Tras las huellas de la ética ambiental

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Tras las huellas de la ¶etica ambiental Teresa Kwiatkowska Departamento de Filoso¯a UAM-I La soluci¶ on efectiva del progresivo deterioro del ambiente natural requiere de una perspectiva global en lo que es un vasto contexto de retos actuales para la humanidad. El abanico de cuestiones demogr¶a¯cas, tecnol¶ ogicas, econ¶ omicas, sociales, pol¶³ticas, militares, institucionales, informativas e ideol¶ ogicas enmarca la degradaci¶ on del mundo natural. El problema se agudiza porque los procesos bi¶ oticos, qu¶³micos y f¶³sicos que hacen del mundo un lugar adecuado para la vida no son bien conocidos y el p¶ ublico suele ignorarlos. Eventos complejos de magnitud as¶³ no pueden analizarse del todo o ubicarse dentro de las pautas familiares de comportamiento. El proceso de toma de decisiones deja de ser una operaci¶ on autom¶ atica y segura. Se vuelve nebuloso, hecho que no reduce la urgencia de la decisi¶ on, pero s¶³ permite resaltar su di¯cultad. Tenemos que encontrar el valor de abandonar las categor¶³as obsoletas de nuestra cultura que son como viejas llaves que ya no sirven para abrir las nuevas cerraduras. El m¶ erito cient¶³¯co, por s¶³ solo, si bien es una condici¶ on necesaria, rara vez signi¯ca una condici¶ on su¯ciente para enfrentar nuevas situaciones. Tenemos que ir m¶ as all¶ a de los criterios cient¶³¯cos para llevar a cabo una re°exi¶ on sobre la l¶ ogica interna de nuestro comportamiento con el mundo natural, con el ¯n de formar actitudes que favorezcan la unidad en la diversidad y, por supuesto, la convivencia con los seres vivos que comparten la biosfera con la humanidad.

Recibido: 9 de febrero de 2006. Aceptado: 22 de febrero de 2006. Abstract Human intervention has greatly decreased the area of naturally functioning ecosystems worldwide. Natural habitat has been replaced by human activity over much of the planet. The biological diversity and genetic information are of immense social, economic, aesthetic and scienti¯c importance. To preserve it we need ethics based on respect and appreciation of living organisms. Environmental ethics attempts to discover the right thing for humans to do with respect to the natural environment. Preludio Desde el inicio de las civilizaciones y donde quiera que han aparecido, los seres humanos han alterado su ambiente f¶³sico y biol¶ogico. No ha existido, a lo largo de la historia, ninguna visi¶on social ni ninguna imagen de la naturaleza que no haya englobado la interacci¶on activa entre los humanos y su medio. Durante gran parte de nuestra trayectoria, las condiciones naturales han de¯nido las posibilidades y los horizontes de las sociedades. La consiguiente alteraci¶ on sustancial de la vegetaci¶on, la degradaci¶ on de los suelos, la modi¯caci¶on del paisaje y la explotaci¶on de los bosques a lo largo de milenios han sido extensas y profundas. Muchos cambios ambientales de importancia signi¯cativa se gestaron en las sociedades preindustriales. Sin embargo, durante los dos u ¶ltimos siglos, la vertiginosa expansi¶ on de la industrializaci¶on, de la tecnolog¶³a y de las poblaciones se han convertido en una amenaza para la biodiversidad del planeta y de la biosfera. La posibilidad de los cambios clim¶aticos, la contaminaci¶ on de los mares, la deserti¯caci¶on, la destrucci¶ on de biodiversidad y la erosi¶on del suelo han sido ampliamente reconocidos, as¶³ como tambi¶en la apremiante exigencia de enfrentarlos por medio de la conservaci¶ on, del control demogr¶a¯co, la reducci¶ on de la contaminaci¶on y el sabio uso de recursos naturales.

