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DIPLOMADO EN PASTORAL DE JUVENTUD

INSPIRACIÓN TEOLÓGICA PARA UN SERVICIO MISIONERO A LAS JUVENTUDES

Renzo Ramelli


1.- Hacia una Iglesia en misión permanente, una pastoral juvenil en salida. En la última década, sobre todo desde la V Conferencia, la acción evangelizadora ha tomado la opción de volcarse por entero a la misión. Ha querido volver a su mandato y vocación original de ir y de hacer discípulos (cf. Mt 28,20). Los obispos desean: «despertar la Iglesia en América Latina y El Caribe para un gran impulso misionero. No podemos desaprovechar esta hora de gracia. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de “sentido”, de verdad y amor, de alegría y de esperanza!» (nº 548). Es un imperativo pastoral aprovechar este impulso misionero solicitado por muchas comunidades en el continente. Habrá que pasar, como los mismos obispos han exhortado, de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera (nº 370). La invitación es a recomenzar y replantear desde Jesucristo toda la tarea evangelizadora, y para esto se requiere realizar una conversión personal y pastoral, incluso eclesial (nº 366), que lleve a la Iglesia en el Continente a un estado de misión permanente. La conversión misionera afecta a toda la acción evangelizadora de la iglesia, y a todas las comunidades, nadie debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera (DA 365). Por esta razón la evangelización de los jóvenes no queda excluida de esta renovación misionera. Es exigencia, de la hora actual, poder replantear el servicio que se está dando a los jóvenes. Ahora bien, por más urgente que sea esta conversión, no puede ser solo conversión estratégica, que busque una mejorar pragmáticamente el quehacer eclesial variando las formas de llevar a cabo su acción. Para que sea una verdadera conversión no solo deben cambiar las acciones pastorales sino sobre todo las motivaciones que la mueven la acción evangelizadora. Para cambiar las formas se debe volver a comprender las causas y los sentidos de la acción evangelizadora en medio de los jóvenes. Por ello, en el contexto de una Iglesia en salida, se espera buscar cuales son los fundamentos teológico pastorales que pueden inspirar un servicio misionero a los jóvenes en los tiempos presentes.

En el proceso evangelizador optar por la misión En un lenguaje coloquial a la hora de usar términos como evangelización, misión, pastoral, apostolado… por lo general se hace entendiéndolos casi como sinónimos, se usan indistintamente. Sin embargo, a la hora de hacer una opción por una iglesia más misionera


habrá que entender la diferencia entre estos conceptos para descubrir la significación que tiene plantear una acción evangelizadora en clave misionera. La iglesia teniendo presente la situación de cada persona realiza su acción evangelizadora de manera gradual y diversa. Todo el proceso la iglesia lo llama evangelización. Este proceso siguiendo el decreto Ad gente, del Concilio Vaticano II, se podría dividir en tres momentos, el testimonio cristiano (testimonio de vida y diálogo, n° 11; presencia de la caridad, n° 12), predicación del Evangelio y reunión del pueblo de Dios (evangelización y conversión, n° 13; catecumenado e iniciación cristiana, n°14), formación de la comunidad cristiana (formación de la comunidad cristiana, n° 15; constitución del clero local, n° 16; formación de los catequistas, n° 17; promoción de la vida religiosa, n° 18). Se podría resumir en otros términos los tres momentos de la evangelización: la misión, la iniciación y la pastoral. La misión es la que se realiza en dialogo con los no creyentes o los que no participan de la comunidad eclesial; la segunda o iniciación es para los convertidos por el primer anuncio y quieren adherir a Jesucristo; y la última la pastoral es para los que ya son parte de la comunidad eclesial. Cada una de ellas merece una especial análisis y de diferentes formas para poder atenderlas. Esta es una división pedagógica, no se deben entender como etapas, es decir como momentos cerrados. Esto podría hacer olvidar alguna de ellas o no comprenderlas como parte de una misma acción evangelizadora, donde todas se puedan incluir. En ocasiones se ha caído en entender la evangelización de los jóvenes sólo en una de las etapas, es decir como “pastoral” juvenil. De hecho hablar de “pastoral juvenil” puede correr el peligro de realizar una acción evangelizadora con una preocupación muy eclesiocentrica, es decir, sólo de los jóvenes que están presentes en las comunidades. Reconociendo los tres momentos de la evangelización permite descubrir la necesidad de poner el interés en desarrollar los dos primeros momentos: por una parte lo misionero, es decir, poniendo los esfuerzos por el servicio misionero a los jóvenes no presente en las comunidades y por otra parte, iniciar en la vida cristiano a los jóvenes para que sean discípulos de Jesucristo. En este sentido no habrá que suponer que los jóvenes presentes en las comunidades e incluso en los procesos catequéticos estén iniciados o tengan la fe en Jesucristo. Al pedir Evangelii gaudium (EG) que se produzca una conversión en las comunidades eclesiales para vivir en la dinámica trinitaria de la salida, será fundamental optar por la acción misionera, como el momento de la evangelización que dé sentido a los otros dos, es el punto de partida para reordenar orgánicamente el resto del proceso evangelizador. No se trata que la acción misionera absorba el resto de los momentos, sino que desde a misión se puedan configurar el resto de la acción evangelizadora. Lejos de ello sería


