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MÁS QUE UN ECO DE LA OPINIÓN 3. Escritos, 1886-1889

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Archivo General de la Nación, volumen LXXIX Autor: Francisco Gregorio Billini Editor: Andrés Blanco Díaz Título original: Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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Archivo General de la Nación, 2009 Calle Modesto Díaz 2 Santo Domingo, Distrito Nacional, Tel.: 809-362-1111, Fax 809-362-1110 www.agn.gov.do

© Andrés Blanco Díaz

Departamento de Investigación y Divulgación Directora: Reina C. Rosario Fernández Diseño: Puro Fajardo Diagramación: Soluciones Técnicas F & J Diseño de portada: Soluciones Técnicas F & J

Ilustración de portada: Fotografía antigua del Parque Colón durante un día festivo, tomada por Tomás Sanlley. (Colección José Gabriel García).

ISBN: 978-9945-020-68-7 Impresión: Editora Búho, C. por A. Impreso en República Dominicana • Printed in Dominican Republic

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Francisco Gregorio Billini. (Museo Hist贸rico de Ban铆).

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Archivo General de la Nación Vol. LXXIX

Francisco Gregorio BilLini

MÁS QUE UN ECO DE LA OPINIÓN 3. Escritos, 1886-1889

Andrés Blanco Díaz Editor

Santo Domingo, D. N. 2009

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Anverso y reverso

Si hoy con sobra de amarga experiencia, deploramos el triste estado a que nuestra falta de unidad de pensamiento y acción, que ha hecho ineficaz el no meditado propósito de un día, nos ha venido conduciendo en todos los terrenos, a punto de dejarnos sin voluntad ni conciencia y yaciendo en una laxitud culpable, muy difícil de justificar; justo y necesario es que por nuestro propio esfuerzo atendamos a subir de nuestra bochornosa nulidad al medio en que alientan las naciones civilizadas del orbe. No a las combinaciones de la política; no a la táctica de partidos (que no tenemos aquí); no a los azares de la revolución armada; no a la acción, buena o mala, de gobierno alguno; no al capricho de escasos círculos de hombres, o apasionados, o exclusivistas, o ilusos; a nada de eso es que pueblos como estos nuestros deben mirar; sino a sí propios, a la actividad de su espíritu, a la sanidad de sus propósitos, a la fuerza de sus ideas, a la omnipotencia de su voluntad, a lo trascendental de sus ideales, a su propio impulso, iniciativa y esfuerzos. Mala arena es la ardiente de las luchas políticas, ya sea disputando derechos, ya apelando a las armas, las más veces para cortar diferencias de opiniones, cuando el pueblo que así quiere o puede luchar carece de fuerzas positivas que no tiene en su espíritu, porque no está templado en la suma de ideas apropiadas que determinan cierto grado de educación práctica, cierta convicción de que si es algo lo debe a la actividad de su brazo y de su pensamiento, y primero a la de aquel que a la de este; que se ha bastado y se basta y se sobra a sí propio; que es un pueblo porque ha labrado 11

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afanosamente el terruño, y con el sudor de su frente ha amasado los cimientos de sus hogares, y que por tanto sus hogares han sido dignos y libres desde su principio. Esos ensayos de derechos y libertad que nuestros pobres pueblos hacen, y de que abusan, son casi ridículos; y como farsa, terminan siempre en sangriento juego. Más les valiera disentir con el arado y combatir con la naturaleza; no que siempre se hallan débiles, flacos, extenuados, incapaces, y viene cualquier intruso señor de luengas tierras a hacerles la ley y a tener porque sí jurisdicción política y jurídica, y lo que quiera, en medio a un pueblo valiente y sufrido que, embobado, le mira y le deja hacer. Debían saber nuestros pueblos americanos que el camino de la libertad es el de la sabiduría en todo y por todo; aprender a ser discretos y laboriosos para saber y entender de ese self government que es su constante e imposible sueño. Pues si hoy nos miramos en lo más hondo, por nuestra propia inercia lanzados, y atados a nuestra estéril inactividad, bien es que queramos arrimarnos a lo único que nos puede regenerar y realzar, el trabajo; y con el decidido propósito de tener siquiera una vez en la vida ese espíritu de asociación que obra milagros y de emprender por nosotros mismos lo que emprenden nuestros huéspedes, pocas veces con ánimo de hacer ni poco ni mucho; seamos dueños en nuestra casa, y que el país lo deba todo, solo y tan solo a nosotros. El reverso el es triste cuadro de hoy; volvamos la medalla y el anverso será el bello futuro. ¡El trabajo engendrará nuevas fuerzas, nuevas ideas, nuevos propósitos, nuevas costumbres, nueva sociedad y nuevos ideales; abrirá cauces anchísimos; dilatará horizontes a la mirada; ensanchará medios; purificará ambientes; derramará luz plena en el espíritu y en el triunfal camino del ya digno y regenerado pueblo de la hoy casi ignorada Quisqueya!

Más sobre la empresa del teléfono En obsequio de ella misma y del público que con ella está bien hallado, bueno es reflejar aquí las opiniones en que abundan todos y están contestes.

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Considerado desde luego el establecimiento del teléfono mejorado de Nason como cosa de indisputable utilidad, y signo evidente de algo que se acerca al estado de cultura y adelantamiento de la presente época; cuantos aquí tienen verdadera necesidad de él y cuantos por cierta conveniencia o novedad, estaban en ánimo de suscribir al invento maravilloso, no han podido menos que abstenerse de hacerlo, detenidos por el que han juzgado excesivo tipo de suscripción. A nadie se oculta lo útil del teléfono; todos reconocen que es una necesidad del día; todos proclaman que, en efecto, el sistema perfeccionado de Nason es admirable, tanto en su mecanismo como en sus efectos; y que podemos darnos por honrados, y mucho, de que la ciudad capital de la República posea la primera el mejor teléfono del mundo; pero no lo es menos que a todos extraña y aun apesadumbra que no esté el tipo de suscripción en justa relación al estado actual de la localidad, ni mucho menos al alcance de todas las fortunas, como debía estarlo. No hay duda que es empresa nueva, y que todo cuesta aquí dificultades y dinero; pero en atención, primero: a que se supone que una empresa extranjera, y rica además, va dispuesta al país en que se establece a arrostrar obstáculos y a gastar caudales, si pues desde su principio columbró las ganancias consiguientes; y segundo, que el espíritu público se halla en esta localidad animado de las mejores disposiciones para con la empresa; en atención a esto, y a que con el impulso que podrán recibir de un momento a otro las industrias y el comercio aquí, lo cual será grandemente beneficioso para la empresa, esta no debería vacilar en poner su tarifa en relación con las condiciones económicas del Estado y de los individuos. Comoquiera que nos sentimos animados del mejor deseo hacia la empresa del teléfono, y que nos haríamos constantes voceros de sus intereses, por eso mismo es que más empeñados estamos en tratar el asunto de toda buena fe y en provecho inmediato. Así no hemos dudado en representarle lo que piensa acerca de su tarifa la mayoría del público. Dicen de ella que es enormemente crecida; que estará buena para los Estados Unidos de Norteamérica, pero que en esta tierra no deben regir las tarifas de otros países; que el

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teléfono debe estar en condiciones económicas tales que se haga popular (y aquí está el secreto de su aclimatación al próspero éxito); que, por lo mismo que la crecida tarifa aleja suscriptores, lo exiguo del número de estos será parte, y no poca, a alejarlos más, y que aún los ya abonados no quedarán conformes con estar en comunicación con solo un pequeñísimo círculo de comerciantes, industriales y amigos; que la cantidad a que alcanza la suscripción mensual representa otra por demás excesiva anualmente; y por último, que con esa cantidad mensual se pagaría mucho más ventajosamente uno o dos mandaderos que harían el mismo servicio, y algo más del que pudiera el teléfono, vistas las cortas distancias que hay y los poquísimos negocios, u otros casos urgentes, a que dar pronto curso. No dude la empresa que estamos, si sufre decirse, casi tan interesados como ella en que cobre auge, porque prestará al país servicios eminentes, y por lo mismo, llevamos a su consideración el general sentir sobre este tan interesante particular. Tome, pues, nota de todo ello, y vea que real y positivamente, de la buena aplicación en empresas de esta naturaleza de los principios económicos que en la práctica pasan ya por preceptos ineludibles en todas partes, dependerá en alto grado el éxito de sus útiles trabajos; porque no es lo mismo establecer una tarifa en tipo y hasta en moneda de otros países que pueden muy bien acomodarse a ella, que establecerla en donde ni se conocen las ventajas del invento, ni se pueden soportar más gravosas cargas de las que la pobreza general nos tiene puestas. Piense la empresa que, si en lugar del tipo de $8.50 oro americano, o sea, $10 de la moneda única que aquí tenemos, el peso mexicano, se pusiese $5, moneda mexicana; se multiplicaría el número actual de abonados, porque es indiscutible que mientras mayores sean las facilidades para suscribirse, mayor será el número de abonados; y por consiguiente, mayores las entradas de la empresa y más asegurado estará el éxito de ella, como es natural suponer. Estamos al tanto de lo que el señor administrador general nos ha comunicado acerca de que hay que tener en cuenta que son muchos los gastos que tiene que soportar la empresa aquí; que su

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sistema es perfeccionado; que va a poner su aparato en comunicación con varias fincas, &a.; muy bien, pero no se debe ocultar al propio interés de la empresa, que la modicidad en los precios de toda nueva empresa, es la condición primera, sine qua non, y en todos los países del mundo, para que esta prospere y se arraigue convenientemente. Tome, pues, bien en cuenta esto la benemérita empresa de la “Domingo Electric Company”. El Eco de la Opinión, No. 341, 22 de enero de 1886.

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Ese es el camino

Fausta nueva. El fomento de la agricultura; la inmigración espontánea; y el riel que fecundiza y civiliza; el hilo eléctrico; la escuela, la prensa y la tribuna; tales son las fuertes armas con que se vencen la estéril inactividad y pobreza de recursos de un pueblo y la ignorancia, el ocio corruptor y el rebajamiento moral, en suma, que presto le preparan segura ruina. No sino el solo eco felicísimo del establecimiento del ferrocarril de Samaná ha podido atraer y convidar tan espontánea y resueltamente la inmigración útil que ya en grupos de familias y a guisa de lábaro llevando entre ellos el arado, fecundo en bienes y virtudes, va a hollar en breve nuestras desiertas playas, a pisar los campos y a pedir puesto entre los luchadores del porvenir de la República. ¡Bien hayan los nobles huéspedes! Han tenido acierto al elegir la generosa tierra de Quisqueya para depositar sus penates; en ella falta el trabajo, que es la fuerza y la vida, pero el arado que ellos esgrimen pronto hará que su victorioso carro vuele por sobre apiñadas mieses; así, esos huéspedes bienvenidos gozarán en paz de las dulzuras de un clima benigno y de esta largueza increíble de la pródiga tierra, en que encontrarán fraternal hospitalidad y una patria libre, que no costará a sus familias la tristeza del hijo cubierto con el casco y en peligro de dar su sangre por el prestigio de viejas coronas. Han ido, pues, a Puerto Plata dos agricultores alemanes con el firme propósito de establecer en ese distrito una colonia agrícola, compuesta de cuarenta a cincuenta familias alemanas; han recorrido los campos y han elegido “las feraces y hermosas vegas de 17

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Sabaneta de Yásica, a pocas leguas al Este de la ciudad”. Si como no es dudoso, se realiza ese gran proyecto, ¡cuántos bienes de ahí se derivarían para aquellas comarcas y para la República! Una colonia agrícola es lo más fecundo de cuanto se ha dado en materia de hechos económicos; una colonia agrícola es un inagotable minero de los más ricos y variados productos, un constante granero para el consumo y la exportación, un núcleo vigoroso, sano y próspero de población. Y cuando es formada, como lo será esta de Puerto Plata de agricultores, y agricultores sabios, perseverantes y laboriosos, que a mayor abundamiento son gentes honestas y pacíficas, como los alemanes; el más brillante éxito puédese asegurar desde ahora al proyecto, el más extraordinario beneficio a aquellas fertilísimas regiones, y el triunfo más completo a la paciente obra del porvenir del país. Júntase a tan fausta nueva la de que algunos señores, huéspedes nuestros también, buscan en Moca y obtienen tierras en las cercanías de la línea férrea, que por allí ha de pasar; y esos establecimientos, aunque puedan estar aislados, serán, a no dudarlo, otros fatuos núcleos robustos de trabajo asiduo y organizado, de labor fecunda en resultados de todo género para la culta y noble villa de Moca y su provincia. Cuanto ardientemente deseamos es que se puedan establecer en breve unos y otros bienvenidos huéspedes en nuestras inexploradas campiñas; y que, penetrados todos del bien inmenso que van a hacernos, les presten su eficaz cooperación, y a los ciudadanos constituidos en autoridad, que amparen a esos abnegados cooperadores del porvenir de nuestra patria.

Exámenes para maestros Cuatro más son los que de esas elocuentes aulas de la que los forma, se levantarán al noble sitial del maestro; cuatro apóstoles más que vestirán la rugosa túnica de los que enseñan la ciencia y la virtud; cuatro más que se levantan donde todo cae y cuando todo

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cae por tierra con hondo desconsuelo de los que, en la duda cruel, no saben ya hacia dónde volver los ojos. Luminoso rayo de luz que, atravesando por entre las amontonadas ruinas de esperanzas tantas, viene a traer al ánima cansada una corta aunque cierta y duradera efusión; porque al porvenir alcanza. ¿Qué es ver, si no, adornarse jóvenes almas de altos merecimientos, y llegar, radiantes de fe y de razón dignificada humildes al ara de la verdad a consagrar el espíritu de redención humana? ¿Qué es ver la inteligencia gallardamente armada preparándose a entrar en liza por el deber moral? Y cuando en el último tercio del siglo XIX en que la fiebre del materialismo consume, y en pueblos que como estos tienen también como fiebre de rebajamiento de espíritu, enamorados de cierta propia pequeñez que les complace; la abnegación se encarna en unos cuantos seres, llenos de juventud y de vida además, para ir al combate por la luz y el bien guiando generaciones, y recibiendo, en vez de oro y honores a trueque de vicios y falsía, desdeñosa mirada, insultante vocear y coronas de espinas, en cambio del beneficio que hacen a la estúpida sociedad que jamás ha comprendido a Cristo ni a Sócrates ni a otros apóstoles de la verdad; cuando esto se ve, se espera ver también hacer algo a la podredumbre que sabia invasora, y que no llegue a herir de muerte el corazón de la humanidad. Consolador es, no hay duda, que se consagren apóstoles de la enseñanza en esta privilegiada Antilla, cuando en ella y en las otras Antillas, se ahonda el envejecido cáncer de la ignorancia, que parece el maléfico patrimonio de nuestra infeliz América. ¡Y qué monstruos ha producido ella en tan hermoso hemisferio! Bastante es su horrenda deformidad para dejar atrás los de la Roma de los emperadores. Allí, en los bancos de la fecunda Normal, que sabe modelar, no solo cabezas organizadas sino espíritus contritos y levantados, por más que en contrario se arguya, están pasando en este momento sus pruebas cuatro jóvenes normalistas, ejemplares individualmente, constantes y laboriosos, como estudiantes, de los cuales dos o tres son hijos del Cibao; y alguno de ellos vive aquí solo, pobres todos. Y sin embargo, ahí en la Normal han formado su inteligencia

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y su corazón; porque con eso es que también consiste la excelencia del moderno sistema de enseñanza, que instruye positivamente y a fondo, y por su misma fuerza de convicción, al templar, intelectualmente el espíritu, lo eleva moralmente; y si no se puede decir que educa es porque la educación solo comienza y acaba en el hogar, educación que es, por desgracia, cosa desconocida o rara en nuestra actual condición social, y aun así, tal virtualidad tiene el moderno sistema de enseñanza, que da al indómito niño de hoy hábitos bastantes para después encaminarse él mismo por la buena senda. Esos normalistas, pues, no han tenido más tutela moral, más ejemplo, más guía, más inspiración que la escuela sabia y educadora en que se han formado; y eso que han estado en condiciones de echar por torcida vereda. Ya mañana serán maestros ¡ay qué maestros! Maestros que todo lo abarcan en su bien nutrido y ordenado intelecto; maestros que tienen lleno su bien adoctrinado y disciplinado espíritu de alteza de miras, de convicción moral y de un noble y leal empeño en desarraigar la ignorancia y arrojar a manos llenas luz de razón y de verdad por todas partes. ¡Bien haya el país que tendrá tales benefactores! ¡Bien haya la legión de los invencibles conquistadores del porvenir de la Patria de Quisqueya! ¡Feliz Cibao que podrá contar con hijos tales! El Eco de la Opinión, No. 342, 29 de enero de 1886.

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Apuntes económicos sobre los tratados de reciprocidad

Revive ahora en la gran República la cuestión antes tan socorrida en los respectivos países interesados en ella, de los tratados de libre cambio. La Cámara de Comercio de la ciudad de Nueva York acaba de recomendar los concluidos con México y nuestro país, aprobando además los motivos que se exponen en el último mensaje presidencial para la no aprobación del concluido con España. No se habrá olvidado que ya esa misma Cámara de Comercio fue desfavorable a este último tratado, fundada entonces en los mismos motivos de hoy; es decir, en la desigualdad de la rebaja de los derechos aduaneros en los Estados Unidos y Cuba, en que llevaría la peor parte el primero de estos países. Y es así realmente, porque es mayor el producto de la exportación de Cuba y Puerto Rico a los Estados Unidos que el de la de este a esas Antillas. Mientras las segundas envían al primero $48,410,356, el primero envía a las segundas no más que $10,575,365. Quiere esto decir que el fisco de los Estados Unidos tendría que soportar una pérdida de algunos millones, y en su mayor parte, nada menos que respecto de azúcares, de que se componen muy principalmente las exportaciones de ambas Antillas, como sucede también aquí. Con mejor acuerdo y mejor criterio económico y político que esta Administración democrática y Cámara de Comercio neoyorquina, obró la pasada presidida por Chester Arthur. Aquella opinaba, y con razón que le sobraba, porque la libre importación del azúcar y su consiguiente baratura eran otras tantas ventajas para aquel país; que a favor de un tratado de reciprocidad obtendrían 21

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los productos todos de los Estados Unidos extenso campo adonde extenderse; y por último, como razón decisiva y aplastante, que era inútil el exceso de numerario acumulado, e injusto hacer pesar así sobre el pueblo, consumidor del artículo, una gravosa carga. Pero en la estrechez de criterio económico que informa en este particular el del gabinete democrático (que sin embargo por otro lado hubo de prometer rebaja de tarifas arancelarias) este no entiende que el pueblo americano deba consumir equitativamente la rica azúcar tropical, sino antes bien cubrir siempre el exceso de los millones de pesos que para nada necesita ya el Tesoro nacional; todo porque la mezquina azúcar de Luisiana y sus congéneres de sorgo y maíz sean consumidas por el rico pueblo que lastima ver cómo consume caro y malo su mal tabaco y peor azúcar, y carísimo también los buenos tabacos y azúcares que le llevan. ¡Milagros del proteccionismo! El argumento sacado a relucir no de ahora de la desigualdad de rebaja de derechos aduaneros que sufrirían los Estados Unidos y Cuba (y al hablar de una Antilla queda la otra comprendida) respectivamente, no tiene gran consistencia a nuestro escaso entender; porque: 1º No es necesario ese exceso del producido de los derechos aduaneros; 2º No se beneficia inmediatamente el país de esa tasa impuesta a un artículo de primera necesidad, y si no se beneficia inmediatamente la sociedad de ello, ni mediatamente, porque los gastos públicos están ya con mucho cubiertos; ¿a qué bueno entonces las trabas que el Estado impone?; 3º no alcanzan los productos naturales e industriales suyos en un centro propio para ellos como las Antillas españolas, el natural y ventajoso desarrollo que pudieran, amparados por las franquicias de un tratado de reciprocidad comercial; que es a lo más que un pueblo agrícola, industrial y comercial por excelencia como los Estados Unidos del Norte de América podrían con justicia aspirar. Ahora bajo el concepto económico, ahora bajo el concepto político, nosotros, y perdone nuestra incompetencia, nos atrevemos a decir, que la no aceptación del tratado de reciprocidad con España es lo más impolítico y descaminado que imaginarse pueda; habida cuenta de la importancia geográfica, política y comercial de las

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Antillas españolas por lo que mira a los intereses americanos del Norte, y de la no menor significación de la exportación de aquellas para sus puertos. Es ponerse el sayal en los ojos para no ver; pero, a bien que el mal es solo de ellos, los norteamericanos. Esto, por lo que dice relación con el malaventurado tratado español; que en cuanto a los de México y nuestro país, retirados del Senado por la sediciente reformadora Administración democrática, y ahora recomendados por la Cámara de Comercio de Nueva York, indudablemente con muy poca fortuna, son a uno y a otro tratado aplicables los mismos conceptos enunciados porque la misma suerte que al que allí aludimos correrán estos otros. Y valga aquí la razón que ha tenido la Cámara de Comercio expresada, a quien singularmente agradecemos su buena voluntad, para recomendar los tratados de México y Santo Domingo; que México exporta a los EE. UU. $9,000,000 y Santo Domingo $1,000,000. Las contradicciones económicas saltan en todo esto a la vista de un modo asaz elocuente. Y muy particularmente por lo que toca a nosotros, se sirvió la Cámara recomendar una adición al tratado con nuestro país; y es la de que “para el caso de que estalle la guerra (y es gran previsión esta), se conceda a los Estados Unidos una estación naval en territorio dominicano”. ¡Ahí debíamos venir a parar!

Estatua de Colón El deseado monumento ha llegado por fin. Es la obra espléndida del afamado escultor Gilbert, la mejor estatua que tendrá Colón en este hemisferio que con su genio y su gloria llenó; porque si ya por el pensamiento artístico, ya por el momento histórico y sicológico que representa, es la primera estatua que tenga en el mundo el Descubridor del Nuevo, también como obra de arte entendemos que ninguna puede rivalizarla en América. Está ya ahí en efigie el que las aguas de ese río surcó un día en victoriosa carabela, y esta tierra pisó con entrañable amor y

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predilección notoria. Dentro de poco, según deseos de la Corporación Municipal, irá a erguirse el gran sabio y el noble mártir como en trono de luz en la plaza mayor, junto al lugar donde sus verdaderos restos reposan. Así entrará en nuestro hogar aquel que entonces túvolo por suyo, y aquí estará Colón en su propia patria, reinando sobre ambas Américas desde esta Antilla que fue la cuna, el cerebro y el corazón de la América. Ningún arreo mejor para la Ciudad Antigua, primera del Nuevo Mundo, metrópoli de todo un hemisferio, que la estatua del Descubridor, de quien era favorita e hija del corazón la ignorada Quisqueya de estos días. Piezas que son moles pesadísimas van saliendo con esfuerzos de hombres del buque conductor y depositándose en tierra; pero faltan medios adecuados para llevarlas a su destino. La Corporación Municipal convoca ya a los hombres de la ciencia para proceder de momento a levantar el pedestal gigantesco, en su patriótico delirio creyendo que el sol del 27 de Febrero iluminará la noble frente del nauta ilustre entre las aclamaciones de la multitud; pero eso tampoco será posible, según parece. En fin, Colón en efigie está en Quisqueya, como ya por sus gloriosas cenizas lo estaba de hecho y de derecho; y ese es para el pueblo de esta Nación el más grande de los triunfos y la más inmensa de las satisfacciones. Que pronto veamos alzada en el lugar que le corresponde la imponente y colosal figura del insigne navegante, señalando la tierra de sus sueños con su sabia mano, y al pie de él, la virgen Quisqueya escribiendo en el bronce de su pedestal, los inmortales caracteres que eternizan la gloria del varón. El Eco de la Opinión, No. 343, 15 de febrero de 1886.

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El bill de Washington

Por iniciativa del gabinete norteamericano, cursa en las Cámaras un bill, o proyecto de ley, por el cual se declaran libres de derechos de importación los azúcares procedentes de países en donde lo sean de exportación. Tan inesperada nueva, porque inesperada es por lo mismo que supera a lo que el gabinete democrático había prometido en materia de rebajas arancelarias, nos sorprende de agradable manera en momentos precisamente en que se abre consoladora perspectiva al comercio de azúcares. Esta medida sabia que, a nuestro modo de ver, de suyo facilita el camino a la reciprocidad comercial, dará ancha y fácil entrada al producto de la caña, y pasto abundoso al consumo de los Estados Unidos del Norte; de lo que inmediatamente se derivará la mayor demanda del fruto, y así recobrará el perdido equilibrio esa industria que a tan intermitentes caídas está sujeta siempre. Pero, dado el carácter de las instituciones económicas allí, que según el dicho elocuente de un sociólogo distinguido es “el más feo borrón que tienen los Estados Unidos”, carácter que se aferra tenazmente a prevenciones temerarias, que están reñidas con el espíritu amplio y liberal de las modernas teorías económicas ya admitidas; y dada también la oposición igualmente temeraria y sistemática de grupos e individualidades, más o menos inmediatamente interesados en sostener el privilegio proteccionista de productos nacionales; permítasenos dudar que el bill que cursa pase así tan fácilmente en las Cámaras. Hacemos votos porque la feliz disposición de ánimo del gabinete de Washington halle favorable acogida. 25

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Ahora, contrayéndonos a la otra medida absurda, impolítica y antieconómica que adoptó el pasado Congreso acerca de la reposición de los derechos de exportación, ¿qué decir, sino que resalta enfrente de la sabia, política y justa del gabinete norteamericano, como un contrasentido tal, que por sí mismo está pidiendo a gritos que se la suprima? Con la franca lealtad que nos caracteriza, combatimos antes ese impuesto, a pesar de las peregrinas elucubraciones que en la prensa misma de esta Capital se hicieron para probar tanto, que nada probaron, que el impuesto a la exportación era científico, natural, bueno y provechoso. Con esa misma opinamos porque en vista de lo que pasa en los Estados Unidos, que como puede no ser, puede muy bien ser, se supriman esos derechos arancelarios; porque si el proyecto de ley pasa allí, la más completa ruina espera a nuestros azúcares. Resulta que hoy el país está arruinado; que el más terrible malestar económico pesa sobre él por escasez de numerario, por falta de trabajo, por malas exportaciones, por los crecidos derechos aduaneros, que a mayor abundamiento está dando lugar a multitud de abusos en menoscabo de los intereses fiscales y públicos; resulta que las tareas agrícolas decaen por faltarles el aliento, y las industriales se paralizan, y el comercio se extenúa por consecuencia natural de todo ello. ¿Qué hay que hacer? ¿Vivir de prestado, como hasta ahora lo estamos? Lo que hay que hacer es soltar a todo las trabas, dar ensanche y vivificar agricultura, industrias y comercio. ¿Cómo? Dictando, y cumpliendo, leyes sabias; estimulando al agricultor; sosteniendo la producción actual y abriendo campo a otras nuevas; dando confianza a todos; aliviando las cargas al consumidor. Entre uno de esos medios vitales, entra por mucho la exoneración de impuestos a los frutos que se exportan, y la modificación arancelaria en los derechos de importación. Que haya equilibrio; que haya justeza de miras; que haya equidad de medios, y bondad de fines. Mas, por lo que hace al presente, urgimos por la supresión del impuesto a los frutos de exportación, y singularmente, al azúcar,

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que es nuestro eje comercial, por desgracia. Lo demás se hará o no se hará; y si algo sea posible hacer, que lo haga la iniciativa individual mejor que nadie; que después de ella es que vendrán las medidas justas y las leyes sabias por la fuerza de la necesidad. Esperemos el resultado del bill de Washington. El Eco de la Opinión, No. 344, 12 de febrero de 1886.

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Sociedades anónimas

Mucho nos complacemos cada vez que, bajo cualquier forma, se demuestra el espíritu de asociación y empresa, que es lo que realmente dará al país un impulso vigoroso y decisivo. No ha mucho que se estableció la “Cámara de Comercio”. Ayer se constituyó el “Banco Comercial”, institución de crédito, que si no es de lo mejor, al menos es una forma de ese pensamiento que los ánimos todos debería preocupar seriamente. Sigue el Banco de esta Capital el de Puerto Plata, cuyas bases deben conocerse ya, y que emitirá medio millón de pesos en billetes admisibles por las oficinas fiscales, y a entrambas instituciones de crédito se unen ahora la sociedad anónima “Compañía del Muelle, Enramada y Aduana de San Pedro de Macorís” de esta ciudad. Todas ellas son a cual más útiles, siempre que cumplan su beneficioso objeto: todas ellas podrán comunicar su impulso y prestar aliento al comercio, a la agricultura, a la industria. Pero no basta. Eso está bien como fuertes eslabones de una cadena que sirva de reguladora en tanto desconcierto, desbarajuste y falta de sentido propio en el orden de los asuntos mercantiles de todo género. Ahora, tras esas asociaciones útiles, deben venir las otras más beneficiosas aun, que tocan más directamente a los intereses del pueblo, y que han de formar un como sólido antemural contra la miseria que amenaza siempre a las clases laboriosas, y un como rico minero de grandes recursos para el mañana. Falta, pues, que en el seno de las diferentes clases del pueblo cunda el espíritu de asociación bien entendido, y surjan sociedades cooperativas, cajas de ahorro, y otras instituciones que tiendan a 29

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remediar las necesidades de las clases menesterosas, y a ahorrar para lo porvenir. Vamos a pensar seriamente en organizar sociedades cooperativas para artesanos, colonias agrícolas para los pobres, compañías anónimas para fomentar el trabajo y la riqueza pública. Esto es ya de vital importancia. El Eco de la Opinión, No. 344, 12 de febrero de 1886.

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Año octavo

Entra El Eco en el presente mes en sus ocho años. Ha visto en su relativamente larga carrera multitud de sucesos; y en sus mejores tiempos rompía con denuedo lanzas más empeñoso que ninguno en la activísima propaganda que se hacía entonces por la prosperidad material de la República. Tanto hizo, que daba la medida en aquel centro de fiebre emprendedora por cosas de nuestro país en aquella época, Nueva York, y él atizaba infatigable la llama del deseo de probar aventuras que el capital extranjero tenía, como si fuese esto algo así como una California agrícola industrial. Hizo bien; a él se debe quizá la existencia de más de uno de esos soberbios ingenios que a poca distancia de aquí dejan oír ahora mismo el laborioso rodar de sus trenes. Entonces eran tiempos de fe y esperanzas. ¡Qué diferencia de los presentes, y solo hace siete años! Corríamos desalados tras sueños e imposibles tal vez, pero era por el anhelo de que esta Patria nueva, sol… más próspera fortuna, y al puerto de la deseada felicidad se encaminara. Llamábamos progreso a cualquier fantasmagoría; padecían cierta ilusión enferma nuestros sentidos y nuestra alma; pero era no sin motivo, no sin ideal. Ansiábamos el progreso para el pan, para el orden, para la libertad, para la reconstitución, para el bien, para lo porvenir; y queríamos que viniese a nosotros como un huésped agradecido, como un Mesías, pero sin prepararle digna tienda; es decir, sin ofrecerle nuestra activa cooperación. 31

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“Que trabajen esos tantos bosques vírgenes” conformábamos con decir. Y el hacha resonaba sin cesar entre sus seculares bóvedas, y pródiga se abría aquella tierra empapada de fértil mantillo, como de sol, humedad y aromas, y la caña ambiciosa cubría llanos, laderas y valles y alturas. Cuando se acabó el reinado de la caña, se acabó como por encanto nuestra prosperidad y progreso. ¿De quién la culpa? Del movimiento que se operó, de la propaganda de la prensa en que llevaba El Eco la bandera, del auge del fruto privilegiado? No, de nuestra incapacidad e incuria: pues no quisimos o no pudimos aprovechar aquel tan propicio instante. A El Eco le cabe la satisfacción de haber trabajado activamente por el progreso material del país; y así juzgamos que estará dispuesto a hacerlo siempre. Y nosotros, que desde muy al principio nos encontramos ya dirigiéndole, ya prestándole nuestra pobre ayuda, con interés patriótico, estamos, como estuvimos siempre, dispuestos a recomenzar o a secundar cualquier pensamiento bueno u obra útil o activa propaganda a favor del verdadero progreso del país. ¡Que años mejores vengan en que El Eco, al entrar en otros aniversarios, pueda presentar con noble satisfacción resultados más lisonjeros, de trabajos más fecundos por el bien de la Patria!

Un oportuno pensamiento Consecuentes con nuestro anterior criterio acerca de la importante cuestión del impuesto a los azúcares, bien quisiéramos siempre abogar firmemente por la completa exoneración de esos derechos que, al gravar nuestros productos, y muy particularmente el sacarino, estanca en vez de estimular la producción de nuestros frutos; y a la larga perjudica agricultura, industria y comercio. Aunque pudiéramos pecar de temerarios, no nos cansaremos nunca de clamar contra el impuesto que oprime nuestro más rico fruto de exportación; y en esta parte nos mostramos intransigentes.

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Pero estudiando siempre en materia que tanto merece los desvelos de todo el que se interese por las cosas de nuestro país, hemos creído que no basta solo atacar por mala, injusta y antieconómica la medida que establece el impuesto a nuestros azúcares; sino que es necesario apuntar ciertas ideas, ciertos medios conducentes a aminorar el mal, ya que no es posible extirparlo de raíz y brevemente, como sería de desear. Muévenos a estas consideraciones, algo que referente al asunto acabamos de ver en nuestro estimable colega El Porvenir de Puerto Plata. Refiere este que, un señor hacendado de aquella localidad, hablando sobre el impuesto de exportación a los azúcares, decía que juzgaba más propio y más equitativo señalar a ese producto solamente un impuesto o subsidio municipal; lo que sería más llevadero para los dueños de haciendas de caña, que el impuesto que le grava hoy día, subsidio que él [y no dudaba que pensarían del mismo modo los demás hacendados] satisfaría con entero gusto. Y es ciertamente así. Preferible sería que gravara nuestros azúcares un ligero impuesto municipal, que al fin serviría para obras de manifiesta utilidad y bien público, por cuanto daría notable ensanche a la esfera de acción beneficiosa en que se mueve la institución municipal, que el impuesto que entorpece el impulso de la producción agrícola-industrial y las indispensables transacciones a que da lugar en los mercados a donde se dirige el fruto sacarino. Quisiéramos, según ya hemos dicho, que nada hubiese que en lo más mínimo afectara a la producción agrícola nacional; cuando no se la protege ni con primas, ni con emulación ni con ejemplos fecundos, ni con el esfuerzo de la iniciativa individual, ni con nada. Pero, antes que persevere el mal, preferimos que se modifique solamente en un sentido tan justo y moral; esto es, que si impuesto hay para nuestros frutos de exportación, y sobre todo para la azúcar, sea este un impuesto, o subsidio municipal, tan leve, que al mismo tiempo que deje de ser un mal grave para el producto sacarino, sea un bien fecundo en provechosos recursos para el municipio. Estudiemos todos este importante asunto.

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Sí así se escribiera la historia… Puede la desgracia de un pueblo hacer que la causa que ha creído justa, por la que un tiempo derramó su sangre con hidalguía y entereza, venga por tal extremo a menos, que aún fácil pasto ofrezca a la irrisoria burla de unos cuantos apasionados censores. Es verdad que todo en el mundo tiene su lado flaco, y lo cómico entra por mucho en los asuntos graves, pero esto no es parte a que merezcan las cosas que en sí tienen alto valor moral la desconsideración que sobre ellas se quiera arrojar. Que exista entre la inmigración cubana de los Estados Unidos de Norteamérica cierto espíritu, o frívolo, o interesado, hasta el punto de ser abusivo contra la fortuna de los otros; que haya quien de ellos pierda el tiempo y el calor natural en alocuciones huecas o incendiarias; que haya motivo para cosas mezquinas o ridículas, eso en nada amengua el noble objetivo que persigue una colectividad o un individuo, y el culto a las santas ideas de Patria y Libertad que alimentan luego el espíritu de todo un pueblo. No es la población cubana de este o el otro lugar la que, aún pudiendo ser objeto de censura por cualquier motivo, sea capaz de dar la medida de la condición de un pueblo, que a mayor abundamiento, supo en su día alzarse a luchar con decisión, y arrostró peligros y sacrificios por un ideal justo; no; ni aun cuando hoy sea este débil e incapaz, y tenga vicios censurables, debe condenársele temerariamente por la vulgar necedad de muchos de sus individuos. Siempre un pueblo desgraciado es digno de lástima y respeto. Y después de todo, ¿tiene ese pueblo, dondequiera y comoquiera que haya partes componentes de él, y dondequiera y comoquiera que provoque manifestaciones de su vida social, derecho a ejercer la queja y la protesta? Las diferentes clases de la población cubana en el extranjero lo hacen así, cada una a su manera, y comoquiera que sea, son voces sinceras y unísonas de la Patria perdida; y que el encono de los contrarios no le perdone a ese pueblo ni aún el ser desgraciado, nada prueba en contra de su causa. Por la relación que con ella tiene un hombre digno que ayer en los campos de batalla de Cuba atraía la atención del mundo por

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su indomable valor, por su pericia, por sus dotes militares, por su firmeza de carácter, por su lealtad, por su talento superior y su humano proceder durante la lucha, prendas que entre tantos hábiles, valientes y ambiciosos caudillos de todas procedencias, como concurrían a esa guerra, le valieron la más alta distinción y el primer puesto, es que tenemos que hacer consideraciones de este género; porque no es posible dejar que se vulnere la verdad al antojo de pasiones de partido o camarilla. Hace referencia el periódico Las Novedades, de Nueva York, a la detención en esta Capital del general Máximo Gómez, y presenta el caso como resultado de una aventura desdichada, que solo en pobres caletres cabe. Un hombre que tras larga ausencia viene como a reconciliarse con la Patria inolvidable por faltas que en su carrera política cometiera muy al principio, y en ella se consagra al noble propósito que le mueve, y por causas que aún no se explican, es conducido a una prisión, ¿ha de seguirse de ahí forzosamente que tramara un plan insidioso contra el orden de cosas de su país? ¿Qué lo afirma, qué lo prueba? ¿Han sido aún del dominio público los verdaderos motivos de su detención, y podían ser entonces mejor conocidos (cuando menos podía nadie penetrarlos) para concluir ni entonces ni ahora que positivamente asuntos de política local eran los que la habían determinado? Por no darle ni remotamente a nadie barruntos de esa peregrina trama, fue la sorpresa de todos, a que siguió luego ese elocuentísimo silencio que vale más que ruidosas protestas cuando, dado el medio político, no serían eficaces o posibles protestas calurosas o armadas. Qué más da para ciertas ocasiones y ciertos actos, es más solemne y terrible el silencio que la sublevación. ¡Y cuando a eso se añade el homenaje de respeto y admiración de todo un pueblo al perseguido!... Conste que no hubo el motivo a que se atiene el periódico Las Novedades, porque ni nada de eso se traslujo, ni puede caber en cabeza alguna que, tras veinte y tantos años de ausencia de su país, ignorante de las cosas que en él primaban, desde sus especiales condiciones políticas, &a. fuera un hombre de la experiencia del general Máximo Gómez, a lanzarse obstinada y locamente, porque

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se lo insinuaran o no, en una aventura que por fuerza debía tener para prudente reserva como la suya todas las trazas de un descabellado propósito: esto juzgando las cosas bajo el punto de vista de la sana razón; que si son posibles ciertos milagros o ciertos fenómenos, en política como en cualquier otro orden de ideas, no nos toca ni queremos averiguarlo. Así que las frases, vacías de sentido que a esa presunta causa dedica el periódico en cuestión, no tienen cabida en asuntos serios. ¡Dudamos, realmente, que nadie –sea quien fuere–, que juzgue cegando por pasiones irreflexivas, conozca los puntos que calza ese hombre no común que se llama el general Máximo Gómez! Por lo dicho, no pudo, ni puede, El Eco de la Opinión dar la causa de la prisión; y el que le colgara títulos al general Máximo Gómez y recordara las distinciones de que había sido objeto por parte de algunos gobiernos, con mayor o menor suma de merecimientos, era muy justo, siquiera ya no fuese más que en desagravio de la razón y la justicia. Ese hombre para sí, para su Patria, para nosotros y para el mundo entero, no necesita de tales títulos; bástale con ser dominicano, es decir, de los que no acostumbran a soportar yugos de pueblo alguno exótico; y bástale haber lidiado noblemente por una causa que, aunque no era la suya, era causa americana. Tuvo razón este periódico; túvola El Mensajero; tuviéronla todos al expresarse sobre la causa de ese asunto, como lo hizo El Eco; porque aparente, discutible, justificable, no la había al alcance del conocimiento de todos, y sí muchos motivos de secreta aflicción para juzgar sobre el particular. Esto último es cosa que no le incumbirá al periódico Las Novedades. Y por lo que hace a lo que expuso El Teléfono de esta ciudad, si no hay duda que mucha sinceridad había en sus términos, tanta, por cierto, como en los de El Mensajero, El Eco y los periódicos que a ellos se refirieron; y esto nadie podría revocarlo a duda. Pues a pesar de esa loable sinceridad, El Teléfono no dijo buenamente sino lo que pudo, lo cierto, y le plugo, además, añadir eso que no quisieron añadir los otros, porque no tenía razón de ser, ni fundamento de ningún linaje, y porque de las especies que corrieron, la más absurda era esa: que algunas personas competentes aseguraban que era (la prisión) por motivo de política local.

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Tal argumento es el que ha querido el periódico en cuestión hacer sobresalir en su empeño por rebajar la talla del general Máximo Gómez, que al lado de muchos de esos militares españoles que hicieron la guerra en Cuba, presta materia, y larga, para discurrir a favor suyo. Y con el general Gómez, consagrado a una causa justa y a la de la libertad de América, rebajar el concepto de la población cubana, expatriada voluntariamente y que –sea como fuere–, representa las aspiraciones de un pueblo desgraciado, que en la lid del derecho y la justicia y la independencia es el único que se ha quedado solo, para baldón del resto de la América. El Eco de la Opinión, No. 347, 4 de marzo de 1886.

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El esfuerzo individual

Mientras el orden económico no exista, no es posible echar los fundamentos del social y el político. El estancamiento de la producción determina una paralización completa en la vida y en el espíritu de una sociedad. Ese marasmo, esa indolente inactividad, que es característica condición de nuestro ser, no nos permite aspirar al mejoramiento radical de nuestro estado; y si avasalladoras circunstancias nos abruman como en la época presente, entonces nos hallamos completamente incapaces para todo, y nos resignamos a sufrir cuantas privaciones vengan, y a vegetar aún más tristemente de lo que vivimos siempre. Ignorantes de toda noción de trabajo organizado, practicamos rutinaria y pasivamente lo que hemos visto hacer, y buscamos por instinto lo que más se acomode a nuestra índole inactiva. Así que, ya agotadas están las fuentes de la antigua prosperidad, y lamentamos que no produzcan mucho como antaño ciertas pequeñas industrias caseras que costaban ningún esfuerzo, poco caudal y ninguna actividad, atención e inteligente solicitud, porque trabajaban solas, y permitían el estar echados en una hamaca. Estos hábitos semi-egoístas de trabajo que las tradicionales costumbres han determinado, nos han tenido siempre alejados de toda idea, de todo conocimiento de lo que es el trabajo organizado y el espíritu de asociación. Mas, como los tiempos han cambiado, y exigen la época actual y el moderno progreso que el hombre duplique sus facultades y dispute al tiempo sus instantes y a la tierra sus dones, en otro espíritu más positivo, más práctico es que debemos inspirarnos. 39

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No es bueno que estemos mano sobre mano, conformándonos con vivir pobre o miserablemente, siendo vasallos de un agiotaje disimulado que nos esquilma, y de la mala administración de la Hacienda pública, ya como servidores del Estado, ya en el ejercicio de las varias profesiones de la vida cotidiana. No estemos más solos. Unamos nuestros esfuerzos, que campo tenemos delante. Nuestro país es rico; está inculto y despoblado; y con poco se pueden fecundar esos tantos elementos de riqueza. Para ello, no se recurra al Estado, ni al extranjero, ni a nadie; póngase la confianza en las propias fuerzas, en la iniciativa individual. Somos capaces de hacer sacrificios para fútiles cosas, ¿por qué no para cualquiera útil? Una sola, una sola que nos dispusiésemos a llevar a cabo, nos daría la medida del esfuerzo individual y de lo que este puede. En otras partes, una reunión de individuos de buena voluntad han realizado una obra de necesidad, mejor y más en breve término que una empresa extraña, de capital y prestigio. Pudiéramos convocarnos, comunicarnos nuestras ideas, establecer la cohesión necesaria para la consistencia de los intereses, y la unidad de acción y pensamiento que estrechará el vínculo social que está desligado, y constituirá un ideal político en consonancia con los progresos que se realicen y las aspiraciones que se despierten. ¿Eso qué costará? Un esfuerzo del propio carácter. Tenemos, por ejemplo, para los artesanos, esa bella forma del trabajo organizado, la más fecunda, la más hermosa, la sociedad cooperativa. ¿Por qué los que de esto entienden, no organizan en esas asociaciones útiles a nuestros artesanos? Tenemos fáciles cultivos, ¿por qué no emprenderlos? Tenemos hacederas obras que realizar, ¿por qué no ensayamos ejecutarlas? Tenemos pingües transacciones que podríamos intentar, ¿por qué no las acometemos? Fuera ya temores y preocupaciones y rutinas. Constitúyanse nuestros artesanos en sociedades cooperativas; echemos los fundamentos de las colonias agrícolas para pobres que la tierra de Holanda, ingrata y conquistada al mar han convertido en jardín continuado. Abarquemos en nuestro pensamiento una obra, y tentemos su realización. Bien se conoce que hay a quienes convenga nuestra

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ruina, con tal que ellos medren, pero eso ¿qué importa? Unidos venceremos la hidra de cien cabezas. Como los del Norte de América, digamos siempre Go ahead, y Dios dirá. ¡Nuestro destino nos pertenece: hagamos solos nuestro destino!

Ramos de producción Cuando aún no repuestos del desconcierto económico producido por la baja del azúcar, echamos alrededor una mirada y nos encontramos con que ese rico producto está casi solo en la escena de la producción nacional, y prevemos que su reinado en el mundo no está ya seguro; no puede menos que sobrecogerse el ánimo al pensar que sería fácil llegase el día en que no tuviéramos asidero en un naufragio deshecho de nuestros escasos recursos. Descuidada, o en abandono está toda nuestra producción agrícola, pecuaria y de otro género. Ni los pocos plantíos de frutos menores tenemos ya para abastar el indispensable consumo de nuestras poblaciones; ni víveres ni cereales, que tan pródigamente produce el suelo, reciben del indolente habitador de esas campiñas, ni de la inteligente labor de otros que pudieran ser activos agentes de producción, el cuidado ni el impulso necesarios. Así causa verdadero pesar ver que ni el abundante plátano, ni el excelente arroz indígena, ni la sabrosa habichuela también indígena, ni otras raíces, ni otros granos (el maíz muy principalmente que no solo no se cultiva sino que se importa, y parece cuento) no sean objeto de atención alguna, cuando se están brindando ellos mismos y podían ser artículos de gran consumo dentro y fuera del país. Más se miran los frutos mayores, y esos tampoco merecen toda la atención que requieren. Entre ellos está el cacao, ese riquísimo fruto de porvenir, y esto más que ningún otro; porque hoy el café está por los suelos y quién sabe si viene ya condenado a esas angustiosas intermitencias la caña de azúcar. Así como el cacao reclamaría mucha, toda la solícita diligencia que pide su importancia ulterior, así entre las industrias está clamando a gritos por su eficaz desarrollo la que toca a la ganadería.

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¿Cómo? Y tan excelentes pastos naturales como tenemos de sobra ¿no abren la voluntad para emprender una seria crianza, conforme a las reglas que la experiencia ha dictado y a los últimos adelantamientos? Cuando tan abundantes devuelve sus frutos tal industria, ¿no se establecen buenos potreros modelos, no se cruza el ganado, no se importan buenas cabezas que le modifiquen? Dehesas numerosísimas debían poblar nuestras grandes sabanas que tienen, como el mar, horizontes. Otro cultivo hay que, bien como se halla en absoluto desconocimiento, pudiera tomar el vuelo que con los modernos sistemas recientemente ha obtenido en otras partes, sería un ramo tal y tan inagotable y precioso de producción, que él por sí solo bastaría a dar crecida importancia al comercio y vigor a todos los demás ramos de producción. Este es la apicultura, o cultivo de las abejas. Lástima ver cómo se albergan las laboriosas fabricadoras de la miel en huecos troncos arrojados entre la hojarasca y la maleza o en estrechos y sofocantes barriles; y luego cómo se aprovecha el trabajo de ellas atacándolas con el humo, destrozando sus colmenares y matándolas rudamente en el afán y el trajín del arte bruto contra la sabia obra de Natura. De esa manera, malo es el cultivo y poca la producción; poca y mala una cosa que debía ser naturalmente fácil y pingüe por todo extremo. Hoy con los métodos que se usan, las abejas son convidadas, hospedadas, tratadas y aprovechadas de un modo artificiosamente útil y también humano. Se fabrican colmenas artificiales de cera; y de esta suerte, la abeja, sin tener que perder tiempo en la elaboración penosa de sus celdas, acopia enseguida la sabrosa miel de flores que de un modo más adecuado se han escogido en un sitio abundantemente provisto de ellas, y la almacena en esas celdas ya formadas, que por un procedimiento mecánico y fácil se vacían luego sin estropear la colmena ni dañar al precioso insecto. Una sociedad constituida con este fin, realizaría grandes ganancias sin excesivos gastos: y si de tal manera viéramos explotado este riquísimo ramo de producción en tierra que como esta ofrece para ello tantas facilidades, daríamos por seguro que tamaño adelantamiento causaría una revolución de todo punto beneficiosa en

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nuestro comercio. Campo tenemos apropósito; son a módicos precios los aparatos; el producto sobrepujaría toda ponderación; los mercados siempre están ampliamente abiertos para él; ¿por qué pues no convertir este incipiente cultivo e industria de la apicultura en uno de los primeros y más vigorosos artículos de comercio? También el cultivo constante de los frutos menores sería una fuente de prosperidad no pequeña para la República. Si se poblaran esos campos muertos en que ha dejado impresa su huella, la mano del trabajo improductivo, por desgraciadas causas, o esos baldíos, o esas llanuras, o esas fertilísimas laderas, del pródigo plátano, como un tiempo, del rubio arroz, del maíz previsor, de la yuca, el ñame y el boniato, del rojo y común grano y de la blanca judía, del verde guandul, émulo del francés petitpois, y de igual manera, ahí con todos ellos compitieran los de extraños climas como son la patata, la cebolla, el repollo y otras legumbres y otros granos sabrosos; ¿habría necesidad de traer de otras tierras malos artículos alimenticios, y de que sufriéramos verdadera hambre, como hoy día, ni que tuviéramos que conformarnos con un mal bocado, cuando tan variados y suculentos manjares podría darnos la tierra codiciosa en que habitamos, no más que con un leve esfuerzo nuestro? Por ahí debíamos comenzar el ensayo de nuestras fuerzas productoras; y por más que se diga, no podemos convenir en que más que para la agricultura, sea esta tierra hábil para la industria. Es que no podríamos echar los fundamentos del trabajo sino de esa suerte; cultivando nuestros feraces campos. Interminables serían las consideraciones a que tal asunto se presta; por eso aquí hacemos alto; no sin llamar al ánimo de todos con la fuerza del más grande convencimiento acerca de la necesidad, importancia y urgencia de volver la mira a las faenas agrícolas y de otro género. El Eco de la Opinión, No. 348, 12 de marzo de 1886.

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El 18 de marzo

En día como este, el pabellón cruzado que simbolizaba la Independencia de la Patria de Febrero se arriaba tristemente. Sobre aquel mismo baluarte del Conde, unos colores extraños, los de Castilla, flotaron entonces, para consagrar la usurpación de una nacionalidad. Ante el crimen consumado, sonrió con diabólica sonrisa la pasión bastarda, satisfecha; lloró la nueva Jerusalén; gimieron las sombras de los varones invictos que dieron vida a una Patria; rugió de ira y vergüenza el patriotismo miserablemente y a traición deshonrado; clamaron los campos de batalla llenos de las militares glorias de la extinguida República; las armas victoriosamente esgrimidas durante diez y ocho años de perpetuos combates por la Independencia, no se rindieron, sino que se aguzaron para la nueva lid; y puede muy bien asegurarse que desde el momento mismo en que la anexión se hizo, comenzó la guerra entre dos pueblos que hasta entonces, derivados de común origen, se habían tratado como hermanos. La torpeza de una política ambiciosa lo quiso; atado a su carro condujo el pueblo español a esta tierra de libres y batalladores arrogantes, en calidad de amo y dominador: cuando si hubiera sido este consultado, jamás habría consentido en tamaño absurdo y necia arriesgada aventura; porque no era la República Dominicana un Marruecos ni país de África a quien impunemente se pudiese conquistar. Y la criminal conducta del gobierno de la República también lo quiso: fue, pues, la anexión farsa de dos gabinetes igualmente torpes, que lograron acercar dos pueblos igualmente nobles 45

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y altivos, no para reconocerse sino para desafiarse y despedazarse en esa terrible y sangrienta epopeya de la Restauración. El 18 de marzo dejaba de ser la nacionalidad dominicana; ¡qué digo! jamás dejó de ser ella; los reyes de la farsa la encubrieron por un instante con la sombra de sus mezquinas personalidades, hasta que, despejada la escena, viósela otra vez poderosa y limpia de todo mancha, brillar aureola de nuevos laureles, empapados en la sangre generosa de un pueblo inocente y ¡ay! también en la de sus propios héroes y mártires! ¿Para qué se escribiría esa página nefasta? Aquel día no se alegraron los corazones; no se amedrentaron los ánimos; no huyó del pecho del patriota el afecto santo a su Patria esclava ya; no renegaron sino muy pocos infelices, de Febrero, sus hombres y las glorias adquiridas; no acogieron fervientes la nueva impuesta nacionalidad, ni se abrazaron arrepentidos a ella, no; sino con inmensa sorpresa, honda indignación, furor contenido, maldiciones, protestas, y fieros juramentos, fue que recibió la mayoría de los hijos de este suelo la extraña nueva del despojo de su constitución política. Al alzarse el pabellón de Castilla, y caer el gloriosísimo de Febrero, no faltó quien con él se enjugara lágrima de dolor, ni faltó tampoco patriota que abandonara en ese momento la ciudad maldita, y jurara por la sombra de los héroes y los mártires de la Independencia, hacer caer a su vez vergonzosamente aquel pabellón extraño. Ni uno ni otro pueblo se apropió el hecho execrable de la anexión: tan sorprendidos fueron uno como otro; ninguno de ellos le prestó su aquiescencia, ni moralmente sancionó la usurpación. Ni el uno pretendía ser amo, ni el otro pensaba en hacer malamente el esclavo, si oprimido primero veinte y dos años y luego en los campos de batalla, siempre triunfante, por otros diez y ocho años, había roto con toda noción de vasallaje, que en puridad de verdad, no prestó nunca sino a esa misma España, mientras quiso o pudo ser buenamente su metrópoli. ¿Qué vino a ser la anexión? Un reto para un duelo sangriento. El palenque en el cual los soldados de España vinieron a medirse

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con los indomables guerreros de la República, acostumbrados a vencer. Dos pueblos, que se devolvían odio por odio y desastre por desastre; mártires nuestros derribados en San Juan y en las orillas del Yaque; las ciudades de Santiago y Puerto Plata incendiadas y hundiéndose con sus defensores antes que rendirse, como Gerona y Zaragoza; y por otro lado, valientes falanges castellanas enteras tendidas en tierra y dispersadas; las armas que acababan de vencer en Marruecos con tanta gloria, cubiertas con el dolor de la derrota; veinte mil cadáveres de heroicos hijos de España alfombrando el suelo de los libres, y veinte millones del oro de Cuba consumidos. Tal fue la consecuencia del impolítico hecho del 18 de marzo. ¡Que sea execrada su memoria por ambos pueblos, el de España y la República Dominicana, irresponsables de la funesta anexión! ¡Que su desenlace sea ejemplo elocuente para los usurpadores de Europa y América!

Celebración del 27 de Febrero en el Cibao En otra época, faltaba tiempo para reseñar los multiplicados y elocuentes actos, y los transportes de júbilo patriótico que en la Capital de la República presenciaba uno satisfecho. En esta ocasión, frío de muerte acogió el glorioso aniversario; ni una voz, ni banderas engalanando las puertas, ni aún el Palacio, ni aún el histórico baluarte, ni el regular número de esos actos tan cultos con que se suele conmemorar aquí el día clásico de nuestra historia. Ceremonias oficiales, en que entre eso poco pesado y frío que sin voluntad hacen, hubo una pequeñísima parte buena; tal fue esta vez el discurso del presbítero Tejera en el Te-Deum y, según se asegura, el del ministro señor Boscowitz en Palacio. Los únicos actos buenos que tuvieron lugar, fueron la reunión de las veinte y dos o más corporaciones de esta ciudad en junta patriótica, y en que, dando expansión al espíritu de la ciudadanía, hubo manifestaciones elocuentes y arrebatadas; lo que siempre es consolador. Y la apertura de la “Biblioteca Popular” e inauguración

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del “Parque de Regina”, que son obra de la iniciativa individual y del deseo de progreso. Lo demás, fue lo de costumbre: retreta, fuegos de artificio y las consabidas máscaras, que ni siquiera tienen el mérito de la novedad. Donde sí se ha celebrado el 27 con verdadero entusiasmo popular, ha sido en varias de las principales poblaciones del Cibao. Allí en Santiago, Puerto Plata y Moca, hubo expresivas y calurosas manifestaciones, en que tomaron parte pueblo y autoridades a una, y rivalizando en animación entusiasta. En Santiago: la víspera, alborada, salvas, y otras cosas. En el día, concurso de los cuerpos constituidos, oficiales y particulares y sobre todo, asistencia extraordinaria de la gente del pueblo y de los campos; Tedeum; reunión en el Palacio de la gobernación, en que ocupaba lugar de honor el bello sexo que “quiso formar coro en las efusiones del patriotismo” (y este es elocuente ejemplo para el nuestro que cree que no debe realzar con su presencia estos actos, como si de las festividades patrióticas nada le atañera); discursos expresivos de varios ciudadanos (mientras aquí ni asistieron a parte alguna aun los mismos empleados). Por la tarde, selecto grupo de señoritas, los niños de las escuelas, y el Batallón “Yaque” con la música militar se reunían en el salón del municipio a tomar parte en el brindis preparado por la Corporación, para de ahí emprender marcha la procesión cívica, que recorrió los extremos de la población, encaminándose al fuerte de San Luis, lugar en que la artillería, la música, los atronadores vivas, las mil banderas nacionales al aire agitadas ocuparon el espacio, y a los ámbitos de la República llevaron la gran voz de un pueblo ardiendo en patriótica efusión. En esta noble fiesta, el gobernador, presidente del Ayuntamiento y síndico ceñían la bandera nacional, y la sociedad “Esperanza de la Patria” lució hermosa bandera de seda con inscripciones análogas al día, y cargaron sus miembros por turno un trofeo significativo. Cerca de la noche terminó la procesión cívica, y entonces vinieron la retreta, y fuegos de artificio en el lujosísimo parque de la ciudad, extraordinariamente concurrido. En fin, que Santiago ha dado relevante prueba de su amor a las glorias de la Patria; y es digno por ello

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de todo elogio y de que su ejemplo imiten las demás poblaciones de la República. Puerto Plata: Por esfuerzos de la primera autoridad, y esto siempre es honroso para ella, celebró con gran pompa el aniversario de la Independencia. El 25 se invitó al pueblo; en la madrugada del 26 tuvo lugar una lucida alborada, y esta fue la señal de la animación general. A las 10 de la mañana, las músicas militares se dirigieron al compás de aires marciales a la Gobernación a esperar la hora del medio día, en que, echadas a vuelo las campanas, al estampido de los cañones y en medio de brillantes marchas y alegres vítores, fue elevado el pabellón nacional. Esa noche: iluminación y retreta en el parque, la música ejecutó un original y fogoso pasodoble, obra del aventajado señor Martí, a que hacía coro un concierto de tiros y cañones; y siguieron luego los bailes de máscaras. A las 12 de esa misma noche, pobló el aire con sus armonías el guerrero Himno de Capotillo, que ejecutó en el parque la banda de música, y un formidable cañonazo disparado por una de las piezas de mayor calibre de la fortaleza, anunció que había alboreado el gran día. Amaneció este, y fue saludado por salvas de artillería; y luego las tropas con las autoridades se dirigieron al templo, en donde se entonó el Tedeum. “Allí –dice el periódico que relata esta festividad–, en tercero y digno puesto, al lado del gobernador y comandante de armas, destacábase la figura de un hombre, hombre grande y digno de tal puesto que con su frente encanecida ya, presenciaba con entusiasmo aquella ceremonia, y que al alegrarse del motivo de ella, sentíase entristecido al pensar que tales cosas no pueden aún hacerse en un pueblo hermano que baña también el mar Caribe; en un pueblo patriota y grande, en el cual pesan aún las cadenas de extraño despotismo. Sí, el ilustre Máximo Gómez, que aquí en Puerto Plata, ha sabido encontrar la admiración y respeto de que es acreedor, es el héroe americano de que venimos hablando.” En la Gobernación se pronunciaron brindis entusiastas por las autoridades y varios particulares, y entre estos hízose notar por su enérgica entonación el héroe de la guerra de la Independencia de Cuba. Después, las tropas, cazadores, auxiliares, marinos, y guardia

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nacional, en número de ochocientos hombres, recorrieron las calles en un paseo militar. Por la tarde, tuvo lugar la procesión cívica. Grupos de señoritas y niñas había que llevaban con orgullo la bandera nacional. Por la noche, en el parque, adornado con arcos de triunfo y un obelisco levantado por la sociedad “Unión Puertoplateña”, llenos de inscripciones, hubo retretas y fuegos de artificio en medio de la animación más grande. Con esto también Puerto Plata ha reverenciado con justo regocijo el memorable 27 de Febrero, y en los subsiguientes años debe festejarle con más entusiasmo, y con actos más elocuentes. En Moca: la capital de la nueva provincia ha celebrado igualmente de inusitado modo el aniversario de la Independencia. La víspera, alocución al pueblo del ciudadano gobernador; a las seis, salvas de artillería, en la noche, profusos fuegos artificiales. Al amanecer del 27, alegre alborada, salvas de artillería, y Tedeum. El presbítero Mínguez improvisó un sentido discurso análogo a la festividad del día. Concluido este, dirigiéronse las autoridades y su séquito a la casa consistorial, en que se brindó con efusión. Allí invitó el ciudadano presidente de la Corporación Municipal para asistir a la inauguración de un parque que esta había costeado; la que tuvo lugar a las 7 de la noche, ejecutando allí su primera retreta la nueva banda de música, acto que estuvo grandemente realzado por la presencia del bello sexo; y acabada la ceremonia de inauguración, el municipio obsequió a la banda de música y pronunciándose allí nuevos discursos por entusiastas ciudadanos. Que sigan siendo en la culta villa de Moca las fiestas nacionales objeto de tales efusivas demostraciones de amor patrio. Y todos esforcémonos por conmemorar siempre y dignamente los grandes días de la República. El Eco de la Opinión, No. 349, 18 de marzo de 1886.

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Más sobre el impuesto a los frutos de exportación

Bueno es que el Congreso se dé a meditar desde ahora en este asunto que no hay que olvidar ni echar en saco roto, sean cuales fueren las tareas parlamentarias que reclamen su atención. Porque conviene que punto tan capital como es este del actual desconcierto económico, merezca el estudio y la consideración primero que de otro alguno, de los encargados de los intereses generales del pueblo que ahí los ha reunido. Cuando los negocios están paralizados, el dinero estancado, y el trabajo falta, y las estrecheces de la vida suben de punto, y la agricultura y la industria no pueden tomar el vuelo necesario y amenazados se hallan de total ruina; ¿es o no un contrasentido y una barbaridad el sostener el oneroso impuesto a los frutos de exportación como una espada de Damocles sobre la cabeza de la triste producción del país? No solo está opuesto eso a las más rudimentarias nociones económicas, sino que el impuesto es absurdo, dados la escasa producción del suelo, el hético movimiento comercial, el arco tendido de la competencia, de los tratados, de la probable reducción arancelaria en los Estados Unidos, y apuntado al corazón de la industria sacarina, dada nuestra ninguna importancia en los mercados que el mismo atrabiliario impuesto impide en el mañana abrir a nuestros frutos de exportación. Y no solo es absurdo el tal impuesto, sino que es impolítico; porque contra el Estado es que van a estrellarse las malas voluntades y la poca que tengan a estas horas los industriales azucareros a favor de semejante país que así se suicida, y la poquísima que los capitales extranjeros tendrán de venir a establecerse aquí. 51

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Y es el Estado el que al fin pierde considerables rentas producidas por las considerables ventajas que dejan de obtenerse, como lo echa de ver el más palurdo; y así miramos, con tristeza por cierto, que en vez de tener de sobra la administración por el natural y rápido incremento de la exportación, se vea un Ministro de Hacienda en el caso de estar a cada instante sisando de todas partes para allegar mezquinos recursos; porque tal es nuestra ciencia rentística y administrativa. Pero, el cuento de la gallina de los huevos de oro se repite siempre por los ignorantes. Llegado el caso de que por las tantas razones que militan contra el impuesto de exportación, arriba apuntadas, entre las cuales la más decisiva es la reducción arancelaria que mister Morrison hará probablemente triunfar en las Cámaras, y como todos saben, consiste en liberar del derecho de importación los azúcares procedentes de países en que no estuvieren gravados con derechos de exportación; ha llegado también para el país el momento decisivo de pronunciar sobre la futura suerte de sus frutos exportables, por medio de los que él manda a reunir en Congreso para estudiar y resolver con espíritu recto e imparcial todos sus grandes intereses morales y materiales; y si no lo hacen así, conculcan su mandato. A estudiar y resolver pues el punto de vida o muerte para la producción del país, escasa o excesiva; y a echar abajo el oneroso impuesto: 1º por antieconómico; 2º por absurdo; 3º por impolítico; 4º por ruinoso; 5º por amenazante para el comercio y para la futura prosperidad de las República, y 6º por inconveniente para el aumento de la rentas nacionales. Recuerde esto alguno de los actuales diputados que fue periodista, y combatió con calor y buen éxito el impuesto a nuestros frutos de exportación. El Eco de la Opinión, No. 350, 26 de marzo de 1886.