Contemplando el escenario Es preciso recordar que el ser humano no puede vivir sin domesticar o humanizar en gran medida su entorno. Moldeamos el ambiente a trav¶es de decisiones individuales y colectivas que se toman en concordancia con diversos requerimientos y criterios de valor. Algunas de ¶ estos son precisamente de orden econ¶ omico, otros tienden a proteger el mundo natural que habitamos. Distintas perspectivas generan diversas respuestas y dan lugar a diferentes acciones. La manera como seleccionamos los criterios de nuestras decisiones depende, en parte, de las teor¶³as y creen58


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cias que sostenemos y usamos para esta elecci¶ on. Cuando tomamos decisiones que integran nuestro inter¶ e s por la conservaci¶on del ambiente, nuestros conceptos, puntos de vista, ideas y valores ¯ltran nuestra experiencia y, por lo tanto, tienen un efecto signi¯cativo en lo que es nuestra manera de percibir el mundo. Si bien la preocupaci¶on por los efectos nocivos de la actividad humana en el mundo natural no se limita a la ¶epoca moderna, es s¶olo en las u ¶ltimas d¶ e cadas que se ha reconocido ampliamente la gravedad de los problemas ambientales, inici¶andose as¶³ la b¶ usqueda de soluciones posibles. La visi¶on del mundo que aliente una relaci¶on m¶as armoniosa entre la sociedad y su medio ambiente puede no estar directamente relacionada con decisiones pol¶³ticas. Sin embargo diferentes percepciones de una maravillosa diversidad de plantas, animales y microorganismos \all¶ a afuera" pueden capturar la imaginaci¶ on de la gente, despertar su sensibilidad y su responsabilidad moral con la totalidad que nos contiene. Importa decir que el que los valores ambientales llegaran a ser compartidos podr¶³a signi¯car un acuerdo para negociar diferencias y conciliar nuestras necesidades y preferencias en la conservaci¶on de las riquezas biol¶ ogicas que corremos el riesgo de perder. Con el ¯n de actuar inteligentemente, las decisiones ambientales deben reunir informaci¶on precisa, continuamente perfeccionable, de la situaci¶ on ambiental con los valores originados por la ¶etica ambiental. La ciencia puede ayudar a destruir la naturaleza, pero tambi¶en puede coadyuvar a la protecci¶ on del ambiente. La comprensi¶on de la naturaleza encarnada en bosques, campos, granjas, °ores, r¶³os y animales puede revelar la v¶³a para volverse una persona mejor. La experiencia de la sensaci¶ on de maravilla y asombro de cara a las inacabables maravillas de la naturaleza puede impactar el car¶ acter humano de manera u ¶nica y signi¯cativa. Como dijo Ren¶e Dubos \La conservaci¶on est¶ a ¶³ntimamente ligada con los valores humanos; su expresi¶ on m¶ as profunda est¶a en la situaci¶on del humano y en su coraz¶on. La protecci¶on de los pantanos y de los ¶ arboles no necesita m¶as justi¯caci¶ on biol¶ ogica que oponerse al vandalismo y a la insensibilidad". (Dubos, 1972, p. 51) De la mano con la ¶ etica ambiental La ¶etica ambiental aspira a in°uir y modi¯car los t¶erminos en los que las sociedades humanas se relacionan con el medio ambiente. Comprende varias po-