cerrarnos a la misión, sino de priorizar. Es como imaginarnos la evangelización como un mantel de tres puntas, en cada de las puntas está uno de los momentos, al tirar desde una de las puntas, las otras dos se pondrán en camino tras la punta tirada. No se quedan al margen, sino que siguen el ritmo de la punta que fue tirada. Lo mismo pasa con la acción evangelizadora. No solo habrá misión, sino que el resto de los momentos de la acción evangelizadora deberán entenderse en clave misionera, es decir, tanto como iniciación como una pastoral deberán ser en clave misionera. En síntesis, ● La evangelización tiene tres momentos: acción misionera (con los no creyentes); iniciación (con los que buscan adherir a Jesucristo); pastoral (con los fieles de la comunidad eclesial). ● La Iglesia nos invita a realizar una conversión pastoral en vista de la misión. ● La acción misionera, como momento de la evangelización, no será una acción exclusiva, pero si la prioritaria que ordene las otras dos. ● Habrá que comprender el servicio a los jóvenes desde el servicio misionero y no solo como pastoral.

2.- Fundamentos eclesiológicos de la misión de la Iglesia en el mundo juvenil El papa Francisco convocó un sínodo para tratar el tema de los jóvenes, “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Varios lo han acogido con esperanza, como una buena oportunidad para tratar el tema con profundidad y poder sacar estrategias evangélicas e incisivas. En varias jornadas de planificación, consejos pastorales o reuniones sobre todo de las comunidades parroquiales es recurrente escuchar: “no hay jóvenes en la parroquia”, “es urgente, la juventud debe ser una prioridad pastoral”, “la gran debilidad de la parroquia es que no tenemos jóvenes”, “¿quién hará el revelo a los adultos?”, “compremos una mesa de pin pong para que vengan los jóvenes”… Ciertamente hay una gran inquietud y una preocupación generalizada en las comunidades con lo que está pasando a los jóvenes con la iglesia, o lo que le está pasando a la iglesia con los jóvenes. Ahora bien ¿cuál es la motivación de fondo en la misión? EG hace una clara advertencia al distinguir entre la opción misionera de la autopreservación (cf n° 27). Varias veces la motivación de la evangelización de los jóvenes no está pensada de un servicio evangélico de ellos sino en el fortalecimiento de la misma comunidad, convirtiendo la opción misionera en una opción por la comunidad. Para establecer la misión de la Iglesia y en medio de los jóvenes habrá que responder primero a la comprensión que tendemos de iglesia. Es decir, para descubrir la misión de la


iglesia hay que reconocer la visión que tenemos de ella. De la visión de la iglesia tendremos su misión. En este documento se expresaran algunos fundamentos eclesiológicos para comprender un servicio evangelizador con los jóvenes.