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Sufragio

Preparándose está el campo para las luchas electorales. Los diferentes matices de la opinión se van acentuando a favor de uno y otro candidato; y van disponiéndose los elementos, al parecer vigorosos, para una campaña electoral que será tal vez reñida. Aleccionados el pueblo y los varios grupos políticos en el ejercicio del sufragio universal, están abriendo por sí mismos espacio a sus propias inspiraciones. Todos y cada uno piensan encontrar una entidad que, más o menos bien, más o menos mal, responda a las necesidades políticas que cada día son más apremiantes. Se persiguen hoy ideales políticos. El pueblo desea que haya un hombre que condense sus aspiraciones, porque quisiera que variara su modo de ser político; y por eso, aunque imperfectamente, la opinión pública se agita en sentido de buscar lo que más se acerque a su justa aspiración. Pero ya que los comicios se abren, y que se convida con el voto al pueblo [porque hay que saber que aunque sea este su más sagrado fuero, los gobernantes se lo han cercenado y cohibido luego], es menester que de veras se ejercite el derecho de votar por quien debe y puede hacerlo, sin que a nadie se le antoje coartar su libertad al pueblo, naturalmente excitado en la pacífica lucha ni menos se ejerza presión alguna. Nada indigno, nada impropio debe tolerarse, venga de donde viniere: que el que espere ganar se afane y discurra y se fatigue, y emplee todos sus medios lícitos enhorabuena. El voto es sagrado; y ya que se deja votar al pobre pueblo, que sea con toda libertad. Así pues, todos, y la prensa la primera, deben 53

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estar ojo avizor para denunciar cualquier abuso, para protestar y para oponerse de cualquier modo a lo que turbe el ejercicio de su derecho. A la autoridad toca el orden; pero no la intrusión con el apoyo de la carabina; porque entonces la autoridad deja de serlo, convirtiéndose en asaltante, y están en el caso los ciudadanos de sostener su derecho. Es preciso ser claros en este importante asunto: o hay libertad para elegir, o no la hay. Si la hay, tienen los ciudadanos derecho de reunirse, expresar sus ideas, su voluntad, su querer; disentir en la tribuna y en la prensa las condiciones de las candidaturas sometidas al juicio público; de atraerse la opinión de los demás; de preparar el terreno para el triunfo legal, si creen que pueden conseguirlo, &a. Si no la hay, es inútil, aún peligroso reunirse, discutir y trabajar; y lo mejor sería doblar la hoja a tiempo. Pero como la Constitución del Estado, que es quien realmente gobierna, autoriza el sufragio y manda que el pueblo ejercite su soberanísimo derecho, a la Constitución es que cada cual debe atenerse estrictamente; y solo esto es lo legal y lo propio y lo que cada uno debe hacer, no más. Fiscalice la prensa. Vigile. Sin piedad ni misericordia échele en rostro al que atente contra el derecho del pueblo su falta y condénese el abuso comoquiera que sea. Fúndense periódicos eleccionarios, no ya solo para sustentar candidaturas, sino para sustentar el derecho de todos. Es opinión de un eminente tratadista que conviene que los pueblos ejerciten su derecho aunque sea automáticamente, para que por la fuerza de la costumbre se despierte en ellos la voluntad por ejercerlo de todas veras; y esto, sin duda, deberá entenderse siempre que se le deje en libertad de obrar, así inconscientemente y todo. Por eso nosotros, apegados a esa doctrina, vemos siempre con gusto que el pueblo se ejercite en el sufragio, para que de las burlas pase sin darse cuenta de ello, a las veras, según que ahonden en su ánimo las raíces de la educación política. Por eso queremos que vote libremente el pueblo.

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El período bienal Sostienen dos o tres periódicos del Cibao con sobra de comentarios y falta de razones prácticas, la extensión del período de los bienios. A nadie se oculta que es corto, inconveniente y aún ridículo el período de los dos años; pero demostrado por la experiencia que los de cuatro y seis eran mucho más inconvenientes, y que por fuerza se había de capitular con la ambición e impaciencia de caudillejos y presuntuosos aspirantes, en gracia de la paz pública, al fin se establecieron los bienios. Con todo su cortejo de males, ¿han dado o no estos el resultado propuesto? Ello es que no ha habido pretextos de larga duración en el poder y por tanto de tiranías arraigadas, para aquel juego sangriento de las revoluciones. Y por otra parte, ¿eran malos esos largos períodos? Al menos condenólos la opinión. Y era que había motivo con los largos períodos para alicientes de despotismos; mientras más tiempo pasara un hombre en el poder, más probabilidades había de que en él quisiera permanecer. Con las mismas razones de un autor que cita uno de esos periódicos; es a saber, que el elegido es el genuino representante de la opinión pública, como producto de ella en definitivo resultado, y como tal, debe cesar cuanto antes aquel a quien esa opinión cesa de acompañar, con las mismas queda de hacerlo rebatido el argumento de la extensión del período presidencial. Y como que la tan flaca opinión nuestra tiene que variar mucho por las circunstancias políticas que la mueven, y tiene que temer además: es claro que se plegara entonces –y se plegue hoy–, como solución posible al problema crítico de la elección de Presidente, al período bienal. Todavía no se han modificado esas circunstancias, ni se modificarán con mucho; ¿a qué pues, cuando las crisis políticas se presentan cada día más complicadas, acumular obstáculos? Ni se nos diga que hay conclusiones científicas de derecho constitucional a favor de esas ideas. Convengan los que por largos períodos abogan, que ni son ellos ni son estas épocas ni es este país organizado sabia y democráticamente para la adecuación de tales

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principios. Lo que hizo entonces la opinión, al exigir el período de bienios, fue buscar tabla de salvación precisamente para los principios democráticos maltrechos; no había pues, de ir ahora a romper su tabla para naufragar ella y los principios en el mismo mar de pasiones, acaso más revueltas hoy que ayer. Desengáñense esos apreciables colegas. Sus fundamentos serán muy bien inspirados; pero ni épocas, ni circunstancias ni condiciones los podrían patrocinar sin inminente peligro. Ni bastan para apoyar los ejemplos de otros, pueblos americanos, igual y peor organizados que estos. ¿Saben por qué en Colombia, por ejemplo, el doctor Núñez y el partido que gobierna implantan el período de cuatro años? Porque el partido liberal aquel con sus doctores y todo está en vías de disolución por carcomido y nulo; y naturalmente echan mano del gran recurso del largo período presidencial para flotar un poco más. En interés del bien público hacemos reflexiones que no querríamos hacer, porque francamente, nos repugna todo esto; pero ya que con tanto calor lo emprendieron apreciables intérpretes de la opinión pública, por deber de compañeros y de ciudadanos, es que nos hemos dispuesto a indicarles que la opinión pública, cuyas aspiraciones creen buenamente traducir, no está ni remotamente con ellos. El Eco de la Opinión, No. 352, 10 de abril de 1886.

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Tengamos fe

Nunca debe decaer el ánimo en ninguna de las aspiraciones que conciba a favor de lo bueno. Nos atrevemos a proclamar esa máxima, aunque el pesimismo, con su sombrío pensar y con su estéril sentir, quiera contradecirla, y se empeñe en destruir sus beneficiosos efectos. El pesimismo, por muchas experiencias que tenga en su favor, no se justifica nunca; porque engendra la corrupción y la maldad, y encierra en el alma, como en un sepulcro, la muerte de todo lo bello y de todo lo ideal de la humanidad. No somos pues, pesimistas, y declaramos que en todos los casos de la vida nos impulsa el sentimiento de la fe. He ahí por qué nunca hemos desesperado y seguimos laborando en ese campo de las virtudes, difícil, en verdad, para su cultivo; pero satisfactorio para el que lo trabaja y beneficioso para los demás. Así nosotros estaremos siempre del lado de la buena doctrina, aunque supiéramos recibir en recompensa el sacrificio. Es por eso que hoy, en las actuales circunstancias políticas en que se encuentra la República, con toda la independencia que nos es natural, y con toda la moderación que es, si así se puede decir, inherente a nuestro carácter, hablaremos con franqueza y proclamaremos los principios y las opiniones que estén en armonía con el bien y el porvenir de la Patria. Creemos, pues, que en estos momentos en que el pueblo va a ejercer los derechos que le concede la Constitución, debe fortificarse en la fe, y sin temor de ningún género expresar su voluntad en las urnas. 57

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La indiferencia que de parte de algunos se demuestra cuando se necesita expresar la opinión de la ciudadanía es casi un crimen; y por eso, incitamos a que cada cual se disponga a contribuir, con su contingente moral o material, a la elección del nuevo Magistrado que ha de regir los destinos de la República. Nosotros no señalaremos a este ni aquel de los candidatos que figuran; pero sí pedimos de parte de quienes corresponda, que dejen al pueblo su libertad, y que este usando de su soberanía escoja al que crea mejor y más conveniente para salvar los grandes intereses de la nación. Si esto sucede, y si hay hombres de buena voluntad, hombres templados en el ardor del patriotismo, no vemos dificultad alguna en que se salve el país y se encamine a un porvenir mejor. Atrás, pues, el pesimismo y paso franco a esa señora que ha salvado siempre al hombre, a las naciones, y a la humanidad: ¡paso franco a la fe!

Es extraño Acusan los periódicos parisienses Le Petit Journal y La Revue Diplomatique-Moniteur des Consulats, un hecho extraño y sin explicación posible. El último de esos periódicos, reproduciéndolo del primero, dice que: “mientras que en Francia el Ministro de lo Interior invita a las autoridades municipales a desviar de su propósito a los emigrantes que se dirijan a la República Dominicana, he aquí lo que se lee en los periódicos dominicanos”. Y a seguidas, traduce algunos párrafos de un editorial de El Eco, relativos a inmigrantes europeos que se establecen en el Cibao; añadiendo al final: “Según esto, preciso es convenir en que el gobierno francés no está bien informado acerca de un país donde los alemanes y los ingleses se aventuran en grandes y beneficiosas empresas, y se hacen lugar desde ahora en la isla mejor situada de las Antillas, en la expectativa de la apertura del canal de Panamá”. ¿Cómo se explica que un funcionario de la importancia del Ministro francés no esté al cabo por las repetidísimas manifestaciones

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de los más caracterizados periódicos de París, llenos siempre de datos y noticias favorables para la República, de que en la República viven bien y son perfectamente recibidos los extranjeros, sobre todo los miembros de la colonia francesa? ¿Pues no existe en los archivos de un Ministerio allí la exposición que hará dos años le dirigieron los miembros de esa misma colonia francesa, en conceptos favorables para el país? ¿Ha oído decir el señor Ministro de lo Interior que lo pasan mal los inmigrantes franceses, ni inmigrante alguno, en la proverbialmente hospitalaria tierra quisqueyana? De donde haya salido la tan peregrina especie es lo de menos: lo extraño es que un alto funcionario francés caiga en tales inocentadas. ¡Si hubiera al menos antecedentes muy malos de esta tierra respecto de los extraños! Pero no los hay ni malos ni medianos; sino muy buenos y honrosos para los que aquí llegan y para la tierra que con más ánimo que a sus hijos les da leal hospedaje. Eso es casi un insulto a la patria adoptiva de muchísimos dignos franceses, que holgados y très satisfaits viven en la hoy, para el Ministro francés, sospechosa República Dominicana. La colonia francesa es numerosa aquí. Desde el principio de la República hubo un francés que ella coloca entre sus benefactores y al lado de sus grandes figuras: el cónsul Juchereau de Saint-Denís. Aquí se refugió, vivió y murió ese otro francés –por el corazón dominicano–, contemporáneo de la Revolución, émulo digno de los más ilustres filólogos franceses, como compañero de ellos, Boist, Becherelle, Landais, académico, autor de un Diccionario de la lengua, de que intentó ser reformador, & y sea dicho todo esto en honra de la colonia francesa que tal miembro contó, y del país que dio seguro albergue y patria de él muy amada a ese sabio francés. Hoy mismo entre los individuos de aquella están los sucesores de un farmacéutico y químico, ex interno de los hospitales de París, que no es cualquier cosa, el finado M. B. Goussard, y otros tantos franceses que honran la sociedad en que viven. ¿A qué citar más testimonios de cómo se acostumbra recibir por acá a los inmigrantes europeos? Y aunque para muestra basta un botón, no estará de más que recordemos al señor Ministro francés las relaciones entabladas no

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ha mucho tiempo entre el gran francés, M. De Lesseps, y el gobierno provisorio de Puerto Plata, quien hasta dio decretos a favor de la obra de Panamá y en honra del ilustre perforador de istmos. Algo de eso debe de haber por esos archivos del Ministerio francés correspondiente. Pues a todo eso que hemos citado debió atenerse el señor Ministro, y cuando no, a informes que no le hubieran faltado de sus cónsules (imparciales por supuesto) aquí, en Haití, en las otras Antillas, en Nueva York &; pero llevarse de habladurías de algún maladroite, empeñado tal vez en hacer daño al país, y hasta el punto de indicar a las autoridades municipales que desviasen de su propósito a los emigrantes franceses para aquí y alguna otra parte en que son bien recibidos, es dar pruebas de poca discreción y peor pulso político. La prueba en contrario que le ha puesto ante los ojos tan oportunamente el Moniteur des Cousulats, sacada de nuestros periódicos, y de nuestras mismas palabras de otras veces, le habrá hecho ver al señor Ministro que le han engañado miserablemente; y sobre engañarle, le han hecho caer de bruces como un majadero en el terreno en que precisamente más firmes deben tenerse los hombres públicos y de negocios de Francia, porque unos y otros están seriamente amenazados con la rivalidad política, industrial y mercantil alemana, en todas las partes del mundo. No ignorará él lo de famoso Imperio colonial alemán, que anda ya dando tumbos por esas tierras del continente suramericano y tratando de echar raíces. Así nos tememos que venga por estas de las Antillas el armatoste bismarckiano con sus zapatos de suela de cartón y sus rapiñeros instintos colonizadores: de manera que nunca como ahora debía hacerse fuerte aquí el elemento francés, para ponérsele al lado a los de allende el Rin, y defender sus intereses y su estabilidad de la influencia germánica. ¿Por ventura hásele olvidado al señor Ministro francés que el canal de Panamá queda vis-a-vis de esta pobre República Dominicana que tanta ojeriza le causa? Pues que no lo olvide; porque aquí vendrán a buscar los extranjeros todos su lugar para tener la influencia que necesitan no bien esté al tráfico abierto el famoso. Deje pues venir en paz y en haz de Dios a cuantos franceses y francesas

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quieran, que para ellos será una bendición llegarse por estas tierras de leche y miel y encontrarse con que les vienen ellas como de perlas para su trabajo, su industria, su vida y su porvenir; y no sirva tan inconscientemente los planes de Von Bismarck que quisiera alejar de todas partes a los buenos de los franceses. Tome para otra ocasión los periódicos parisienses, que reciben y dan constantemente noticias de Santo Domingo; y agradézcanos la buena intención que ahora nos mueve al condenar su gravísimo error, que daña más a los intereses de la Francia que a los de la República Dominicana. El Eco de la Opinión, No. 353, 16 de abril de 1886.

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Esperanzas fundadas

Cuando ya se creía que el desaliento y la decepción con sus tristes experiencias habían matado el espíritu público; cuando el temor y la desconfianza iban separando de una manera desconsoladora al buen ciudadano del otro ciudadano, impidiéndoles la comunicación franca y leal de ideas y sentimientos con respecto a los asuntos políticos del país; cuando en casi todos los ánimos iba penetrando el contagio del indiferentismo y la indolencia hacia todo lo que se relacionara con el poder; cuando solo la corrupción y el personalismo egoísta intentaban, como dueños absolutos de la República, poner su mano armada en todo lo que a ella incumbía; he aquí que agradablemente nos sorprende la voz que levanta la opinión pública, protestando contra aquellos que hayan creído en su muerte o en su envilecimiento. Desesperanzada la ciudadanía que siente y piensa movida por el patriotismo, apenas consentía en el ánimo la idea de que mejorasen las condiciones de la República, ni política, ni social, ni económicamente hablando. Hoy, no afirmaremos nosotros absolutamente que en todos nuestros conciudadanos haya la creencia de que el porvenir esté más despejado, ni mucho menos que se presente halagüeño y sonreído; pero sí estamos palpando que el pueblo no está tan corrompido como se creía, y que no ha muerto en él el deseo de cooperar al bien de la Patria. Hemos visto que en los grandes y trascendentales asuntos, ya sea en lo moral, en lo político, o en lo administrativo, siempre hay quienes, echando a un lado el temor, toman la iniciativa y expresan con energía sus opiniones. Y vemos al mismo tiempo que esos que 63

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se lanzan a la oposición o a las luchas legales, no se quedan nunca solos; pues el pueblo en su mayoría responde por lo regular a sus alertas. Dígalo si no el asunto Hartmont que actualmente está sobre el tapete, y que dio motivo a la enérgica protesta del Ayuntamiento de Santiago. Dígalo también la sensación que ha causado, y la discusión que causa todos los días, ya en la prensa, ya en los círculos privados, la reforma que se intenta hacer al Pacto Fundamental. Y, dígalo últimamente, la actividad y el entusiasmo con que en esta capital y en todos los pueblos de la República se han principiado los trabajos eleccionarios. Cuando en un país se sienten esas demostraciones, y al más leve toque se levanta la opinión haciendo tales manifestaciones, ese país dista mucho de estar perdido, y por el contrario, deja ver claro que con el esfuerzo de hombres de buena voluntad él puede fácilmente ser conducido por el sendero del progreso y la civilización. Y es por eso, que aquellos que permanecen aún retraídos, sin querer tomar parte en los asuntos de interés general que se ventilen, deben cobrar aliento y decidirse a prestar su concurso para que no vuelva a cundir esa creencia matadora de que el país no puede regenerarse nunca. Si los buenos –decía nuestro esclarecido compatriota don Ulises–, indiferentes se alejan del escenario político, la cosa pública indudablemente caerá en poder de los malos. A esa indolencia de nuestro carácter le debe la República la mayor parte de sus desgracias. Se necesita pues el concurso de todos. Por interés, por deber, y por conciencia estamos obligados a contribuir al bien de la Patria en que nacimos y vivimos, y por conciencia y por deber no podemos permanecer egoístas, pues esa Patria que nosotros hemos heredado es la misma que heredarán nuestros hijos. Y muy injusto sería, que perteneciendo a todos, solamente un número de ciudadanos trabajase, se desvelase y se sacrificase por ella. Y criminal sería, considerado de otro modo el aspecto de la cuestión, que nosotros sin sentimiento de moralidad legásemos

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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a nuestros hijos una herencia que les trajera la pérdida de sus derechos de hombres libres. Afortunadamente, como ya lo hemos expresado, no está muerto el espíritu público, y si a consecuencia de la situación política y de la situación económica que atravesamos parecía natural y justo el desaliento de que hemos hablado; a juzgar por la actitud independiente que ha tomado la ciudadanía; y a juzgar por los buenos deseos y las mejores intenciones que se demuestran en bien de la Patria, es justo, y es racional que sean fundadas las esperanzas de mejoras para el porvenir. El Eco de la Opinión, No. 355, 30 de abril de 1886.

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Nuestra opinión y nuestra creencia

Se oye repetir en los círculos de esta capital, y se reciben cartas del interior, y como cuestión palpitante y que ocupa la atención de todos, se preguntan los unos a los otros: ¿Habrá libre elección? Y si triunfa la candidatura Moya, ¿habrá guerra en el país? Y si el general Heureaux sale electo, ¿se conformarán los contrarios? He ahí en pocas palabras vaciado el sentir y el pensar, en medio de las dudas, a que están sometidos los ánimos en la actualidad. Decimos ahora nosotros. ¿Por qué el patriotismo no se sobrepone con su decidida voluntad y destruye esas preocupaciones de fatales resultados, para la República? ¿Por qué no se inspira la ciudadanía en los principios de la democracia, y levantándose potente cual es ella? ¿Por qué, decimos, no ahoga la grita de esas turbas que a fuer de vocingleras pretenden atemorizar, ostentando fuerzas que no tienen, para impedir que se ejerzan los derechos de hombres libres que nos da la Constitución? En el terreno de la lucha legal todos pueden combatir de la misma manera y en los días de la elección, más imponente, por ser más sagrada, es la voluntad del último ciudadano al depositar su voto en las urnas, que la del primer Magistrado de la República. Dondequiera que haya una autoridad que pretenda ejercer coacción en ese acto de la soberanía nacional, el pueblo debe ponerse de pie para demostrar lo gigante de su altura. 67

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Del celo y del buen tino de los ciudadanos en escoger los hombres a quienes van a confiar el depósito sagrado de las leyes, depende en mucho el porvenir de una República. Si sustentando esas ideas e inspirándonos en esos sentimientos, sin pasiones mezquinas de ningún género, nos proponemos en cada ciudad, en cada pueblo, a cumplir nuestros deberes de verdaderos dominicanos allegando nuestro patriótico contingente para que la nación escoja –expresándolo en las urnas– al ciudadano que deba regirla en el próximo período presidencial, es claro que podemos responder con toda seguridad: Habrá libre elección. Si la paz es un tesoro tan apreciado, si de la pérdida de ella nos sobrevienen tantos y tantos males, ¿por qué no hacer los sacrificios necesarios para que ella no llegue a turbarse nunca? ¿No tenemos la tristísima experiencia del pasado? ¿Cuántas desgracias no causaron a la Patria nuestras guerras intestinas? Y en este caso, ¿qué le importan al país los intereses de ninguna personalidad? Bajo ese punto de vista, ¿qué significan ante él la derrota o el triunfo de Moya o de Heureaux? Progresen las ideas, triunfen los principios, y atrás queden, muchas veces atrás las personas. Ni los servicios prestados en diferentes épocas, ni los merecimientos que se atribuyan, ni las glorias mismas adquiridas por quienquiera que sea el hombre, valen nada ante el bien o el mal de un pueblo. Supongamos que un individuo, en cualquier caso, se encuentre satisfecho de haberle hecho beneficios a sus compatriotas, ¿qué más quiere que esa satisfacción propia? Exigir más, es cobrar con usura. Pretender otra cosa después de haber recibido tanta honra, es ser ingrato. Y si esto lo consideramos así visto del lado más favorable para las personas, ¿qué no diríamos de aquellos que movidos solamente por su egoísmo, miran con desdén los intereses generales de la República?

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¿Y qué diríamos de los que por alcanzar la satisfacción de sus pasiones y su bien particular les importa poco causarle ruinas y desgracias? Una vez hechas esas consideraciones está visto que ningún individuo merece que por él sacrifiquen sus conciudadanos la paz y la tranquilidad de sus hogares. Y claro está que aquel que lo pretenda es un criminal, y la nacionalidad que incurra en esa locura es una nación perdida; porque se considera inferior a un solo hombre. No estando, pues, nosotros todavía tan decepcionados; y conservando la creencia de que nuestras masas, en su mayor parte, una vez que estén conducidas por la buena fe, saben rechazar el mal, no vacilamos en afirmar que si en cada ciudad y en cada pueblo se deja la elección a la espontánea y libre voluntad del ciudadano, la guerra que se supone no tiene razón de ser. Y si en el caso de haber dejado al pueblo que ejerza su derecho sin corromperlo ni amenazarlo, la ambición o la temeridad de alguno concitare a la guerra, ¡ay! del castigo que a ese le vendrá! El patriotismo del país sabrá unirse, y de una vez arrancando el mal, sabrá despejar las sendas del porvenir. Eso es lo que opinamos y eso lo que creemos. El Eco de la Opinión, No. 356, 7 de mayo de 1886.

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La ciudadanía debe estar de plácemes

El lunes en la tarde a golpe de música, según costumbre, se dio publicidad en esta capital al decreto del Poder Ejecutivo que convoca a las asambleas electorales para los días 26, 27 y 28 del presente mes en que deberán los pueblos designar en las urnas los dos primeros magistrados que han de ocupar la Presidencia y la Vicepresidencia de la República en el futuro bienio constitucional. La Gaceta Oficial que vio la luz pública en esa misma tarde del 31 del pasado, trae el mencionado decreto y también la circular del Ministro de lo Interior, por la cual recomienda a los gobernadores que “ese acto, el más augusto que ejerce el pueblo en su soberanía, debe realizarse con libertad, sin que la intervención de los agentes del Poder Ejecutivo tenga otro carácter que el de proteger el derecho legal de la ciudadanía”. En esta vez queda justificado el Gobierno de los cargos que se le hicieran, como apoyador intransigente de la una o la otra candidatura, y es por eso, que con toda sinceridad lo felicitamos, y felicitamos al ciudadano Ministro de lo Interior que tan cumplidamente ha sabido colocarse a la altura de su puesto con la circular que aludimos. La ciudadanía debe estar de plácemes. Ahora quedarán desvanecidos los temores que infundían en los ánimos esas propagandas de que las elecciones no iban a tener lugar; porque se buscaban pretextos para entorpecerlas. Esas propagandas de tan mal género, hijas de la desconfianza de los unos o de la mala fe de los otros, no tienen desde luego ya fundamento con la prueba que acaba de dar el Gobierno. 71

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Las agrupaciones de la una o la otra candidatura quedan en aptitud de ejercer sus derechos legales sin miedo de que eso pueda ocasionarles perjuicios de ningún género, ya sea en sus trabajos electorales de hoy, o ya en el mañana saliendo vencedores o vencidos. Verá con más claridad el pueblo que solo los gobiernos que se tiran descaradamente por las vías de la opresión, o de la tiranía, son los únicos que pueden dar órdenes a sus agentes para que autoritariamente intimiden con amenazas y otros actos cohibitivos a los ciudadanos, con el fin de que el voto de estos sea para tal o cual candidato. Verá que los individuos encargados del Poder, y sus agentes, como personas particulares tienen perfecto derecho de abrigar simpatías por esta o aquella candidatura; pues ellos no están exentos de sentir y de pensar lo que mejor les plazca o les parezca, en un asunto que es de la incumbencia de todos los ciudadanos; pero verá también que esos individuos, como representantes del Gobierno, o el Gobierno mismo como entidad moral, no puede ejercer su acción favorable o desfavorable en el caso a que nos referimos. Por el contrario, es un deber ineludible de los agentes del Poder público, prestar su apoyo y desplegar la energía de su autoridad para que se observen las leyes, y para que no se violente la libre y espontánea voluntad de los pueblos en el ejercicio de su soberanía. Atentar contra esa voluntad, contradecirla siquiera, es apartarse de las vías legales y convertirse en revolucionario; porque está desde luego en rebeldía aquel –que ejerciendo o no autoridad– atropelle el mandato sagrado de la ley y la Constitución. Por eso, inspirándose en la buena doctrina, el Ministro de lo Interior, órgano del Poder Ejecutivo, ha transmitido a los gobernadores, de las provincias y distritos, la circular de que hemos hecho mención, basada en los principios de la democracia. Y una vez que las autoridades, y entiéndase que hablamos en sentido general, sin fijarnos en las que sean adictas a esta o a la otra candidatura, ciñéndose a la circular del Ministro, no se extralimiten en sus atribuciones, quedará desde luego garantizada la elección, y aquellos que salgan derrotados de las urnas estarán obligados a conformarse acatando la voluntad de las mayorías.

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La derrota en el terreno legal, honra al vencido, honra al vencedor y honra a la nación. Cada ejemplo de civismo que da un pueblo, aunque por ello se pierdan los intereses de agrupaciones enteras, y aunque en aras de ese ejemplo se sacrifiquen deseos nobles, y aspiraciones legítimas, es un paso tan gigantesco hacia el bien y hacia la virtud, que creemos importan poco los intereses que se hayan perdido, o el sacrificio que se haya hecho. ¡Quién sabe si muchas veces y en muchos casos los vencidos vienen a ser vencedores; porque en la lucha los unos han alcanzado un triunfo frívolo que apenas pueden gozar en su cansancio, y los otros han dejado en su labor buena cosecha para el porvenir! Y pensando y sintiendo nosotros de la manera que acabamos de expresarlo, es por eso, que al suponer la libre elección de los futuros magistrados de la República, hemos dicho y concluimos diciendo: La ciudadanía debe estar de plácemes. El Eco de la Opinión, No. 360, 4 de junio de 1886.

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En la lucha y para la lucha

Ya próximo el pueblo a ejercer uno de sus derechos más sagrados, cual es el del sufragio para la elección de los futuros magistrados de la República, se necesita que los ciudadanos más conscientes y de más significación social, en cada localidad, encaminen y dirijan las masas, para que al depositar el voto en las urnas lo haga cada cual espontánea y libremente, sin coacciones ni violencias de ningún género. Los más ilustrados deben, en estas prácticas republicanas, enseñar al pueblo la manera de ejercer su soberanía y defenderlo en los casos de que se quiera coartarle sus facultades. El orden es uno de los atributos más necesarios para que la elección sea legal, y este debe conservarse, no tanto por el buen proceder de las autoridades ceñidas al círculo de sus atribuciones, sino también por la moderación y tolerancia recíprocas de los dos partidos que se preparan a la lucha. Se debe tener en cuenta que todos son hijos de la misma Patria, y que ninguno tiene privilegio sobre otro en lo que la madre ha concedido a todos. Cada cual tiene perfecto derecho de expresar su voluntad llevando a las urnas el nombre del candidato que le agrade. Cada cual puede buscar adeptos a su protegido, con la palabra, con el consejo, con la recomendación, hasta con la súplica, en fin; pero ninguno debe, ni puede valerse de medios ilegales, ni que tiendan a la corrupción de las masas. Los odios, las venganzas, ni ninguna pasión exagerada debe tener cabida en la lucha. Para alcanzar el triunfo del candidato que se prefiera, no es necesario valerse del insulto o de diatriba contra el otro; pues sabido está que esos medios, sin dar resultado alguno que sea favorable, no conducen sino a agriar los ánimos y a extraviar la 75

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razón, no solo los atacados, sino de los mismos agresores, viniendo los unos y los otros por lo común a descender a un terreno enojoso y perjudicial. Las comparaciones, por ejemplo, que se hicieren de los candidatos entre sí, deben estar basadas únicamente en los principios ya conocidos que cada uno de ellos profese; en las pruebas de patriotismo que hayan dado; en sus cualidades de honradez; en las aptitudes intelectuales y morales que los adornen; en las simpatías que tengan en los diferentes gremios que constituyen la sociedad nacional; en las promesas que hayan hecho al país de libertades y de buena administración en sus gobiernos; en las esperanzas más o menos fundadas, en fin, que abrigue la ciudadanía con respecto a este o aquel. De esta manera, guiada la discusión en la lucha por ese criterio, que es el criterio del convencimiento y no el de las pasiones, la lucha se apartará un tanto del personalismo odioso, y si se observa por otra parte el estricto cumplimiento de la ley, la elección habrá rendido su honroso tributo a la democracia. Por eso aconsejamos tolerancia recíproca, como ya hemos dicho, para mayor honra del elegido y del pueblo que lo elige. Por eso creemos que no debe haber ciudadanos retraídos, y que todos tienen obligación de tomar parte en un asunto de tanta trascendencia para la República. En estos casos, además de dar un ejemplo de civismo, representan importantísimo papel los hombres de reputación adquirida y de respetabilidad, por más que algunos de ellos permanezcan indiferentes, a causa de la descomposición moral en que se halla la política entre nosotros. Esos hombres están llamados, los unos a ilustrar la opinión, los otros a contener la violencia de las pasiones, y así todos aunándose pueden evitar los males que traiga en el porvenir una elección turbulenta y borrascosa. ¿Y no merece, en efecto, la censura el indiferentismo, cuando la Patria, para evitarse males, necesita del concurso, ya sea moral, ya material de sus hijos? En los tiempos de las repúblicas virtuosas, no solo tenían la censura, sino perdían los ciudadanos que eran indiferentes a las cuestiones de interés público sus derechos como tales. Una de las leyes de Solón aplicaba dura pena a todo ateniense que en las tribulaciones de la Patria, o en los grandes asuntos del Estado, o en la

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elección de sus magistrados, o en la decisión de los problemas de interés general, no declaraba su opinión o no se pronunciaba por uno de los partidos. De este modo se consiguió que los ciudadanos tomasen parte en los asuntos públicos con tanto interés como si fueran asuntos suyos propios. Y, en efecto, no habiendo indiferentes en una República, concurriendo todos sus asociados a tomar puesto en las asambleas nacionales en que se deciden las cuestiones que a ella pertenecen, no en manos de los más osados o de los más corrompidos caerá la cosa pública, ni de ellos dependerá la solución de sus altos problemas. Así, pues, que los hombres honrados, que los padres de familia, que todos los ciudadanos, en fin, salgan sin temor alguno a ejercer sus derechos en el terreno de la legalidad; que cada cual declare, y a su vez aconseje a los otros, lo que crea más conveniente al bien de la República en las actuales elecciones, y que de ahora en adelante se aliente el espíritu nacional para que en todas las ocasiones, que de necesidad sea, levante su voz y detenga la osadía y la corrupción que amenazan de muerte el porvenir de la Patria. De ese modo es indudable, que se revelará la opinión, y como ella es la única poderosa en los pueblos, se abrirá paso sobre todos los obstáculos, y en todas las circunstancias comprometidas que atraviese el país ella sabrá salvarlo del naufragio. El Eco de la Opinión, No. 361, 11 de junio de 1886.

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No hay sanción moral en el país

Hablando de las cosas que pasan y vuelven a repetirse en nuestro país; de las elecciones que dentro de pocos días se verificarán; de los periódicos que con motivo de la misma lucha electoral se han fundado en los diferentes puntos de la República; de las manifestaciones y demás documentos que se han publicado a favor de tal o cual candidato; de los argumentos con que algunos se empeñan en justificar el porqué están de parte del general Heureaux, y no de Moya, y el porqué están de parte del general Moya y no de Heureaux; y haciendo consideraciones, en fin, sobre la política del día y refiriéndose a determinadas personas, que sin inconveniente alguno hoy cantan en un tono y mañana en otro muy distinto, oímos en un círculo concurrido de ciudadanos ilustrados, en su mayor parte, a un individuo que como resumen de las versiones, o mejor dicho, como término de todo lo que allí se había hablado, recalcó con enérgica convicción esta frase: “No hay sanción moral en el país”. Y en efecto, aunque sea doloroso confesarlo, se halla tan de moda entre nosotros el mal proceder en política; se hace tanto alarde del engaño y la perfidia; se presencian tantos actos indignos que ni siquiera obtienen repugnancia; se cometen tantas faltas, y hasta crímenes, que quedan absueltos, sin ninguna clase de castigo; se disimulan tantos vicios, en fin, por el solo hecho de que aquel que los tiene es partidario de tal o cual de nuestros prohombres, que no se da tregua al ánimo apenado del buen ciudadano para concebir lisonjeras esperanzas de bien y de virtud, a favor de nuestra querida e infortunada Quisqueya. 79

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Es triste y tristísimo para el patriotismo, para los hombres de proceder honrado en y fuera de las regiones de la política, para la sociedad en general, ver cómo se pierde en un país que como el nuestro tiene tan buenos instintos y tan buenas inclinaciones, la conciencia de la moralidad pública; confundiendo lo bueno con lo malo, y equiparando el vicio a la virtud. Por eso nosotros, considerando, no de ahora, las causas de esa descomposición moral que día por día va cundiendo con mayor rapidez, como si fuera un contagio que no perdona, siempre las hemos atribuido a los partidos personalistas, que para escalar el poder, o para sostenerse en él, no han omitido medio alguno por reprochable que sea. Esos partidos, aunque alguno de ellos, alguna vez, haya querido profesar doctrinas liberales y de progreso, se han visto obligados a disimular faltas, vicios y hasta crímenes, para no disgustar a los adeptos que los hayan cometido. Ellos han engendrado siempre el odio y las venganzas, y de ahí ha venido la falta de sanción moral. Por eso, nosotros no transigimos con el personalismo, y siempre tendrá de nosotros el anatema. Que no haya personalismo en el país, y habrá sanción moral en el país. Entonces, solo entonces, se verá que no es la impunidad la que campea, ni tampoco el vicio osado se atreverá a ocupar los puestos de la virtud. Entonces, y solo entonces, no sentiremos la impresión desagradable que nos causa al oír cómo habla, en los círculos privados y hasta en las plazas públicas, el hombre corrompido alardeando de proceder honrado; entonces y solo entonces, no habrá lugar a que se levante nuestra indignación al ver a un individuo, que nunca le ha prestado sus servicios a la República, ni le ha dado siquiera su afección en los peligros y circunstancias comprometidas que ha atravesado, ocupando destinos importantes, y con cinismo sin igual, hablando de sus méritos contraídos y de los sacrificios que ha hecho por la Patria, entonces, y solo entonces, no se atreverán aquellos que han vivido del oro de la nación, a alzar su voz, dándose con la mano en el pecho para decir: “Yo soy patriota, yo soy honrado”.

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Destruido el personalismo, y dejando ancho campo a los principios, para fecundar las buenas doctrinas, llegará un día en que se restablezca la sanción moral, y el vicio con su pestilencia huirá a esconderse en la oscuridad de sus rincones, y el crimen no se atreverá a levantar del suelo su monstruosa cabeza. Entonces, y solo entonces, no nos veremos en el triste caso, al terminar un artículo, de hacer comparaciones, o mejor dicho, de hacer reflexiones como la que sigue: En los buenos tiempos de las República de Grecia y Roma, una mala acción cometida por algunos de sus hombres públicos, era lo bastante para desprestigiarlo; y si posible, para privarlo de todos sus derechos a la ciudadanía, por muchos méritos que ese hombre hubiese adquirido, y aunque fueran muchas las acciones buenas hechas a favor de la Patria; entre nosotros, o mejor dicho, en nuestras repúblicas, sucede precisamente todo lo contrario. Un hombre puede impunemente cometer malas acciones, y hasta delitos y crímenes, contra la Patria, contra la sociedad, contra la moral pública, y ese hombre que en justicia y en conciencia debería, no solo ser despreciado, sino castigado con todo el rigor que aplican las leyes, por una acción cualquiera que aparezca buena, según el errado criterio de la conveniencia personalista o del interés político de tal o cual partido, se rehabilita nuevamente de una manera asombrosa, y vuelve a figurar en primer término entre los mismos que ayer lo miraban como un baldón, y no toleraban, ni siquiera, que hubiese caridad para atenuar su proceder indigno. ¡Oh! ¡mudanza de los hombres! ¡Oh! ¡tiempos de los pueblos corrompidos! Para clasificarte muy bien se pudiera repetir el verso aquel: En tiempo de las bárbaras naciones colgaban en las cruces los ladrones, y hoy en este siglo de las luces a los ladrones cuélganle las cruces. El Eco de la Opinión, No. 362, 18 de junio de 1886.

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A votar por los nuevos magistrados

¡A votar, conciudadanos! Mañana comienza la gran lucha de la democracia. En los pueblos republicanos, o en aquellos que aspiran a rendir parias a la libertad, es esta lucha la genuina representación de la soberanía. La soberanía nacional reside, en los tres días de la puja, en todos los ciudadanos y en cada uno de ellos. ¡A votar! No hay chicos ni grandes, no hay débiles ni fuertes, no hay opresores ni oprimidos, no hay jefes ni soldados, no hay autoridad sobre nadie, no hay, en fin, distinción alguna, en el acto que es de todos y que solo está sujeto a la espontánea voluntad de cada cual. Estando en el pleno goce de los derechos civiles y políticos, cualquier ciudadano al entrar en la liza puede disputarle palmo a palmo el terreno al más encopetado y prestigioso, sin ninguna otra responsabilidad que la responsabilidad moral en la conciencia de cada individuo. El pueblo en todas partes alentado de espíritu patriota y escudado con la ley, debe contribuir a la elección de los dos primeros magistrados de la República. No merecen las prerrogativas del ciudadano aquellos que vienen en esos días a las plazas públicas; como si fueran a las ferias de especulación, a poner en subasta el precio de su voluntad representada en el voto. La ley debería cerrar las urnas a esos corrompidos que lastimosamente vienen a desvirtuar el acto más digno de la democracia. En la elección no deben usarse otras armas, que las de la palabra, el consejo y la convicción. 83

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Sin fijarse en los mezquinos intereses de la personalidad, sino levantando la vista al porvenir de la Patria, la elección debe ser concienzuda y moral. Esa elección, que tanto puede influir en el bien o el mal del país, debe ser completamente libre y caracterizada por la legalidad. Así no habrá quejas de parte de los contendientes, y la opinión sensata acallará al vencido que quisiere levantar voces para excitar las masas a la rebelión. La lucha en el terreno de la legalidad, siempre lo hemos creído, y ya lo hemos dicho, honra tanto al vencido como al vencedor; porque la República recibe el bien, ella cosecha el fruto, y ella nos pertenece a todos. Del modo contrario, es decir, ejerciendo coacciones, o valiéndose de medios que no están en armonía con la verdadera libertad de esos actos, ni con la moralidad que a ellos debe distinguir, el triunfo en la lucha, ni honra al vencedor, ni mucho menos a la República. Por otra parte, ¿de qué satisfacción serviría al vencedor obtener una mayoría falsa de la voluntad de sus conciudadanos? Y apartándonos de esa reflexión, puramente de conciencia, para considerar el hecho bajo el punto de vista material y especulativo, ¿qué provechos alcanzaría? Ni aún a los beneficios que se proponga el mismo interés personal, le vemos seguridades con un triunfo semejante. Así pues que haya libertad y conciencia en la elección, que la dirija el orden y la anime el patriotismo, y ¡a votar! ¡conciudadanos! De esa manera habremos elegido entre los dos candidatos aquel a quien el país tenga mayor simpatía y en quien el país tenga mejores esperanzas fundadas para el porvenir. De esa manera la República, una vez más, dará pruebas de cordura, y enseñará a las gentes de otros pueblos que ella es digna de poseer el nombre que lleva. El Eco de la Opinión, No. 363, 25 de junio de 1886.

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¡Esperemos todavía!

Aún no se han despejado los horizontes… Ayer fueron convocados los pueblos de la República para que tomasen el puesto que les correspondía en el gran congreso de la soberanía nacional, en el que, según la inspiración de su pensar y de su querer, debían elegir los dos primeros magistrados de la nación para el próximo bienio presidencial. Supónese invulnerable la Constitución; se cree que la ley ha levantado sus estandartes, alégrase la democracia; se alienta la opinión pública, y apréstanse los contendientes para ir al torneo a desplegar sus fuerzas en esa contienda civil, en la cual la única que debía recoger los aplausos y que debía ceñirse las coronas del triunfo era la Patria. Y bajo esa impresión en los ánimos y a impulsos de esa creencia acude la ciudadanía consciente a dar más animación a las verbenas del patriotismo. En los días 26, 27 y 28 de junio que acaban de espirar, se han verificado las elecciones. Ellas han pasado con sus luchas legales, dignas de los principios republicanos, en alguno que otro lugar; con sus coacciones, ya de intento autorizadas e impunemente llevadas a cabo sin oposición alguna, o ya combatidas infructuosamente en el terreno de la misma lucha en la mayor parte de los otros; y después de haber pasado esa situación incierta, dudosa, impresionable, en fin, el país ha quedado en la incertidumbre y en la duda, esperando más impresionado aún, la terminación de ese problema de tantísima trascendencia para el porvenir de la República. La expectativa es general: el temor y la desconfianza han penetrado hasta en el hogar de las familias; todo se halla en suspenso; nadie 85

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se atreve a dar un paso. Transacciones comerciales, operaciones financieras, decisiones sobre la realización de tal o cual negocio, los trabajos de la industria agrícola, actos hipotecarios, pedidos de artículos de importación; eso y mucho más en el campo de las especulaciones se encuentra sometido a la ley de espera. ¿Y es acaso justo y racional que por nadie, ni por nada, se violenten de tal modo los intereses de la sociedad? ¿Hasta cuándo se repiten en nuestra República hechos que ya no consigna en sus anales ninguna nación que se tenga por civilizada? En las actuales delicadísimas circunstancias que atraviesa el país, lo decimos, con la franqueza y la sinceridad que nos es característica; si nosotros fuéramos el general Ulises Heureaux, rendiríamos a la Patria el servicio más meritorio que ciudadano alguno le ha rendido. ¡Dichoso, y envidiado por nosotros él, que se encuentra en esas condiciones! ¿Y sabéis de qué manera rendiríamos ese servicio que tarde o temprano tendrían que bendecir nuestros conciudadanos y la historia? Lanzando una manifestación por la cual el general Heureaux, propusiese lo que ya nosotros hemos propuesto en el editorial del número anterior de este periódico. El general Heureaux ha probado que es hombre de gobierno, ha probado su habilidad en la política, ha probado diferentes veces su valor en los campos de batalla, ¿por qué en esta ocasión no da una prueba espléndida de verdadero civismo para confundirnos a todos? De esa manera, y solo de esa manera, los que aspiramos a que la Patria sea grande y feliz, confesaríamos, sin que nos quedase pena alguna, que nos había vencido en el campo de la abnegación del patriotismo. Y por otra parte, ¿qué hace ningún hombre que haya conseguido verdadera reputación política, a menos que no esté ofuscado, así sea involuntariamente, por el egoísmo y movido por el amor propio, con las alabanzas y los vítores del egoísmo y del amor propio? ¿De qué provecho le sirven las adulaciones del miedo, o de la especulación y conveniencia personal? ¿A qué aspira en esa lucha interminable de los que no lo quieren hoy, para principiar otra lucha con los que no lo quisieron ayer ni lo querrán mañana?

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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O es necesario seguir en ese terreno llevando consigo las inquietudes y sus funestas consecuencias, o es necesario abandonarlo. En el primer caso, tarde o temprano viene el desengaño, la caída; en el segundo, aprovechando la ocasión propicia, la retirada es una victoria que guarda una satisfacción que no se acaba nunca, y que siempre deja abierta la entrada en el porvenir. Empero, no son necesarias al buen juicio y al sentimiento patriótico las consideraciones en el caso propuesto; porque a la vista de todos está que al extendernos en ellas sería fértil y abundancioso el campo en que podríamos recoger los frutos del razonamiento y de la argumentación. Así, pues, el país no debe todavía perder la esperanza de que los horizontes, de un momento a otro, aparezcan despejados; pues los hombres que deben contribuir a esa obra bienhechora han dado pruebas, en otras ocasiones, de que aman a la Patria que les dio el ser, y de que por la paz y la prosperidad de ella serían capaces hoy de acosar de su ánimo todo sentimiento de ambición mezquino o personalista. De esos hombres, y entre ellos, en particular del general Heureaux, depende después de la presente lucha electoral, una solución satisfactoria para todos, tal como lo piden la cordura y el buen sentido del país. ¡Esperemos todavía! El Eco de la Opinión, No. 365, 9 de julio de 1886.

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Paso a los principios

Los partidos personalistas llegaron un día a convertir la política de nuestro país en un monstruo, que sin mucha exageración, pudiéramos decir, era el Saturno de la fábula. Vimos en aquellos tiempos luctuosos que el sentimiento natural de la compasión por la desgracia, no solo había desaparecido, sino que llegó a tornarse en goce para el alma extraviada en sus pasiones. Vimos que hasta en los mismos hogares penetró el deseo de hacer el mal, dividiéndose muchas veces las familias para trocar sus afectos en rencores y malevolencias. El odio luchando contra el odio buscaba la venganza, y la venganza se reía cuando el dolor plantaba la cruz en tumba ajena. Vimos en aquel entonces a la política echando a un lado, como cosa baladí, los intereses generales de la Patria, y fijando su vista solamente en la personalidad del caudillo afortunado, o del caudillo caído. La derrota del uno o la victoria del otro, venía siempre envuelta en mantos de sangre y traía frutos amargos de ruina para la República. Todo principio se había olvidado, la buena doctrina no hallaba acogida en los ánimos y todo sentimiento generoso anduvo disperso. En ese desconcierto de la conciencia llegamos a ver al amigo contra el amigo, al hermano contra el hermano y al padre contra el hijo. Diente por diente, ojo por ojo: he ahí el fatídico programa que llegó a ejecutarse. Las persecuciones se ejercían sin atenerse a otra ley que a la del capricho del perseguidor; el perseguidor, con tal que fuera adicto al partido triunfante, estaba exento de toda responsabilidad. 89

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Ciudadanos honrados y pacíficos hubo, que condenados a vagar en playas extranjeras, hubieran experimentado el intenso dolor de saber que los seres más queridos de su alma, esposa e hijas, impulsadas por la miseria, o en el abandono de tan larga ausencia, habían delinquido manchando su honra a no ser que la virtud está encarnada, si así se puede decir, en las madres de familia que forman el hogar doméstico de Quisqueya. Otros inocentes sufrieron cargados de hierro seis años en los oscuros calabozos, sin decírseles la causa de su prisión, y a muchos vimos subir a las gradas del patíbulo solamente porque eran necesarias esas ofrendas a la política del personalismo. Pero, no será nuestra pluma la que ven… de desolación y de ruina; no ha sido ese nuestro propósito. Frescas están todavía las huellas de sangre que quedaron en el camino de la peregrinación de la Patria, y si hoy nosotros nos hemos atrevido a remover la arena donde quedaron esas huellas, no se culpe como mala nuestra intención. De ese tristísimo pasado pretendemos sacar por consecuencia un ejemplo saludable para el presente, y una lección provechosa para el porvenir. Esto dicho, y cual que sea la situación que atraviese el país, creemos que el patriotismo nacional no debe consentir que vuelva arriba esa espuma que brotan la rabia, los odios y las venganzas de los partidos personalistas. Creemos que en este caso, todo ciudadano que se sienta con alguna virtud dentro del alma, debe alzar la voz, siquiera por medio de la prensa, siquiera por medio del consejo dado a los prohombres de la política actual, para que se evite que vuelvan al campo de la cosa pública aquellos que no tienen por suyo sino el vicio y la corrupción. Que ese monstruo, engendro de todos los males (la política personalista), desaparezca para siempre; que el pueblo pida a voces la conciliación y la paz; pero bajo un gobierno que sea la representación genuina de sus intereses, y no de los intereses exclusivos de ningún partido; que vengan al manejo de la cosa pública hombres que desdeñen el chismoteo de los que quieren medrar explotando con sus denuncias la pobreza del tesoro de la nación; hombres que tiendan la vista a más altos fines; hombres de fuerza moral que luchen contra esa influencia perniciosa de la política personalista; hombres que den amplia y completa garantía al

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ciudadano para que ejerza libremente sus derechos sin sospechar ni temer la ojeriza de nadie; hombres de pura administración, que no se acuerden del rojo, ni del azul, ni del verde en sus decisiones gubernativas; hombres que protejan la agricultura, como base de riqueza; que traigan al país la inmigración laboriosa y honrada; que propaguen, hasta en los últimos rincones de la República, la instrucción, como fuente de donde emana el progreso moral y material de toda sociedad que aspire a ser civilizada y grande. Si se le antojara a la fortuna que así concibiera el criterio de las mayorías, y que la opinión se declarase en este sentido, de seguro que ese monstruo, a que hemos aludido, no volvería a representar en la Patria el Saturno de la fábula, que devoraba sus propios hijos. ¿Y quién será aquel que conciba ideas y abrigue sentimientos a favor de esa política del personalismo que tantas desgracias ocasionó a la República? Sea cual fuere la situación actual del país, no somos capaces de creer que las pasiones lleguen a extraviar los ánimos hasta ese punto, olvidándose aquella época luctuosa que tan amarga lección nos ha dejado. ¡Atrás pues, el personalismo, y demos paso franco a los principios! El Eco de la Opinión, No. 366, 16 de julio de 1886.

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Los partidos doctrinarios

Decíamos en nuestro anterior editorial, como resumen de las consideraciones que hicimos referente a los males que había ocasionado a la República el personalismo, que se rechazase esa política perniciosa, y se abriera paso a la política de los principios. Bien podríamos otra vez recorrer el campo de aquellas demostraciones, pintando como llevado de la mano el fantasma pavoroso que hacía temblar pueblos y ciudades. Pero, no hay para qué volver a retocar ese cuadro. Cuando se pasa, aunque sea ligeramente, por donde ha habido ruinas, no es necesario señalar tantas veces los escombros. Hay, pues, que evitar las funestas consecuencias de esa política personalista, estableciendo los partidos doctrinarios. Y para ello, pensamos que los diferentes gremios que componen la ciudadanía dominicana deben buscarse, comunicarse, ponerse en relación, en fin, para que, concordándose en pensamiento y armonizándose en ideas, se inicie ya en nuestra política la organización de los partidos de principios. Los hombres connotados del país deben ser los primeros en comenzar esa labor; a ellos toca dar el ejemplo. Y nada sea bastante para excusar a muchos que desalentados, no quieren tomar parte en la política; porque desde luego nada se hiciera, y la República llegaría al estado más desconsolador y lamentable, si la embargan y la hacen vulgar y mezquina, estéril y contraproducente; la libertad dejaría de bambolear al impulso de cualquier movimiento, y asentándose sobre base sólida, apoyaría la opinión; la opinión infundiría el respeto a las leyes y a los derechos del ciudadano; los magistrados a quienes se confiase el poder, las autoridades, los empleados o servidores del partido que 93

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administrase la cosa pública, no tan fácilmente quedarían exentos de la responsabilidad de sus actos, si estos, como sucede tan a menudo entre nosotros, merecían la reprobación y el castigo. Tampoco entonces lucharían los hombres por los hombres; vendría la lucha de las ideas, que engendra la competencia de los principios, que establece prácticas republicanas, que estimula a la ciudadanía consciente a pensar en el bien de la Patria, que enseña al pueblo, con las discusiones ilustradas, a ejercer sus derechos, que impulsa el progreso intelectual y moral, y que contribuye, en fin, al completo desarrollo material de las naciones. Establecidos los partidos doctrinarios, no queda duda que renacerían en nosotros las esperanzas de mejorar las condiciones del país, pues de esa manera los hombres que viniesen a dirigir los gobiernos estarían sujetos a un programa de administración, del cual sería más difícil apartarse; de esa manera sería más fácil establecer la sanción moral, y las leyes y la Constitución no serían una farsa, y […] los principios, y […] los hombres, nuestras masas no caerían tan fácilmente en el engaño, y esas revoluciones estériles, que han combatido tantas veces la nave de la nación, no dejándola arribar a puerto bonancible, no abrirían el paso a los caudillos osados, o a las ambiciones del personalismo. Establecidos los partidos doctrinarios, repetimos, no habría esa confusión que constantemente vemos en nuestras aspiraciones; esa variación en nuestros deseos y en nuestras ideas políticas; esa inconstancia que nos hace predicar hoy a favor de una cosa, o de una persona, que mañana vamos a vituperar; sabríamos, en fin, el camino que andamos y a qué punto nos dirigimos. Nuestros compromisos, como copartidarios, estarían escritos y las obligaciones serían comunes. Así no pasaríamos por la tristísima condición de violentar nuestra conciencia asumiendo la responsabilidad de los actos de tal o cual, como desgraciadamente nos ha sucedido, porque el individuo que ha estado en el poder es azul, verde o rojo, y porque a nosotros una terrible necesidad de los tiempos nos ha impuesto, o nos impuso, el nombre ficticio de verde, azul o rojo. Es tiempo ya de sustituir esos partidos, y no levantar en los que se formen otra bandera que la bandera nacional.

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La juventud, que siempre lleva en el alma el amor de la Patria, ella, en quien no se supone el interés personal y la corrupción; ella, en quien están fijos los ojos de la esperanza; ella, que abriga los sentimientos dignificados de lo bueno y de lo grande; ella, de quien la virtud aguarda las primicias; ella, en fin, en donde está basado el porvenir de Quisqueya, debe ser la más entusiasta en acoger el pensamiento, y presentar su concurso para llegar a la organización de los partidos doctrinarios. Una vez conseguido esto, huirá a sus antros de corrupción el personalismo, se verá sin asilo la tiranía, y tendrá su tribunal abierto la moralidad para que el peculado no se haga insensible a los ojos del pueblo y para que no venga a conquistarse turbas de seres mercenarios. La ley y la justicia ocuparán su puesto, y la Patria marchará por mejores senderos. El Eco de la Opinión, No. 367, 3 de julio de 1886.

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La razón antes que todo

Desgraciadamente para la República se ha levantado en el Cibao el estandarte de la Revolución. El Gobierno ha tomado las medidas que ha creído conveniente para el restablecimiento del orden. Entre ellas trae la Gaceta Oficial del sábado 24 del corriente, un decreto suspendiendo las garantías constitucionales, y declarando las provincias y distritos de la República en estado de sitio. La prensa nacional queda reducida al silencio, y no puede expresar libremente sus ideas en las actuales, delicadísimas circunstancias. Empero, siempre que hable el patriotismo desinteresado, sin hacerse sospechoso, ni a los que están revestidos de la autoridad, ni a los que se han revelado contra esa misma autoridad, creemos que será, si no atendido, al menos respetado. Nosotros no seríamos tan osados para levantar la voz en nombre de ese patriotismo; pero sensibles al calor del fuego que siempre lo ha animado, e inspirándonos en las fuentes donde bebe sus mejores intenciones, nos atrevemos en medio de la conflagración que amenaza al país, a estimular la tímida honradez para que salga fuera de sus hogares y alce su autorizada voz, y a pedir al buen juicio, que a solas ve perdida su causa, y a solas se lamenta, que hable, y diga, y opine, y aconseje a los unos y a los otros para que se atenúe la aflictiva situación que atraviesa la República. Están en juego las pasiones, y los que se entregan únicamente en brazos de la fuerza no atienden a la razón. Estas palabras nos parece escuchar, en tono sentencioso, como única respuesta, para impedir que el buen juicio pronuncie sus fallos saludables. Sin 97

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embargo, nosotros que somos amantes de sus doctrinas, aún que seríamos incapaces de atribuirnos su representación diremos ahora algo de lo que él nos inspira decir. Si la mano de la desgracia ha roto el velo para descubrir aquel horrendo pasado, que la República dé pruebas de su nobleza y no permita que la saquen a vergüenza ante los ojos de propios y extraños. Si una perturbación del orden público ha venido a conturbar los ánimos, que no se dé ocasión a nadie para señalar con el dedo ese monstruo de miserias humanas que se llama la guerra civil; viéndolo despiadadamente perseguir la inocencia, acreditar la calumnia, mofarse de la justicia, reírse de la muerte, y viéndolo en fin, zabullido en el charco de sangre en que la maldad lo empapa. Que por caridad, por misericordia, no se vuelvan a despertar otra vez las horrendas iras de las pasiones desenfrenadas en Quisqueya, el rencor con su negro deseo, la calumnia con sus dardos agudos, el odio con su rabia, la venganza con su cólera: que acosadas del suelo de la Patria, huyan esas fieras, con las ruinas y los desastres que ocasionan, a inferir heridas y a inmolar víctimas a otras regiones a donde la barbarie las ampare, y no vengan aquí a dejar destrozados, por largo tiempo, los lazos de concordia y las esperanzas de paz en el porvenir. En las actuales, delicadísimas circunstancias, así piensa y así se expresa el buen sentido, y nosotros creemos que aún en medio de los torbellinos debe resonar el eco de su voz. Él significa el deseo del bien, él representa la verdad, y la verdad no engaña, ella se merece los homenajes no solo del débil sino del fuerte, porque al poder de la verdad no lo iguala sino el poder de Dios.

La india en la estatua de Colón Hemos visto en el último número de El Mensajero que acaba de ver la luz pública, que se trata de suprimir de la estatua de Colón, la india que aparece en segundo término en dicha obra, y por otra parte, hemos oído decir que debería ocupar otro lugar y no en el que se encuentra colocada.

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Nosotros opinamos que la india, o sea Quisqueya, en el puesto donde está colocada representa un símbolo más significativo que en el lugar donde quisieran algunos que se pusiese. No estamos tampoco porque se suprima del pedestal, aunque parezca un anacronismo, está señalando en nombre de la América el letrero que apareció en la tapa de la caja de los restos de Cristóbal Colón. Esa es la idea, y esa es la alegoría que justifica la colocación de la india en el lugar donde está. La América autentiza en esa obra del artista Gilbert el descubrimiento de los restos de Colón en nuestra iglesia Catedral el día 10 de septiembre de 1877. Eso es lo que afirman personas competentes e idóneas en la materia, y eso es lo que creemos nosotros. En el caso de suponer que la india representa a Anacaona; porque esa fuera la idea del artista, el arte en su conjunto no deja de expresar los pensamientos, ni deja de ser armonioso, porque en él se introduzcan detalles a distancias o se acerquen épocas muy separadas entre sí. El anacronismo en el arte significa cero. Y en cuanto al mal efecto que hace a la estética la colocación de la india en el lugar que señaló el escultor, nos parece que es exagerada la opinión. Después que se descubra la estatua se verá que no hay tanto mal gusto como se supone. Escuche el Ayuntamiento el parecer de las personas más competentes en el caso, y no decida, sin previa consulta, y si posible, sin previa discusión, suprimir la india que, como hemos dicho, autentiza el hallazgo de los restos del inmortal genovés en nuestra Catedral metropolitana el 10 de septiembre del 1877. El Eco de la Opinión, No. 368, 30 de julio de 1886.

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El Semanario

Continuará viendo la luz pública este periódico fundado para reemplazar a El Eco de la Opinión herido de temporal interdicción. Desde el próximo número en adelante trataremos de llenar la sección editorial con publicaciones doctrinarias, ora de nuestro propio Marte, ora de buenos publicistas, para ver de colmar en parte el vacío inmenso que existe en todo periódico cuando a sus redactores les está vedado ocuparse en materia política, la más interesante, la más vasta y fecunda de cuantas puede tratar un periodista. La política, en efecto, lo abraza todo en la sociedad: derecho de gentes, derecho público interno, finanzas, instrucción pública, justicia, trabajo, costumbres… por consiguiente, no hay un gremio en un Estado, desde el rentista opulento hasta el pobre jornalero; no hay un hogar, desde el palacio del ministro hasta la choza del proletario, a donde no se extienda su pasmosa influencia, y donde no sea capaz de producir con una simple disposición ministerial la riqueza y la alegría o la miseria y la tristeza; en una palabra, la felicidad o la desgracia de la familia, del gremio, de la sociedad entera dependen de ella. Así, pues, el periodista que no puede tratar de materia política, queda incapacitado de servir eficazmente los intereses de la sociedad, y de dar a su periódico el atractivo y el interés que han de cautivar al lector; pero así y todo, repetimos que nos esforzaremos por mantener esta publicación en la mejor forma posible, en espera de la normalidad que ha de restituir a la sociedad sus 101

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garantías, al ciudadano sus derechos, y al país su tranquilidad, su crédito y su bienestar. El Semanario, No. 370, 16 de septiembre de 1886.

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¡¡Alerta!!

La República atraviesa una verdadera crisis: causas de diversa especie han venido sembrando de estorbos el camino del progreso en que resueltamente se lanzó algunos años ha, y hoy estamos ya en una actualidad precaria, y amenazados con un porvenir sombrío. Es ineludible deber del periodismo, llamar la atención de los altos poderes del Estado, de los municipios, de las diversas asociaciones, y de los ciudadanos todos, sobre esa situación, estudiarla profundamente, e indicar aquellos medios que puedan neutralizar las causas, o atenuar, siquiera en parte, sus desastrosos efectos. El proceso electoral, primero, la revolución, después, han arrebatado brazos a la agricultura, han producido una paralización general en todas las esferas sociales, han sembrado la desconfianza y la duda en todos los espíritus, y han infundido tal pavor en los capitalistas, de suyo pusilánimes, que se hacen hoy muy difíciles hasta las más insignificantes transacciones. Estas, y otras varias que no es del caso señalar ahora, son las causas que pertenecen al orden político: son graves indudablemente; pero como son por su naturaleza transitorias, como pueden ser fácilmente dominadas, ora por la acción ilustrada de los poderes públicos penetrados de su responsabilidad, y de sus deberes a ella inherentes, ora por una activa y patriótica propaganda de los mentores de la sociedad, ora, en fin, por el noble esfuerzo de la ciudadanía; como la sociedad tiene derecho de esperar y aún de exigir que el poder que se constituya después de esta lucha, se consagre con todo su ahínco, con todos sus desvelos a cicatrizar las hondas heridas por donde la patria desangra, y como ese poder tiene suficientes elementos para hacerlo, pues solo se necesita 103

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una voluntad firme, decidida, inquebrantable de gobernar para el bien social, resulta que esas causas, por graves que a primera vista parezcan, no son las que más deben preocupar a los estadistas o a los patriotas. Mucho más graves son, por su trascendencia y por el carácter de inamovilidad que las reviste, las causas que pertenecen al orden económico; pero al tratar de estudiar estas, debemos advertir que nuestras apreciaciones solo se refieren al departamento Ozama; la agricultura en el Cibao está constituida y organizada de un modo esencialmente distinto al de este departamento; otros frutos, y por consiguiente, otros mercados; diverso sistema de trabajo; extraordinaria subdivisión de la propiedad &&&; y esta diferencia cardinal reclama estudios locales y medios de aplicación diferentes. En el Cibao todos son propietarios; todos cultivan su pedazo de tierra, y cada uno produce, cual más cual menos, el consumo de su familia. El cultivo principal que, como se sabe, es el del tabaco, no requiere capital: un machete y un hacha, he ahí lo que necesita; el propietario hace por sí mismo un conuco que le da los vegetales, y tiene crianza de puercos y de aves que le dan la alimentación animal; un solo hombre puede cultivar la suficiente extensión de terreno para cosechar 25 ó 30 quintales de tabaco, que le producen por término medio $120; llegada la época de la cosecha necesita la cooperación de otros brazos, pero no solicita jornaleros; convida a sus amigos y vecinos, quienes van gustosamente a prestarle su concurso; y el beneficiado paga en la misma moneda: contribuye con su trabajo material cada vez que sus vecinos y amigos a ello lo requieren. Esta práctica sencilla, inocente, digna de los tiempos patriarcales, tiene, entre otras ventajas, dos muy importantes: una, la de poner al agricultor en capacidad de cultivar, sin gastos, mayor extensión de terreno y por consiguiente de producir más abundante cosecha; otra, la de conservar de un modo tan sencillo y tan fecundo, las relaciones de amistad, el espíritu de asociación, y la unidad del gremio agrícola: todo esto produce de un modo natural, aunque tácito, la gran solidaridad de miras, de intereses y de conducta que se nota entre los agricultores cibaeños.

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El Cibao, pues, no puede perecer: la extrema subdivisión de la propiedad, y el fácil y económico sistema de cultivo que allí se emplea, ponen a esa comarca al abrigo de la miseria. Muy distinta es, por desgracia, la condición del gremio agrícola en esta comarca. El estudio de esta importante materia nos ocupará en el próximo número. El Semanario, No. 371, 24 de septiembre de 1886.

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¡¡Alerta!!

