Conéctate, número de marzo de 2021: Consuelo

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CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA

Año 22 • Número 3

EL ÁRBOL QUE REVIVIÓ ¿Calamidad u oportunidad?

Como abejas Cómo atajar pensamientos fastidiosos

Un ramo muy particular

Entre espinas nace la rosa


Año 22, número 3

A NUESTROS AMIGOS

¿tiene sentido el sufrimiento? Aunque la mayoría de la gente procura no pensar en ello más de la cuenta, la verdad es que hay mucho sufrimiento en el mundo. Son incontables los inocentes que mueren, quedan lisiados o pierden su casa a causa de guerras y conflictos crueles e injustos. Otros más sufren lo mismo a raíz de catástrofes naturales o desastres provocados por el hombre. El cáncer, el sida, el covid-19 últimamente y otras enfermedades se cobran millones de vidas todos los años, en muchos casos tras largos meses o años de dolor. No cesan las penalidades. ¿Por qué la vida tiene que ser así? Resurge entonces el interrogante que nos asecha desde tiempos inmemoriales: ¿Por qué permite Dios el sufrimiento? La pregunta no tiene una respuesta sencilla y universal. Es cierto que Dios que permite que haya sufrimiento. Sin embargo, Sus motivos para ello son casi tan numerosos y diversos como las personas que sufren. Eso sí, es innegable que la forma en que uno sobrelleva el sufrimiento o reacciona ante el sufrimiento ajeno depende en gran medida de su fe. Quienes creen implícitamente en un Dios justo y amoroso claman a Él en esos momentos de necesidad, echan mano de Sus ilimitados recursos y hallan gracia y fuerzas para sobreponerse al dolor o a la pérdida. Poco se sabe de lo que padeció Frank Graeff (1860-1919); así y todo se hace patente que cuando escribió el himno ¿Me comprende Jesús? hablaba a partir de su propia vivencia. El dolor que expresa es demasiado palpable como para haber sido imaginario. Únicamente alguien que lo ha experimentado en carne propia es capaz de declarar de una manera tan victoriosa la certeza y esperanza contenidas en el estribillo: «Ay, sí, yo sé que al verme Él se compadece de mí. [...] Mi Salvador lo ve». Si bien el sufrimiento es parte integral de la vida y común a todos los seres humanos, tú también puedes poseer esa formidable fe y seguridad de que Dios nos acompaña en el dolor. Espero que el presente número de Conéctate te conduzca al amor y al consuelo divinos cuando más los necesites.

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Gabriel García V. Director

la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y de la versión Reina-Varela Actualizada 2015 (RVA-2015), © Casa Bautista de Publicaciones/Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.

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Curtis Peter van Gorder

EL árbol que revivió con la tempestad Si alguna vez has sentido

que toda tu vida sufrió un desarraigo y no tienes la menor idea de cómo vas llegar hasta el día de mañana, cobra ánimo del Roble de Turner, un árbol gigantesco de 16 metros de altura que fue plantado en 1798 y hoy prospera en los Royal Botanic Kew Gardens al sur de Londres. En los años 80 del siglo pasado se veía enfermizo y daba la impresión de que no sobreviviría. Entonces el 16 de octubre de 1987 la Gran Tempestad azotó partes del Reino Unido, Francia y las islas del Canal de la Mancha. Es posible que haya sido la peor tormenta en golpear la región desde 1703. Derribó más de 15 millones de árboles en el sur de Inglaterra en apenas una hora. Entre sus víctimas se encontraba el Roble de Turner. El viento levantó aquel árbol por las raíces con tierra y todo, sacudiéndolo violentamente y asentándolo nuevamente en su lugar, como quien alza una copa de vino 1. V. Juan 15:1–2 2. http://elixirmime.com

por el pie y la vuelve a colocar sobre la mesa. Para Tony Kirkham —director del arboreto— aquel episodio fue como haber perdido a un ser querido: —Quedé deshecho. Aquellos árboles que había cuidado con esmero, que había llegado a reconocer y con los que me había familiarizado yacían ahí tendidos en el suelo. Tony y sus colegas arbolistas volvieron a colocar aquel enorme roble en su lugar y lo apuntalaron lo mejor que pudieron, aunque con pocas esperanzas. Tres años más tarde descubrieron con asombro que el árbol estaba perfectamente saludable. Cayeron entonces en cuenta de que la tierra en que estaba enraizado se había compactado por la cantidad de gente que caminaba alrededor de él, de tal manera que no recibía suficiente aire y agua. La tempestad aflojó las raíces y dio a la tierra la porosidad que necesitaba, permitiendo que el roble volviera a crecer. En los 30 años que pasaron desde aquella tempestad el Roble de Turner creció en un 30 por ciento y dio pie a nuevos métodos de arboricultura en el

