Los perros del alba No. 7

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DOSSIER

ha mutado. No se trata de una simple discusión de formatos musicales, es la manera en que el formato, los estilos y la adquisición, han trocado nuestras relaciones musicales. Pero suponer que es la primera vez que la tecnología se inmiscuye con nuestra melomanía es un error tan egocéntrico como errado. En 1889, un asustado cronista escribió en el diario El Universal sobre el fonógrafo: dicta como si fuese una persona de verdad. ¿No lo creéis? Pues vais a verlo. Así como se ha forzado a la luz que grabe imágenes en una placa pulida, se logrará recibir y guardar las ondulaciones de la sonoridad llegando así a conservarse la ejecución de un aire de Mario, de una recitación de Mlle. Bradel o de un monólogo de Federico Lemaître.

De hoy más no podrá susurrar el viento impunemente, ni suspirar el pecho de una doncella enamorada sin que grabe en la cera ambos rumores el barril inexorable del fonógrafo. De cuántas alegrías y de cuántas tristezas se hará confidente el aparato, y sobre todo, cuántas y que curiosas indiscreciones cometerá él mismo en lo futuro. El momento era propicio para la paranoia: la música clásica y la literatura tenían, en ese momento, nuevos competidores tecnológicos que se hacían de nutridos seguidores: el cine terminaría siendo el más socorrido arte para paliar el ocio. Escuchar música se convirtió en algo más íntimo: ya no era necesario asistir a tertulias o conciertos para escuchar una composición. Con el fonógrafo, llegó también la era del onanismo musical. La paranoia estaba, en parte, justificada. La pujanza comercial nos ha obligado a convertir en basura tecnológica nuestras aficiones musicales. Por más entrañables que en algún momento nos hubieran parecido. Del cartucho al vinil, del vinil al cassette, del cassette al cd, del cd al fallido Laser Disc, y de ahí a los formatos estrictamente digitales. Si eras fanático de los Beatles cuando aparecieron, lo mismo que de la vanguardia tecnológica, seguro tienes en algún armario de casa al menos

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