búsqueda de calidad en la prefabricación y el montaje rápido. Los tres pabellones quedan entrelazados por notorias discrepancias y tácitos acuerdos. Y la cuestión de las discrepancias es crucial: se trata de proyectos incompatibles; pese a la frecuencia con que suele encerrarse en la supuesta unanimidad del «Movimiento Moderno» a dos o más de sus integrantes. Tal vez el más profundo valor en común sea el carácter «heroico» de estos proyectos. No puede haber concesiones con la forma, ninguna contaminación del pasado: se puede aprender de los templos griegos, de la construcción tradicional rusa o de los edificios neoclásicos, sólo si estos antecedentes se reelaboran y destilan hasta volverlos indistinguibles en lo absolutamente nuevo, por medio de la abstracción geométrica. Es un nuevo mundo que debe ser —y será— construido y defendido a sangre y fuego. Toda propuesta que no alcance el carácter de Manifiesto es banal… En mayo de 1928 Hermete De Lorenzi presenta los planos del edificio De Lorenzi, Gilardoni y Cía, proyectado en un estrecho lote entre la Bolsa de Comercio de Rosario (iniciada en 1927) y el edificio Minetti (cuyos planos serían presentados ese mismo mes). En un tramo de la central calle Córdoba, los nuevos edificios vienen a sustituir el perfil de una planta con un uso más intensivo del suelo. Los tres mantienen un criterio que ha sido predominante en la ciudad: la continuidad del muro urbano como estrategia de construcción de la manzana. Pero mientras el proyecto de De Lorenzi es un ejercicio de temprano racionalismo, el Palacio Minetti se resuelve en un no menos actualizado art decó y la Bolsa muestra el oficial y «eterno» academicismo. En el Gilardoni, el arquitecto presenta el uso funcional del lote con el geométrico plano de fachada donde experimenta un tan protagónico cuanto desmesurado paño vidriado central. Como rasgo crucial, visible aún hoy y explicitado en los planos, De Lorenzi decide que las líneas de composición de la fachada continúen las líneas de la nueva Bolsa. Si es posible pensar que esta estrategia es puntual, poco significativa y exclusivamente referida a la valoración de lo nuevo, baste con recordar su proyecto de 1940 para La Comercial, donde la línea de basamento tendería su continuidad compositiva hacia el pórtico de ingreso de la hoy inexistente villa Pinasco (1904). Se trata de un increíble acto de recusación de la autonomía del objeto que, no obstante, no exige renunciar a la individualización del proyecto. Pero es también un acto de valoración de la joven ciudad, una apuesta a su permanencia y progresiva consolidación como problema colectivo. Proyectar Rosario es proyectar el polémico diálogo de la multiplicidad y este tema es todo menos banal. Entre 1966 y 1972 Carlo Scarpa proyecta el ingreso al Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia. La ejecución finaliza en 1985, siete años después de su muerte. Es significativo el transcurso entre inicio y culminación del proyecto: propio del hacer arquitectónico es este mundo de dificultades y dilaciones. Pero hay otro ingrediente aún más significativo: el grado mínimo (también desde el punto de vista económico) de la escala de intervención dentro del gran conjunto del convento y la iglesia dei Tolentini. Sólo proyectar una fachada, sólo proyectar un espacio de ingreso… Scarpa convierte la presunta banalidad del tema en un ejercicio de reflexión sobre la dimensión histórica del juego formal. Una pileta queda definida por el rescate arqueológico del pórtico (en posición rebatida) dotado de compleja espacialidad por una serie de escalonamientos que, al inundarse, convocan la veneciana omnipresencia del agua. Con un grado aún mayor de abstracción, proyecta lo que sólo desde el exterior se percibe como fachada: una tensión extrema entre la experimentación «de vanguardia» (su complejo mecanismo en desequilibrio desafiando la fuerza de gravedad) y el pasado más remoto de la arquitectura, su carácter «paleolítico» (la piedra de Istria, marcada por caracteres grabados). Es la textura de los materiales la que permite construir un diálogo con la estructura preexistente, en lo que para el «período heroico» hubiese constituido una suerte de insoportable contaminación.
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