La eclesiología de la comunión misionera Una pastoral juvenil siempre se inspira de manera consiente o inconsciente en una eclesiología. Ninguna pastoral juvenil es neutra, todas ellas tienen su marco referencial: se fundamentan y responden a un modelo evangelizador, y éstos a su vez, se inspiran en una particular eclesiología y son animados por una específica espiritualidad. El Documento de Aparecida por un parte, invita a hacer de la Iglesia «una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera» (n° 370); y por otra, invita a que todos los organismos eclesiales, incluidos la pastoral juvenil, estén animados «por una espiritualidad de comunión misionera» (nº 203). Esto significa que la comunión misionera es la clave eclesiológica y espiritual que permite diseñar criterios para fundamentar teológicamente una evangelización con los jóvenes renovada. Ahora bien, ¿qué es lo novedoso de la comunión misionera, si siempre se ha hablado de comunión en la Iglesia? ¿No será sólo una nueva forma de llamar a una misma realidad? Se ha desarrollado e insistido, a partir del CONCILIO VATICANO II, en una “eclesiología de comunión” y, de manera especial en el Continente Latinoamericano, desde la Conferencia de Puebla (1979), en una eclesiología de “comunión y participación”. La pastoral juvenil en muchas comunidades ha estado fundamentada en esta eclesiología. Sin embargo, por la experiencia recogida en las prácticas pastorales, la concepción y la vivencia de la comunión y de la participación han sido parciales. La razón principal es que la “comunión y participación” se han comprendido sólo en su dimensión interna, es decir, se las concibe como valores intraeclesiales, ya sea como principios de relaciones y convivencia entre los miembros de la comunidad o para generar espacios de corresponsabilidad, pero perdiendo la dimensión misionera de la tarea evangelizadora. En la práctica pastoral, se separa la “comunión” de la “misión”, y se hace derivar el ejercicio pastoral en ejercicios de mera autoreferencia eclesial. EG describe criticando a alguna comunidad como “una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos”. Varias pastorales juveniles han caído en esta tentación eclesial. Intentando superar una pastoral “sacramentalista” o “piramidal”, se ha caído en una pastoral “comunitarista” o “intitucionalista”, centrando todos los esfuerzos por crear, constituir y fortalecer la comunidad. Muchos itinerarios formativos o catequético apuntaban a la constitución de comunidades, se diseñaban complejas estructuras para animar la vida comunitaria que muchas veces terminaban ahogando la vida de los mismos jóvenes. Varios encuentros se realizaban para que los


miembros de comunidades se conocieran o en otras ocasiones se reconciliaran. Se buscaban conquistar espacios de participación para los jóvenes y de discernimiento donde ellos pudieran vivir su corresponsabilidad bautismal. Nada de lo anterior es en sí mismo negativo, lo complejo es que cuando las pastorales juveniles se empiezan a mirar a sí mismas y olvidan su identidad misionera. En las pastorales se procura vivir, en un primer momento, la “comunión” entre los miembros de la comunidad para, en un segundo momento, vivir la “misión”, por este momento, por lo general, nunca llega. El Documento de Aparecida, recogiendo el espíritu del CONCILIO VATICANO II, une ambas dimensiones de la evangelización que se reclaman mutuamente y, por lo mismo, no se pueden escindir. Ya JUAN PABLO II impulsaba la unidad de estas dimensiones al decir: «La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión» (ChL, nº 32). En la comunión misionera, la comunión no se entiende para sí misma, se entiende para la misión. Tal como cada cristiano es misionero, la corresponsabilidad eclesial no se entiende sino para la misión, la comunión es misionera. Y por otra parte la misión de la iglesia no es otra que la comunión. Acá varias veces se ha confundido, la comunidad con la comunión. No todos están llamados a la vida comunitaria sino estamos llamados a vivir en comunión: El Documento de Aparecida describe sencillamente la vocación de todo hombre y mujer: «En el designio maravilloso de Dios, el hombre y la mujer están llamados a vivir en comunión con Él, en comunión entre ellos y con toda la creación» (n° 470). La V Conferencia vincula estrechamente la comunión a la misión como una misma realidad (n° 163). Ahora bien, esta vinculación no puede comprenderse de manera pragmática, como si la comunión eclesial fuese para hacer más eficiente la misión; o de manera proselitista, que se requiriera de la misión para aumentar la comunión eclesial. La “comunión” y la “misión”, tal como el discipulado, son las caras de una misma medalla (n° 146). Los obispos desarrollan una concepción de la “comunión” dinámica y abierta, es decir, una comunión eclesial al servicio del Reino de la vida y no de sí misma. La comunión es entendida en la misión y nunca sin ella. PLANELLAS, J., (2004) expresa: «Decir que la Iglesia es communio, constituye un mensaje y un anuncio misionero para el mundo. La comunión trinitaria que era el origen de la comunión eclesial, es el origen y el fin de la misión de la Iglesia, puesto que existe una connatural unidad entre comunión y misión» (p. 288). Dios, por la persona de Jesús en el Espíritu, viene a hacer partícipe a la persona humana de la comunión trinitaria. De esta manera ofrece a los hombres un nuevo estilo de vida, la vida en comunión. La Iglesia es como un sacramento e instrumento de esta comunión entre Dios y los hombres y los hombres entre sí. Ésta es la propuesta que el VATICANO II plantea para la Iglesia. Ella «debe ser una comunión abierta hacia afuera: lo