mundo, entre ellos, la invención de nuevos equipos para aflojar la tierra y hacer llegar oxígeno, nitrógeno y nutrientes a los sistemas radiculares de los árboles. Hoy en día, cuando Tony pasea cerca del viejo roble, sonríe, se alegra y se emociona al pensar en su milagrosa recuperación. —Los árboles son como las personas —comenta—. Se estresan, pero cuando están felices se ven hermosos. Cuando nos encontramos en plena tormenta tal vez no entendamos qué beneficios podría reportarnos. Sin embargo, cuando amaina el temporal, la vida retorna. Muchas veces no sabemos qué finalidades y pormenores ocultan nuestras tribulaciones cuando estamos en medio de ellas y no logramos ver el bosque a causa del árbol. No obstante, hallamos serenidad y paz interior al confiar en los buenos designios que tiene Dios en nuestra vida.1 Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo. 2 Vive en Alemania. ■ 3


Ruth Davidson

JESÚS CONSUELA A SUS DISCÍPULOS

¿ME COMPRENDE JESÚS? ¿Crees que Jesús se conmueve al ver mi amargura y mi pesar, que agobiado estoy de preocupación y con ganas de abandonar?

Cuando Jesús reveló a Sus discípulos que pronto se separaría de

ellos, quedaron perplejos y le plantearon muchas preguntas. La sola idea de que los dejaría les resultaba casi imposible de asimilar. Jesús los consoló con estas palabras: «No se turbe su corazón. Ustedes creen en Dios; crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchos aposentos. Si así no fuera, ya les hubiera dicho. Así que voy a preparar lugar para ustedes. Y si me voy y les preparo lugar, vendré otra vez, y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, también ustedes estén. Y ustedes saben a dónde voy, y saben el camino».1 “ Todas las promesas y palabras reconfortantes que Jesús dejó a Sus discípulos son igual de válidas para nosotros hoy. «Yo rogaré al Padre y les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre. Este es el Espíritu de verdad».2 «Les conviene que Yo me vaya; porque si no me voy el Consolador no vendrá a ustedes. Y si Yo voy, se lo enviaré».3 Cristo nos dejó un legado de paz. «Les dejo la paz, Mi paz se la doy. Una paz que no es la que el mundo da. No vivan angustiados ni tengan miedo».4 Ruth Davidson es consejera y guionista de Family Lifelines. Está afiliada a La Familia Internacional y vive en EEUU. 4 ■ 1. Juan 14:1-4 (RVC) 2. Juan 14:7 3. Juan 16:7 4. Juan 14:27 (BLPH) 4

¿Crees que Jesús se conmueve al ver que el camino es aterrador? No me atrevo a andar en la oscuridad. ¿Estará conmigo Él, o no? ¿Crees que Jesús se conmueve al ver que he caído en la tentación? Quise resistir, pero sucumbí, y no encuentro consolación. ¿Crees que Jesús se conmueve al ver que a quien amo he dicho adiós? ¿Me comprende Él, o sabrá tal vez del dolor de mi corazón? Ay, sí, yo sé que al verme Él se compadece de mí. Si la noche es larga y el día una carga, mi Salvador lo ve.


CONTACTO CON EL CONSOLADOR Steve Hearts

En Juan 14:26 Jesús prometió enviar el Espíritu Santo para consolar a Sus seguidores después de Su partida de este mundo. «El Consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en Mi nombre, Él les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que Yo les he dicho». Esa promesa me quedó grabada en la memoria desde la niñez. Sin embargo, no fue hasta los veintitantos años que tomé contacto con «el Consolador» personalmente. Mi madre murió cuando yo tenía 20 años. Frente a una tragedia o pérdida desgarradora es fácil sumirse en la aflicción y el luto a tal punto de rechazar todo consuelo. Eso me sucedió a mí. Aunque exteriormente lograba mantener una imagen de serenidad, no era más que una fachada para ocultar la pena y el dolor que arrastraba conmigo todos los días después de perder a mi madre. 1. V. el artículo «Ver más allá», en la revista Conéctate de agosto de 2013

La verdad de las cosas fue que la partida de mi madre suscitó en mí un profundo resentimiento. Es normal apenarse ante una pérdida de ese tipo, pero en mi caso no lograba superarla. Algún tiempo después acepté los recordatorios divinos en el sentido de dar gracias porque ella se encontraba con Él,1 lo que contribuyó a sanarme del resentimiento que albergaba contra Dios. Con el tiempo se cumplieron 10 años desde la partida de mi madre. Esa fecha siempre era para mí la más dolorosa de todo el año. No obstante, en aquella ocasión me sentía feliz y en paz, algo fuera de lo habitual. Mientras yacía en mi cama aquella noche percibí una sensación muy reconfortante que me embargaba el corazón. Aquel bálsamo sanador penetró hasta los lugares recónditos de mi alma, que habían sido asolados por la tristeza. Era como si unos brazos fuertes y llenos de amor me rodearan el corazón brindándome una sensación de seguridad y tranquilidad.

