Ágora digital nº 23 Boletín 8 2ª

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Ágora núm. 23

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Además, nos encontramos al principio con cuatro textos introductorios escritos por Francoise Dubosquet-Lairys, María Jesús Ruíz Fernández, Antonio A. Gómez Yebra y Pedro Ruíz Pérez, que nos acercan a la obra de Antonio Gómez Rufo, y que, por sí mismos, ya merecen la lectura de este libro; y no sólo por que nos recuerda la actualidad en la que viven los personajes, junto con nosotros, en un mundo de “banqueros subvencionadoshemos institucionalizado la privatización de los beneficios y la colectivización de las pérdidas-“ (Pág. 8), sino por que, como recuerda el primer prologuista, estamos en una sociedad “que busca una soga, dice Gómez Rufo, con la que ahorcar su angustia ya que se muere de consumismo”. No se trata de una trilogía, sino de la agrupación de tres novelas de “no corta extensión, separadas por ocho años en su aparición inicial, tres novelas con un cierto aire de familia” (Pág. 25), en las que he encontrado mucha poesía, mucha fuerza en las escenas de amor- casi tan fuertes, precisas y breves como un latigazo- y suaves como un beso al amanecer, sino en muchos pasajes: “tan hermosa como la lluvia de verano” o “su pelo abierto en forma de abanico” (Pág. 89); “silencio de paisaje de nieve y silencio de luto” (Pág. 253; “y las masas de bruma y agua, rodeando su esbeltez como el tutú adorna a la bailarina” (Pág. 327); “nueva como una mañana de abril” (Pág. 391) o “recorrer su piel con la caricia de una mirada prolongada” (Pág. 405). Las lágrimas de Henan cuenta un suceso ocurrido en China, en la provincia del mismo nombre, donde la vida es difícil y las leyes del Estado pueden aplastar las ilusiones de un hombre que sólo aspira a tener un hijo y cuya obsesión nos llevará a un inesperado desenlace. El alma de los peces tiene como origen la leyenda del Pez-Dios (Pág. 294) y que me ha evocado la situación que vive Europa en estos momentos, no ya por lo que representa Bruno Weis (“una ciudad libre no precisa de la palabra de Dios ni de ningún otro amo”, “una ciudad que se divierte no precisa saber de letras, ni de números ni geografía”, Pág. 377), sino por las oleadas de personas que quieren aprovecharse de la democracia en que vivimos para acabar con la democracia en que vivimos. Por último, un rasgado relato sobre el miedo a la soledad, El último hombre, un triángulo sin salida entre un hombre y dos mujeres, pero no está tampoco falto de obsesiones. Si Bruno Weis tenía la obsesión de destruir su ciudad natal hasta los cimientos y con ello comenzar el nuevo orden, Juan lo tiene por desentrañar el cuadro de Francis Bacon, Painting, 1946, y por escapar al miedo de la soledad, esa soledad que no le deja dormir por las noches, esa miedo que le mantiene anclado junto a Claudia, ese miedo que le lleva todos las tardes junto a Laura, y que le impide, a pesar de ello, un momento de felicidad, temeroso de si mañana una no acudirá, de si mañana una no estará. Lo dice la contraportada, me atrevo a repetirlo. Un libro imprescindible. Lástima que sea tan grande y tan pesado para leer en la cama, creo que me ha provocado un esguince de muñeca. Francisco Javier Illán Vivas


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