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Introducción “

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INTRODUCCIÓN

«QUITO y su territorio fueron ESPAÑA” »1

Eduardo Muñoz Borrero

«Sería de desearse que se escriba acerca de los realistas americanos y se les reconozca sus verdaderos méritos, se narren sus actos que llegaron a los términos del heroísmo.» 2

Luis Felipe Borja

Este libro es una herramienta, un arma para que ustedes puedan defenderse. El motivo de presente es proporcionar un arsenal intelectual para rebatir con facilidad a los acólitos del discurso oficial. No es una obra donde se pretenda defender una tesis académica gazmoña para decoro y adorno de algún ego. Es un libro que no busca el debate sino la polémica demoledora a nivel nacional e internacional. Quito fue España: historia del realismo criollo marcará un antes y un después en tu vida. En el país dividirá las aguas, enfrentará a las partes. Y en el continente ha venido a traer la guerra y no la paz. Aquí se proveen las bases para entender lo que estaba detrás del proceso separatista para cuando ya se llegue a él y no la inversa. Un gran problema metodológico de la mayoría de textos históricos, es que no brindan el contexto de la realidad del

1 Muñoz Borrero, Eduardo, Entonces fuimos España, Editorial Gráficas Iberia, Quito, 1989. Las mayúsculas son del original. 2 Borja, Luis Felipe, INFORME: LOS CALISTO, aparecido en el Boletín de la Academia Nacional de Historia del Ecuador, Vol. 15, N° 42-45, Quito, ene-jun. 1937, pág. 100.

momento, ¿qué era Quito y quiénes eran los quiteños y quitenses el momento de la separación? Yo brindo el contexto en los primeros capítulos para ir respondiendo aquella cuestión, no de forma lineal ni cronológica de uno a uno de ellos, sino abarcando las distintas situaciones históricas, espaciales, comunitarias, políticas, económicas que confluyeron en el momento específico y dado de la ruptura de la Monarquía Hispánica. Es una explicación, no una narración. Cada dato y hecho que he incluido lo he hecho conscientemente, sin escatimar testimonios, documentos, opiniones y pruebas, como las coplas que son alegatos contra los revolucionarios, o como los planes estratégicos británicos semioficiales y oficiales para destruir la Monarquía Hispánica con especial atención en Quito y su industria textil, pues su fuerza es legítima a base de los hechos consumados que los corroboran. O como el subcapítulo de Quito en el imaginario imperial hispánico, donde se brinda la visión de la élite imperial peninsular sobre nuestro territorio. No podemos ser reduccionistas, el contexto no es importante, es fundamental, es la comprensión plena de los hechos. Este trabajo de identidad está dedicado a ustedes, mis coterráneos y coetáneos, no a los académicos apátridas e internacionalistas, ni a cuatro intelectualoides de cafetín, ni a un par de ratones de biblioteca. Por lo mismo, me he dado la libertad de incluir a manera de lecturas citas largas testimoniales de actores de los hechos y de autores ecuatorianos y foráneos que han tenido la vista privilegiada para observar el panorama claro en muchos aspectos, textos que de otra forman son imposibles de obtener por su rareza, y que muestran que el pensamiento ecuatoriano e hispanoamericano ya se ha inquietado por conocer la verdad de las cosas de este período, de nuestra identidad, y que no soy sólo el único o el primero que ha querido encontrar la verdad. Además, el nexo argumental como en cualquier libro de historia que sea historia, es a base de documentos y pruebas, de hechos, hechos y más hechos de la realidad, contra las mentiras forjadas a base de ilusiones y suposiciones, por lo mismo no puedo