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siciones ¶eticas hacia los entes vivos no-humanos y hacia colectividades como lo son especies y ecosistemas. Lo que une a sus diversas doctrinas es el compromiso por conservar la riqueza biol¶ ogica del planeta. Consecuentemente, la ¶ etica ambiental articula valores que compiten con nuestras preferencias actuales, puesto que casi toda la tradici¶ on ¶ e tica se restringe al mundo de la cultura humana, donde todo lo dem¶ as, como la °ora y la fauna y m¶ as en general la Tierra en su totalidad, no cumple m¶ as que una funci¶ on meramente instrumental. La ¯losof¶³a moral tradicional no promueve ninguna obligaci¶on moral directa en relaci¶ on con los ecosistemas, las plantas o los animales. Las diversas posiciones de ¶etica ambiental, adem¶ as de re°exionar sobre los or¶³genes y fundamentos de las actitudes humanas hacia el mundo natural, aspiran a inducir un cambio en las relaciones que mantenemos, en forma individual o colectiva, con los ecosistemas y dem¶ as entidades biol¶ ogicas. Igualmente, la ¶etica ambiental reconoce las tensiones que se dan en la vida social y pol¶³tica dado que los con°ictos pol¶³ticos, las crisis econ¶ omicas y las patolog¶³as sociales van a la par con las transformaciones que sufre el h¶ abitat del ser humano y de otras especies. No cabe duda de que la ampliaci¶ on del c¶³rculo de la consideraci¶ on moral a los seres vivos no humanos y a las entidades naturales, como los ecosistemas, no es un asunto trivial. Los exploradores de este distinto y novedoso territorio moral necesitan un gu¶³a y una orientaci¶ on, ya que la re°exi¶ on ¶etica sobre la relaci¶ on humana con su ambiente biol¶ ogico y f¶³sico es una preocupaci¶ on relativamente reciente. Las tendencias ¯los¶ o¯cas que han llevado a re°exionar sobre diversos aspectos de la naturaleza y sobre los valores humanos a partir de los cuales se puede te¶ oricamente apoyar las acciones y las pol¶³ticas que acarreen resultados plausibles en materia de conservaci¶ on y mejoramiento del entorno habitualmente giran en torno a la idea de naturaleza (biocentrismo) o a la de ser humano (antropocentrismo). En el nombre de la naturaleza Las perspectivas centradas en la naturaleza (bioc¶ e ntricas, ecoc¶ e ntricas o simplemente no-antropoc¶entricas) abandonaron el mundo familiar de la tradici¶ on cultural y religiosa occidental predominante y le atribuyeron un valor en s¶³ a las formas de vida no humanas, buscando la protecci¶ on de los ecosistemas y de las especies en virtud de su propio valor intr¶³nseco.


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Aunque en muchos sentidos es un debate reciente, la cuesti¶ on de si cualquier organismo o sistema viviente no humano puede ser portador de un valor intr¶³nseco es una de las preguntas ¯los¶o¯cas m¶ as antiguas. Una profunda simpat¶³a por la fuerza creativa y por la vida encuentra expresi¶on po¶etica en los versos hom¶ericos. Igualmente, en el siglo IV AC, Arist¶ oteles, en sus escritos biol¶ogicos, asume que todo ser vivo es bueno en s¶³ mismo \realizando siempre lo mejor entre lo posible" en virtud de su propio desarrollo. La variedad de las formas de la vida est¶ a dotada de un valor independiente de cualquier otro valor que los seres humanos puedan encontrar en las cosas naturales. A¯rma ¶el en De Partibus Animalium que \en todos las cosas de la naturaleza hay siempre algo maravilloso", tanto en los reinos vegetal, animal e inorg¶anico como en la c¶ uspide de los seres humanos, pues todos y cada uno nos revelar¶ a a nosotros \algo natural y algo hermoso". Desde la antigÄ uedad cl¶asica, el tema de la consideraci¶ on moral de los animales no-humanos y de otros seres vivos ha formado una parte signi¯cativa del debate perenne que va m¶as all¶a de la com¶ unmente aceptada utilidad a los humanos. Varios pensadores cl¶ asicos, y posteriormente intelectuales cristianos, como San Agust¶³n y