Poder del amor

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besándolo en la mejilla-. Al parecer cada vez sabemos más el uno del otro. -Supongo que sí. -Y me gustaría conocer mucho más. Le puso las manos alrededor del cuello y el álbum de fotografías se deslizó de su regazo. Jake la abrazó, besándola con pasión e intentando hacer caso omiso de la incomodidad que sentía. Aún había un detalle insignificante que no conocía sobre Jake Powers. No sabía nada sobre Marcy, y no estaba seguro de la importancia que pudiera llegar a tener.

Liana no había sido tan feliz en su vida. Incluso estando a punto de perder su trabajo e interrumpir con ello su carrera. Todo había cambiado desde la noche que estuvo en la casa de Jake. Nada la asustaba. Ni el inminente regreso de Storm ni las negativas continuas de su jefe cada vez que proponía algo. Frecuentemente se sentía tan tonta como el personaje de una vieja canción que recordaba de forma vaga, algo sobre ver flores en árboles que ni siquiera tenían hojas. Siguió asistiendo al gimnasio, pero la tensión que había entre ellos era ahora muy distinta. Estaban esperando a que se marcharan todos los clientes. Jake pondría el cartel de cerrado y se daría la vuelta con el deseo reflejado en el rostro. Ella se acercaría a él y subirían a su casa. Se ducharían juntos y acabarían en la cama. O, dependiendo de la urgencia de su deseo, en un potro del gimnasio. Tenía muchas ganas de descubrir qué se sentía haciéndolo allí. Aunque no sabía quién habría seducido a quién. Algunas noches salían a cenar y después volvían a casa de Liana, terminando la velada frente al fuego. Había aprendido a compartir su cama, pero conservaba la costumbre de dormir en el centro, de tal forma que apenas dejaba sitio paraJake. Y no parecía importarle mucho. El día anterior habían visitado un colegio en el que Jake estaba desarrollando otro de sus programas de salud pública. Liana se despertó en mitad de la noche. Estaba entre Jake y un enorme Panda de peluche que había ganado en una tómbola. Su suerte parecía haber cambiado. Había ganado a Jake y un osito en menos de un mes. La señora McGinty se moriría de envidia. Sonriendo, arrojó alosa de la cama. De todas formas, tendría que haber estado en el lado de Jake, puesto que se lo había regalado. Estaba preocupado por la demostración que había hecho para los preescolares, porque varios niños se habían asustado ante su tamaño. Liana le aseguró que no tendrían miedo de él si llevaba un enorme osito de peluche bajo el brazo. Y Jake pareció considerar seriamente la idea. Nunca había conocido a ningún hombre al que le preocupara menos su imagen de masculinidad. Era una de las muchas cosas que amaba en él. Se dio la vuelta apoyándose en un codo, para mirarlo mientras dormía.


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