Le pregunté a Dios de qué se trataba aquello. Él me respondió: «Estás tomando contacto directo con el Consolador». Me libré de la carga de amargura que había llevado como una cruz durante tanto tiempo. Con el rostro bañado en lágrimas le repetí una y otra vez al Espíritu Santo: «Acepto y recibo sin reservas el consuelo que quieres darme». Cuanto más lo repetía mayor era la sensación de consuelo que me invadía; y nunca me dejó desde entonces. ¿Llevas tú una carga de pena y tristeza? No tienes por qué hacerlo. El Consolador —el Espíritu Santo— llama a la puerta de tu corazón en este mismo momento, anhelando entrar. Te extiende Sus brazos esperando estrecharte. Basta con que ores para aceptar a Jesús y recibir la infusión del Espíritu Santo. Steve Hearts es ciego de nacimiento. Se desempeña como escritor y músico y está afiliada a La Familia Internacional en Norteamérica. ■ 5


COMO ABEJAS Marie Story

¿Has intentado dormir

alguna vez con una mosca o un mosquito en tu habitación? Yaces ahí, casi dormido, cuando de pronto bzzzzzzzzzzz, el bicho te cae en picada en la cara. Algunas moscas son tan osadas —y tan repugnantes— como para posársele a uno en la cara o en la oreja. Estás a punto de coger otra vez el sueño cuando de pronto bzzzz... 1. Salmo 118:12 2. Salmo 118:25 (NVI) 3. Salmo 118:12,13 (NVI) 4. Salmo 118:21 (NVI) 6

¡PAM! El cansancio no te deja levantarte para matar al bicho, pero tampoco puedes dormir. A veces a mí me sucede lo mismo, pero sin el fastidioso bicho. La cosa va más bien así: Estoy tratando de conciliar el sueño... ya casi dormida... cuando de pronto me asalta un pensamiento: Se me olvidó atender ese asunto que tenía pendiente. Sé que no debo preocuparme. Que no vale la pena preocuparme. Ya me preocuparé de eso mañana. Me doy la vuelta y procuro dormir, pero de pronto se me cuela otro pensamiento y se me

abren los ojos de par en par: Uy no, se me olvidó hacer esa llamada. —Cállate, cerebro —digo—. Relájate, deja de preocuparte y ponte a dormir. Tienes que despertarte temprano mañana. Habrá tiempo de sobra entonces para pensar en todas esas cosas. Pero no, por mucho que deseo adormecerse me surge otro furtivo pensamiento: ¿No se te viene ya encima ese plazo para entregar el trabajo? Y sigo así, sin parar. Una mañana temprano, tras una noche particularmente larga


Si las preocupaciones te quitan el sueño, considérate afortunado con lo que tienes. Encara las desdichas con semblante risueño y haz un recuento de todos tus bienes. Gabriel García V.

y desvelada, me fui hasta la cocina arrastrando los pies para tomar una taza de té y una tostada. Me senté como un zombi y con los ojos entrecerrados traté de leer un Salmo antes de comenzar la jornada. Leí el Salmo 118 hasta el versículo 12 en que el rey David habla de sus enemigos: «Me rodearon como abejas».1 Sonreí al pensar en la noche tan larga y plagada de preocupaciones que acababa de pasar. A mí no me rodeaban enemigos físicos, pero sí mis inquietudes que me zumbaban como abejas que fastidian y pican. Suelo preocuparme por cosas sobre las que tengo muy poco control, que parecen un enjambre de abejas. Las abejas, al igual que las preocupaciones, son persistentes y difíciles de espantar. Contrariamente a lo que enseña Winnie the Pooh, tirarte al agua no sirve de nada. Las abejas revolotearán hasta que salgas a tomar aire. Tampoco te molestes en esconderte: rápidamente encontrarán la forma de llegar hasta ti. Puedes empuñar un matamoscas y azotarlas como loco, pero pronto te superarán. Lo mejor que puedes hacer cuando te asedia una plaga de abejas es pedir ayuda a un especialista.