Hildegard de Bingen, conced¶³an un valor en s¶³ a todas las cosas vivientes por virtud del alma. Los discursos recientes fundamentan el valor moral de los seres no-humanos en la sensibilidad, esto es, esa capacidad de experimentar placer y dolor que es com¶ un a los animales superiores. Consecuentemente, proponen dotarlos de derechos similares a los que tradicionalmente se reservan a los humanos con el ¯n de proteger la vida y los intereses de los animales sensibles individuales. La teor¶³a de los derechos ha hecho posible una amplia distribuci¶ on de la justicia social en el mundo humano; al extender la ¶ etica de modo que tambi¶en los animales alcancen un status moral, dicha perspectiva moral se propone aliviar de sufrimientos innecesarios a todas las criaturas sensibles. Actualmente, estas propuestas han descendido al terreno concreto y tangible de la aplicaci¶on de la re°exi¶ on especulativa en la praxis social. A pesar de varias di¯cultades pr¶acticas, como la falta de la reciprocidad que existe entre las personas y problemas en la aplicaci¶on de normas de justicia, fue gracias a los movimientos en favor de los derechos animales que la ¶etica ambiental alcanz¶o con mucha claridad su tan pregonado status de ¶etica aplicada al

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ofrecer m¶etodos viables para determinar orientaciones de personas y posteriormente las acciones correspondientes. Hay quien sostiene que extender la idea de derecho al ambiente podr¶³a conllevar restricciones signi¯cativas a derechos bien establecidos de los ciudadanos. Tener en consideraci¶ on a los animales podr¶³a constre~ nir las acciones humanas orientadas a estimular transformaciones econ¶ omicas y sociales. Nos ver¶³amos obligados a redise~ nar la conducta humana como expresi¶ on de una relaci¶ on hombrenaturaleza radicalmente alterada. Al mismo tiempo, las propuestas basadas en derechos es fundamentalmente individualista, atomista y opuesta a la interpretaci¶ on que pone a las especies y no a los individuos en el centro del debate sobre la protecci¶ on de la biodiversidad. De hecho, la destrucci¶ on del h¶ abitat de las especies se encuentra entre los factores de riesgo m¶ as signi¯cativos que enfrentan los animales en peligro de extinci¶ on. En vista de lo anterior, la teor¶³a de los derechos ser¶³a un obst¶ aculo antes que un medio efectivo para la conservaci¶ on. M¶ as a¶ un, los derechos conllevan responsabilidades, al menos para los seres humanos. El concepto de administrador (stewardship) conf¶³a la protecci¶ on de lo que es valioso en la naturaleza a la agencia humana. Requiere as¶³ de un fuerte compromiso en lo que ser¶³a una democracia participativa. Todav¶³a no est¶ a claro en los sistemas legales qui¶ en tiene la obligaci¶ on de preservar la biodiversidad de invaluables ¶ areas naturales, como el bosque tropical, los pantanos y dem¶ as. M¶ as a¶ un, vivimos en un mundo donde millones de personas sufren malnutrici¶ on, hambre y extrema pobreza. >C¶ omo entonces deben ser asignadas las responsabilidades para proteger el medio ambiente y resolver las enormes desigualdades sociales y econ¶ omicas? Algunas versiones radicales de la ¶ e tica no antropoc¶entrica, como la ecolog¶³a profunda, exhortan una transformaci¶ on dram¶ atica de los valores humanos que d¶ e cabida a una perspectiva global y no humana. El igualitarismo ecol¶ ogico rechaza toda jerarqu¶³a insistiendo en la pluralidad igualitaria de la \comunidad bi¶ otica". Contiene un llamado en favor de una \justicia bi¶ otica", la cual requiere alguna forma de razonamiento moral que conceda importancia a los intereses de todas las cosas vivientes. Cualquier forma de vida, ya sea de individuos o de especies, tiene prima facie derecho a participar en una \distribuci¶ on equitativa" de los bienes ambientales, incluyendo los h¶ abitats necesarios para su bienestar. Tales sugerencias aspiran a inducir cambios profundos