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dejar de citar textualmente documentos y fuentes las veces que sean necesarias, para no conjeturar de forma mojigata y superficial como se acostumbra en la historiografía oficial, o mucho menos, ocultar palabras que se explican solas; tampoco evito opiniones de otros ni la mía, y más si son opiniones históricas autorizadas y primera fuente como la de los documentos de la época. Justamente nuestra historia en el Ecuador adolece de fuentes documentales primarias y de criterios basados en ellas. Estamos acostumbrados solamente a leer narraciones líricas, ideológicas, desvergonzadas, que le dan la vuelta a las palabras, a los hechos y a sus conclusiones. No me remitiré al debate estéril de las Juntas de gobierno de Quito (la Suprema de 1809 y la Superior de 1810-12) o al gobierno de Guayaquil (1820), puesto que en realidad no me preocupa aquello para el propósito de éstas líneas. Se puede desperdiciar tomos en tratar de dilucidar cuales eran las verdaderas intenciones, que si autonomistas o independentistas, que si localistas, quiteñistas, colombianistas o peruanistas. Si la junta era o quería tal o cual cosa no importa para los fines prácticos del realismo criollo, sobre todo porque eran movimiento reducidos a más o menos una veintena de personas en cada caso, como suelen ser las camarillas revolucionarias, lo importante no es eso, sino como fueron percibidas por quienes no eran parte de aquellas, o sea, la inmensa y abrumadora mayoría de quiteños y quitenses, la gente ajena a ellas que las veían como una amenaza a la Monarquía, a su Unidad, al Rey. Eso es lo que importa para el propósito presente, que el pueblo quiteño, que los realistas quiteños ante las amenazas veladas o directas, respondieron con rechazo unánime, autocalificándose de realistas desde un primer momento, demostrando una coherencia que los subversivos no tenían. A los académicos les dejo el ponerse de acuerdo sobre si eran independentistas o no, o sólo autononomistas o en fin, tantas cosas que se han dicho y escrito y que se escribirán y dirán para justificar lo injustificable. Las cuales finalmente no cambian la

realidad de los hechos, es decir, que fueron movimientos revolucionarios rechazados por la inmensa mayoría de la población del Reino de Quito. No me ha preocupado seguir los lineamientos oficiales de cómo se debería escribir un libro según sus supuestos, como el onanismo mental de utilizar tal o cual sistema de citas, o los afectados purismos pseudo-rigoristas de no citar en la introducción, y veinte un mil tonterías más que sólo sirven a los academicistas que se citan a ellos mismos varias veces seguidas en distintos libros oficiales y oficiosos para finalmente sacar hechos y datos de la nada. Y no, yo no he escrito estas líneas para esos onanistas mentales, no he escrito este libro para los desvirtuadores profesionales, no lo he escrito para que se quede empolvándose en un estante, o para complacer a las oligarquías académicas y academicistas3. Yo he escrito esta obra para mí y para ustedes, para darles una herramienta y un arma de auto-conocimiento y auto-defensa. Es un libro para hacer reflexionar, proveer argumentos, generar polémica y obligar al lector a sacar sus propias conclusiones, no para satisfacer a la maquinaria oficial de propaganda de la corrección política del sistema democrático. Una vez delimitados estos puntos iniciales, centrémonos en la intención fundamental Quito fue España.

*** Seis de Diciembre de mil quinientos treinta y cuatro: asentamiento de la fundación de la Villa de Sant Francisco del Quito. Veinte y cinco de mayo de mil ochocientos veinte y dos: capitulación del Mariscal Melchor Aymerich ante el General Antonio José de Sucre. Doscientos ochenta y siete años, cinco meses y diecinueve días entre la primera y la segunda fecha. Un paréntesis para algunos; una fundación, una creación para otros, una causa de ser para todos quienes habitamos los actuales

3 Recordar a los academicistas que el mundo desastroso en el que vivimos hoy por hoy, es el producto de la academia, de las universidades.