Hemos dicho en el número anterior de este periódico que era precaria la situación del gremio agrícola en el departamento Ozama, y con decir esto, dicho está que la situación general lo es también, porque desgraciadamente no hay, hoy por hoy, otro elemento de vida material, otra fuente de pública prosperidad, sino la agricultura. No hay minas, no hay pecuaria, no hay industria fabril; la agricultura es todo: el presupuesto de la administración pública de allí se cubre; el comercio allí busca sus fuerzas y su vida; el industrial allí encuentra la remuneración de su actividad y su trabajo; el artesano, el jornalero, todos, en fin, todos tienen que esperar de esa única fuente el bienestar, la prosperidad y la dicha del hogar. Por desgracia esa fuente se agota. La agricultura consiste casi exclusivamente en el cultivo de la caña; no hay cacao, ni café, ni algodón, ni trigo u otros cereales, ni añil u otras tintas; la caoba y las otras maderas de construcción y de tinte, andan ya escasas en las inmediaciones; de las frutas, ramo que en algunos países ha llegado a adquirir mucha importancia, nadie ha pensado aquí, que nosotros sepamos, en hacer de ellas un artículo de exportación, exceptuando los cocos. Queda, pues, el cultivo de la caña, como supremo recurso, como áncora de salvación. Estudiémoslo, examinemos detenidamente su estado, y veamos si es racional y prudente vincular sobre él esperanzas lisonjeras. El precio del azúcar viene sufriendo algunos años ha una baja considerable, debido esto al incremento que el cultivo de la caña ha tomado en América y el de remolacha en Europa: la producción excede en mucho al consumo; el artículo se acumula y 107

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estanca en los depósitos; cesa la demanda, reitérase la oferta y el precio baja. Este mal no tiene remedio por ahora: el azúcar no subirá sino cuando, disminuyendo la producción, se equilibre con el consumo, o cuando una guerra continental obligara a duplicar o triplicar las existencias en depósito; lo último es muy problemático porque en todas las naciones de Europa domina un espíritu de paz y de transacción, y la tendencia a arreglar diplomáticamente todas las dificultades que a menudo se presentan; lo primero no sucederá sino dentro de tres o cuatro años cuando se haya hecho abandono de muchas fincas a fuerza de ser estéril y aún ruinoso su cultivo. Esa baja considerable de precio ha venido a herir a Santo Domingo más sensiblemente que a las otras Antillas, por varias razones: primero, porque aquí era esta todavía una industria incipiente; comenzábanse a fundar grandes ingenios, y para su fundación habíanse solicitado capitales a alto interés, de suerte que, no obstante la pujanza que ostentaban en su precoz desarrollo, no tenían condiciones de viabilidad sino en tanto que se sostuviese un precio muy elevado; en los demás lugares productores no ha sido así: la industria era ya adulta; habíanse gozado largos años de prosperidad y acumulándose durante ellos fortunas colosales; han podido soportar sin gran detrimento los años adversos, y el malestar que producen, es un malestar relativo, aquí es absoluto; segundo, el éxito lisonjero obtenido por los iniciadores de ese cultivo en Santo Domingo, porque alcanzaron todavía algunos años prósperos, indujo a seguirlos a muchos capitalistas extranjeros y algunos nacionales; el entusiasmo crecía, rayaba en delirio; perdióse la prudencia, hiciéronse sacrificios, tomóse mucho dinero a crecido interés, pagáronse altos jornales, soñábase con fabulosas ganancias y … vino en esa situación la baja de precio del producto, y con ella la bancarrota y la quiebra. Ingenios como el de Ocoa que costaban $150,000, hanse rematado por 21,000; el Constancia, cuyo precio era de $80,000, fue vendido en 7,000; Las Damas, ingenio de un valor aproximativo de $100,000, ha sido convertido en potrero; el Angelina fue vendido no hace aún tres años en $174,000, y ahora se acaba de negociar en 30,000; de los que

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quedan, unos han sido abandonados, y otros se explotarán, pero cubrirán apenas sus gastos y arrastrarán una vida lánguida e incierta; tercero, el gobierno dominicano no se ha penetrado bastante de la gravedad de la situación; no ha visto con profundo y solícito interés el grave problema económico que las circunstancias vienen planteando algún tiempo ha, y no ha tomado, por consiguiente, aquellas medidas con que, por su parte, hubiera podido contribuir a aliviar la mala situación de ese gremio, tanto más digno de protección cuanto que su bienestar, su riqueza y su prosperidad, entrañan el bienestar, la riqueza y la prosperidad de todo el país. Tan grave es para el gobierno la situación, y reclama ella de una manera tan imperiosa la asistencia, que es un deber, de los altos poderes del Estado, que nosotros no solo habríamos opinado por la exoneración de ese derecho de exportación que paga el azúcar, y que es a la luz de la razón absurdo, a la luz de la ciencia económica puro empirismo, y desde el punto de vista patriótico, fatal y contrario al progreso, sino que habríamos creído oportuna otra forma de existencia más eficaz y fecunda, si no existiesen las profundas perturbaciones políticas que reclaman del gobierno toda su atención y todos sus esfuerzos; pero ya que eso no es posible, hágase a lo menos lo que se puede. No se cruce el gobierno de brazos en presencia de esta crisis; no mire con indiferencia estoica la positiva amenaza que pesa sobre todos; no sacrifique el porvenir al presente. El derecho de exportación que el azúcar paga, es quizá la única utilidad que podrían tener los propietarios de esas valiosísimas fincas, el único incentivo que podría inducirlos a no hacer de ellas completo abandono; y la supresión de ese derecho facilitaría la refacción, porque ella significaría que el gobierno estaba dispuesto a prestar su protección al gremio agrícola; y el agricultor ofrecería más garantías de pago en razón de la mayor utilidad que puede racionalmente prometerse. Suprimiendo el derecho, el gobierno, lejos de perder, gana, porque contribuyendo al aumento de la exportación que nada le producirá, aumenta necesariamente la importación que le producirá cuantiosas rentas.

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Tiempo es ya de que los gobiernos de todas estas repĂşblicas se tracen planes serios, y dejen de vivir de expedientes. Al expediente debe sustituirse el principio, al empirismo, la ciencia. Solo un gobierno de tales condiciones puede salvar al paĂ­s de la ruina total que lo amenaza. El Semanario, No. 372, 1 de octubre de 1886.

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La paz

Alborean ya mejores días para la República Dominicana; el azote terrible de la guerra de que ha sido teatro la hermosa comarca del Cibao, cesa ya, para infundir nuevas esperanzas en el trabajo vinculadas. El monstruo que en mala hora vino a sembrar de cadáveres y a teñir de sangre nuestro fértil suelo; que deja a su paso muchas viudas, y muchos huérfanos; que priva de su libertad a laboriosos ciudadanos, y deja a todos sin garantías; que lleva la miseria y la tristeza al hogar ayer feliz, que hiere de muerte el crédito y la confianza públicas, ese monstruo, decimos, desaparece ya, y el iris de la paz ilumina el horizonte. ¿Estamos salvados? No aún: las funestas consecuencias de la guerra se sentirán todavía por mucho tiempo. Grandes esfuerzos, una labor inmensa, una firmeza inquebrantable, una voluntad a toda prueba, un patriotismo acendrado, un tacto exquisito, un criterio exacto y profundo, son condiciones indispensables para restañar las hondas heridas, y reparar, siquiera en parte, los profundos quebrantos que hoy lamentamos. Si en lugar de la política conciliadora que olvide las faltas pasadas, que abra los brazos a todos los dominicanos y que convoque a la nación entera para la difícil obra de la reconstrucción social, se entroniza el espíritu de intransigencia, se piensa solo en la venganza, se inicia como sistema el terrorismo, se veja, se persigue, se atropella, entonces… podrá haber paz, pero una paz precaria, costosa e incierta, no la paz fecunda que se basa en el equilibrio de 111

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todos los intereses, en el ejercicio de todos los derechos, en el cumplimiento de todos los deberes, en la observancia estricta de la ley y en la inviolabilidad de todas las garantĂ­as. El Semanario, No. 373, 8 de octubre de 1886.

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¡Los que se van!

Sobre el malaventurado país que el cielo protegió con fértil tierra y que la mano sacrílega de sus propios hijos condena a perecer, caen cada día nuevos conflictos. Parece que no está aún llena la copa en que el destino ha de ofrecerle sus amargas heces. No es la guerra sola, no es la devastadora contienda de hermanos con hermanos lo que tiene a punto de dar por muerta la esperanza. Es la conflagración de todos los elementos sustentadores del mal lo que amenaza hundirnos. Ya la agricultura, “nodriza de las gentes”, se ve huir espantada de donde la sangre es el riego y huesos de cadáveres la fatal semilla. La industria, ayer salvadora, oprimida por un lado, también abandona a sus apóstoles; y quedan ahí, cubiertos de mortaja fría, los enormes enmohecidos aparatos, velando así como velan fantasmas las tumbas de los vencidos. Todo a perecer llama cuanto queda del resto de la ayer llamada a sentarse como reina en el festín de las naciones ricas del mundo nuevo. Y aquella laboriosa, robusta, inteligente inmigración que nos trajo el ansia de bienestar y el porvenir risueño entrevisto para este pedazo de tierra, se va presto, según estamos informados. Nos dicen −¡y qué pena nos da creerlo!− que un vapor español se espera en breve para llevarse a cuantos inmigrados de Cuba haya en el país. 113

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Francisco Gregorio Billini

Van a Cuba, de donde salieron espantados por el temor de perecer en el patíbulo o de miseria. ¡Cómo cambian los tiempos y las cosas! Van a buscar vida y pan, porque ya aquí se les escasea; aquí, donde se les ofrecía con todas las comodidades, y garantías de la libertad. Creemos que esta medida es de las que más profundamente deben afectar a los que se interesen por el bien de la Patria. Un principio de abandono por los cubanos, es señal de la continuación de otros por los demás extranjeros que, tanto en la agricultura, como en el comercio y las industrias, se encuentran establecidos. Pero también creemos que es muy precipitada la resolución de los que emigran. Los países no están condenados a una crisis perpetua. Por larga y amenazadora que esta sea, siempre pasa, y al fin vienen días mejores. Ya está próxima la paz a alborear en los horizontes. ¿Por qué no esperan? ¿Por qué los ya arraigados no tienen la paciencia y el calor para ver mañana cómo cambian las cosas? No creemos que en Cuba encuentren las mismas facilidades que aquí. Allí tienen que comenzar de nuevo la tarea, emplear capitales, mientras que en este país ya todo eso lo tienen conseguido. Reflexión, pues, en los que intentan irse, y ¡por Dios! haga algo el Gobierno, dé alguna disposición que contenga el torrente que se desbordará si la primera emigración se lleva a cabo. Tantos individuos que se van son económicamente otros tantos factores de riqueza que el país tiene menos. Cada un individuo representa una suma menor de necesidades que satisfacer y una cantidad menor de producción. Hágase algo en el sentido dicho, y ya tendremos que se arrepentirán de su propósito los cubanos y volverán a emprender la lucha por la vida con la confianza que dan las garantías decretadas por los gobiernos. El Semanario, No. 374, 14 de octubre de 1886.

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Esperanzas

No hay que desesperar. Todo tiene su fin. Ya la guerra huye y se presenta la paz. Lamentables son los sucesos que han dejado rastros de sangre, raudal de lágrimas, viudez, orfandad, miseria y duelo… Pero ¿qué período de la vida de los pueblos no está expuesto a esas turbulencias? Nuestra agricultura muerta; nuestro comercio exhausto; nuestra pequeña industria exánime, ¡cuadro desgarrador! Pero ahí está el porvenir. ¿Ha de encerrar siempre conflictos e infortunios? No; llegan los días de redención para todos los que sufren, y tal vez sea esta la última jornada peligrosa que hagamos en el camino de la vida pública. ¡Quién sabe! Quién sabe si el crisol de la purificación es este. Ya han venido tantas y tantísimas desgracias sobre este pueblo; ya ha sido tan maltratado por toda clase de calamidades, que no es posible que Dios deje caer más su brazo airado sobre él. Los pueblos no perecen así. Van transformándose; van abandonando antiguos errores, rancias preocupaciones, géneros de vida inconvenientes, y al fin llega un día en que, insensiblemente, se ven en la plenitud del progreso y de la civilización. ¡Cuántos desengañados habrá hoy, después de esta contienda! ¡Cuántos verán cómo no hay que creer en la infalibilidad de los juicios humanos, ni en la apariencia de las cosas! Esperemos y ayudemos. No seamos rémoras, no queramos oponernos a lo que el curso natural de las cosas trae, como consecuencia de lo pasado. 115

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Francisco Gregorio Billini

La insensatez de los hombres no puede luchar con la ponderosa mole de las circunstancias. Demos a estas pase, que ellas llevan como el deber. A veces lo que mayor desgracia parece, contiene gran suma de bienes. ยกLamentemos lo pasado y no desesperemos de lo porvenir! El Semanario, No. 375, 22 de octubre de 1886.

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Los que se van y los que vienen

Fondeado en la rada, procedente de Jamaica, e incomunicado por venir de país donde hay viruelas, se encuentra el vapor de guerra español que llevará la emigración cubana. Nuestro artículo anterior produjo su efecto. Algunos de los que se iban reflexionaron y se quedan. Y otros ven que las condiciones del país varían, teniéndose las seguridades de paz por mucho tiempo. A esta seguridad debe agregarse otra. El próximo Congreso va a ocuparse en la cuestión importantísima de los derechos de la exportación del azúcar. La opinión pública se impone en este asunto. La mayoría de los diputados se pronuncia por la supresión del impuesto oneroso, antieconómico y mortífero. Es un paliativo de gran mérito para la situación de los cubanos esa medida salvadora del país, porque, generalmente, son ellos los que más dedicados están a la agricultura y a la industria sacarina. El cambio que esto opera debe sentirse inmediatamente, tocándose ya a los meses de la zafra. Los que se van pueden medir la diferencia que existe entre quedarse en un país que ya tiene paz y ofrece mejorar de condición moverse para otro donde serán como extranjeros, después de largos años de ausencia, donde, para establecerse de nuevo, habrán de sufrir todos los inconvenientes que tiene esto. Pero hablemos ahora de los que vienen, que serán en mayor número de los que se van, a juzgar por las noticias fidedignas que tenemos. 117

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Francisco Gregorio Billini

Sabidos son los inauditos esfuerzos hechos desde años atrás en Europa por el concesionario de la empresa de explotación de las minas de oro en San Cristóbal, señor J. B. Leca. Pues bien: ha llegado con la seguridad de comenzar los trabajos con un respetabilísimo capital que apronta una compañía de Londres. Vendrán ingenieros a examinar las minas, y de ahí la afluencia de gente y de capitales a lo que será una nueva California. No hay que dudar del resultado del examen, hecho ya este en París por eminentes mineralogistas, de muestras de cuarzo aurífero llevadas de aquí y cuyo producto en oro ha sido fabuloso. No es este país tan desgraciado como se cree… País rico en todos sentidos, está por explotar. No se necesita sino que hombres como Leca, tesoneros en sus propósitos, se esfuercen en vencer todas las preocupaciones y todas las resistencias. Calcúlese cuál y cuánta será la inmigración que afluya el día en que se anuncie que van a comenzarse los trabajos de esas minas. Calcúlese cuál y cuánta será la que venga cuando empiece a verse que no eran sueños las esperanzas concebidas desde hace tanto tiempo sobre esas minas, cuya presencia se manifiesta ostensiblemente en las arenas de los ríos donde nuestros campesinos, por procedimientos lentos e incompletos, recogen regular cantidad de granos del codiciado metal. Ahora bien: en presencia de esto, los que se van ¿no esperan a los que vienen? ¿No querrán unirse a ellos, o mejor dicho, no aprovecharán la ocasión de estar aquí al comenzarse los trabajos de las minas para encontrar ocupación? ¡Cuidado si después de ausentarse del país, suspirarán por volver a él! Evítese. Véase con calma lo que se hace. La precipitación es el escollo de la felicidad. La paz nos sonríe. Las esperanzas de estabilidad son hoy más fundadas que nunca. ¡Detengamos a los que se van y saludemos a los que vienen! El Semanario, No. 376, 29 de octubre de 1886.

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Un pensamiento civilizador

Cuando calmadas del todo las pasiones que encienden entre los pueblos la sangrienta guerra, vuelve el espíritu de confraternidad y de justicia a dominar en el corazón del hombre, y a una época de preocupaciones cuyo origen estuvo, ora en la exaltación de ánimos producida por una lucha encarnizada, ora en el excusable orgullo del honor y la dignidad ultrajados, suceden días de serena paz, y la razón palpa las conveniencias de la conciliación entre vencidos y vencedores, entonces no hay paso sino para la verdad a cuyo poderoso impulso desaparecen todos los errores, y el odio y la saña se truecan en sentimientos de amor y de concordia para que brille aquella con todo su esplendor. Así lo demuestra el establecimiento de la Asociación Internacional científica, literaria y económica fundada en España con el nombre de Unión Ibero Americana cuyas tendencias están claramente determinadas por el artículo 2º de sus estatutos que dice: “La Asociación tiene por objeto estrechar las relaciones sociales, económicas, científicas, literarias y artísticas de España, Portugal y las naciones americanas donde se hable el español y el portugués, y preparar la más estrecha unión comercial en lo porvenir”. De más está decir que serán grandes las ventajas que deriven de esa Alianza tanto para los pueblos de la Unión como para los demás de ambos continentes. ¿Y quién puede ponerlo en duda? ¿Quién, a menos que esté ofuscado por el egoísmo, negará los buenos resultados que ha de producir la realización de tan simpático pensamiento? 119

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¿Ni qué le queda al hombre si llevado de preocupaciones vulgares o del instinto de sus pasiones y desoyendo la voz de la Naturaleza se somete a vivir apartado de los que son sus hermanos bajo la bóveda del cielo? El hombre debe ser hermano del hombre y no su antagonista. Así lo pide el espíritu del siglo actual; así lo han comprendido España y los pueblos latinos de América y la Unión Ibero Americana es el fruto de la razón, iluminada por el sol de la civilización. A seguida publicamos con el mayor placer la carta que desde México nos dirige la Comisión Central que se ocupa en propagar la idea y en nuestros próximos números hablaremos más detalladamente sobre la trascendencia del pensamiento que ha dado origen a dicha Asociación, y que circunstancias ajenas a nuestra voluntad nos habían privado hasta ahora hacer mención de ella en nuestros anteriores semanarios. México, 25 de julio de 1886. Sr. Dr. de El Eco de la Opinión. Santo Domingo. Muy señor mío: La adjunta comunicación, firmada por los Señores Ministros de Relaciones Exteriores, de Justicia y de Guerra, con las demás personas notables que conmigo forman la Comisión Central de la “Unión Ibero-Americana”, determina la actitud que deben tomar los hombres importantes de las naciones latinas de América, para llenar una justa aspiración de la época, que es la de unir voluntades, intereses y conveniencias por medio del cultivo de relaciones generales en beneficio recíproco. La unión de pueblos de nuestra raza, que por origen, tradiciones y futuros destinos constituyen una misma familia, que habla idéntico idioma y tiene iguales tendencias civilizadoras; es indispensable.

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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Me permito llamar su ilustrada atención acerca de la evolución favorable que aquí en México se opera al respecto y sobre lo que representa la comunicación adjunta, esperando, que en la esfera más amplia que le sea posible, en el gobierno, en la opinión, la prensa &a. coadyuve a la realización de los fines que esta asociación se propone, sirviéndose dar conocimiento oportuno del resultado. Atentamente saluda a Ud. su Afmo. srvdr. Francisco de la Fuente Ruiz “Unión Ibero-Americana” Comisión Central México, 25 de Julio de 1886. Sr. Director de El Eco de la Opinión Santo Domingo. Cumpliendo el encargo que ha recibido esta Comisión de gestionar la formación de CENTROS análogos al de México en las naciones que corresponda, nos dirigimos a Ud. en la creencia de que por su distinguida posición social podrá en ese país cooperar al resultado propuesto. Para determinar la índole de la Asociación, he aquí la 2ª de sus bases constitutivas. “2ª. Tiene por objeto estrechar relaciones sociales, económicas, científicas literarias y artísticas, de España, Portugal y las naciones de América donde se habla el español o el portugués, procurando la más estrecha unión de intereses recíprocos en el porvenir.” Si las actas de las Juntas generales y principales documentos de este CENTRO no hubieren llegado a su conocimiento por la Revista Latino-Americana, le será remitido

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cuando Ud. lo solicite, se sirva comunicarnos los trabajos que realice. De Ud. afectísimos servidores Ignacio Mariscal Joaquín Baranda Pedro Hinojosa Delfín Sánchez Justino Fernández José Román Leal Francisco de la Fuente Ruiz El Semanario, No. 378, 12 de noviembre de 1886.

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Lo que es la historia

Nada hay más fecundo que la historia. Ella contiene en sí una nueva naturaleza. Si en lo físico se estudian las verdades y se descubren los secretos que han engrandecido a las artes y a las ciencias, en ese libro que cuenta lo sucedido en todos los pueblos, y que pone de relieve al hombre aún al través de los siglos, por solo el relato de sus hechos mientras existió sobre la tierra, se enseñan lecciones muy provechosas y se esclarecen descubrimientos que han venido a ser la base de todas las verdades sociales, morales y filosóficas. Si los recursos del mundo corpóreo, en todas sus manifestaciones, han servido para que la humanidad llegue a poseer la verdad de las verdades, esto es, el conocimiento de la existencia de un Dios, en las claras fuentes de la historia el hombre ha visto, con menos dificultades y sin tantas contradicciones aparentes, la idea de ese misterio que se llama Providencia. Cada acontecimiento, ocurrido en la vida de los pueblos, como en la vida de los hombres, deja al pensamiento un manantial de reflexiones que da por resultado la deducción de experiencias tan útiles y tan beneficiosas para el porvenir de las sociedades, como aquellas que ha podido en su labor deducir de la naturaleza el químico, el geólogo, el físico o el astrónomo. La historia es luz para las ciencias; porque estas no se hubieran esclarecido sin su concurso, y la columna más sólida del progreso y de la libertad la encontramos cimentada en ese libro, todos los días más antiguo y todos los días más nuevo. Él va repitiendo constantemente lo que dice, como se repiten en sus diferentes maneras de ser, todos los fenómenos de la física en el mundo material. Él vive enseñando las verdades a los hombres 123

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pero a la manera del maestro que desconfía de la inteligencia, o mejor dicho, de la comprensión de sus alumnos, y que no conforme con la simple explicación, les muestra todos los detalles y les presenta luego con toda claridad el conjunto. Y eso así, repitiendo de varios modos, por muchas veces la lección, y al seguir adelante en ella, encadenándola con otras lecciones para volver a su repetición. La historia, sea otra vez dicho, es la madre de las verdades más trascendentales; ella en sí contiene la llave de las ciencias, y en cuanto a las morales, filosóficas y políticas ella las reasume, y es más que un compendio, es una enciclopedia. Si imagináramos que en el mundo se perdieran todos los tratados científicos que han escrito los sabios, por el relato que nos hace la historia de esos mismos sabios volveríamos al cabo a encontrar las ciencias perdidas. Si un filósofo se pusiese a averiguar de dónde ha provenido la civilización y todo el progreso de la humanidad, vendría a deducir este pensamiento: La causa principal del desarrollo de los conocimientos que poseen los hombres y del adelanto de los pueblos se encuentra en la historia. Examínese el axioma, profundícese, y se verá que no es muy difícil evidenciarlo. Apartándonos de las abstracciones y descendiendo ahora al terreno de los hechos que ella nos relata concernientes a la vida de los hombres y a la vida de los pueblos, ¿qué consecuencias no podríamos sacar de la historia? Ella, cuando todo se ha perdido en las sociedades que llegan a corromperse, conserva, si así se puede decir, el fuego sagrado de la moral, y a la luz de ese fuego penetra en las oscuridades y viene a constituirse en inexorable juez. La justicia no puede perderse nunca mientras exista la historia, y como dice Cervantes, ella es émula del tiempo. Si las sociedades, o el hombre, por su corrupción, por haberse engreído con el poder, o por haber perdido la conciencia, o por habérsele embotado el sentimiento, comete malas acciones y queda impune, durante Dios le concede la existencia, la historia se

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encarga de darle su castigo. Y cuenta que esos hombres si no son juzgados y despreciados por sus contemporáneos, los cuales en relación al número serían muy escasos, mañana la historia hace que todas las generaciones los vilipendien y los maldigan. Y cuenta que este vilipendio no pesa sobre ellos tan solo. Hay muchos ejemplos en ese libro que Cervantes también llamó depósito de las acciones. Ahí se vieron no hace mucho los hijos de Danton huyendo a esconderse en las soledades; porque no les fue dable soportar la vergüenza que les legó su padre. ¡Cuán poderosa entonces es la historia! Ante ella quedan empequeñecidos césares a quienes la corrupción de los hombres endiosaron, y se engrandecen otros humildes mortales a quienes escarnecieron y befaron. ¡Ay, cuando se presenta señalando con el dedo en el tribunal de la moralidad! ¿Quién será aquel que se escape a su severa interpelación? Por eso aunque en los hombres extraviados o cegados por el error veamos que a veces se pierde hasta la conciencia, la historia nos demuestra que esta no se pierde del todo en las sociedades: ellas, es verdad, por timidez ahogan su grito y ocultan su indignación; pero llega un día en que la historia lo averigua todo, y moral, y conciencia, y justicia aparecen imponentes ordenando su terrible acusación. Esa es la historia, se encarga de resucitar todo lo que está muerto: el crimen que cree haberse quedado impune, como la virtud que se ve olvidada y perseguida. Esta última en la lucha con aquel llega a bañarse de luz con los resplandores de la historia, y entonces el cuadro representa el contraste más imponente que pueda imaginarse. Mírase a la verdad abrirse paso, y con las irradiaciones de su aureola desvanecer las tinieblas del error; al vicio que huye no pudiendo soportar la vista de la virtud que le hiere; y a la Justicia severa interpelando al crimen que no querría aparecer en la escena, pálido, temblando, con miedo a todos, y hasta con miedo de sí mismo… ¡Ese es el cuadro! ¡Esa es la historia! El Semanario, No. 379, 19 de noviembre de 1886.

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Lo que son los pueblos

Creeríase al leer el tema de este artículo que nos proponemos en él analizar y desenvolver histórica, filosófica o sociológicamente lo que son los pueblos. No pretendemos tanto, ni tampoco escogeríamos, para un estudio tan profundamente, el poco espacio de que podemos disponer en las columnas de un periódico, que por otra parte, se lee ligeramente, y dura solo lo que dura un día. En suspenso, hasta ahora, las garantías que para ejercer la libertad de la prensa da la Constitución que nos rige, nos hallamos obligados a escribir lo que se nos ocurra en un sentido puramente literario, o puramente doctrinal. Eso lo saben nuestros lectores, y ellos han tenido benevolencia para disculparnos. Instificados o no, entremos, pues, en materia. Cuando una agrupación de seres humanos, después de haber pasado por todas las transformaciones que le son inherentes, biológica y políticamente hablando, y después de haber atravesado las vicisitudes históricas que le son naturales, llega por fin a constituirse en nación libre e independiente, estableciendo costumbres y dándose leyes a las cuales se obligan los asociados a no faltar; cuando por ese medio se encaminan los pueblos por el sendero del progreso y la civilización; cuando así encaminados se asientan en ellos los principios de la libertad y toma preferente lugar la sanción moral; cuando habiendo ya temor y respeto al veredicto de la opinión pública, y cada individualidad en pensamiento y en sentir guarda el cuidado de no ofender con actos perjudiciales a la colectividad cuando esa colectividad, tiene 127

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conciencia para elegir sus directores, mandatarios, o administradores de los intereses que le pertenecen; cuando sabe defender esos intereses, sosteniendo y defendiendo al mismo tiempo sus derechos de ciudadanía; cuando llega a poseer virtudes y energía suficientes para constituirse en juez que premia y que castiga, según el comportamiento de sus escogidos; cuando inspirándose en las doctrinas del bien sigue sus ejemplos, y no pierde ni por un instante el distingo entre lo bueno y lo malo para formar sus juicios y obrar en consecuencia; cuando ella, en fin, en sus nobles aspiraciones tiende constantemente al bienestar, no tan solo del presente sino también del porvenir, ensanchando su adelantamiento material, moral e intelectual, entonces se puede decir que los pueblos compuestos de esas colectividades son buenos, y están cumpliendo la sagrada misión que Dios encomendara al hombre para con el hombre sobre la tierra, y por esa misma causa, esos pueblos llegan a ser prósperos y felices. Ellos, entonces, resucitan a Grecia con su cultura, sus artes y sus ciencias, con sus Leónidas y sus Arístides; hacen revivir la memoria de Roma con sus virtudes, su patriotismo y sus grandezas, con sus Cincinatos y sus Catones, y cantan los himnos de su gloria con la libertad de esa gran República moderna que a paso de gigante se ha ido a la cumbre del progreso en el Norte de la América. Pero, cuando la colectividad que se ha constituido en nación tiene leyes escritas sin tener verdadera justicia; porque mira esa base importantísima de todo fundamento social como cosa baladí; cuando no considera ni respeta los méritos de sus asociados; cuando en sus extravíos confunde la virtud con el vicio y se hace indiferente a las buenas como a las malas acciones; cuando no exige el cumplimiento de los deberes, ni al ciudadano ni a los directores o administradores de esa misma colectividad; cuando deja indolentemente que se prostituyan las costumbres, y en el manejo de la cosa pública hace de moda el peculado; cuando se pierden en ellas los sentimientos entusiastas que inspiran las artes, las ciencias y el progreso en todas sus manifestaciones; cuando no existe ni la sanción moral, ni el veredicto de la opinión; cuando el repugnante personalismo impera; cuando se hace caso omiso del concepto

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que puedan formar extrañas gentes, y se pierde hasta el deseo de obtener una buena reputación; entonces los pueblos no son más que unas agrupaciones perdidas, que bien merecen no figurar en el número de las naciones libres, y que bien merecen equipararse a los cortes o mejor dicho, a los ilotas, para que tengan sus gobiernos estratocráticos y tiránicos. Y adviértase que en ese camino de la corrupción no solo se pierden los pueblos que principian apenas a vivir y a crecer, sino también aquellos que, alcanzando los altos grados de la cultura y de la civilización, se extravían apartándose de los buenos senderos para seguir los malos. Esos pueblos entonces decaen y desaparecen, porque en la sabia ley de Dios, todo lo que se corrompe tiene por castigo la muerte. Ábrase la historia y en ella se encontrará la prueba de lo que decimos. Importa poco en ese caso el poderío, ni la grandeza de las naciones. Entonces en ellas, socavadas las bases por el vicio y la inmoralidad, nos parece estar mirando al gigante aquel que nos pinta la fábula derrumbándose porque tenía los pies de barro. Y cuando los pueblos llegan a esos extremos, se verifican entre los asociados las cosas más extravagantes y los hechos más inauditos. La impunidad sustituye a la Justicia, los sentimientos humanitarios desaparecen, el patriotismo anda escaso y asendereado, a las crueldades se les llama energía, y el valor se confunde con el crimen. Entonces se ve a la culta, a la sabia Atenas de otros tiempos, postrarse como esclava a los pies de cualquier intruso mandatario. Y aquella que a sus grandes héroes, como a Milciades, Temístocles y Cimon, no permitía que se les hiciera otro homenaje sino el de inscribir sus nombres en el cuadro de honor del areópago, abyecta mas luego levanta cientos de estatuas a Casandro. Entonces también vemos que la señora del mundo, sin conciencia ya de lo que hace, habiéndolo envilecido todo, costumbres, leyes, artes y ciencias, vilipendia y mata hoy al parricida Nerón, y mañana cuando trae a Otón pasea la estatua del primero, esculpida en oro por las calles de Roma, entre los vítores de acalorado entusiasmo.

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¡Bendito sea Dios! Ya vimos lo que son los pueblos cuando conservan sus virtudes, y he ahí, en ese último ejemplo, lo que son ellos cuando llegan a corromperse. El Semanario, No. 381, 3 de diciembre de 1886.

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Esperanzas fundadas

Aún no se ha decidido en el Congreso el importante asunto de libertar de derechos de exportación los frutos que constituyen la agricultura del país. Asunto es este en que tanto se ha ocupado la prensa nacional, transmitiendo los deseos del comercio y del pueblo, que parece extraño que todavía se halle sin satisfactoria decisión. Sin embargo, hay fundadas esperanzas de que los representantes de la nación, inspirándose en los deseos y en los intereses de los pueblos que les han confiado la genuina expresión de sus deseos y la verdadera defensa de sus intereses, luchen contra las adversas circunstancias que, por aberraciones o por malos cálculos económicos, han podido y pueden impedir la decisión de promulgar una ley, que tan beneficiosos resultados reportará a la industria agrícola, y sobre todo, entre los ramos de esa industria, al cultivo de la caña, por el estado de decadencia en que se halla este importantísimo producto, y por ser hasta ahora, si no el principal, uno de los más cultivados en el país. Las circunstancias penosas por que atraviesan los cultivadores de la caña, necesitan eficaz protección. Entre los diputados que hoy ocupan las curules del Congreso de la República no se puede negar que hay algunos hombres prácticos y que no ignoran que, precisamente en estos tiempos de progreso, todas las naciones están a la puja en la concesión de franquicias a los productos que son naturales en cada una de ellas. Ahí están como hombres de experiencia y capaces de conocer los principios de la economía política, don E. Generoso de Marchena, don Rafael Abreu, don José M. Arzeno, don Ricardo Curiel y otros; y también hay jóvenes ilustrados que aspiran a connotarse por su patriotismo 133

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y por el buen desempeño de su cometido en tan alta y delicada misión como la que les está encomendada. Los ciudadanos Montes de Oca y Bastardo, ambos diputados por la provincia del Sur, en donde hay tantos cultivadores de la caña a quienes defender, están en la obligación de luchar hasta conseguir el triunfo de tan buena medida. Como ya lo dijimos, hay pues, esperanza de que el Congreso libre el azúcar, y los demás frutos agrícolas, de los derechos de exportación. ¡Ojalá fuese posible que esa disposición no se retardara más; porque sabido está que la agricultura es el alma parca de los países, y que siendo ella la que lo da todo, es muy justo, es muy natural, es muy racional, en fin, que se le conceda algo. Así lo comprenden los buenos economistas, y en fuerza de esa demostrada doctrina han ido todos los países protegiendo sus industrias agrícolas en preferencia a ninguna otra. Inglaterra fue de las primeras. Holanda no hace mucho ha libertado de derechos a los millares de toneladas de azúcar que se exportan de Java. Alemania, Francia e Italia han hecho lo mismo con el producto de su remolacha. España también ha rebajado los impuestos que pesaban sobre el azúcar de las islas Filipinas y sobre el azúcar y el tabaco de las islas de Cuba y Puerto Rico, nuestras Antillas hermanas, y no conforme con dar esa ayuda a los agricultores acaba el gobierno de S. M. la reina regente de dar un real decreto por el cual, vota la suma de $25,000 para adjudicar premios desde la suma de $5,000 &a., hasta la suma de $200 a los agricultores que presenten los productos de mejor condición y calidad en la isla de Cuba. Vean nuestros diputados por este ejemplo que a la agricultura hay que estimularla protegiéndola, e inspírense en esos sentimientos y en esas ideas, y de seguro no quedarán fallidas las esperanzas del país.

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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Un abuso en otro abuso que causa una denuncia en otra denuncia

Vinieron ayer a la oficina de nuestra redacción varios individuos, todos personas de respeto, personas bien conocidas por su posición social, y entre ellas un médico, de los más connotados de esta ciudad. Estos señores, después de haberlos recibido, tomaron asiento junto a nuestra mesa y uno de ellos, a nombre de todos los otros, se expresó así: Amigo mío, nos trae aquí asunto importante, importantísimo, puesto que se trata de la salud de todas nuestras familias. ¿Y cuál es el caso? preguntamos nosotros. Este es el caso dijo el caballero que tenía la palabra en nombre de los otros. Muchas familias están dispuestas a no comprar carne por espacio de varios días hasta que el Ayuntamiento no obligue la matanza de las reses por la madrugada. Usted sabe, que la res matada a las 4 de la tarde y depositada en cuartos calurosos (techo de zinc) pintados de colorado, herméticamente cerrados y visitados por millones de moscas, no puede menos que podrirse a las pocas horas. ¡Y esa carne hay que guardarla hasta el día siguiente por la tarde para los que quieran comer un beefsteack a esa hora! ¿Será eso posible? Es posible, porque es, pero no es humano; eso es cruel, contestamos nosotros. Pues bien, señor redactor, la prensa es la llamada a acusar estos abusos tan perjudiciales al público, a lo más sagrado que tiene el pueblo, que son las … Anuncie usted ese abuso a nombre de nosotros, a nombre de otros que no han podido venir donde Ud., a nombre de la higiene; denuncie esa barbaridad, ese crimen, en fin, para que lo sepan los que no lo saben, y para que se ponga remedio. Diga usted en su periódico, pero dígalo muy alto, con estas palabras: “Sr. Ayuntamiento, nos están envenenando, y sepa que dejan las reses sin beber por lo menos 5 días y después de muertas dejan que se coagule la sangre, y todo esto para que pese más la carne. Los médicos se cansan de predicar sobre eso, y con razón dicen que esa es la causa de las tantas enfermedades del estómago

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que existen hoy en la capital. O se acaba la matanza a esa hora o no se compra más carne; porque así estamos dispuestos a hacerlo nosotros y así creemos que lo hará todo el mundo cuando sepan lo que está pasando con las reses que nos dan a comer en Santo Domingo”. Repítalo al Ayuntamiento, y dígale que él aparece ante el pueblo cometiendo un abuso al dejar que se cometa ese abuso criminal que denunciamos. Así concluyendo se despidieron esos caballeros. Y ahora nosotros, que hemos cumplido con nuestro deber, denunciando el abuso punible que nos han denunciado, nos alegramos mucho que el ilustre Ayuntamiento cumpla con el suyo para que merezca bien de sus comitentes, y para que nos proporcione la satisfacción de darles las gracias a esos caballeros que por órgano de nuestro periódico evitarán que se siga causándole tan gran daño a la comunidad. El Eco de la Opinión, No. 396, 10 de abril de 1887.

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No más vacilación en el Congreso

Ya lo hemos dicho por más de una vez; y lo han dicho también nuestros ilustrados colegas de la prensa. ¿Será preciso repetirlo? Pues lo repetiremos: se necesita que, sin más vacilación de parte de los diputados, se promulgue el decreto liberando los frutos nacionales de los derechos de exportación y sobre todo, y principalmente, el azúcar. ¡Cómo!... ¿Y hasta cuándo se espera para decidir un asunto tan beneficioso a la agricultura del país? ¿No está ya bien discutido el punto? ¿No se ha probado con toda evidencia que la medida es conveniente y de resultados provechosos para el porvenir económico de la República? ¿No han oído los representantes del pueblo, las razones expuestas por la prensa, y más que eso, no han oído el eco casi unánime de la opinión pública? Sería lamentable, más que lamentable, sería imperdonable, que se cerrara la actual legislatura, y el Congreso dejase sin solución favorable asunto de tanta importancia. Hoy que tenemos el ejemplo de casi todas las naciones, tanto de Europa como de América, no es posible que seamos nosotros los únicos que nos quedemos detrás. En la agricultura está fundado el porvenir de la República, démosle, pues, impulso a esa fuente que fertilizando los campos hace que de ella brote la riqueza de los pueblos. Hagamos como se ha hecho en otras naciones, aun en las más pobres de América. Algunas de ellas, comprendiendo que su industria natural es la industria agrícola, como es la nuestra, no solo han libertado de todo impuesto fiscal y municipal los frutos de exportación, sino que también han adjudicado premios a favor de aquellos 137

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agricultores que aumenten y mejoren el cultivo de sus campos y producciones. Y ya que no se pueda esto último por el estado de pobreza en que se halla el fisco; y si acaso asusta para llevar a cabo lo primero el desequilibrio del presupuesto (que desgraciadamente nunca se puede llenar), comiéncese por darle protección al producto que más la necesita. Libertando el azúcar de los derechos, es tan insignificante la suma de que se desprende el gobierno, que estamos seguros de que, si se piensa y se reflexiona de buena fe, no habrá más dificultades que impidan la sanción de tan provechosa medida; pues son incomparables los beneficios que reportará en lo futuro. Y, en efecto, si es verdad que se da algo, es decir, casi nada relativamente hablando, nadie puede negar que se alcanzará mucho; pues animándose el gremio de los hacendados de caña, las fincas no permanecerán en ese estado de decadencia en que hoy se encuentran, y los cultivadores de ese fruto en pequeña escala, que tienen sus conucos, en San Cristóbal, Baní, Azua, San José de Ocoa y en tantos otros lugares, no se verán obligados a seguir abandonando sus plantaciones como ya ha sucedido. Además, ¿quién será aquel que no comprenda, que una vez dadas esas franquicias, los industriales de ese producto obtendrán con más facilidad crédito, tanto en el país como en el extranjero? Y ese crédito, ¿de por sí no viene a redundar en beneficio del gobierno? Sabido está que a causa del crédito y del aumento del producto, se aumenta desde luego la importación, y como consecuencia natural, toma creces el comercio y se aumentan las entradas del fisco. Pero, ¿a qué seguir haciendo reflexiones, que por ser tan obvias son de todos conocidas? ¡Nada! Señores diputados, tiempo es ya de que votéis esa ley tan deseada. No os detengáis a considerar sofismas de aquellos que ofuscados por un mal cálculo económico, van contra los intereses de vuestros comitentes y hasta contra los intereses de la hacienda pública. ¡Adelante! ¡No haya más vacilación! La ley es buena y será aplaudida por las mayorías trabajadoras, que son las que fomentan el progreso de los pueblos.

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No dejéis defraudar las esperanzas de esas mayorías y de la opinión sensata del país. Sancionad, pues, ciudadanos diputados, esa ley que debe exonerar de todo impuesto nuestros azúcares para que salvéis esa industria de la ruina que la amenaza. En vuestras manos está su porvenir; ¡salvadla!, y habréis merecido bien de la Patria! El Eco de la Opinión, No. 398, 30 de abril de 1887.

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Causa célebre

Relatemos a grandes rasgos la causa célebre que por varias condiciones hace época en la historia del foro nacional. Eduardo Scanlan, hijo de Venezuela y matriculado dominicano, fijó su residencia en esta ciudad, y tomando parte activa en la política del país fue redactor de algunos periódicos. De repente, y en la tarde del día 9 de marzo de este año (como a eso de la 1:00 p.m. cunde la noticia por toda la ciudad de que Scanlan se encontraba agonizante en la calle del Conde, en la casa del restaurante “La Diana”, debido a dos heridas por naturaleza mortales que el general y entonces diputado Santiago Pérez le acababa de inferir desde los altos de su casa con un remington. Allí, en el lugar donde ocurrió la catástrofe, acudió el pueblo. Grande fue la sensación experimentada: el victimario en el mismo instante entregó el arma homicida en manos de la autoridad; esta lo condujo inmediatamente a la cárcel, participando a los jueces competentes el hecho ocurrido. Sin demora alguna, procedióse, como era del caso a la instrucción de la sumaria, la que una vez terminada pasó, previas las formalidades de ley, a los encargados de administrar justicia. El Tribunal Supremo que conoció en primera y última instancia del crimen cometido por el acusado Pérez, fijó la vista de la causa para el día dos de este mes. A las 9:00 de la mañana, como trescientas personas ávidas de escuchar la acusación y la defensa de esa célebre causa, invadían el palacio de Justicia. Abriéronse los estrados y comenzó la audición de testigo a cargo y a descargo. Hubo cerca de cuarenta 141

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declaraciones; algunas de ellas interesantísimas y casi todas desfavorables al reo. Después se leyeron al acusado la decisión de la Cámara Calificadora, y la del jurado de oposición que confirmó la de la Cámara referida, a la cual él había hecho oposición. Inmediatamente formuló su dictamen el Procurador Fiscal. Este magistrado, representante de la vindicta pública y centinela de la ley, con toda la serenidad de la ley, pidió para el acusado la pena capital. Concedióse la palabra al defensor de Pérez que fue don Félix María Del Monte. Elocuente y brillantísima estuvo la defensa. Como era de suponer, se pidió en ella a nombre del reo que se rechazara el dictamen fiscal, apoyándose en que el acusado Pérez había sido provocado y se hallaba al cometer el crimen bajo la influencia de la terrible pasión de los celos. El defensor, en virtud de la disposición del artículo 321 en armonía con el 326 del Código Penal, pidió se le impusiera al delincuente el mínimun de la pena señalada, en el último artículo, que es la de seis meses de prisión correccional. El Procurador General ratificó sus conclusiones; replicó a este el consejo del acusado sosteniendo sus alegatos, y así continuaron las réplicas y contra-réplicas hasta que el Presidente del Supremo Tribunal suspendió la audiencia pasando inmediatamente a la deliberación de la causa. Después de tres horas y más de media que duró la deliberación, volvieron los jueces a ocupar los estrados y el secretario leyó la sentencia en dispositivo, que condenaba al acusado a la pena de muerte. En aquel instante en que todos los ánimos se hallaban conmovidos por tan imponente mandato de la ley, el presidente de la Corte exhortó al condenado a morir como militar y como cristiano. El reo pidió la palabra y con entera serenidad dijo: que por una extraña coincidencia, ese mismo día en que se le condenaba a muerte, cumplía 35 años de haber venido al mundo, y que él moriría sin desmentir su grado militar y como buen cristiano. Una vez cumplido el severo voto de la ley; una vez que fue administrada la justicia, algunos individuos tomaron la iniciativa

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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para levantar solicitudes pidiendo clemencia a favor del desgraciado. Y el pueblo que el día 9 de marzo lleno de indignación, ante el cadáver de Scanlan, clamaba la muerte del homicida; ese mismo pueblo, movido por el sentimiento humanitario que tanto le distingue, clamaba del mismo modo perdón por la vida del desdichado Pérez. Fueron vanos los esfuerzos que hicieran muchas personas de todos los gremios de esta sociedad. El gobierno, aunque conmovido como aquellos que de él imploraban la gracia, tuvo que pasar por la terrible prueba inclinando su sentir ante el imperio de la ley y el fallo de la justicia: Dura lex sed lex… A las cuarenta y ocho horas de haberse dado la sentencia, a las cuatro de la tarde del día 4, consternada la ciudad presenció el horrible espectáculo de un hombre que por sus mismos pies caminaba a la última mansión. El condenado, antes de que lo sacaran de capilla, pidió a las autoridades que no lo llevasen por la calle de la Separación, sino después que pasaran las cuadras en que vivían su señora y la familia de su defensor. Así se hizo. Bien cerca de dos mil personas esperaban extramuros llegara el reo al lugar designado para la ejecución. Es de lamentarse, además de la terrible necesidad que impone la ley en estos casos, que estos actos de barbarie de los países civilizados, se hagan públicos; porque se hace imposible impedir que a ellos asistan mujeres del pueblo y niños mal educados y no reprendidos por sus mayores. ¡Qué ejemplo tan pernicioso! Llegó por fin el momento supremo. El desgraciado Santiago Pérez, ya en el sitio de la ejecución, se despidió de los dos sacerdotes: Carlos y Adolfo Nouel, que lo habían auxiliado, y de las demás personas que lo acompañaron. En aquel instante pidió la palabra y dijo: “¡Pueblo! aquí tenéis al hombre por quien ayer pedían el perdón; muero agradecido y como militar de honor”. Dichas estas palabras, a la voz de ¡fuego! cayó muerto el que se llamó Santiago Pérez. Cuentan todos los que lo vieron el día de la sentencia, los que lo visitaron en capilla, los que lo acompañaron al patíbulo y los que

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presenciaron la ejecución, que nunca perdió este infeliz hombre el valor y la serenidad. Ahora bien; los jueces, aplicando la ley, el abogado en su defensa, el pueblo pidiendo gracia y el gobierno mandando a ejecutar la sentencia, han cumplido con su deber. Pero, ¿será este un principio de regeneración en el país? ¿Se hará siempre lo mismo? ¿Se cumplirá de ahora en adelante, en todos los casos y en todas las ocasiones, el soberano voto de la ley y el fallo de la justicia? El Eco de la Opinión, No. 399, 7 de mayo de 1887.

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Una cuestión grave

En nuestro número anterior denunciamos en un suelto intitulado “Nos invaden”, el abuso que se está cometiendo con el establecimiento de tiendas de mercancías, importadas de Haití, en los campos, no ya de los pueblos fronterizos, sino en los de la misma común de Azua. Es este un asunto tan grave que nos obliga a llamar otra vez la atención del Gobierno. No creemos que sea ni justo, ni admitido siquiera, el ejercicio de una profesión comercial que no paga contribución de ninguna especie. Sabido es que en los pueblos de Bánica, Las Matas, San Juan, El Cercado, Neiba, Las Damas y aun el mismo Barahona, la mayor parte del consumo de géneros y provisiones extranjeras que se hace son importadas y traídas allí de los puertos haitianos. Las circunstancias siempre apremiantes de nuestra política interior, de esa política de intereses personales, ha ocupado la atención de la mayor parte de los gobiernos, y por esa causa, raros han sido los que se han dado a pensar en ese mal que poco a poco nos va invadiendo y que si no le ponemos coto acabará por causar la muerte de una gran parte de nuestro comercio en la República. Hoy, como ya lo dijimos al tratar este asunto, los vendedores de mercancías traídas de Haití han invadido la común de Azua. Además de que no pagan al fisco un centavo esas mercancías, tampoco pagan el impuesto de patentes; de modo que es imposible que nuestros comerciantes, al vender las suyas, importadas por los puertos de la República, puedan competir en precio con esos mercaderes ambulantes que vienen a nuestros campos. 145

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Las autoridades haitianas de los pueblos fronterizos impiden con toda severidad que los habitantes de Haití traigan a vender su café a Barahona, a Neiba, o a cualquiera otro de nuestros mercados, y en cambio los mercaderes haitianos venden sus mercancías y compran todos nuestros frutos, como cera, resina, cueros, caoba, &a. Estos artículos van luego a embarcarse para los mercados extranjeros por los puertos de Jacmel, Port-au-Prince y el Cabo, y como es natural en aquellas aduanas pagan los derechos que deberían pagar en las nuestras. Podemos citar ejemplos de las veces que el jefe de Pont Verette ha mandado a detener las recuas cargadas de café que se dirigen a Neiba o a Barahona, por pagarse más caro el café en cualquier punto dominicano que en Haití. Y, si los haitianos no permiten ni siquiera el comercio en las fronteras desde el instante en que cercene en algo las contribuciones que se pagan a su fisco, ¿por qué nuestras autoridades no hacen lo mismo, impidiendo la venta de esas mercancías en nuestros campos? El tratado domínico-haitiano, como lo dijimos en el suelto anterior, no puede servir de apoyo para tolerar el abuso de que nos inunden de mercancías traídas de las ciudades haitianas; pues ni el tratado autoriza a esto, ni tampoco se puede decir esté hoy vigente el dicho tratado. Los haitianos no han pagado los 150 mil pesos anuales de la indemnización que se estipuló en uno de sus artículos, ni los artículos que en él se refieren al tráfico, autorizan a que este tráfico sea en otros pueblos que están lejos de las fronteras. Creemos, pues, que el Gobierno debe tomar sus disposiciones para impedir el abuso que denunciamos, y que mientras tanto, los ayuntamientos de esas localidades impongan patentes crecidas a los comerciantes que venden mercancías importadas de Haití y también les cobren la patente como especuladores en frutos de exportación. Nuestros ilustrados colegas de la prensa nacional deben hacerse cargo del mal que amenaza destruir gran parte de nuestro comercio, y alertar del mismo modo que nosotros, al Gobierno en una cuestión tan grave como la presente. El Eco de la Opinión, No. 400, 14 de mayo de 1887.

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Dos denuncias y otra más

Nuestro colega El Mensajero, en el editorial de su última edición del 18 del presente mes, llama la atención con respecto a la denuncia que hizo en su No. 61, fecha 30 de abril, El Independiente, de Moca, refiriéndose al abuso, o sea a la arbitrariedad cometida por la autoridad gubernativa de Matanzas, que sin ningún derecho que justifique semejante proceder, ha suspendido de sus funciones municipales al presidente del Ayuntamiento de aquella común. El periódico mocano, al relatar el hecho, dice que, a causa de esa arbitrariedad, cometida por el jefe comunal de Matanzas, el síndico y todos los miembros de aquel ayuntamiento renunciaron el cargo de concejales, y expone que se halla en tal estado de desorganización el servicio público allí, y se ha hecho tan poco caso a las instituciones democráticas que nos rigen, que el jefe comunal se ha atrevido a sostener su disposición arbitraria, alegando: Que el que nombró a la citada corporación puede removerla cuando le plazca. A lo que con sobrada razón añade el colega: De lo expuesto se deduce, que en Matanzas no fue nombrado el Ayuntamiento por la Asamblea Electoral de aquella común, sino que el nombramiento se hizo por el jefe que se menciona, procediendo desde luego como autócrata en aquella sección de la República. 147

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Y después concluye pidiendo que el gobernador de la provincia pase en persona a Matanzas, en obsequio del buen servicio, para que organice aquella desorganizada común. El Mensajero, en el editorial aludido, refiriéndose a ese abuso que denuncia El Independiente dice: El caso es serio, y no debe pasar inadvertido por más que esas sean las turbias corrientes de la política pesimista entronizada en el país. Nosotros, bebiendo en las mismas fuentes de orden y de justa reparación en que han bebido los dos colegas pedimos, como ellos, que se ponga coto a esos abusos que tanto desdicen de una buena administración pública y que tanto desacreditan a los mandatarios de una nación que se llama democrática. En el mismo artículo editorial denuncia también El Mensajero otro abuso cometido en Puerto Plata. Alude el ilustrado colega al reemplazo de un funcionario judicial verificado por el gobernador de aquel distrito. Como el nombramiento de los tribunales es una de las atribuciones del Congreso, según está señalado en el Pacto Fundamental, y ninguno de esos jueces puede ser removido sino en los casos previstos por la ley, sucede que aquel gobernador ha cometido un abuso el cual no debe tampoco pasar desapercibido. Mientras no sean independientes o inmunes los agentes de la administración de la justicia, o en otros términos, mientras no estén sujetos solo, en sus atribuciones y funciones, a la responsabilidad que les impone la ley, no habrá verdadera justicia en la República. Por eso nosotros en este caso como en el otro, estamos de acuerdo con el colega en recomendar a los diputados al Congreso por el Distrito de Puerto Plata que exijan la inmediata rehabilitación del juez reemplazado. Y además, añadimos, que si hay queja contra el dicho funcionario judicial, el gobernador de Puerto Plata, o quien se crea en derecho y justicia, puede levantar la acusación contra él, conforme lo expresan la Constitución y las leyes. De otro modo, es inútil que exijamos responsabilidad en sus actos a ningún funcionario

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público y es inútil que nos empeñemos en decantar que deseamos organización, buen cumplimiento en los destinos o cargos que encomendamos y que se nos encomiendan, marcha regular en la cosa pública, buen gobierno; es inútil en fin, que ostentemos el título embustero de República Dominicana y de Patria y Libertad; pues nunca, rigurosamente hablando, existirá ni lo uno ni lo otro. Y mucho menos podremos vanagloriarnos de lo dicho, cuando otros abusos se cometen, además de los que han denunciado El Independiente y El Mensajero. Y como es un deber de la prensa no callar nada de lo que perjudica a la comunidad, o así sea a uno solo de los miembros que componen esa comunidad, nosotros también vamos a pedir al Ejecutivo, o a quien corresponda, un acto reparador, tal vez de injusticia cometida; pero que pudo acaso silenciarse ayer por las fatales condiciones políticas en que vivimos. Es este el de los presos que hiciera el gobierno, cuando volvió a alterarse el orden público en el Distrito de Montecristi. Esos individuos que por medida de precaución fueron arrebatados de sus hogares y del seno de sus familias para traerlos a las oscuras cárceles de nuestro histórico Homenaje, no deben permanecer por más tiempo en esa tristísima condición. Si ya hoy, merced a la actividad del jefe del Estado, general Ulises Heureaux, y merced al buen juicio de la mayoría de los ciudadanos, que no quieren las revoluciones del machete y del remington, y sobre todo, cuando esas revoluciones no traen otras banderas que las del personalismo, si ya hoy, repetimos, la paz ha vuelto a sentar sus reales en la República, ¿por qué no volver a quien se le quitó, lo más precioso que tiene el hombre, que es la libertad? ¿Hay entre esos presos algunos que son culpables? Pues instruyáseles la sumaria correspondiente y sométaseles a juicio. Pero, antes que todo, pónganse en libertad aquellos que sean inocentes. Nosotros que hemos sufrido en más de una vez la consecuencia de esas medidas, que llaman de precaución, sabemos la grandísima injusticia que se comete. No hay necesidad de hacer el mal por gusto, o sea de una manera inconsciente.

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Piense el que en sus manos tenga el poder, reflexione y medite un poco, y verรก que hay veces en que uno, al permanecer indiferente a los males de otro, no se da cuenta de que estรก obrando, sin saberlo, como si fuera un criminal. Eso es triste, muy triste para hombres de conciencia, y por eso nosotros, que creemos tenerla, agregamos esa otra denuncia a las denuncias que hacen nuestros ilustrados colegas El Mensajero y El Independiente, de Moca. El Eco de la Opiniรณn, No. 401, 21 de mayo de 1887.

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Mutua cooperación

Una vez que la República principia a reponerse del quebranto que le ocasionaran los últimos azotes de la guerra civil, es necesario que todos los buenos ciudadanos, cada uno en su esfera, presten eficaz cooperación para que no vuelva a interrumpirse la marcha bienhechora de la paz que tanto contribuye al progreso de las naciones. Pueblo y gobierno deben aunarse, y mano a mano emprender ese camino, desechando las tortuosas sendas que en otras veces los han conducido a la desgracia. El pueblo sabe por experiencia que a él siempre le cupo en suerte en esas trabajosas jornadas el dolor de recoger los frutos más amargos. He ahí una de las razones que a cuerdo y a prudente enséñanlo. El gobierno, por su parte, si le animan los deseos de hacer el bien, como en duda no lo ponemos, y como animaron a algunos de los gobiernos de ayer, ¡cuántas esperanzas defraudadas! ¡cuántas ilusiones recién nacidas y calentadas en el seno de la buena fe vería mustias y completamente marchitas! Así, pues, el gobierno en primer término debe ser el agente que más esfuerzos despliegue para que se consigan los laureles del verdadero triunfo. En esos laureles, que no son otros, sino los de la paz pública, es donde con mayor lozanía reverdecen las coronas de gloria que adornan a una nación que aspira a su engrandecimiento. Por esta causa, si los delegatarios a quienes esa nación ha confiado el primer poder, despreciaren los medios de adquirirlos, entonces, se puede decir, que esos delegatarios no están interpretando fielmente los deseos de la generalidad. 151

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El gobierno, es justo, muy justo, que exija de todos los ciudadanos el cumplimiento de las leyes, y que se revista de energía para castigar a todos aquellos que de algún modo osen contrariarlas en cualquiera de sus dispositivos; pero los ciudadanos también están en el derecho de pedir al gobierno el cumplimiento de esas mismas leyes, y, por ende, el cumplimiento de la misión que se le ha encargado como representante de los intereses de todos los asociados. Por eso, una vez que la paz se encuentra restablecida no es mucho exigir; que se preste oído a la opinión pública; que no se permita que impunes queden los abusos; que se abran puertas a la libertad de todos los ciudadanos; que se den franquicias a la agricultura; que se coadyuve al desarrollo del comercio y se restablezca de una vez moral y económicamente el crédito de la nación. Y en ese sentido pensamos que pensará el gobierno tratando con asidua y empeñosa labor de organizar los diferentes ramos de la administración pública. Es verdad que después de tan grande desconcierto como existe en todos ellos, y principalmente, en el ramo de la Hacienda, además de lo difícil y engorroso que es la tarea, se necesita tiempo y paciencia; pero también es verdad que si hay un propósito firme y ese propósito está animado por el patriotismo, aunque no todo se haga, mucho se puede obtener. No sería por cierto propio del buen juicio, templado por los sentimientos de la moderación y precedido por el examen de las causas que contribuyen a aumentar las dificultades, exigir a los encargados del poder, esos imposibles con que algunos desearían ver realizadas las mejoras en todos los ramos de la administración. Exigir esa prontitud queriendo que las cosas se hagan y se vean tan luego como se inician y se emprenden, no cabe, sino en aquellos que o simulan una buena fe que no sienten, o, si la sienten, es una buena fe basada en los sueños de una imaginación que no se detiene a darle un instante de calma para sus reflexiones al pensamiento. Sabemos por experiencia que para ofrendar el fruto de los trabajos gubernativos se necesita tiempo; y además de tiempo, hay necesidad de allegarse muchos materiales dispersos para reunirlos, acomodarlos, escogerlos y levantar la obra.

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Así, pues, que haya buena voluntad en todos los ciudadanos para esperar las buenas disposiciones del gobierno y que el gobierno nos presente el fruto de sus labores. Para ello se necesita la cooperación de todos. Que nadie la niegue, y gobierno y pueblo recibirán los beneficios de una paz honrosa, sin que ni el uno se manche tiranizando, ni el otro se envilezca teniendo que soportar los vejámenes de la tiranía y del despotismo. El Eco de la Opinión, No. 402, 4 de junio de 1887.

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Reforma de la Constitución

He ahí la cuestión del día. Muchos comentarios se hacen con motivo de la reforma propuesta. Algunos suponen que de ella dependen bienes para la paz de la República; otros creen que al alargar el período presidencial y al suprimir el voto directo por el de los colegios electorales, que son los dos puntos considerados como de más importancia por los reformistas, se comete un abuso digno solo de un pueblo que no goza de su libertad y que está bajo la presión de un gobierno que coarta sus derechos, porque, según dicen ellos, alargando el período a cuatro años, con reelección, se mata el principio de la alternación del poder, y cambiando el voto directo por el de los colegios electorales, se hace retroceder al país, alejándolo de uno de los principales senderos, que ya tenía andado, para llegar a conseguir el régimen de una verdadera democracia. Nosotros ni creemos en lo uno ni en lo otro. La experiencia nos ha demostrado que las revoluciones en nuestra tierra nunca se han sucedido porque el Presidente tenga tal tiempo de mando designado en la Constitución, ni tampoco nunca se ha visto que un gobierno caiga o se sostenga, sea legítimo o arbitrario, porque la Constitución le marque tal o cual período al Presidente. Si ha de alterarse la paz en la República, sucederá como siempre: vendrá la guerra civil con o sin período largo del Presidente; en eso no está el mal; hay que convencerse de que el mal está en otras causas, causas que son conocidas de todos. ¿Cuántas veces no hemos visto venir abajo gobiernos cuando apenas se han constituido legítimamente? Y ¿cuántas veces hemos 155

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visto levantarse una tras otra revoluciones contra gobiernos que, así y con todo, arbitraria e ilegítimamente, se han sostenido en el poder? Lo repetimos: no estriba en eso la cuestión, o de otra manera más vulgar, no es en esa sábana donde está la calentura. Ahora, en cuanto al otro punto de reforma, cual es el de que se sustituya el voto directo, o sea, el sufragio de todos los ciudadanos, por el de un número de ciudadanos delegados, para que estos elijan al Presidente de la República, creemos que en nada retrocede el país, y que eso no influye en el estado de democracia que quiera dársele, o mejor dicho, que él posea. Las prácticas de la democracia representativa se ejercen en los pueblos por los pueblos mismos, y no porque ninguna ley se las dé. Sea el pueblo bien educado, haya en los ciudadanos verdadero interés por el bien de la Patria, haya en ellos buena fe y moralidad, y de seguro que entonces irán a los comicios para de allí sacar triunfante su voluntad consciente, así sea esta expresada directa o indirectamente. Los que argumentan contra el voto directo, diciendo que en este país no es más que una fuente de corrupción, por cuanto los sufragantes toman de eso un motivo para especular, y a más de eso, dejan al elegido imposibilitado para ocuparse de los intereses generales; porque queda encadenado a los compromisos particulares de aquellos a quienes tuvo que comprar el voto, no les falta razón. Y los que arguyen en contrario, diciendo que el sistema de elección por un número de diputados es una elección arbitraria y usurpadora de uno de los atributos más sagrados de la soberanía nacional, por cuanto unos pocos imponen a la comunidad el mandatario que a ellos les place, y muchas veces lo imponen sin obedecer a otro móvil que al de intereses personales, no les falta también razón. Si se puede corromper al mayor número, ¿con cuánta más facilidad no se comprarán los votos del menor? He ahí en síntesis el más fuerte de sus raciocinios. Empero nosotros, en este punto como en el anterior, ni estamos con los unos ni con los otros.

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A nuestro modo de ver, en este caso, como en el otro, ambos están engañados, tratándose de nuestro país. El sufragio es una de las prácticas más trascendentales que tienen las naciones libres; y aunque aparezca tan sencillo el ejercicio de ese derecho de la ciudadanía, no cabe duda que es uno de los más difíciles en su realización, cuando se aspira a que esta sea verdadera, y no el ridículo de una mentira en la elección, como sucede, en la mayor parte de las veces, en pueblos no educados como el nuestro. Donde no hay conciencia de lo que se va a hacer o de lo que se hace, no puede haber verdad en lo hecho. Si el sufragante, al presentarse en los comicios para depositar su voto en la urna, no tiene ilustrada la voluntad y solo va como el autómata a quien otro lleva moviéndolo por medio de los resortes del interés particular o de la ignorancia, desde luego la elección es una farsa, que no puede sino ficticiamente admitirse como legítima. Este raciocinio nos demuestra que en el modo de elegir los magistrados de la nación, no es donde existe tampoco el mal de la República al darse sus gobiernos. Cuando hagamos la instrucción obligatoria y tengamos muchas y buenas escuelas, no solo en las ciudades y pueblos sino en las aldeas y los campos; cuando demos eficaz protección al trabajo; cuando no solo con la prédica sino con la práctica hagamos ver que deseamos la regeneración moral y política del país, entonces, y solo entonces, habrá verdadero sufragio y habrá verdadera Constitución. Lo que es hoy tanto da para el bien o el mal de la República que se reforme como que quede tal cual existe. El Eco de la Opinión, No. 403, 18 de junio de 1887.