Mientras tanto ponte ropa gruesa que te proteja. Así fue exactamente como el rey David lidió con las plagas que lo hostigaban: Llamó un experto en manejo de plagas. —¡Señor, sálvanos! —clamó—. ¡Señor, concédenos la victoria!2 ¿Y qué sucedió? Nos dice: «Se consumieron como zarzas en el fuego. Me empujaron con violencia para que cayera, pero el Señor me ayudó.»3 Un experto en abejas o en manejo de plagas acudirá al llamado, adormecerá a las abejas con humo, meterá la colmena en una caja y se la llevará lejos donde estén a salvo pero no vuelvan a molestarte. Cuando no puedas escapar de tus temores y preocupaciones, llama a Jesús, el experto en control de preocupaciones, para que se encargue de ellos. ¿Te preocupa a veces el porvenir? Cuando David se sentía angustiado o temeroso, le entregaba sus afanes al Señor para que se encargara de ellos. Cada vez que David se metía en líos, clamaba a Dios y el Señor fielmente lo rescataba. —¡Te daré gracias porque me respondiste —proclamó—, porque eres mi salvación!»4

Lo bueno es que Dios sigue haciendo lo mismo hoy en día por nosotros. Ahora, cuando estoy acostada y los temores y preocupaciones me desvelan, he aprendido que lo mejor que puedo hacer es pedir auxilio. Le explico a Jesús mis problemas, le cuento cada inquietud y se las entrego todas a Él. A veces tengo una larga lista de preocupaciones; otras veces es una sola cosa la que me molesta. En todo caso, sea cual sea el contratiempo, sé que puedo dejarlo en Sus expertas manos. Por supuesto que a veces me entran zumbando nuevos afanes. A veces todavía paso noches en vela. Pero he aprendido que siempre y cuando permanezca cerca de mi experto en plagas, puedo llamarlo para que se haga cargo de cualquier peste que surja. Cada vez que lo hago, Él acude y fulmina toda preocupación mientras yo me doy la vuelta y me duermo plácidamente. Marie Story vive en San Antonio (EE.UU.), donde trabaja como ilustradora independiente. Es consejera voluntaria en un albergue para los desamparados. ■ 7


La cámara de hielo Joyce Suttin

Mi abuelo me mostró la

cámara de hielo de su granja lechera por primera vez cuando yo tenía apenas 3 o 4 años. Después de ordeñar las vacas y envasar la leche cruda en botellas esterilizadas en la cremería, las sumergían en agua helada en aquella cámara de hielo. Esa zona no disponía de refrigeración en 1952; apenas un buen aislamiento y una puerta gruesa para mantener fuera el calor. Las botellas de leche se mantenían frescas en una cuba metálica grande llena de agua helada. Cada mañana las cajas de madera con botellas de vidrio se cargaban en el camión lechero cubiertas de grandes trozos de hielo y se repartían en los hogares vecinos. Leche fresca todos los días. Aquella leche no era pasteurizada ni homogeneizada. La crema para el café se obtenía de la capa superior o se batía la leche a mano para mezclar la crema. Demás está decir que la crema también se batía para hacer mantequilla. La leche cruda venía de

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vacas sanas y mucha gente creía que tenía propiedades curativas. Años más tarde las normativas sanitarias hicieron que fuera imposible vender leche cruda; en todo caso, mis primeros recuerdos eran de aquella leche y los sencillos procesos por medio de los cuales se elaboraba. Me fascinaban la cuadra, donde las vacas aguardaban tranquilamente en sus establos, la cremería —donde se embotellaba la leche— y la

cámara de hielo. Me encantaban los campos verdes salpicados de flores silvestres, donde las vacas pastaban todos los días. Me gustaba el aroma de los granos y el heno del que se alimentaban mientras esperaban para ser ordeñadas. Me divertía jugando a las escondidas y otros juegos con mis hermanos y primos. Uno de los juegos que hacíamos en la granja consistía en entrar sigilosamente en la cámara de frío


Por la noche dura el llanto, pero al amanecer vendrá la alegría. Salmo 30:5 Ahora están tristes, pero cuando vuelva a verlos se alegrarán, y nadie les va a quitar esa alegría. Juan 16:22 (nvi) Si aún no has aceptado a Jesús y Su don del consuelo, hazlo ahora rezando la siguiente plegaria: Jesús, perdóname todos mis pecados. Creo sinceramente que ofrendaste Tu vida por mí. Te abro ahora la puerta de mi corazón y te pido que entres y me concedas Tu regalo de la vida eterna. Amén.

y ver quién era capaz de dejar la mano en el agua helada por más tiempo. Aún recuerdo el ardor del agua helada cuando me esforzaba por dejar la mano sumergida en ella. El frío acababa quemándola y cuando la sacaba se veía de color rojo. Estaba tan fría que sentía como si me hubiese quemado. En otra ocasión, una nevada mañana de invierno, salimos con mis primos a jugar con un trineo. Lo estábamos pasando tan bien que ni siquiera reparé en que la nieve se había derretido dentro mis guantes y se me había metido dentro de las botas. Cuando entramos me di cuenta de que algo andaba mal. Me dolían tanto las manos y los pies que no podía meterme a tomar un baño caliente. Tuve que sentarme en la tina con agua templada y esperar que la fueran calentando hasta poder entrar en calor. Al recordar aquellas experiencias y las pérdidas desgarradoras que me