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en nuestros sistemas de valores individuales y colectivos, adem¶ as de transformar la organizaci¶ on social. De igual forma, indican que la auto-realizaci¶ on humana es s¶ olo posible a trav¶es de su identi¯caci¶ on con el vasto mundo natural de nuestro alrededor. En A Sand County Almanac Aldo Leopold deline¶ o por vez primera el enfoque comunitario m¶ as viable. En el cap¶³tulo titulado 'La ¶etica de la Tierra' (Leopold, 1949), ¶el se~nala los pasos de la evoluci¶ on ¶etica desde la perspectiva de la preocupaci¶ on por la excelencia moral personal, pasando por las relaciones que se dan entre el individuo y la sociedad, hasta la relevancia de los lazos con nuestro medio natural. En sus palabras el concepto de comunidad \extiende las fronteras de la comunidad para dar cabida a los suelos, las aguas, las plantas y los animales, o, para nombrarlos en conjunto: a la tierra" (Leopold, 1998, p.62). El prop¶osito de la \¶ e tica de la tierra" no consiste tanto en atribuirle un valor \intr¶³nseco" a los ecosistemas, sino m¶as bien en reconocer los m¶ultiples valores comunitarios y buscar la integraci¶on de valores pluralistas en m¶ ultiples niveles. Esto ofrece una base potencial para proteger y conservar la diversidad cultural y biol¶ ogica de maneras socialmente justas y econ¶omicamente e¯cientes. Igualmente, Leopold sugiere la existencia de una relaci¶ on ¶³ntima, indisoluble, entre el bienestar humano y el de las otras especies biol¶ogicas, invit¶ andonos a re°exionar sobre nuestras actitudes hacia el mundo del que formamos parte. Su visi¶on nos conduce a considerar el bienestar de la naturaleza como par¶ ametro del car¶acter moral de nuestras acciones. En t¶ e rminos pr¶acticos, ¶el no se opone a las actividades humanas necesarias para producir alimentos, utilizar los recursos o dise~ nar el paisaje. Lo que impugna es la contaminaci¶on del ambiente y la destrucci¶ on de la biodiversidad que recientemente cubre con su manto negro desde el material gen¶ etico hasta los ecosistemas enteros. Se trata de una ¶ etica cuya tarea no consiste en moralizar, sino en iluminar a los seres humanos acerca de qui¶enes son y qu¶e hacen, una ¶etica que es un espejo, no un modelo. En todos sus actos los humanos como integrantes de la comunidad de la Tierra tenemos que \conservar la integridad, la estabilidad y la belleza de la comunidad bi¶ otica" (Leopold, 1998, p.76). B¶ asicamente, las teor¶³as de la ¶etica ambiental centradas en la naturaleza de¯enden el bien en s¶³ de especies y ecosistemas, fundamentando su re°exi¶ on en

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el valor intr¶³nseco de la vida misma y en la apreciaci¶ on del curso evolutivo de la naturaleza que merece respeto. Aqu¶³ muchas ideas altamente abstractas de la teor¶³a del valor se han quedado cortas en el proyecto de motivar las acciones de conservaci¶on de la naturaleza. Es evidente que necesitamos un an¶alisis m¶ as profundo sobre c¶ omo esos valores se mani¯estan en la naturaleza? >Qu¶e es lo que concede el valor intr¶³nseco a las cosas? Muy a menudo, el argumento