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Exposición de Azua

I Como a documento de suma importancia damos hoy preferente cabida en nuestras columnas a la exposición que han dirigido al gobierno los principales comerciantes de Azua. Por ella verán nuestros lectores que el abuso de introducir en el Sur, libre de todo impuesto, mercancías procedentes de Haití, amenaza de muerte, como ya lo habíamos dicho en otras ocasiones, el comercio de las ciudades de Azua y de Barahona. Los señores que suscriben la exposición demuestran claramente los perjuicios que con ese libre tráfico sobrevienen, no solo a los intereses particulares de su industria, sino también a los intereses generales de la República. En una de las consideraciones que hacen para comprobar esta última aserción, dicen ellos que, de los artefactos extranjeros y los productos nacionales que se cruzan entre los pueblos del Sur y las plazas de Haití, resultan anualmente alrededor de doscientos mil pesos de valores que, debiendo pagar su contribución a nuestro fisco, van a aumentar las rentas del vecino Estado. Hemos fijado nuestra atención en este cálculo, y queremos hacer una pequeña parada para que se observe cuán errados están los que piensan que hay exageración en él. Para convencerse de ello, baste saber que la provincia de Azua y el distrito de Barahona cuentan con más de cuarenta mil habitantes, y nadie ignora que el más pobre en aquellos lugares, si es hombre, usa en su vestuario camisa, pantalón, calzoncillo, chamarra y 159

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sombrero; si es mujer, camisa, camisón y enaguas, y si es infante o impúber pantalón y camisa. Calculándoles de gasto, cuando menos, dos mudas de ropa ordinaria al año, vendría a suceder que el más pobre consumiría en tela la suma de $5. Como una gran parte de estos habitantes visten mejor, y se puede decir, que la cuarta parte de ellos usan calzado, dejaremos estas diferencias notables por el poco consumo en telas que hagan los niños. Siguiendo el cálculo hecho resulta que, suponiendo solamente cuarenta mil habitantes en el Sur, que en nuestro concepto es mucho mayor el número, estos consumen al año, en telas, los doscientos mil pesos que han fijado los comerciantes que firman la exposición. Ahora bien, en comestibles, medicinas, licores, herramientas, muebles y otros objetos, ¿qué cantidad se les calcula? Pero, como se podría decir que una parte de ese consumo la hacen los habitantes comprando en las plazas de Azua y Barahona, queremos dar de barato el gasto de provisiones y demás artículos indicados, por esa diferencia. Cediendo, pues, todas esas ventajas a favor de los que alegaran para combatir nuestro cálculo, quedaríamos con el comercio de nuestros productos nacionales. Sabido es por todos que a más de las considerables cantidades de ganado y bestias, y de palos de caoba que venden los pueblos del Sur en Haití, los cueros, las mieles, la cera, la resina, el tabaco y todos los frutos de aquella extensa parte de la República, van a negociarse también en los mercados de la vecina nación. Quien conozca la importancia de las transacciones que se hacen en las plazas de Port-au-Prince, Jacmel y El Cabo, con la venta de productos dominicanos, podrá apreciar los valores que se cruzan entre los pueblos del Sur y la vecina República. Fundados en esa razón hemos dicho que los comerciantes de Azua, en sus apreciaciones sobre el particular, no han sido exagerados, y por el contrario, afirmaremos que sufrieron un error al decir que esos valores montan solamente a doscientos mil pesos. Y una vez que nos hemos ocupado en asunto de tanta importancia, decimos: que se debe impedir la prolongación de tan grave mal; pero al mismo tiempo preguntamos:

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¿Puede el gobierno impedirlo? ¿Tiene los medios para ello? ¿Y cuáles serán esos medios? He ahí las proposiciones que se desprenden de la cuestión. Concluiremos, pues, pensando en ellas, para considerarlas en el próximo número de este periódico, y mientras tanto insertaremos la exposición. Hela aquí: Azua, 16 de junio de 1887. Ciudadano Ministro de Hacienda y Comercio, Santo Domingo. Ciudadano Ministro: Alarmado el comercio de esta plaza con la paralización de sus operaciones por falta de consumo, y notada la importancia de solicitar los medios de contener la ruina que amenaza a esta provincia, se han reunido los infrascritos, comerciantes apatentados de esta ciudad, con el intento de elevar a ese Ministerio la presente exposición en que se pondrá de manifiesto una situación irregular que tanto perjudica el desarrollo de las transacciones comerciales, como perjudica los intereses fiscales, a fin de que Ud. se sirva impetrar del Ejecutivo las disposiciones que el orden legal exija y evitar los males que por este lado puedan ocasionarse a la República. Es el concepto de los infrascritos que el asunto sobre que versa esta exposición encierra grave y trascendental importancia cuyas consideraciones se omiten por respeto al recto juicio de Ud., a su patriotismo y al vivo interés que demuestra por salvar la hacienda pública de la crisis que la rodea en la actualidad. En los tiempos de la antigua República, Azua alcanzó alto crédito como plaza comercial, sosteniendo con toda regularidad y frecuencia relaciones con esa capital y algunos puertos extranjeros, de donde se introducían fuertes sumas en

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mercancías para abastecer a todos los pueblos de su jurisdicción, las que produciendo derechos aumentaban anualmente las rentas del fisco con que ayudaba Azua a las cargas del Estado, casas de comercio fuertes mantenidas por el consumo de numerosos habitantes hacían menudear las importaciones y daban alcance a cargamentos de productos naturales para el extranjero. Entonces Azua, lejos de gravar la hacienda nacional, se sostenía con sus propias rentas, y contribuía a las erogaciones que el estado de la época exigía. Aquella situación que por sus ventajas dista mucho de la presente, se hallaba sostenida por la patriótica prohibición del contrabando de mercancías por las fronteras, que no debía hacerse sin peligro de la vista, y que nuestras desventuras han abierto hoy a toda libertad, sin dejar al Estado más provecho que la ruina del comercio nacional, y la pérdida de rentas para el fisco, que en vano compensan ilusorias convenciones. Los habitantes de Neiba y Las Damas en el distrito de Barahona y los de San Juan, Las Matas, El Cercado y Bánica en esta provincia, se hallan colocados entre dos plazas comerciales. Azua por esta parte, y Puerto Príncipe por la de Haití que siendo uno de los primeros mercados de las Antillas, atrae la atención de los productores de esas comunes para llevar allí los frutos de su agricultura y de la industria pecuaria, y traer para esta parte mercancías extranjeras en mayor o menor escala con que dejar abastecida toda esa jurisdicción. Con semejante estado que no cabe en ningún orden económico, se presenta la irregularidad de verse a dominicanos que disfrutan de la administración e instituciones de su patria, pagando a la hacienda de la República de Haití las contribuciones con que debieran ayudar a las cargas nacionales en unión de todos los demás ciudadanos, ya que en nuestro país no hay otras que la industria de consumos. No será indiferente a ese estado de cosas quien sepa que, de los datos que se han adquirido, resulta que entre artefactos extranjeros y productos nacionales de y para las plazas

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de Haití, se cruzan anualmente por esta frontera, alrededor de doscientos mil pesos de valores que, debiendo servir de contribución a las arcas nacionales, van a aumentar las rentas del vecino Estado. Y no deberá tener por exagerados estos datos el que admitiendo una población de cuarenta mil habitantes para las seis comunes citadas, asigne la cifra más pequeña como la proporción de gasto anual de mercancía para cada individuo, toda vez que en absoluto y exclusivamente hacen ellos sus operaciones de compra y venta en los mercados haitianos. Como aumento de una irregularidad tan peligrosa, se nota desde hace tiempo que en las secciones rurales de esta misma común de Azua, tales como Tábano, Yayas de Viajama, Barro, Altagracia y gran parte del valle conocido por la Plena, se introducen diariamente y se mantienen surtimientos de mercaderías procedentes de Puerto Príncipe, porque el tráfico sin tener obstáculo en su progreso invade hoy nuestras comarcas para constituir mañana un peligro cuya trascendencia no puede apreciarse en este escrito. Parece que la necesidad de tener mercado para la ganadería, que es fuente de riquezas en las comarcas del Sur, cuyos moradores se dedican principalmente al oficio de pastor, ha dado origen a ese tráfico de mercancías que obtenidas a precios más bajos de los que pueden ofrecerse en nuestras plazas, atraen hacia Haití todo el concurso de compradores, privando a esta parte del consumo que ayudar debiera al desarrollo y progreso del comercio nacional que, obligado al pago de derechos legales, no puede afrontar la competencia de un contrabando libre ni quiere todavía resignarse a la ruina que le amenaza, sin esperar que la ley sea una misma para todas las introducciones de mercancías que hagan de plazas extranjeras al territorio de la República, a fin de hallar así el equilibrio que resulta de la aplicación de leyes generales que no pueden beneficiar a parte extraña con perjuicio de intereses propios.

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Recientes medidas dictadas por autoridades de la línea haitiana prohibiendo el pase para este territorio del café que allí producen, y anteriores confiscaciones de provisiones extranjeras que se introducían por Fort Liberté procedentes de Montecristi, revelan el celo que los haitianos tienen por sus intereses, y acaso trazan la norma que en iguales circunstancias se debiera seguir en esta parte. Al dirigir los infrascritos, al ciudadano Ministro de Hacienda y Comercio, la exposición del estado mercantil en esta provincia, esperan que apreciándola en todo su valor se servirá pedir al Ejecutivo las medidas de orden legales que acorten un mal que grava con perjuicios de notoria consideración tanto los intereses particulares del comercio, como los intereses generales de la República. Con todo respeto y consideración, ciudadano Ministro, se suscriben de Ud., J. B. Sturla, Andrés Freites, Juan B. Echenique, Liquidador de la casa J. B. Vicini Azua, D. D. Ortiz, D. Lamberks, Antonio Romano, Ciriaco Noboa hijo, José J. Noboa, F. Lemoine, Eugenio Ruiz, Francisco Lugo, Antonio Acevedo, E. G. de Marchena, Abraham de Marchena, Eugenio Coen, Juan J. Sánchez, Isabel viuda Bidó, Pedro Villamil, Ciriaco Noboa, I. Salas hijo, C. Victoriana viuda Ruiz, J. del C. Báez, J. C. Bonilla del Toro, Olegario Pérez, Ramón Sabater, Simeón Noble, Vicente Martí.

II Volveremos hoy, según lo ofrecimos en nuestro anterior artículo de fondo, a reconsiderar la cuestión del tráfico libre, de mercancías extranjeras importadas por los puertos de la vecina República, que hacen muchos mercaderes nacionales y haitianos, introduciendo esas mercancías diariamente, y en cantidad considerable, por las fronteras del Sur.

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El gobierno, que es el encargado de garantizar, según las leyes, los intereses de los asociados, y de protegerlos y defenderlos cuando algún peligro amenace destruirlo, está en el imprescindible deber de esforzarse para evitar la ruina de esos intereses. He ahí por qué los comerciantes de Azua han hecho bien en levantar su queja, pidiendo con legítimo derecho, como apatentados de un gremio, que se ponga coto al abuso de ese tráfico, para ellos, y aún para el país, tan perjudicial. Ahora, respondiendo a la primera pregunta de nuestro artículo anterior diremos: Que el Poder Ejecutivo puede dictar medidas para impedir la prolongación de tan grave mal, no cabe duda. Existe un tratado y varios convenios hechos por los gobiernos de las dos repúblicas, que autorizan el libre comercio entre ellas de los frutos naturales que se produzcan en ambos territorios y de las industrias nacionales de la una o de la otra. En ese Tratado del 1874, se consignó que el gobierno haitiano pagaría anualmente la suma de $150,000, para indemnizar los daños y perjuicios ocasionados por el consumo de las mercancías, que hicieran los pueblos fronterizos en los mercados de Haití. Sabido es, como ya lo hemos manifestado en otro artículo inserto en este periódico, que nunca el gobierno de Haití ha cumplido con esa condición importante del Tratado. Y aún suponiendo que hubiese pagado esas anualidades estipuladas, no por eso estaría el gobierno dominicano en la obligación de consentir el tráfico de mercancías del modo que hoy se está haciendo. Ese tráfico se autorizaba para los pueblos fronterizos y no para el interior de la República. Por otra parte el Tratado, en otros de sus artículos importantísimos, tal como en la cuestión límites, también ha sido letra nula; pues hoy ocupan nuestros vecinos mayor extensión de territorio nuestro que el que ocupaban cuando se firmó, y últimamente, habiendo las autoridades de Haití en las líneas fronterizas prohibido, no solo el pase de provisiones extranjeras que se introducían a Fort Liberté procedentes de Montecristi, sino también el pase a Barahona y a Neiba del café haitiano, es justo, bajo todos aspectos, y es de derecho, fundado en ley, que el gobierno dominicano dicte sus medidas

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para impedir la prolongación de un mal que a la larga podría invadirnos hasta el extremo de acabar con el comercio de toda esta parte de la República. Demostrado, pues, que el gobierno puede legalmente cortar el abuso que hoy se comete con la introducción, de mercancías extranjeras por las fronteras del Sur, pasemos a considerar las otras preguntas que hicimos en nuestro anterior editorial. Si el gobierno tiene derecho, para impedir el tráfico a que nos referimos, ¿qué medios tendrá para ello? ¿Y cuáles serán los más convenientes? Parece que los comerciantes de Azua se inclinan, según lo indican en su exposición, a preferir que el gobierno escoja como medio radical y más fácil, el recurso legalmente admitido en estos casos de la retaliación; puesto, que si las autoridades de Haití impiden el comercio de sus nacionales, y de los nuestros con ellos, en la parte que perjudica a los intereses haitianos, nosotros en iguales circunstancias debemos hacer lo mismo. Meditando con toda calma, quizás, no les falte razón a los exponentes. Pero, una vez que las dos repúblicas conservan sus relaciones más cordiales, y aspiran con toda buena fe a un arreglo definitivo, no sería de prudencia, ni de buen juicio, ni de lealtad, que nuestro gobierno viniera a devolver en igual moneda, lo que tal vez se hizo y se hace sin consentimiento del gobierno de Haití. Si hay otros medios para evitar el perjuicio, ¿a qué irnos por ese camino que podría conducirnos a sospechas infundadas de parte de nuestros vecinos? Otros creen que para poner remedio al mal de que nos ocupamos, la medida más conveniente es la de abrir al comercio libre los puertos de Azua y Barahona. Esta idea ha sido acariciada por varios gobiernos, y especialmente por el gobierno del buen patriota don Ulises Espaillat. Después de maduras reflexiones, en aquel entonces, no pudo llevarse a cabo el proyecto por los inconvenientes que se presentaban, y que no era posible salvar; hoy, sin duda alguna, existen los mismos inconvenientes.

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Si se declaran libres los puertos de Azua y Barahona, el fisco desde luego pierde todas las entradas aduaneras de esta parte de la República. Las razones son tan obvias que no tenemos necesidad de exponerlas. Hay quienes opinan que se deberían establecer aduanas terrestres para aforar esas mercancías procedentes de Haití, del mismo modo que se aforan las que se introducen de otros países por las aduanas marítimas. Este pensamiento está tan ajustado a la razón que parece debía ser al que le diera su preferencia el gobierno en el caso delicado de que se trata. Pero, queda inaceptable tan pronto se sepa que son muchos los caminos, y que es muy extensa la línea fronteriza, por donde se puede efectuar el contrabando. Además, ¿cuánto le costaría al gobierno la organización de esas aduanas terrestres? Y en el caso de que pudiera establecerlas y regularizarlas, ¿quién responde del fraude de los empleados? Con esas aduanas, no cabe duda, se despertarían nuevas ambiciones, y se abrirían otros veneros a las tantas especulaciones políticas del día. Y después de lo expuesto, se nos preguntará ¿cuál será entonces el remedio aplicable para evitar el mal? En el presente, responderemos (salvo juicios más ilustrados), creemos que únicamente puede impedirse un tanto el abuso de referencia, dictando disposiciones enérgicas, en primer lugar: para que se ejecute estrictamente la ley de patente en las ciudades, pueblos y campos del Sur, a fin de que todo comerciante, mercader o buhonero pague la contribución a los ayuntamientos que impone esa ley, y luego, demostrado que no es posible establecer las aduanas terrestres; pero sabido también que eso sería lo mejor, buscar un medio realizable que sustituya en cuanto sea posible el servicio que pudieran prestar esas aduanas. Nos atrevemos a indicar uno, helo aquí: que todo comerciante, mercader o buhonero que expenda mercancías, o cualquiera otro producto extranjero, en las ciudades, pueblos o campos del Sur, esté obligado a presentar, a requerimiento de la autoridad, las facturas certificadas de las casas de comercio donde hubiese comprado los artículos de su expendio. Si esos artículos, o así sea, alguno de ellos, sucediese que no han pagado su contribución en

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las aduanas de la República, los agentes fiscales que para esta operación nombre el gobierno, en los lugares que juzgue conveniente, impondrán el derecho que deban pagar según los aranceles, y que en el caso de negativa, se consideren los efectos como de contrabando, y se decomisen tal cual lo disponen las leyes de las aduanas marítimas. Que es fácil llevarse a cabo esta resolución en el presente, y cuáles serían los medios más eficaces para que desaparezca ese mal, y para darle vida propia y grande ensanche al comercio del Sur en el porvenir, lo demostraremos en el próximo editorial.

III Siendo el ferrocarril de Barahona a Neiba el medio más eficaz, no solo para impedir el tráfico ilegal de mercancías que hoy se hace por las fronteras del Sur, sino para fomentar el progreso de aquellas ricas comarcas y asegurar su porvenir, nos parece que el gobierno no debe omitir sacrificio, por grande que sea, con tal que se lleve a cabo. Como ya lo hemos dicho, ese ferrocarril es el más fácil, el más barato y el más productivo de todos los que se pudieran establecer en la República. La manera de conseguir que se emprenda esa obra de tensísima importancia para los pueblos del Sur y para la República en general, es la de conceder el 20 por ciento de los derechos que se causen por la aduana de Barahona a favor de la empresa, por un número de años. Y como de ese ferrocarril dependen incalculables bienes, no sería mucho todavía, que el gobierno subvencionara las primeras quince millas que se necesita construir para llegar a Las Salinas, a razón de mil pesos cada una. Con esa eficaz ayuda, no dudamos que, en poquísimo tiempo, oiríamos el silbido de la locomotora anunciando la vida del trabajo productor y atrayendo a esas regiones, hoy casi desiertas, los elementos del progreso y la civilización.

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Si volviésemos a reconsiderar la importancia que encierra la exposición que los comerciantes de Azua dirigieron al gobierno; si pensáramos con calma en los perjuicios que pueden venir a la República, material, y más que esto, moralmente, dejando que continúe libremente el abuso del tráfico de mercancías extranjeras que hoy se hace por las fronteras del Sur, veríamos que todo cuanto se haga y todo cuanto se conceda al ferrocarril de Barahona a Neiba es poco, en comparación a los perjuicios que nos sobrevienen hoy, y es poco, en comparación a los beneficios que se recogerán en el mañana. Nosotros estamos tan penetrados de la verdad de los conceptos que acabamos de emitir, que siendo gobierno, no tendríamos inconveniente en desatender a otros gastos del servicio público para pagar la subvención al ferrocarril mencionado, y más aún, en presencia de la ruina total a que está expuesto el comercio de Azua y Barahona, y en presencia de otros males irreparables, que al juicio de nadie se escapan, no tendríamos inconvenientes, si necesario fuera, para llevarlo a cabo, en contratar un empréstito con ese solo objeto. Empero, creemos que no habrá necesidad de tanto. Una vez que se ofrezcan las ventajas que hemos indicado, tenemos la seguridad de que hay personas en el mismo país, que formando una compañía anónima, emprenderán la obra. Que piense y reflexione el gobierno en asunto de tanta trascendencia, y que haga las concesiones indicadas y otras si fueren necesarias, para que se lleve a cabo el ferrocarril de Azua a Barahona y habrá hecho mucho por el provenir de la República.

IV Contrayéndonos a la exposición que dirigieron los comerciantes de Azua al gobierno, en la cual piden se ponga coto al libre tráfico de mercancías extranjeras introducidas por las fronteras del Sur, hemos demostrado en los anteriores artículos que tratan de este importante asunto:

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Que el gobierno está en el imprescindible deber de impedir el tráfico de referencia; que hay un medio fácil y no costoso que se puede poner en práctica para impedirlo; que ese medio es el de establecer empleados de Hacienda, con el nombre de agentes fiscales, en las ciudades, pueblos y campos del Sur, que sea necesario, con atribuciones y facultades que llenen, en cuanto posible fuere, el servicio de las aduanas terrestres; que esos agentes fiscales deben ser idóneos, honrados y activos; que para lograr en ellos esas cualidades es indispensables que sean bien remunerados; que para remunerarlos convenientemente, sin aumentar por eso los gastos del presupuesto, se les asigne y se les pague el sueldo del mismo producido de la recaudación que hicieron, y finalmente, concluimos afirmando que, el medio indicado para impedir el abuso de ese tráfico tan perjudicial, no solo al comercio de Azua y Barahona, sino a los intereses generales de la República, era, en el presente, el que más fácil se podía llevar a cabo, ofreciendo al mismo tiempo señalar otro de mejores resultados para el porvenir. ¿Y cuál será ese otro? Apenas habrá dominicano, que al pensar en la situación de los pueblos del Sur, no se le haya ocurrido el medio que hay para desarrollar en ellos el comercio haciéndolo puramente nacional. El día que se lograra el establecimiento del ferrocarril de Azua a San Juan, o así sea, el muy fácil de Barahona a Neiba, las poblaciones del Sur se transformarían en un emporio de riqueza; pues ellas encierran en sí, además de sus extensos terrenos, bañados por innumerables ríos, inmensas cantidades de productos valiosos, en el extranjero, como son sus excelentes palos de caoba, guayacán, yaya, espinillo, pino y rosa, y sus ricos palos de tinte, como son la mora y el brasilete, y sus minas de sal gema, y otras de fácil explotación. Hemos dicho que el ferrocarril de Barahona a Neiba es fácil y poco costoso; porque el trayecto es completamente llano sin necesidad de hacer terraplenes para la colocación de los rieles, y porque no hay que levantar en toda la vía sino dos puentes que puedan mencionarse como de alguna importancia; uno en el arroyo “Palomino” y el otro en el río de “Las Marías”. Para que se tenga una idea del trabajo y costo de esos puentes, baste saber, que ninguno de ellos alcanzaría a cuatro varas de ancho.

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Los ingenieros que estudiaron el trayecto en el 84, y que hicieron los cálculos, como Mister Pennell y otros, aseguraban que la milla de rieles completamente lista a recibir carros y locomotora no costaría arriba de tres mil pesos. A las diez y seis millas más o menos, del puerto de Barahona se encuentran las minas de sal, cuya explotación sería interminable; y por esa causa, al llegar el ferrocarril a esa distancia, con el transporte solamente de la sal, principiaría a producir lo bastante para continuar sus trabajos hasta el pueblo de Neiba. Una vez que el ferrocarril estuviera en Neiba, prescindiendo de todo otro producto, con solo el guayacán, la mora y la caoba que pueden explotarse en los lugares más cercanos, tendría carga por millares de toneladas. Sin temor de equivocarnos podríamos asegurar que la empresa ferrocarrilera que hay en el país, de más fácil construcción, más barata y de resultados más pingües para el capital que la acometiera, sería la del ferrocarril de Barahona a Neiba. Ella no necesita, como otras, para sostener y adquirir ventajas, el cultivo de los tantos terrenos baldíos que existen en esas comarcas, ni tampoco la inmigración que espontáneamente se fomentaría. Ella cuenta con los abundantes productos naturales que iría a explotar y los espléndidos resultados de la empresa, llevarían más tarde el humo civilizador de la locomotora al valle de San Juan. Establecido ese ferrocarril, ¿quién duda, que de hecho, y sin esfuerzo ninguno, quedaría tronchado el tráfico, que hoy arruina al comercio de Azua y Barahona, y que mañana puede ser tan perjudicial a los intereses de toda la República? Pues entonces, si ese es el medio eficaz para salvar a los pueblos del Sur en el porvenir, acerquemos el porvenir. ¿Y cómo?... He ahí otra pregunta, que por ser tan interesante la cuestión que hemos ido tratando, nos servirá de tema para el próximo editorial. El Eco de la Opinión, Nos. 404-407, 25 de junio, 2, 9 y 16 de julio de 1887.

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El 16 de agosto de 1887

Mañana, 16 de agosto, conmemora la República el vigésimo cuarto aniversario de su Restauración. ¿Podrá la patria dominicana, la patria de Febrero, enorgullecerse celebrando uno de los días más clásicos de su historia? Sí, que así fuera, si por sus arcos de triunfos pasaran con la cabeza erguida el mérito, el civismo, los mensajeros de la paz, del trabajo y de la civilización y pasara también la imagen, llevada en hombros, de aquello que significa sanción moral en los pueblos. La libertad no fecundiza la lozanía de sus laureles, por bien adquiridos que estos sean, sino cuando ella en sus labores busca y se une a la virtud. ¿Cómo celebrará, pues, y más dignamente, el patriotismo nacional el día de mañana? No más el falso entusiasmo de la vocinglería que con música beoda engaña al crédulo y se engaña a sí mismo levantando su ruido en calles y plazas. No más esos inconscientes vítores y aclamaciones que les hacen gritar a las muchedumbres inconscientes, sin darles un ejemplo de algo que sea edificador de lo bueno, y que en vez de hacerlas expresar el sentimiento del patriotismo, no hacen sino que ellas pongan a ojos vistas la ficción de ese mismo sentimiento. Otras son las fiestas a que aspira el fervor nacional, y no esas verbenas en que solo reina la algazara que se le tributa a un patrono con el frívolo entusiasmo de un día. Las fiestas de un jubileo que demuestra civilización y cultura, van acompañadas siempre de actos que manifiesten, ya en el 173

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presente, ya en el porvenir, obras de civilización y cultura; o ya sea, de alguno que represente moral o materialmente, ese amor que todos debemos a la patria que nos protege, a la patria que nos hace dueños de nuestros derechos, y con la que conseguimos, cuando queremos ser dignos ciudadanos, satisfacciones en el hogar privado y recompensa en la vida pública. ¿Y cómo hoy por hoy, en la presente situación por que atraviesa la República, podremos dar una prueba de ese patriotismo? He aquí a nuestro humilde concepto la mejor conmemoración que haríamos del 16 de Agosto en el 1887: En la provincia de Azua y en el distrito de Barahona está pereciendo el comercio y no hay salida por los puertos de la República para los productos nacionales. En varios editoriales de este semanario hemos tratado esta importantísima cuestión, advirtiendo siempre el peligro a que están expuestas, si así se puede decir, nuestras gloriosas fechas, 27 de Febrero y 16 de Agosto. Pues bien: hay un medio fácil de contrarrestar ese peligro fomentando el progreso en aquellas comarcas. Ya lo hemos dicho: es el establecimiento de un ferrocarril que parta del puerto de Barahona al pueblo de Neiba. Ese ferrocarril según los estudios hechos por los ingenieros Carranza, Castillo, Pennell y otros, no necesita de grandes sumas para llevarse a cabo. Apenas se construyeran catorce millas de rieles y ya el producto que de él se obtuviera daría a la empresa lo suficiente para continuarlo hasta el mismo San Juan de la Maguana. Únase, pues, a los vítores y a las aclamaciones de esta fecha memorable, la inauguración de una sociedad, que tenga por objeto la construcción del ferrocarril de Barahona. Cada cual en la órbita de sus facultades preste su concurso, para llevar a cabo esa obra de tanto porvenir. Así demostraríamos que somos un pueblo que ama su nacionalidad y que quiere el progreso de la patria. ¿Quién habrá que se niegue a prestar su cooperación? Vamos a emprender esa obra de bien. En ella no hay ni siquiera el disgusto de ningún sacrificio. En ella no vemos tampoco

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esos colores políticos que todo lo entorpecen. Ella, a más de ser especuladora, es puramente patriótica. En ella hasta el capital usurero que solo gusta de la ganancia positiva, lleva su parte en la ganancia moral. Vamos a ella; todos podemos contribuir: la prensa con su beneficiosa propaganda; el gobierno proponiendo a los empresarios que acometan la obra, una subvención de 1,000, o 1,500 pesos por milla y el 20% durante un número de años, de los derechos de importación y exportación que se recauden por la aduana de Barahona; el Congreso elevando a decreto esa proposición del gobierno; los municipios, las sociedades, el comercio y los demás gremios que constituyen la nación dominicana, suscribiendo acciones en la compañía anónima que se forme para la construcción del referido ferrocarril. Esta compañía anónima que debe ser puramente nacional, y esencialmente popular, necesita para que dé buenos resultados, reglamentarse estableciendo acciones, desde la suma de $100 hasta la suma de 5, cada una. Esto así, con el fin de que la empresa se coloque al nivel de todas las fortunas del pueblo dominicano. Nosotros que hicimos este proyecto, estamos dispuestos a contribuir en cuanto posible nos sea con el objeto de que se realice, y mientras tanto, ofrecemos nuestra oficina, la de El Eco de la Opinión, para que en ella, desde el día de mañana, quede abierto un libro en el cual podrán inscribir sus nombres las personas que acojan, y quieran suscribir acciones al ferrocarril de Barahona. Contamos también con que nuestros colegas de la prensa, tanto en esta capital como en el interior, nos ayuden en esta obra de tanta trascendencia, y excitamos que El Porvenir en Puerto Plata, El Eco del Pueblo en Santiago, El Independiente en Moca y La Esperanza en Montecristi, abran en sus respetivas oficinas un libro en blanco igual al que abriremos nosotros desde mañana, para que en esos lugares encuentren las personas que quieran adherirse al proyecto, la manera de suscribir acciones. En el Sur, que es donde debe acogerse el pensamiento con más entusiasmo, puede quedar a cargo de los Ayuntamientos esta misión.

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Hágase así, o mejórese el proyecto, pues si llega a inaugurarse ese Compañía anónima ya se podrá decir: Celebraron dignamente los dominicanos el 16 de Agosto de 1887. El Eco de la Opinión, No. 409, 15 de agosto de 1887.

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La empresa magna

La acogida entusiasta que ha obtenido nuestro proyecto de ferrocarril de Barahona y Neiba no necesita comentarios. El día que conmemoraba uno de los hechos más clásicos de nuestra República se abrió el libro para recibir suscripciones y por la lista que a continuación publicamos, se verá el resultado obtenido en esta capital en el corto tiempo que ha transcurrido. No se ha quedado atrás ni aun el bello sexo, pues en los hogares en que hasta ahora se ha conocido la idea, se ha puesto empeño en dar el óbolo para esa empresa de gran trascendencia que salvará el porvenir de la República. Sigan, pues, este ejemplo los demás pueblos del interior y del litoral y habrán cumplido con un deber de patriotismo y de conciencia. He aquí la nota de los suscriptores: El Eco de la Opinión La Crónica El Mensajero El Teléfono Boletín del Comercio Directora y profesoras del “Instituto de Señoritas” Pbro. Francisco X. Billini Pedro A. Hernández Julio Gneco Agustín Aristy J. Ramón Aristy

$ 500 100 50 40 20 100 50 15 15 5 25

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Dr. Santiago Ponce de León Eugenio de Marchena (a reserva de aumentar) Mota hermanos Heriberto García y Cía. Hipólito Billini Antonio Acevedo M. A. Gautier Eudoro García M. García Tejera Louis de Boyrie José Ma. Nouel y Bobadilla (a reserva de aumentar) José Joaquín Pérez Francisco Prats P. Ma. Bastardo Próspero Freites J. Santiago de Castro Aurelio Fernández David de Marchena José J. Pozo Abelardo Nanita J. de Lemos (a reserva de aumentar) César Nicolás Penson (a reserva de aumentar) Carlos Báez Figueroa Rafael J. Castillo Emilio C. Joubert Juan E. Moscoso hijo Lucas T. Gibbes Jaime A. Saso Vicente Méndez Miguel A. Román Francisco J. Peynado (a reserva de aumentar) Rafael O. Díaz id. id. F. Leonte Vásquez id. id. Guarín González id. id. Pablo Pumarol

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$ 250 250 1,000 250 100 100 100 50 50 200 20 50 10 20 25 100 200 10 30 200 200 30 50 50 50 20 50 50 10 50 25 25 100 100 100

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

Enrique Henríquez Jesús Ma. Llaverías Juan Ma. Billini Portuondo A. de Moya (a reserva de aumentar) José Mieses Jaime R. Vidal (a reserva de aumentar) Alberto Brea id. id. Srta. Trinidad Pineda y Pereyra Sra. Trinidad Loiseau vda. Pineda Sra. Josefa Castillo vda. Vidal Srta. Ignacia Gómez Srta. Rosa Ma. Pou y Primet Srta. Eugenia D. Pérez Srta. Matilde Pou Srta. Elvira Pou Srta. María Pou Alejandro Guerrero (Sansán) Joaquín Pou Rafael Damirón (Pelelo) Manuel Mañón Vicente Galván (a reserva de aumentar) Srta. María Ponce de León Srta. Aurora Ponce de León Srta. Enriqueta Reyes Srta. Graciela Leyba Srta. Emilia Leyba Srta. Anita Leyba Srta. Leonor Leyba Srta. Ramona Rodríguez Srta. Isidora Mella Sra. Elena Leyba de Calero Sra. Josefa Leyba de Pou Esteban Fernández Alberto Fiallo Manuel Álvarez

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$ 100 50 10 15 200 100 100 50 10 10 10 5 10 10 5 5 5 25 5 25 5 25 10 10 10 10 10 10 10 10 5 10 10 50 20 5

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Francisco Gregorio Billini

Rafael Rodríguez Srta. Gregoria Mansfield Srta. Alioné Alfonseca Srta. Oliva Alfonseca Srta. Amelia Alfonseca Srta. Purita Alfonseca Srta. Natalia Soler Federico Polanco Sra. Mercedes García viuda Obregón Srta. Inés Quírico Srta. Aurora Quírico Srta. Rosa Damirón Srta. Luisa Damirón Srta. Isabel Fernández Srta. Elvira Fernández Srta. Jimena Fernández Srta. Mercedes Fernández Srta. Herminia Pozo Enrique Coen Mariano Montolío y Ríos Dionisio Ureña José Melitón Fernández Armando Pellerano Srta. Hortensia Montaño Srta. Honorina Montaño Luis López J. W. Farrand Barón Coiscou y Carvajal Rodolfo Coiscou y Carvajal Rafael Ma. Leyba Elizardo Arturo Alardo Dr. Pedro A. Delgado Amable Damirón Ildefonso Damirón Federico Hohlt Eduardo León

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$ 25 10 10 10 10 10 10 100 10 5 5 10 10 20 10 10 10 5 25 50 20 20 10 10 10 10 100 100 100 10 15 50 250 15 200 10

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

Dr. Carlos Arvelo (a reserva de aumentar) Ricardo Curiel (a reserva de aumentar) García Hermanos (a reserva de aumentar) Martín Rodríguez (a reserva de aumentar) Félix Ma. Del Monte (a reserva de aumentar) Srta. Mercedes Del Monte (a reserva de aumentar) Srta. María Isabel D. García (a reserva de aumentar) Srta. Inés Ma. García (a reserva de aumentar) Srta. Josefa García (a reserva de aumentar) I. Osterman Lamarche (a reserva de aumentar) Eduardo Sánchez González Sra. Marta Pérez de Roques José de J. Brenes José de J. Brenes, hijo Silvain Coiscou Sra. Policena Carvajal de Coiscou Manuel A. Coiscou y Carvajal Francisco I. Coiscou y Carvajal Srta. Altagracia Coiscou y Carvajal Sra. Aurelia Coiscou y Carvajal Rafael Sánchez y González Srta. Carmen Sánchez y González Luis Sánchez y González Srta. Mercedes Montolío Joaquín Montolío Fabio Fiallo Alfredo F. Pellerano

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$ 50 25 50 25 25 5 5 5 5 100 20 50 10 10 100 50 25 25 25 25 10 50 25 10 40 10 50 _______ $ 7,830

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Francisco Gregorio Billini

Junta Auxiliar de la Empresa Ferrocarril de Barahona

del

Circular No. 1 Santo Domingo, 19 de agosto de 1887. Sr. D. Francisco Gregorio Billini Ciudad. Distinguido señor: Los que suscriben tienen a honra participar a usted que, acogiendo con efusión patriótica la empresa nacional de que es usted iniciador, se proponen apoyarla vigorosamente por todos los medios, haciendo la propaganda del feliz pensamiento en toda la República, y en especial en los pueblos del Sur, y tratando de que a él coopere el mayor número. Al efecto, han constituido una “Junta Auxiliar” de la empresa, que trabajará activamente hasta que de un modo regular quede establecida esta y, desde luego, dará principio a sus tareas de propagación del pensamiento, estableciendo agencias de suscripción en los puntos de esta provincia que juzgue conveniente. Creen los que suscriben que el esfuerzo que hacen en pro de tan fecundo y trascendental propósito, servirá para que el resto de la República se anime a hacer lo mismo, coadyuvando así a la más pronta y eficaz realización de esa empresa, que es hoy de vital importancia para el país, y que en esta Capital no dejarán defraudados sus buenos deseos. Y aprovechando la oportunidad, tienen la honra de ofrecerse de Ud., atentos y seguros servidores, (firmados)

vio

Emilio C. Joubert, Rafael J. Castillo, Rafael OctaDíaz, Juan Elías Moscoso hijo, Lucas T. Gibbes, José Melitón Fernández, César N. Penson El Eco de la Opinión, No. 410, 20 de agosto de 1887.

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Ferrocarril de Barahona a Neiba

Como para nosotros, así como para todo aquel que ame la patria de Febrero es un asunto preferente el Ferrocarril de Barahona a Neiba, nos complacemos encabezando las columnas de nuestro semanario, con la siguiente comunicación que personas entusiastas por todo lo bueno y por todo lo que sea de porvenir para la República, dirigen, constituidas en Junta Auxiliar del Proyecto, a todos los presidentes de las Sociedades establecidas en ella, para que presten eficaz cooperación al útil y trascendental pensamiento del Ferrocarril de Barahona a Neiba. Junta Auxiliar de la Empresa Ferrocarril de Barahona

del

Circular No. 2 Santo Domingo, 27 de agosto de 1887. Señor presidente de la Sociedad… Ciudad. Señor presidente: La Junta Auxiliar que se ha constituido con el objeto de propagar el pensamiento del Ferrocarril de Barahona a Neiba, útil y trascendental propósito que se debe a la patriótica iniciativa de El Eco de la Opinión, dirigido por el digno 183

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señor D. Francisco G. Billini, ha juzgado conveniente ocurrir a las Corporaciones de todo el país a fin de que se sirvan secundar de un modo eficaz una empresa que es a todas luces de vital importancia para la República. El carácter popular que esta reviste, la recomienda al patriotismo de todos los dominicanos, y por tanto, es de esperarse que todos se tomarán a empeño su pronta realización, cooperando para ello por todos los medios posibles. Con tal deseo, la Junta Auxiliar recurre por la presente a su digna Corporación; no dudando que se apresure a suscribir a obra tan útil y trascendental, y que, con el patriótico espíritu que caracteriza a esa Corporación, haga cuanto esté a su alcance para que eficazmente se propague el fecundo pensamiento. Y aprovechando la oportunidad, tenemos la honra de suscribirnos de Ud., señor presidente, con toda la consideración, atentos servidores. Firmados José M. Fernández, Rafael J. Castillo, César Nicolás Penson, Emilio C. Joubert, Lucas T. Gibbes, Rafael O. Díaz

Nómina de los individuos que hasta ahora han suscrito acciones para el Ferrocarril de Barahona a Neiba El Eco de la Opinión La Crónica El Mensajero El Teléfono Boletín del Comercio Directora y profesoras del “Instituto de Señoritas” Pbro. Francisco X. Billini Pedro A. Hernández Julio Greco

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$ 500 100 50 40 20 100 50 15 15

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

Agustín Aristy J. Ramón Aristy Dr. Santiago Ponce de León Eugenio de Marchena (a reserva de aumentar) Mota hermanos Heriberto García y Cía. Hipólito Billini Antonio Acevedo M. A. Gautier Eudoro García M. García Tejera Louis de Boyrie José Ma. Nouel y Bobadilla (a reserva de aumentar) José Joaquín Pérez Francisco Prats P. Ma. Bastardo Próspero Freites J. Santiago de Castro Aurelio Fernández David de Marchena José J. Pozo Abelardo Nanita J. de Lemos (a reserva de aumentar) César Nicolás Penson (a reserva de aumentar) Carlos Báez Figueroa Rafael J. Castillo Emilio C. Joubert Juan E. Moscoso hijo Lucas T. Gibbes Jaime A. Saso Vicente Méndez Miguel A. Román Francisco J. Peynado (a reserva de aumentar) Rafael O. Díaz id. id. F. Leonte Vásquez id. id.

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$5 25 250 250 1,000 250 100 100 100 50 50 200 20 50 10 20 25 100 200 10 30 200 200 30 50 50 50 20 50 50 10 50 25 25 100

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Francisco Gregorio Billini

Guarín González id. id. Pablo Pumarol Enrique Henríquez Jesús Ma. Llaverías Juan Ma. Billini Portuondo A. de Moya (a reserva de aumentar) José Mieses Jaime R. Vidal (a reserva de aumentar) Alberto Brea id. id. Srta. Trinidad Pineda y Pereyra Sra. Trinidad Loiseau vda. Pineda Sra. Josefa Castillo vda. Vidal Srta. Ignacia Gómez Srta. Rosa Ma. Pou y Primet Srta. Eugenia D. Pérez Srta. Matilde Pou Srta. Elvira Pou Srta. María Pou Alejandro Guerrero (Sansán) Joaquín Pou Rafael Damirón (Pelelo) Manuel Mañón Vicente Galván (a reserva de aumentar) Srta. María Ponce de León Srta. Aurora Ponce de León Srta. Enriqueta Reyes Srta. Graciela Leyba Srta. Emilia Leyba Srta. Anita Leyba Srta. Leonor Leyba Srta. Ramona Rodríguez Srta. Isidora Mella Sra. Elena Leyba de Calero Sra. Josefa Leyba de Pou Esteban Fernández

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$ 100 100 100 50 10 15 200 100 100 50 10 10 10 5 10 10 5 5 5 25 5 25 5 25 10 10 10 10 10 10 10 10 5 10 10 50

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

Alberto Fiallo Manuel Álvarez Rafael Rodríguez Srta. Gregoria Mansfield Srta. Alioné Alfonseca Srta. Oliva Alfonseca Srta. Amelia Alfonseca Srta. Purita Alfonseca Srta. Natalia Soler Federico Polanco Sra. Mercedes García viuda Obregón Srta. Inés Quírico Srta. Aurora Quírico Srta. Rosa Damirón Srta. Luisa Damirón Srta. Isabel Fernández Srta. Elvira Fernández Srta. Jimena Fernández Srta. Mercedes Fernández Srta. Herminia Pozo Enrique Coen Mariano Montolío y Ríos Dionisio Ureña José Melitón Fernández Armando Pellerano Srta. Hortensia Montaño Srta. Honorina Montaño Luis López J. W. Farrand Barón Coiscou y Carvajal Rodolfo Coiscou y Carvajal Rafael Ma. Leyba Elizardo Arturo Alardo Dr. Pedro A. Delgado Amable Damirón Ildefonso Damirón

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$ 20 5 25 10 10 10 10 10 10 100 10 5 5 10 10 20 10 10 10 5 25 50 20 20 10 10 10 10 100 100 100 10 15 50 250 15

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Federico Hohlt $ 200 Eduardo León 10 Dr. Carlos Arvelo (a reserva de aumentar) 50 Ricardo Curiel (a reserva de aumentar) 25 García Hermanos (a reserva de aumentar) 50 Martín Rodríguez (a reserva de aumentar) 25 Félix Ma. Del Monte (a reserva de aumentar) 25 Srta. Mercedes Del Monte (a reserva de aumentar) 5 Srta. María Isabel D. García (a reserva de aumentar) 5 Srta. Inés Ma. García (a reserva de aumentar) 5 Srta. Josefa García (a reserva de aumentar) 5 I. Osterman Lamarche (a reserva de aumentar) 100 Eduardo Sánchez González 20 Sra. Marta Pérez de Roques 50 José de J. Brenes 10 José de J. Brenes, hijo 10 Silvain Coiscou 100 Sra. Policena Carvajal de Coiscou 50 Manuel A. Coiscou y Carvajal 25 Francisco I. Coiscou y Carvajal 25 Srta. Altagracia Coiscou y Carvajal 25 Sra. Aurelia Coiscou y Carvajal 25 Rafael Sánchez y González 10 Srta. Carmen Sánchez y González 50 Srta. Carmen Sánchez y González 50 Luis Sánchez y González 25 Srta. Mercedes Montolío 10 Joaquín Montolío 40 Fabio Fiallo 10 Alfredo F. Pellerano 50 Total $ 7,830 (Continuación)

SUMA ANTERIOR Su. S. Ilma. Mons. Meriño

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$ 7,830 250

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

Antonio Brea Francisco Oliva Srta. Clara Pou y Leyba Eduardo Pou Jacobo del Valle Nicio Ureña (2ª vez) Joaquín Reyes Castillo Rafael M. Rodríguez (2ª vez) Carlos Pou y Pereyra Andrés Aybar y Cía. Directora y profesoras del Colegio “La Altagracia” Delfín Galván Sra. Petronila Vidal Srta. I. Leonor Rodríguez Srta. Obdulia B. Rodríguez Polidoro Boss Sra. Josefa Fernández viuda Amblat Sra. Amalia Fernández y Fernández de Fernández Francisco Fernández Pérez Cheri M. León Marcos Rojas Rafael Fernández José Antonio Lizardo Antonio Vidal Eduardo Ricart Sociedad “La Republicana” Cohen Henríquez Namías de Crasto Sra. Sarah Namías de Castro Francisco Ducoudray Richiez Gerardo Ellis Valentín Domínguez Ramón Domínguez Rodolfo Pinedo Dr. Juan Pietro (a reserva de aumentar) Sra. Luisa C. de Caminero

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$ 50 100 25 30 25 20 20 20 10 500 100 20 10 10 10 10 100 25 100 10 25 10 15 10 20 300 25 200 50 40 50 100 100 25 50 100

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Srta. María Otilia Mansfield Sra. Ana María Valverde de Mansfield George Mansfield, hijo Fermín González Srta. Cleotilde Guerrero Srta. Teresa de Jesús Rodríguez Srta. María Argentina Rodríguez Srta. Dolores Angélica Rodríguez Srta. Judit Victoria Rodríguez Sra. Baldomera R. de Rodríguez Sra. Ana Emilia Lajara de Mieses Sra. Leticia R. de Acevedo Sra. Fidelina Castillo de Alfonseca Sra. Ana Marcelina de León Sra. Enriqueta García de Billini Srta. Consuelo Billini Domingo Antonio Rodríguez Gastón Deligne Federico Ellis Sra. Francisca T. de Medina Apolinar de Castro (a reserva de aumentar) Juan José de los Santos Leopoldo Rojas y Cía. (a reserva de aumentar) Suma total

$ 10 15 5 20 10 5 5 5 5 10 10 10 10 5 15 10 25 20 5 10 500 5 100 ________ $ 11,210

El Eco de la Opinión, No. 411, 27 de agosto de 1887.

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La Obra Magna

Esta progresa rápidamente. No en estéril terreno ha caído la fecunda semilla. El patriotismo ha ido respondiendo al toque simpático que se le ha dado. Sus demostraciones en esta capital son dignas de encomio. No ha habido nacional o extranjero, que al tener conocimiento de la trascendental empresa la haya visto con frialdad o indiferentismo. La idea ha penetrado haciéndose sentir hasta en el pecho generoso de la mujer. Por la lista de las suscripciones, que, hasta ahora, espontáneamente se han reunido, puede verse el número de señoras y señoritas que en ella figuran. Nuestros oídos oyeron las palabras pronunciadas por unas jóvenes de buenas familias al suscribirse, decía la una: “con mi tejido pagaré mi acción”; decía la otra: “aunque me cueste planchar por paga plancharé para pagar la mía”. Esto es altamente honroso y alentador. Nuestros colegas El Mensajero, La Crónica El Boletín del Comercio y El Teléfono, acogiendo con entusiasmo el pensamiento, han principiado a extender la buena propaganda y el primero de ellos ha iniciado una idea que ha sido muy bien acogida, cual es la invitación que hace a la sociedad Defensa Nacional para que se suscriba por la suma que le adeuda el gobierno. La Junta Auxiliar del proyecto, constituida por individuos de significación, entusiastas y patriotas, no cesa en fecunda labor para que se realice obra de tanto porvenir. Actualmente se ocupa en pasar una segunda circular a las sociedades de lo interior de la República acompañando una hoja que ha editado en la cual se contienen interesantísimos particulares relativos a la obra. 191

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Francisco Gregorio Billini

Entre las cartas de adhesión y congratulación que hemos recibido figura la muy notable que nos ha dirigido contestando una nuestra, el ilustrado señor Eugenio María de Hostos; nos complacemos en publicarla: nunca el señor Hostos permanece rezagado cuando se trata de edificar lo bueno. En las comarcas del Sur, como era natural, ha levantado el entusiasmo más ardoroso la empresa que debe darles vida y porvenir. Publicamos de Azua y Barahona las interesantísimas cartas que verán nuestros lectores. En azua se preparaba un gran meeting que se celebraría en la plaza para recoger suscripciones. En Barahona, Rincón, Salinas, Damas y Neiba se cree que pasarán de veinticinco mil pesos las acciones; porque todos los habitantes estaban dispuestos a suscribir, unos dando su óbolo en dinero, otros en reses, y el mayor número comprometiéndose a pagar las acciones que suscribieran por medio de trabajos y de materiales para el ferrocarril. De esa manera el habitante que menos suscriba será por la suma de $20. Los comisionados de la junta auxiliar de Barahona señores presbítero Armayor y Abraham de Marchena en unión de sus dignos compañeros, entre ellos el comandante de armas de aquella común, han obtenido un gran triunfo. Así se ve cómo son espontáneas las ideas que producen en asuntos económicos. Los habitantes del Distrito de Barahona van a poner en práctica la utilidad y facilidad de las sociedades cooperativas; ellos han comprendido que de esa manera será incomparablemente mayor el concurso que presten para la realización de la obra que ha de salvarlos. De algunos lugares del Este, como de San Pedro de Macorís, lo mismo que de Samaná, hemos recibido algunas cartas en las cuales se nos ofrece eficaz concurso. De las provincias del Cibao, nada aún podemos decir, pero no cabe duda que aquellas poblaciones siempre entusiastas por el bien y el progreso de la República corresponderán al llamamiento del patriotismo. No creemos, en fin, que en vista del resultado que va obteniéndose haya quien en todo el país no acuda a engrosar la fila de los

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suscriptores a una obra que por su trascendencia la hemos llamado y la seguiremos llamando: La Obra Magna. Azua, 25 de agosto de 1887. Sr. General Francisco Gregorio Billini Director de El Eco de la Opinión Santo Domingo. Señor: Los que suscriben, se congratulan en participar a Ud. que, acogiendo con verdadero entusiasmo patriótico la empresa nacional de que es Ud. su iniciador, Ferrocarril de Barahona a Neiba, se han constituido espontáneamente en esta ciudad en Comisión Auxiliar para la propagación de tan útil como trascendental empresa. Y bajo las mejores impresiones se ofrecen a Ud. Atentamente S. S. y amigos E. Desangles, J. M. Ortiz, J. J. Noboa, J. Henríquez, J. M. Recio, Delanoy Lambertus, Francisco Monte de Oca, A. Freites, Emilio Prudhomme NOTA: Por encontrarse en esa capital el señor Juan Sánchez no va firmado en esta comunicación; pero forma parte de la Comisión Auxiliar.

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Francisco Gregorio Billini

Barahona, 25 de agosto de 1887. Señor don Francisco G. Billini Director de El Eco de la Opinión Capital. Muy señor mío: Los que suscriben, nombrados a unanimidad por los señores que firman el acta adjunta, hemos aceptado la honrosa designación que en nosotros han hecho para propagar, difundir y hacer efectivo el pensamiento trascendental iniciado por usted. A Barahona le toca corresponder a ello, y contamos hacerlo dignamente, conformándose usted con su pobre óbolo en dinero, pero que esperamos será rico en trabajos y materiales. Mientras tanto en esta misma fecha hemos nombrado en Comisión a los señores Carlos A. Mota, Abraham Marchena, Carlos Gómez y Pbro. Domingo Armayor, para que propaguen tan laudable propósito en todas las comarcas que pertenecen al Distrito. Nos prometemos en nuestra próxima comunicación darle informes más detallados sobre el resultado de nuestras gestiones. Saludamos a usted cordialmente, Santiago Peguero, J. Benigno Sepúlveda, N. Suero, Carlos A. Mota, Chaly Gómez, J. V. Robert, M. Féliz González

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Almacén del Yuna, 9 de agosto de 1887. Señor director de El Eco de la Opinión. Como todo lo grande en la naturaleza, en las sociedades o en el hombre, cuanto más vista, más grandiosa la profundísima ensenada. Una vez la había visto, y creía conocerla: acabo de verla por segunda vez, y llevo conmigo la nostalgia de no haberla visto bastante para conocerla un poco en todos o en algunos de sus méritos. Ensenamiento de las aguas del Atlántico en la profunda concavidad de tierra que forman las vertientes septentrionales de la cordillera central y la armazón de montañas que desde la península misma van a entroncar en el caos con el sistema general de las Antillas, la bahía de Samaná es uno de los más admirables brazos de mar que la naturaleza ha puesto a merced de la civilización. Considerada desde el punto de vista de lo pintoresco, península y bahía son dos portentos en un solo portento de luz y sombras, de majestad y gracia. Contemplándolas con la mirada del naturalista, bahía y península ofrecen objeto bastante para interesante observación. Vistas con el ojo del patriota, península y bahía son una promesa para toda la vida futura de la República y hasta para la vida que algún día harán en común las grandes islas del Archipiélago Antillano. Desde el primer momento en que se divisa, la bahía pasma por su profundidad: hasta la pintoresca villa que, semejante en eso a la ciudad amazónica de Pará, tiene por baluarte exterior los halagüeños cayos que le ofrecen el encanto de sus formas y de la vegetación, la bahía parece mucho; pero cuando empieza a parecer algo de lo que en efecto es por naturaleza y ha de ser por y para la civilización, es cuando se sale de la villa-puerto de su nombre y se recorre la bahía

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hasta su extremo. Entonces es cuando la variedad de perspectivas, el juego interesante de líneas y sombras, los dulces claro-oscuros de la costa baja, los radiantes resplandores de las cumbres, las insinuantes caletas, puertecillos, radas, dársenas, remansos, cortes y recortes del litoral, el aspecto de los terrenos, la potencia de la vegetación, la adaptabilidad de la península al progreso, la disposición natural de aguas y tierras para servicio de la civilización, operan sobre la razón y sobre el corazón del viajero, sobre la fantasía y la reflexión, sobre el espíritu que medita y sobre el espíritu que admira. La operación es inmediata. Parece que basta ver para poder hacer; y que basta querer hacer lo que se cree posible, para hacer de ese admirable accidente de agua y tierra todo cuanto con él puede hacerse a favor del progreso presente y del bien continuo del país. Pero todo eso es balbucear un entusiasmo inútil. Vamos a ver con los ojos del sentido común y como viajero que viaja para que todos vean como él. Cuando se sale de la Capital en un vapor que se llama “Samaná”, y se llega moribundo de mareo a la entrada de la bahía portentosa, lo primero que se recobra es la vista; lo segundo, los pulmones; lo tercero, la ambición de probar que el espectáculo que se tiene ante la vista es espectáculo digno de la más reflexiva admiración. Se recobra la vista y se ve un panorama atractivo hasta el punto de no poder separar de él la mirada. Se recobran los pulmones, y se aspira con delicia la brisa embalsamada de las costas. Se recobra la ambición de razonar lo bueno, y se liga y relaciona el bien de la tierra de que es parte integrante la península, con la capacidad de bien que ella contiene. Así, indemnizándose de un día de malestar, se entra en la villa-puerto de la península. Es un hoyo con unas cuantas casitas. Hasta me pareció, la primera vez que la visité, un triste destierro sin condiciones de vida. Fue mal ver. Samaná la villa es un lugarejo pintoresco, que podrá ser una hermosísima ciudad, siempre que para

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fabricar una ciudad hermosa se tengan en cuenta la posición, que es admirable; la capacidad de vivir por sí misma, que puede darle la agricultura; y la fuerza de expansión que puedan darle los habitantes. En cuanto a éstos, cosa bien extraña es que una población tan híbrida como la de Samaná denote aptitudes para la vida municipal que acaso faltan en poblados más coherentes. En cuanto a su capacidad de vida propia, Samaná tiene ahora mismo un garante seguro en sus previsores cultivadores de cacao y frutos menores. En cuanto a su posición, Samaná es como Valparaíso, como Río de Janeiro o como Saint Thomas, uno de los lugares más apropiados para una ciudad pintoresca. Cuando uno se asoma a la vasta galería de la casa de gobernación, y se domina el cinturón de colinas que rodean la población, y se las imagina cubiertas de casas, quintas y alquerías, no se necesita imaginación para ver de antemano lo que podría llegar a ser la población. A poca distancia de ella empiezan ya los cacaotales, y son muchos los vecinos de la población y los extraños de ella que han empezado a intentar utilizar aquellos feracísimos eriales. El espíritu municipal del comercio samanés y de los representantes de la común se muestra, cuando menos, que yo sepa, en la iluminación de la villa, que es resultado de una contribución directa establecida por el Ayuntamiento y aceptada por los pobladores, y en la próxima organización de un cuerpo de policía nocturna, que sostendrán por mitad ayuntamiento y comerciantes. Es verdad que faltan muchísimas cosas; entre otras, la de que se queja el diligente médico de Sanidad, doctor Tió; un hospitalito civil y militar, ya que no un hospital en forma: es verdad también que, vista la composición singular de la población actual en villa y en campiñas, hay serios obstáculos para la uniformidad de un progreso bien encaminado. Pero eso, como todo en la República Dominicana, no es más que el hermanamiento casual de hechos y circunstancias que se

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desarrollan inadvertidamente, y que un simple azadonazo del progreso transformaría. Pero de eso, de las dificultades que debe encontrar allí la instrucción pública y de los laudables progresos y fomentos de la población que se están debiendo al gobernador actual y a algunas de sus auxiliares, ya hablaremos. Ahora estamos hablando de la bahía. Hasta la villa de su nombre, la bahía de Samaná no es más que un principio. Cuando ella principia a desarrollarse en todas sus proporciones de utilidad, forma y belleza, es a partir desde la villa. Salimos de ella en un vaporcito de la Compañía, como por aquí se llama la obra individual de míster Baird; que, en todo el mundo, la obra del bien se atribuye siempre a muchos, como se tiene la costumbre de atribuir a uno solo la obra colectiva del mal que prepondera sobre el bien. Aunque tenía para mí que el litoral de la bahía debía recorrerse en bote, y a remo y seno tras seno y remanso tras remanso, el hecho es que llegar en vapor desde Samaná a Sánchez, es dar uno de los paseos más gratos que se puede dar en cualquier parte. Y eso, si la parte por donde se da el paseo, tiene algo de semejante a la grandiosa belleza de la bahía, y eso no es común ni siquiera repetido. Fuera de Sydney que dicen la bahía por excelencia; Río de Janeiro, que es una bahía encantadora, y de Cartagena de Colombia, que tiene una perspectiva como de paisaje primitivo, no sé de ningún ensenamiento de mar en ángulo de tierra que ofrezca las perspectivas deleitosas que en unas tres solas horas de paseo por ella nos ha ofrecido a cuantos tripulábamos el vaporcito. Pero en donde, sobre todo, se hace realmente seductora la perspectiva de la bahía, es en aquel punto de la costa septentrional de la península en que, desarrollándose en tres términos del plano único que hasta entonces presenta el litoral, se ofrecen sucesivamente a la vista tres planos distintos, selvático en extremo el superior, dulcemente pradal el plano medio, y un como natural jardín inglés en el plano inferior. La belleza de tierras y aguas se hace entonces inefable. Es verdad que,

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hermosísima la tarde como era, y derramándose a raudales la luz velozmente de un sol sin nubes sobre el cuadro, las aguas tenían una coloración de nácar puro, y los buques brillaban como florones sumergidos en un mar de luz. Allí, cerca de allí, está Santa Capuza, el sueño dorado de uno de los hombres buenos de la República. Y como el bien llama al bien, para que no sea sólo el abismo quien llama al abismo, mirando a Santa Capuza me acordé de San Lorenzo, y acordándome de Riva, me acordé del doctor Betances. El bien que con la soñada ciudad de Santa Capuza quiso Riva para la Península, lo quiso con su soñada ciudad libre de San Lorenzo para toda la República el bueno entre los buenos hijos adoptivos de la República Dominicana. Tanto soñó Betances, que al fin produjo aquel proyecto de ciudad franca que estaba llamada a producir, a la vez, un beneficio material a la República, un beneficio moral a la obra de la liberación del comercio universal, un beneficio político a la vida por venir de las Antillas. No ya para tan noble soñador de grandes cosas como es Betances, no ya para hombres de tan recto patriotismo como es Rivas, sirve la bahía de Samaná; que muchos otros intentadores de cosas buenas se han fijado en las excelencias de la bahía y la península, y hoy mismo, unos suizos en Sabana de la Mar, un puertorriqueño y dos cubanos en la misma costa, y unos americanos del norte y un cubano en la costa de enfrente, intentan utilizar para bien público y privado la bahía. Los suizos fomentan un cacaotal; los cubanos y el puertorriqueño reconocen una hullera, los americanos y el cubano preparan con una siembra de frutos menores en grande escala, la salvación de la agricultura en donde la agricultura no hace más que empezar a tener vida. Falta mucho; pero puedo poco. Eugenio María de Hostos El Eco de la Opinión, No. 412, 3 de septiembre de 1887.

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Ferrocarril de Barahona a Neiba

Al publicar la nómina de los suscriptores de San Cristóbal al ferrocarril de Barahona a Neiba nos complacemos en darle a don Abelardo Nanita, el comisionado para abrir las suscripciones en aquel pueblo, nuestros más sinceros parabienes por el buen éxito que obtuvo en el breve plazo de dos días que permaneció allí. A continuación publicamos la carta que dirigió el señor Nanita a la Junta Auxiliar del Ferrocarril y luego la contestación de esta.

del

Junta Auxiliar de la Empresa Ferrocarril de Barahona a Neiba Santo Domingo, 21 de septiembre de 1887.

No. 3 Señor don Abelardo Nanita Ciudad. Señor: Conocido por la redacción de este periódico y por la Junta Auxiliar establecida en esta ciudad el entusiasmo patriótico con que Ud. ha acogido el proyecto del ferrocarril de Barahona a Neiba, aprovechamos la favorable circunstancia de su viaje a San Cristóbal para recomendarle convoque en aquel pueblo a un meeting con el objeto de abrir las suscripciones a favor de la obra magna a que hacemos referencia. 201

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En este concepto esperamos que no sean necesarios grandes estímulos para que Ud. nos traiga cumplida satisfactoriamente la importante misión que le encomendamos. Saludamos a Ud. &ª&ª. Francisco G. Billini, César N. Penson, Rafael J. Castillo, Emilio C. Joubert, Rafael O. Díaz, José Melitón Fernández, Lucas T. Gibbes, Juan E. Moscoso hijo. P. D. Adjuntamos a Ud. algunas hojas sueltas a que hacemos referencia. San Cristóbal, que tantas veces ha sabido dar pruebas, ya en la paz, cooperando a todo lo bueno, ya en la guerra contra los enemigos de nuestra nacionalidad, sacrificando intereses y vidas no debe quedarse rezagado en una obra de bien que salva sus ocho pueblos hermanos del Sur, y es de tanta trascendencia para el porvenir de la República.

*** Santo Domingo, 25 de septiembre de 1887. Al Gral. Francisco G. Billini, Redactor del Eco de la Opinión y a los Miembros de la Junta Auxiliar del proyecto de Ferrocarril de Barahona a Neiba Ciudad. Señores: Aceptándolo como un reconocimiento de mi incondicional adhesión a toda obra de bien público, he puesto de mi parte todo el interés que de mí podía esperarse, para llenar cumplidamente el encargo de celebrar un meeting en la población de

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San Cristóbal, con motivo de hacer la propaganda a favor del proyecto de Ferrocarril de Barahona a Neiba. Así lo hice, y no sé si mis solícitas diligencias alcanzarán la buena suerte de satisfaceros; pero lo cierto es que San Cristóbal ha respondido, en la forma que se lo permiten los recientes quebrantos de la fortuna pública, al llamamiento del patriotismo. Mi permanencia en aquella población fue muy breve, y pues que todo no podía confiarse, por consiguiente, a mi gestión personal, instalé, con arreglo a nuestros deseos, una Comisión auxiliar, compuesta del presbítero Marcelino Borbón, del Sr. Eusebio Araújo, presidente del Ayuntamiento y del Sr. José D. Pereyra, alcalde constitucional, la cual cuenta con el decidido apoyo del Gral. Manuel Mateo, jefe comunal, para que continúe practicando las diligencias que me fueron encomendadas y prosiga agitando con calor la propaganda comenzada. Del resultado que pude alcanzar podéis daros cuenta por el número de suscriptores a que asciende la relación que tengo la honra de incluiros. Esta oportunidad me proporciona la de protestarse el sentimiento de mi personal consideración y la aprovecho también para suscribirme Vuestro atento y seguro servidor. Abelardo Nanita.

del

Junta Auxiliar de la Empresa Ferrocarril de Barahona a Neiba. Santo Domingo, 30 de septiembre de 1887.

No. 4. Señor D. Abelardo Nanita. Ciudad.

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Muy señor nuestro: Hemos tenido el gusto de recibir su grata carta de fecha 28 del corriente mes, por la cual quedamos enterados del lisonjero resultado de la gestión que generosamente Ud. tomó a su cargo hacer en la vecina común de San Cristóbal a favor del proyecto de ferrocarril de Barahona a Neiba. Plácenos sobremanera el que San Cristóbal haya respondido de tan plausible modo a la buena voluntad con que Ud. ha patrocinado patrióticamente una empresa que juzgamos de interés vital para la República. Ello indica que para los pensamientos nobles y útiles tiene siempre ese laborioso pueblo lugar distinguido. La instalación de una Comisión Auxiliar que ha logrado Ud. convocar, y compuesta de personas merecedoras de todo nuestro aprecio, que darán, no hay duda, grande impulso a la obra magna, es servicio inestimable que Ud. se ha dignado prestarle. Y en cuanto a los medios que ha podido Ud. reunir para la realización de la empresa, superan a lo que hubiéramos podido esperar, dadas las circunstancias por que atraviesa el país. Tan satisfactorio resultado puede, con justicia, halagarle; y es para nosotros motivo grande para expresarle nuestra gratitud por lo espontáneo de su generosa solicitud a favor del útil pensamiento a que hemos consagrado nuestros esfuerzos. Aprovechamos la oportunidad para reiterarle los sentimientos de cordial estima con que nos ofrecemos de Ud. sus atentos y seguros servidores, Francisco G. Billini, César N. Penson, Rafael J. CasEmilio C. Joubert, Rafael O. Díaz, José Melitón Fernández, Lucas T. Gibbes, Juan E. Moscoso, hijo

tillo,

Suscripción del Ferrocarril de Barahona a Neiba

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(Continuación) Suma anterior de la Capital Juan Tomás Mejía David Coen Gregorio Moró Enrique Mejía Julián de la Rocha Rodolfo Pou J. B. de Marchena Eduardo Lajara M. de J. Pellerano Benito V. Pellerano (a reserva de aumento) Sra. Belén Alfau de Pellerano (a reserva de aumento) Srta. Elvira Teresa Pellerano (a reserva de aumento) Srta. Herminia Belén Pellerano (a reserva de aumento) Srta. Aspasia Anita Pellerano (a reserva de aumento) Benito Alberto Pellerano (a reserva de aumento) Salvador Arquímedes Pellerano (a reserva de aumento) Sra. Carmen Nelia Andújar Agustín Álvarez y Peña Miguel Álvarez y Peña M. Agustín Álvarez y Peña Wenceslao Álvarez y Peña Srta. Carmelita Álvarez y Peña Moisés de Marchena Andrés Pérez Srta. Dolores Torres y Oliva Srta. Teresita Torres y Rodríguez Salvador Pittaluga

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$ 14,550 200 100 50 20 50 50 100 50 30 15 10 5 5 5 5 5 50 10 5 5 5 5 25 25 5 5 100

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Braulio Álvarez Luis Temístocles del Castillo Carlos Malespín (a reserva de aumentar) Miguel Malespín id. Gerardo Herrera id. José Joaquín Lugo id. Noel Henríquez id. Antonio Geraldino José Ma. Díaz Manuel Rueda Francisco Aguiar Srta. Elupina de Soto Rafael Galván Ramón Espinal Rodolfo Leyba Sra. Manuela Bonilla y España de Leyba Carlos Pou y Primet SUMA TOTAL DE SANTO DOMINGO Total de las suscripciones hasta la fecha en Baní Virgilio Billini

$ 50 25 10 10 30 100 10 25 25 50 50 5 50 15 25 25 25 16,025 1,395 10 1,405

Total de las suscripciones hasta la fecha en Barahona

1,055

Total de las suscripciones hasta la fecha en Azua

2,405

Nómina de los suscriptores de San Cristóbal al Ferrocarril de Barahona a Neiba Gral. comandante de armas Manuel Mateo Pbro. Marcelino Borbón (a reserva) José D. Pereyra, alcalde constitucional

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$ 100 10 10

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Eusebio Araújo, presidente del Ayuntamiento Abelardo Nanita Reynaldo Sánchez Julián Barinas Alfredo Sánchez Pbro. Manuel A. Montás (a reserva) José Payán Leonidas Saladen Régulo de León Emilio de León Francisco Blanchard David Saladen Francisco Saladen Francisco Santillán Ildefonso Mella (a reserva) Mercedes G. Delgado Jerónimo Montás (a reserva) Jacob Hauskuests J. A. Uribe Jesús Chantanella Donastor Montás Lovesqui Montás Miguel Mena Manuel Pina Manuel J. Ledesma Francisco de León Leopoldo Ceara Epifanio Ledesma Eusebio Pereyra José Trujillo José Pereyra Alberto Vargas Leo Boisard Basilio Urbáez Julio Varnet

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$ 10 100 5 5 10 5 5 25 285 20 10 5 5 10 20 5 20 10 20 5 5 10 10 10 10 10 5 10 10 10 5 10 5 20 5

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Juan Pablo Pina Tomás Villanueva Francisco Silva Julio Bensán

$ 25 5 10 5 $ 600

Tomado de El Independiente de Moca. Nómina de los individuos que hasta ahora han suscrito, en esta localidad, acciones para el Ferrocarril de Barahona a Neiba El Independiente Horacio Vásquez Manuel Ma. Del Orbe (a reserva) “La Justicia” Ezequiel Hernández Segundo Marcelino Eugenio Lapeiretta Doña Olimpia R. de Alfau Srta. Juana D. Rojas Srta. María A. Alfau Segundo Marcelino Carlos S. Rojas Luis Pichardo y Brache Total general hasta la fecha

$ 25 25 10 5 5 5 5 5 5 5 5 5 5 $ 21,595

El Eco de la Opinión, No. 413, 1 de octubre de 1887.