tocó vivir me di cuenta de que la vida tiene sus momentos gélidos. A los catorce años experimenté la primera gran pérdida con la muerte de mi abuelo. Aquel dolor me recordó lo que sentía al meter la mano en el agua helada o estar sentada en la tina de agua fría esperando a que se me descongelaran las manos y los pies. No solo sentía que el corazón se me había partido, sino que se me había sumergido y congelado. Me dolía tanto que no sabía si era ardor frío o caliente. Simplemente me dolía mucho. No fue hasta después de cambios graduales que logré recuperar la sensibilidad. A la larga así sucedió. Con el tiempo comencé a sentir calidez nuevamente. Aquel ardor frío se disipó. Pude dejar atrás mi temporada de duelo en la cámara de hielo y volver a evocar recuerdos gratos de los tiempos que pasé con mi abuelo cuando niña. Aún hoy, al pensar en ellos, cobro

fuerzas de las sencillas y profundas enseñanzas que me dejó. Los aprendizajes que obtenemos en la cámara de frío son difíciles. Cuando te encuentres allí ten paciencia y date tiempo para sanar y recuperar la sensibilidad. No cuentes con que podrás volver de sopetón a la vida normal que llevabas antes ni pretendas desviar la atención manteniéndote ocupado o entretenido con otras cosas. Eso solo intensificará el dolor. Encuentra a alguien que te permita expresar tus sentimientos, que llore y ría contigo o comparta cualquier otra emoción que te embargue. No te olvides ni trates de suprimir los recuerdos de la cámara fría, pues te perderás las profundas y valiosas enseñanzas que te deja. Trata tu corazón con respeto y dale tiempo para sanar. Joyce Suttin es docente jubilada y escritora. Vive en San Antonio, EE.UU. ■ 9


Marianne y Jerry Paladino

UN NIÑO VENIDO DEL

CIELO La siguiente es la historia de nuestro hijo Gabriel, que

nació con síndrome de Down y fue uno de esos niños súper especiales. Aunque no vivió más que dos años y cuatro meses en la Tierra, el Señor se valió de él para conmover muchos corazones e impartirnos valiosas enseñanzas acerca del amor, la fe, las convicciones, la perseverancia, la compasión, la humildad, la valentía, la oración y la gran verdad contenida en Romanos 8:28: «Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien». Cuando los médicos nos informaron que Gabriel tenía síndrome de Down nos costó mucho aceptarlo. Sin embargo, al orientarnos más sobre el tema, descubrimos lo especiales que son estos niños. Y claro,

1. Hebreos 13:2 2. Isaías 40:29 10

una vez que fuimos conociendo más profundamente a Gabriel y gozando de su espíritu angelical, lo veíamos menos como un niño con limitaciones, sospechando en cambio que éramos como aquellas personas que, al decir de la Biblia, «sin saberlo, hospedaron ángeles».1 Desde su nacimiento Gabriel tuvo varios impedimentos físicos. Obviamente su cuerpecito no fue concebido para durar mucho tiempo. Sabíamos que cada día con él era un milagro, un regalo. Compilamos una lista de versículos de la Biblia para invocarlos por la salud y la fortaleza del nene, y nos referíamos a ella con frecuencia. La promesa que más reclamábamos era «Él da vigor

al cansado y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas».2 El Señor sin duda cumplió esa promesa en Gabrielito. Cuando tenía seis meses de edad contrajo una tos muy grave. Al acudir afanosamente al Señor por la salud de nuestro hijo, Él nos indicó que se proponía enseñarnos perseverancia. Escudriñamos la Biblia para averiguar concretamente a qué se refería y nos infundió mucho aliento descubrir que dicha virtud había contribuido a forjar a muchos hombres y mujeres de fe, convirtiéndolos en las personas que Dios quería


que fueran. En cuanto a nosotros, no podíamos limitarnos a orar una sola vez y darlo por hecho. Teníamos que bregar en oración y no dejar de acudir al Señor de todo corazón. Cuando nos dimos cuenta de ello y comenzamos a hacer lo que Dios nos pedía, Él hizo la parte que le correspondía: sanó a Gabriel de aquella tos que ponía en peligro su vida. Vimos que con cada crisis el Señor nos enseñaba algo nuevo sobre la curación y la oración ferviente. Normalmente lo hacía ayudándonos a aplicar algo que habíamos leído en Su Palabra. Nos hallábamos en una etapa completamente nueva de nuestra vida, llena de lecciones que no podríamos haber aprendido de ninguna otra forma. Muchas veces deseábamos ser nosotros los que