sustancial gira en torno a la \naturalidad" del organismo, especie o ecosistema. Consiguientemente, en tanto ¶etica aplicada tales preguntas conducen a una re°exi¶ on metaf¶³sica acerca de lo que signi¯ca lo natural. Incluso si aceptemos que los animales, plantas, organismos y ecosistemas poseen un valor moral en s¶³, a¶ un as¶³ persisten notables di¯cultades. >Debemos enfocar nuestra atenci¶ on en los ecosistemas m¶ as afectados o en las especies en peligro de extinci¶ on? >C¶ omo hay que asignar los escasos recursos para obtener el mayor bien? M¶ as a¶ un: >cual es el status ontol¶ ogico de especies y de ecosistemas? >Son las especies entidades reales que existen all¶ a en el mundo, como las monta~ nas o los r¶³os? >O son las especies una forma m¶as en que los seres humanos eligen concebir a la naturaleza con la ¯nalidad de hacer investigaci¶ on cient¶³¯ca y pol¶³ticas ambientales, an¶ alogas a l¶³neas de latitud o longitud? Sin importar cu¶ an atractivas resulten las posiciones ecoc¶entricas o bioc¶entricas a sus defensores, sin duda alguna generan di¯cultades pr¶ acticas. La ¶etica ambiental espera in°uir en la pol¶³tica ambiental, haciendo ¶ e sta ¶etica expl¶³cita en la vida p¶ublica y evaluando nuestras actitudes p¶ ublicas e instituciones a trav¶es de ella. Una ¶ etica as¶³, p¶ ublica y aplicada, no puede estar basada solamente en la pericia racional y experta del analista ¯los¶ o¯co. Cualquier ¶etica ambiental que valga la pena tiene una obligaci¶ on no s¶ olo con los animales, plantas, especies y ecosistemas, sino tambi¶en con los humanos en sus mundos comerciales y pol¶³ticos para proveer informaci¶ on crucial a la toma de decisiones ¶eticas. >Es el ser humano la medida de todas las cosas? Esta posici¶ on ¶ etica sostiene que el bien f¶³sico, intelectual y espiritual de los seres humanos es la base fundamental de nuestras obligaciones morales en relaci¶ on con el mundo natural de las plantas, los animales y los ecosistemas e incluso con los objetos no vivientes. El mundo natural puede ser va-


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lorado porque provee una imagen de la belleza o de la bondad de Dios o de la sabidur¶³a de los procesos evolutivos. Aqu¶³ s¶olo los seres racionales tienen status moral. La mayor¶³a de las propuestas hechas dentro de la corriente antropoc¶entrica de la ¶etica ambiental est¶an basadas en la tradici¶on utilitarista, com¶ un a nuestra cultura pol¶³tica. Los seres humanos tienen la obligaci¶on ¶etica de cambiar activamente el mundo para maximizar el grado de placer y minimizar el dolor de todas las personas y otros mam¶³feros conscientes. Las personas deber¶³an de comportarse de cierta manera hac¶³a otros seres no-humanos, pero nadie se siente obligado a comportarse de igual modo hacia otros seres vivos del mundo natural. Tenemos obligaciones hac¶³a la naturaleza y sus criaturas porque nos son directamente ¶ utiles, tanto est¶etica como econ¶omicamente. Una perspectiva centrada en lo humano valora la naturaleza porque ofrece recursos u ¶tiles, un oc¶eano de diversidad gen¶etica, un lugar para recreaci¶on y una fuente de placer vital. El antropocentrismo ve la naturaleza como un ambiente cultural, trascendente a la vida humana y su desarrollo. Pone ¶enfasis en los derechos ambientales humanos para limpiar el aire y agua, como un seguro y saludable almacenaje de alimentos, y en una naturaleza balanceada. Sugiere el cuidadoso manejo de los recursos naturales para nuestro bene¯cio, ya que el mundo natural ofrece una amplia gama