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Empresa magna

De todas partes se reciben manifestaciones de adhesión al pensamiento del ferrocarril de Neiba a Barahona. Y no de otra manera podía ser. Las obras en las cuales el patriotismo desempeña el principal papel; en las cuales se traslucen y casi se palpan inmensos y trascendentales beneficios para el porvenir de un pueblo, el espíritu público se levanta, como movido por un gran resorte, y proclama la realización de ellas. Así resulta con el fácil ferrocarril de Neiba a Barahona. Todos los hijos de Quisqueya han comprendido que de esa obra magna depende en mucho el engrandecimiento de las ricas comarcas del Sur; han comprendido también que una vez llevada a la práctica es ella una verdadera garantía para la integridad de nuestro territorio. No hay que dudarlo: con el ferrocarril de Neiba a Barahona cesará por completo el tráfico ilegal que hacen en nuestros mercados los vecinos de Occidente, y que tantos y tan graves perjuicios acarrea al comercio de los pueblos del Sur; con él florecerá la agricultura, fuente de todo progreso, y las industrias tomarán incremento. Al silbido de la locomotora, por esas regiones incultas, caerán al peso del hacha las famosas caobas y maderas de construcción y de tintes que por ellas se encuentran en abundancia suma; el trabajo levantará sus tiendas, y al abrigo de ellas se fortalecerán la virtud y el patriotismo; el progreso dará su ósculo de bien a todo el país, y en sus naturales cambios y crecimientos la República llegará un día en que pueda con la cabeza erguida y coronadas 209

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sus sienes con los laureles de la civilización, presentarse al gran Congreso de las naciones que buscan en el trabajo su felicidad y su engrandecimiento. Ya lo hemos dicho: en toda la República ha tenido entusiasta y patriótica acogida el ferrocarril de Neiba a Barahona. En todo el Sur se han establecido juntas que se empeñan en propagar y recoger suscripciones para la empresa. Neiba, como lo verán nuestros lectores, por la carta que a continuación publicamos, es de las que más interés demuestra en la realización de tan útil y beneficioso ferrocarril. Ella, como sus demás hermanas, han visto y ven postergado su comercio, muertas sus industrias, paralizado el trabajo. Ellas, que han sido víctimas, por largos años y repetidas veces, de nuestras guerras fratricidas, solo aspiran hoy a ensanchar los vastos horizontes de su progreso y a vivir felices, la vida honrada y laboriosa del trabajo. ¡Adelante! ¡Adelante con la empresa magna!, que tal vez antes de que este año expire podrán, alborozados, los moradores del Sur colocar el primer riel, que será para ellos la primera aurora del progreso, y para la República sol radiante en el cielo de su porvenir! He aquí la carta: Neiba, 28 de agosto de 1887. Señores miembros de la Junta Auxiliar ferrocarrilera de Barahona. Barahona. Hemos tenido el gusto de recibir su atenta nota de fecha 25 del [mes] en curso, que por órgano del señor Carlos Mota se sirvieron ustedes dirigirnos; nos hemos impuesto de su interesante contenido e incontinente pasamos a contestar. Bien animados de los más vehementes deseos por el progreso y felicidad de nuestra común y por el de la Patria en general, no hemos vacilado en acoger con acalorado entusiasmo la noble y trascendental idea, que desde la capital se

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propone difundir el Benemérito e ilustrado general don Francisco Gregorio Billini respecto a la vía ferrocarrilera en esa Cabecera de Distrito y en esta Común. Nadie puede negar las ventajas que reportará a estas comarcas tan plausible proyecto; y si todos los dominicanos lo acogen con verdadero espíritu patriótico no hay que dudar que pronto, muy pronto, se vean realizados los sueños de su iniciador. En consecuencia, y para no desmentir el espíritu patriótico, el deseo de bien y de progreso de que nos encontramos poseídos, aseguramos a Ud. que mientras duren los trabajos propagadores y aun materiales, pueden contar con nuestra cooperación –que en parte tiende a difundir el bien, y a animar a los hijos de esta común, para que la acojan generosos y cooperen a la grande obra. Sin otro particular &ª &ª. Firmados: Pbro. I. Mella J. A. Acosta

Juan R. Monte de Oca R. Ramírez (hijo). El Eco de la Opinión, No. 414, 8 de octubre de 1887.

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La Obra Magna

No en vano cada día con mayor aliento seguimos haciendo la patriótica propaganda a favor de la obra que ha de levantar de su postración los pueblos fronterizos del Sur, y que vendrá a ser de fecundos resultados aun para el porvenir de la República entera. Y esto decíamos porque son incesantes las cartas de personas connotadas que vienen a nuestra redacción, manifestando sus simpatías por el proyecto y ofreciendo su concurso moral y material para la realización de la obra. Así lo comprueban las recibidas últimamente, y entre ellas la del Gral. Segundo Imbert, vicepresidente de la República, y las de los progresistas comerciantes don Juan Isidro Jimenes, don José Manuel Glas y don Manuel de Moya, las cuales están llenas de conceptos que enaltecen el patriotismo de esos ciudadanos. También el literato don Federico García Godoy nos ha honrado con una buena manifestación a favor de la obra magna. Tenemos especial gusto en publicar su carta y nos complace al mismo tiempo reproducir el artículo editorial publicado por El Independiente de Moca en su edición del 5 del corriente, en el cual inserta algunos conceptos emitidos por nosotros respecto a la facilidad de llevar a cabo la obra y dando buenos datos. Se ve por el artículo de nuestro apreciable colega, y por todo lo dicho que no se ha contado en vano con el entusiasmo y apoyo de las laboriosas comarcas del Cibao, donde la suscripción está abierta ya en varios puntos y promete brindar buen resultado. El patriotismo, pues, responde y no se queda rezagado en la vía del progreso y de la salvación del país. 213

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¡Adelante e imiten todos ese ejemplo! La empresa del patriotismo. Ferrocarril de Barahona a Neiba Moca ha respondido al toque simpático del patriotismo. Compruébanlo así las acciones suscritas hasta ahora a la obra magna del ferrocarril de Barahona a Neiba. No habrá un mocano de ideas levantadas y de corazón patriota que vea con frialdad obra de tanta trascendencia para el porvenir de la República. El bello sexo mocano, tan entusiasta siempre por el bien y el progreso, ha acogido con entusiasmo el pensamiento y nos ayuda en la bienhechora propaganda. Nuestro virtuoso párroco el reverendo padre Mínguez, tan dispuesto siempre a contribuir a toda obra que entrañe el progreso de la República, secundará, no lo dudamos, tan noble y tan patriótico pensamiento, propagándolo y difundiéndolo entre nuestros laboriosos campesinos. ¿Podrá permanecer algún mocano indiferente, en esta ocasión, al llamamiento del patriotismo? No, todos a porfía acudirán a engrosar la fila de los suscriptores a la obra de la iniciativa individual y nacional. Publicamos a continuación los siguientes informes sobre el enunciado ferrocarril: “El medio de suscribir acciones es cómodo para todo el mundo; la suscripción está al alcance de todas las fortunas. Sea cual fuere la suma, no podrá cobrarse más que una cuarta parte de ella por primera vez para dar comienzo a los trabajos de la vía férrea; y así sucesivamente se irán haciendo efectivas las otras partes, a medida que se vaya teniendo la necesidad del capital suscrito. Estos cobros se harán con intervalos de dos o más meses; y se avisará previamente antes de verificarlos. Una vez que esté suscrito el capital, se formará la compañía dándose aviso oportuno a los accionistas. El ferrocarril de Barahona a Neiba es el más fácil, el menos costoso y el más productivo de cuantos se pudieran establecer en el país.

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Parte la vía férrea del mismo pueblo de Barahona por un terreno completamente llano hasta Caballero, y de aquí, desechando la sabana de Pesquería, para evitar gastos de terraplenes, pasa por el Cachón a poca distancia del río Yaque. De Barahona al Cachón hay como tres leguas más o menos, o sean nueve millas. Es de advertir que cuando el tren llegue al Cachón ya principia a tener abundante carga de palos de abey, yaya, caoba, brasilete, guayacán, cedro y espinillo. Continúa la vía atravesando por Cristóbal; pasa el pueblecito del Rincón y sin tener que rebajar una sola cuesta ni tampoco que terraplenar el terreno, puede llegar a Las Salinas, y en todo ese trayecto que comprende unas catorce millas, más o menos, solamente habrá que echar tres puentecitos de ninguna importancia: el uno de dos metros de largo en arroyo Palomino, el otro, de igual extensión, en La Peñuela, y el último de dos metros y medio en el río del Rincón. Decimos que no tienen ninguna importancia esos pequeñísimos puentes, porque ni el arroyo, ni los riachuelos mencionados, traen esas fuertes avenidas que con tanta frecuencia se suceden en otras corrientes de agua. Una vez llegado el tren a Las Salinas, además del producto que cargaría de las dos orillas del Yaque y de los cortes de Cachón, Espargatal, Hatico, Peñón, Rincón, Fundación y Otro Lado, encontraría allí las inagotables minas de sal gema. Estas minas que consisten en unos sietes cerros, más o menos grandes, en los cuales la sal se reproduce, están próximos los unos de los otros, y para su exportación no hay que dar barrenos y llevar el producto a los carros. Los terrenos por donde corre la vía férrea son fértiles y adaptados a la siembra de todos los frutos tropicales. De Las Salinas partiría el tren desechando los salados de Ramillo y Pato Seco, y vendría a caer del lado atrás de Cerro en Medio, cerca de los fértiles cultivos y productivos campos del Cambronal. De este punto va recto el camino hasta el pueblo de Neiba. Como a cinco millas de El Estero se encuentra el histórico lago Enriquillo. Las orillas de ese

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lago, que tiene una extensión de 12 leguas de largo y de más de tres leguas de ancho, están sembradas por la naturaleza en su mayor parte, de guayacán, mora, caoba y espinillo. Cerca de Enriquillo se encuentran los numerosos cortes de Los Pinos, Postrer Río, Descubierta, El Bejuco y El Limón. Tiene de vecinas el Enriquillo, a una distancia de tres millas, por el lado del sur, a su hermana la riquísima laguna del Limón y por el lado del oeste a su compañera la extensísima laguna del Fondo, que penetra hasta las mismas plenas de Port-au-Prince. La distancia de la vía desde Barahona a Neiba no alcanza a diez y ocho leguas. Continuaremos en el próximo número dando informes sobre el ferrocarril en proyecto, según los vaya publicando nuestro apreciable colega El Eco de la Opinión, de quien hemos tomado los arriba expresados.

*** La Vega, 1º de octubre de 1887. Señor don Francisco G. Billini. Distinguido señor: La idea de establecer un camino de hiero entre las poblaciones de Neiba y Barahona, expuesta por Ud. en las columnas de su acreditado semanario, ha merecido entusiasta acogida de parte de algunos moradores de esta ciudad que han llegado a penetrarse de la altísima trascendencia que entraña aquel magno proyecto, elaborado al calor del patriótico deseo de operar una radical transformación en el modo de ser de las ricas comarcas del Sur, expuestas en la actualidad, por el

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tráfico ilícito que en ellas se mantiene, a ver pronto extinguirse su comercio y desaparecer sus más importantes industrias. Ideas que conllevan, como esa, fines de mejoramiento público, son a no dudarlo, las que deben prosperar en la opinión sensata, y merecer, sin reparos de ningún linaje, toda la suma de esfuerzos necesaria para entrar decididamente en el terreno de los hechos. Y grato es consignar aquí, pues habla ello muy alto a favor de la sociedad dominicana, que esta, en su mayor parte, convencida del gran número de beneficios que al Sur en particular y al país en general ha de reportar el ferrocarril en proyecto, no ha vacilado un momento en prestar su indispensable apoyo a la gigante empresa, respondiendo presurosa al llamamiento de auxilio que se le hiciera. El número de acciones tomadas en esa Capital y en otras importantes poblaciones de la República así lo evidencia. La noble actitud asumida por numerosas personas al apresurarse a registrar sus nombres en el libro de acciones recientemente abierto, da prueba espléndida de que por más que pesen infortunios de todo género sobre esta noble tierra, no decae la confianza que alimentan sus hijos en un próximo brillante provenir, hoy vedado por densas nubes que habrán de disiparse cuando el trabajo organizado en la necesaria escala presente a toda clase de iniciativas vastos y serenos horizontes. Cobra nuevos bríos el ánimo y siéntese con mayores fuerzas para proseguir empleando todas sus facultades en pro de la causa del bien, tan llena de decepciones y dolores, cuando contempla, como ahora, a colectividades sociales sacudir su desconsolador enervamiento, apresurándose, poseídas de la fe más viva a entrar de lleno en la empresa de mayor magnitud iniciada hasta el día con elementos nacionales, sin ser parte a impedir tan bizarro alarde de sus ideas de progreso, el estado de postración en que se encuentra el país, debido a un cúmulo de circunstancias a que no quiero hacer referencia. Tengo vivo placer en poner en conocimiento de usted que la sociedad “La Progresista”, deseosa siempre de contribuir

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en la medida de sus aptitudes a la realización de toda obra que signifique adelanto en cualquiera manifestación de vida social, ha abierto desde anoche un libro con el fin de que puedan inscribirse en él todas aquellas personas que deseen tomar parte en la popular empresa. Ya lo han hecho algunas y confío en que otras seguirán presto tan buen ejemplo. Concluyo estas líneas felicitando a usted sinceramente por su luminoso proyecto, al que deseo ver cuanto antes en la esfera de lo real, suscribiéndome como su atto. S. S. Q. B. S. M. F. García Godoy El Eco de la Opinión, No. 415, 15 de octubre de 1887.

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La Obra Magna

La Junta Auxiliar del Ferrocarril de Barahona a Neiba, establecida en esta ciudad, y que con tan nobles deseos y con tanto calor ha patrocinado esa obra patriótica y de alta trascendencia para el porvenir de las comarcas del Sur, y aun para la República entera, nos ha dirigido la carta que a continuación verán nuestros lectores. Estamos conformes con la idea de proceder de una vez a la formación de la sociedad anónima, escogiendo entre los suscriptores del ferrocarril de referencia, aquellas personas que deban componer la directiva con el fin de que se eleve solicitud al gobierno pidiendo la concesión. Como hasta ahora no han venido a la redacción de este periódico, ni han llegado tampoco a la secretaría de la Junta Auxiliar, las listas de las suscripciones de Santiago, Puerto Plata, La Vega y otros puntos del Cibao, lo mismo que las suscripciones de los pueblos del Este, y como nos consta por cartas que tenemos recibidas que apenas habrá un pueblo de la República que se quede rezagado y sin contribuir a la obra que con sobrada razón llamamos magna, no habíamos querido organizar la sociedad anónima de la mencionada empresa. Hoy que la Junta Auxiliar nos invita a ello, oiremos la opinión de otras personas competentes e interesadas en la realización de la referida obra, y procederemos a dar los pasos conducentes para llenar satisfactoriamente sus deseos. He aquí la carta:

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Junta Auxiliar de la Empresa Ferrocarril de Barahona a Neiba

No. 5 Santo Domingo, 22 de octubre de 1887. Señor don Francisco Gregorio Billini Director de El Eco de la Opinión Ciudad. Muy señor nuestro: Ha visto con justa satisfacción la Junta Auxiliar de esta Capital que la porción más importante de la República ha respondido de un modo digno a la patriótica insinuación que, tanto desde las columnas de su semanario como desde el seno de esta Junta, se ha hecho al país, y merced también a la espontánea y eficaz cooperación que al pensamiento han prestado personas estimables y convencidas de lo que él entraña. En tan corto tiempo como el que ha transcurrido desde el día en que se dio enhorabuena a conocer al público, a la fecha, los resultados llaman realmente la atención, dadas las circunstancias que al país afligen en los actuales momentos. Ya el tipo a que ha alcanzado la suscripción en esta Capital, ya las que se han abierto y diariamente se abren, algunas de una manera espontánea, en diferentes poblaciones del Cibao y otros puntos, ya la iniciativa individual que se manifiesta allí y en todas partes con la formación de Juntas Auxiliares y con la prédica constante de los hombres de buena voluntad, tales como los progresistas comerciantes señores Juan I. Jimenes, José Manuel Glas, Manuel de Moya y otros y aún de algunos curas párrocos; ya el buen sentir de

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la prensa a favor del útil proyecto, en que no se ha quedado atrás ni la de la vecina República de Haití en términos asaz honrosos; ya las sinceras adhesiones de gran número de personas, en que campea el bello sexo dando enaltecedor ejemplo; ya, en fin, el decidido empeño de todos por que tan conveniente obra se lleve a cabo, es señal más que persuasiva de que ha llegado el momento de ocurrir a los medios que conduzcan a su pronta y segura realización. Suscrita ya una gran parte del capital que se puede necesitar para darle principio, y animados y dispuestos los habitantes de Barahona y Neiba, singularmente, para poner en los trabajos del ferrocarril hasta el contingente de sus propias personas, como medio de suscribir a la obra: la Junta Auxiliar cree firmemente que Ud. debe dirigirse al Poder Ejecutivo para que expida la concesión de la empresa; una vez que el Gobierno, bien como todos los ciudadanos, ha debido comprender cuánta es la utilidad pública de esa obra, lo necesario de ella en esta época de profundo malestar económico en que son menester esfuerzos así para remover las causas eficientes de la ruina de la agricultura y de la postración de las industrias y del comercio. Y no es posible suponer que los encargados de la gestión de los intereses nacionales, que puedan ver mejor que nadie lo bueno que en casos tales se puede hacer y lo mucho malo que aminorar siquiera, no correspondan, como el celo patriótico lo exige en este asunto, con igual caudal de buena voluntad que en él ha fincado la mayor parte del país. Fiado en la confianza que ha logrado inspirar tan útil y trascendental proyecto, en el buen sentido del Gobierno, y en que una vez concedido el título de concesión, aumentará, a no dudarlo, considerablemente el monto de las suscripciones a la obra en toda la República; los infrascritos miembros de la Junta Auxiliar de la Capital, recomiendan a Ud. muy eficazmente que considere el punto que ahora someten a su exacto criterio, para bien del noble pensamiento de que es Ud. iniciador.

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Y aprovechamos la oportunidad para saludarle con la mayor consideración, y ofrecernos de Ud. Atentos servidores, Emilio C. Joubert, César Nicolás Penson, Rafael J. Castillo, José Melitón Fernández, Juan Elías Moscoso, hijo, Lucas T. Gibbes, Rafael Octavio Díaz El Eco de la Opinión, No. 416, 22 de octubre de 1887.

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Ferrocarril de Barahona a Neiba

En el número anterior publicamos la carta que nos dirigiera la Junta Auxiliar del Ferrocarril de Barahona a Neiba, sometiendo a nuestro criterio la necesidad de establecer ya la directiva de la empresa y de elevar la solicitud al gobierno para pedir la concesión. Como los ciudadanos que forman esa Junta, nosotros también creemos, y así lo declaramos, que es ya tiempo de proceder a la directiva; pero habiendo consultado a algunas personas competentes y tan interesadas como nosotros en que se lleve a cabo esa obra de tanto porvenir, ellas opinan por esperar unos días más hasta que lleguen las suscripciones prometidas de Puerto Plata, Santiago y otros puntos, y sobre todo, hasta que se reciban las contestaciones de cartas que hemos dirigido a extranjeros pudientes que desean el adelanto del país y que es muy probable contribuyan, no sólo con sumas efectivas, sino también con el crédito de que gozan. Sin embargo, si la Junta Auxiliar, que con tanta actividad ha laborado para que pase a ser un hecho, cree siempre que no se debe retardar la formación de la compañía a que nos referimos, ella puede hacer las gestiones comunicándose con los accionistas del interior para que nombren uno o más representantes que asistan a la Junta General que debe nombrar la directiva y ocuparse de la completa organización de la compañía. Nosotros, en este caso, estamos dispuestos, como iniciadores del proyecto, a tomar toda la parte activa que nos corresponde. El Eco de la Opinión, No. 417, 29 de octubre de 1887. 223

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Puerto Rico

Con dolorosa impresión hemos seguido los acontecimientos de la Antilla hermana de Puerto Rico, referentes a la inusitada persecución contra muchos ciudadanos que allí han ejercido y que siguen ejerciendo las autoridades de aquella isla. Mientras que los hombres más distinguidos de España, y el gobierno de aquella hidalga nación, tratan de conciliar los intereses de toda la raza ibera y de estrechar de una manera eficaz las relaciones entre todos los pueblos que ayer formaron parte de su poderosa monarquía; mientras en la península se ensanchan las libertades y se trabaja por desterrar del suelo español toda clase de arbitrariedades y tiranías, es de lamentarse la conducta de aquellos principios que en Puerto Rico sigue descaradamente el capitán general, señor Palacios. Las atrocidades cometidas por la guardia civil contra muchas personas de respeto, han llegado al colmo, y es por eso, que día por día se aleja de aquellas playas un sinnúmero de puertorriqueños, huyendo a las persecuciones. Algunos opinan que el Centro Dominicano de la Unión Ibero Americana debía dirigirse a Madrid solicitando la remoción del mencionado general Palacios; pero a nosotros nos parece que semejante paso está en contradicción con los estatutos de la misma sociedad. Además de eso, creemos, y es de esperarse, que el gobierno español no necesitará de ningún estímulo para hacer justicia. Nos parece que no está muy tardío el momento en que se dé cumplida satisfacción a la moral y a la vindicta pública. 225

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España, como hemos dicho, quiere atraerse la simpatía, no solo de sus dos Antillas, sino también la simpatía de todas las repúblicas iberoamericanas; y consintiendo por más tiempo las injusticias que se cometen en Puerto Rico, de seguro, que tan noble aspiración quedará malograda. Es verdad que la profunda sensación que aquí han causado los actos arbitrarios cometidos en la Antilla vecina, hacen que muchos hayan pensado que eficaz sería la voz del Centro Dominicano de la Unión en Madrid, para evitar que continúe una situación anormal en Puerto Rico. Eso es natural. Se trata nada menos que de un pueblo vecino al nuestro, en relaciones continuas; y que aspira a recabar cada día más libertades para ir al progreso y a la civilización. No debemos tratar de exagerada la pretensión de los que piensan que el Centro Dominicano debe tomar cartas en el asunto; pero es preciso más calma, más detenimiento antes de lanzarse a cometer una imprudencia que nos costaría, quizás, el rubor de una respuesta no muy honrosa que digamos. Puede que llegue el día en que todo ese deseo se realice. Ni aún en las relaciones internacionales se acostumbra que los representantes acreditados cerca de un gobierno pidan a este satisfacción de los desafueros cometidos por autoridades y particulares, sino en el caso de que la indiferencia de ese gobierno o la negación de justicia dejen impunes los hechos. Y en el caso de que hablamos, ya no es un asunto internacional lo que promoverá las gestiones del Centro Dominicano; porque la Unión Ibero Americana no tiene, ni puede tener las facultades y los deberes de un gobierno ni de un representante de ningún gobierno, en cuestiones diplomáticas. De manera es que, sería muy aventurado ir hoy a pedir lo que es muy fácil esté en el ánimo del gabinete de Madrid conceder. En el caso de que el gobierno de España sancione con su aprobación los desmanes cometidos por el capitán general de Puerto Rico; en el caso de que –con asombro de todos los países comprendidos en la Unión– permita que continúe abusando del mando, el autócrata que envió para conciliar y asegurar libertades, entonces, ya habrá razón para que Santo Domingo el primero, por más cercano al teatro de los acontecimientos y por ser Antilla hermana de

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la oprimida, levante la voz y diga al Centro de Madrid: “¿Qué es esto? ¿Por qué, mientras nos proponemos que seamos hermanos, consientes en que se persiga a nuestros hermanos y se inicie un sistema tan contrario a la fraternización que proclamas y procuras? Si esto es así, ya nuestro amor se ha entibiado; ya no hay esperanzas de que creamos en tu palabra y la nuestra empeñada puede volverse atrás.” Eso es lo que pensamos y eso será lo procedente, y en este sentido, sin duda, obrará el Centro Dominicano. El Eco de la Opinión, No. 420, 19 de noviembre de 1887.

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Exposición Universal de Barcelona

¿Con qué asunto más digno podían abrirse las columnas de preferencia del periódico, que con uno de esos llamamientos civilizadores del progreso moderno, que quiere forjar con los eslabones de la industria y para lo futuro la unión pacífica, amorosa y fecunda de los pueblos de la Tierra? Toca a España el turno en la “gallarda justa”, y por primera vez se apresta a mantener dignamente, como antes los caballeros en los torneos la honra de su dama, la honra de los productos de su suelo. Cataluña, la honrada y laboriosa, es la escogida para acontecimiento tan grande; y ninguna otra provincia de España más a propósito, ni otra ciudad alguna a la verdad merece como Barcelona tal distinción. ¿Quién no sabe que Cataluña es la que mantiene vivo en la península el fuego sagrado de la industria y de la activa labor? Los más ricos productos españoles de allí salen, y Barcelona ejercita sus prensas con tanto esfuerzo intelectual como París, como Bruselas, como Berlín, y el libro llega, gracias a la abundancia con que los prodiga, a todas las manos por lo poco costosos de ellos. De nada puede ufanarse tanto España como de celebrar una Exposición Universal; y cuando tal se hace allí, no es bien que miremos acá en América los latinoamericanos con la criolla indiferencia que acostumbramos, acontecimiento que para nosotros tiene que ser de vital interés. Importa que por el intermedio de una Exposición conozcan España y los países de Europa que allí estuvieren representados, los raros y buenos productos del suelo americano: concurramos pues todos a que luzca allí la asombrosa prodigalidad 229

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de nuestros varios climas y la infinita variedad de sus riquísimas producciones. Por lo que a nuestro país atañe, que no suceda lo que en parecidas ocasiones: no tenemos derecho a retractarnos, si de pueblo civilizado nos preciamos, de esos conciertos del trabajar humano, de esas fiestas universales del espíritu expansivo del siglo XIX, que es el albor de la fraternidad humana que llenará el siglo venidero. Son las exposiciones altos que hacemos los trabajadores del hierro y del lino y los trabajadores de la idea, a fin de templar sus fuerzas para nueva y más asidua e inteligente labor. Todos van hoy a las olimpiadas del trabajo, cual con su pluma de oro, cual con su espléndida máquina, cual con su grosera maza, cual con su rústico instrumento. Despiertan las civilizaciones antiguas, y acuden allí a poner sus esculturas mutiladas, sus jeroglíficos, sus armas y sus vasos sagrados; los pueblos nuevos, como México ayer, levantan allí sus tiendas, y cuanto el espíritu nacional inspira, tanto ostentan, como maravillas no conocidas, a los ojos de los extranjeros de quienes son corteses huéspedes. Que enhorabuena celebre España exposiciones; y conviene también que nos animemos a hacer lo mismo los pueblos libres de la América Latina. Mientras tanto, reúna Santo Domingo sus valiosos productos y no deje su lugar vacío como otras veces en tan solemnes ocasiones. El Eco de la Opinión, No. 421, 26 de noviembre de 1887.

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Lo que corresponde hacer al municipio

Cuando se siente más la falta de organización de un país, es en los casos de triste necesidad. Ocúrrese a deshora de la noche una repentina enfermedad o un enfermo que se agrava; y en tan angustiosa situación duda uno si acudirá a este facultativo o al otro, porque teme molestarle o por cualquier otro motivo. En cuanto a las farmacias, todas, apenas se acudiera a ellas, debían abrir sus puertas a la voz del afligido que deja atrás un ser amado, el cual deberá tal vez la vida solo a la diligencia que él ponga. El mal no está sino en la desorganización que en todos los ramos sociales y políticos se advierte en este desventurado país. ¿Por qué, ya que el municipio ha hecho tantas cosas superfluas, no se cuidó de disponer la asistencia pública médica para la clase pobre durante la noche? Costaba poco destinar una cantidad, que podía haber sido módica para retribuir un médico de semana, que en parte ninguna falta. Y mediante la exención del impuesto de patente, podía habérseles propuesto a las farmacias servir por turno de noche. Mejor es que no se pague esa patente, y sepa el afligido padre o hijo de familia adónde irá a buscar con seguridad y fijeza, el remedio, que puede ser salvador si llega a tiempo, para el paciente que sufre aguardándolo. Forzosamente ha de haber un médico de semana, cueste lo que costare; porque a la hora de la aflicción, tan necesario es el pronto auxilio de la ciencia para el enfermo y su familia, más a veces por cierta aprensión moral que por urgente necesidad, como el aire que respiran. Esto dice la comunidad al municipio. 231

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Y para disponer este vital servicio de la asistencia pública médica, bastará, como se ha dicho, apartar una cantidad que para el presupuesto de la común sería insignificante; y si es necesario, suprimir cualquier cosa, suprímase, antes que dejar por más tiempo expuesta la ciudad a gravísimos inconvenientes. Los señores facultativos, por humanidad, no dejarán de ayudar al municipio en esta obra beneficente. Por lo que toca a las farmacias, serían aptas para hacer igual servicio por turno, y si se quiere, podría exonerárselas del impuesto de patente. O bien, que se ajusten a la ley de la materia. Todo se haga del modo que mejor conviene; porque no es justo que se nos condene a vivir como en despoblado, cuando se trata nada menos que de la ciudad más importante de la República. Toca al municipio el asunto; y es él quien debe resolverlo porque para eso se dice representante de la común. El Eco de la Opinión, No. 422, 3 de diciembre de 1887.

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Un concepto sobre nuestra prensa

A qué se deberá no es fácil suponerlo; pero ello es que parece bien extraño y singular, que no registre la prensa los más de los sucesos que ocurren; y por lo que mira a la parte bibliográfica, a que luego consagra todo periódico una sección especial, en eso, más que en nada, punto en boca, como si fuese consigna no consagrar una línea, buena o mala, a libro que se imprima. Y si nos parásemos a considerar lo que significa el juicio de la prensa en materia literaria a lo menos, sabríamos el desastroso mal que se hace con semejante conducta a nuestras incipientes letras. Si algo hay útil y sano en las obras del espíritu, como en lo tocante a las costumbres, es la sabia crítica y la justiciera sátira; por tal razón, la crítica literaria es para toda literatura lo que el abono para las plantas. Ella es la norma y la escala de toda perfección; cuando corrige es que enciende antorchas para la literatura (sobre todo para las pobrísimas de estos países) que hace quien emprende la crítica y quien se adelanta más en el camino del buen gusto. No es que falten en nuestro país totales aptitudes para la crítica literaria; es que se teme encontrar con mezquindades de pasioncillas insensatas; y como bien debe saber todo autor, o que a ello aspira, que al campo fecundísimo de las letras lo que se aporta es razón ilustrada, espíritu sereno y humilde convicción de aquello que dijo Sócrates, nadie tiene derecho a esperar allí perversas inmunidades, merced a osada y soberbia presunción, que las más veces y en los más presuntuosos se funda en aire, para corromper el buen gusto y escandalizar el sentido común con monstruosísimos partos. 233

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Todo el que escriba debe entrar en el campo de la literatura sabiendo que en la pura fuente de la crítica han de ir a depurarse sus producciones, tanto para su provecho como para el de esa literatura por cuyo perfeccionamiento y gloria es razón que mire. Que impere pues la crítica literaria en nuestras menesterosas letras, porque ellas son, si no el primero, un vital elemento de progreso; y esto lo puede confirmar la siguiente opinión de Leibniz: “Hay entre la lengua y el carácter de un pueblo la misma relación que entre la luna y el mar”, partiendo de ahí para hacer notar con suma profundidad filosófica que de ordinario hay cierta necesaria coincidencia entre la elevación de la política y la de la literatura. Si con mirada tranquila y severa se recorre el campo de nuestras letras, hay mucho en lo mejor que hay y parece haber, que notar, que corregir y perfeccionar; pero esto será tarea de mejores tiempos y tal vez de la nueva generación. Mientras tanto, que venga la crítica literaria, y empiece apartando malezas en el camino del buen gusto; y si las pasioncillas han de alzar el gallo, que no invadan campo en que necesariamente estarán de más. Volviendo a nuestro propósito, es lamentable que se publique un libro y no haya un periódico que haga de él el más ligero análisis, y a veces, ni mención. ¿Cómo es eso? ¿Y así se quiere que haya progreso intelectual y moral? Bien merecía el eminente estudio constitucional del señor E. M. Hostos, en que no ha habido allende pluma autorizada que no se haya complacido, que tomase de ahí la prensa nacional pie para hacer dignas y oportunas consideraciones, y aprovechar la ocasión de estudiar importantísimos puntos, como los que en la obra se encuentran, para nutrirse el espíritu y dar al público útil y sazonado fruto. Salvo siempre tal y cual excepción, el silencio del sepulcro hubo sobre las Lecciones de Derecho Constitucional. Empéñase el inspirado bardo y felicísimo ingenio, que será honra de las letras patrias, señor Gastón F. Deligne, por dar a conocer un poema suyo, muy inferior en mérito por cierto a “Angustias”, que es una joya tal, que el novísimo Parnaso español envidiaría, a pesar de Campoamor; y apenas se hizo mención del poema “Soledad”, en quien se ocupó La Revista Ilustrada, de Nueva York.

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Silencio absoluto, con excepción de lo dicho por El Quisqueyano; ¡digna recompensa al vate y mejor estímulo! Y, sin embargo, todavía hay letras nacionales, que eso es lo raro… ¿Qué se dijo de las poesías de la Ureña y de la Perdomo? (El juicio de las de la última se hizo en Curazao, muy bien escrito por cierto, y como excepción, en El Avisador Comercial, de esta ciudad, que redactaba entonces el señor E. M. Hostos). ¿Qué de las FantasíasiIndígenas, de Las vírgenes de Galindo, de La hija del hebreo y de otras producciones literarias, aparte de los encomiásticos e indigestos prólogos de algunas de ellas? Solo se recuerda un buen examen crítico que de la deficiente y defectuosa Geografía, de Javier Angulo Guridi hizo El Mensajero. Ese ejemplo era el que debía seguirse. Aleje ya de sí la prensa esa timidez, que raya en incapacidad y aún en descortesía. Examine las obras que se publiquen, y sea ella el primer juez, el más imparcial, justo y severo que haya. Eso aleccionará a los unos y alentará a los otros para estudiar y producir, si, como lo entendemos nosotros, y como debe ser, la buena crítica es gran aliciente y no aterrador fantasma, que solo puede espantar a los ineptos o a los que estuvieren muy pagados de sí mismos. Desearíamos ver ya a los más aptos en toda materia, dar principio a tan sana obra; porque si es que en algo tenemos nuestra incipiente literatura, y si queremos que ella vaya adquiriendo la importancia que merece, deben todos esforzarse por sacarla de mantillas y por ir formando el gusto literario, que todos hemos contribuido a estragar. Trataremos algunas veces este punto en que urge insistir. El Eco de la Opinión, No. 423, 10 de diciembre de 1887.

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Nuestros productos

I Bien como en un tiempo sostuvimos ruda campaña a favor de la exención del impuesto a nuestra malaventurada azúcar, así hoy es de patriótico deber que tratemos de los más de nuestros productos. Menesterosos andan todos ellos; pero el tabaco es el que va a ocupar nuestra atención, por graves y gravísimas razones. Quísose ahora tiempo en el Cibao, que es el centro principal de producción del tabaco, poner método y orden en su cultivo y acondicionamiento, porque cada vez más, por lo mal aconsejados que estaban los cultivadores de la rica hoja, era mayor el descrédito y perjuicios que sufría, lo que redundaba en general ruina y desaliento para esas comarcas. La iniciativa individual habló; y la sociedad “El Progreso” se encargó de abrir camino en ese desbarajuste: arribaron allí varios cosecheros cubanos muy entendidos, y llegó casi a realizarse el establecimiento de una finca-modelo para el cultivo y cosecha del tabaco. ¿Por qué decayó tan vital propósito y aún dejó de existir la sociedad?, nadie lo sabe; el caso es que en el Cibao ha vuelto a sus intermitencias de caídas lastimosas en el valor y fama de su exquisita hoja, a la que con buenos procedimientos, no llegaría, indudablemente, a supeditar la de la Vuelta Abajo en la vecina Cuba. Hoy, la producción del Cibao, que debiera ser valiosísima, está ocasionada a pérdidas y al consiguiente descrédito. Nada decimos de ese lugarejo que da riquísimo tabaco acá en el Sur, Manoguayabo, 237

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que si tuviera fincas-modelos llegara a producir tabaco igual al de Cuba. A todo esto debe añadirse un desconsolador dato más, que desde el extranjero dirige un distinguido compatriota a un amigo nuestro, con exhortaciones fervientemente patrióticas que por lo mismo debieran oírse con propósito de bien para la República. Son suyos los siguientes párrafos: Le he escrito a *** y le hablo de lo conveniente que es hacer todos los esfuerzos posibles para levantar el concepto universal respecto de la producción de nuestro tabaco. Tome en ello empeño; estimule a la prensa para que hable, pero sin descanso, suscite todo lo racionalmente que sea favorable la creación de sociedades especiales de agricultura; que se hagan estudios sobre el cultivo y mejoras de la planta, se atienda a la necesidad de concurrir a todas las exposiciones, y se proponga la adopción de medidas que cooperen a quitarle su rivalidad. Es sensible que nuestro tabaco en estos últimos tiempos se haya estado introduciendo furtivamente en la isla de Cuba, y después de disfrazarlo en su preparación y empaque se haya negociado como legítimo de Cuba, para venderse con un valor que no alcanzaba el de Santo Domingo, sin ser en esencia aquel superior a este. Piense bien la cosa y verá que es importante, y que no se hará tanto por mucho que se haga, hasta que no se logre acreditar exclusivamente nuestra rica producción. Trabaje con tesón; comience la propaganda; promueva la celebración de una exposición de tabaco; únase con sus amigos; acuérdese que el constante trabajo de nueve conmovió a todo un pueblo y fundó un Estado. Así solo es capaz de expresarse el patriotismo. Por nuestra parte haremos cuanto esté en nuestra mano por cumplir voto de ese apreciable caballero, y al efecto continuaremos tratando tan importante materia. Y a nuestro parecer, huelga la recomendación del punto a la prensa nacional, después de lo que se acaba de transcribir.

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II Nos place, al ocuparnos en tan vital asunto, encontrarnos con que el Ministerio del Interior va a emprender, según se presume, seriamente la estadística de los recursos, cuantiosos por cierto, con que el país cuenta, para darlos a conocer a los demás pueblos. Con tal que no se ahoguen en su cuna tales propósitos, como suele acontecer, en hora buena viene la gestión gubernativa; que no creemos, por buena que pueda ser, superior a la iniciativa individual, que es la única capaz de transformar un pueblo. Como quiera que fue objeto de nuestra preferencia el tabaco, en la edición anterior, cumpliendo así el voto del distinguido ciudadano que desde el extranjero nos alienta, con el tabaco seguimos, y para ello debemos servirnos de los excelentes datos que trae el nuevo periódico La Bahía de Samaná. Ellos corroboran en cierto modo lo que decíamos del tabaco del Cibao. Resulta que las revistas mercantiles de Hamburgo y Bremen siempre han señalado un exceso de valor en la venta de los tabacos allí, comprendidos bajo la denominación de tabacos de Samaná, que no son otros que los procedentes de una parte del Cibao, Jaiguá, Cotuí, Almacén del Yuna, Macorís, Moca &ª. Nadie sabe a qué atribuir la diferencia, y cree el precitado periódico que se debe a su acondicionamiento, comparado con otros; porque los que se embarcan por la gran bahía proceden de lugares donde se escoge con alguna escrupulosidad la semilla, y se procede del mismo modo en la siembra, recolección, manera de secarlos, clasificarlos y conservarlos. Enseñaron a los cosecheros y comerciantes de la parte oriental del Cibao a ser más cautos en esto que los de otros puntos, las negociaciones que en otro tiempo se hicieron por la bahía, merced a una marca que se usaba titulada La Mocana; y aunque el descuido ha dificultado la conservación y el perfeccionamiento de la rica hoja, no por eso han dejado de dar resultados un tanto favorables. Últimamente el ferrocarril del Norte, recién establecido, ha proporcionado al tabaco inmensas ventajas; ese fue el primer fruto que produjo la anhelada vía férrea. A medida que esta ha ido

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avanzando, crece el mérito de aquel; porque ya no sufre desde el punto de cultivo al de embarque los perjuicios consiguientes, debidos a la humedad producida por las lluvias que les caían, los chaparrales en que se enterraban y el agua de los ríos al pasar las recuas, y esto por largos y largos días. Es de esperarse, como desea el aludido periódico, que con las ventajas que trae la línea ferrocarrilera, se animen a mejorar el producto desde su plantación hasta su embarque; porque es preciso que cosecheros y comerciantes cibaeños tengan en cuenta que ya no se le deducirá a su tabaco, como hasta ahora ha sucedido, el 5, el 10 y aun el 30 por ciento por averías terrestres. Cuando se consideran datos así, no puede menos que lamentarse aún más la falta de asociaciones que enseñen, patrocinen y estimulen a los cultivadores que establezcan fincas modelos dirigidas por cubanos de la Vuelta Abajo, a fin de que la producción de nuestro tabaco llamase la atención del mundo entero e hiciese coro al de siempre digna fama de Cuba. Es ya tiempo, realmente, de poner la mano en esto; de ayudar a los que no saben ni pueden hacer más de lo que hacen. Que se eche a un lado la proverbial indiferencia nuestra; y comprenda de una vez el patriotismo que la salvación del país solo radica en el trabajo inteligente, en el activo esfuerzo. Si el patriotismo está dispuesto, es hora de que los hombres de temperamento organizador entren en escena. ¿Pero, habremos de tropezar siempre con la apatía y el pesimismo de los que ni son capaces de hacer nada, ni creen en la regeneración de la República? El porvenir no es del cañón: ¡es del arado! El Eco de la Opinión, Nos. 424-425, 19 y 24 de diciembre de 1887.

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1888

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Asociación

Cansada está la prensa de recomendar la utilidad, que es cosa ya tan demostrada, de la asociación y del espíritu de empresa. Las tentativas de asociación en nuestro país se ha visto ya que han dado algún resultado; pero en lo mucho que falta por hacer, es indispensable pensar en algo más serio. La agricultura es la que mayor atención requiere y más inteligentes esfuerzos. ¿Por qué no prestarle la una y hacer lo otro? Se necesita: organizar el trabajo; introducir y enseñar el manejo de instrumentos agrícolas perfeccionados; prestar mano amiga a los agricultores con instituciones de crédito; estimular la labor agrícola con las ferias que premien la actividad y la inteligente aplicación al trabajo; promover el establecimiento de colonias agrícolas para pobres y familias de agricultores, y ciertas industrias fáciles conexas con la agricultura; y sacar, en suma, de su oscuro seno, las tantas riquezas naturales como abundan en nuestro privilegiado suelo. Nada de eso es capaz de hacer hoy la Administración pública, por razones que no es necesario enumerar, ni es capaz de emprender un solo individuo. Luego, ¿a quién podría encomendarse esta múltiple y habilísima empresa? A la asociación. Ella sola, con su fuerza colectiva y cohesiva, con sus energías sociales y económicas, con el principio de división del trabajo que conlleva, es la única que puede remover obstáculos, allegar voluntades y recursos. Una Sociedad general que se estableciese para toda la República, obrando en cada provincia y distrito con regularidad de funciones, reproducida en cada punto por un organismo igual, y que abarcara todos los propósitos que dejamos indicados, sería un elemento 243

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poderosísimo que transformaría la manera de ser de nuestros rutinarios labradores, y organizaría nuestra agricultura con todos los adelantos modernos. El proyecto, aunque vasto, no parece irrealizable, sobre todo cuando se piensa en que hay que comenzar desde el principio; es decir, liberar a nuestros agricultores del yugo de la especulación que les abruma, con perjuicio de sus particulares intereses no solo, sino de los del país entero, facilitándoles para ello recursos, y enseguida, darles enseñanza práctica, estímulo y recompensas. ¡Cuánto no aprovecharía a nuestros agricultores institución semejante y cómo sabrían agradecerlo! Inmediatamente, se tocaría el resultado. Esta Sociedad podría reunir un capital dado acumulado por acciones al portador, y emprender por sí algunos cultivos e industrias fáciles notoriamente productivos; y al mismo tiempo prestar a los agricultores, y hacer todo lo demás que le allegue recursos. Y como objeto secundario, otras tantas cosas eminentemente útiles al país, que estuviesen dentro de sus atribuciones. Las bases generales de esta Sociedad general de agricultura, que ya hemos señalado con el título de Liga Económica, están redactadas y sometidas al estudio de hombres de ciencia y experiencia. Si son posibles, aunque el proyecto es vasto, no es de dudarse que lo patrocinaría el patriotismo sensato y práctico, que debe hoy informar nuestros propósitos de bien para la República. Lo hecho ya en Puerto Plata es un principio de esa evolución en pro del trabajo, que es la única que nos puede dar seguridad y bienestar. Es cuestión de vida o muerte. ¡Asociación pues, asociación! El Eco de la Opinión, No. 428, 21 de enero de 1888.

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Ejemplo aterrador

Divagaba la pluma de redactor de periódicos en nuestra mano, en busca de sostenerla, en busca de objeto adecuado y digno de los intereses públicos, cuando bajo ella cayó como el rayo lúgubre suceso. Y óiganlo bien los que miran con criminal indiferencia cómo se desmorona en nuestro país la moralidad, delante de la cual van las bayaderas del vicio alardeando de la corrupción que lacera ya todos los órdenes sociales. Un honrado joven, sobre el cual llora en el momento en que escribimos infeliz madre desconsolada, pidió prestada una insignificante cantidad; indúcelo demonio tentador, va, juégala por adelantarla y la pierde. El epílogo es digno fruto de la maldita tentación. Llega a su hogar, en que la extrema pobreza daba horror, y lo enluta aún más horrorosamente atravesándose el costado de un balazo. Aún no muerto oye los desesperados lamentos de su madre, y entonces se arrepiente y dice: “Esto me resulta por el juego; aconsejo a mis amigos que se aparten del juego.” Si el triste cuadro sumerge en hondo meditar y hace desesperar de la sociedad, ¿cuál no será la constante desesperación de los que se representan en su conciencia día por día cuadros casi tan sombríos como ese? Sin embargo, indiferentemente se ve medrar el juego que corrompe costumbres, y toca con su virus tempranas almas y caracteres, corre la dañina murmuración por las reuniones como género al uso; fléchase la calumnia por ociosos o corrompidos entes contra la 245

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reputación de una mujer y una familia; pasiones atroces maquinan iniquidades entre los miembros de una misma familia; quienes, si no ponen lengua en la honra, hacen cosas peores, y quienes denuncian a la maldiciente publicidad su obra o su propósito de deshonor del hogar ajeno. La prensa es tribuna de verdad, y debe tronar, a falta de Juvenales, Balzacs, Fígaros. Se corrige aplicando el cautiverio, o se dispone uno a morir moralmente podrido por la corrupción general. Valga el remedio heroico, cuando el mal es grave e invade todo el cuerpo social. Y el remedio heroico es el que debe aplicar cuanto antes la administración pública a ese juego funesto que se amamanta, que se mima, de que se hace alarde, que se eleva a virtud social y no tardará en elevarse a dogma, y que por todas partes asoma hidrópico de vicios y arropa desde lejos con sus tentáculos a la inexperta infancia… ¡Maldito sea el juego! Acaba de exclamar un suicida a quien el juego le puso el arma en las manos. ¿Y qué palabras de consuelo le dirá el juego a esta madre infeliz que h perdido su hijo único y su solo apoyo en el mundo? El Eco de Opinión, No. 429, 28 de enero de 1888.

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Prosperidad

No es mentira que la República hace esfuerzos por levantarse de su postración; y de seguro que sin ella encontrara apoyo en la firmeza y voluntad de la clase culta sobre todo, se alzaría a transformación notable. Ella, a ojos vistas, busca el punto de apoyo; y esa es, ciudadanos, nuestra decisión. ¿Y no sabemos acaso lo que importa hoy día meterle hombros robustos a la obra de Febrero? Agrupémonos, pues, como un solo hombre. Que no hay recursos: los sacamos de todas partes. Que el comercio no presta mano amiga: tanto peor para él, si no entiende sus verdaderos intereses. Que el gobierno no toma iniciativa: no se necesita. El gobierno bueno en cosas económicas es el knowledge is power: querer es poder. Manejénse todos por esa noción, y allá veremos quién es el que al fin triunfa en todas las esferas de actividad social y económica. Tenemos un gran ferrocarril; pero eso quiere decir que es el que debe servirnos de modelo para construir otros, como este de Barahona a Neiba que el patriotismo ha acometido desde el 16 de agosto, aniversario de la Restauración y con que quiso celebrar dignamente tan fausto acontecimiento; pero que un fantasmagórico proyecto ha atado de pies y manos. Pues mientras tanto, que se piense en otras vías férreas y en otras empresas vitales, como está haciendo el Cibao entero. En Santiago se establecen sociedades prácticas y útiles, entre ellas, la que ha de dar impulso al ramal del ferrocarril que este mismo mes se tenderá hacia allá. En Puerto Plata se han propuesto que el Distrito tenga vida propia, porque le habían augurado muerte 247

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de asfixia a causa de la vía férrea; y como no está por morirse, el Distrito se despereza y echa mano a la agricultura como a una ruina que se le venía encima. Ahí está: sus campos son hoy campamentos de cultivadores y empresarios. La bahía de Samaná, la tierra de Canaán del porvenir de la República se agita sordamente: germina en su seno el principio de un desarrollo portentoso. La Villa de Sánchez, surgida ayer del pantano que recorría el arqueólogo en busca de reliquias de la civilización autóctona, colma buques de productos de todas partes, y es la magnífica portada del Cibao en transformación. Como prueba, véase la estadística de los puertos de Samaná y Sánchez, por donde se acaban de exportar mil sacos de cacao que equivalen a mil doscientos quintales. De San Francisco de Macorís procede la mayor parte, setecientos veinte quintales, donde ahora diez años se desdeñaba su cultivo. Y en todas esas comarcas, el cacao aumenta, el tabaco mejora y viene abundante, y el café en cantidad y calidad supera al de años pasados. La prosperidad quiere galardonarnos, pero la falta de organización retarda el progreso natural del país. No hay duda que a la función del poder social es a quien toca mover ciertos resortes, preparar ciertos elementos, así como garantizar la libre actividad de los diferentes órganos sociales; pero ello es cierto también que el individuo es el primer poder y que si él se mueve, con él necesariamente ha de moverse la máquina social; si se deja suplantar o anular, el funcionamiento de la sociedad se enerva, y si prefiere ser un imbécil, ni hay Sociedad ni Estado. Conocida esta verdad, la iniciativa individual, tanto en lo político como en lo económico, es el elemento esencial, sin el que no hay vida posible. Por eso, querer es poder. Quiera hoy la sociedad dominicana sentar la base de su futura prosperidad y ya aprenderá a ser libre y a regir democráticamente sus destinos. El Eco de la Opinión, No. 430, 4 de febrero de 1888.

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Contemplando

Admira y convida nuestra naturaleza. Ver esos intrincados bosques, en que la humedad y el calor, a una en su labor fecundante, amasan el mantillo; esas llanuras vestidas de pastosa yerba o altos pajonales y algunas empapadas con agua, y envueltas todas en tórrido sol; esos ríos que lamen márgenes en que lozanean las silbadoras cañas, o que educan sobre sus ondas claras el berro fresco y sabroso; las mismas rocas que sustentan vegetaciones vigorosas y ricos frutos, con pretextos de capa vegetal ligera, que siempre se han de vestir de verde a pesar de su aspereza, y a pesar de demolerlas la violenta mina o el mazo brutal; todo eso que cuanto hermoso y poético es por demás fecundo, como que denuncia nuestra glacial incuria. Tierra la más fértil del mundo, país que solo a la agricultura ha de deber su prosperidad, ¿cabe que sea eternamente pobre, y pobre el que la remueve con los rutinarios instrumentos, y pobre, hasta de entendimiento y voluntad, quien la habita viviendo prestada vida? Ese estado que no debe ser el de esta Antilla, no es el natural. Si la naturaleza puso en ella sobrados recursos a par que bellos encantos, fue para que el trabajo sacara a luz sus prodigiosos dones, nutriera brazos y espíritus, y la redimiese del ser primitivo. La sociedad en ella implantada no ha celebrado aún sus nupcias con la tierra. Desde lo alto de sus cimas las montañas, desde lo hondo de sus valles, miran con tristeza a esta raza de titanes caballerescos que no sabe qué hacer sus selvas, sus praderas y sus ríos, que no se ha desnudado aún el arco cimbrador del guerrero del noble conquistador castellano. 249

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No así el sajón acaparador y emprendedor. Armado del arado surca las estepas del Oeste, burla los pantanos de la Florida, abre el seno a la California, enhebra rieles sobre suelo salvaje, y a par que de sus fraguas salen pulida, la lámina de acero y la máquina cortés, salen en torrentes los rubios cereales que van a los graneros exhaustos de Europa, y como teje el humo de las chimeneas el aire todo, así la espiga del trigo y del maíz, filigrana las perspectivas. ¡Rico suelo de la América latina: estéril espíritu el de su raza! Acumulan los tiempos en el fondo de sus bosques vírgenes restos de su pompa, como hacinamiento de sepulcros que guarda la paz del infecundo silencio; y en el fondo de sus sociedades enfermas que desean paz de muerte, y huelgan de vivir en el orden artificial y feudal, aunque sea mito la libertad, el mandante arriba y “más abajo la ley”. Si quisieran conquistar de nuevo la tierra que no poseen ni los posee; si quisieran ser tribus de trabajadores mejor que puebladas de ilotas, la América sería un hervidero de organismos vivientes y conscientes y una confederación natural de nacionalidades poderosas. Pero cerremos aquí estas páginas; y abra las suyas el porvenir de estas generaciones sin vida ni objeto. El Eco de la Opinión, No. 431, 11 de febrero de 1888.

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Puerto Rico depósito comercial antillano y Santo Domingo

La Cámara de Comercio de la capital de la vecina Antilla española ha tenido un feliz pensamiento, útil cuanto trascendental. Lo verán expuesto nuestros lectores. El pensamiento es eminentemente comercial, y es de los que asegura efectiva importancia a los mercados. Desde luego, no es solo Puerto Rico quien gana en utilidad y crédito, es también Santo Domingo, como país productor y principal abastecedor de Puerto Rico, depósito comercial. Y que el principal tráfico se haga por Samaná, es idea para nosotros de capital importancia: la gran bahía necesita de todos los elementos posibles de desarrollo para ser lo que está llamada a ser. Y en cuanto a los pinos del Cibao, ¿qué mejor fuente de prosperidad como esa podría abrirse a las hoy florecientes comarcas del Norte ávidas de adelantamiento? Según dice en la Unidad Nacional de aquella Antilla quien debe saberlo bien, hay un pinar de esos que mide más de cincuenta leguas de extensión y que en parte atraviesa el ferrocarril. A tan bien pensado propósito, siga de parte de la Cámara de Comercio puertorriqueña activa propaganda; y diríjase a las casas de comercio españolas y borinqueñas de esas comarcas, que son pudientes, y sin duda la secundarán eficazmente. Y desde luego que la flota Sobrinos de Herrera de La Habana haga su entrada en Samaná. Muy bien piensa asimismo la respetable Cámara sobre la cordialidad y estrecha unión de las dos Antillas, Puerto Rico y República Dominicana. Sí es en efecto preciso que se fomenten entre ellas de un modo fecundo las relaciones 251

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comerciales que estrechan otros vínculos y mutuamente se ayuden en el propósito de su prosperidad futura. Importa a entrambas por igual que esta sea firme y estable, y que desde ahora se plantee sobre sólida base. Nuestros plácemes, pues, a la Cámara de Comercio de la capital de Puerto Rico, con cuya excelente publicación La Revista Económica dejamos desde ahora establecido el canje. Y al concluir, gracias sean dadas al compatriota que nos ha remitido estos datos; y que eficazmente trabaja allí por el adelantamiento de la República. El Eco de la Opinión, No. 435, 17 de marzo de 1888.

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Nuestra opinión

Vamos hoy a cumplir gustosos, más que un deber de compañerismo o cortesía, una misión noble y enaltecedora, como todas las que, naciendo del estudio o la consideración de las grandes cuestiones que interesan a la comunidad, atraen con su importancia la atención de todo ciudadano honrado y patriota. Vamos a ocuparnos del extenso y bien meditado artículo que sobre Ayuntamientos trae en su No. 10 el periódico montecristeño titulado Los Nuevos Poderes. Este colega importante, pronunciado siempre contra todo lo que sea desorganización y estacionamiento, se echa esta vez por el camino de las salvadoras reformas y pide algo de lo mucho que se puede desear para que los ayuntamientos de la República tomen una marcha que esté de acuerdo con los fines de su creación. Pide, en primer término, y tratando de buscar un medio de impedir que los ayuntamientos dejen de celebrar sesiones por falta de mayoría, como acontece casi siempre, pide, repetimos, después de algunas consideraciones sobre el particular, que se reformen los artículos 2º y 13º de la ley de ayuntamientos en el sentido de que se aumente el número de regidores para cada ayuntamiento, y se reduzca al tercio, por ejemplo de todo el personal, el número necesario para celebrar sesión. En segundo lugar, fijando su atención en el Art. 8º de la misma ley, y entrando en un orden de razonamientos que nada dejan que desear por oportunos, sinceros y patrióticos, prueba que el tal artículo no tiene razón de ser, así como tampoco el artículo de la Constitución política del Estado que le niega al extranjero el derecho 253

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de ser regidor de un ayuntamiento. Y después de hablar así, con acierto, con tino, y animado de los mejores propósitos, se dirige a los ayuntamientos de la República, al Congreso Nacional y particularmente a la prensa del país para que, estudiando detenidamente tales reformas, emita cada cual su opinión en el sentido que más conveniente lo crea. Y comoquiera de que El Eco forma parte de la última, y tiene por deber y por necesidad que corresponder atentamente a la invitación del colega montecristeño, va a permitirse, con su acostumbrada sinceridad, emitir la suya en el asunto de que se trata. Lamentable es, sin duda, lo que acontece a cada paso en casi todos los ayuntamientos de la República. Asuntos importantísimos que requieren una pronta solución de parte de este o aquel ayuntamiento, necesitan someterse a una larga espera por motivo de que la falta de mayoría absoluta, no permite en todo un mes celebrar una sola sesión. No hay duda de que tan grave mal debe atacarse prontamente, ya que tales son las proporciones alarmantes que presenta. Pero no creemos nosotros que para evitarlo o combatirlo, basta solamente atender a las reformas que solicita el colega montecristeño. El hecho que se deplora y se pretende evitar no depende, como supone el colega, del número de regidores, sino de la naturaleza del cargo que estos desempeñan. Siendo un cargo puramente honorífico y no habiendo leyes que establezcan penas severas para aquellos que faltan los deberes que él impone, no es extraño que en todos los ayuntamientos de la República abunden regidores indolentes que sin motivos justificables dejan de concurrir a sesión. Así, pues, las dos primeras reformas apuntadas por el colega, podrían, en cierto modo, ser provechosas a los ayuntamientos de la República, por cuanto aumentando el número de regidores y reduciendo al tercio del personal la mayoría para celebrar sesión, al mismo tiempo que se prestara más carácter y vigor a dichas corporaciones, se lograría fijar una mayoría para celebrar sesión, que ofreciera en la práctica menos entorpecimientos que la ya establecida. Pero como de lo que se trata es de evitar a todo trance los trastornos que surgen en dichas corporaciones por el poco interés que se toman sus regidores en asistir a sesión, y ya hemos averiguado cuál es el origen de esta apatía o indolencia, en

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la generalidad de los casos, hay que acudir por quien corresponda a medidas enérgicas, tales como la destitución, etc., para castigar en los regidores esa y otras graves faltas tan comunes como perjudiciales a los intereses de la comunidad. En cuanto a las otras reformas por que aboga el periódico montecristeño, estamos perfectamente de acuerdo. Si vamos a atender al Art. 8º de la Ley de Ayuntamientos, a cada paso nos encontramos con un representante de la nación que, por no reunir ciertas condiciones, no tiene derecho a figurar como regidor de un ayuntamiento. Y esto, como debe comprenderlo el Congreso Nacional, es un contrasentido, una anomalía que no debe pasar desapercibida por ningún concepto, pues a la vez que da una idea bien triste de nuestra organización política, aleja de los ayuntamientos a individuos que podrían muy bien prestar grandes servicios en dichas corporaciones. Tampoco creemos nosotros que debe negársele al extranjero el derecho de figurar como regidor de un ayuntamiento. El que tiene familia e intereses en la República, no es posible que sirva mal los intereses de la común en que vive. Hay, pues, que despojar a los ayuntamientos de sus atribuciones políticas y abrirle paso en ellos a tantos extranjeros honrados y dignos como abundan en la República. He ahí a todo el correr de la pluma, expresada nuestra humilde opinión sobre las reformas que propone Los Nuevos Poderes, de Montecristi, y cumplidos, por lo tanto, los deseos de dicho colega. El Eco de la Opinión, No. 468, 3 de noviembre de 1888.

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¿Se salvará la República?

Tristes y desconsoladores son los datos que tenemos a la vista acerca del estado de la República. Las agitaciones políticas, la mala administración de las rentas públicas, el poco interés de servir honradamente los intereses del pueblo, todo ha contribuido a traer el desconcierto y el desbarajuste que afligen al país y que han hecho pensar al gobierno en la contratación de un empréstito. Y aunque es cierto que dicho empréstito se ha llevado a feliz término por los encargados de contratarlo, no por eso puede echarse en olvido la situación actual de la República. El patriotismo y la buena fe no pueden hacerse ilusiones, pensando que el pueblo dominicano ha de vivir constantemente contratando empréstitos para atender a su subsistencia. Algo más honrado y noble que todo esto, piensan y esperan, en las circunstancias actuales, los que tienen fija su atención en la marcha que siguen los asuntos públicos. He ahí por qué se nota la impaciencia de parte de los que temen por la vida de la República. Pero no hay que desesperar todavía. Según los informes que hemos podido recoger últimamente, deseando el gobierno aprovechar la oportunidad de que la República sea conocida por sus productos en la exposición que ha de celebrarse en París en el 1889, ha votado la suma de seis mil y pico de pesos, para distribuirlos entre las diferentes comisiones encargadas de recoger los productos que han de ser enviados a la exposición aludida. Las comisiones de que hablamos se encuentran, pues, en aptitud de hacer un buen acopio de productos que pueda presentarse 257

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en una exposición como el testimonio más elocuente de las riquezas que encierra nuestro país. Y ninguna gloria más grande para la República Dominicana, que mostrar en sus productos, al universo el porvenir que guarda en su seno para el capitalista honrado y laborioso, para el emigrado perseverante y trabajador. Asistiendo a esas grandes exposiciones es como deben los pueblos darse a conocer al mundo, porque esas son fiestas del trabajo que enaltecen, y dignifican, no en las guerras civiles, porque ellas son abortos de la barbarie, que aniquilan y desacreditan!... El gobierno, pues, ha obrado bien ofreciéndole a las diferentes comisiones los medios de que carecían para la compra de productos del país. El dinero invertido con tal fin, tarde o temprano le servirá de algún provecho a la República; pues asistiendo a la exposición del 1889, tal como se propone hacerlo, además de los beneficios que puede proporcionarse, no dudamos que su población se aumente y que los capitalistas concurran a sus playas a explotar sus riquezas. Y dicho esto, conviene responder ahora a la pregunta que sirve de epígrafe a este artículo. Si el dinero del empréstito se invierte con el fin de organizar, crear y proteger en todos los ramos del servicio público, no hay duda, la República se salva. Pero si, por el contrario, falta la buena voluntad, si a todo se atiende, menos a aliviar la situación desesperante que nos agobia, hay que confesarlo, la República perece. Y todo, porque los pueblos necesitan para su vida y desarrollo, de orden y arreglo en sus funciones; de reformas sabias y provechosas en todos los órdenes de la administración pública, de mucha protección para los diferentes ramos que constituyen su existencia. Y esto no se consigue, y esto no se alcanza por solo el querer de los buenos, cuando faltan los recursos para realizar tales bienes. El tiempo de los milagros ha pasado para jamás volver. Hoy, si se quiere salvar la vida de la República, hay que ayudarla a levantar, velando por su suerte con paternal solicitud. Sépanlo los encargados del poder, para que todo lo que se haga por ella sea tan noble y tan patriótico, como todos los esfuerzos que

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se han hecho hasta ahora con el propósito de que los productos del país no pasen desapercibidos en la exposición que, con tanto calor, se prepara en París para el año 1889. El Eco de la Opinión, No. 469, 10 de noviembre de 1888.

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Unión Iberoamericana

Una vez más se nos presenta la ocasión de felicitar a nuestra República por haber acogido con calor y entusiasmo el levantado pensamiento de la Unión Iberoamericana. Esta noble asociación, que ha surgido en el presente siglo para gloria y honra de sus fundadores, realiza en los momentos actos meritorios a favor de nuestro pueblo, sin otro móvil que el de cumplir los altos fines de su creación. Dos son las cuestiones importantes que actualmente ocupan la atención del Centro matritense, y que se relacionan de una manera muy directa con nuestra República. Es la primera, por su naturaleza y carácter, la que más interesa al pueblo dominicano, pues se trata en ella nada menos que de averiguar el verdadero sitio donde reposan los restos del inmortal Colón. La segunda, aunque de menos trascendencia que la primera, no deja de merecer particular atención, porque ella versa acerca de la subvención que el Gobierno español acaba de retirar últimamente a los vapores de la línea Herrera. Ambos asuntos han dado motivo a que la Unión Iberoamericana, tomando una actitud digna, ponga de relieve el interés que tienen en cumplir honradamente su misión. He aquí cómo habla el periódico, órgano del Centro principal de la Unión Iberoamericana, al ocuparse de la primera cuestión:

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Los restos de Colón Vuelve a controvertirse el verdadero lugar donde reposan los restos del descubridor de América. Acordado por el Gobierno de S. M. y por el de Washington solemnizar el cuarto centenario del descubrimiento del Nuevo Mundo surgió entre los representantes de la gran Antilla la idea de traer al Congreso español un proyecto de ley para erigir un cenotafio digno a la memoria de aquel preclaro varón en la Catedral de La Habana, a la vez un monumento en el punto que también se designa. El Diario de la Marina se hace eco de este proyecto y le apoya con calor, y por su lado, El Teléfono, de Santo Domingo, dedica alguna atención a la materia, reivindicando para su país la posesión de los verdaderos restos de Cristóbal Colón, fundado en razonamientos que merecen examinarse sin ningún género de parcialidad. Comoquiera que el citado diario nos insta a que terciemos en el asunto y declaremos nuestra opinión, hemos considerado que, en el estado de las cosas, y respetuosos como somos del principio de autoridad en todos conceptos, el camino mejor y más seguro sería someter el punto al fallo de la Real Academia Española de la Historia, en cuyo seno se cuentan los hombres más eminentes en esta clase de estudios. Por lo tanto, dirigimos a la sabia Corporación el oficio que, con los demás documentos que originaron el debate, más abajo reproducimos. A nosotros se nos ocurren algunas reflexiones, basadas en los datos de la Historia, que más verosímiles se reputan; pero no nos arriesgamos a emitirlas, seguros como estamos de que en su día la Academia, ajena como se muestra siempre a toda pasión, e inspirada solo en los móviles más levantados, pronunciará su veredicto, teniendo a la vista cuantos elementos de pruebas puedan contribuir al esclarecimiento de los hechos, que alguien pretende rodear de nieblas y de dudas.