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territorios de la República del Ecuador, del conocido y antiguo Reino de Quito4. Entender a los realistas quiteños y quitenses5, a los realistas criollos, a los realistas americanos es entender su fundamento: la Monarquía Hispánica y sus reinos, su vasto Imperio que ocupó multisecularmente las tierras de los cinco continentes y que con su espíritu formó para siempre una comunidad de pueblos con un origen y un fin común. El pensamiento oficial y oficioso, de los dogmatismos totalitarios que han imperado en tiempos recientes en nuestro país y en el mundo, nos ha impedido formaros una visión integral de los sucesos históricos y políticos del pasado distante y reciente. La historiografía –que no historia– oficial dominante en el continente ha tratado el vasto e incomprendido suceso de la denominada Guerra de Independencia o más correctamente Guerra de Secesión Hispanoamericana, o como la he denominado LA GRAN GUERRA CIVIL HISPANOAMERICANA, con todo los tintes de pasión, prejuicio y fanatismo que le fueron posible, olvidándose –intencionalmente en no pocas ocasiones– de la objetividad, los hechos y la verdad histórica. A este respecto pudo señalar el historiador ecuatoriano Roberto Morales Almeida que:

4 La Presidencia como entidad gubernativa y la Audiencia como tribunal, el territorio como Provincia o Reino según se verá. 5 Quiteño, gentilicio de los nacidos en San Francisco de Quito; quitense, gentilicio de los naturales de la provincia de Quito. Para usos historiográficos también se ha utilizado la denominación de quiteño audiencial, es decir, del territorio que actualmente ocupa de la República del Ecuador, de la entonces Presidencia, Real Audiencia y Reino de Quito -del denominado Departamento del Sur de la Gran Colombia-. Si bien la Presidencia y finalmente Capitanía General de Quito abarcaba regiones del actual norte del Perú y el actual sur de Colombia, se ha dado énfasis en este estudio a lo referente al actual territorio del Ecuador; aquí por ejemplo es necesarísimo mencionar el amplio tema de Pasto que históricamente forma parte de Quito, pero que por su complejidad y extensión de sucesos en su posición de fidelidad a la Monarquía, no permite tratarlo por completo aquí, considerando además que ha sido una región de estudio en cuanto a este tópico a diferencia del resto del territorio de Quito.

»…la historia del complejo fenómeno de la emancipación de los países bolivarianos no se la ha escrito y justipreciado ciñéndose a la objetividad, en lo humanamente posible. El prejuicio, la pasión, el sectarismo han pesado más que la realidad de los hechos y la verdad documentada. Por eso, se han repetido criterios distorsionados o se ha recogido reminiscencias de tradición que pasa con etiqueta de historia. Entonces, es necesario realizar esa vitalizadora operación de repensar la historia –como enseñaba José Ingenieros– pero no sometiéndola al juzgar prejuzgado de teorías que imponen sus categorías y ven sólo a través de ellas el acontecer humano.6 Difícil de asimilarlo para los acostumbrados a una historia que más se asemeja a una historieta de feria que a la realidad: personajes endiosados e idolatrados más por clubes de fans que por estudiosos o críticos; mitos afianzados en el poder, el miedo y la ignorancia o en la falsa ilustración, tal es el sustento de la historia oficial que a su vez sustenta el mito de la sociedad actual. Lo esencial de la historia y de sus procesos se pierde en los oropeles de los textos de colegio donde enseñan de héroes que no existieron y de una historia escrita para el gusto de los vencedores. Una revisión y una resistencia a las tesis históricas tradicionales se hacen necesarias para una comprensión plena de lo que somos. La historia oficial nos envenenó con falsos conceptos que se prestaron a todas las interpretaciones y que solo sirvieron a los dueños del poder, esta es el instrumento del poder: «Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado» (George Orwell). Viciada de anacronismos y prejuicios ideológicos de índole variada, con los particularismos economicistas de la modernidad –sin por esto dejar de considerar los factores económicos condicionantes de los procesos históricos en lo que deba ser así-,

6 Morales Almeida, Roberto, ESTUDIOS SOBRE AGUALONGO, aparecido en el Boletín de la Academia Nacional de Historia del Ecuador, Vol. 74, N° 157-158, Quito, ene-dic. 1991, págs. 243-297.

