
5 minute read
Qué harás al volver? – Amanda La Cruz
Imagen: Freepik
¿Qué harás al volver?
Advertisement
i nombre es Leire Armas, tengo apenas 20 años, vivo con mi abuela, mis padres fallecieron, M estudio artes y… saliendo de mi trabajo me atropellaron. Justo al recordarlo puedo sentir el dolor punzante en mi cabeza y en mi pierna. Trato de averiguar dónde estoy pero todo está muy iluminado y frío. Se me dificulta saber en qué lugar me encuentro, pero veo algo a lo lejos y tal vez allí pueda averiguar algo. Empiezo a caminar hacia ese punto y mi mente va a mil por hora, ¿cómo estará mi abuela? ¿Le habrán dicho lo que pasó? ¿Me habrán encontrado tirada en la calle? —¿No te han dicho lo aburrido que es caminar en silencio? —preguntó una misteriosa voz que interrumpió mis pensamientos. Esto no se podía poner más extraño. Junto a mí, caminaba el mismísimo Oscar Wilde, el dramaturgo inglés. Había leído demasiado sobre él y sus obras mientras trabajaba en la librería, pero ahora mismo estaba caminando junto a mí, fumando su cigarro. —¿Te apetece uno? —dijo ofreciéndome uno de sus cigarros— Al parecer caminaremos un buen rato, te recomendaría fumar al menos si vamos a estar en silencio, a no ser que seas de esas delicadas señoritas que no profanan su cuerpo con cosas tan ―mundanas‖. —Creo que se nota que no soy de esas y si lo fuera, no podría decirle que no a usted — acepté su ofrecimiento con una risa nerviosa. No eran mis cigarros mentolados preferidos, pero tal
vez calmaría lo nerviosa que estaba, además me los ofrecía el mismísimo Oscar Wilde, no iba a decir que no. —¿Dónde estamos? —me decidí por fin a preguntarle— Y, espero no le moleste la pregunta pero, ¿qué hace usted aquí? —Cuando uno está muerto tiene demasiado tiempo libre —respondió expulsando humo por su boca con cada palabra—, y mi tiempo siempre me ha sido extremadamente valioso como para desperdiciarlo, así que decidí servir de guía para almas deambulantes como la tuya. ¿Almas deambulantes? Es decir que estoy muerta. Al oír esas palabras no pude evitar frenar en seco, me quedé petrificada por la ansiedad, pensando en todo lo que no hice, todo lo que no dije y que no podría hacer nada al respecto. El Sr. Wilde también se detuvo al ver que yo no avanzaba más.
—No todo está perdido, jovencita, te sugiero que sigas caminando, así entenderás que está pasando —dijo el Sr. Wilde de espaldas reanudando su paso y haciendo señas para que lo siguiera. Fue entonces cuando noté que habíamos llegado al punto misterioso. Resultó ser una habitación de hospital, llena con ese ambiente estéril que a todos enferma emocionalmente. En medio de la habitación se encontraba una cama con mi cuerpo inerte en ella. Me resultaba ajeno el cuerpo lleno de golpes que estaba acostado frente a mí. Mi corto cabello negro estaba oculto bajo vendas, mis ojos estaban cerrados, mi cara y mis brazos estaban rasguñados y de las sábanas sobresalía mi pierna enyesada. —Entonces, ¿qué harás al volver? —preguntó el Sr. Wilde mientras se sentaba junto a mi cuerpo y le acomodaba un pequeño mechón de cabello que se escapaba de las vendas— Me da curiosidad saber qué harías con otra oportunidad. —¿Puedo volver? —dije sorprendida— ¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo puedo volver?
¡Dime!
—Ya no eres tan educada y tímida, ¿verdad? —se rió él mientras cruzaba las piernas y ponía su mano en su mentón— No estás muerta, solo inconsciente. Para volver solo debes convencerme, ¿por qué debería decirle al Altísimo para que te envíe de regreso? Y no me digas porque eres joven y tienes un futuro por delante. Ciertamente soy joven y tengo un futuro, pero no era lo que tenía en mente, volví a pensar en todo lo que no hice, en mi abuela y…en esa persona. —Quiero volver, quiero vivir como es debido, sin ataduras, dejar de pensar en el que dirán, decirle a mi abuela cuanto la amo, lo agradecida que estoy con ella y lo mucho que lamento no pasar tiempo suficiente con ella —aunque hablaba de forma calmada, lágrimas recorrían mis
mejillas—, quiero dejar de frenarme a mí misma, lanzarme y explorar, expresarme y decir lo que quiero… Quiero hablar con Eliana y decirle que ella me motiva a seguir estudiando, a salir de mi zona de confort y quiero decirle lo hermosa que es, que su sonrisa es lo más hermoso que veo en las mañanas. Si me permiten volver, mi futuro lo iré construyendo poco a poco, solo deseo vivir y amar, hacer sentir orgullosos a mis padres al hacerlo, donde quiera que estén. —Ya lo estamos, mi cielo —pude escuchar la voz de mi madre detrás de mí e inmediatamente corrí hacia ellos a abrazarlos con las fuerzas de todo mi ser. Mi madre estaba tan
bella como la última vez que la vi y mi padre tenía esa sonrisa en el rostro que tantas veces recordé. —He de decir, jovencita, que me conmoviste y también a nuestro señor Dios —dijo el Sr. Wilde tratando de ocultar sus lágrimas con su cabello negro—, yo mismo no pude vivir a la plenitud que debía y al momento que quise hacerlo, se me juzgó por amar a otro hombre. Tú tienes la oportunidad y más te vale aprovecharla. Cuando estamos vivos, todos estamos en la cloaca, pero algunos miramos las estrellas. —Se nos permitió escoltarte al otro lado, hija—dijo mi padre dulcemente sosteniendo mi rostro como lo hacía cuando era pequeña—, pero necesito que sepas que ya estamos orgullosos de ti y te amamos con todo nuestro ser. Solo quiero pedirte que vivas, nada más. Estaba lista para irme y cumplir con mi palabra, pero no quería hacerlo sin despedirme de mi peculiar guía del limbo. Solo pude gritarle un ―Gracias‖ lleno de emoción mientras lo veía alejarse. Es bien sabido que Oscar Wilde es un hombre de gran tamaño pero muy sensible. Mis padres tomaron mis manos y me llevaron de vuelta, de vuelta a la vida. Entonces, desperté.