Revista 59

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Aunque la guía afirma “como deberes fundamentales respetar la vida y la dignidad de todos los enfermos” la realidad es que la dignidad, incluso reduciendo su significado a la simple evitación del sufrimiento, queda claramente supeditada al mantenimiento de la vida. Empieza por distinguir entre síntomas difíciles de controlar y síntomas refractarios. Esta distinción podría ser un inocente ejercicio bizantino a no ser por que la guía sentencia que “no es aceptable la sedación ante síntomas difíciles de controlar, cuando éstos no han demostrado su condición de refractarios”. Sigue la guía pontificando que los síntomas -“delirium hiperactivo, nauseas/vómitos, disnea, dolor, hemorragia masiva y ansiedad o pánico”- sólo adquieren la condición de refractarios cuando “no puede ser adecuadamente controlado con los tratamientos disponibles, aplicados por médicos expertos, en un plazo de tiempo razonable” de tal manera que la sedación terminal, en la agonía, sólo está indicada “para aquellos enfermos que son presa de sufrimientos intolerables y no han respondido a los tratamientos adecuados” y su aplicación “exige del médico, la comprobación cierta y consolidada de (…) que existe un sufrimiento intenso causado por síntomas refractarios”. A muchos nos es muy difícil entender que desde una profesión que lleva siglos proclamando el tratamiento preventivo como muy superior al curativo, llegando a aplicar la vacunación preventiva hasta que las muertes producidas por la vacuna igualan o superan a las producidas por la enferme-

dad en no vacunados, imponga tantas cautelas para utilizar todos los medios disponibles antes de que se produzcan esos sufrimientos intolerables, según una máxima que parece ser: primero sufre y luego, veremos. O que se requieran tan detalladas anotaciones en la historia clínica, consultas a otros colegas y toda una serie de exigencias que, además de injustificadas en una situación de agonía en que no hay mucho que perder en cuanto a la vida y sí en cuanto al sufrimiento, no se dan en ningún otro protocolo de actuación médica, que yo conozca al menos. No hay pues nada que celebrar, a mi juicio, por la elaboración de esta guía. Son tantas las cautelas para evitar que la sedación terminal se convierta en una “eutanasia lenta” o “eutanasia encubierta” que no garantiza en absoluto una adecuada evitación del sufrimiento a nuestros moribundos. No hace mucho tiempo, una persona me relataba la indigna muerte de un familiar, ahogándose durante días a causa de un cáncer de pulmón terminal. Cuando esta persona preguntó al médico si no había forma de aliviarlo, éste le respondió que estaba administrando la dosis máxima de morfina, que aumentarla sería ya una eutanasia. Pudiera ser que, en aplicación de la guía de la OMC y la SECPAL, ante una situación similar, alguien que solicite alivio para su familiar tenga que oír “disculpe, pero su hijo sólo tiene un síntoma difícil, no llega a refractario. Sedarlo sería una eutanasia”. Ojalá que no.

J. José Rodríguez Sendín, presidente de OMC, en el centro

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