de valores f¶³sicos, biol¶ogicos, espirituales y est¶eticos esenciales a la vida humana. Reconoce los l¶³mites del crecimiento econ¶ omico desmedido y tiene como objetivo una versi¶ on sustentable de desarrollo. Tambi¶ en re°exiona sobre necesidades a largo plazo para conservar los bene¯cios de los recursos naturales para generaciones futuras. Una perspectiva antropoc¶entrica tambi¶en pone valor en el ambiente natural y su rol meramente instrumental como medio para satisfacer las necesidades humanas. Un acercamiento orientado por lo humano hac¶³a el mundo natural domina gran parte de la toma de decisiones internacional. Tiene un atractivo inmediato porque esta es la manera como los problemas de pol¶³tica ambiental son com¶unmente resueltos. Demuestra un inter¶es en los valores de la ecolog¶³a, tales como minimizar los impactos humanos negativos en ecosistemas, y maximizar los esfuerzos de conservaci¶on. En general, tiene que ver ante todo con el uso restringido, la conservaci¶on de recursos y la asignaci¶on de justicia. Sintetiza el pro-

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blema de la conservaci¶ on en el \inteligente manejo" de los recursos naturales. Al mismo tiempo, sin embargo, lenta pero inexorablemente un conjunto de mayor cobertura de obligaciones m¶ as profundas est¶ a siendo reconocido por la sociedad humana, un conjunto que complementa y coincide con las obligaciones a los miembros no-humanos de la comunidad bi¶ otica. La preservaci¶ on de las especies, la apreciaci¶ on est¶ e tica de los bosques, los valores cient¶³¯cos de la biodiversidad, placeres recreativos o espirituales se est¶ an volviendo factores importantes de la pol¶³tica ambiental. A menudo los promotores de la ¶ etica ambiental han sostenido que la comprensi¶ on y apreciaci¶ on est¶etica de las maravillosas bellezas del mundo silvestre puede actualmente transformar nuestras actitudes hac¶³a la naturaleza. La sensibilidad estimulada por los encantos del ambiente natural puede llevar a acciones pr¶ acticas para promover y conservar la riqueza y la sublime grandeza del mundo natural en el que estamos inmersos. Un sentimiento m¶ as profundo por la aut¶ e ntica belleza evolutiva del mundo silvestre suele incrementar nuestro inter¶es en lugares y animales ind¶ omitos, revitalizando nuestros lazos con el mundo que est¶ a \all¶³ afuera." Para aqu¶ellos de nosotros que vivimos en medio de un mundo sobrepoblado y enfrentado millones de problemas sociales, la emoci¶ on por la naturaleza alienta al ser humano a esforzarse por una relaci¶ on nueva que reconozca las buenas cualidades de la naturaleza. Los bosques, las vetustas playas, los musgosos estanques, los lagos cristalinos nos refrescan espiritual y f¶³sicamente. Nos liberan de las preocupaciones y presiones de la vida citadina, y nos dan el sentido de lo que hay que aprender a respetar. Caminar, trotar, nadar, montar en bicicleta, esquiar, observar aves son formas de acercarse a la naturaleza para acrecentar las bondades de la racionalidad en la b¶ usqueda de mejores soluciones a la conservaci¶ on. Igualmente, admiramos el mundo natural no s¶ olo por su valor instrumental, antropoc¶ entrico, sino tambi¶en por su belleza inherente expresada en su creatividad hist¶orica, ra¶³z visible del esp¶³ritu. La naturaleza silvestre es un espect¶ aculo, un teatro de placeres peculiares, y el escenario de nuestra imaginaci¶ on. Como lo expres¶ o Merleu-Ponty (1945), el paisaje est¶a situado entre la mirada del observador y la esencia del mundo.