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desde el liberalismo al marxismo, la historiografía tradicional ha sido incapaz de mostrar, mucho peor de comprender, en su plenitud los sucesos históricos de nuestro pasado. Situémonos entonces así en nuestro pequeño país Ecuador, con una historia llena de mitos, tan manipulada y tan falseada que muchas veces es hasta increíble entender lo que en verdad fue, y no lo que nos lo pintaron; bien vale calificarla de sui generis, o mejor aún de anti-historia –una grande y prolongada mentira– en palabras de Jorge Luna Yepes7. Estos mitos surgieron promovidos por espurios intereses de los enemigos de España, o por mejor decir de las Españas y de la verdad histórica; comenzando por la Leyenda Negra, siguiendo con la mal llamada «Guerra de Independencia», y con extendidos mitos de la «época colonial» como el de que la clase dominante era exclusivamente española peninsular, de ser cierto esto, los únicos culpables de los abusos de la sociedad de entonces serían los funcionarios reales –supuestamente peninsulares– de paso por la región 8 , sin olvidarnos, claro está, que muchos de estos funcionarios a su vez eran criollos de otras latitudes del Imperio; en realidad los criollos (blancos nacidos en América) constituían el verdadero grupo dominante de la sociedad de entonces al ser activos miembros de la administración local (cabildos, corregimientos), así como la administración fiscal 9 , y al ser los dueños de los medios de producción10 . «El poder efectivo estaba en manos de los criollos» señala el historiador quiteño Carlos Espinosa Fernández de

7 Luna Yepes, Jorge, LA ANTIHISTORIA EN EL ECUADOR, aparecido en el Boletín de la Academia Nacional de Historia del Ecuador , Vol. 74, N° 157-158, Quito, ene-dic. 1991, págs. 160-188. Véase los anexos de este libro.

8 Espinosa Fernández de Córdoba, Carlos, Historia del Ecuador en contexto regional y global, Lexus, Barcelona, 2010, pág. 300. 9 Büschges, Christian, Familia, Honor y Poder, la Nobleza en la ciudad de Quito en la época colonial tardía, FONSAL, Biblioteca Básica de Quito, Quito, 2007, págs. 178, 179, 180 y sigs. 10 Espinosa Fernández de Córdoba, Carlos, Ob. Cit., ibídem.

Córdoba, por su parte el historiador guayaquileño Jaime Rodríguez afirmó que se «produjo una élite imperial proveniente de todas partes (del Imperio)». Por lo tanto, son insostenibles las pretendidas tesis de que existía rivalidad efectiva por el poder entre criollos y peninsulares, aun cuando pudo haber existido una rivalidad teórica como construcción ideológica, utilizada por la oligarquía criolla para obtener mayores beneficios de los que ya gozaba. Demostrativos en este aspecto son los casos de criollos quiteños y quitenses que ostentaron altos rangos en la cultura, el gobierno, la Iglesia y el ejército hispánicos como se verá en el capítulo III, entre ellos, por poner ejemplos que se detallarán puntualmente, Lope Díez Aux de Armendáriz, primer Virrey criollo de Nueva España; su hermano también quiteño Luis Díez Aux de Armendáriz fue el primer criollo Virrey de Cataluña, Obispo de Jaca y de Urgel y Copríncipe de Andorra; el quiteño fray Gaspar de Villaroel, Obispo de Santiago de Chile, Arequipa y Charcas; el también quiteño Joaquín Rubio de Arévalo, Obispo de Cebú en Filipinas, el guayaquileño don Pedro Franco Dávila, creador del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid, miembro de la Real Academia de la Historia; el latacungueño Ignacio Flores de Vergara y Jiménez, profesor del Colegio de Nobles de Madrid, militar que liberó a La Paz del cerco que le había impuesto Túpac Catari, se le conoció por este hecho como el «pacificador de Oruro», presidente de la Real Audiencia de Charcas; el quiteño Antonio de Alcedo, geógrafo e historiador, Mariscal de Campo del Real Ejército, Gobernador de La Coruña –Galicia- donde resistió con heroísmo el asedio y el sitio de las tropas napoleónicas; el quiteño José Mejía Lequerica 11 , figura