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España, bajo ningún aspecto, tiene el menor interés de herir los sentimientos ni amenguar las glorias, que de cualquier modo, corresponde a la hidalga República de Santo Domingo, que nos merece especialísimas simpatías y cariño, pues si no bastasen tantas y tan repetidas muestras de confraternidad como se han cruzado entre la Madre Patria y la hija inolvidable, vendría a aquilatarla la actitud patriótica y levantada que acaba de tomar el Gobierno de Santo Domingo, ante la oferta indecorosa y mezquina de un especulador yankee. También copiamos a continuación los oficios del cónsul de los Estados Unidos en Santo Domingo, y la repuesta altiva y honrosa del Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno de la República hermana, que merece ser grabada en letras de oro. Por lo que a nosotros y a la Unión Iberoamericana cumple, no tema Santo Domingo, no teman nuestros queridos compañeros seamos capaces de desatender sus razones, ni de ir de modo alguno contra sus derechos. Cuando las cortes españolas se ocupen del proyecto en cuestión, a las cortes iremos, para rogarlas el examen más atento y desapasionado del proyecto enunciado, no precisamente en la parte que se refiere a la concesión del crédito para levantar la estatua de Colón, que quisiéramos ver erguida y arrogante en todas las capitales del antiguo y nuevo continente, sino por lo que atañe al punto concreto de la legítima existencia y posesión de los restos del inmortal navegante:

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Madrid, 21 de septiembre de 1888. Excelentísimo señor Don Antonio Cánovas del Castillo Presidente de la Real Academia de la Historia. Excelentísimo señor: Sigue siendo objeto de controversia en la prensa de Cuba y Puerto Rico el punto referente a la posesión de los verdaderos restos del inmortal Cristóbal Colón. El Teléfono, de Santo Domingo, dedica al asunto los artículos que, en copia, tengo el honor de pasar a manos de V. E., con el fin de que, teniéndolos a vista, se sirva oír el autorizado juicio de esa docta Academia, fijando de una vez y para siempre el paradero legítimo de tan preciados restos. Ahora que el Gobierno de S. M. tiene dispuesto se celebre solemnemente el cuarto centenario del descubrimiento de América por el célebre navegante, es la ocasión propicia de procurar recaiga sobre el asunto un fallo inapelable. La Unión Iberoamericana, excitada por dicho diario a emitir su juicio, ha creído que nadie con mayores títulos en la cuestión que la Real Academia Española de la Historia, y en este supuesto me permito rogar a V. E. someta a la sabia corporación, en una de sus importantes reuniones, la solución de esta duda, rogándole se sirva comunicarme el acuerdo que recaiga para los efectos oportunos. Dios guarde a V. E. muchos años. El presidente de la Junta Directiva, Marino Cancio Villamil Corresponde ahora al Centro Dominicano aprovechar tan buena oportunidad, para enviar al Centro Matritense los libros,

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folletos, revistas etc., etc. concernientes al hallazgo de los restos del Gran Almirante, para que dicho Centro a su vez los envíe a la Real Academia Española de la Historia. En cuanto a los conceptos honrosos que dedica a nuestra República el colega matritense, y las espontáneas y valiosas promesas que a la misma hace el centro principal de la Unión Iberoamericana, es necesario no ser dominicano ni patriota, para no sentirse orgulloso, perteneciendo a dicha asociación. Por nuestra parte, confesamos sinceramente que estamos muy agradecidos al Centro matritense por el interés que le inspira nuestra República. Y todo esto, sin haber dicho una sola palabra aún acerca de la segunda cuestión, pues en ella hay también motivos para que nos mostremos reconocidos. Y si no, véase lo que dice el mismo periódico de que hemos hablado, ocupándose de ella: Quéjase la prensa dominicana de que se suprima en el presupuesto español la subvención que se concedió a los vapores de la línea Herrera, que, desde hace muchos años, viene sirviendo de lazo de unión entre las dos Antillas españolas y Santo Domingo, fomentando los intereses del comercio. Y a nosotros nos duele tanto más cuanto que, en cambio de una subvención mezquina, se continúan sosteniendo crecidos gastos y algunos pocos útiles, en ambos presupuestos de Cuba y Puerto Rico. Aquella medida antieconómica se toma precisamente cuando se hacían gestiones para extender la línea a Azua y Macorís por el Sur, y el Montecristi y Villa Sánchez por el Norte y Este. Por nuestra parte, haciéndonos eco de las quejas indicadas, nos proponemos llevar al Gobierno de S. M. la justa y oportuna pretensión que el Centro Dominicano ha dirigido a esta sociedad, y que publicamos en nuestro número anterior, solicitando que los vapores de la compañía Transatlánticos, que se dirigen de Puerto Rico a Cuba, toquen una vez siquiera, cada mes, en el puerto de Santo Domingo.

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El suelto que acabamos de reinsertar habla muy alto a favor de la Unión Iberoamericana, y particularmente del centro matritense. Es por este motivo que, al expresar nuestra gratitud a dicha asociación por los grandes y útiles servicios que actualmente presta a la República, no podemos resistir al placer de alabar la actividad del centro principal de la misma. Y así, creemos cumplir un sagrado deber para con dicha asociación. ¿Quién se consagra, como la Unión Iberoamericana a armonizar intereses y a estrechar el lazo de unión que debe existir en la gran familia hispanoamericana, merece, más que nuestras pobres alabanzas, la admiración y el respeto de todos los hombres? El Eco de la Opinión, Núm. 471, 24 de noviembre de 1888.

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Grave asunto

I Preocupa, con sobrada razón, a todos los gremios de nuestra sociedad, la publicación del decreto que con fecha 7 del presente mes, diera el Congreso Nacional, con el propósito de determinar, para lo sucesivo, la forma en que deben hacerse los pagos a la Hacienda pública. El desagrado general que con tal motivo se siente, no deja de carecer de fundamento. Y téngase entendido que decimos esto, admitiendo que el Gobierno haya tenido razones poderosas para obrar en el sentido que lo hace en dicho decreto. Estudiemos detenidamente el asunto, y fácilmente se comprenderá que el juicio que sobre este particular acabamos de avanzar, no es ni caprichoso ni errado. Para emprender con más acierto esta tarea, comenzaremos, pues, por reasentar el aludido decreto. Dice Así: CONGRESO NACIONAL En nombre de la República, por iniciativa del Poder Ejecutivo. DECRETA: Artículo 1º. Todos los pagos que desde la promulgación del presente Decreto deban hacerse a la hacienda pública, se efectuarán de la manera siguiente: 267

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De cada cien unidades se pagarán: 80 –ochenta– unidades en pesos mexicanos al tipo de cien centavos cada uno, o en pesos chilenos y peruanos al tipo de noventa centavos cada uno; o en billetes timbrados del “Banco Nacional de Santo Domingo” a la par, de los que circulan en virtud de la Resolución del Poder Ejecutivo de fecha 21 de diciembre de 1881. 10 –diez– unidades en monedas de plata corriente, en fracciones de cinco, diez, veinte, veinte y cinco, cuarenta y cincuenta centavos. 10 –diez– unidades en moneda nacional de níquel. § A falta de los veinte y unidades de fracciones de pesos y níquel, se admitirán en pago las cien unidades en pesos enteros a los tipos ya fijados. Artículo 2º. Nadie podrá ser obligado a recibir en pago de cuentas comerciales o privadas, monedas en otra proporción que la señalada para la recaudación de las rentas. Artículo 3º. Queda derogada toda disposición contraria a este decreto. Dado en la sala de sesiones del Congreso Nacional, en la ciudad de Santo Domingo, Capital de la República, a los 7 días del mes de noviembre de 1888; año 46 de la Independencia y 26 de la Restauración. El presidente, P. M. Bastardo. Los Secretarios: José Santiago de Castro. Francisco Richiez Ducoudray. Ejecútese, comuníquese por la secretaría correspondiente, publicándose en todo el territorio de la República, para su cumplimiento. Dado en el Palacio Nacional de Santo Domingo, a los 9 días del mes de noviembre de 1888; año 45 de la Independencia y 26 de la Restauración. El Presidente de la República, U. Heureaux Refrendado: El Ministro de Hacienda y Comercio, J. J. Julia.

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Basta penetrarse a fondo de lo que se dispone en el decreto que antecede, para comprender, desde luego, que lo que en él se impone al pueblo, no se concilia con la justicia ni siquiera con la equidad. La justicia aconseja en este caso, que el níquel, que es una moneda nacional emitida en la República por el Gobierno, sea aceptada en todas las oficinas y en todo el comercio, sin condiciones de ninguna naturaleza. No es justo ni moral que, después de hallarse en circulación una gran suma en dicha moneda, venga un decreto original a establecer condiciones para su aceptación. Si el Gobierno no cuenta hoy con recursos para recoger la cantidad de pesos que circula en níquel, no debe, por ningún concepto, colocar en triste condición precisamente la moneda que está en el deber de garantizar por haber autorizado su emisión. Pero hagamos caso omiso de esto y reconozcamos por un momento la necesidad de recurrir a medida tan violenta, y examinemos el decreto en cuestión. Ni aún en este caso, puede decirse que ha habido acierto de parte del Gobierno, pues el níquel está, en el decreto de referencia, en la misma proporción que lo que llamamos entre nosotros plata corriente, especie de moneda inservible que rechazan todos los mercados extranjeros y aún muchos comerciantes de nuestra plaza comercial. Así queda demostrado, que el decreto de que hablamos, aún en el caso de que haya sido inspirado por una suprema necesidad, desprestigia al níquel que, como moneda nacional, debía admitirse por moralidad y deber en la Hacienda pública, en una proporción mayor que la llamada moneda corriente, desacreditada y generalmente rechazada por su mal estado e ignorada procedencia. Y recuérdese que hablamos así contando con la condescendencia del pueblo, pues tratándose del níquel, nadie más obligado a aceptarlo en cualquier forma, que el Gobierno que lo introdujo en la República. A pesar de todas estas razones, el comercio de esta ciudad, que pudo con derecho solicitar del Gobierno la reforma del citado decreto, en el sentido que dejamos expresado más arriba, se ha

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limitado tan solo a establecer la siguiente proporción para someterla al criterio del Gobierno: 15 unidades en níquel. 35 id. moneda corriente. 50 id. en mexicanos. ¿Se desatenderá la petición del comercio? ¿Prevalecerá el decreto en la forma que ha sido votado por el Congreso Nacional? No lo esperamos así. Está en la conveniencia del Gobierno, por no decir de la República entera, que triunfe la petición del comercio. Conocida ya la proposición del comercio, vamos a agregar algunas palabras más para terminar este artículo. Pensamos de una manera muy distinta a la que piensa el gremio comercial de esta ciudad en el asunto que nos ocupa. Creemos que el Gobierno, no tan solo debe aceptar en cada cien unidades, cuarenta o treinta, por lo menos, en níquel, sino que si comprende la poca estimación de que goza en todas partes la llamada moneda corriente, debía aprovechar esta oportunidad para prohibir su introducción en la República, contrasellando toda aquella que pase por las aduanas, como se acostumbra hacerlo en todo pueblo con la moneda que se presta a vergonzosas negociaciones con menoscabo de la riqueza pública. Así, y tan solo así, se evitarían a la República los días aciagos que le esperan por motivo de esa moneda inservible que ella acepta para su propia ruina.

II De nuevo volvemos a ocuparnos en el asunto de que tratamos en el editorial del Núm. 465 de este semanario. Piensan muchos que la solicitud suscrita por el comercio de esta ciudad, pidiendo, en el sentido que ya conocen nuestros lectores, la reforma del decreto fecha 7 del mes de ppdo., y sometida por el Poder Ejecutivo al Congreso Nacional, será desatendida por este Alto Cuerpo. Nosotros nos resistimos a creer que suceda tal cosa.

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Mantener en toda su fuerza el citado decreto, sería imponer como ley una disposición injusta que llevaría el desaliento a todos los corazones. Los representantes del pueblo deben inclinarse ante la razón y el derecho. La reforma que solicita el comercio de esta ciudad, no es una reforma caprichosa, como suponen algunos. Ella nace y se desprende como consecuencia forzosa, de la necesidad en que se encuentra el gremio comercial de admitir, en cualquier proporción, el níquel y la llamada moneda corriente; pues siendo ambas las monedas que circulan en mayor cantidad en la República, determinar reglas para su aceptación, sería suspender el curso de los negocios, y por lo tanto, provocar una perturbación perjudicial a todas luces. Debe tenerse en cuenta, ante todo, que el níquel es la moneda de la clase proletaria, y que no deben ser heridos con esa medida restrictiva, los intereses de la clase más numerosa de nuestra población. Hay que convenir, además, en que ni el pueblo ni el comercio son responsables de los males que se pretenden hoy evitar con medidas tan violentas como el Decreto a que ya hemos hecho referencia. Cada vez que ha sido necesario y oportuno, pueblo y comercio han pretendido alcanzar el apoyo del Gobierno para tomar providencias contra la moneda que desde hace algunos años viene arruinando a la República. Si a todas estas razones, se agrega la circunstancia de que es el níquel una moneda emitida por el Gobierno, nada más justo que el Congreso Nacional se decida, no tan solo a cumplir los deseos del comercio sino también a reformar el citado decreto en un sentido más favorable todavía para el pueblo. Así lo creemos nosotros, y así lo espera la República entera para su propio bien. El Eco de la Opinión, Núm. 472, 1º de diciembre de 1888.

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El fallo de la Academia

No sin gran pena hemos leído en el Boletín de la Unión Iberoamericana, de Madrid, fecha 1 de noviembre, el artículo que lleva por epígrafe “Los restos de Colón”. En dicho artículo, como lo verán nuestros lectores, se da a conocer la contestación de la Academia de la Historia, de España, al mencionado centro matritense sobre el delicado asunto que le sometiera concerniente al lugar donde reposan las cenizas del inmortal genovés. He aquí el citado artículo: Los restos de Colón En nuestro número anterior dimos cuenta de la polémica entablada por la prensa de Santo Domingo y la de La Habana a propósito de un proyecto de ley que los diputados por Cuba han presentado al Congreso español, encaminado a honrar la memoria del inmortal descubridor de América. Parten del hecho, los firmantes del proyecto, de que los restos de Colón han sido trasladados desde Santo Domingo a La Habana en 1795, y con este motivo los dominicanos protestan de tal aserto, sosteniendo que los verdaderos restos yacen en su primitivo lugar, en la Iglesia Catedral de dicha República. Como hubiésemos sido requeridos a emitir nuestro juicio en esta enojosa cuestión, y no nos considerásemos con competencia bastante para hacerlo, sobre todo existiendo una Real Academia de la Historia, compuesta de las más acrisoladas 273

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reputaciones, a ella acudimos, rogándola se sirviese examinar de nuevo este punto y ver si se aducían pruebas irrefutables que hiciesen variar el juicio que pasa por más autorizado. La docta Corporación, guiada de un viso deseo por todo cuanto pueda conducir al esclarecimiento de los hechos que el transcurso del tiempo torna oscuros o dudosos, ha tenido la bondad, que le agradecemos debidamente, de ocuparse, en una de sus importantes sesiones, del caso que hemos sometido a su desapasionado e imparcial fallo, y en atenta comunicación, fecha 17 del pasado mes, manifiesta que, como no se aducen nuevos argumentos ni otras pruebas que las ya conocidas y que la Academia tuvo a la vista al emitir el Informe que de Real Orden, fecha 19 de diciembre de 1879, se imprimió y publicó por el Ministerio de Fomento, no podía modificar en nada absolutamente sus anteriores juicios. El Informe a que se refiere la Academia y que fue redactado por encargo del Gobierno de S. M. para aclarar el punto histórico de que nos ocupamos, es, sin duda, un estudio notable y luminoso, de que acaso no tengan conocimiento los dignos escritores de Santo Domingo, porque no le han citado en ninguno de sus artículos. Si así fuese, nosotros, con el más solícito afán por contribuir a que la verdad se restablezca y la opinión no se extravíe, los recomendamos fijen su atención y aprecien las razones que exponen en el dictamen o informe aludido. La Academia, fundada en las mejores razones que le sugirió la crítica histórica, y sin miras ni perjuicios de ningún género, desempeñó su misión; y desde entonces acá, no observa haya ocurrido ningún hecho ni que se haya descubierto ningún documento que pruebe haber sido aquella inducida en error. Y ahora, por nuestra exclusiva cuenta y como idea que acaso obtenga el beneplácito general, pues desde luego encierra una previsión muy atendible, nos permitimos indicar que “constando la última voluntad de Colón de que sus restos hubiesen de ser trasladados a Santo Domingo para que allí permaneciesen ad perpetuam”, y siendo por otro lado, más

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natural que, de no cumplirse esto, descansen en España, opinamos que deben volver a Sevilla tan preciadas reliquias, coincidiendo el acto con la celebración del grandioso centenario que se prepara. Nosotros declaramos sin ambages que los restos de Colón en toda ley procede se conserven en Sevilla o Santo Domingo y no en La Habana, porque no hay cláusula religiosa ni civil que lo legitime. La docta Corporación en esta vez, como lo hizo en noviembre del 1879, vuelve a incurrir en el lamentable error de no reconocer lo que ya tan evidenciado está, y tan reconocido se encuentra por las Academias históricas de otros países que se han ocupado en este asunto. Ningún esfuerzo tenemos que hacer para probar que el informe a que ella alude, carece de la autoridad o del carácter que se le quiere dar. La Academia de la Historia, cada vez que ha tratado de emitir su opinión sobre el particular que nos ocupa, ha demostrado al mundo que ella ignora, o al menos rechaza, el camino que conduce a la averiguación de la verdad. Tratándose del verdadero lugar donde reposan los restos del Gran Almirante, su fallo no ha sido nunca justo ni imparcial. Partiendo siempre de un principio falso, ha tenido necesariamente que caer en una consecuencia falsa también. Echemos una ojeada al informe del 1879 a que ella se refiere. Como escrito literario, no hay duda, tiene mérito indiscutible el informe del señor Colmeiro, que fue el designado por la Academia para escribirlo; pero como documento histórico, como fallo sobre un asunto de alta trascendencia que importa al mundo entero, allí falta lo esencial, lo que se busca, lo que debió hallarse, lo que no quiso encontrarse, sin embargo de estar saltando a los ojos: la verdad que se desprendía de las pruebas que se tenían presentes al pronunciar el fallo. Esto que decimos hoy, y que repetiremos siempre, no es un cargo injusto que dirigimos contra el Sr. Colmeiro ni menos contra la Academia de la Historia; es simplemente la consecuencia lógica

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que resulta del estudio del citado informe. En él se echan a un lado los más preciosos datos y solo se atiende a dejar satisfecho el amor propio mal entendido. En cuanto al último fallo de la Academia sobre el mismo asunto, basta saber que se funda en el primero para estimarle en cuanto vale. Es un fallo caprichoso, parcial y temerario, que ni aun en la misma España, en esa España que no ambiciona para sí glorias ajenas, encontrará eco simpático. Por de pronto, el centro principal de la Unión Iberoamericana, la asociación de los grandes pensamientos, no se inclina ante él, sino que, por el contrario, vacila y dice: Nosotros declaramos sin ambages que los restos de Colón en toda ley procede se conserven en Sevilla o Santo Domingo; y no en La Habana, porque no hay cláusula religiosa ni civil que lo legitime. Las palabras del centro matritense constituyen una protesta contra el fallo de la Academia. Pero aún se necesita una protesta más elocuente todavía, para que la duda desaparezca por completo y brille la verdad con todo su esplendor. Esta protesta la tendremos tan pronto se recurra al arbitraje para resolver de una vez y para siempre el asunto que ha motivado tantas polémicas. Aconsejamos, pues, al Centro Dominicano de la Unión Ibero que no pierda tiempo en proponer este medio al centro matritense para que él a su vez lo proponga al Gobierno de S. M. El arbitraje es el único medio más apropósito para resolver asuntos de esta naturaleza. ¿Tendrá el Gobierno de S. M. inconvenientes en someterse al medio que hoy proponemos? Lo que sí podemos asegurar es que, dado caso que se lleve a cabo nuestra proposición, quedará probada una vez más la parcialidad de la Academia. El Eco de la Opinión, Núm. 473, 8 de diciembre de 1888.

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Ferrocarril de Samaná

Las poblaciones por donde pasa el ferrocarril de Samaná continúan progresando de una manera notable. El señor T. McLelland, administrador de dicho ferrocarril, y con quien hemos tenido el gusto de hablar últimamente sobre el particular, nos asegura que aquella parte de la República se encuentra muy animada. En La Vega, principalmente, se nota mucho movimiento en el comercio y un aumento considerable en la población. La exportación de frutos del país por la Aduana de Villa Sánchez aumenta cada día más. Respetable es la cantidad de café, cacao, cueros, etc. que en estos últimos meses ha transportado el ferrocarril. Según datos que tenemos a la vista, pasan de 50,000 los serones de tabaco en rama que se han conducido al puerto de Villa Sánchez en este año. El número de pasajeros también aumenta de una manera considerable. La empresa se encuentra altamente satisfecha de los resultados que obtiene y de la buena acogida que le dispensan los habitantes de Macorís, La Vega, etc. Hablando de esto, nos dijo el señor administrador: “mientras ayer encontrábamos dificultades y disgustos, hoy vemos con satisfacción que ya La Vega defiende como cosa suya los intereses de la empresa”. Esa confesión del T. McLelland honra al país, y, particularmente, a la población de La Vega que, protegiendo los intereses de la empresa ferrocarrilera, da un solemne mentís a los que se ocupan en desacreditar la República en el extranjero. 277

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Nosotros nos alegramos mucho que la empresa se encuentre en tan buena armonía con la provincia de La Vega, y más nos alegráramos todavía si eso que dice el señor McLelland de dicha provincia, lo pudiera decir también de las demás poblaciones por donde atraviesa el ferrocarril. La empresa que ha sabido comprometer grandes capitales en una obra tan beneficiosa para el país, como el ferrocarril, bien merece ser respetada y cariñosamente atendida por aquellos pueblos. En distintas ocasiones lo hemos dicho así, y hoy más que nunca creemos oportuno volver a repetirlo a aquellos que se olvidan de las cuantiosas sumas que ha gastado la empresa sin haber conseguido hasta ahora concluir sus trabajos. Es tiempo ya de que comprendamos que si el señor Baird no acomete esa obra gigante, nadie, absolutamente nadie, hubiera arriesgado sus capitales en ella, y que, por lo tanto, está en el deber de todos los dominicanos no mostrarse exigente con dicho señor cuando al presente ha dado ya tantos beneficios a la República.

*** Al escribir las líneas anteriores, hemos tenido el pesar de leer en el Nº 14 de El Santiagués, lo siguiente: La Compañía del Ferrocarril de Samaná a Santiago paraliza, suspende sus trabajos en La Vega, y no es sino ahora que los hijos del Yaque se dan cuenta de los efectos de la fatal sorpresa que lograra la dicha Compañía sobre el Gobierno Dominicano en su última injustificable prórroga. Y decimos con pesar, porque, a la verdad, nos entristece que el colega santiagués se muestre tan severo con la empresa. Si es cierto que él tiene interés en que el ferrocarril llegue a Santiago, debía tratar de ayudar a la empresa a vencer las dificultades que puedan presentarse en sus trabajos; nunca dar a conocer su impaciencia con palabras hirientes que a nada conducen.

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Pensar que el señor Baird suspende los trabajos de La Vega a Santiago, con el propósito de burlarse del Gobierno dominicano, es pensar una cosa que no tiene razón de ser. Siendo Santiago, como es, una de las poblaciones más importantes del Cibao, es lógico suponer que la empresa debe tener empeño en cumplir cuanto antes su contrato con el Gobierno. Debemos convenir, además, que ella debe tener muy presente que, de no hacerlo así, llegará el día en que se verá al Gobierno en el caso de cederle a cualquier otra empresa que lo solicite, el derecho de continuar los trabajos del ferrocarril. Ahora bien, dado caso que llegue la última hora y la empresa no cumpla su contrato, entonces y solo entonces habrá motivos para dudar de su buena fe. Mientras tanto, juzgamos inoportuno avanzar sobre este asunto juicios tan atrevidos como los del colega santiagués. El Eco de la Opinión, Núm. 474, 15 de diciembre de 1888.

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El nuevo teatro

Dijimos en nuestro número anterior que la juventud capitaleña, movida por un verdadero espíritu de progreso y una bien entendida necesidad pública, habíase impuesto la ruda tarea de levantar en esta ciudad un teatro que, por sus condiciones y demás, fuese acreedor al título de tal. Y que para llevar a efecto ese magnífico y laudable propósito, pensaba dicha juventud organizar una sociedad, dando en esta vía los primeros pasos, invitando a los admiradores de lo bueno y de lo bello, a formar parte de ella, sin exclusión de personalidades. Hoy de nuevo vamos a poner al servicio de la iniciada idea nuestro humilde contingente en el periódico para animar una vez más a la prosecución de la obra, a aquellos que tan oportunamente han sabido pensar en ella. El grado de cultura a que por suerte ha llegado la sociedad dominicana, y la corriente de inmigración que, aunque lenta, va acentuándose cada vez más en nuestro pueblo, son parte a significar de un modo preciso la necesidad de un buen teatro donde concurrir a solazar el espíritu al amparo de las comodidades indispensables a toda obra acabada. Vivimos en una época de adelantos de todo género; en una época caracterizada por el esfuerzo individual y por los empeños de la juventud ilustrada; en una época donde los corazones levantados gritan vigorosamente porque la República avance decidida por el camino del progreso, y porque la ciudadanía arroje lejos de sí ese espíritu de quietismo que la muestra a los ojos de los buenos como 281

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enemiga de los adelantos nacionales y refractaria a las manifestaciones de la civilización actual. Toda obra de progreso merece la general atención, y fuerza es que los dominicanos, sea cual fuese su estado y condición, concurran generosamente a coadyuvar en la meditada por la juventud capitaleña. El proyectado teatro es de facilísima ejecución, siempre que el entusiasmo no decaiga y que los obreros del bienestar público prosigan resueltos e inalterables al fin que se proponen. Y no se nos arguya que la juventud en este caso se manifiesta ilusa e inexperta por aquello de que entre nosotros todo cuesta grandísimo trabajo. ¡No! La Capital cuenta con hombres progresistas y espontáneos, y fácil es asociar iguales elementos. Ahí están sino los señores Vicini, Leyba, Castro [Apolinar] Marchena [Eugenio] e infinidad de caballeros que no mencionamos por no aparecer prolijos en la enumeración. Cuenta además la Capital diversas agrupaciones constituidas que bastarían por sí solas a imprimir un carácter respetable a lo propuesto. Véase a la sociedad “Amigos del País” dando enaltecedor ejemplo de su patriotismo y espíritu de bien en la reconstrucción de un edificio para su Biblioteca Pública, debido únicamente al esfuerzo de sus miembros y al deseo de propender algo al adelanto del país por cuantos medios le sean posibles. Nosotros, pues, estamos convencidos de que la juventud llevará a cima su propósito asociándose a todos los que, como ella, sientan palpitar el corazón a impulsos de la generosidad y aman con ferviente amor las manifestaciones todas del progreso. ¡Que no desmayen y que la buena suerte sea la compañera inesperada en sus tareas! El Eco de la Opinión, Núm. 475, 22 de diciembre de 1888.

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La Penitenciaría

En época anterior, y cuando apenas nadie meditaba sobre una cuestión tan trascendental para nosotros, como es el establecimiento de una Penitenciaría en la República, un periódico de esta ciudad, La Crónica, que por cierto se ha distinguido siempre por su elevado espíritu de patriotismo y de amor de humanidad, batallaba tenazmente, y con nutrido acopio de razonamientos poderosos, porque los gobiernos y ayuntamientos realizaran, en bien del país la importante obra de que venimos hablando. Y a pesar de haber sido el pensamiento de referencia un pensamiento noble, y digno por consiguiente de la atención general, pasó desapercibido, como regularmente acontece entre nosotros para con todo aquello que tienda al mejoramiento común, y por lo tanto, a la organización de la sociedad. Desde entonces no había vuelto la prensa a ocuparse del asunto. Hoy, felizmente, nuestro colega de Montecristi resucita la idea iniciada por La Crónica, abogando enérgica y saludablemente por el establecimiento de la referida Penitenciaría; y nosotros, con el calor que nos presta el ardiente anhelo de ver prosperar nuestro país, vamos también a dedicar a la materia propuesta algunas pobres líneas que quizás contribuyan a estimular a los que deben obligatoriamente pensar en ella. Decir que la Penitenciaría es una obra laudatoria y que son incalculables los bienes que de ella reportaría la sociedad dominicana, es decir lo que todos, absolutamente todos, conocemos. No se escapa a la penetración general que el estado de nuestras cárceles es deficiente para la represión de los castigados por la Ley. 283

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En vez de regenerar, provocan en los detenidos los acerbos dolores físicos y corrompen así mismo más y más la naturaleza moral, puesto que realmente alardea el vicio y las expansiones deshonestas de la ignorancia en medio de los infectos calabozos que ellos ocupan en virtud al mandato de la ley que los condena. A veces un hombre, y en un momento de exaltación o de completa estupidez, se convierte en criminal sin que apaciente su alma el ansia del crimen por el crimen mismo. Y para purgar el hecho cometido, se le arroja a la cárcel donde la comunicación de malhechores por instinto, y la ociosidad enervante y la blasfemia de los impenitentes, forjan al fin de aquel hombre un ser miserable cuando pudo regenerarse y tal vez ocasionar a la Patria, a la sociedad y a la familia días gloriosos de satisfacción y de honra. Decididamente, la Penitenciaría excluye la escuela del vicio porque, organizada laboriosamente, ella viene a ser para los detenidos la escuela moral, intelectual y material. Viene a ser, hasta cierto punto, la madre protectora de los que, por espíritu de maldad o por accidente desgraciados, hayan delinquido. Ahora bien: el fin de toda ley sabiamente dictada es el de moralizar cuanto más y el de restringir así en la sociedad las manifestaciones odiosas de hechos punibles; y el pueblo dominicano apenas puede holgarse de una garantía completa con respecto a las irrupciones del bandolerismo. Vese a cada paso la impunidad amenazando con mayores riesgos a la individualidad, sin que basten a reprimir el abuso indicado, ni el grito de la sociedad ofendida ni los esfuerzos y predicaciones de la prensa. Una Penitenciaría vendrá indudablemente a poner remedio a males de tan alta trascendencia, siempre que obre sobre aquella la atención y vigilancia necesarias de parte de nuestros gobiernos y ayuntamientos. Y para esto, conveniente nos parece su establecimiento, no en una isla adyacente, como opina el colega de Montecristi, sino en el seno mismo de la Capital, por razones que no se escapan al buen sentido. Lugar apropósito para la obra enunciada es, sin duda, el denominado La Fuerza, de esta ciudad, donde hay espacio suficientísimo

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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para construir aquella, y donde no tendría que invertirse una cantidad exorbitante para darle las condiciones del caso, puesto que, en parte, tiénese de antemano ahorrado gran trabajo. Allí puede levantarse fácilmente un edificio de condiciones ventajosas y que, como dice el colega de Montecristi, sea al mismo tiempo corrección, templo, escuela primaria, biblioteca, escuela de artes y de oficios, escuela de agricultura y caja de ahorros. Esfuércense los llamados a hacer todo esto en llevarlo a cumplido término y se habrá logrado una obra de reconocida importancia. El Eco de la Opinión, Núm. 476, 30 de diciembre de 1888.

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Libertad de la prensa

En días pasados llegó a nuestra mesa de redacción uno de los últimos números del Correo de Caracas, y particularmente nos fijamos en un importante suelto que, bajo el rubro que encabeza estas líneas, corre inserto en la sección correspondiente. Refiérese a que el general Barillas, presidente de Guatemala, “tiene el noble propósito de fundar allí la libertad de la prensa, con cuyo motivo dirigió a los jóvenes redactores de La Metralla, periódico de aquel país, una honrosa comunicación en los términos siguientes: Mucho me agrada el verlos escribir con independencia, pues mi mayor deseo es que los jóvenes se inspiren en ideas dignas, y ojalá que siempre piensen como hoy. Yo lo que quiero es que todos me hablen con la verdad, que me digan lo que no esté de acuerdo con la opinión pública, que critiquen con energía a los empleados que no cumplan con su deber y que atenidos a que sus faltas no han de ser denunciadas, cometen abusos que desacreditan a mi Gobierno; yo no quiero que estén solo adulándome, porque comprendo que se cometen mil faltas porque nadie está libre de equivocarse, y por eso es que quiero una prensa imparcial y despojada de todo interés, que se inspire solo en el bien del país, que haciendo a un lado insultos degradantes critique los hechos sin herir personalidades; porque de lo contrario sería convertir el periódico en pasquín. En efecto; actos como el indicado honran altamente al Magistrado que tan espléndidamente ha procedido así; y dan manifiesta 289

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seguridad de la imposibilidad en la imponderable estimación que del gobierno tiene y del raro patriotismo que lo inspira. No todo ha de ser absolutismo mezquino en nuestras incipientes repúblicas latinoamericanas. No todo ha de ser manifestación degradante de adversos sistemas a la libertad y al derecho; no todo ha de ser efecto de la maldad política. Nuestros pueblos piden luz porque existe en ellos una fuerza interna que los impulsa a los anhelos del bien y del progreso, y que los hace presentir el estímulo de satisfacciones felices que la libertad guarda en su seno. Ellos nacieron para la lucha titánica que la necesaria civilización lleva en sí misma, y quieren campo libre donde poder desplegar sus facultades y ejercitar los móviles de sus aspiraciones y calentar los medios de su actividad. Y ninguno como la libertad de la prensa, que por lo mismo que ella tiene facultades soberanas modela el adelanto de las naciones y concierta las disposiciones colectivas o parciales a un fin fecundo en resultados para la comunidad de intereses, o para la comunidad de hombres que son también intereses del alma. La prensa, la prensa libre ha sido para todos los pueblos la reguladora eficaz y el fiel termómetro que mide la altura de sus imparcialidades; ha sido para la libertad humana, motor supremo; para la vida del hombre social, fibra política; para la universalidad de la conciencia pública, astro que ilumina con inmenso calor la vía de las verdades demostradas. Y en sus manifestaciones grandiosas, en sus empujes de gigante, en sus luchas santificadas por el verbo de la libertad general, en sus tendencias ilustradas ha marcado el camino del porvenir y enseñado la alteza y la sublimidad de las victorias de la inteligencia. ¡Bienaventurados los pueblos que tengan una prensa libre que les sirva de faro en la contienda de sus aspiraciones nobilísimas! La República Dominicana ansía también la libertad absoluta de su prensa para bien de ella misma y como testimonio de su cultura; y la ansía, no en el beneplácito de una Constitución perpetuamente desprestigiada sino en la práctica de la misma libertad periodística.

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Quiere, pide, exige la libertad de la prensa; pero no la quiere ni la pide fundada en promesas vanas, en atenciones sospechosas. Y como nosotros deseamos eso mismo de que Guatemala puede hoy disfrutar y de lo que debe sentirse orgullosa y satisfecha, nos inclinamos respetuosamente ante el general Barillas y felicitamos al pueblo guatemalteco a nombre del patriotismo de la sociedad dominicana. Que perdure en Guatemala la libertad de la prensa para honra y provecho de su ciudadanía, y que los Magistrados de las demás naciones que constituyen la América latina, y en las que por desgracia no reine tan satisfactoria garantía, se inspiren en el acto honrosísimo y justo del general Barillas, el cual ha servido de tema a las presentes líneas. El Eco de la Opinión, No. 477, 5 de enero de 1889.

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Pro patria

Vamos al porvenir; despejado el espíritu de pasiones desdorosas, henchida el alma de vivísimos afectos, radiantes de contentamiento por las aspiraciones benignas del patriotismo y los ensueños del corazón en sus ansias de engrandecimiento y de progreso. Llevemos de la mano a la Patria de nuestros afanes y desvelos e iniciémosla en los afortunados combates de la civilización actual; y así, cuando las glorias adquiridas en la lucha del trabajo dignificador sean glorias del talento y virtud dominicanos, la habremos coronado con el laurel inmarcesible que adornara la activa frente de la arrogante Grecia, y la habremos conquistado noble sitio en el concierto de los países civilizados que constituyen la vanguardia de los adelantos modernos. El arte, alma poética de las maravillas del orbe, une en la plenitud de su majestad los principios eternos de las grandes concepciones, y reivindica del olvido los nombres oscurecidos por el egoísmo o la ingratitud humana, y con ellos los portentos de la inteligencia, el vigor de las ideas, los trofeos de la conciencia honrada, la estética del idealismo y la psicológica emanación del sentimiento. Empecemos, pues, por obrar en nosotros el milagro del arte y descubramos a su poderío las disquisiciones de nuestras tareas. Inauguremos la esuela del arte y seamos solícitos en la consciente elaboración de sus fines; apellidémonos artistas de pura fe y de levantado propósito y logremos al cabo las primicias del porvenir que nos aguarda. 293

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Fuera del arte, como de la ciencia en sus diversas aflicciones, todo es fórmula vaga o pienso ilógico del capricho o del entendimiento. Nada vive, nada perdura lejos de la escuela positiva de la verdad nacional. Podrá la inteligencia armonizar una fábula, con el auxilio de la tangibilidad de las cosas, nunca con los medios efímeros de la fábula misma. Porque así como la tradición nos cuenta que en la antigüedad, y para explotar el sentimiento religioso e infundir en él la fe del fanatismo sin ley y sin razón, se levantó al vacío el acerado sepulcro de Mahoma auxiliado secretamente por el célebre electroimán que la sostuviera sin peligros ulteriores, así la fábula no podría interesar nuestra naturaleza si no tuviese como término la verdad incontrovertible y como mágico aliciente las bellezas del arte. He aquí, pues, que debemos procurar para deducir la verdad de ella el porvenir que ha de aguardarnos; y para lo cual, el acopio de razones exentas de futilezas discordantes, y la organización esmerada de las voluntades que han de servirlas de apoyo y de guía, será el primer órgano que habremos logrado proporcionarnos para la conquista indicada. Anhela contemplar de cerca de sus hijos embebidos en la discreta contemplación de sus caros intereses dedicando parte de la común tarea a la investigación detenida del más adecuado modo de vida que ella ha menester. Les pide con inusitada ternura el sacrificio de sus pasiones y les implora de rodillas la caridad del patriotismo como inequívoco testimonio de que aún laten sus corazones a impulsos de la dignidad y del decoro… Y en las agitaciones del trabajo, en las activas faenas de la industria, de la labor del bien por el bien mismo, de la práctica de la libertad en todas sus manifestaciones, de los esfuerzos del arte y de la ciencia unificadas, funda la Patria sus glorias del porvenir, y las funda llena de amor, llevando en sus labios el perdón y en su alma lacerada el reconocimiento dulce y sencillo de la madre virtuosa y santa, a pesar de haber sido vilipendiada fementida por los mismos hijos a quienes reconoce, perdona y bendice…

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¡Qué noble, qué grande y próspera será la Patria de Febrero cuando consagren a ella los vástagos de su amor una hora siquiera de honradas intenciones, una hora siquiera de trabajo y de luz! ¡Qué bella y elocuente y feliz será también cuando el reinado de las promesas cumplidas se inaugure en su seno! Seamos de hoy en adelante artistas inspirados; desechemos las tentaciones de la prevaricación; rehuyamos las seducciones del medro vulgar, desvanezcamos el delirio de la maldad con la inspiración del patriotismo y forjemos en cada cerebro un laboratorio de honra, de energía, de trabajo sin tregua, de creaciones noblemente vinculadas. ¡Edifiquemos el porvenir de la República! El Eco de la Opinión, No. 478, 12 de enero de 1889.

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Verum est…

Nuestro estimado colega El Santiagués, en su edición del 3 de enero del corriente año, hace esfuerzos por refutar lo que, con respecto a la empresa del ferrocarril del Cibao, dijimos imparcialmente en nuestro editorial del 15 de diciembre último. Pero jamás la pasión ha sido consejera, y he aquí que el colega de referencia discute el asunto indicado sin salir de la confusa órbita que aquella le demarca a sus razonamientos. Quisiéramos ver al Santiagués meditar con la calma necesaria la cuestión altamente importante que discutimos. Y a fuer de periodistas honrados confesamos hoy, que acaso no tarde leeremos en las columnas de aquel, frases dictadas por una lógica más enaltecedora y convincente. Hemos dicho, y repetimos mientras la razón nos guíe e ilumine, que si es verdad que Mr. Baird, al aplicar sus capitales en la empresa del ferrocarril de que hablamos, tuvo por honrado móvil el goce de los intereses que ellos debían producirle, no es menos cierto que sin los multiplicados esfuerzos de dicho señor, la veloz locomotora no silbaría por las angustiosas soledades que atraviesa; y Dios solo sabe por cuántos años habría permanecido el Cibao en el miserable estado de casi-naturaleza en que se encontraba. Pero por desgracia acontece a los pobladores del Cibao que, cuando la Providencia ha tocado a sus puertas llevándoles ese imponderable motor de civilización y de progreso, habrían deseado que por obra de milagro del ferrocarril llegara a su último extremo, sin contar ni calcular las inmensas dificultades que conllevan obras de ese género, y sin parar mientes en que siendo esta una 297

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obra de porvenir y no teniendo la empresa asegurados los intereses del capital, se ve precisada a aconsejarse con toda la prudencia necesaria, contando sin duda con el desarrollo que ha de producir la vía férrea en la industria y agricultura del territorio que atraviesa. Esto no obstante, tenemos la firmísima convicción de que, por lo mismo que la empresa tiene allí colocados capitales que por lo menos representan las dos terceras partes del costo total de la línea, tiene aquella, más que ningún otro, interés en ultimarla, puesto que de esto depende la mayor suma de sus ingresos. Las razones expuestas no se escapan, no pueden escaparse a la rectitud del honrado criterio de nuestro honorable colega El Santiagués. Mr. Baird, con el objetivo de su sana especulación y todo, no dejará de ser para los corazones agradecidos uno de los hombres que más han contribuido al progreso de nuestro país. Y bastaría fijarnos en el hecho altamente significativo de que la línea férrea, en su tráfico actual, no representa el interés del capital invertido. Estimulemos al generoso empresario, demostrémosle nuestro reconocimiento; obsequiémosle con la promesa formal de nuestra eterna gratitud, y no acibaremos una vez más la ancha copa de sus vicisitudes y contratiempos con juicios, respecto de su obra ferrocarrilera, como los apasionadamente consignados en las columnas de El Santiagués. Todos en la vida humana trabajamos por adquirir fortuna y regalamos con las adquisiciones de nuestras nobles tareas. Y cuando acudimos a suelo extraño a invertir en él un capital logrado en otra parte, guiados por el sensato interés de multiplicarle más y más, el resultado de nuestras faenas a la vez que nos remunera ampliamente, desarrolla en ese suelo extraño nueva fuente de riquezas que más tarde viene a ser para este el mejor galardón y la más satisfactoria conquista. Día llegará también en que nuestro apreciado colega El Santiagués se penetre profundamente de que no servimos por esta o aquella mala razón los intereses de la Empresa del ferrocarril; sino que, convencidos de la verdadera y única causa que motiva la tardanza

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de que la línea férrea no se halle a estas horas en la invicta Santiago de los Caballeros hemos querido salvar la verdad y disculpar en algo con nuestras benevolentes disposiciones al honrado empresario de la enunciada obra, de los ataques que, “como periodista independiente” le dirige nuestro colega del Yaque. Terminamos, pues, esperando para lo sucesivo la mayor prudencia de parte del periódico El Santiagués cuando trate asuntos que, como el discutido, lo reclaman inusitadamente. El Eco de la Opinión, No. 479, 19 de enero de 1889.

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Res non verba

El hecho de que no hace quince días proyectó un grupo de dignos caballeros –merecedores de todo respeto y de algo así como cariño venerable por la honradez, moral y virtud que los caracterizan– la reparación de la santa Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, y de que ya hoy hayamos visto con nuestros propios ojos, efectuado en parte, el laudatorio proyecto, puesto que se ha dado principio a los trabajos y casi en su totalidad se hallan a disposición de los operarios los materiales que para la obra son necesarios, es lo que realmente se llama patriotismo, edificante prueba de bien, actividad suma, convicción nobilísima de lo que para la vida y adelantamiento de los pueblos significa la iniciativa individual. ¡Felices las sociedades que cuenten en su seno hombres de tan relevantes condiciones como las que adornan a ese grupo a que nos venimos refiriendo, y cuyos nombres no consignamos hoy, no tan solo por haberlo hecho en número anterior cuando dimos la buena nueva del propósito de referencia, sino porque es muy fácil adivinarlos y descubrirlos –cuando no se tuviera noticia de ellos– de entre los muchos que viven y trabajan en esta ciudad! Así, así es como se cumplen las disposiciones de los espíritus levantados, y se verifican esas revoluciones del progreso a que tanta y tantísima gloria han conquistado siempre los infatigables obreros del bien y de la civilización! Y cuenta que nosotros no queremos ver, en la obra de ese grupo aludido en estas líneas, el trato de un esfuerzo asombroso. No; que harto pequeño es si se compara con el más humilde triunfo de la voluntad humana. 301

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Pero sí queremos ver, y lo vemos ostensiblemente, el testimonio fehacientísimo de lo que puede el buen deseo, y de lo que alcanza la actividad del hombre cuando para hacer algo provechoso no experimenta otro desvelo que el bien mismo, ni obedece a otra ansia que a la producida por el vivo amor que lo mueve, que lo impulsa hacia las luchas de todo lo que de algún modo testifique la honradez de los principios acariciados y desarrollados en el alma, y la eminencia de una labor fecunda en ejemplos de verdad y de grandeza. Y mucho nos enorgullece contar en el número de los dominicanos, individualidades de tan altos quilates como esas de que hemos hecho particular mención, porque esto da lugar a que esperemos de ellas nuevas obras en beneficio de esta sociedad, y el que, armonizando de nuevo la iniciativa que las distingue, impriman a muchas otras cosas que tenemos por hacer, la marcha que a estas conviene, para efectuar así, y mediante corto tiempo, una verdadera revolución en pro de nuestro adelanto local. Porque si en quince días han logrado recaudar fondos suficientes para la reparación de la Iglesia del Carmen –la que por lo menos consumirá mil quinientos pesos fuertes– no será difícil que, convertida la atención de esos señores a otros asuntos de mayor interés, logren, auxiliados por las personas pudientes y entusiastas por la prosperidad común –que a esta obra, justo es consignarlo, han contribuido extranjeros y miembros de otras comunidades religiosas– realizarlas con tanta o más actividad que la desplegada en obsequio del referido templo. Y como nosotros no podemos, por hoy, contribuir sino con nuestras frases de aliento y con el franco y sincero homenaje de nuestra admiración hacia todos los que trabajan generosamente por la grandeza de la República y el bello ornato de esta ciudad, he aquí que estaremos siempre dispuestos a hacerlo cada vez que se obre en ambos sentidos y se consigan victorias tan señaladas como la que hoy contribuimos a exultar. Y haciendo aquí un pequeño paréntesis, consignaríamos en él, antes de terminar estas líneas, varios nombres ilustres por sus merecimientos que no han desmayado nunca en las nobles faenas del

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progreso nacional, si no temiéramos quizás herir involuntariamente la modestia de ellos, y si también no fueran tan espléndidamente conocidas sus obras y trabajos. Perseveren, pues, unidos en las luchas del progreso, estos y aquellos hombres de alma pura y poderosa, y levantarán al cabo un templo en cada corazón agradecido, a la vez que conquistarán brillante página en la historia de la República Dominicana Felicitemos una vez más a los dignos compatriotas que tan noblemente se impusieron la ruda tarea de allegar recursos para la restauración de la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen. El Eco de la Opinión, No. 484, 23 de febrero de 1889.

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El día de la Patria

A los primeros albores del 27 de Febrero –el día clásico de la Independencia– despertó la ciudad heroica, y, con significativas muestras de satisfacciones íntimas, dio principio a los públicos regocijos con que solemniza el patriotismo el aniversario de la magna fecha. Los suaves y melódicos acordes de la música, los hurras del entusiasmo, el ruido de fuegos artificiales y el robusto clamoreo del pueblo, fueron las primeras salutaciones hechas al amanecer de ese día en que todos se sienten conmovidos por el recuerdo de los egregios Padres de la República, y en que deponiendo los rencores de la política y las rencillas del personalismo, se confunden los corazones en obsequio a la conmemoración del hecho que diera vida, honra y libertad a la Nacionalidad Dominicana. El pabellón cruzado ondeaba en las ventanas y balcones de la ciudad, y los pabellones de los países amigos, queriendo asociarse a la gloria de Febrero, se desplegaban también dulcemente agitados por la fresca brisa que, como prenda de paz y de feliz consorcio, soplaba con la misma cadencia para todos. Las calles de “La Separación” y del “Comercio”, adornadas en toda su extensión, y luciendo las demás uno que otro obelisco, presentaban al transeúnte la modestia del esfuerzo individual en ofrenda a los héroes del histórico “Baluarte”. Pero lo que más enorgullecía, por su carácter esencialmente espontáneo y por la significación elocuente del testimonio en sí mismo, era contemplar, en la confluencia de las calles particularmente mencionadas, un arrogante y vistoso arco que el honrado gremio de extranjeros dedicaba a los dominicanos en el día de su 305

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Independencia, según la elegante frase que lucía en el frontispicio. Y justo es que exclamemos aquí con toda la fuerza de nuestra alma. ¡bien por ellos que han sabido conquistarse de ese modo las simpatías y el reconocimiento del pueblo dominicano! Según rezaban los programas, que desde la víspera circulaban con profusión por todas partes, a las 8 en punto de la mañana debía instalarse el Congreso Nacional, y después de este acto el juramento del Vicepresidente de la República, por encontrarse en las provincias del Cibao el Presidente reelecto. Empero, nada de eso pudo efectuarse hasta el día 1ro. del corriente. La minoría en que se encontraba el alto Cuerpo de referencia, fue obstáculo poderoso a privar el cumplimiento de lo dicho, originando así un grave trastorno en la forma constitucional, por cuanto alteró sus prescripciones. De aquí, que por espacio de tres días no tuviéramos gobierno constituido, y que una autoridad anómala estuviera rigiendo los destinos del país. Más atención debe ponerse en lo sucesivo para evitar cosas como esta; y mucha más si consideramos que en pueblo alguno de la tierra resultan de tanta trascendencia y gravedad como la que extrañó la falta cometida. Y como el ciudadano Ministro de Fomento debía ocupar la presidencia de la Suprema Corte de Justicia, en virtud del nombramiento que de él se hizo en oportunidad, he aquí también que la Suprema Corte no pudo instalarse porque el Sr. Garrido siguió al frente del Ministerio aludido, como consecuencia de no haberse podido efectuar la transmisión del Poder en la fecha prescrita. Sigamos en la reseña de las fiestas del 27 de Febrero: Los periódicos El Mensajero, El Teléfono y La Crónica, en edición especial, lucieron respectivamente en homenaje al fausto día el retrato del Fundador de la República Juan Pablo Duarte, del mártir del Cercado, Sánchez, y el pabellón dominicano. Frases de encomio, de verdadera gratitud resplandecen en las columnas de esos periódicos cuyo envío agradecemos sinceramente. Y siguieron las fiestas de las multitudes hasta la noche del día celebrado, en la que el Ayuntamiento de esta ciudad había dispuesto

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en la Plaza de Armas la retreta de costumbre anual con fuegos artificiales e iluminación del palacio que ocupa. Todo, todo contribuyó a realzar las glorias que se celebraban, y el patriotismo dominicano demostró una vez más con cuánto orgullo y veneración reverencia la memoria de los héroes de la Independencia. Duarte, la idea, vivirá mientras vivan espíritus patriotas, y las generaciones todas perpetuarán su memoria. Mella, como prototipo del esfuerzo en nuestra cruzada de la libertad, vivirá también unido su nombre al del venerable primer Trinitario. Sánchez, héroe y mártir del Cercado, aparecerá por todos los siglos cubierto con la gloria que tan heroicamente supo conquistar. Y Santana…¡Y qué! ¿os asombráis?… Pues bien, asombraos cuantos queráis; pero no neguéis apasionadamente que él fue la victoria, el gigante de aquella lucha titánica. La Historia dirá, cuando con más imparcialidad se escriba, que Santana –“en Azua y Las Carreras, ni antes ni después”– fue aquel denodado guerrero que afianzó con su espada la Independencia de la Patria. El Eco de la Opinión, No. 485, 2 de marzo de 1889.

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Quedan complacidos

Algunos amigos nos suplicaron, a última hora, el que por órgano de este periódico les digamos si es obligatoria o no la aceptación privada del peso mexicano mutilado, y vamos a complacerlos a la medida de lo equitativo en la materia indicada. El Ejecutivo nacional, por medio de un decreto de fecha 1º de febrero último, prohíbe terminantemente la aceptación de dicha moneda en todas las oficinas fiscales de la República, fundando sus consideraciones en que la circulación de los citados pesos mexicanos ocasiona dificultades en el comercio y por ende provoca pérdidas a la riqueza pública. De aquí que sea muy lógico deducir que nadie, absolutamente nadie, esté obligado a recibir en pago monedas de igual naturaleza, y que sea esta una cuestión de rigurosa imperancia para todos, puesto que el Ejecutivo no admite la precitada moneda en los pagos que deban hacerle por este o aquel concepto a sus oficinas fiscales en la República. Y como la mente del Ejecutivo en la resolución de referencia ha sido corregir el abuso de que se introduzcan en el país por ningún tipo de monedas deterioradas, por cuanto ellas causan alteraciones peligrosas en las transacciones comerciales de la plaza y empobrecen a la vez al país en general, he aquí que el Decreto aludido está en toda la fuerza de lo que la razón y la justicia aconsejan. Muchos habían hecho, de eso mismo que el Decreto condena, una verdadera mina para sus negocios, desde el momento en que en la vecina isla de Puerto Rico corren los pesos mexicanos 309

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mutilados con un 20% de descuento, y ellos los introducían en este mercado con el valor de un peso fuerte. Con este, pues, sucedía que mientras los agiotistas comprometidos en esta operación ganaban un 25%, el pueblo sufría sobre sus hombros la referida carga y disminuía por lo tanto el valor de sus productos o trabajo. Lo repetimos. Apoyados en el Decreto de fecha 11 de febrero, nadie está obligado a aceptar en pagos de este o aquel negocio, el peso mexicano mutilado. Con lo lacónicamente expuesto quedan complacidos los amigos que nos suplicaron las aclaraciones que informan este editorial. El Eco de la Opinión, No. 486, 9 de marzo de 1889.

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Escuelas de Artes y Oficios

Moralizar por medio del trabajo y de la enseñanza a la clase pobre; formar de cada uno de los componentes de la comunidad desvalida un órgano de utilidad pública y privada, revolucionar el espíritu de los hombres que estos inclinen al orden en sus hábitos, creencias y costumbres, para alcanzar la mayor suma de perfección moral, darles el pan del alma unido al pan de la vida material, es, en sus diversas aplicaciones prácticas, una de las tendencias más sublimes y provechosas, por convencida y espontánea, que entraña el establecimiento de una Escuela de Artes y Oficios en esta ciudad, y a la que presta decidido impulso el infatigable presbítero don Francisco X. Billini. Abierta hace días a todos cuantos deseen aprender y trabajar, la referida Escuela viene a llenar entre nosotros uno de esos vacíos que de largo tiempo se hacía sentir poderosamente, por cuanto la carencia de ella influía en el estado de desorganización social que atravesamos; ya que el ocio desenfrenado de los que, extraños a las riquezas, sentían el peso de sus adversas contrariedades, provocaba a cada paso la consumación de hechos contrarios a todo principio de honradez y pulcritud, y de la propia y ajena estimación del sujeto. Los altos beneficios que a la sociedad en general reportará la continuación de tan útil establecimiento, no han de escaparse al buen entender de la mayoría de los asociados, ni necesitan el que nos esforcemos en su precisa demostración. Basta calcular lo mucho bueno que de la creación de Escuelas de igual naturaleza han reportado los pueblos en los cuales 311

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oportunamente han sido creadas, y las ventajas de orden políticoeconómico-social que para ellos se derivan de la eficaz continuación de aquellas, para que se regocije el espíritu en las magníficas consideraciones de lo que para nosotros será, no tarde, la modesta Escuela fundada en esta ciudad por el virtuoso presbítero Billini. En la Escuela de Artes y Oficios de que nos ocupamos, podrán concurrir sin preguntárseles de dónde vienen, todos los que anhelen echar una base o crearse un principio de porvenir propio, auxiliados como lo estarán indudablemente por el honrado celo de los maestros que se les designen, y estimulados a la vez por las seguridades que tendrán de poder cooperar de algún modo al sostenimiento de sus familias con los frutos que logren adquirir con la constancia que la labor exige para los fines expresados. Únese en esto, al aprendizaje de un oficio el cultivo de la inteligencia; porque no solo será el establecimiento indicado un centro puramente de trabajo material, sino que también las facultades intelectuales encontrarán en él una base en que desarrollarse, puesto que sus alumnos recibirán la parte de instrucción necesaria y la que les pueda servir más tarde, o más temprano, de médium posible a su prosperidad como individuos sociales. Que la humanidad es tan varia en su destino, tan caprichosa en sus evoluciones, que a veces el que ayer no era otra cosa que un ser harapiento y sin medios de vida laudable, es hoy una entidad estimable por sus merecimientos, respetable por la categoría conquistada por sus propios esfuerzos, y digna de las consideraciones a que todo ser honrado e inteligente, virtuoso y digno se hace acreedor sin reservas de ningún género. La perfección del ser es ley de la naturaleza. A ella concurren las disposiciones y tendencias del corazón cuando este tiene en sí los gérmenes de la educación moral, o cuando sin tenerlos se les encarna a fuerza de ejemplos y de estímulos provechosos, y también por fuerza del imperio de la verdad en todo y del correctivo más eficaz cuanto más oportuno. A este fin, pues, concurre humanitariamente la Escuela de Artes y Oficios; a formar hombres útiles a la familia y a sí propios en primer término, a la sociedad y tal vez a la humanidad entera. ¡Que a nadie es dable penetrar los designios del Omnipotente, ni esculcar

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la potencia generadora de la inteligencia cuando después de haber permanecido aletargada, brilla de súbito, por el influjo que el estudio haya en ella operado! Préstesele apoyo decidido de parte de gobiernos y ayuntamientos, y hasta de sociedades particulares, a centros de tanta trascendencia como el que nos ocupa, y lograremos reorganizar esta tan corrompida sociedad en que vivimos, y con ello echar las bases de la felicidad nacional que tanto anhelamos y por la que tanto se desvela el ánimo de los que piensan de veras en la Patria, en la familia y en el engrandecimiento de la colectividad dominicana. Parécenos estar convencidos de que el Pbro. Billini atenido a sus propios recursos, que por desgracia del país son muy estrechos, no tendrá vida para el sostenimiento de tan meritorio Centro, y si el Gobierno y el Ayuntamiento no prestan su concurso subvencionándole con una suma que por hoy responda a sus más perentorias necesidades. En esta virtud, estimulamos a que procedan a hacerlo así, ya que la iniciativa individual suplió lo que obligatoriamente correspondía al deber del Gobierno del Ayuntamiento. Esperamos que sea oída nuestra voz y que se obre de aquel modo a la mayor brevedad, para entonces felicitarles en nombre de la justicia y del patriotismo. El Eco de la Opinión, No. 488, 23 de marzo de 1889.

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Seamos demócratas

La democracia, con sus esfuerzos titánicos, ha venido a ser la gran niveladora del ente social ante la conciencia pública. En la política tiene la democracia sus convicciones y sus fines; en la sociedad sus normas y sus medios; en lo ideal sus arreboles y prismas; en lo real sus luchas; en la práctica sus peligros, y en todo la legitimidad de sus creaciones y la alteza de sus atributos. Hija de las convulsiones y arranques de la común aspiración y del general sentir, ha logrado ser ungida con el óleo del ascendiente universal. No en vano la democracia ha podido revolucionar provechosamente las ideas, y con ello socavar las añejas meticulosidades del absolutismo. La libertad es la fuente de las riquezas del pensamiento como este es la fuente de las victorias de la ciencia. La democracia eslabona una y otro y los empuja a la perfectibilidad rutilante por la que tanto batalla, desde sus primeros pasos, la especie humana. Hase pretendido destruir las ventajas de la democracia en la Ley y en el Orden con las relaciones exageradas de sus peligros, sin parar mientes en que estos aumentan o disminuyen en razón directa de la educación moral-política de los pueblos y de los hombres. El pueblo norteamericano, por ejemplo, será el más demócrata de los pueblos de la Tierra, así como la refractaria España de Carlos V será la nación más absolutista y más enemiga de la igualdad democrática, a pesar de los esfuerzos y predicaciones del corto número de sus republicanos ilustres. 315

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La diferencia de educación política explica el fenómeno. El primero nació demócrata no obstante la forma monárquica que encontró al nacer, y el abuso de sus progenitores bastó para despertar en él la aspiración de la libertad y enardecer la fibra de su característico temperamento cívico. El segundo nació aristócrata, creció aristócrata y aristócratamente vegeta en la intolerancia de sus instituciones, sin que basten a realizar en él la reacción pretendida los estímulos de la igualdad, las promesas de los mismos privilegios, de la misma categoría, de las mismas preeminencias sociales con las reglamentaciones del caso, y de las mismas atribuciones dentro de la soberanía de la masa común. Crecen y se multiplican allí los obstáculos a medida que se advierten apóstatas de la libertad que maldecir, tránsfugas que vituperar, y egoísmos mal aconsejados e inconsecuencias que combatir. España, pues, no logrará –o si la llega a lograr será demasiado tarde– una reacción beneficiosa a su organismo político. Base esencial, aunque ya rudimentaria por conocida, de la democracia política, es, sin género de duda, la alternabilidad en los Poderes públicos de una nación. Sin el exacto cumplimiento de ese principio equitativo y eminentemente justo, la palanca salvadora de la democracia no tendrá acción provechosa, y degenerará en despotismo lo que el hombre preconizó como buena forma y como sistema adecuado, especial, característico al adelanto y progreso de los pueblos libres. Porque del mismo modo que el divino Homero –según afirma un erudito historiador moderno– creando una religión con su divina poesía inventó las artes y celebrando a los valientes preparó los triunfos de Maratón y Arbela, la democracia, creando la doctrina de la alternabilidad en los poderes inventó el medio de la regeneración política de la humanidad y disputando sus secretos a las sabias legislaciones antiguas preparó la redención social de las presentes y futuras generaciones. Es práctica común que, donde el imperio del exclusivo querer pretenda arraigar sus métodos de gobierno, las revoluciones a mano armada serán frecuentes y hallarán de todos modos eco simpático en el corazón de la ciudadanía ofendida.

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Pues bien; para sofocar, para contrarrestar el empuje violento de los pueblos cuando después de haber vivido por largo y penoso tiempo en la asfixiante esfera de una obediencia pasiva impuesta por el vigor de sus mandatarios, se despiertan frenéticos a la reconquista de sus fueros, no hay, en buena política, como abrir campo a sus naturales aspiraciones y franquearles el paso. La historia así lo confirma en todas y cada una de sus importantes páginas, y la prudencia lo encarece maravillosamente. Evitar desgracias, eludir por medio de actos patrióticos las aflictivas vicisitudes que los rudos sacudimientos populares puedan ocasionar a la Patria, es alto deber que la dignidad exige a los gobernantes. Ser demócrata en ese sentido es tener alta noción de lo que la democracia impone, y de los fines a que esta históricamente se encamina. Las luchas de las pasiones enconadas por no ceder al pueblo lo que del pueblo es, constituyen el prólogo de una ruina inminente para todos. Rehuirlas es patriótico, provocarlas es insensato. Dar ascenso a las naturales pretensiones del verdadero civismo es enaltecedor y justo; abrumar de obstáculos el derrotero de esas naturales pretensiones es como si se agitase en el seno mismo de la cólera un combustible de mayor violencia… Temibles son, bajo todos conceptos, los furores del pueblo cuando, cansado de sufrir y de ser paria, se levanta de su acerba postración. ¡Las embravecidas turbonadas del océano en una lóbrega noche de tempestad, no semejan ni por asomo esos oleajes del pueblo en sus convulsiones frenéticas! Poco le importa la inmolación de millares de víctimas, el hacinamiento de cadáveres, la destrucción en todo su horror, si para lograr la reivindicación de sus derechos conculcados debe combatir sin tregua hasta vencer o rendir el aliento. ¡Esas tempestades las conjura el verdadero patriotismo del gobernante, cediendo el derecho en toda su plenitud a las masas populares, esas tempestades se encadenan o desarman haciendo prácticas las instituciones, y cumplimentando el mandato de la democracia de anteponer a toda conveniencia y aspiración

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particular las conveniencias y aspiraciones siempre legítimas del pueblo soberano! Vinculados el honor y el deber de un magistrado cualquiera en una sola consustanciación; refundidos en una sola especie el respeto y la virtud, el bien que resulte de componentes de igual género determinará cuando menos la marcha progresiva de los asociados. La democracia, pues, ejerce su salvadora influencia en estos casos y da una vez más testimonio elocuente de la eficacia de sus doctrinas. Seamos demócratas en la más elevada significación de la palabra; seamos demócratas siquiera un día, y las ventajas que hemos de recoger justificarán de una manera incontrovertible que, para adquirir el grado de civilización política a que se encuentran otros pueblos es tan necesaria la democracia bien entendida como para la vitalidad humana las activas funciones orgánicas de su constitución. ¡Seamos demócratas, y el esfuerzo de la ciudadanía honrada salvará la República! El Eco de la Opinión, No. 494, 4 de mayo de 1889.