sufrieran en lugar de nuestro hijo, pero con el tiempo nos dimos cuenta de que Dios sabía lo que hacía, pues la verdad es que luchamos espiritualmente por Gabriel con mayor ahínco del que habríamos tenido si hubiéramos estado luchando por nosotros mismos. En todo momento el Señor nos consoló y nos concedió las fuerzas que necesitábamos. Si bien desde el comienzo el Señor nos fue preparando el corazón para el día en que llamara a Gabriel al Cielo, nos apegamos mucho a él. Tal vez fue porque se trataba de un niño diferente, o quizá porque desde el principio éramos conscientes de que lo teníamos como un préstamo del Cielo, cedido a nosotros por un ratito nada más. Un día, estando Gabriel particularmente debilitado a causa de una enfermedad infantil, empezó a dar señales de que iba a sufrir convulsiones. Entonces se desmayó en mis brazos y de ahí nunca recobró el conocimiento. Lo llevamos de urgencia al hospital y los doctores hicieron lo posible por reanimarlo. Sacamos un pequeño himnario que llevábamos con nosotros, el cual se abrió a la canción «Some Golden Daybreak» (Con la alborada). Interpretamos que aquella era una señal divina de que Gabriel partiría al Cielo. Si bien nos embargó una tremenda sensación de pérdida, el Señor nos consoló como solo Él es capaz de hacerlo. ¿Qué más podíamos pedir que la certeza de que Gabriel estaba

sano y feliz, y que su sufrimiento había concluido? En las exequias de Gabrielito alguien relató una visión que tuvo de una mariposa que acababa de escabullirse de su capullo. En cierto sentido, Gabrielito había sido una especie de oruga en esta vida. Es más, ni siquiera había aprendido a gatear con la destreza de una oruga. Pero ahora es semejante a una bella mariposa que ha despegado hacia la libertad. La partida de Gabrielito hizo que el Cielo cobrara mucha más realidad para nosotros. Ya creíamos en el Cielo y aguardábamos con ansias explorar algún día toda su belleza y misterios. Pero desde que Gabriel está instalado allá, cada vez lo consideramos más nuestro Hogar y nos desapegamos más de las cosas de esta vida. Nunca volvimos a ser los mismos luego del breve paso de Gabriel por la Tierra. En realidad él nunca fue nuestro. Más bien fue un emisario que vino para cumplir una misión en nosotros: la de derretir nuestros corazones, llevarnos a establecer una conexión más estrecha con lo divino y enseñarnos más acerca de los verdaderos valores de la vida. Marianne y Jerry Paladino vivieron 14 años en el Japón y 18 en México dedicados a la difusión del amor de Dios y de Su mensaje de esperanza. ■

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Anónimo

UN RAMO MUY PARTICULAR Sandra tenía la moral por

los suelos cuando empujó la puerta de la florería, luchando contra una ráfaga de viento otoñal. Su vida había discurrido sin sobresaltos, como brisa primaveral, hasta que en el cuarto mes de su segundo embarazo un accidente automovilístico puso fin a su buen pasar. En esa, la última semana de noviembre, habría dado a luz a un hijo. Lamentó profundamente su pérdida. Por si fuera poco, la compañía en la que trabajaba su esposo amagaba con transferirlo. Encima, su hermana, cuya visita esperaba con ilusión, la había llamado para decirle que no podría ir a verla. Para peor, una amiga suya la había indignado sugiriendo que Dios le había mandado esos pesares para hacerla madurar, inspirarle gratitud por las cosas buenas de su vida y ayudarla a empatizar con los que sufren.

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¿Ha perdido ella un hijo? ¡No tiene ni idea de cómo me siento! —se dijo estremecida. ¿Qué espera? ¿Que yo me sienta agradecida? —se preguntó—. ¿Agradecida de qué? ¿De que un conductor descuidado cuyo camión apenas sufrió un rasguño embistió mi auto por detrás? ¿Por un airbag que salvó mi vida, pero no la de mi hijo? —Buenas tardes. ¿Qué se le ofrece? —preguntó la florista, que se llamaba Jenny, sobresaltándola sin querer—. Perdone —añadió—, no quería que pensara que no le estaba prestando atención. —Necesito un arreglo floral. —¿Quiere uno bonito pero común y corriente, o prefiere salirse de la norma arriesgándose con uno que es el favorito de muchos clientes y que yo llamo el especial del Día de Acción de Gracias?

