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Cada grupo arrancó según lo planificado la noche anterior abarcando más terreno pues un gran puma macho puede alejarse bastante del centro de su territorio A la hora de comer nos reunimos y Ron nos contó que había visto el rastro del felino pero de uno o dos días antes, lo que tampoco era demasiado. Cecil hizo varias llamadas por teléfono recabando noticias de nuevas fechorías pero nada nuevo había sucedido en los dos últimos días. Aunque mis compañeros estaban convencidos de que se volvería a dar alguna otra muerte de ganado más temprano que tarde. Decidimos reponer combustible y pasear a los perros que enjaulados aullaban como lobos hambrientos. Resignados emprendimos el regreso esperando un nuevo día y con él, una nueva oportunidad.

Lo que fuera en 1890 la oficina técnica de la mina.

Tercer día de caza La mañana estaba templada al llegar a Bland, amenazando nieve de nuevo. Cada grupo arrancó según lo planificado la noche anterior abarcando más terreno pues un gran puma macho puede alejarse bastante del centro de su territorio. Cecil y yo nos dirigimos a un gran balcón elevado desde el cual se denominaba mucho terreno y lo que era más importante, desde donde teníamos cobertura ininterrumpida con nuestros compañeros. Sobre las doce del mediodía nos comunicó Jay que habían localizado el rastro de nuestro felino en los restos de un ciervo nulo y debía ser de la noche anterior más o menos. Ralston ordenó acudir con los perros y soltar colleras sin más dilación por si se encontraba aún en los alrededores. Así lo hicimos sobre las tres de la tarde. La perrada y el levante no se hicieron esperar así como los regates, vueltas y revueltas entre los largos barrancos, disfrutando de lo lindo desde nuestro observatorio elevado. Pero el tiempo jugaba a favor del felino y en nuestra contra pues la luz del día iba a menos por momentos. Al caer la tarde, procedimos a localizar a nuestros dos mejores canes que no habían regresado, pero ni con los collares radio fuimos

Con Virginia en un dormitorio de la casona.

capaces de dar con ellos, partiendo hacia nuestro refugio no sin antes dejarles unos sacos y comida para que repusiesen fuerzas a su regreso al lugar de la suelta.

Cuarto día de caza Al amanecer, encontramos sobre los sacos a nuestros fieles auxiliares que nos recibieron con saltos y ladridos de contentos. A continuación y tras acomodarlos en la amplia caja para perros del GMC de Cecil, intentamos y conseguimos localizar los viajes del puma la tarde anterior, viendo cómo se había vaciado del barranco por un roquedo increíble por donde los perros no pudieron pasar viéndose obligados a retroceder y acceder dando un gran rodeo, causa ésta por la que el devorador de ganado les sacó una gran ventaja que no pudieron recuperar antes de hacerse de noche, volviendo poco a poco después al lugar de la suelta. De nuevo nos pusimos en marcha en busca del rastro como en ocasiones anteriores. Sobre las once de la mañana Hayo nos rogaba que acercásemos los perros al fondo del barranco de Bland pues tenía un rastro bueno en la salida de una de las antiguas ganaderías de extracción de mineral. A toda prisa los acercamos reuniéndonos en el lugar. Efectivamente, el rastro era fresco y de nuestro protagonista. Cecil comentó alto que no olvidaré –“creo que con un poco de suerte, se habrán acabado tus fechorías antes de que termine el día”–. Aquella afirmación era el resultado de muchos años de cacerías, persiguiendo osos y leones en un inmenso territorio y aunque en aquel momento aun después de haber abatido yo media docena de leones, no lo tenía demasiado claro, hoy reconozco la seguridad de Cecil Ralston en aquel preciso momento. Aquella afirmación era el resultado de muchos años de cacerías. Cabeza de ciervo mulo comido por el rufián.

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