exige su sacramentalidad, es decir, ser “señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Es así como la Iglesia será signo de la “comunión escatológica” preparando el Reino definitivo, donde Dios será “todo en todos”» (Idem). La comunión misionera es dinámica y dialogante, una Iglesia que vive en comunión misionera es una comunidad que se pone al servicio del Reino de la vida. Cuando el Documento de Aparecida habla de la conversión pastoral comienza diciendo que esta conversión «despierta la capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de vida» (n° 366). SUESS, P., (2007) dice: «La Iglesia, instrumento de salvación, está al servicio del Reino, Reino de una vida integral, de justicia y de paz que ofrece los parámetros para las transformaciones diarias del mundo. [] Los discípulos misioneros son sujetos de esa transformación que se realiza, según DA, en los círculos concéntricos de una pastoral misionera local y universal» (p. 541). Este servicio al Reino exige que la Iglesia en el Continente sea morada de los excluidos, casa de los pobres, ella «“convoca y congrega todos en su misterio de comunión, sin discriminación ni exclusión por motivos de sexo, raza, condición social y pertenencia nacional” (524, cf. 8). Su condición es la libertad y la dignidad que le confirió su creador; su ley es el mandamiento nuevo de Jesús; su meta es el Reino de Dios (cf. LG 9)» (Ibid, p. 547). Ahora bien, no sólo la comunión es para la misión, sino también la misión de la Iglesia es la comunión. La comunión misionera tiene su fundamento y forma en la Trinidad, pero es también su meta, por lo que la misión eclesial en el Documento de Aparecida es la comunión. La Iglesia es «signo e instrumento de reconciliación y paz para nuestros pueblos» (n° 162). La misión de la Iglesia es continuar la obra redentora de la Trinidad, es decir, pone sus esfuerzos por comunicar la comunión que Dios realiza con la humanidad, en medio de la humanidad y con toda la creación. La misión de la Iglesia que camina hacia la comunión, tiene un carácter escatológico. La Iglesia peregrina realiza su misión en la esperanza de la perfecta comunión de Dios con la humanidad y de las personas entre sí. Ella, signo e instrumento de esta comunión, vive anticipadamente la belleza del amor de la comunión (DA 160). Desde esta comprensión de la comunión estrechamente vinculada a la misión se espera buscar los fundamentos para comprender la pastoral juvenil.