Observando la curiosidad reflejada en el rostro de Sandra, prosiguió: —Estoy convencida de que las flores dicen algo. Cada arreglo expresa un sentimiento particular. ¿Busca algo que transmita la idea de gratitud? —¡No precisamente! —respondió Sandra con brusquedad—. Disculpe, pero es que en los últimos cinco meses todo lo que podía salirme mal ha salido mal. A Sandra le pesó haber respondido con aspereza. Pero se sorprendió cuando Jenny le dijo: —Tengo el arreglo ideal para usted. En ese momento sonó el carillón de la puerta. —Hola, Bárbara —saludó Jenny a la clienta que entraba—. Tengo listo su pedido. Ahora se lo traigo. Excusándose, se dirigió a la


Reflexiona sobre los muchos favores con que Dios te colma a ti y a todos. No te quedes pensando en las pocas desdichas que, como todos, has sufrido. Charles Dickens (1812–1870)

trastienda. Instantes después apareció con un enorme ramo de largos tallos de rosa decorados con follaje y cintas. Lo curioso era que el extremo de los tallos estaba cortado, y faltaban las flores. —¿Se lo pongo en una caja? — preguntó Jenny. Sandra se quedó observando para ver cuál sería la reacción de Bárbara. ¿Sería una broma? ¿Quién querría tallos de rosa sin flores! Esperó que se rieran, que alguna se diera cuenta de que los espinosos tallos no tenían rosas; pero ninguna de las dos se rió. —Sí, gracias —respondió Bárbara—. ¡Está exquisito! Cualquiera diría que al cabo de tres años ya no me conmovería el sentido de este ramo. Sin embargo, todavía me emociona. A mi familia le encantará. Gracias. Sandra se quedó atónita. ¿Cómo puede darse una conversación tan normal en torno a un ramo tan extraño?, pensó. —Este... —intervino Sandra—. La señora que acaba de salir... —Dígame. —¡El ramo que se llevó no tenía flores! —Así es, yo las corté. —¿Las cortó? —Pues sí. Ese es el arreglo especial.

Lo llamo ramo de espinas de acción de gracias. —Pero ¿cómo puede haber gente que pague por eso? —preguntó Sandra riéndose entre dientes. —¿Quiere que se lo explique? —No podría irme de la tienda con la intriga. —Pues verá, hace tres años Bárbara entró a esta florería sintiéndose muy parecido a como creo que se siente usted hoy —le explicó Jenny—. Creía que no tenía motivos para agradecer. Su padre había muerto de cáncer, el negocio familiar andaba mal, su hijo consumía drogas y ella iba a tener que someterse a una delicada intervención quirúrgica. —¡Uy! —exclamó Sandra. —Ese mismo año —expresó Jenny— yo había perdido a mi marido. Tuve que hacerme cargo de la tienda y por primera vez me sentí completamente sola. No tenía esposo ni hijos ni pariente alguno que viviera cerca. Además, estaba muy endeudada, por lo que era imposible viajar. —¿Qué hizo? —Aprendí a dar gracias por las espinas. —¿Las espinas? —preguntó Sandra arqueando las cejas. —Soy cristiana —explicó la

florista—. Siempre he dado gracias a Dios por las cosas buenas de la vida y jamás se me ocurrió preguntarle por qué tenía esas buenas experiencias. Pero cuando llegó la mala racha, ¡vaya si lo cuestioné! Aunque siempre me han gustado las flores de la vida, hicieron falta las espinas para que llegara a valorar el consuelo de Dios. Dice la Biblia que Dios nos consuela en la aflicción y que gracias a ese consuelo aprendemos a consolar al prójimo. A Sandra casi se le corta la respiración. —Una amiga me leyó ese mismo pasaje —comentó—, ¡y quedé hecha una furia! Será que no tengo ganas de consuelo. He perdido el bebé que esperaba y estoy resentida con Dios. —¡Hola, Phil! —exclamó Jenny mientras entraba a la tienda un señor corpulento y medio calvo. Tocó suavemente el brazo de Sandra y se acercó a saludarlo. Phil la acogió con un cordial abrazo. —¡Vengo a buscar doce largos y espinosos tallos de rosa! —dijo soltando una sonora carcajada. —Me lo imaginaba. Los tengo listos —repuso Jenny sacándolos de la vitrina frigorífica. —¡Qué maravilla! —comentó Phil—. Mi mujer quedará encantada. 13


Sandra no pudo resistir el impulso de preguntarle: —¿Son para su mujer? Phil notó que la curiosidad de Sandra se equiparaba a la de él cuando le presentaron la idea del ramo de espinas. —Si no es indiscreción, ¿le importaría decirme por qué le regala espinas? —preguntó Sandra. —En absoluto. Me alegra que me lo pregunte —contestó—. Hace cuatro años mi esposa y yo estuvimos a punto de divorciarnos. Después de cuarenta años de casados nuestro matrimonio estaba en las últimas. Con todo, nos las arreglábamos para salir adelante a duras penas de una podrida dificultad tras otra. Conseguimos salvar nuestro matrimonio, mejor dicho, nuestro amor. El año pasado entré aquí para comprar flores. Seguramente había mencionado que acababa de pasar una época difícil, porque Jenny me contó que durante mucho tiempo había tenido un jarrón con tallos de rosa. ¡Con puros tallos! Era un recordatorio de lo que había aprendido en circunstancias espinosas. Eso me gustó. Así que me llevé unos tallos a mi casa. 1. George Matheson (1842–1906) 14

