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complejos; acaso éstos poseen trazas de conciencia. En esta hipótesis, los kobolds serían seres inmorales que, despreciando el interés general y a costa del conjunto, actuarían como individualistas por su cuenta . Hemos constatado más arriba una compensación dinámica entre la conciencia y los complejos, lo que nos obliga a abordar la cuestión de la energética psíquica. Designo a la energía psíquica, en general, por el término de libido. Mi hipótesis inicial es que, si la psique forma un sistema relativamente cerrado, posee un potencial energético que se mantiene inmutable a través de todas las manifestaciones de la vida; es decir, que si la energía suspende una de sus exteriorizaciones, reaparecerá en otra. Supongamos el caso de alguien que se interesa con pasión por una materia cualquiera. Un buen día todo el interés que tenía por ella se evapora, dejando paso a una fría y razonable indiferencia. Ahora bien, la energía en un sistema cerrado no podría desaparecer de un punto sin surgir en otro, y debemos preguntarnos a dónde ha pasado la libido, en qué nueva esfera de la persona se ha fijado o en favor de qué necesidad superior ha cambiado de objeto. Efectivamente, en el caso de nuestro ejemplo no dejaremos de observar en nuestro sujeto algo insólito, que denota la presencia de la energía aparentemente desaparecida. Si nuestra mente tiene en cuenta esta regla, podemos constatar una especie de causalidad en el seno de los acontecimientos psíquicos, causalidad que no es una continuidad lógica, sino que presenta el siguiente proceso: hoy, un sujeto tiene un gran interés por tal o cual cosa; este interés, al día siguiente, parece haber desaparecido, pero paralelamente se constatan trastornos abdominales, por ejemplo; éstos cesan de pronto, a su vez, y hace su aparición algo nuevo, pongamos una angustia inmotivada. En el pasado era imposible asignar una continuidad lógica y causal a esta serie de hechos en apariencia heterogéneos. No se sabía representar lo que una angustia podía tener que ver con tal o cual imaginación, con tal o cual interés, entre los cuales se intercalaba una diarrea, dolores de cabeza, vértigos, un enamoramiento, etc. Estos eslabones heteróclitos, considerados inconmensurables entre sí, no parecía que pudieran formar una cadena continua. Hoy sabemos que son la expresión de las metamorfosis de una misma energía, que sufre saltos de nivel; en general inerva a la conciencia, pero a veces ésta desaparece, desciende algunos escalones y desencadena entonces accidentes tales como palpitaciones cardíacas, dolores abdominales, erupciones cutáneas, para volver en seguida a lo psíquico, a menudo bajo un aspecto inesperado, por ejemplo, el de una idea o un estado emocional obsesivos. Mientras el pensamiento energético era extraño a la psicología, todos estos fenómenos sucesivos aparecían privados de denominador común. Se ignoraba las relaciones de equivalencia que han in115

troducido una unidad fundamental y un encadenamiento en el seno de estas manifestaciones, cuya observación más antigua había quedado sin explicar. He aquí un ejemplo que ilustra lo que acabamos de decir sobre estas metamorfosis de la energía psíquica y que es particularmente interesante por el hecho de que dos de los más brillantes clínicos alemanes formularon sobre él diagnósticos erróneos. Se trata de una viuda de cincuenta y seis años que cayó repentinamente enferma, presentando estados singulares y desconcertantes, una especie de confusión mental y gritos hidrocefálicos. El reconocimiento no había revelado nada, salvo una extraña afección cutánea que había aparecido seguidamente en la espalda y que presentaba pequeñas nudosidades, lo que había hecho pensar en un tumor maligno. No sé por qué azar fui consultado en este caso, puesto que no habían considerado un posible origen psíquico. Sin embargo, al reconocer a la enferma, constaté que la erupción cutánea era simétrica a ambos lados de la espalda. Luego hice que me trajeran el historial de la enferma, en el que se indicaba el lugar y el día en que había aparecido el primer grito hidrocefálico. «¿Qué pasó entonces— pregunté a la enferma—para que de pronto empezara todo esto?» No lo sabía, no tenía la menor idea; hasta entonces había estado perfectamente bien de salud, y todo aquello había comenzado de modo repentino. Pregunté a los médicos que la habían tratado, los cuales me respondieron que habían investigado concienzudamente, que habían preguntado incluso a los padres y al hijo de la enferma, sin haber des- cubierto nada de particular. Pero, terco como yo lo era (y como lo sigo siendo), le pregunté de nuevo a la enferma: «Reflexione una vez más: era la semana anterior a Navidad, período de fiesta en que se queda uno en familia.» Continuaba negando resueltamente . —Probablemente hacía usted los preparativos de Navidad . —No, no los hice . —¿Por qué? —Porque mi hijo se marchaba . —¿Por qué se marchaba? —Iba a casarse . —¿Y tenía que partir? —Sí, en contra de mi deseo . —¿En qué fecha? —Tal día . Y fue ese día precisamente cuando sobrevino el primer grito hidrocefálico. Le dije a los médicos: «Sapienti sat; es una histeria»; lo que fue confirmado poco 116


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