3.- Una evangelización con los jóvenes desde la comunión misionera Acogiendo la comunión misionera como forma eclesiológica se buscará describir desde ella un servicio evangelizador a los jóvenes de parte de la Iglesia. Se podría hacer un ejercicio, diseñar una imagen que pueda graficar la comunión misionera: El modelo eclesial de “sociedad perfecta” se ha graficado como una pirámide, porque en él se da énfasis casi absoluto al sacramento del orden. Éste está fundamentado en un cristo– monismo y es expresado como una sociedad de des–iguales. El modelo “eclesial de comunión”, inspirado en Lumen Gentium, desarrollado en la pastoral de la Iglesia Latinoamericana, sobre todo después de la III Conferencia, como la Iglesia en “comunión y participación”, puede ser graficado como un “círculo”. En este modelo, fundamentado en la Trinidad, se enfatiza el sacramento del bautismo, donde todos los miembros del cuerpo tienen una igual dignidad y son corresponsables en la misión de la Iglesia. El modelo de la comunión misionera inspirado en Lumen Gentium, al mismo tiempo que Gaudium et Spes, se podría comparar con un “espiral”. Tienen los mismos fundamentos trinitarios que el modelo anterior, pero no queda “en–cerrado”, sino, como la misma Trinidad, la misión rompe el círculo, y se abre a la misión con la humanidad, entrando en comunión con ella, para que ésta viva en comunión. Si en el modelo piramidal se daba el binomio “laicos/clérigos”, en el modelo circular se asume el binomio “ministerios y carismas/comunidad” (ministerios y carismas en función de la comunión y como expresión de la comunión). En el actual modelo se genera un nuevo binomio: “comunidad/misión” (la comunidad [con sus diversos ministerios y carismas en comunión] al servicio de la misión). Ahora bien, éste no es un “espiral” que desde el centro se va abriendo hacia afuera, sino al revés: es un espiral que desde lo más excluidos comienza el proceso de comunión de los hombres con Dios y entre sí. Graficada de esta manera, la comunión se hace inclusiva. Si no parte desde los más excluidos, puede que nunca pueda llegar a ellos, por lo que podría ser una comunión exclusiva y en ese caso excluyente. En cambio, si parte desde los últimos, todo en la sociedad (también la comunidad eclesial) se incluye en un mismo proyecto comunional y de dignificación. ROMERO, O., (1980) expresó: sólo desde los pobres «podrá la Iglesia ser para todos» (Discurso al recibir el doctorado honoris causa por la Universidad de Lovaina, pronunciado el 2 de febrero 1980). La misma Trinidad es el paradigma de este modelo. La comunión trinitaria se “abre” en la misión, a la comunión con la humanidad, y lo hace de manera kenótica, es decir, desde los últimos. Desde ellos, Dios comienza a hacer nuevas todas las cosas. En el modelo circular, el mundo es destinatario de la evangelización; en el presente modelo, el mundo se convierte en sujeto de la misma evangelización. La Iglesia realiza su evangelización “para” el mundo, para que éste viva en comunión; “en” el mundo, nunca fuera de él, sino encarnada en la historia; y en comunión “con” el mundo. En este modelo, la comunidad eclesial se relativiza, la


finalidad no es la comunión de sus miembros, sino la comunión del hombre con Dios y de los hombres entre sí. Esta comunión, es el contenido del Reino de la vida, de la cual la Iglesia es misterio y en él encuentra sentido su ministerio. Hay muchos rasgos comunes en la manera de plantear una evangelización con jóvenes. La diferencia se encontrara a la hora de responder tres preguntas básicas: ¿Para dónde va? ¿Desde dónde parte? ¿Con quién va? Es decir el marco referencia o el sentido de la evangelización. El punto de partida o lugar desde donde se sitúa. Y los sujetos de la evangelización. Es por ello que desde la V Conferencia, sobre todo desde la eclesiología de la comunión misionera, se intentará responder estas tres preguntas, diseñando los rasgos de un modelo de evangelización con jóvenes inspirado en la comunión misionera. a)- ¿Hacia dónde va la evangelización? MARCO REFERENCIAL. En el modelo de la comunión misionera, la misión o el sentido hacia donde avanza la Iglesia es la comunión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, es decir, su misión es el Reino de Dios cuyo principal contenido es la comunión que Jesús inaugura con su misterio pascual. La Iglesia debe «someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de vida» (n° 366). Por ello su vocación más profunda, que le da sentido a todo su quehacer y ordena toda su praxis, es ser “para” los jóvenes, misterio y ministerio de este Reino de la vida (n° 384). Desde acá brota el marco referencial de la evangelización de los jóvenes. b)- ¿Desde dónde parte la evangelización? PUNTO DE PARTIDA. El Reino de la vida está presente y actuando en medio de los jóvenes (n° 382), crece entre el trigo y la cizaña (Mt 13,30), sus signos saltan ante los ojos de la Iglesia (n° 383). La Iglesia no es la única protagonista de este Reino (Mc 4,26-29), porque éste, con sus propias fuerzas, se va desarrollando en la historia de los jóvenes. La comunidad eclesial está llamada a escrutar los signos de su presencia (n° 366), para adherirse con todas sus fuerzas. Estos son el punto de partida de la acción evangelizadora con los jóvenes. Por lo mismo, «la pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico» (n° 367). De aquí se desprende que la Iglesia, como misterio y ministerio del Reino, debe estar presente “en” medio de los jóvenes contemplando como el Reino de la vida se manifiesta. Ella no puede contemplar desde lejos, como espectadora, requiere involucrarse en el devenir de la historia, para que su discernimiento sea desde dentro. Ahora bien, esta presencia no debe entenderse sólo de manera instrumental; sino que ella, exigida por su sacramentalidad, está y es “en” el mundo juvenil ministerio y misterio del Reino. Estos signos será el punto de partida de un servicio evangelizador con los jóvenes. c)- ¿Con quién va? SUJETOS DE LA EVANGELIZACIÓN. La Iglesia debe vivir y promover una espiritualidad de comunión y participación (n° 368-369) y «pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera» (n° 370). La comunidad eclesial,


