Revista 64

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Médicos, dolor y dignidad ante la muerte en los tiempos tecnocráticos Joan del Alcàzar

La muestra no es representativa, ya lo sé. Y es que de donde arranca mi reflexión es de un caso, pero por lo que he podido saber es representativo y, desgraciadamente, bastante frecuente en nuestra tierra. El análisis de la experiencia vivida durante las últimas semanas me ha hecho llegar a la conclusión de que no es fácil morir con dignidad en nuestras instalaciones sanitarias. Podría ir un paso más allá: no es que no sea fácil, es que morir con dignidad puede convertirse en una carrera de obstáculos casi insalvables. Lo sospechaba, sabía que el azar puede jugarte una mala pasada, pero ahora, he sufrido la evidencia empírica. Pongámonos en situación. Una enferma que sobrepasa con creces los noventa años de vida, con una historia clínica larga y dilatada de sufrimientos, cirugía y dolores de origen mayoritariamente vertebral ingresa por urgencias en uno de nuestros grandes hospitales, con un cuadro de afectaciones cardíaca, pulmonares, renal, de tensión arterial y, muy especialmente, retorciéndose, revolviéndose –a pesar de su movilidad reducida–, por un dolor que califica de insoportable: ¿cuánto entre cero y diez?, le pregunta el médico; la respuesta: ¡diez! El diagnóstico posterior será contundente: además de otras afectaciones en órganos vitales, la paciente presenta una fractura aguda de una vértebra dorsal, dentro de una columna vertebral en estado lamentable e irreparable. Tres semanas después, con un alta hospitalaria intermedia que pocas horas más tarde fue desmentida al volver a la puerta de urgencias, la paciente ha muerto. Ha sufrido mucho, muchísimo, demasiado; ha sufrido hasta

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