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Cosas, Cartas y ... Otras cosas

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Este caballero me dio una sorpresa muy desagradable la primera vez que lo vi. Fui un día a su tienda (de esto hace ya mucho tiempo) y pregunté si había semillas de alambre para vender. Él estaba en la trastienda y una voz dulce, meliflua, persuasiva, aguda y delicada contestó desde allí que me atendería enseguida. La imaginación es ligera, el juicio atrevido y los sentidos engañosos. Mis oídos no hicieron más que beber esas pocas palabras y ya mis ojos se preparaban a saborear la aparición encantadora de una joven de diez y ocho años, rubia, esbelta, delicada y lánguida, porque no de otra personalidad, parecía salir aquella voz. Me atasé el bigote, me puse en actitud romántica, traté de dar a mis ojos la expresión más tierna que pude encontrar en el archivo de mis recuerdos y esperé un momento; la sentía acercar y la mente se la forjaba trémula y sonreída; su voz bañó de nuevo mis sedientos oídos: «¿qué deseaba Ud., caballero?» me preguntó, alcé la vista y miré… delante de mí estaba Enrique VIII de Inglaterra, más corto de estatura, más ancho de espaldas, más embutido de pescuezo y más barrigón; delante de mí estaba Pompeyo, el gran Pompeyo, el inolvidable Pompeyo, con el rostro sudoroso, la camisa abierta, los puños arrugados y bufeando de calor. Esperaba yo a Friné y se me presentó Epaminondas, porque no menos corpulento aunque no tan valiente, y abdominal aunque no tan simpático es el caballero a quien tengo hoy el alto (mejor dicho, el grueso) honor de describirte. Ignoro su edad, pero colijo por la exuberancia de sus pómulos (me entiendes, Bob), la frescura de su cutis, lo negro y rizado de su caballera y la voz infantil que le distingue y que me engañó, que aún no ha llegado a esa edad en que el hombre (y la mujer) como un peregrino fatigado se detiene en el sendero de la existencia; aunque este señor deposita diariamente su carga en el camino excusado de la vida y se agacha un momento a descansar. (Si este pasaje no es de la «Oración por todos» de Hugo, sostengo que es «Jugo de todos» por Bellos, y por Feos). También ignoro en qué país privilegiado se meció su cuna (tamaña cuna), «no de marfil y oro»; pero indudablemente se nota en él algo de fachendoso y majestoso lusitano, sobre todo cuando anda o cuando baila. Sin embargo, no es portugués, ni inglés, ni desciende de griegos ni de romanos; sus abolengos

Billini tomo I.pmd

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07/11/2008, 10:59 p.m.


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