luego de descubrir lo que Dios le va pidiendo mediante los signos del Reino, despliega sus dimensiones evangelizadoras. Lo hace en comunión y participación. Para que esta comunión sea de verdad misionera, no sólo deber ser entre sus miembros. Su vocación le exige que esta comunión se desarrolle “con” los mundos juveniles. La Iglesia, en su comunión con los jóvenes, va desarrollando un diálogo cooperador, donde se deja interpelar e interpela desde el evangelio. El Espíritu va haciendo germinar el Reino desde el corazón de la humanidad. Por esto, los sujetos de este Reino no son sólo las comunidades juveniles dentro de la iglesia, sino la juventud en su conjunto. Es por ello que «ser discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos, en Él, tengan vida, nos lleva a asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de toda persona, y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien de la humanidad» (n° 384).

3.1.- MARCO REFERENCIAL. ¿Hacia dónde va la evangelización con los jóvenes? Una evangelización “para” la vida de los jóvenes. La Iglesia es “para” el servicio de la vida plena en los jóvenes. ¿En qué consiste este servicio? El Documento de Aparecida, al comienzo de la tercera parte (capítulo 7), presenta la misión de la Iglesia como servicio a la vida plena, servicio al Reino de la vida. Por lo que su misión “para” la humanidad consiste en ser misterio y ministerio del Reino de la vida. El primer paso de este servicio evangelizador a los jóvenes de la comunión misionera es «la capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de vida» (n° 366). La Iglesia se entiende en el servicio de este Reino y, en medio de los jóvenes, su vocación es ser sacramento de su presencia (misterio) y, al mismo tiempo, su tarea es convertirse en servidora de él (ministerio).

3.2. PUNTO DE PARTIDA. ¿Desde dónde parte la evangelización? Reino de la Vida “en” medio de los jóvenes. El segundo rasgo de un servicio evangelizador a los jóvenes de la comunión misionera que señala la V Conferencia es «escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2,29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta» (n° 366). Por ello la evangelización no puede «prescindir del contexto histórico donde viven sus miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos. Estas transformaciones sociales y culturales representan naturalmente nuevos desafíos para la Iglesia en su misión de construir el Reino de Dios» (n° 367). La Iglesia “en” medio de los jóvenes está llamada a “discernir” el actuar de Dios en la historia, para ello requiere estar “presente” en la vida juvenil. Ahora bien, cabe señalar que la Iglesia, junto con estar presente en el mundo juvenil para contemplar los signos de Dios, también es ella sacramento de esta presencia, es decir, es “en” el mundo y en el tiempo signo de la


comunión que Dios quiere realizar con la humanidad. Por lo que los signos que brotan de la sacramentalidad eclesial y desde el mundo deben estar en estrecha coherencia. Este rasgo de la evangelización será criterio para establecer el punto de partida de la planificación pastoral en el trabajo con los jóvenes.

3.3.- SUEJETOS DE LA EVANGELICIÓN. ¿Con quién va? Una evangelización “con” los jóvenes El propósito de una evangelización con los jóvenes, fundado en la comunión misionera, es la comunión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí (Reino de la vida), y su punto de partida es el discernimiento de los procesos de comunión o de inclusión que Dios va realizando en la historia desde los más excluidos o marginados. Ahora bien, este Reino de la comunión es también la vocación inscrita en el corazón de la humanidad. A través de diversos sujetos sociales, el Espíritu de Dios va llevando esta historia salvadora dentro de la historia de la humanidad; la Iglesia sólo en comunión con ellos puede realizar su ministerio. Por esta razón, la evangelización con los joven está llamada a vivir su vocación, en diálogo y mutua colaboración con los diversos jóvenes en la sociedad. Cabe señalar que la comunidad eclesial, siendo desafiada de manera permanente por este diálogo con los jóvenes en el mundo, requiere estar en su interior en un permanente diálogo y discernimiento. En otras palabras, una comunidad eclesial, fiel a su vocación, está llamada a vivir su misterio y ministerio en un permanente diálogo con el mundo juvenil y, desde éste, vivir en su interior en un estado sinodal.


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