11 José Mejía Lequerica luchó contra los franceses en la guerra de independencia española, un liberal convencido, vivió el dos de mayo de 1808, pudo escribir a su esposa a finales de ese año las siguientes líneas: «En grandes riesgos hemos estado todos los habitantes de Madrid, y yo mismo corrí mucho peligro el día dos de mayo… día tristemente memorable por el valor y lealtad de los españoles y por la sangrienta barbaridad de los franceses, nuestros tiranos (La negrita es mía). Parece que el cielo quiere libertarnos de sus cadenas… Yo estoy

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mayor de las Cortes de Cádiz, y la lista puede seguir y seguir, no de forma excepcional, y de hecho sigue en el capítulo III. La historiografía oficial y tradicional ha dado por sentado a la independencia como la lucha de los criollos liberales en contra de la retrógrada dominación española: »En realidad se trató de un proceso sumamente complejo en el que los criollos estaban divididos en realistas, autonomistas e independentistas.12 13 Martín Sagrera menciona al respecto: »El error de pensar en las guerras independentistas como un enfrentamiento entre españoles, por una parte, y sudamericanos, por otra, proviene en parte de la mistificación interesada de los

“dueños del adjetivo” que denominan patriotismo a cuanta mentira favorece a su clase; y por otra del extender a la tropa las características nacionales y raciales de sus jefes, porque, sin duda, de un lado mandaron, a nivel supremo, los españoles y del otro algunos sudamericanos. Pero el grueso de las tropas que lucharon fue, en ambos bandos, de origen americano, y el bando

alistado voluntariamente, como también el conde de Puñonrostro (el latacungueño Manuel Matheu, Grande de España) y, si perecemos en algún combate, tendrás tú el envidiable honor de que a tu esposo haya cabido una muerte gloriosa; y si salgo con vida y honra, como lo espero de Dios, tendrás en tu compañía un hombre que habrá demostrado no estar por demás en el mundo. En fin es menester seguir los impulsos de la razón y el patriotismo. ¡Ay Manuela mía! ¡Qué diferentes son los chapetones (españoles peninsulares) y los franceses, de lo que allá (en Quito) nos figuramos! ¡Qué falsos, qué pérfidos, qué orgullosos,

qué crueles, qué demonios éstos!… Al contrario, ¡los españoles, qué sinceros, qué

leales, qué humanos, qué benéficos, qué religiosos y qué valientes! Hablo principalmente del pueblo bajo y del estado medio; porque en las primeras clases hay mucho egoísta, ignorante, altanero y mal ciudadano.» 12 Espinosa Fernández de Córdoba, Carlos, Ob. Cit., pág. 429 13 Para una visión del proceso desde la óptica de un realista peninsular con descendencia criolla que residió en Quito, véase: Compendio de la Rebelión de la América, Cartas de Pedro Pérez Muñoz, compilación de Fernando HidalgoNistri, Abya-Yala, Quito, 1998; 2da. Ed., Fonsal, 2008.

que contó con mayor número de americanos fue sin duda, sobre todo en sus comienzos, el bando de los españoles.14 Se impuso frente a esta «era de retroceso», la superación de la misma con la «santa democracia» –como siempre con trajes de gala que ocultan su prostitución– apoyada por la «ciencia» y su apéndice el «progreso» primero con la «independencia», después con el liberalismo alfarista y sus detritos radicales y neoliberales y, hoy por hoy, con el «socialismo del siglo XXI.» Todos estos al fin y al cabo hijos de una misma madre subversiva llamada modernidad15. La independencia no fue más que el triunfo de los «movimientos separatistas»16 –denominación de la antropóloga e historiadora quiteña Piedad Costales Peñaherrera- al interior de las Españas. Miles de anónimos, dieron su vida, su honra y sus bienes, todo para mantener la unidad del Imperio bajo la Monarquía Hispánica en estos territorios o a favor de la secesión de las Españas y las Indias castellanas; algunas voces se elevaron para gritar «libertad»; muchas otras tantas se alzaron a favor de los Reinos y el Rey. Mujeres, hombres, gachupines, chapetones, criollos, libres, esclavos, militares y religiosos que sacrificaron sus vidas, sus posesiones, todo por una causa que creían justa: el