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Grave asunto

I Por cartas últimamente recibidas de Baní, hemos tenido conocimiento de lo que ocurre en estos días entre el ingenio Italia y los pobladores de Nizao, Don Gregorio y Santana. Es el caso, que en dicho ingenio existe un alambique y al votar sus mostos corren a precipitarse al río que lleva el nombre del primero de los lugares mencionados, ocasionando así graves perjuicios a la salubridad de aquellos habitantes, puesto que el mosto descompone las aguas del río de tal manera que apenas se puede hacer de ellas sin que se experimenten enfermedades terribles como son la fiebre maligna y las diarreas incontenibles. A tan alarmante extremo ha llegado el asunto, que gran número de individuos de aquellos contornos solicitaron al Ayuntamiento de Baní que impidiera enérgicamente lo acontecido. Pero aquella Honorable Corporación, como es de pública notoriedad, casi nunca se reúne en sesión, olvidando de ese modo los altos fines, responsabilidades y deberes a que está compelida como Cuerpo en quien la comunidad ha depositado su confianza, y a quien ha delegado las facultades necesarias para el manejo de sus intereses en la diversidad de sus aplicaciones y relaciones. Esto ha dado lugar a que el presidente del referido Municipio aconseje a los peticionarios de Nizao, Don Gregorio y Santana que se dirijan –¡oh mengua!– al Ayuntamiento de San Cristóbal exponiéndole los fundamentos de sus quejas y las reclamaciones consiguientes. 319

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Este solo hecho ha indignado violentamente a aquellas infelices gentes; a tal punto ha llegado su exaltación que ya, viendo las dificultades que empiezan a oponerse para dirimir el asunto por las vías legales, se disponen a hacerse justicia por sí mismos, impidiendo que el alambique del ingenio Italia arroje sus mostos al río Nizao. Nosotros, cumpliendo los deberes del periodismo, y atendiendo a la justicia que sobra en esta materia a los habitantes de que venimos hablando, aconsejamos al propietario del predicho ingenio, o a la autoridad correspondiente, se digne atender las razones aducidas, prohibiendo el expresado abuso que, a no ser a la mayor brevedad, será causa suficiente para hasta cierto punto justificar lo que pueda ocurrir respecto de aquellas pobres familias, ya resueltas a arrostrar las más penosas eventualidades con tal de que cese por completo la causa que motiva sus fundadas quejas, y los administradores o trabajadores del ingenio Italia. Es deber de conciencia, es deber de justicia, lo que se pide; y ante la salud amenazada de un sinnúmero de familias, los más grandes intereses particulares se posponen sin reserva ni tardanza. Arrojar materias corruptibles al río de donde se surte de agua toda una población entera, entraña grandes responsabilidades y es de ningún modo disimulable. No somos tan cándidos ni exagerados que vayamos a suponer con los habitantes de Nizao que el río de su nombre está envenenado, como ellos aseguran. Pero sí estamos convencidos de que la gran cantidad de mostos que a él se arroja, es causa suficiente para descomponer las aguas y de aquí el malestar que se nota en todos los que hacen uso de ellas. Urge, en esta virtud, impedir cuanto antes la prolongación de aquel estado de cosas, y urge tanto más cuanto que, como ya hemos dicho, los de Nizao, Don Gregorio y Santana están resueltos “a hacerse justicia por sí mismos.” Evítense desgracias, y cúmplanse las disposiciones de la Ley.

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II Desde las columnas de El Boletín Comercial nos dirige el señor Juan B. Vicini una carta en la que desmiente todo cuanto referimos en el artículo publicado en nuestro número anterior, bajo el epígrafe que encabeza estas líneas. Excusamos repetir aquí la salvedad de que solo por cartas últimamente recibidas de Baní, fue que llegó a nuestro conocimiento lo que, en obsequio a los pobladores de Nizao y demás lugares circunvecinos, tuvimos a bien denunciar, y que, no conociendo prácticamente los terrenos en que radica el ingenio Italia ni sus inmediaciones, nos es punto más que imposible aseverar con entera energía lo expuesto en el artículo que motiva la carta del Sr. Vicini, hasta tanto no recibamos detalles precisos, claros, terminantes, de personas fidedignas, sobre la materia discutida. Sin embargo, es sumamente extraño que, pasando las cosas como afirma en su carta el propietario del ingenio Italia –lo que no dudamos en atención al carácter y honradez de dicho señor– es bien extraño, repetimos, que los pobladores de Nizao, Don Gregorio y Santana hayan levantado tan agudo y penetrante grito sobre aquella cuestión, y que personas de considerable crédito y de una respetabilidad no común por sus manifiestas condiciones morales, nos hayan informado todo lo contrario de lo que asevera el Sr. Vicini en la carta que nos dirige desde las columnas del bisemanario de que hablamos. Nosotros, sin que sea nuestro ánimo poner en tela de duda lo dicho por el señor Vicini, y sin entrar a discutirle los términos generales de su atenta carta, ni rebatir con acopio de razonamientos sus más esenciales puntos, no podemos prescindir de hacer notar muy a la ligera algunas cosas que nos sugiere la razón natural de los hechos y sus consecuencias más precisas en este asunto que nos ocupa. Manifiesta el Sr. Vicini que el personal del ingenio Italia se surte de agua sin peligros de ningún género en el arroyo Santa Cruz, no obstante recibir este arroyo “el desagüe de los terrenos del ingenio”. Bien puede suceder así, porque remontando los mostos del

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alambique, claro está que el agua se halle exenta de toda descomposición y sea por lo tanto aplicada a las necesidades de la vida. Ahora, en cuanto a los habitantes de Nizao, Don Gregorio y Santana, puede resultar que, para proveerse de agua buena, verifiquen un rodeo sobre el río Nizao, ocasionándoles estos trabajos y contratiempos que se evitarían, a no ser por el malestar que se experimenta, según ellos, desde que hacen uso de las aguas revueltas con el mosto que a ellas se arroja. Y nótese aquí que el Sr. Vicini no niega que los mostos del alambique de su ingenio van a parar al río; debiendo saber dicho Sr. que bajo ningún concepto deben confundirse esos mostos con las aguas de Nizao que, a la verdad, no es tan caudaloso como asegura aquel, y que, aún siéndolo, no admite disculpa alguna el hecho que se ventila. Otro punto de la carta que nos ocupa es susceptible de rebatirse sin necesidad de aguardar datos y explicaciones terminantes sobre el asunto. Es aquel en que nos dice el señor Vicini que “el alambique del ingenio Italia hace cuatro y medio años que funciona, y de corromper su mosto las aguas del Nizao habría resultado desde el principio”. A fuer de caballeros no nos oponemos tenazmente a ese argumento; pero también pudo suceder que, ya por que los negocios del Sr. Vicini, cuando principió a funcionar el alambique, no le permitieron darle mayor ensanche a sus funciones, y de aquí la menos cantidad de mostos que se botara al día, bien porque esos mostos estuviesen durante esos años detenidos o contenidos en algún lugar por medio de la acción artificial o natural, puede ser que hoy, a consecuencia de la gran cantidad depositada, o de las constantes lluvias que azotan aquellos terrenos, o de cualquiera otro accidente imprevisto, se desborden hasta desembocar en el río Nizao, notándose ahora el efecto que no pudo notarse durante esos cuatro años por lo que hipotéticamente dejamos señalado. En cuanto a lo demás, ya lo hemos dicho. Aguardamos informes detallados sobre el particular, y tendremos entonces oportunidad de dar al César lo que en justicia le corresponda, sin que nos mueva ningún otro interés sino el respeto a la verdad y el cumplimiento del alto deber que, en nuestra calidad de periodistas imparciales e independientes, hemos contraído con la Patria, para con sus caros intereses y para con nuestra propia conciencia.

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III A la verdad, no sabemos cómo entendernos en la importante cuestión que, bajo el rubro indicado, venimos ventilando. Mientras el señor don Juan B. Vicini, últimamente apoyado por sus empleados del ingenio Italia, se esfuerza en rebatir victoriosamente lo que hemos dicho sobre esta materia y en virtud de datos recibidos, los habitantes de Nizao y Santana vigorizan nuestros asertos remitiéndonos hoy para su publicación la Exposición dirigida por ellos al Ayuntamiento de Baní con motivo del daño que les ocasiona el alambique del referido ingenio arrojando sus mostos a un arroyo tributario del río de que precisamente se surten de agua. Quisiéramos que el señor Vicini y sus empleados del ingenio Italia tuviesen la razón en este asunto; pero he aquí que, cuanto él asegura y corroboran sus empleados de referencia, es débil, cuando menos, ante lo que confirman, ratifican y sostienen, con las responsabilidades del caso, los habitantes de Nizao y Santana en su terminante Exposición que vamos a publicar. Léanse con la calma necesaria las aseveraciones de unos y otros, y no será difícil deducir con acierto lo que haya de verdad en esta cuestión que, obedeciendo al deber de periodistas imparciales, hemos tenido a bien defender. No necesitamos, pues, agregar una palabra más a lo dicho. La Exposición de los habitantes de Nizao y de Santana habla elocuentemente. Léase, y juzguen nuestros lectores si tienen o no razón los que suscriben ese documento para exigir el cumplimiento de la ley en este asunto. Ciudadanos: Los infrascritos, vecinos de Nizao, jurisdicción de esta Común, exponen respetuosamente ante ese Honorable Ayuntamiento que:

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Arrojado el mosto, procedente del alambique del ingenio Italia, al arroyo denominado Mata Puercos, este lo conduce al de la Jagua, hasta desaguar en el río Nizao, contaminando las aguas de ese río hasta el punto de no poderse beber ni siquiera por los animales, y de ser causa de enfermedades: que varias veces se han quejado al administrador de dicho ingenio sin ningún resultado, por lo que hoy, los exponentes acuden al Honorable Ayuntamiento para que intervenga, y haga todo lo que sea posible en bien de los intereses de Nizao y de la higiene pública. Es justicia que esperan, etc., en Baní a los veinte días del mes de abril de 1889. Inspector general, Antonio Maríñez, Andrés García, Bautista González, Ricardo Madé, Loreto García, Pedro Romero, Joaquín Báez, Jacinto García, Máximo Guerrero, Andrés García, hijo, Agapito Valdez, Basilio Aybar, Julián González, Bruno Cuevas, Mañón Madé, Santo Madé, Mauricio Paulino, Apolinar de Lora, José María Perdomo, Fermín González, Félix Díaz, Manuel M. Mercedes, Manuel Romero, Elías Mercedes, Aniceto Madé, Francisco Madé, Evelio Díaz, Julián Madé, José Cueva, Alejandro Madé, Juan S. Valdez, Victoriano Madé, Dionisio Albino, Norberto Albino, Juan Titina, Juan Ñoño, Nicanor Mainé, Fernando Aglón, Evaristo Guerrero, Catalino Escanlan, José A. Báez, Andrés Aglón, Juan A. Babella, Luciano Aglón, Pancho Aglón, Cecilio Albino, Vicente Peña, Bone Albino, Juan Paulino, Bonifacio Paulino, José D. Albino, Manuel Batista, Joaquín Batista, Manuel Albino, Domingo Valdez, Pancho González, Eusebio Ortiz, Enrique Ortiz, Abelardo Ortiz, Mateo Ortiz, Ángel M. Ortiz, Manuel J. Ortiz, Prudencio Ortiz, Libero Lidrón, Federico Herrera, Manuel Perdomo, Simón Cuevas, Valerio Perdomo, Pedro Martí, Matías Valdés, Cirilo Rivera, José M. Mercedes, José A. Mercedes, Quintín Mercedes, Félix Díaz, Esteban Madé, Manuel Santana, Manuel

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Paulino, Matías, Manuel Aglón, Fermín Aglón, José Albino, Vidal Valdez, Anazario de Lora, Juan de las Mercedes, Pablo Díaz, Rosendo Paulino, Pedro Cuevas, Bonifacio Albino, Marcelino Paulino, José Lucrecia, Felipe Guerrero, Cayetano Cuevas, Abad Cuevas, Timoteo Romero, José Perdomo, Venancio Báez, Dionisio Báez, Remigio Báez, Gollo Rocha, José Romero, José Ureña, Francisco Perdomo, Juan Cuevas, Pelegrín Ramírez, Eusebio Fuentes, Juan F. Aglón, Melchor Santana, Ambrosio Aglón, Cirilo Caro, Anastasio Aglón, Elías Paulino, Fruncio Berti, Pijín Paulino, Vito Rosario, Rufino Aglón, Pablo Guerrero, Juan Lacaña, Juan A. Cuevas, Eduardo Ramírez, Ventura Aglón, Pablo Madé, Eulogio Lora, Juan Francisco, Manuel Sabaña, Miguel de Lora, Juan Lizardo, Juan de Lora, Norberto Maríñez, Ramón de Lora. Sección de Santana Juan Valdez, Pancho Rivera, Ramón Brioso, Pedro Borges, Antonio Ballana, Clemente Rivera, Ricardo Camilo, Cayetano Santana, Manuel B. Soto, Tiburcio Barú, Manuel A. Maríñez, Silvestre Noyaso, Carlos Ortiz, Dionisio Alcántara, Santiago Peguero, Antonio Saldaña, José Díaz, Valentín Rosario, Nicomedes Díaz, Ramón Melo, Domingo Rocha, Pablo Díaz, Manuel Díaz.

IV Forzoso nos es seguir tratando esta cuestión, ya que de ese modo lo quieren los que menos razones tienen para combatirnos. Y cuenta que El Eco de la Opinión se ha impuesto el deber de hacerlo así, porque para él es compromiso ineludible la defensa de los intereses generales, el estudio detenido y razonable de los derivados de esos intereses, y el esclarecimiento de la verdad en todo

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lo que ocurrir pueda en el arduo debate de la vida social y política a que se encuentra encadenado. Ya nuestros lectores tienen conocimiento de la materia asaz trascendental que origina esta serie de artículos, y habrán podido penetrarse, si conscientemente leyeron y juzgaron, de la imponderable razón que asiste a los habitantes de Nizao y Santana para reclamar, de una manera enérgica, y de las autoridades correspondientes, el cumplimiento de la Ley, haciendo que los mostos del alambique del ingenio Italia no sean arrojados a uno de los arroyos tributarios del Nizao, por ser el hecho que exponemos un verdadero atentado a la salubridad de aquellos lugares. Pero no es hoy nuestra especial atención demostrar la importancia del asunto discutido bajo el punto de vista de la verdad higiénica, sino manifestar la extrañeza que nos ha causado la lectura de un artículo que corre inserto en las columnas de El Teléfono y suscrito por el señor Marcos A. Cabral, presidente del Ayuntamiento de Baní; artículo que, en el fondo, no encierra otro objeto que desmentir las afirmaciones de El Eco de la Opinión en el caso que nos ocupa, sin detenerse a considerar dicho señor que algo serio e incontrovertible debió mover la buena y honorable voluntad del Eco en obsequio de los habitantes de las secciones mencionadas, como han sido las reiteradas quejas y datos frecuentemente recibidos de esos mismos pobladores de que hemos hablado. El Eco de la Opinión, ante el cúmulo de súplicas y relaciones formales que se le han hecho para que se interese por la defensa de la salud amenazada de aquellas infelices gentes, no vaciló un instante en el cumplimiento de su deber, robustecido a la vez por el sensato razonamiento de que no era posible, de que no podía ser que dos poblaciones enteras pudiesen mentir descaradamente tratándose de un asunto en que, si por desgracia no tienen razón, serán ellas las responsables absolutas y soportarán las penosas consecuencias del caso. Y decimos que nos ha causado extrañeza el artículo del señor Marcos A. Cabral, porque no se explica que él, en su calidad de presidente del Ayuntamiento de Baní, comprometido a vigilar atenta y patrióticamente por los intereses de sus comitentes, hiciera tan poco caso de las reiteradas denuncias que del hecho en

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cuestión recibía a cada hora, según se nos ha manifestado –por más que se empeñe hoy en negarlo– y no tomara las informaciones necesarias, ni siquiera los datos más precisos y concluyentes, o se dirigiera personalmente al sitio que motiva la controversia, para examinar así la verdad y dictar a la vez las disposiciones que el caso requería. ¡Inaudito proceder que dice a sotto voce la estoica indiferencia, el ningún esfuerzo que se toma el señor Cabral por el bien de los intereses que representa, y la ignorancia de los altos deberes y compromisos que, en su calidad de presidente del Ayuntamiento, tiene solemnemente contraídos con la Común que le favoreció con sus sufragios! Niega el señor Marcos A. Cabral la validez de la Exposición que publicamos –y la que nos fue dirigida, por los individuos que la autorizan, para su publicación– diciendo que es obra de uno o pocos por no estar firmada autográficamente. Argumento baladí, cuando no sospechoso, que en nada desvirtúa la respetabilidad de ese documento. La generalidad de nuestros hombres de campo no poseen el arte de escribir, y esto explica la falta de firmas autógrafas en la Exposición aludida. Mas lo que debió interesar al Ayuntamiento de Baní era saber a ciencia cierta si ocurría o no el hecho denunciado, y no eludir el exacto cumplimiento de ese deber absteniéndose de hacer la más activa diligencia en ese sentido, fundado, según se desprende de uno de los párrafos del artículo del Sr. Cabral, en la pueril e insana consideración de que si en cuatro años no había ocurrido que las aguas del Nizao se descompusieran al influjo del mosto arrojado a ellas, en pocos meses era punto más que imposible que pudiera suceder tal cosa. En otra ocasión tuvimos oportunidad de demostrar las reflexiones que esto último nos había sugerido, y no tenemos para qué repetirlas aquí. Importa, pues, y muchísimo más de lo que se piensa, que este asunto sea escrupulosamente examinado; para lo cual sería conveniente que el ciudadano Ministro de lo Interior enviase a Nizao una comisión examinadora, o hiciese que de allí mismo viniera un grupo de respetables individuos a exponerle franca y honradamente

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lo que haya de verdad en esta cuesti贸n, a fin de dirimirla lo mejor posible, y de poner as铆 punto final a una cosa que lo reclama brevemente. Aguardamos este proceder del ciudadano Ministro, y lo aguardamos tanto m谩s cuanto que cumple a su deber efectuarlo de ese modo. El Eco de la Opini贸n, Nos. 499-503, 8, 15 y 29 de junio y 13 de julio de 1889.

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El Congreso Americano de Washington

En la opulenta ciudad capital de la gran República norteamericana se reunirá en octubre próximo un Congreso de Plenipotenciarias de ambas Américas, con el elevado y significativo objeto de realizar en su forma y fondo las importantes ventajas internacionales que expresan los artículos siguientes: 1º De adoptar medidas tendentes a la conservación de la paz entre todos los Estados americanos y a la promoción de su prosperidad. 2º De propender a la formación de una unión aduanera entre dichos Estados para facilitar el desarrollo de las relaciones comerciales. 3º De los medios de establecer frecuentes y regulares comunicaciones entre todas las naciones americanas. 4º De uniformar los aranceles como el modo de clasificar y valuar las mercancías en las aduanas marítimas y terrestres de cada nación; adoptar un sistema común de facturas consulares así como de leyes sanitarias y la cuarentena. 5º De adoptar un sistema común de pesos y medidas, así como de leyes que protejan los derechos de patente, marcas de fábrica, extradición de criminales, etc., etc. 6º De adoptar una moneda de plata que sirva de unidad común y circule en todas las naciones americanas para sus transacciones mercantiles y que puedan acuñarla cada una de las naciones americanas. 329

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7º De adoptar un plan definitivo de arbitramento para dirimir pacíficamente las cuestiones y diferencias que se suscitaren entre las naciones americanas. 8º Tratar sobre otros medios que tiendan a la mejora y progreso de todos los países americanos. Grandioso propósito que, una vez realizado, determinará de una manera asombrosa el progreso de las jóvenes repúblicas de Centro y Sur América. Ellas se disponen a concurrir a tan solemnes conferencias, representadas por sus respectivas notabilidades político-diplomáticas, ávidas de alcanzar el mayor grado posible de cultura y de desarrollar las fuentes de sus riquezas mineras-agrícolas-industriales, auxiliadas por el fraternal impulso que le prestará a cada una el resumen de las imponderables ventajas originarias de la comunión de ideas e intereses que resulte de las estipulaciones de aquel Congreso; y deseosas de adquirir las grandezas de la civilización actual, representada esta vez por el digno consocio de los pueblos del Nuevo Mundo, en el seno de la benemérita metrópoli de la patria de Washington y Monroe, de Lincoln y Garfield. Todas esas repúblicas centro y suramericanas serán acogidas allí con las mismas muestras de deferencia y estimación, a la vez que favorecidas por idénticas ventajas en las trascendentales resoluciones que surjan de aquella augusta Asamblea. Desarrollando la industria darán impulso vigoroso al comercio, y creando la modicidad en las tarifas de impuestos, imprimiendo regularización a las transacciones financieras, y equilibrando el medio del consumo por las relaciones del comercio, abrirán ancho cauce a la inmigración que, por espontánea, será salvadora; mientras que por otro lado cimentarán el orden efectivo en las relaciones de la política y exterminarán, a fuerza de las prácticas reales y verdaderas del derecho y de las libertades públicas, las intrusas pretensiones del maquiavelismo predominante en casi todos los países de este Hemisferio. Mas he aquí que la República Dominicana, a pesar de haber sido invitada a tomar parte en aquel Congreso de que venimos

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hablando, no podrá enviar su representante, porque una de esas infinitas desgracias que de continuo la persiguen y flagelan –debido en verdad a la maldita incuria de sus hijos– la imposibilidad de concurrir como las demás naciones mencionadas, a aquella Asamblea en que serán debatidos y resueltos los grandes problemas que encarnan, hasta cierto punto, el porvenir del Nuevo Mundo. Y ese obstáculo reside fatalmente en el empréstito holandés y otras transacciones de igual o parecida índole que tiene sancionadas, no el país, sino el gobierno que actualmente lo rige. Sabido es que como habrán observado nuestros lectores, la mente primordial del Congreso Americano de Washington es nada menos que eminentemente financiera, caracterizada por la uniformidad de aranceles, clasificación y valuación de mercancías en las aduanas marítimas y terrestres de cada nación, y por la alianza, diremos, de esas aduanas y el establecimiento de un sistema común de pesos y medidas, así como el de una moneda de plata que sirva de unidad común y circule en todas las naciones americanas. Veamos, pues, que para que la República Dominicana pudiera ser representada en aquel Congreso tendría por lo menos que estar en aptitud financiera para aceptar las alteraciones o modificaciones que hayan lugar, y el empréstito holandés ciñe imperiosamente la República al orden de cosas sobre el cual fue verificado. ¡Insólita desgracia cuyos causantes no serán perdonados jamás! Y cuando se piensa en lo que podría ser este país; cuando se ve claramente que para lograr los beneficios del progreso universal y de la libertad y civilización modernas, solo nos falta un poco de amor a la Patria y un poco de dignidad en cada acción política, y que si nos falta amor de Patria y dignidad política es debido al desprestigio de nuestros credos sociales; no merecemos ni que se nos llame republicanos, porque en realidad no lo somos o no lo sabemos ser, ni merecemos tampoco que la voz de otras naciones nos convide al concierto del progreso que fecundiza sus lares. Tal lo ha querido así el destino adverso que en todo nos persigue. Ellas, las naciones de Centro y Sur América, entonarán himnos de paz y de felicidad, cantos de amor y de progreso al cerrar las sesiones que tengan lugar en el próximo Congreso Americano,

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mientras que la pobre y lastimosa predilecta de Col贸n continuar谩 su camino de amarguras sin que se escuchen los ayes de su alma, ni los hijos de su amor se transformen purificados al calor de la Libertad y del Derecho!... El Eco de la Opini贸n, No. 504, 20 de julio de 1889.

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Trabajemos sin tregua

El porvenir de los pueblos está invariablemente cimentado en el trabajo. Mientras más trabajador sea un país, mayores beneficios alcanzará y mejor organización político-social logrará tener. Los pueblos y las sociedades, como el individuo, se depuran al calor de las faenas de la industria, y se levantan, impulsados por el dominio de la fe y la posesión de la virtud del trabajo sin tregua a la cima del más elocuente progreso humano. Puede decirse que ninguna entidad social podrá adquirir un grado de desarrollo completo, si no modela de antemano sus aspiraciones y propósitos por medio de la práctica del trabajo. Convencidos los hombres y los pueblos de que sin el ensanche de los medios productores no lograrán las ventajas y comodidades a que de continuo aspiran, aplican incesantemente sus esfuerzos por desarrollarlos, no omitiendo sacrificios ni esquivando las penalidades consiguientes a la consecución de todo fin, laudable y de trascendental importancia. Mas el trabajo, para que responda eficazmente a los anhelos humanos, necesita organización y constancia; y estas se obtienen con la decisiva influencia del interés que se despliegue en ese sentido, y con la inmutabilidad, diremos, de los principios y luchas que se manifiesten en pro del salvador objetivo. Para lograr, para disfrutar los inestimables frutos del trabajo es menester concretar a él las facultades y fuerzas necesarias, y vivificarlas de continuo por órgano del estímulo, de la previsión de la actividad más asombrosa. Este último factor del trabajo decide, en 333

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cuanto es posible, el triunfo propuesto. La actividad, determinada por el interés y auxiliada por las sugestiones de la inteligencia, es el complemento del trabajo organizado. La República Dominicana, fértil en toda su extensión, dominada a cada paso por infinitas zonas agrícolas; serpenteada por caudalosos ríos y arroyuelos que dibujan en su curso las arterias de las riquezas del terreno que surcan y fecundizan; cubierta por todas partes de una vegetación extraordinaria, y ostentando, como mágica primicia de su grandeza, la benignidad de su clima, es uno de los pueblos del hemisferio americano que convida con mayores halagos al industrial, al agrícola y al minero, y que más ventajas ofrece al trabajador que emplee su actividad en el desarrollo de las riquezas que ella contiene. Pero la República Dominicana no trabaja; ella duerme en la ociosidad; y enerva sus fuerzas y consume estérilmente la vida y agota los frutos de sus pequeños esfuerzos en las contiendas de partidos, sin cuidarse del porvenir ni detenerse a escuchar por un momento siquiera, el simpático ruido de las maquinarias de otros pueblos empleadas en el incesante batallar del trabajo. Por eso, desgraciadamente, no progresamos, por eso, refractarios a toda lucha de bien, tímidos ante las contiendas de la civilización, obcecados en demasía, vacilantes y a la vez engreídos en una cultura que estamos muy lejos de poseer, creyéndonos superiores, en cualquier orden de cosas, a los demás pueblos de la tierra, no somos sino los pigmeos de siempre y los pobres de luz, de trabajo, de bienes tangibles y de organizaciones y prácticas colectivas. No trabajamos, pero deseamos cosechar; no aplicamos a la industria un esfuerzo, una atención cualquiera, pero a la fuerza queremos que la industria, por obra de magia, nos suministre sus frutos; no imprimimos a nada un carácter serio y convencido, mas nos repugna la desconfianza con que el inmigrado ara nuestra tierra y funda en ella la morada de sus hijos, y si este logra adquirir riqueza, porque a eso vine y por eso trabaja, nos causa escozor su prosperidad; no alimentamos propósitos laudables, no protegemos virtuosa y honradamente la virtud y la honradez de alguien, y pretendemos en cambio la mayor suma de respeto, la más elevada consideración

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y siempre el sitio más distinguido en el concierto de los hombres libres y trabajadores. ¡Defecto terrible que nos conduce a pasos de gigante a la cima de las mayores desgracias humanas! Para lograr la purificación de que tanto carecemos, urge la corrección de nuestros vicios y urge en un sentido eminentemente radical. Empecemos, pues, por ser trabajadores asiduos, abnegados, laboriosos; desarrollemos las fuentes de riqueza que poseemos; implantemos un orden regular de cosas que protejan la industria, que favorezca la agricultura, que estimule el espíritu de nuestros labriegos, y habremos dado el primer paso en vías de nuestra redención político-social, por obra del trabajo organizado. ¡Trabajemos sin tregua, y olvidemos los desmanes del pasado en obsequio del porvenir de la República! El Eco de la Opinión, No. 505, 28 de julio de 1889.

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La prensa libre

El órgano más importante de las salvadoras revoluciones del progreso en la vida de los pueblos, es la prensa. Mas no esa prensa asalariada que todo lo confunde, todo lo trastorna, todo lo interpreta a su antojo y todo lo tergiversa movida por las insanias del capricho o de la vanidad. ¡Nos referimos a la prensa libre; a esa gallarda adalid de aspecto noble, de continente abnegado y patriótico, de corazón incorruptible, de tendencias sacrosantas y de ideales tan sublimes y maravillosos como el eminente propósito de bien y de grandeza que genera, que encarna, que alienta y vivifica el patriotismo! ¡Y qué fecundas han sido en todo tiempo y sazón las contiendas provocadas y sostenidas por el espíritu de la prensa libre! La honrada voz de la prensa libre ha poblado los campos de lecciones saludables, y ha fundado, en cada corazón ajeno a las seducciones del vicio y de la malignidad, la escuela del bien y de los anhelos dignificadores; la escuela de la verdad y de los propósitos ilustrados; la escuela moral que, depurando rancias costumbres, corrigiendo perniciosos hábitos y errores de toda ley, establece la doctrina de la equidad y la justicia en cada móvil social, los dogmas de la virtud y de la sensatez en cada tendencia, y el imperio de las pulcras cualidades en cada objeto político y en cada fin humano… Ariete formidable opuesto al despotismo irritante; demoledor implacable de cuanto sea imposición inadecuada, arbitraria y contumaz, la prensa libre ostenta en sus debates la virilidad de sus convicciones; y como impertérrito innovador a quien no amedrentan los obstáculos de la época, ni las amenazas que acumula a su paso 337

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la turba de sacrificadores que a cada hora se le interpone, lucha y combate resueltamente en obsequio de la causa que juzga benéfica de las prácticas de la Ley y de la razón, del derecho y de todo sistema favorable de las garantías, y efectividad de las buenas instituciones. Ese, y no otro, es el alto objeto que inspira en todas partes las batallas de la prensa libre. Y como las masas populares, en otros países, han comprendido al fin la misión regeneradora de la prensa y los bienes tangibles que de ella se desprenden, de aquí la fuerza y auxilio que esas masas la prestan a cada hora, y el apoyo decidido con que la sirven en todo tiempo, recabando de las autoridades correspondientes el respeto hacia ella y las garantías que ha menester para proseguir en su camino de luz y de enseñanza. ¿Y cómo no ser así cuando la prensa libre es el más útil factor de los adelantos de un pueblo? ¿Cuándo la prensa libre, al corregir abusos, al denunciar tramitaciones irritantes, al proclamar en todos los tonos la eficacia de esta o aquella práctica o disposición, solo sirve los intereses generales y por ende el porvenir de la Patria? ¿Cómo no ser así cuando la prensa libre, ajena a todo interés mezquino, a toda indigna especulación, sirve abnegada e incondicionalmente las causas buenas y honradas, tributando sus aplausos a los que se hagan acreedores de ellos, estimulando la ciudadanía al trabajo, al orden y a la consecución del libre ejercicio de las libertades todas, y de las prerrogativas constitucionales en cada pueblo o nación? ¡Ah! ¡Si los pueblos latinoamericanos se inspiraran en el ejemplo de sus hermanos de Chile y la Argentina, contribuyeran como ellos a fundar la libertad de la prensa y a protegerla; si olvidaran el sistema del servilismo para rendir adoración a la verdad y al honor; si fueran idólatras del derecho y sus preceptos civilizadores, habrían adquirido ya la preponderancia ilustrada de esos pueblos y la regeneración absoluta de su modo de ser actual! Si esos pueblos, repetimos, tuvieran una prensa libre que les indicara el derrotero de la gloria y el progreso; si tuvieran una prensa que modelase sus ideales en la gloriosa forma de la Libertad, e

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imprimiera impulso a las mayorías, habrían adquirido ya el alto puesto a que de continuo aspiran sin hacer esfuerzo por lograrlo, y habrían conquistado los más significativos triunfos de la civilización moderna. Pero mientras vegeten; mientras no se levanten de la postración en la que hoy yacen; mientras no emprendan la lucha por el bien social y político de que tanto carecen; mientras no funden una prensa libre, vivirán la vida de la abyección y de las miserias, sin luz que ilumine sus pasos en la vacilante marcha que siguen y oscurecido el porvenir por las nebulosidades de la ignorancia y del descrédito. ¡Felices, en tanto, las naciones en las que la prensa libre es un poder, caminarán firmemente hacia las conquistas del progreso, y lucirán los trofeos de esas conquistas enorgullecidas y soberbias de contentamiento por los gloriosos timbres del honor con que la libertad de la prensa engalanó sus lares!... El Eco de la Opinión, No. 506, 3 de agosto de 1889.

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Crisis municipal

La crisis por que atraviesa actualmente el Honorable Ayuntamiento de esta ciudad, le hace pensar de nuevo en la contratación de un empréstito, como único medio de evitar la bancarrota que de momento asaltará el recinto de la referida corporación. Encontrándose esta frente a un déficit de ocho mil pesos, y sin esperanzas de cubrirlo de otro modo que no sea la realización del empréstito local que proyecta, claro está que el peligro que la amenaza es inminente, y de aquí los esfuerzos que hace por realizarlo. Entre las varias proposiciones de empréstito que al Ayuntamiento han hecho algunos de los señores concejales, ninguna merece más confianza y crédito que la del regidor Roques, apoyada por sus colegas Polanco y Díaz. Proposición que, dadas las condiciones explícitas que la informan, no dudamos será aceptada por el Ayuntamiento, si es que realmente desea despejar el caos en que se halla envuelto. La proposición Roques estriba en la contratación de un empréstito local por la suma de veinte mil pesos, al 1% de interés, amortizable en cinco años, y prestando como garantía indispensable el matadero de esta ciudad, para atender, con la urgencia que el caso requiere, al saldo completo de los compromisos del Ayuntamiento; contándose entre estos la deuda Glass y la de la estatua de Colón. De esos veinte mil pesos se votará la suma de tres mil para el arreglo definitivo del Parque Central, y la de quinientos pesos para atender a necesarias reparaciones del local que ocupa la Escuela Normal. Siempre hemos sido opuestos a la contratación de empréstitos porque los hemos juzgado un mal para los pueblos que los verifican; 341

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y porque, contrayéndonos a nuestro país, jamás han logrado neutralizar las situaciones difíciles que dieran lugar a ellos, sino que por el contrario han aumentado el desbarajuste económico que se creyó salvar en un momento de alucinación o de mala fe. Pero hoy, teniendo en cuenta la peligrosísima crisis que envuelve al Honorable Ayuntamiento, crisis que, si no se logra despejar, envolverá en sus redes la reputación de los señores concejales, porque detrás de ella está la indigna bancarrota con su cortejo de sospechas y averiguaciones desdorosas, nos sentimos inclinados a favor del proyecto del Sr. Roques, siempre que se tenga la seguridad de que una vez realizado se cumpla estrictamente el móvil que lo origina. Para lo cual, la autorización del Soberano Congreso ha de ser basada en esa idea, expresando en sus términos, clara y obligatoriamente, las condiciones en virtud de las cuales presta aquel alto Cuerpo su consentimiento al Ayuntamiento para que este realice, en la forma indicada en la proposición Roques, al empréstito a que nos hemos referido. Se dirá, y con sobrada razón, que si hoy no puede el Ayuntamiento cubrir el déficit de ocho mil cien pesos que tiene, mal podrá mañana solventar una deuda de veinte mil pesos. Pero aquí toca responder que, regularizadas las entradas de la caja comunal y establecido un presupuesto de gastos que responda económicamente a los compromisos de la corporación, y con acopio de sensatez y honradez en la inversión de aquellos fondos, podría el Ayuntamiento satisfacer al cabo de los cinco años el empréstito que se ve forzado a efectuar, y que, no obstante nuestra repugnancia por negociaciones de ese género, nos sentimos, como dejamos dicho, inclinados a apoyarlo en fuerza de las circunstancias actuales, y considerando a la vez que en nada serán alteradas las contribuciones que pesan sobre el pueblo. Con ese convencimiento, aconsejamos de nuevo a los señores regidores que se inspiren en el proyecto Roques, y procuren despejar, con acertadas disposiciones, el caos que fatalmente envuelve a la Honorable Corporación. Ya lo hemos dicho. De entre el número de proposiciones hechas con aquel fin, ninguna nos merece más confianza que esta de que hemos hablado por la precisión del

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objeto y por la modesta suma a que se contrae. Da a entender esto que el Ayuntamiento no necesita para salvarse sino veinte mil pesos, y esto atendiendo al arreglo del Parque Central en cuya obra se invertirán tres mil pesos. Conste, pues. El Eco de la Opinión, Núm. 507, 10 de agosto de 1889.

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16 de Agosto

¡Una vez más ha conmemorado el pueblo dominicano la egregia fecha del patriotismo, y una vez más hemos sentido allá en lo íntimo del alma la veneración por los heroicos soldados que en la cumbre de Capotillo lanzaron el grito de Restauración, poseídos de la grandeza de la causa defendida y resueltos a vencer o morir por la Patria! Aquellos hombres de abnegadas virtudes y de aliento ciclópeo, transfigurados por el sublime ideal patriótico, que alimentaban, revestidos de la más incontrastable virilidad que la humana naturaleza haya experimentado en las grandes luchas, y ávidos de alcanzar la reivindicación de los fueros de la libertad mancillados y conculcadas en un momento de extravío… se lanzaron a la pelea armados de su fe y protegidos por el valor que a todos y cada uno distinguía, y reconstituyeron al cabo la nacionalidad que por algunos años habíamos perdido. Noble lucha que los engrandece y que perpetúa, a través de las posteridades, sus gloriosos nombres y sus hechos. ¡La Patria les está reconocida! ¡La ciudadanía inclina ante ellos el espíritu, consagra a su memoria el más augusto respeto y la más acendrada gratitud! El pueblo dominicano, el más desgraciado de todos los pueblos de la Tierra, el perpetuamente flagelado por el despotismo y aherrojado por la tiranía de sus hijos, guarda en su historia –fecunda en acciones de pujante intrepidez, en caídas fatales y en rehabilitaciones honrosas– la nomenclatura de sus gallardos héroes como el más digno monumento de su vida. 345

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Y al conmemorar todos los años las grandes fechas eminentemente patrióticas; al arrojar sobre los sepulcros que guardan los despojos de sus grandes hijos las siemprevivas de su amor; al prosternarse lleno de unción ante el recuerdo de los sacrificios de aquellos hombres inmaculados que batallaron por la Patria; al erigir a cada uno de ellos un templo en cada espíritu honrado, no cumple sino pálidamente el deber de gratitud… porque esos hombres merecen más. Ellos, allá en el seno de la eternidad en que reposan, colmarían sus anhelos, se sentirían más satisfechos si el pueblo que redimieron de la esclavitud, en vez de quemar anualmente incienso ante sus tumbas y de exornarlas con flores y laurel, celebrara su apoteosis con el reinado del progreso y de las libertades por que ellos se sacrificaron heroicamente. ¡Esa sería nuestra mejor ofrenda a su memoria! ¡Preparémonos, pues, a ofrecerla en los próximos aniversarios del 27 de Febrero y del 16 de Agosto! El Eco de la Opinión, No. 508, 17 de agosto de 1889.

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Nebulosidades

¡Qué triste vida la de los pueblos latinoamericanos! ¡Qué incesante lucha estéril es aquella en que estos pueblos agostan la savia de sus principios y atosigan el alma de sus facultades cívicas! ¡Batallaron heroicamente por la libertad sacrificándose en aras de ella, y sumergiéronse de súbito en la misma abyección y esclavitud que antes combatieron. Despojaron de sus risibles preseas las deidades del absolutismo, derribaron de sus altares a los genios de la venalidad ante quienes ayer depositaron sus ofrendas, y levantaron más luego, sobre sus propios hombros, los atletas del sistema reaccionario y procaz que hoy les oprimen con la imposición detestable de sus códigos y privilegios, de sus caprichos y veleidades, de sus miserias y crímenes! Y de error en error, de caída en caída, han avanzado esos pueblos, a través de las nebulosidades de su historia, sin una fórmula concreta a que atender en la marcha del progreso, sin una aspiración ennoblecedora a que obedecer, y sin un sistema honrado que regule la vida política a que los empujaron, después de haberlos libertado del coloniaje, los genios de Bolívar, San Martín, Hidalgo, Duarte y demás heroicos soldados de la Independencia centro y suramericana. Todo sí, todo es confusión en nuestras incipientes repúblicas, y todo es objeto de vergüenza en las relaciones de su modo de ser actual. El ángel de las virtudes cívicas ha plegado sus alas al contacto de las anomalías por que ellas atraviesan, y el texto de las augustas 347

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doctrinas de la libertad ha caído a impulsos de la anarquía en que desgraciadamente se encuentran envueltas!... La paz de los sepulcros reina en todas ellas; y el vasallaje se impone a guisa de ley esencial, oscureciendo el sendero del decoro a las generaciones que se levantan desacreditando los principios inmutables de la verdad y del honor; desconsolando a los pocos libérrimos patriotas que restan aún, y llevando a todos los corazones la glacialidad y la indiferencia… ¡Fuerte en las combinaciones de la maldad y el egoísmo, la generalidad de los políticos latinoamericanos edifica el desconcierto a trueque de la honra nacional, y socava el derecho en beneficio de sus propios intereses; interrumpe el sosiego preconcebido de los renuentes a las contiendas del libertinaje con el robusto clamoreo de las pasiones en efervescencia, para comprometerlos en la desgracia común y pluralizar la responsabilidad de los indignos hechos que aquellos cometieron en el satánico debate de sus ambiciones y saturnales instintos! Y mientras el imperio del descreimiento y de la intriga acentúa su acción por obra y gracia del terror con que acompaña sus resoluciones y mandatos; mientras el grillete del despotismo consolida a su antojo el decálogo de la infamante política militante en todos, o casi en todos, esos pueblos de que hablamos; mientras las multitudes se prosternan ante las estatuas de los ídolos y blasfeman de Dios y la Conciencia, mientras el civismo decae para dar ascenso al reinado de la espada… el porvenir de estos pueblos latinoamericanos se presenta envuelto en las nebulosidades que la ignorancia y la insensatez de ellos proyecta sobre aquel, y la victoria del progreso se manifiesta cada vez más dudosa y de difícil conquista. ¿Y cómo neutralizar los efectos del miserable estado de vida en que se agitan estos pueblos latinoamericanos? ¿Cómo salvar su propia honra? ¿Cómo alcanzar la implantación de un sistema de orden que –aniquilando los elementos retrógrados y destruyendo las rémoras que se oponen al concierto y a la felicidad de esos pueblos–, sea en lo porvenir la égida de la ley, la garantía de los fueros constitucionales, y el control eficaz de las

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acciones de todos y cada uno de los hombres que alternen en el servicio gubernamental de cada Estado? ¿Cómo lograr, en fin, la salvación pública? Problemas son estos que, por su carácter, intimidan y sobrecogen a los más avisados patriotas de estos países de referencia, y que sin embargo tienen sobre sí la atención de los mismos no obstante las mil y mil dificultades con que hay que tropezar en su natural explicación. Dicen algunos que la función vital de la enseñanza pública puesta en ejercicio, dará como resultante el reconocimiento de la abyección en que vivimos, y de aquí que surja el anhelo de bien por regenerarnos cumplidamente; mientras que otros aseguran que la pujante virilidad de los pocos defensores del derecho y de la Libertad, determinará la resurrección de los principios y con ellos la grandeza de los países de origen latino en el vasto mundo de Colón. Y así, mientras una escuela sostiene lo primero, la otra escuela afirma lo segundo. ¿Cuál de los medios propuestos resolverá el cúmulo de los problemas ya indicados? El patriotismo de cada uno de esos pueblos latinoamericanos responderá. ¡Y llegará también el día en que el ángel de las virtudes cívicas vuelva a desplegar sus alas sobre nosotros para honor y enaltecimiento de nuestra raza! El Eco de la Opinión, Núm. 510, 31 de agosto de 1889.

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A vuela pluma

Para adquirir nosotros el grado de cultura a que felizmente se encuentran en otros pueblos, necesitamos desplegar grandes actividades y consagrar el pensamiento a la realización de tan honroso objetivo. Empezando por efectuar la revolución pacífica en el hogar, y difundiéndola eficazmente por todos los ámbitos de la República; llevando la enseñanza del patriotismo a todos los corazones y robusteciéndolos con el ejemplo de nuestras buenas obras, lograremos dar el primer paso en vías de nuestra ansiada redención político-social. Para las grandes luchas fueron siempre necesarias grandes almas, y claras inteligencias que las condujeran al término propuesto, sin que peligrasen los propósitos que las generaron ni los ideales que las dieron crédito y preponderancia… Y como la lucha de bien que nos proponemos efectuar los dominicanos en obsequio de la Patria y de nuestra propia civilización reclama almas templadas al calor de la verdad y de la sensatez, espíritus educados en la dignidad y para la dignidad, justo es que nos dispongamos a buscarlos de entre los innumerables que entre nosotros habitan y trabajan, y que formemos con ellos la vanguardia de la santa evolución que hemos de librar en provecho de nuestra querida nacionalidad. Evolución de principios y dogmas políticos; evolución de sistemas, evolución de propósitos, evolución, en fin, que no tenga otras miras que la grandeza de la República por obra de la ilustración, por obra del buen sentido y de la bien entendida conciliación de 351

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los dominicanos todos, a la sombra del trabajo y al mágico ruido de las locomotoras… Valientes voluntades se necesitan en la cooperación de tan espléndida lucha, y no es de suponer que falten ellas cuando precisamente si por algo se distingue el carácter de este pueblo es por la abnegación y firmeza que ha prodigado siempre en los momentos más culminantes de su historia. ¡Los hombres de sano pensar, la juventud ilustrada, el jornalero, el labriego, el industrial, el artista, el poeta, el filósofo, todos, todos contribuirán a la reforma; todos se dispondrán a consagrar al país sus mejores disposiciones, y todos, en divino consorcio, entonarán el himno del progreso y de la civilización en nuestros patrios lares! ¡La lucha está santificada por el ideal que la sustenta; es lucha de bien que honrará y perpetuará la memoria de los buenos! ¡Marchemos al porvenir y saludemos la aurora de nuestras grandezas cívicas! El Eco de la Opinión, No. 511, 7 de septiembre de 1889.

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¡Gritos del patriotismo!

Con excepción de Chile, que real y maravillosamente progresa y adelanta en el sentido moral, en los diversos órdenes materiales y en la vasta esfera de la inteligencia, y con la excepción de la Argentina que dejando atrás insanas preocupaciones y sistemas reaccionarios, sigue idéntico derrotero de gloria al de la nación antes dicha, los demás pueblos latinoamericanos se sofocan grandemente por el exceso de una atmósfera recalentada por el fuego de las pasiones en lucha, y cargada con la inmensa cantidad de vapores asfixiantes que las discordias civiles y las cruentas batallas del personalismo arrojan a ella incesantemente… Olvidadas en absoluto estas naciones de lo que más convie ne a sus propios intereses generales y a su propia civilización extenúan la vida que les queda, debilitan en la molicie la fuerza de sus convicciones sociales, consumen en la inercia las facultades del genio heroico que las distinguiera cuando, arrostrando calamidades innumerables y peligros increíbles, crearon su independencia; y exacerbando caracteres e índoles, removiendo cenizas, evocando recuerdos liberticidas que tienden a establecer en cada espíritu el anhelo criminal de las venganzas, y a consolidar en cada pecho la aspiración del medro y la práctica del cinismo, destruyen día por día, momento por momento las esperanzas de salvación pública que alimentaron unos cuantos corazones buenos, y que las acariciaron soñando, con ansiedad patriótica, en la prosperidad y grandeza de sus respectivas nacionalidades!... Las bacanales espeluznantes de unos, y la acritud de temperamentos educados en la malignidad, de otros, convierten la política 353

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de esos pueblos en horrorosa babel en la que, hacinados los principios de la verdad y de la armonía colectiva, tienen lugar las escenas del cadalso y de las violaciones, los dramas de las expropiaciones y el sacrificio de las virtudes!... Anarquizados violentamente; sin medios de vida, no por que les falten los medios, sino porque yacen ignorados, puesto que se invierte la actividad en efectuar evoluciones políticas que los conducen al borde del abismo que les aguarda; sin educación social que reprimir pueda en algo el desbordamiento común, y sin fines concretos a que atenerse, todos estos pueblos desaparecerán envueltos en su propia desgracia, si mano salvadora no acude a detenerlos en su camino de lágrimas, y a levantarlos del fango en que se revuelven atosigados por el vértigo de sus propias culpas y de sus propios crímenes! Y como si no fueran suficientes las mil desventuras porque atraviesan, y el largo período de su desbarajuste general, los pueblos latinoamericanos, a que venimos concretando estas consideraciones, parecen estar destinados a no disfrutar un solo día de las grandezas que surgen de la presente civilización, ni a congratularse un momento por la evaporación de una siquiera de las tantas nebulosidades que pueblan sus horizontes políticos. Decaídos los ánimos honrados ante el cúmulo de las fatalidades sufridas, y convertidos únicamente a lamentarlas, no empeñan ruda tarea por imprimir concierto a tanto y tanto desorden, a tanta y tanta desviación, y por reaccionar benéficamente el espíritu público en obsequio de la dignidad nacional. Y parece increíble que, pueblos que se distinguieron en las titánicas cruzadas de la libertad, cuando gemían bajo el infamante yugo de la esclavitud colonial, obedezcan hoy las imposiciones de la tiranía, y desvirtúen sus glorias de ayer con escándalo de su presente abyección!... Chile y la Argentina conocieron que en la labor industrial y científica residía en gran parte la salvación de un país, y desde luego convergieron, poseídos de íntimo sentir, a aplicar a esas labores sus esfuerzos y fuerzas, y a demoler obstáculos a impulsos de la propia abnegación y del propio interés que los guiaba cariñosamente.

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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Dejaron a un lado las anomalías políticas y los ídolos del personalismo, y formaron en cada hogar una escuela fecunda en bienes, y de cada hijo un ciudadano útil a la Patria. Abrieron sus brazos a cuantos quisieron trabajo y luz, y llamaron con verdadero ahínco las inmigraciones que más tarde fueron espontáneas y que tanta riqueza han cosechado al amparo de las leyes y de la protección gubernamental de esos dos Estados. Y no satisfechos estos con educarse mutuamente, eligieron maestros de muy lejanas riberas que, trayendo al seno de ellos el elemento de las nuevas teorías y de las nuevas doctrinas y adelantos, consiguieron fundar centros de verdadero crédito por la ilustración que en ellos campea y se difunde. ¡Felices Chile y la Argentina! Desgraciados los demás pueblos latinoamericanos que no han querido imitar su ejemplo, y que, en vez de corregir los errores cometidos y pronunciar a todo pulmón el mea culpa de sus conciencias, repiten diariamente la historia de sus desmanes y prosiguen su camino de sombras!... ¡Sí! ¡Felices Chile y la Argentina; felices mil veces estos pueblos heroicos y trabajadores, que laborando patrióticamente por sus respectivas felicidades, no se detienen a escuchar el grito de las ruines ambiciones humanas, sino que por el contrario avanzan inalterables a la conquista de la radiante civilización y grandeza que les aguarda!... El Eco de la Opinión, No. 513, 21 de septiembre de 1889.

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A grandes rasgos

Tuvieron los pueblos del pasado sus códigos absolutistas, y crearon al amparo de ellos la esclavitud personal, sancionada más luego por la perversión de los sentimientos humanos y defendida por las ambiciones que la sed de lucro y la molicie desarrollaran. Y esos pueblos, retrogradando aceleradamente en todos sentidos, llegaron a convertirse en abismos en los cuales desaparecían los fueros de la moral pública, y se precipitaban por el insoportable peso de sus menguados instintos y de sus irritantes violaciones. Los hombres, en perennes luchas fratricidas y movidos por desosegado espíritu aniquilador, hicieron de cada ley positiva un motivo de vergüenza y de burla, y levantaron estatuas a la concupiscencia, proclamando a la vez como genios tutelares los de la indignidad y la deshonra! Rodaron a tierra los principios de orden de gobierno por alguien proclamados, y en medio a la desconsoladora bruma y al aterrador estrépito que del seno de aquellos pueblos se levantaba, unos y otros se dieron a la vida del desenfreno y del goce estúpido de las más acerbas prevaricaciones y miserias. Sin garantías el hogar, y sin hogar la familia, porque todo fue sometido al imperio de las voluntades de los grandes criminales y sacrificadores, el comunismo extendió sus reales por sobre todos, aunque fuera práctica inalterable la reserva de los mejores sazonados frutos al capricho de los sátrapas. Las lágrimas de las madres desconsoladas y el clamoreo de las hijas infortunadas, no fueron óbice a la prosecución de aquel régimen en que los más débiles rendían sus vidas e intereses a los fuertes. 357

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El estado político, desorganizado en principio, obedeció a la ley natural sucumbiendo a influjo de las bacanales, y estas, invadiéndolo todo, zapándolo todo, fueron la primera necesidad de orden público a que se prestó una atención perseverante y un amor entrañable. ¡A tal extremo llegaron aquellos pueblos del pasado!... Surge de súbito un hombre, y con él la luz que debía iluminar al mundo. Nació destinado a sacrificarse en aras de la humanidad pervertida, y, poseído de grandísimo amor; sediento de paz y la concordia universal; nutriendo, allá en el fondo de su luminosa conciencia, el más augusto propósito de bien, asiste al pavoroso campo de las calamidades existentes, y deja oír su voz aconsejando la austera práctica de las virtudes, y el eterno olvido de los crímenes cometidos. Ejemplariza incesantemente, insinúa, convence, dicta una ley que se infiltra en todos los corazones que logran escucharle, y, revolucionando con lealtad increíble aquellas vetustas leyes del desenfreno y la codicia y la esclavitud a que se hallaban sometidos los pueblos del pasado, logra adquirir crédito y preponderancia, a la vez que fundar las bases de la redención político-social del mundo entonces conocido. Tiemblan al eco de su voz los tiranos de Roma, y presiente su caída si aquel hombre persevera en la predicación de sus salvadoras doctrinas. De aquí, que juraran su exterminio, y que no bastaran a contener las furias de la turba soez las mil y mil manifestaciones de su grandeza y de su genio, que despliega sus vuelos en obsequio de la común redención de aquellas sociedades prostituidas. El sacrificio del Gólgota consolidó la victoria del Bien. Difundiose por todos los ámbitos de la tierra la santa aspiración de la libertad y de la igualdad fraternal, y empezó una era nueva para los hombres y para los pueblos. Grandes caídas preparó el destino a estos, a través de los tiempos; caídas que dieron por resultado el ejercicio de la autoridad absoluta de este o aquel soberano sobre la masa común de sus subordinados; caídas que fueron otro vía crucis para aquellas desventuradas familias. De embate en embate, de uno en otro desnivelamiento político, de una en otra preponderancia perversa, avanzaron sometidos a

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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sus propios errores los hombres y las sociedades, hasta que nuevo genio de bien derramó sobre los cerebros la luz de sus creencias y filosofía, y preconizó los derechos del hombre, nuevo código que, al despertar de su letargo los pueblos, produjo en ellos el sacudimiento volcánico que era de esperarse, y con esto la ruina del despotismo aún dominante. Mas he aquí que las imperfecciones humanas y la veleidosa naturaleza moral de algunos restablecieran el uso de las teorías vencidas hacía largo tiempo, y de nuevo ensayaron los hombres la vanidad que los perdiera a no ser porque la fuerza de una civilización tan arrogante y avasalladora como la del siglo en que vivimos, contuviera los progresos de ella, y desarrollara, en oposición, los elementos del trabajo material que enriquece a los que a él se consagran, y fundara, para no más perecer, el reinado de la luz y del progreso, de la libertad y del derecho. Y de entonces caminaron los hombres, las sociedades y los pueblos al término de su perfectibilidad, estrechados por los vínculos de la raza y de los sentimientos que en ellos despierta y vigoriza el patriotismo. ¡Y serán grandes, y serán fuertes, y serán prepotentes si, olvidados de las anomalías políticas militantes y de los insanos consejos de la prevaricación y del medro vulgar, arrojan de sus encumbrados sitiales a los tiranos de hoy, y colocan en ellos a los hombres de buena voluntad y a los impertérritos defensores de los fueros y libertades públicas!... El Eco de la Opinión, No. 514, 28 de septiembre de 1889.

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Vía férrea

No hay que dudarlo. La línea férrea que se extenderá entre las importantes ciudades de Puerto Plata y Santiago de los Caballeros, determinará clara y provechosamente el progreso de las comarcas cibaeñas, por cuanto el desarrollo que ha de verificarse en la industria y el comercio será por demás admirable. En esta virtud, los dominicanos todos debemos propender, por cuantos medios nos sean posibles, a la realización de tan consolador proyecto; convencidos que solo por órgano del trabajo y de la luz benefactora de la civilización moderna, lograremos adquirir crédito y reputación ante los países más adelantados del globo, a la vez que contrarrestar las desgracias que de continuo nos amenazan, y neutralizar los efectos de la mala administración política y del pésimo sistema de gobierno que desde nuestros primeros días nos viene rigiendo, no obstante los abnegados esfuerzos que por corregirle eficazmente han venido haciendo gran número de patriotas convencidos ya en la tribuna, ora en la prensa o bien en los campos de la lucha eleccionaria cuando esta ha dado lugar al voto de la gente sensata. Así como la difusión de la enseñanza contribuye poderosamente a regenerar los pueblos, la labor industrial, agrícola y comercial realiza en breve tiempo lo que aquella dejó sin cultivo. Y ambas, hermanadas por idéntica tendencia moral, vinculadas por las mismas aspiraciones sociales que las generan, se dirigen de consuno a la conquista del bien político y económico del pueblo en que se verifiquen sus luchas salvadoras. 361

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Y grandísimo impulso ha prestado siempre al desarrollo esencial de la labor industrial, agrícola y comercial, el uso acerado de las locomotoras y ferrocarriles que, economizando tiempo y fuerzas, han ensanchado de una manera prodigiosa la producción y con esto la riqueza pública. La línea férrea que unirá a Puerto Plata y Santiago, capitales de provincias de una importancia y fertilidad ilimitadas, las más ricas y laboriosas de la parte Norte de la República, no necesita para su realización sino de un famoso acopio de verdadero interés, y la decidida protección de los Poderes públicos del Estado. A estos, que por sus delicados encargos, obligaciones y deberes están llamados a proteger, desarrollar, fomentar, estimular el trabajo y la enseñanza en bien y provecho del país que les ha honrado con la delegación de su soberanía, es a los que obligatoriamente corresponde prestar ayuda, cooperación vigorosa a la empresa del ferrocarril de referencia, para que en breve tiempo, y mediante las honradas disposiciones de unos y otros, es decir, de gobiernos y empresarios, sea el ferrocarril proyectado un hecho en su más completa uniformidad. La prensa nacional no dará treguas a sus diligencias y honrada gestión por que el Gobierno preste ayuda eficaz a la empresa del ferrocarril que motiva este artículo; convencida de la utilidad de la obra y de los grandes beneficios que de ella reportarán las provincias cibaeñas, y, por ende, la República entera. Lo que esta necesita es trabajo y enseñanza; uno y otra realizarán el ideal de sus buenos hijos: la regeneración absoluta de su modo de ser y la grandeza del porvenir nacional. Contribuyamos, pues, a la realización del ferrocarril de Puerto Plata a Santiago, y habremos conseguido una obra de bien y de utilidad pública inestimable. El Eco de la Opinión, No. 515, 5 de octubre de 1889.

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Perseveren

Tenemos ya instaladas las sociedades de “Ornato Público” y de “Protección de Animales”; falta empero, que perseveren en sus edificantes propósitos y realicen sus ideales. Y no es de dudar que así lo hagan, cuando los miembros que componen los expresados Centros son individuos de merecida respetabilidad, y no han de cejar ante el cúmulo de obstáculos que nuestra mala organización ha de oponerles a cada paso. Siempre que las colectividades han propendido con verdadera eficacia en beneficio de algún pensamiento laudable, lo han realizado gallardamente; para lo cual, sus primeras disposiciones han sido el concierto y la unidad de voluntades y de acción. Vinculadas, pues, nuestras sociedades por una misma aspiración, y tendiendo de continuo y esforzadamente al fin que se proponen, conquistarán al cabo la victoria, y serán aplaudidas y respetadas por su valer, por su abnegación y por sus honrosos timbres de gloria y de enaltecimiento. Aunque distintos los móviles de las corporaciones de que venimos hablando, ellos, no obstante, no se apartan mucho que digamos de la necesidad esencial que llenan con sus actividades y medios de utilidad pública; porque, contribuyendo la una al ornato de la ciudad y fomentándolo, realiza un gran servicio a la vez que empuja la ciudad al adelanto progresivo que en ese sentido, como en otros muchos, tanto y tantísimo ha menester; mientras que la obra contribuye en otro orden, no menos atendible y provechoso, a colocarnos lo mejor posible a la altura de los pueblos más avanzados de la Tierra. 363

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Así, pues, tanto una como otra, llenan inmenso vacío entre nosotros, y justo es que las alentemos a perseverar infatigablemente en las arduas tareas a que se encuentran, por espíritu de patriotismo, enfrentadas desde el día de su respectiva instalación. Grandes medios han de poner en juego para hacer algo, y no dudamos tampoco que los pongan. Ante todo, la cooperación de todos los amantes al progreso debe ser espontánea, es decir, sin necesidad de que se recurra reiteradamente a ellos en solicitud de aquella. Las sociedades de “Ornato Público” y de “Protección de Animales”, merecerán bien de la Patria una vez colocadas a la altura de sus compromisos y deberes. Unos y otros sabrán llenarlos cumplidamente, y convencidos de ello no aventuramos nada felicitándolas de antemano. La eficacia de sus trabajos coronará sus buenos propósitos. ¡El genio de la luz ilumine sus pasos, y la República estime en su verdadero valor los esfuerzos y desvelos de esas dos cooperadoras de nuestra civilización y progreso! El Eco de la Opinión, No. 516, 12 de octubre de 1889.

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Editorial

Mientras gimieron oprimidos por las férreas ligaduras que el coloniaje les impuso despiadadamente, los pueblos latinoamericanos no dieron tregua al vivo suspirar por las libertades que habían soñado. Corrieron los tiempos, y la impetuosa voz del patriotismo se alzó para despertarlos a la lucha. El genio de las virtudes ciudadanas les infundió valor; y rompiendo las cadenas a unos cuantos héroes, les ungió con el óleo santo de los inmortales y les condujo de la mano a los soberbios campos de Carabobo, Boyacá, Junín, Maipú, Las Carreras y cien más de merecido renombre, en los cuales dejaron impresa la huella de su heroísmo los valientes, y aseguraron su independencia aquellas naciones que la desgracia había postergado por espacio de largos y cruentos años de esclavitud. Realizaron al fin el ideal sacrosanto; y en vez de considerar la libertad como fácil medio de progreso y de engrandecimiento, la conceptuaron como término de sus grandes luchas y desvelos, y se durmieron tristemente arrullados por la criminal inercia que les arrojó más luego en brazos de la inseguridad política, para empezar, bajo distinta fórmula, un nuevo período de abyección mucho más denigrante y culpable que la primera, puesto que surgía del seno mismo de sus tropelías y avilantez, a la par que del maridaje de sus confusas instituciones y del terrorismo que se aprovechaba de ellas para inaugurar su fatal reinado… Insensibles ante el cúmulo de desgracias que labraba a su paso la ingratitud y los bruscos ensayos del personalismo, no diéronse a meditar aquellos pueblos sobre la grandeza de los intereses, ni 365

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mucho menos sobre el vasto campo que el desarrollo de la riqueza que poseían abriría a su porvenir y a su felicidad. Y comenzó para todos la era funesta de la anarquía y del desvelamiento social que aún les flagela, sin que para contrarrestarla hayan desplegado la misma energía titánica que los salvó del yugo colonial. ¡Pobres pueblos y pobres sociedades! ¡Aún más pobres las generaciones que se levantan con el triste espectáculo de la imposición como norma incompatible, y de la sumisión como ley ante la cual es preciso rendir la cerviz! No bastan los errores de ayer a aleccionar las sociedades de estos pueblos; sino que envueltas, por obra de las voluntades del destino implacable, en el vértigo de sus culpas, no tienen aliento para detener el paso en la carrera de sus vilezas, ni pudor con que abrir el rostro al eco de las denuncias de sus faltas cuando hasta a ellas las hace llegar el corazón lacerado de algún patriota… Prostituidas, las sociedades latinoamericanas obsequian a los evohés de sus pasiones a los mismos que les ultrajan y vilipendian, y rechazan cuanto noble consejo pueda dárseles en sentido contrario a sus embriagueces de hoy. Han perdido los sentimientos que la dignidad sustenta; y al condenar los propósitos del patriotismo; al rechazar los auxilios del valor cívico cuando este ha pretendido correr hacia ellas para salvarlas; al cerrar sus oídos al derecho, a la moral, a la libertad y al verdadero republicanismo, no han podido menos que prosternarse ante el imperio del despotismo, y halagar a sus déspotas como a hijos mimados, olvidando por completo las doctrinas de la verdad y los consejos de sus apóstoles y sacerdotes de bien. Murieron para estos pueblos la virtud y la abnegación, y el espíritu de Bolívar, San Martín y Duarte… yace, ¡ay! ¡dolor! envuelto en los crespones que el desconsuelo le brindara, al contemplar la obra de sus largas vigilias relegada por culpa de los hombres al infamante oficio del mercantilismo en la abyección y el crimen… Ellos, que sacrificaron la paz de sus hogares y los bienes de sus fortunas; que sacrificaron a la lucha portentosa de la independencia latinoamericana el mágico mundo de sus afectos, que abalanzando

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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la vida al peligro de la muerte se sintieron dichosos por que la expusieron en aras de la Patria, habrían sido felices si, a pesar de la ingratitud con que recompensaron sus invaluables servicios, cada pueblo por ellos liberado hubiera seguido la majestuosa senda del progreso, y escuchado la voz del civismo para establecer el sistema republicano, eminentemente republicano, que tan inmarcesibles glorias ha brindado a los pueblos que sobre él fundaron sus instituciones y sus credos. ¡Torpes naciones las latinoamericanas! Ni la iniciativa individual se pronuncia con aquella gallardía y firmeza que en otros países; ni el fomento en sus múltiples manifestaciones, ni el cultivo de las bellas letras y de las bellas artes y de las gayas ciencias, ni el ansia del reposado y profundo saber humano han tenido lugar en ellas porque apenas ha bastado el tiempo a sus contiendas fratricidas, a sus revisiones constitucionales siempre peligrosas y a sus cambios repentinos de dirección en la senda del progreso. Obedientes y sumisas al caudillaje feroz que las gobierna, les falta el brío para oponerles resistencia. Perdieron la fe y la moral y los preceptos del derecho, y no tienen ¡infelices! otro consuelo que el llanto cuando el grave peso de sus delitos les da tiempo a meditar y a juzgar la magnitud de sus infortunios, y la esplendidez del porvenir que les aguardaba si hubieran vivido identificadas en la voluntad y anhelos patrióticos de Bolívar, O’Higgins, San Martín, Duarte y los demás heroicos batalladores de la libertad latinoamericana… ¡Pobres pueblos! ¡Pobres sociedades! ¡Infelices generaciones las que se levantan, si no buscan con el derecho y la equidad la corrección a tantos males y a tan graves infortunios! El Eco de la Opinión, No. 517, 19 de octubre de 1889.

