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Lusitania F. Martínez Jiménez

mente, en nuestro contradictorio s. xx, se ha dado y se estudia el movimiento filosófico llamado existencialismo. Don Miguel de Unamuno es un existen­cialista religioso. De un cuaderno intitulado «El existencialismo y Jean-Paul Sartre», el cual hemos estado leyendo y estudiando últimamente, extractamos estas líneas: Para el existencialismo, no es la existencia en toda su extensión sino la existencia del hombre la que constituye el primer problema de la filosofía. Así, reprochaba la filosofía tradicional el haber desconocido, demasia­do a menudo, los productos del espíritu en beneficio de la filosofía del mundo. En este sentido, el existencialismo enlaza con una larga hilera de antecesores. La historia del pensamiento está jalonada por una serie de brotes existencialistas que han sido, para el pensamiento, otras tantas conversiones a sí mismo, otros tantos retornos a su misión original. Es el llamamiento de Sócra­tes cuando opone el imperativo del «Conócete a ti mismo» a los en­sueños cosmogónicos de los físicos de Jonia.

Pero si Sócrates fue un brote existencialista, no llegó co­mo los cultivadores de esta corriente filosófica a la conclusión pesimista de que el mundo es un absurdo, aunque su vida constituyó un em­peño en la búsqueda del sentido y el objeto de nuestro existir. Convencido de que la certeza es imposible en los dominios de las ciencias físicas, su escepticismo en lo referente a la cosmolo­gía no le impide ser dogmático en otra zona del saber, o sea, en la moral. El principio fundamental de su filosofía es que existe íntima correlación entre saber y querer; para él la virtud se a­prende, es una para todos, y el mal no es otra cosa que el fruto de la ignorancia. La verdad se halla en el fondo de todos los es­ píritus; sólo se necesita hacer que cada uno llegue a descubrir­la entre las apariencias y falsedades que la ocultan, sacarla a la luz. Y otra vez citamos a los existencialistas para cerrar con sus palabras este tercer apartado de nuestro pequeño trabajo: «[…] para que exista una verdad cualquiera, se necesita la verdad absoluta; y ésta es sencilla, fácil de alcanzar, está al alcance de todos; consiste en adaptarse a sí mismo sin intermediario».


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