de la Universitat Autònoma de Barcelona (España). Es especialista en arqueobotánica, su línea de trabajo se centra en el paisaje y el aprovechamiento de recursos vegetales entre las sociedades prehistóricas. Ha trabajado principalmente en Tierra del Fuego (Argentina) y España. raquel.pique@uab.cat

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Santiago Reyes es periodista, escritor y guionista. Se desempeñó como director del Museo del Fin del Mundo. Es diplomado en Gestión Cultural, Patrimonio y Turismo por el Instituto Universitario Ortega y Gasset, Universidad Complutense de Madrid y la Fundación José Ortega y Gasset y miembro de la Sociedad Científica Argentina desde el año 2004. Se especializó en “Marketing y desarrollo de público para museos”. En 2005 obtuvo el Premio Nacional “Planificación Estratégica para Museos” otorgado por la Secretaría de Cultura de la Nación, British Council y Fundación Telefónica. Reside en Ushuaia desde 1987. minutoush@hotmail.com

Luisa Vietri es Licenciada en Civilizaciones Indígenas de América por la Universidad La Sapienza de Roma y realiza su doctorado en la Universitat Autònoma de Barcelona. Se ha especializado en Etnoarqueología, Etnografía y Arqueología feminista en América. Llevó a cabo el estudio de diversas colecciones etnográficas de Tierra del Fuego conservadas en museos de Italia. luisvi@tin.it

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