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Mucho hay que esperar de la sensatez de los dominicanos en el porvenir; porque si es verdad que en los tiempos actuales nada tenemos que augurar pueda un cambio radical en las ideas y sistemas militantes que desconciertan la iniciativa individual y desvirtúan los propósitos de bien de cuantos piensan con amor en la Patria, también lo es que las generaciones que se levantan, fuertes por el número de buenos que en ellas forzosamente han de predominar, y mejor encaminadas por el imperio que la razón, la justicia y la equidad han de ejercer sobre sus inteligencias y sobre sus conciencias, no darán treguas a sus desvelos por reconstruir el edificio moral de la República, y por auxiliar cuanto proyecto saludable toque a las puertas de la dignidad nacional. Las viejas teorías caerán a impulsos de la verdad rutilante de la época del progreso que se inaugure, y el patriotismo vendrá a constituir la más honrosa ejecutoria para la obtención de los destinos públicos del país. Siendo así que el engrandecimiento políticosocial de la República aparecerá revestido de todas sus elocuentes preseas ante la conciencia universal y ante la propia conciencia de los dominicanos del porvenir. Con la fuerza aniquiladora de los elementos de hoy, y bajo la impresión desagradable de nuestras actuales preocupaciones, no es fácil adquirir, bajo ninguna fórmula, ese estado de feliz consorcio que distingue a los pueblos realmente purificados al calor de la democracia y de las doctrinas políticas más avanzadas del siglo en que vivimos. 369

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Necesitamos ilustración; pero esa ilustración que, después de haber recorrido la esfera en que se agitan nuestras masas populares, venga a residir en idéntica proporción, si es posible, en medio a las clases acomodadas del país, para impedir de igual modo que la voluntad de las últimas arrastre inconscientemente el espíritu de las primeras. Varios son los jurisconsultos que, siguiendo un orden diametralmente opuesto a la gran mayoría de los demás, establecen la soberanía allí donde la razón esté cultivada, negando así a las masas ignorantes de los pueblos la que, por este o aquel canon constitucional, le reconocen las leyes positivas de la nación. Meditando profundamente este principio nada tiene de extraño; porque claro está que la soberanía no puede tener por base la ignorancia sino que para su mayor conocimiento y para disponer de sus esenciales prerrogativas, se hace forzosa una regular suma de conocimientos que auxilien la razón. ¿Puede ser soberano un pueblo imbécil, sumido en la abyección y el servilismo, ajeno a toda noción de ley y de libertad? No es posible que lo sea; sino que, por el contrario, esas mayas cuyos componentes viven la vida del servilismo por falta de desarrollo intelectual, estarán siempre a merced del primer audaz que escale violentamente las gradas de un poder cualquiera. Será soberano el pueblo que piense, el pueblo que raciocine, el pueblo que obre a impulsos de su conciencia e ilustrado por lo que sus conocimientos le sugieran. Y esa soberanía es indispensable que el pueblo dominicano la conquiste observando, yendo a la escuela, estudiando y raciocinando. Mientras viva confiando en el baladí precepto constitucional, que dice tú eres soberano, sin que jamás se haya visto la verdad de esto claro está que la deseada regeneración política será un mito y nada más que un mito. Pues bien, la juventud ilustrada, esa juventud que se aparta de toda idea pecaminosa para entregarse asiduamente al cultivo de la inteligencia y que tiene cifradas sus esperanzas en el porvenir, constituye el factor primordial del progreso de la República a través de pocos años. Y cuantos a ella se acercan, cuantos a ella ocurren en busca de pan intelectual, tantos satisfacen sus aspiraciones y por

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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consiguiente tantos serán, unidos a ella, elementos honrados que ejercitarán sus facultades en el estudio detenido de los adelantos modernos para coadyuvar a la obra de nuestro engrandecimiento. Estableciendo su independencia, por obra del estudio y del trabajo, cada ciudadano logrará la independencia y soberanía del pueblo en general, que dará por resultado la verdadera grandeza de la República. Por eso no hay que desesperanzarse. Los hombres del porvenir, nutriéndose hoy de sabias doctrinas y de conocimientos provechosos, conseguirán mañana los frutos de sus desvelos y cimentarán el orden y el concierto republicano de que tanto carecemos. ¡Las generaciones que se levanten salvarán la Patria; y la salvarán por el estudio, por el orden, por el trabajo y por la libertad…! El Eco de la Opinión, No. 518, 26 de octubre de 1889.

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¡Fomentemos y trabajemos asiduamente; seamos labradores de bien y de progreso; artesanos, convencidos y luchadores esforzados: inauguremos la era de la confraternidad nacional, y reivindiquemos del olvido el patriotismo y la virtud en la democracia! ¡Lancémonos en pos de gloriosas conquistas; avancemos inalterables, llenos de fe poderosa, hacia la realización de fines patrióticos; dictemos una ley de paz y de concordia a la conciencia pública, y al amparo de la verdad y de los fueros más avanzados de la libertad, revolucionemos con amor por levantar a la cima de la civilización moderna esta patria idolatrada por la que tantas lágrimas y sangre derramaron, allá en los días de las grandes luchas, los heroicos soldados de Febrero! Nunca más desgraciado pueblo se vio sobre la tierra, ni nunca más audaz legión de bravos pisó los campos de batalla para darle a la patria honor y gloria, que el pueblo y las legiones dominicanas. Hijos mimados de la victoria, no temieron los azares de la fortuna ni los cruentos sacrificios que la tiranía de sus opresores consumaba. Y cuando se creyeron salvadas las instituciones y los códigos de la ley y del honor, poderosa desgracia consumió lentamente el fuego del amor patrio para esclavizarnos de nuevo al poste de nuestros desvíos y veleidades. Y desde entonces, el porvenir se muestra lóbrego a las ávidas miradas de los restos de aquellos abnegados defensores de la libertad y del derecho… Fabriquemos el porvenir a fuerza de constante batallar y de abnegaciones salvadoras; salvemos el régimen de la ley y del derecho, 373

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y ultimemos los grandes y valiosos proyectos que el patriotismo atesora, para bien de la República. Sellemos con amor los fueros de la ciudadanía; y al concierto dulcemente armonioso de las almas honradas, verifiquemos la santa evolución de nuestro modo de ser, con provecho del pueblo y para honra de la patria. Grandes problemas económicos, políticos y sociales entraña la lucha por librar, y cada factor que a ella concurra ha menester de grandes fuerzas morales para consagrarse a sus arduos debates. ¿Y qué importan las agonías y desvelos del hombre cuando concurre a un fin glorioso y a la realización de un ideal sacrosanto? ¿Qué importan cuando se ha de adquirir renombre, y, lo que es más, cuando se ha de afianzar para siempre el progreso del pueblo por el cual tienen lugar esos desvelos y ansiedades? La República necesita de sus buenos hijos para salvarse, y necesita de ellos a medida que se aproxima, en su marcha imponente, el siglo que ha de suceder al XIX. Concurramos, despojados de todas nuestras miserias, a la realización del ideal patriótico que sustenta la doctrina de nuestra redención, y habremos dado el primer paso en vías del feliz éxito que la suerte nos augura. ¡Seamos patriotas! Sacrifiquemos nuestro orgullo y nuestros intereses mezquinos en aras de la República. ¡Salvémosla! El Eco de la Opinión, No. 519, 2 de noviembre de 1889.

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Editorial

En las importantes ciudades de Puerto Plata y Azua se han fundado sociedades de fomento que se interesarán vivamente por el desarrollo y el progreso de la industria y la agricultura en sus respectivas localidades, propendiendo así, y por obra del estímulo y del ejemplo, al desarrollo y progreso de esas dos fuentes de riqueza en la República. ¡Generoso y laudable propósito que las honra y enaltece ante la opinión sensata de los hombres de bien en el país y que las dignifica ante el mundo civilizado! Lo habíamos dicho ya. El propio esfuerzo salva a los hombres, a las sociedades y a los pueblos. En la honrada labor se fundan los éxitos más halagüeños y brillantes. Busca la humanidad la redención por el influjo sacrosanto del trabajo, y la consigue; busca la familia la felicidad y ventura por el ejercicio del orden y de la armonía en todos sentidos, y la conquista; buscan los pueblos la grandeza y prosperidad en las prácticas del derecho cimentado en el desenvolvimiento de sus facultades intelectuales y en la iniciativa progresiva de sus fuerzas materiales, y tras de esa lucha de bien, y en pos de esa aspiración nobilísima, vienen al cabo las garantías efectivas de sus libertades y el esplendor maravilloso de su progreso y de su civilización! Fomentar es cosechar; el que deposita la simiente en los surcos que el arado deja, recoge, tarde o temprano, el fruto apetecido. ¡Los que inclinan la frente sudorosa para domeñar la aridez del terreno y fecundizarlo; los que al fuego abrasador del entusiasmo agrícola fundan plantíos y cuidan amorosamente de ellos con la 375

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esperanza de cosechar en breve; los que sin temer a los obstáculos de la época ni a los accidentes de la naturaleza se lanzan convencidos y laboriosos, al campo de la agricultura, y le llenan de cuantos productos constituyen la riqueza en aquel orden, esos son los verdaderos patriotas y los únicos en quienes el patriotismo es rico y noble, poderoso y santo! ¡Trabajar, trabajar sin tregua! He ahí la fórmula del progreso. Las Sociedades de fomento de Puerto Plata y Azua merecen bien de la Patria, y como tal merecen nuestros aplausos y felicitaciones calurosas. ¡Adelante! Adelante y sin temor: sean estas palabras la divisa de sus patrióticos esfuerzos, y el escudo de sus nobles propósitos. El Eco de la Opinión, No. 520, 9 de noviembre de 1889.

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Editorial

No bastan los preceptos constitucionales, si no están sólidamente apoyados por el ejercicio de ellos, a consolidar el estado político de una nación. La práctica de las libertades públicas, la eficacia de la ley, el respeto a la opinión y las garantías indispensables al hombre, son grandes motores de progreso, y sintetizan, por así decirlo, el porvenir nacional. Donde las virtudes cívicas no tienen recompensas; donde no se deifican la libertad y el orden y se hermanan sabiamente las doctrinas del deber y del derecho; donde los atributos del patriotismo se miran a cada paso menospreciados y pisoteados por el deshonor de los que sin almas y sin conciencia buscan la materialidad asquerosa de los intereses humanos en cada acción y en cada móvil social; donde la fe del porvenir no existe y se blasfema de cuanto grande encierran los principios inmutables de la libertad, allí no habrá sino caos y maldición eterna, agonías y luchas estériles, desgracias y desventuras incalificables… No bastan las promulgaciones de leyes y decretos a asegurar el orden y a investir a la ciudadanía de sus fueros políticos, si esas leyes y decretos no los sanciona su esencial efectividad. ¿De qué valdrán al ciudadano los conocimientos de las obligaciones y privilegios, si unas y otros han de ser restringidos a cada paso por el capricho de los que rigen la cosa pública? ¿De qué servirán a los pueblos constituciones que no tengan fuerza moral y material, leyes que no se impongan por sí mismas y se respeten en lo que ellas valgan? 377

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Nada adelantará el país que carezca en absoluto de libertades. Restringida la opinión no podrá indagar y denunciar las faltas que los gobernantes cometan, ni vigilar por los intereses generales; avasallado el pensamiento no dará luz a los que la hayan menester, y aprisionados la iniciativa individual y el anhelo de bien público, no les será dado investigar el progreso, armonizar las fuerzas colectivas, crear los medios de engrandecimiento y perseverar en la obra de la prosperidad nacional. El Eco de la Opinión, 16 de noviembre de 1889.

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Editorial

El Brasil acaba de proclamar la República con el beneplácito de todos los partidos y de todas las clases sociales de sus vastos dominios. No podía suceder de otro modo. El sistema de gobierno de Brasil no era más que una falsa trasplantación del régimen monárquico de Portugal, que por falsa no podía durar mucho tiempo. Hostos, el educacionista modelo, lo había consignado con esas mismas palabras en uno de los importantes capítulos de su luminosa geografía política. Y tuvo razón al externar tan ilustrado juicio; el Brasil es hoy una República, después de haber sido por largos años, y bajo la voluntad de un emperador noble, ilustrado y generoso, el único imperio que, como una burla y una ofensa a la América republicana, subsistía en el corazón del vasto continente meridional del Nuevo Mundo! No obstante, bajo esa ridícula forma de gobierno a la que estuvo sujeto el Brasil dio ejemplos de moralidad, de orden, de progreso, de educación, de libertad y de elevados sistemas económicos y progresivos. La sensatez de los brasileños, unida al patriotismo y honradez del viejo emperador, explican esos fenómenos. ¡Loada sea la conciencia republicana que dicta a cada paso sus ejemplos de grandeza y de virtud para que sean imitados y venerados! ¡Loado sea el espíritu civilizador y nivelador del siglo en cuyas postrimerías vivimos ya, que infiltra su ascendente por todas partes y levanta del polvo a los pueblos ignorantes para engrandecerlos por obra del trabajo, de la conciencia, de la eficacia moralizadora 379

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en la política y en las grandes y provechosas conquistas del derecho, de la razón y de la inteligencia! Pero el Brasil, al constituirse en República, no podía mostrarse ingrato a los invaluables servicios de su noble coronado el ilustrado Don Pedro de Braganza; no podía echar en olvido la abolición reciente de la esclavitud en el imperio; no podía mirar con indiferencia las elocuentes lecciones de liberalismo que ese mismo soberano le diera a cada paso, ni ocultar el más inestimable servicio que le hiciera de dar cabida a la pacífica revolución política que había de sustituir el régimen monárquico con el augusto y digno régimen republicano. Y de aquí, que al abandonar las playas brasileras el viejo Don Pedro de Braganza, las Cámaras reunidas en Río de Janeiro votaran respetable suma de pesos anual para atender en Lisboa al sostenimiento de la casa de la familia destronada. ¡Ese rasgo de cortesía, dice muy alto en favor de aquellos hombres! ¡El Brasil es República! ¿Proseguirá en su camino de progreso bajo esa nueva luminosa forma de gobierno? ¿Será tan grande y respetado como lo fue en años anteriores? Esa será la obra del patriotismo de los nuevos directores de la cosa pública en aquella vasta y floreciente región de Suramérica. ¡El porvenir responderá! El Eco de la Opinión, 23 de noviembre de 1889.

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¡Consummatus est!

El miércoles 27 del mes que hoy termina, y ante numerosa concurrencia de personas de todas las clases sociales de esta ciudad, se efectuó en la Suprema Corte de Justicia la vista de la causa en apelación de los desgraciados autores del horrendo crimen de la Alameda, José del Carmen Sigarán y Martín Ávila. Soberano e imponente fue el acto de rigurosas prácticas judiciales. Silenciosa, y como reconcentrada en sí misma, asistía la muchedumbre; pálidos y demacrados los reos como bajo el dominio de la grave culpa cometida; severos los jueces, y cruzando por todas las imaginaciones allí presentes una sola idea y una sola curiosidad, el espectáculo que reseñamos revestía en sus adustas formas y en su levantado carácter, todos los signos de la solemnidad humana… El Consejo de los Acusados, a cargo del competente Licenciado en Derecho Domingo Rodríguez Montaño, hizo cuanto humanamente le fue posible, y con significativo lujo de argumentación jurídica y elocuente fraseología, por arrancar a sus defendidos del patíbulo que la Ley, en vista del crimen comprobado, les había levantado en primera instancia. Mas todo fue vano empeño de su deber profesional, y vanos esfuerzos de su inteligencia. Pesaban, con peso abrumador, sobre aquellos desgraciados hombres, todas las circunstancias agravantes del hecho cometido, y gran número de pruebas claras y concluyentes, como la propia confesión de Zenón, y la de Sigarán en último plenario, que no dejaban dudas al ánimo de los jueces ni al de la opinión pública, ni tangente posible a la ley que debía caerles en reparación moral del crimen por ellos consumado. 381

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La Suprema Corte de Justicia, en vista de estos incontrovertibles testimonios, confirmó, después de cortas horas de deliberación, y acogiendo en todas sus partes el dictamen del Ministerio Público, la sentencia del Tribunal de Primera Instancia, en virtud de la cual los malhadados Sigarán y Ávila debían sufrir la última pena. Interpuesto el recurso de gracia por quien correspondía, les fue negado, y ayer, viernes 29, a las cuatro y media de la tarde, precedidos de ruidoso aparato militar y de las multitudes que asistían ávidas de espectáculo a presenciar la postrera jornada de esos condenados, cayó sobre ellos el peso de la Ley y se cumplió sobre sus cuerpos, ya sin sujeto moral que les animase, el fallo que les arrojaba a la tumba! ¡Terrible ejemplo que ha de servir a los que, apartándose de los sanos principios de la moral y de los humanitarios preceptos de respeto a la vida, a la honra y a la propiedad ajena, se olvidan de Dios y la conciencia y realizan, por obra del vicio, de la desgracia o de la perversión de los sentimientos del espíritu, crímenes que aterran por su naturaleza y fines, y que no han de estar por largo tiempo ocultos a la investigación y castigo de la justicia! Ejemplo terrible que no debe olvidar la sociedad en que vivimos, y que quizás contribuya a evitarle nuevas desgracias en lo porvenir, advirtiéndola de que toda culpa, todo crimen perpetrado no ha de quedar impune, porque la Justicia vela incesantemente y el espíritu de Dios le acompaña para bien y tranquilidad general! Sigarán y Ávila duermen el sueño eterno de las tumbas en expiación de su crimen, y sus nombres execrados por la dignidad y el juicio unánime del pueblo y de las gentes sensatas, vivirá como lección y como ejemplo en los anales judiciales sociales de la República. Ellos dirán en su elocuencia muda y tristemente célebre, que pagaron con la vida la obra de perversión de sus almas, y que se cumplió sobre ellos el peso de la Ley. Sí, ellos dirán a los hombres que les sobreviven: “apartaos de la mala senda, no matéis en la oscuridad de la noche ni a la luz del día; no violéis el sagrado hogar para arrojar a la tumba en una hora seres indefensos; no busquéis en el crimen los regalos de la vida;

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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contemplad y leed nuestra historia… y santificad el imperio de la Ley y bendecid a Dios y escuchad en todas las ocasiones los gritos y consejos de la conciencia!” El Eco de la Opinión, 30 de noviembre de 1889.

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La pena de muerte

Jamás ha moralizado a los pueblos la pena de muerte; jamás ha contribuido a garantizar la vida social ni a servir de freno a los malvados. Ha ocurrido muchas veces que, a presencia del cadalso levantado a un criminal por mandato de la Ley, hayan caído otros atravesados por el puñal asesino, y se hayan verificado robos y escándalos de resonancia en medio a la barahúnda de los que concurren a presenciar el inhumano espectáculo que la barbarie pudo sustentar, pero que la civilización moderna ha condenado y condena con acopio de razonamientos y de principios incontrovertibles! Sabido es que el fin esencial, indivisible, único de toda ley es moralizar ejemplarizando, pero la sangre de los que van al patíbulo en expiación de sus crímenes o delitos no corrige, ni moraliza, ni amedrenta. La estadística universal lo ha comprobado de ese modo; ayer, en las oscuridades de una civilización aletargada, y hoy en medio a los empleadores y luminarias de una civilización majestuosa, progresiva y eterna!... La pena de muerte, según el eminente criterio de los grandes pensadores y filósofos de todos los tiempos, no ha salvado ni salvará jamás a las sociedades. El castigo tiene por objetivo primordial la corrección del vicio o de la falta cometida. ¿Podrá corregir al condenado a la muerte la horrenda pena que se le impone? ¿Le aprovechará la efectividad de esa pena? ¿Logrará regenerarlo? 385

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¡Imposible! Muerto materialmente, claro está que no podrá verificarse en él la regeneración apetecida, que es el móvil de toda ley y de todo principio jurídico. ¿Aprovechará entonces a los espectadores? ¡Oh, nunca, nunca! Porque si así fuera, desde los primeros tiempos del orbe, en que se cometieron los primeros crímenes y subieron al patíbulo los primeros criminales, se habrían dejado de consignar en las estadísticas las relaciones formales y las grandes series de crímenes de todo género cometidos unos tras otros no obstante los millares de seres que han sido arrojados a la tumba en expiación de ellos. Grandes e irrebatibles son los argumentos de solidez granítica presentados en contra de la pena de muerte; repetirlos aquí sería tarea larga, ímproba e interminable. Empero, en sociedades como la nuestra que vive desquiciada y a la ventura en países como el nuestro en que nada es estable y todo es obra de las revoluciones y del espíritu de partidos, con gobiernos como los nuestros que jamás han atendido al bien de la Patria ni al de los asociados, la pena de muerte, para ciertos y determinados casos, como los que señala el artículo del código penal, se hace desgraciadamente necesaria hoy por hoy. El medio político-social en que vivimos es atroz; la vida humana no está eficazmente garantida; no tenemos cárceles ni penitenciarías ni la ley es una verdad tal como lo debe ser y como lo es en otros países. Mas la ley no es una verdad aquí ni por culpa de la ley misma, sino por el abandono y la culpa infame y criminal de los que tienen el encargo de vigilar por ella y de hacerla efectiva en todas ocasiones. Y suele acontecer que, los que ayer blandieron el puñal asesino y escalaron y pillaron la propiedad ajena, vienen más tarde, en alas de las revoluciones y gracias a nuestras anomalías políticas, a ser factores de un orden gubernativo cualquiera, y por ende a descargar sobre la pobre sociedad indefensa la saña de sus rencores y los golpes de sus venganzas criminales y de sus corroídas pasiones!... Y cuenta que somos y hemos sido y seremos siempre enemigos de la pena de muerte, porque nos horrorizamos ante ella y porque

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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estamos convencidos de que jamás moraliza a los pueblos; la maldecimos con toda la fuerza de nuestras convicciones y doctrinas. Pero no se nos escapa la necesidad de ella, hoy por hoy, entre nosotros, y para los casos que señala el artículo del código citado, y mientras vivamos como vivimos, sin tener un orden de cosas establecido sobre el cual pueda descansar confiadamente nuestra seguridad individual y social. El Eco de la Opinión, 30 de noviembre de 1889.

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Editorial

Para las grandes empresas son necesarios, indispensables, grandes medios; sin los cuales ellas no podrán jamás augurar felices resultados. Someter a un procedimiento anémico, perezoso, las elevadas concepciones del espíritu o de la inteligencia, quitando así calor a lo que necesita de él para reproducirse prácticamente, es predisponer a la negación lo que por su naturaleza u origen pudiera ser efectivo en un escaso tiempo de actividad y de interés laboriosamente aprovechado. No es posible lograr las ventajas de un fin cualquiera en el orden de la industria, o del trabajo en general, si no concurren a él los esfuerzos que la magnitud de ese mismo fin exija. Por eso hemos visto fracasar empresas y proyectos laudables y meritorios que se creyeron de fácil proyección en los primeros momentos del entusiasmo; porque alucinados sus autores con la idea de la facilidad soñada, olvidaron la enérgica consagración que debieron haber dedicado a su estudio, examen y desarrollo, y no empeñaron como complemento aquellos recursos ni aquellas batallas que los hubieran salvado irremisiblemente. La actividad es el primer elemento orgánico, diremos, de toda idea puesta en ejecución; sin ella nada es probable. Los que permanecen inactivos; los que negligentemente pasan la vida sin dar señales de ella en sus concepciones o propósitos; los que no vencen las fatigas del trabajo y sus penosas alternativas para usufructuar al cabo honrada y provechosamente; los que no desplieguen todas sus facultades impulsivas y creadoras con el objeto 389

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de dar forma, organización y existencia real a lo que la mente soñara; los que se alejen del campo de las grandes luchas amedrentados por las escabrosidades que ellas presenten, y no persistan en la conquista del bien acariciado dejando incompleta la obra de sus primeros ejercicios y diligencias, esos no adelantarán jamás un paso en la vía del progreso, ni acreditarán tampoco el concepto social en que vivieren. Hay que ser esforzado y pertinaz en la lucha por la vida; hay que cerrar los ojos a los contratiempos y caminar al fin del objetivo; hay que arrostrar las mil eventualidades de la suerte y los mil obstáculos que la naturaleza nos oponga; hay que vencer para adquirir, para conquistar, para alardear la victoria. Sin esos empujes titánicos de la buena voluntad, no serán realizables en ninguna época los altos propósitos de la inteligencia humana. En todos los casos de la vida, la actividad y la perseverancia deciden el triunfo; el aislamiento y la monotonía de las vacilaciones, no darán por resultado sino perjuicios irreparables. ¡Perjuicios que, a medida que la razón despierte, servirán a la memoria de torcedor iracundo, y a la conciencia de eterno remordimiento! Aprovechar las diversas situaciones de la vida en el amplio campo de la honrada especulación y de las empresas saludables y patrióticas, es uno de los caracteres más prominentes que informan el espíritu del siglo XIX. Y así como las sociedades y los pueblos, el individuo está bajo el imperio de esa prescripción salvadora, puesto que es elemento constitutivo de unas y otros. Los dominicanos, pues, no deben olvidarlo cuando se aboquen a la realización de un proyecto cualquiera; no deben olvidarlo porque de ello dependen en interesantísima parte su común prosperidad, y la grandeza de la República! El Eco de la Opinión, No. 521, 7 de diciembre de 1889

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Exámenes

La Escuela Normal, el colegio San Luis Gonzaga, la Escuela Nocturna de la respetable Logia La fe, y los demás planteles de instrucción, han dado principio a sus exámenes privados en estos últimos días, notándose en ellos verdaderas muestras de halagador suceso. Haciendo abstracción completa de todos esos institutos de enseñanza, para consagrarnos en estas líneas a la Escuela Nocturna que funciona bajo los auspicios de la masonería nacional, diremos, franca y lealmente, lo que en justicia haya menester decir acerca de su organización, funcionamiento, medios de vida y resultados. Creada no hace largo por la Logia citada, la Escuela Nocturna dice por sí misma cuanto en obsequio de la noble institución masónica pudiera decirse; viene a justificar en medio al pueblo dominicano, que la ley de la masonería es ley de bien universal, que los principios masónicos están calcados hoy sobre lo que de más útil, grande y moral encierra el espíritu de la civilización moderna: que la voluntad masónica, despreciando contratiempos y vicisitudes fatales, tiende generosamente, y de continuo, a la consecución de un fin laudable, poniendo en ejercicio la nobleza de los medios, y las honradas sugestiones y consejos de la conciencia, la filosofía del deber, para rasgar el velo de la ignorancia, para consolar y socorrer al afligido, para hacer justicia al mérito, para levantar a Dios y a la virtud un templo augusto en cada corazón, y para analizar sobre bases sólidas e inconmovibles las doctrinas de la equidad y la justicia, regenerando y convirtiendo el espíritu humano a las prácticas siempre nobles, siempre enaltecedoras y bellas de toda prescripción sensata y de todo principio saludable y fecundo!... 391

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Francisco Gregorio Billini

Organizada humildemente, y conforme a los recursos de que se ha podido disponer, tenemos que la Escuela Nocturna de referencia es ejemplo y es virtud, ejemplo, porque ella testifica lo que puede el buen deseo y el amor a la humanidad; virtud, porque ha sido necesaria mucha para sostenerla mediante el concurso gratuito de los profesores que la dirigen, y no obstante las mil y mil dificultades de orden material y moral que ha sido preciso vencer a cada paso, y que aún no han dejado de asediarla y propender a su entorpecimiento y ruina. Empero, esa obra de bien no perecerá: vive alentada y sostenida por la perseverancia, abnegación y asiduidad de su Director el ilustrado y laborioso joven Álvaro Logroño, y por la no menos perseverante solicitud y consagración al trabajo de los profesores Reyes Brea, Contreras, Brenes, ambos Fernández, Jansen, Fiallo &, para quienes lo ímprobo del magisterio no es obstáculo ni motivo de desanimación, y a quienes no impulsa otro objetivo que formar de todos y cada uno de sus jóvenes educandos hombres útiles a sí mismos, a la familia, a la sociedad y a la Patria. Funcionando con la regularidad más exquisita, y hallándose inscrito en sus humildes aulas gran número de niños, en su mayor parte hijos de pobres madres, huérfanos y desheredados de la fortuna a quienes la desgracia imposibilita de asistir a los planteles de instrucción diurna, porque ellos mismos han menester del pobre sudor de sus frentes para vestir el cuerpo y quizás si para llevar al triste hogar el pan de los hermanos y de la madre… he aquí que la Escuela Nocturna llena un vacío y salva del infortunio de las tinieblas a esas jóvenes inteligencias que tal vez mañana sean gloria de la República, y honor y felicidad de la familia y de ellos mismos. Y hay que esperarlo de ese modo; los últimos exámenes verificados en estas noches así lo prometen. La Aritmética, Geografía Patria, Gramática, Cosmografía, Geometría, Lectura Razonada y Caligrafía, han sido las asignaturas cultivadas, y en las que dieron a conocer los alumnos la labor de sus maestros, y su relativo aprovechamiento. Dignos de mención han sido esos humildes exámenes de la Escuela Nocturna; y dignos de aplausos la Logia que la ha fundado y los profesores que la dirigen.

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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En esta virtud, nosotros, amantes de lo bueno y de lo útil y admiradores del mérito doquiera este se encuentre, no podemos menos que aplaudirlos y felicitarlos por tan meritorio trabajo; a la vez que alentar a unos y otros a que perseveren infatigables en la obra de bien emprendida, con la cual han dado testimonio de honradez y buen deseo, y de una virtud singularísima en estos tiempos de escepticismo y de materialidades desdorosas… ¡Adelante, y la Patria y la sociedad y la familia les quedarán agradecidas! El Eco de la Opinión, 14 de diciembre de 1889.

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Cuestión palpitante

La escasez de numerario se hace cada día más creciente en esta plaza. A no ser por las sutiles esperanzas de una próxima zafra salvadoramente productiva, afirmaríamos que estamos abocados a una crisis fatal e indomable. Y en efecto. Todos los ramos del comercio se hallan a oscuras, en medio a la lobreguez del caos financiero que envuelve de uno a otro extremo los límites comerciales de la República. El fomento, en cualquier ramo, cada vez más penoso en estos tiempos de inminente ruina para los que no vivan de su propio capital o de los módicos resultados de sus propias especulaciones. La agricultura no da señales de vida; la cosecha de tabaco en las florecientes provincias cibaeñas, no augura este año los beneficios que en épocas pasadas diera, la languidez mortal que aflige a cuantos invirtieron en la labor agrícola los proventos de largos días de fatiga y de perseverante trabajo, es un síntoma más de la desconsoladora situación actual del país. Paralizados los proyectos de fomento y de desarrollo industrial, aquellos brazos que hubieran podido emplearse en la benéfica obra, viven hoy errabundos de uno a otro pueblo, sin lograr en qué distraer provechosamente el tiempo que pierden abismados en la miseria que los condena a sufrir y a perecer de hambre… Las plazas principales de la República como son la de esta ciudad, Puerto Plata, Monte Cristi, Azua & viven entregadas por completo a la monotonía de la compra y venta en proporciones tan exiguas y limitadas que tampoco se sabe si ellas prosperan o se extinguen. 395

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Esa animación comercial que se dejaba sentir y se veía en años pasados, ha decaído hoy de una manera asombrosa. Todos temen, todos viven ávidos de garantir lo poco que pudieron, en tiempos pasados, ganar a costa de mil desvelos y solicitudes; todos ven asomar la ruina común, y de aquí la desesperación y el pánico que se observa. ¿Y en dónde están los medios conque poder combatir este penoso estado de aniquilamiento en que vive el gremio comercial de la República? Problemas son estos que a la simple enunciación de ellos, enmudece conmovido el espíritu, se eclipsa el entendimiento y vacila una y otra vez la pluma al intentar siquiera como ensayo la solución apetecida. El país, frente a una conflagración inaudita como esta de que financieramente hablando se ve amenazado, no logrará impedir su desbordamiento sino por órgano de enérgicos esfuerzos encaminados a deslindar el campo de la ruina total, al que los resultados de operaciones onerosas y fatalidades sin cuento lo van conduciendo a pasos agigantados. De ahí el pánico; de ahí la falta de vida que se observa en el comercio, en la industria y en la agricultura; de ahí que, cuantos reunieron ayer un capital cualquiera traten de hacerlo emigrar a puntos en que la garantía y la seguridad les prometan su conservación y progreso; y de ahí, unida al tráfico monetario que viene teniendo lugar hace tiempo entre las vecinas islas y la República, la escasez asombrosa de dinero que se nota y que va aumentando en razón directa de la magnitud del peligro que los destinos financieros del país van corriendo a cada instante. Hay que desplegar una buena suma de patriotismo y de actividad para salvar la situación actual del comercio; hay que sacrificar algunos intereses para dar vida propia a los grandes intereses de la República. De lo contrario la crisis, y tras ella el caos, y en pos de él la ruina y la bancarrota, darán cuenta exacta del porvenir nacional! El Eco de la Opinión, 21 de diciembre de 1889.

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1890

En vísperas ya del año 1890, justo es que dediquemos a su alborada la expresión de nuestro regocijo, y que le saludemos con toda la efusión de nuestra alma. 1890 simboliza grandes esperanzas de engrandecimiento para la Patria, y encierra en sus arcanos grandes promesas que reaniman el patriotismo y confortan el espíritu de la ciudadanía honrada. La huella funesta que nos deja el viejo año que agonizando está, no ha de ser perdurable, la realización de los sacros ideales que atesora en su mente y en su espíritu todo buen ciudadano ha de borrarla. Sí, 1890 encarna una era de bienandanza y de grandeza que disfrutará el universo y que indudablemente ha de aprovechar a los destinos de la República Dominicana; de esta República que, merced a la ingratitud, avilantez y desvío de sus hijos, ha vivido siempre abatida y miserable, y sobre la cual han pesado, con peso abrumador, las más abominables calamidades políticas y sociales!… La humanidad solemniza con verdadero entusiasmo y positiva ve los albores del año que se aproxima, porque ella presiente y trasluce algo gigantesco en la sucesión de su reinado, algo fecundo y maravilloso para las enseñanzas del civismo y de la libertad, y de mágico para las doctrinas y principios de la progresiva civilización en que vivimos. Toda la humanidad no ha de engañarse. Abonan sus creencias y sus esperanzas mil conceptos de razonables observaciones hechas al calor de una lógica inflexible. 397

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Francisco Gregorio Billini

La política le suministra la idea del progreso en un orden más elevado, y la ciencia le sugiere el pensamiento de la perfectibilidad moral del sujeto en un grado superior al hasta hoy observado. Y ella ve a través de sus reflexiones y anhelos que los hombres en el año entrante, cansados de sus aprestos militares y de sus ruidosas controversias parlamentarias acerca de la ofensa y del castigo, buscarán la solución de sus intrincados laberintos por medio del arbitraje recíproco, y el equilibrio de sus ambiciones en la pacífica verificación de los comicios, en los sabios combates de la palabra ora en la tribuna, ora en el estadio de la prensa libre y razonable, ya en las Cámaras y asambleas, bien en los meetings y reuniones ordinarias, pero jamás, jamás en los campos de batalla! Y el ósculo de paz y de progreso impondrá a todos el patriotismo y la sensatez necesarios; y al repercutir en el fondo de todas las conciencias, salvará de nuevas luchas estériles a los pueblos y afianzará los saludables principios del respeto y de la confraternidad común, que será el objetivo que acaricie el ilustre año que sucede al viejo año que agoniza. Cada año que pasa, cada año que se sepulta en los abismos del tiempo para jamás volver, marca una etapa en la carrera de la vida; la marca dejando a un mismo instante la historia de los acontecimientos que acaecieron, la reseña indeleble de los progresos o desventuras humanas, y el dejo amargo del desencanto o la miel de las esperanzas o ensueños más rientes al corazón y a la inteligencia. 1890 años contará dentro de pocos días la humanidad desde que fue redimida al pie del Gólgotha fecundo; 1890 años durante los cuales han aparecido y desaparecido pueblos y naciones, creencias, dogmas, instituciones y doctrinas, y durante los cuales ha progresado de una manera asombrosa el universo, mediante el esfuerzo de la inteligencia que, creando civilizaciones deslumbradoras, patentiza su poderío inmortal y su grandeza infinita. 1890 años de luchas gigantescas y de caídas y rehabilitaciones ruidosas; 1890 años que no han podido saciar la sed de lo infinito al alma humana, ni envejecer sus aspiraciones, ni amortiguar su fe, ni calmar el fuego de sus anhelos, ni detener el impulso creador y reparador de sus afecciones, impresiones y pensamientos!

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Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889

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Lo hemos dicho. El año próximo abre anchos horizontes al porvenir nacional y le augura felicidades de todo linaje. Si la Patria, reconcentrada en su propia conciencia y aleccionada por su pasado sombrío, busca durante el reinado de 1890 la reparación a tanta desventura sufrida; si los dominicanos, inspirados por verdadero amor a las instituciones, a la justicia y a la honradez se disponen a luchar por el triunfo de las nobles causas del patriotismo, la Patria y ellos alcanzarán el engrandecimiento apetecido, y 1890 será la primera etapa de nuestra indiscutible regeneración político-social!… El Eco de la Opinión, 28 de diciembre de 1889.

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Índice onomástico

A Abreu, Rafael 131 Acevedo, Antonio 162, 176, 183 Acevedo, Leticia R. de 188 Acosta, J. A. 209 Aglón, Ambrosio 323 Aglón, Andrés 322 Aglón, Fermín 323 Aglón, Fernando 322 Aglón, Juan F. 323 Aglón, Luciano 322 Aglón, Manuel 323 Aglón, Pancho 322 Aglón, Rufino 323 Aglón, Ventura 323 Aguiar, Francisco 204 Alardo, Elizardo Arturo 178, 185 Albino, Bonifacio 323 Albino, Cecilio 322 Albino, Dionisio 322 Albino, José 323 Albino, José D. 322 Albino, Manuel 322 Albino, Norberto 322 Alcántara, Dionisio 323 Alfau, María A. 206 Alfau, Olimpia R. de 206 Alfau de Pellerano, Belén 203 Alfonseca, Alioné 178, 185

Alfonseca, Amelia 178, 185 Alfonseca, Oliva 178, 185 Alfonseca, Purita 178, 185 Álvarez, Braulio 204 Álvarez, Manuel 177, 185 Álvarez y Peña, Agustín 203 Álvarez y Peña, Carmelita 203 Álvarez y Peña, Miguel 203 Álvarez y Peña, M. Agustín 203 Álvarez y Peña, Wenceslao 203 Anacaona 97 Andújar, Carmen Nelia 203 Angulo Guridi, Javier 233 Araújo, Eusebio 201, 204 Arístides 126 Aristy, Agustín 175, 183 Aristy, J. Ramón 175, 183 Armayor, Pbro. Domingo 190, 192 Arthur, Chester 19 Arvelo, Dr. Carlos 179, 186 Arzeno, José M. 131 Ávila, Martín 379-380 Aybar, Basilio 322

B Babella, Juan A. 322 Báez, Dionisio 323 Báez, Joaquín 322

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Báez, José A. 322 Báez, José del Carmen 162 Báez, Remigio 323 Báez, Venancio 323 Báez Figueroa, Carlos 176, 183 Baird, Alexander 196, 277, 295-296 Ballana, Antonio 323 Baranda, Joaquín 120 Barillas, Manuel Lisandro 287, 289 Barinas, Julián 205 Barú, Tiburcio 323 Bastardo, Pedro María 132, 176, 183, 266 Batista, Joaquín 322 Batista, Manuel 322 Becherelle 57 Bensán, Julio 206 Berti, Fruncio 323 Betances, Dr. Ramón Emeterio 197 Bidó, Isabel viuda 162 Billini, Consuelo 188 Billini, Francisco Xavier 175, 182, 309-311 Billini, Hipólito 179, 183 Billini, Juan María 177, 184 Billini, Virgilio 204 Bismarck, Otto von 59 Blanchard, Francisco 205 Boisard, Leo 205 Boist 57 Bolívar, Simón 345, 364-365 Bone, Albino 322 Bonilla del Toro, J. C. 162 Bonilla y España de Leyba, Sra. Manuela 204 Borbón, Pbro. Marcelino 201, 204 Borges, Pedro 323 Boscowitz, Rodolfo R. 45 Boss, Polidoro 186 Boyrie, Louis de 176, 183 Braganza, Pedro de 378

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Francisco Gregorio Billini

Brea, Alberto 177, 184 Brea, Antonio 187 Brenes 390 Brenes, José de J. 179, 186 Brenes hijo, José de J. 179, 186 Brioso, Ramón 323

C C. de Caminero, Luisa 186 Cabral, Marcos Alberto 324-325 Camilo, Ricardo 323 Campoamor, Ramón de 232 Cancio Villamil, Marino 261 Cánovas del Castillo, Antonio 261 Carlos V 313 Caro, Cirilo 323 Carranza, Juan B. 172 Carvajal de Coiscou, Policena 179, 186 Casandro 127 Castillo, J. M. 172 Castillo, Luis Temístocles del 204 Castillo, Rafael Justino 176, 180, 182, 183, 200, 202, 220 Castillo de Alfonseca, Fidelina 188 Castillo vda. Vidal, Josefa 177, 184 Castro, Apolinar de 188, 280 Castro, José Santiago de 176, 183, 266 Catones 126 Ceara, Leopoldo 205 Cervantes Saavedra, Miguel de 122-123 Chantanella, Jesús 205 Cimon 127 Cincinatos 126 Coen, David 203 Coen, Enrique 162, 178, 185 Coen, Eugenio 162

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Índice onomástico

Coiscou, Silvain 179, 186 Coiscou y Carvajal, Altagracia 179, 186 Coiscou y Carvajal, Aurelia 179, 186 Coiscou y Carvajal, Barón 178, 185 Coiscou y Carvajal, Francisco I. 179, 186 Coiscou y Carvajal, Manuel A. 178-179, 186 Coiscou y Carvajal, Rodolfo 178, 185 Colmeiro, Manuel 273 Colón, Cristóbal 21-22, 96-97, 259-260, 262, 271-273, 329, 339 Contreras 390 Crasto, Namías de 186 Cristo 17 Cuevas, 322 Cuevas, Abad 323 Cuevas, Bruno 322 Cuevas, Cayetano 323 Cueva, José 322 Cuevas, Juan 323 Cuevas, Juan A. 323 Cuevas, Pedro 323 Curiel, Ricardo 131, 179, 186

D D. García, María Isabel 179 Damirón, Amable 178, 185 Damirón, Ildefonso 178, 185 Damirón, Luisa 178, 185 Damirón, Rafael (Pelelo) 177, 184 Damirón, Rosa 178, 185 Danton, Jorge 123 Del Monte Félix María 140, 179, 186 Del Monte, Mercedes 179, 186 Delgado, Mercedes G. 205 Delgado, Pedro A. 178, 185 Deligne, Gastón Fernando 188, 232 Desangles, E. 191

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Díaz 339 Díaz, Evelio 322 Díaz, Félix 322 Díaz, José 323 Díaz, José María 204 Díaz, Manuel 323 Díaz, Nicomedes 323 Díaz, Pablo 323 Díaz, Rafael Octavio 176, 180, 182-183, 200, 202, 220 Domínguez, Ramón 186 Domínguez, Valentín 186 Duarte, Juan Pablo 304-305, 345, 364-365 Ducoudray Richez, Francisco 186

E Echenique, Juan B. 162 Ellis, Federico 188 Ellis, Gerardo 186 Escanlan, Catalino 322 Espaillat, Ulises Francisco 62, 164 Espinal, Ramón 204

F Farrand, J. W. 178, 185 Féliz González, M. 192 Fernández 390 Fernández, Aurelio 176, 183 Fernández, Elvira 178 Fernández, Esteban 177, 184 Fernández, Isabel 178, 185 Fernández, Jimena 178, 185 Fernández, José Melitón 178, 180, 182, 185, 200, 202, 220 Fernández, Justino 120 Fernández, Mercedes 178, 185 Fernández, Rafael 186

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Fernández Pérez, Francisco 186 Fernández viuda Amblat, Josefa 186 Fernández y Fernández de Fernández, Amalia 186 Fiallo, Alberto 177, 185 Fiallo, Fabio 179, 186, 390 Francisco, Juan 323 Freites, Andrés 162, 192 Freites, Próspero 176, 183 Fuentes, Eusebio 323 Fuente Ruiz, Francisco de la 119-120

G Galván, Delfín 186 Galván, Rafael 204 Galván, Vicente 177, 184 García, Andrés 322 García, Eudoro, 176, 183 García, Inés Ma. 176, 186 García, Jacinto 322 García, Josefa 176, 186 García, María Isabel D. 186 García de Billini, Enriqueta 188 García Godoy, Federico 211, 216 García hijo, Andrés 322 García Tejera M., 176, 183 García viuda Obregón, Mercedes 178, 185 Garfield 328 Garrido 304 Gautier, Manuel A. 176, 183 Geraldino, Antonio 204 Gibbes, Lucas T. 176, 180, 182-183, 200, 202, 220 Gilbert 21, 97 Glas, José Manuel 211, 218 Gómez, Carlos 192 Gómez, Chaly 192 Gómez, Ignacia 177, 184

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Gómez, Máximo 33-35, 47 González, Bautista 322 González, Fermín 188, 322 González, Guarín 176, 184 González, Julián 322 González, Pancho 322 Goussard, B. 57 Greco, Julio 175, 182 Guerrero, Alejandro (Sansán) 177, 184 Guerrero, Clotilde 188 Guerrero, Evaristo 322 Guerrero, Felipe 323 Guerrero, Máximo 322 Guerrero, Pablo 323

H Hauskuests, Jacob 205 Henríquez, Cohen 186 Henríquez, Enrique 177, 184 Henríquez, J. 191 Henríquez, Noel 204 Hernández, Ezequiel 206 Hernández, Pedro A. 175, 182 Herrera, Gerardo 204 Herrera, Manuel Federico 322 Heureaux, Ulises 65-66, 77, 84, 147, 266 Hidalgo y Costilla, Miguel 345 Hinojosa, Pedro 120 Hohlt, Federico 178, 186 Homero 314 Hostos, Eugenio María de 190, 197, 232-233, 377

I Imbert, Gral. Segundo 211

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Índice onomástico

J Jansen, Gerardo 390 Jimenes, Juan Isidro 211, 218 Joubert, Emilio C. 176, 180, 182-183, 200, 202, 220 Juan Ñoño 322 Juan Titina 322 Julia, Juan J. 266

L Lacaña, Juana 323 Lajara, Eduardo 203 Lajara de Mieses, Ana Emilia, 188 Lamarche, I. Osterman 179, 186 Lamberks, D. 162 Lambertus, Delanoy 191 Landais 57 Lapeiretta, Eugenio 206 Leal, José Román 120 Leca, J. B. 116 Ledesma, Epifanio 205 Ledesma, Manuel J. 205 Leibniz, Gottfried Wilhelm 232 Lemoine, F. 162 Lemos, J. de 176, 183 León, Ana Marcelina de 188 León, Cheri M. 186 León, Eduardo 178, 186 León, Emilio de 205 León, Francisco de 205 León, Régulo de 205 Leónidas 126 Lesseps, Ferdinand de 58 Leyba, Anita 177, 184 Leyba, Emilia 177, 184 Leyba, Graciela 177, 184 Leyba, Leonor 177, 184 Leyba, Rafael María 178, 185, 280

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Leyba, Rodolfo 204 Leyba de Calero, Elena 177, 184 Leyba de Pou, Josefa 177, 184 Lidrón, Libero 322 Lincoln, Abraham 328 Lizardo, José Antonio 186 Lizardo, Juan 323 Llaverías, Jesús Ma. 177, 184 Logroño, Álvaro 379 Loiseau vda. Pineda, Trinidad 177, 184 López, Luis 178, 185 Lora, Anazario de 23 Lora, Apolinar de 322 Lora, Eulogio 323 Lora, Juan de 323 Lora, Miguel de 323 Lora, Ramón de 323 Lucrecia, José 323 Lugo, Francisco 162 Lugo, José Joaquín 204

M Madé, Alejandro 322 Madé, Aniceto 322 Madé, Esteban 322 Madé, Francisco 322 Madé, Julián 322 Madé, Mañón 322 Madé, Pablo 323 Madé, Ricardo 322 Madé, Santo 322 Madé, Victoriano 322 Mahoma 292 Mainé, Nicanor 322 Malespín, Carlos 204 Malespín, Miguel 204 Mansfield, Gregoria 178, 185 Mansfield, María Otilia 188

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Mansfield hijo, George 188 Mañón, Manuel 177, 184 Marcelino, Segundo 206 Marchena, Abraham de 162, 190, 192 Marchena, David de 176, 183 Marchena, Eugenio Generoso de 131, 162, 176, 183, 280 Marchena, J. B. de 203 Marchena, Moisés de 203 Maríñez, Antonio 322 Maríñez, Manuel A. 323 Maríñez, Norberto 323 Mariscal, Ignacio 120 Martí 47 Martí, Pedro 322 Martí, Vicente 162 Mateo, Manuel 201, 204 Matías, 323 McLelland, Thomas 275-276 Medina, Francisca T. de 188 Mejía, Enrique 203 Mejía, Juan Tomás 203 Mella, Ildefonso 205, 209 Mella, Isidoro 177, 184 Mella, Matías Ramón 305, 323 Mena, Miguel 205 Méndez, Vicente 176, 183 Mercedes, Elías 322 Mercedes, José A. 322 Mercedes, José M. 322 Mercedes, Juan de las 323 Mercedes, Manuel M. 322 Mercedes, Quintín 322 Meriño, Fernando Arturo de 186 Mieses, José 177, 184 Milciades 127 Mínguez (presbítero) 48, 212 Monroe, James 328 Montaño, Honorina 178, 185 Montaño, Hortensia 178, 185 Montás, Donastor 205

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Francisco Gregorio Billini

Montás, Jerónimo 205 Montás, Lovesqui 205 Montás, Pbro. Manuel A. 205 Monte de Oca 131 Monte de Oca, Francisco 191 Monte de Oca, Juan R. 209 Montolío, Joaquín 179, 186 Montolío, Mercedes 179, 186 Montolío y Ríos, Mariano 178, 185 Moró, Gregorio 203 Morrison (mister) 50 Moscoso hijo, Juan Elías 176, 180, 182-183, 200, 202, 220 Mota, Carlos Alberto 192, 208 Moya, A. de 177, 184 Moya, Casimiro Nemesio de 65-66, 77 Moya, Manuel de 211, 218

N Namías de Crasto, Sarah 186 Nanita, Abelardo 176, 183, 199, 201, 204 Nason, Preston C. 11 Nerón 127 Noble, Simeón 162 Noboa, Ciriaco 162 Noboa, José J. 162, 191 Nouel, Carlos 141 Nouel y Bobadilla, Adolfo Alejandro 141 Nouel y Bobadilla, José María 176, 183 Noyaso, Silvestre 323 Núñez, Rafael 54

O O¹Higgins, Bernardo 365 Oliva, Francisco 186

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Índice onomástico

Orbe, Manuel María del 206 Ortiz, Abelardo 322 Ortiz, Ángel M. 322 Ortiz, Carlos 323 Ortiz, D. D. 162 Ortiz, Enrique 322 Ortiz, Eusebio 322 Ortiz, J. M. 191 Ortiz, Manuel J. 322 Ortiz, Mateo 322 Ortiz, Prudencio 322 Otón 127

P Palacios, Rumualdo 223 Pennell (Mister) 169, 172 Paulino, Bonifacio 322 Paulino, Elías 323 Paulino, Juan 322 Paulino, Manuel 322-323 Paulino, Marcelino 323 Paulino, Mauricio 322 Paulino, Pijín 323 Paulino, Rosendo 323 Payán, José 205 Peguero, Santiago 192, 323 Pellerano, Alfredo F. 179, 186 Pellerano, Armando 178, 185 Pellerano, Aspasia Anita 203 Pellerano, Benito Alberto 203 Pellerano, Benito V. 203 Pellerano, Elvira Teresa 203 Pellerano, Herminia Belén 203 Pellerano, M. de J. 203 Pellerano, Salvador Arquímedes 203 Penson, César Nicolás 176, 180, 182-183, 200, 202, 220 Peña, Vicente 322 Perdomo, José 323 Perdomo, Francisco 323

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Perdomo, José María 322 Perdomo, Josefa Antonia 233 Perdomo, Simón 322 Perdomo, Valerio Matías 322 Pereyra, Eusebio 205 Pereyra, José 205 Pereyra, José D. 201, 204 Pérez, Andrés 203 Pérez, Eugenia D. 177, 184 Pérez, José Joaquín 176, 183 Pérez, Olegario 162 Pérez, Santiago 139, 141 Pérez de Roques, Marta 179, 186 Peynado, Francisco J. 176, 183 Pichardo y Brache, Luis 206 Pietro, Dr. Juan 186 Pina, Juan Pablo 205 Pina, Manuel 205 Pineda y Pereyra, Trinidad 177, 184 Pinedo, Rodolfo 186 Pittaluga, Salvador 203 Polanco 339 Polanco, Federico 178, 185 Ponce de León, Santiago 176, 183 Ponce de León, Srta. Aurora 177, 184 Ponce de León, Srta. María 177, 184 Portuondo 177, 184 Pou, Eduardo 186 Pou, Elvira 177, 184 Pou, Joaquín 177, 184 Pou, María 177, 184 Pou, Matilde 177, 184 Pou, Rodolfo 177, 184 Pou y Leyba, Clara 186 Pou y Pereyra, Carlos 186 Pou y Primet, Carlos 204 Pozo, Herminia 178, 185 Pozo, José J. 176, 183 Prats, Francisco 176, 183 Prudhomme, Emilio 191 Pumarol, Pablo 176, 184

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Q Quírico, Aurora 178, 185 Quírico, Inés 178, 185

R R. de Rodríguez, Baldomera 188 Ramírez, Eduardo 323 Ramírez, Pelegrín 323 Ramírez hijo, R. 209 Recio, J. M. 191 Reyes Brea 390 Reyes, Enriqueta 177, 184 Reyes Castillo, Joaquín 186 Ricart, Eduardo 186 Richiez Ducoudray, Francisco 266 Riva, Gregorio 197 Rivera, Cirilo 322 Rivera, Clemente 323 Rivera, Pancho 323 Robert, J. V. 192 Rocha, Domingo 323 Rocha, Gollo 323 Rocha, Julián de la 203 Rodríguez, Dolores Angélica 188 Rodríguez, I. Leonor 186 Rodríguez, Judit Victoria 188 Rodríguez, María Argentina 188 Rodríguez, Martín 179, 186 Rodríguez, Obdulia B. 186 Rodríguez, Rafael 178, 185 Rodríguez, Rafael M. 186 Rodríguez, Ramona 177, 184 Rodríguez, Teresa de Jesús 188 Rodríguez Montaño, Antonio 188, 379 Rojas, Carlos S. 206 Rojas, Juana D. 206 Rojas, Marcos 186 Román, Miguel A. 176, 183

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Romano, Antonio 162 Romero, José 323 Romero, Manuel 322 Romero, Pedro 322 Romero, Timoteo 323 Roques (regidor) 339-340 Rosario, Valentín 323 Rosario, Vito 323 Rueda, Manuel 204 Ruiz, Eugenio 162 Ruiz, Victoriana viuda 162

S Sabater, Ramón 162 Saint-Denys, Eustache Juchereau de 57 Saladen, David 205 Saladen, Francisco 205 Saladen, Leonidas 205 Salas hijo, I. 162 Saldaña, Antonio 323 Saldaña, Manuel 323 San Martín, José de 345, 364-365 Sánchez, Alfredo 205 Sánchez, Delfín 120 Sánchez, Francisco del Rosario 304-305 Sánchez, Juan J. 162 Sánchez, Reynaldo 205 Sánchez y González, Carmen 179, 186 Sánchez González, Eduardo 179, 186 Sánchez y González, Luis 179, 186 Sánchez y González, Rafael 179, 186 Santana, Cayetano 323 Santana, Manuel 322 Santana, Melchor 323 Santana, Pedro 305 Santillán, Francisco 205 Santos, Juan José de los 188

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Índice onomástico

Saso, Jaime A. 176, 183 Scanlan, Eduardo 139, 141 Sepúlveda, J. Benigno 192 Sigarán, José del Carmen 379-380 Silva, Francisco 206 Sócrates 17 Soler, Natalia 178, Natalia 185 Soto, Elupina 204 Soto, Manuel B. 323 Sturla, Juan B. 162 Suero, N. 192

T Tejera, Apolinar 45 Temístocles 127 Tió (doctor) 195 Torres y Oliva, Dolores 203 Torres y Rodríguez, Teresita 203 Trujillo Monagas, José 205

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V Valdez, Agapito 322 Valdez, Domingo 322 Valdez, Juan 323 Valdez, Juan S. 322 Valdez, Vidal 323 Valle, Jacobo del 186 Valverde de Mansfield, Ana María 188 Vargas, Alberto 205 Varnet, Julio 205 Vásquez, Francisco Leonte 176, 183 Vásquez, Horacio 206 Vicini Burgos, Juan Bautista 280, 319-321 Vidal, Antonio 86 Vidal, Jaime R. 177, 184 Vidal, Petronila 186 Villamil, Pedro 162 Villanueva, Tomás 205

U Urbáez, Basilio 205 Ureña, Dionisio 178, 185 Ureña, José 323 Ureña, Nicio 186 Ureña de Henríquez, Salomé 232 Uribe, J. A. 205

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W Washington, George 328

Z Zenón 379

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Índice

1886 Anverso y reverso............................................................................................ 11 Ese es el camino.............................................................................................. 17 Apuntes económicos sobre los tratados de reciprocidad................................ 21 El bill de Washington....................................................................................... 25 Sociedades anónimas...................................................................................... 29 Año octavo....................................................................................................... 31 El esfuerzo individual...................................................................................... 39 El 18 de marzo................................................................................................ 45 Más sobre el impuesto a los frutos de exportación......................................... 51 Sufragio........................................................................................................... 53 Tengamos fe.................................................................................................... 57 Esperanzas fundadas....................................................................................... 63 Nuestra opinión y nuestra creencia................................................................ 67 La ciudadanía debe estar de plácemes........................................................... 71 En la lucha y para la lucha.............................................................................. 75 No hay sanción moral en el país..................................................................... 79 A votar por los nuevos magistrados................................................................ 83 ¡Esperemos todavía!........................................................................................ 85 Paso a los principios........................................................................................ 89 Los partidos doctrinarios................................................................................ 93 La razón antes que todo.................................................................................. 97 El Semanario................................................................................................... 101 ¡¡Alerta!!........................................................................................................ 103 ¡¡Alerta!!........................................................................................................ 107 La paz............................................................................................................ 111 ¡Los que se van!............................................................................................. 113 Esperanzas.................................................................................................... 115 Los que se van y los que vienen.................................................................... 117

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Francisco Gregorio Billini

Un pensamiento civilizador.......................................................................... 119 Lo que es la historia...................................................................................... 123 Lo que son los pueblos.................................................................................. 127

1887 Esperanzas fundadas..................................................................................... 133 No más vacilación en el Congreso................................................................ 137 Causa célebre................................................................................................ 141 Una cuestión grave....................................................................................... 145 Dos denuncias y otra más............................................................................. 147 Mutua cooperación....................................................................................... 151 Reforma de la Constitución.......................................................................... 155 Exposición de Azua....................................................................................... 159 El 16 de agosto de 1887................................................................................ 173 La empresa magna........................................................................................ 177 Ferrocarril de Barahona a Neiba.................................................................. 183 La Obra Magna............................................................................................. 191 Ferrocarril de Barahona a Neiba.................................................................. 201 Empresa magna............................................................................................ 209 La obra magna.............................................................................................. 213 La obra magna.............................................................................................. 219 Ferrocarril de Barahona a Neiba.................................................................. 223 Puerto Rico................................................................................................... 225 Exposición Universal de Barcelona.............................................................. 229 Lo que corresponde hacer al municipio....................................................... 231 Un concepto sobre nuestra prensa............................................................... 233 Nuestros productos....................................................................................... 237

1888 Asociación..................................................................................................... 243 Ejemplo aterrador........................................................................................ 245 Prosperidad................................................................................................... 247 Contemplando.............................................................................................. 249 Puerto Rico depósito comercial antillano y Santo Domingo........................ 251 Nuestra opinión............................................................................................ 253 ¿Se salvará la República?............................................................................... 257 Unión Iberoamericana.................................................................................. 261 Grave asunto................................................................................................. 267

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Índice

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El fallo de la Academia................................................................................. 273 Ferrocarril de Samaná................................................................................... 277 El nuevo teatro.............................................................................................. 281 La Penitenciaría............................................................................................ 283

1889 Libertad de la prensa.................................................................................... 289 Pro patria...................................................................................................... 293 Verum est…................................................................................................... 297 Res non verba................................................................................................ 301 El día de la Patria.......................................................................................... 305 Quedan complacidos.................................................................................... 309 Escuelas de Artes y Oficios............................................................................ 311 Seamos demócratas....................................................................................... 315 Grave asunto................................................................................................. 319 El Congreso Americano de Washington....................................................... 329 Trabajemos sin tregua................................................................................... 333 La prensa libre.............................................................................................. 337 Crisis municipal............................................................................................ 341 16 de Agosto................................................................................................. 345 Nebulosidades............................................................................................... 347 A vuela pluma............................................................................................... 351 ¡Gritos del patriotismo!................................................................................. 353 A grandes rasgos........................................................................................... 357 Vía férrea....................................................................................................... 361 Perseveren..................................................................................................... 363 Editorial (19 de octubre)............................................................................... 365 Editorial (26 de octubre)............................................................................... 369 Editorial (2 de noviembre)............................................................................ 373 Editorial (9 de noviembre)............................................................................ 375 Editorial (16 de noviembre).......................................................................... 377 Editorial (23 de noviembre).......................................................................... 379 ¡Consummatus est!........................................................................................... 381 La pena de muerte........................................................................................ 385 Editorial (7 de diciembre)............................................................................. 389 Exámenes...................................................................................................... 391 Cuestión palpitante....................................................................................... 395 1890.............................................................................................................. 397 Índice onomástico......................................................................................... 401

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Publicaciones del Archivo General de la Nación Vol. I Vol. II Vol. III Vol. IV Vol. V Vol. VI Vol. VII Vol. VIII Vol. IX

Vol. X Vol. XI

Vol. XII Vol. XIII Vol. XIV

Vol. XV

Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 18441846. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi. C. T., 1944. Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. I. C. T., 1944. Samaná, pasado y porvenir. E. Rodríguez Demorizi. C. T., 1945 Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II. C. T., 1945. Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II. Santiago, 1947. San Cristóbal de antaño. E. Rodríguez Demorizi, Vol. II. Santiago, 1946. Manuel Rodríguez Objío (poeta, restaurador, historiador, mártir). R. Lugo Lovatón. C. T., 1951. Relaciones. Manuel Rodríguez Objío. Introducción, títulos y notas por R. Lugo Lovatón. C. T., 1951. Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 18461850, Vol. II. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi. C. T., 1947. Índice general del «Boletín» del 1938 al 1944. C. T., 1949. Historia de los aventureros, filibusteros y bucaneros de América. Alexander O. Exquemelin. Traducción de C. A. Rodríguez. Introducción de R. Lugo Lovatón. C. T., 1953. Obras de Trujillo. Introducción de R. Lugo Lovatón. C. T., 1956. Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III. C. T., 1957. Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy, García Roume, Hedouville, Louverture Rigaud y otros. 1795-1802. Edición de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III. C. T., 1959. Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III. C. T., 1959.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. XVI

Escritos dispersos (Tomo I: 1896-1908). José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XVII Escritos dispersos (Tomo II: 1909-1916). José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XVIII Escritos dispersos (Tomo III: 1917-1922). José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XIX Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición de Emilio Cordero Michel. Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XX Lilí, el sanguinario machetero dominicano. Juan Vicente Flores. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXI Escritos selectos. Manuel de Jesús de Peña y Reynoso. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXII Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXIII Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXIV Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXV La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel Vicente Hernández González. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXVI Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío Herrera. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXVII Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (16801795). El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández González. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXVIII Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXIX Textos selectos. Pedro Francisco Bonó. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXX Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia fundacional del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXI Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. Fray Vicente Rubio, O. P. (Coedición: Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español). Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes en la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa. Santo Domingo, D. N., 2007.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

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Vol. XXXIII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de la provincia post Restauración). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXIV Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo XVII. Compilación de Genaro Rodríguez Morel. (Coedición: Academia Dominicana de la Historia). Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXV Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Edición de Dantes Ortiz. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894), tomo I. Raymundo González. (Coedición: Academia Dominicana de la Historia). Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894), tomo II. Raymundo González. (Coedición: Academia Dominicana de la Historia). Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXIX Una carta a Maritain. Traducción e introducción del P. Jesús Hernández. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XL Manual de indización para archivos. Marisol Mesa, Elvira Corbelle Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz Meriño, Jorge Macle Cruz. (Coedición: Archivo Nacional de la República de Cuba). Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLI Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLII Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLIII La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLIV Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546). Compilación de Genaro Rodríguez Morel. (Coedición: Academia Dominicana de la Historia). Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLV Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío Herrera. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLVI Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLVII Censos municipales del siglo xix y otras estadísticas de población. Alejandro Paulino Ramos. Santo Domingo, D. N., 2008.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. XLVIII Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo I). Compilación de José Luis Saez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLIX Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo II). Compilación de José Luis Saez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. L Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo III). Compilación de José Luis Saez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LI Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias. Félix Evaristo Mejía. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LII Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo Mejía. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LIII Prosas polémicas 3. Ensayos. Félix Evaristo Mejía. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LIV Autoridad para educar. La historia de la escuela católica dominicana. José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LV Relatos de Rodrigo de Bastidas. Antonio Sánchez Hernández. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LVI Textos reunidos 1. Escritos políticos iniciales. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LVII Textos reunidos 2. Ensayos. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LVIII Textos reunidos 3. Artículos y Controversia histórica. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LIX Textos reunidos 4. Cartas, Ministerios y misiones diplomáticas. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LX La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961), tomo I. José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXI La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961), tomo II. José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

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Vol. LXII

Legislación archivística dominicana, 1847-2007. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXIII Libro de bautismos de esclavos (1636-1670). Transcripción de José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXIV Los gavilleros (1904-1916). María Filomena González Canalda. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXV El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y transformaciones económicas. Manuel Vicente Hernández González. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXVI Cuadros históricos dominicanos. César A. Herrera. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXVII Escritos 1. Cosas, cartas y... otras cosas. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXVIII Escritos 2. Ensayos. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXIX Memorias, informes y noticias dominicanas. H. Thomasset. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXX Manual de procedimientos para el tratamiento documental. Martha Marina Ferriol Marchena, Olga María Pedierro Valdés, Marisol Mesa León, Mercedes Maza Llovet. (Coedición: Archivo Nacional de la República de Cuba). Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXXI Escritos desde aquí y desde allá. Juan Vicente Flores. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXXII De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio Veras –Negro–. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXXIII Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán. Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXIV Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador E. Morales Pérez. Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXV Escritos 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXVI Escritos 2. Artículos y ensayos, por Mariano A. Cestero. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXVII Más que un eco de la opinión. 1. Misceláneos, 1874-1898. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXVIII Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

Colección Juvenil Vol. I Vol. II Vol. III Vol. IV Vol. V Vol. VI

Textos selectos. Pedro Francisco Bonó. Santo Domingo, D. N., 2007. Heroínas nacionales. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2007. Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos. Santo Domingo, D. N., 2007. Dictadores dominicanos del siglo xix. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008. Padres de la Patria. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008. Pensadores criollos. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.

Colección Cuadernos Populares Vol. 1

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Ideología Revolucionaria de Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Jimenes Grullón. Santo Domingo, D. N., 2009.

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Colofón Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889, de Francisco Gregorio Billini, se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editora Búho, C. por A. en el mes de mayo de 2009, con una tirada de un mil (1,000) ejemplares.

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