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Punto de encuentro Una tercera posici¶on puede ser formulada no tanto en t¶erminos de qui¶en cuenta moralmente sino en t¶erminos de cu¶anto cuentan las cosas. Tal vez todos los elementos vivientes tienen un valor intr¶³nseco de alg¶ un tipo o grado y no deben ser tratados en funci¶ on de los caprichos humanos. Pero debemos hacer juicios de alcance y signi¯cado. >Es el valor intr¶³nseco de estos animales y plantas igual al de las personas? Si los organismos no-humanos y las personas di¯eren en valor intr¶³nseco, entonces ser¶³a un desacuerdo razonable sobre la magnitud del valor intr¶³nseco de \otros" y, as¶³, acerca de si un comportamiento nuestro es apropiado al valor que poseen. As¶³ pues, algunas elecciones se vuelven parcialmente una decisi¶on moral personal sobre quienes somos y de que modo actuamos, en vez de aquellas expl¶³citamente ata~ nidas a los organismos, especies o ecosistemas. ¶ Este es un territorio donde las cuestiones acerca del car¶ acter asumen la mayor prominencia. Se trata de un teatro en donde la ¶etica ambiental de la virtud (Wensveen, 2000) juega una parte importante en el proceso de moldear nuestros valores y nuestra ¯bra moral de manera que brote una forma de comprensi¶ on que coadyuve a la conservaci¶on de la naturaleza como una condici¶on necesaria del desarrollo de las posibilidades humanas. Una persona virtuosa no da~ nar¶a a otros, ya que no es ¶esa la manera apropiada para volverse bueno. La ¶etica de cultivar virtudes como la valent¶³a, la moderaci¶on, la justicia, la templanza, la amabilidad, Inter. alia, se remonta a Arist¶oteles. La persona buena y virtuosa reprime su ego¶³smo (sus preferencias) para hacer la elecci¶ on correcta. (racional). Una virtud (arµete) no es mera emoci¶on o sentimiento. Tampoco es una capacidad donada por la naturaleza. Las virtudes, seg¶ un Arist¶ oteles, son disposiciones o h¶abitos. Tales disposiciones mantienen conexiones ¶³ntimas con la elecci¶ on y la acci¶on. Y fue Plat¶on qui¶en, como es bien sabido, conect¶o la bondad con la belleza. La armon¶³a de las virtudes, la bondad de car¶acter, etc., coinciden con las hermosas disposiciones del alma. La belleza est¶ a esencialmente ligada a las ideas morales. La grandeza excepcional de la naturaleza, el Sol naciente y poniente, los fen¶omenos celestiales, los oc¶ eanos y monta~ nas, acantilados, cuevas, cascadas y bosques devienen la fuente de nuestras experiencias emocionales. Esta delectaci¶on en la naturaleza se combina con un fuerte sentido de lo moral y del car¶acter virtuoso. La persona virtuosa se comprometer¶³a con la moral en su trato a la natu-

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raleza. Nuestra actividad desembocar¶³a en el bienestar de la sociedad y de su ambiente. La verdadera ¶etica para nuestra casa natural que compartimos con todos los seres que han llegado a vivir en ella requiere que los miembros moralmente capaces cuiden este hogar y act¶ uen de tal forma que le permitan seguir existiendo en los tiempos por venir. El camino hac¶³a el bien que buscamos yace en el valor de la justicia para presentes y para las futuras generaciones, y en el uso sustentable de la naturaleza. S¶ olo as¶³ podremos evitar "el ¯n de la Tierra... cuando la semilla de la tierra haya terminado, cuando se haya hecho como el anciano, como la anciana, cuando no tenga valor, cuando ya no pueda proveerle a alguien de bebida, de alimento." (Sahag¶ un, 1982) Bibliograf¶³a 1. Dubos R. 1972, A God Within. New York: Charles Scribner's Sons 2. Aristotle. 1941, On the Parts of Animals. In: McKeon R. editor. The Basic Works of Aristotle. Oxford; 3. Leopold A. 1966, A Sand County Almanac. New York: Ballantine Books; La ¶etica de la tierra en T. Kwiatkowska y J. Issa (editores), 1998, Los Caminos de la Etica Ambiental, Una antolog¶³a de textos contemporaneos, M¶ exico, Plaza y Vald¶ es 4. Merleau-Ponty M. 1945, Ph¶ enom¶ enologie de la perception. Paris: Gallimard 5. Wensveen L. van. 2000, Dirty Virtues. The Emergence of Ecological Virtue Ethics. New York: Humanity Books 6. Aristotle. Nicomachean Ethics. In: Mortimer J. Adler, editor. 1990, Great books of the Western World. vol.8, Aristotle II, Encyclopedia Britannica, INC 7. Plato. Republic. In: Hamilton E. and Huntington C. (editores), 1963, Plato. Collected Dialogues. Princeton, NY: Princeton University Press 8. Sahag¶ un F. B. 1982, The Florentine Codex. History of the Things of New Spain. Translated by A. J. Anderson and Ch. Dibble, Santa Fe: School of American Research and University of Utah cs


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