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El inicio y el fin – Bárbara Arteaga

Imagen: Pixabay

El inicio y el fin

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os días pasaban volando, y el cambio en las estaciones se empezaba a notar, con las hojas L cayendo de los árboles y el cálido verano desvaneciéndose para darle paso al nostálgico otoño. Mi época favorita del año, el comienzo del fin de todo... Como cualquier otro día, me encontraba sacudiendo el polvo de la desvalijada biblioteca. El Dr. Hooter se encontraba sentado en el escritorio ubicado al otro lado de la habitación, envuelto en miles de papeles que reposaban encima de éste. Mi atención de vez en cuando se desviaba -por mucho que intentara no hacerlo- hacia su dirección. Su cabello rizado estaba recogido en una desordenada coleta, que sumado a su entrecejo fruncido, lo hacia ver de alguna forma adorable. Él me agradaba, para mi grata sorpresa. Había descubierto que debajo de toda esa armadura se encontraba un hombre que necesitaba algo de compañía, aunque al principio no había sido nada sencillo. En estos momentos disfrutábamos de una especie de tratado de paz por ambas partes, sin embargo, y conociéndolo como lo conocía, poco tiempo le quedaba de existencia. —Angelique… —a lo lejos escuché que me llamaba— si ya terminaste de observarme, ¿puedes traerme algo de beber?

Mis mejillas se calentaron rápidamente, mientras mis manos soltaban el plumero y tropezaba al bajar de la empinada escalera. Odiaba ponerme así de nerviosa cuando él me hablaba, pero su voz... aquella voz era capaz de demoler montañas y abrir las puertas del infierno si quisiese. Enseguida rellené el contenido del vaso de cristal, el líquido ámbar flotaba y envolvía en un fuerte abrazo a los dos pequeños bloques de hielo. Se me antojaba desagradable, a decir verdad, pero sabía que era inútil discutir. —Aquí tiene —solté sin más. El vaso chocó con debilidad con la madera del escritorio mientras mis ojos recorrían las letras sueltas de aquellos papeles—. ¿Necesita algo más, Doctor? —Nada más, Angie. Empezaba a dar media vuelta cuando algo llamó mi atención. Ahí, justo en su espalda, una pequeña sombra rozó el hombro del doctor. Era tan tenue que necesitaba entrecerrar los ojos para verlo, pero sabía lo que significaba. Estaba acostumbrada a ello. —Doctor, ¿Usted conoce… —mi voz tembló al ver que se hacía más grande y oscura. Sus ojos oscuros se quedaron fijos mientras sentía como mi garganta se cerraba aún más— ¿Usted conoce alguna historia nueva? —Cuando una nueva alma llega al mundo, todos celebran su bienvenida, pero al irse todos quedan tristes y anhelando su regreso… —sus manos reposaban sobre el escritorio, desde mi posición podía ver perfectamente las pálidas cicatrices que las envolvían. La sombra, aquella penumbra crecía aún más, pero sabía que si lograba que siguiera hablando, lo que sea que le atormentara se iría aunque sea por unos instantes. Recogí unos cuantos papeles del banquillo que se ubicaba a mi derecha y me senté en él, la falda de mi vestido hizo aquel desagradable sonido -que me enloquecía- al hacerlo, crucé mis piernas mientras esperaba a que él continuara. —Pero… siempre hay un pero ¿no es así? —sus ojos brillaron con un aire de diversión— En fin, nadie toma en cuenta el trayecto. —Eso no es cierto —comenté un poco pensativa—, el trayecto o la vida, como queramos llamarlo, es importante. —¿Ah sí? —enarcó una ceja— Entonces, ilumíname. —Bueno… —dudé un poco— Estamos aquí ¿no es así? Todo lo que hacemos tiene un deber ser... Todos somos importantes de algún modo. —Angelique, Angelique... ¿No suenas algo redundante? —su voz aumentó unos cuantos tonos, mientras se levantaba y rozaba con un dedo unos cuantos papeles— Pensé que tus padres te habían dado una mejor educación.

—No metas a mis padres en esto —respondí enseguida—. Ellos me han dado lo mejor... —Lo mejor que pudieron, ¿no es así? —un mechón oscuro se soltó, cayendo sobre su rostro— Pero siendo sinceros, está no es la vida que te hubiera gustado vivir, deseas algo más... Todos lo hacemos.

—¿Y qué si es cierto? —refuté— Todos debemos conformarnos. —Exacto, por eso nadie le toma tanta importancia al trayecto —su sonrisa creció aún más—. Solo nos importa el inicio y el final, ya que es lo único que sabemos que no podemos cambiar. Todos nacemos y todos algún día moriremos, más la vida, ese trayecto, es lo único que podemos modificar en todo esto, pero solo soñamos en hacerlo, muy pocos logran hacer algo relevante que traspase la barrera del tiempo y de la muerte. —Bien, pero… ¿Qué tiene que ver todo esto con la historia? —alcé una ceja. —Todo y a la vez nada, mi querida Angie —su sonrisa se borró de su rostro—. Está es la historia de como la muerte se enamoró de la vida.

Barbie.

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