14 Sagrera Martín, Los Racismos en las Américas: una interpretación histórica, IEPALA Editorial, 1998, pág. 106. Y continúa: «La aparente paradoja de esta afirmación no lo será ya para quienes hayan reflexionado sobre la explicación que dimos acerca de la convergencia parcial entre los intereses de la Corona española y el pueblo de color sudamericano contra los intereses de los criollos.» 15 Julius Evola en su obra Rebelión contra el mundo moderno, traducción al castellano a cargo del Prof. Marcos Ghio, Ediciones Heracles, Buenos Aires, 1994, demuestra magistralmente la antítesis entre Modernidad y Tradición. El académico español Miguel Ayuso también lo expresa en Carlismo para hispanoamericanos, Ediciones de la Academia, Buenos Aires, 2007. 16 Costales Samaniego, Alfredo y Costales Peñaherrera, Dolores, Insurgentes y realistas – La revolución y la contrarrevolución quiteñas 1809-1812, Ed. Fonsal, Biblioteca del Bicentenario de la Independencia Vol. 9, Quito, 2008, pág. 8

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principio trascendente de la fidelidad, el ideal de unidad y de Patria amparados por el principio superior de la Monarquía Hispánica, que se constela y surge incontenible por detonantes individuales y sociales. La vida, la lucha y el sacrificio que descubren estas páginas revelan a seres humanos excepcionales porque estuvieron a la altura de su momento histórico. Dolores Costales Peñaherrera apunta: «Es preciso, al margen de prejuicios ideológicos, juzgar los evidentes méritos, tanto de realistas como de insurgentes, dada la fuerza de convicción en sus respectivos principios y la valentía con que los defendieron.» 17 Punto relevante es el que se refiere a la clasificación del fenómeno independentista como lucha separatista18; desenmarañando de esta forma el tramado histórico de lo que en verdad fue una secesión y no una independencia respecto de las Españas y las Indias castellanas. Acertadamente y con justicia diría el historiador ecuatoriano Eduardo Muñoz Borrero: «Quito y su territorio fueron España.» La misma historiografía oficial, así como la política, han sabido ocultar el otro bicentenario de los sucesos acaecidos en la América Española de principios del siglo XIX, no ha dado ni siquiera el reconocimiento que los propios «próceres libertarios» dieron a sus recios contendores los realistas, los «godos». Juntos, querido lector, repensaremos y revisaremos la historia de aquel período fundamental para la comprensión de nuestra realidad actual. Dedicando este modesto estudio al análisis, a la muestra y develación del realismo criollo en su vertiente histórica del período de la «Independencia» entre 1809-1822 y aún 1823-26 e incluso más tarde en el tiempo, en los grupos realistas, y en la influencia que tuvieron sobre el pensamiento y el accionar político en estos Reinos y provincias después de concretada la secesión de las

17 Ibídem. Pág. 6 18 Ibíd. Pág. 10

Españas peninsulares, comprendiendo el contexto histórico del lugar y el momento que vivieron. En este ensayo no se pretende abarcar la totalidad de las causas, sucesos y consecuencias de este período, tarea monumental que exige la publicación no solo de un libro sino de tomos y tomos para llenar bibliotecas, pero en todo caso se sienta el precedente, se mantiene encendida la llama y se rinde el homenaje debido para quienes dieron su vida y su honra por Dios, la Patria y el Rey19 .

19 Testimonia la historia a este como el lema de los realistas en variada documentación de la época. No se constituyó en una reacción, como este libro tampoco lo es, puesto que como señalara Alfredo Cruz Prados: «En el ámbito del pensamiento, entiendo por reacción una doctrina que, aunque propugna lo contrario que su antagonista, continúa actuando dentro de la misma conceptografía que ésta y, en el fondo, acepta la definición de los términos establecida por la doctrina que critica.»

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