Mi esposa y yo decidimos rotular cada uno con el nombre de una dificultad que habíamos tenido y dar gracias por lo que habíamos aprendido de la experiencia. Estoy bastante seguro de que esto de los tallos se va a convertir en una tradición. Phil pagó a Jenny, le dio las gracias una vez más y mientras salía le dijo a Sandra: —Le recomiendo encarecidamente el arreglo especial. —No sé si soy capaz de dar gracias por las espinas de mi vida —le comentó Sandra a Jenny. —Por experiencia, yo diría que las espinas realzan la belleza de las rosas. En los momentos difíciles apreciamos más que nunca cómo vela por nosotros la Providencia. No olvide que Jesús llevó en la cabeza una corona de espinas para que conociéramos Su amor. No se amargue por las espinas. A Sandra se le rodaron unas lágrimas. Por primera vez desde el accidente lograba zafarse del resentimiento. —Deme doce tallos largos y bien espinosos —pidió. —Me imaginaba que los pediría —repuso Jenny—. En un momento se los tengo listos. Cada vez que los vea se acordará de apreciar tanto los

buenos como los malos momentos. Unos y otros nos ayudan a crecer. —Gracias. ¿Qué le debo? —Nada. Nada más que una promesa de que pondrá de su parte para curar su corazón. El primer ramo siempre corre por cuenta de la casa. Y entregándole una tarjeta, añadió: —Voy a prenderle al ramo una tarjeta como esta. ¿Quiere echarle un vistazo y ver lo que dice? Es una oración que escribió un ciego. Vamos, léala. Dios mío, ¡nunca te he dado las gracias por esta espina! Aunque te he agradecido miles de veces mis rosas, jamás en la vida te di señales de aprecio por esta espina. Enséñame a ver la gloria de la cruz que porto. Enséñame el valor de mis espinas. Hazme ver que he ascendido a Ti por la vía del dolor, que mis lágrimas han formado mi arco iris.1 —Que Dios te bendiga, Sandra —dijo Jenny entregándole el ramo—. Espero que lleguemos a conocernos más. Sonriendo, Sandra se dio media vuelta, abrió la puerta y emprendió el camino de la esperanza. ■


Marie Alvero

EL ARTE DE ANIMAR Mientras escribo este artículo una muy buena amiga

mía enfrenta sucesivas olas de malas noticias. Su marido acaba de ser despedido de un empleo que tuvo durante 27 años, a ella le salió un mamograma sospechoso, el aire acondicionado de su casa se descompuso y tuvieron que sacrificar a una mascota de la familia. Por el momento no se trata de nada trágico, pero son noticias desalentadoras, del tipo que lo llevan a uno a preguntarse: «Dios, ¿por qué?», o «¿Estás ahí, Dios mío? ¿No ves estas cosas? ¿Acaso te importan?» Quiero consolarla y darle mi apoyo. Aunque me duele en el alma que lo esté pasando tan mal, no sé muy bien cómo abordar el asunto. No quiero ofrecerle compasión con clichés y frases al estilo de «estoy orando por ti», que dan la impresión de que hablo desde una vida que no se ve afectada por las dificultades que enfrenta ella. ¿Alguna vez te has sentido así? O tal vez te encuentras del otro lado del espectro y eres de los que necesitan que te reconforten.

1. 2 Corintios 1:4 NVI

Desearías que tus amigos entendieran lo que necesitas. A continuación les presento algunas cosas que aprendí sobre cómo ofrecer aliento y apoyo a personas queridas que enfrentan momentos difíciles: Buscar un versículo o canción que te sirva de plegaria por esa persona y hacérselo saber. Generalmente le envío un mensaje de texto que exprese algo así: «Isaías dice que los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas. Sé que ahora mismo estás exhausta. Ruego a Dios que te fortalezca». He enviado y recibido mensajes así. El solo hecho de saber que alguien se afirma sobre las promesas divinas para interceder por ti cuando te sientes débil es muy alentador. Ofrecer alguna distracción. A veces la batalla se hace larga y uno anhela un espacio que no tenga nada que ver con la lucha que enfrenta. Invita a tu amigo o amiga a una caminata, a salir a tomar un café, a cenar o al cine, o cualquier cosa que le dé un pequeño respiro de la brega. Ofrécele una ocasión de recargar energías en tu compañía. Tener un gesto de consideración. Llévale una comida preparada, ofrécete a cuidarle sus hijos una tarde,

págale unas compras, córtale el césped, tómate un rato para llamarla, chatear o enviarle una tarjeta. Los pequeños actos de amabilidad son muy eficaces y tienen la virtud de renovar esperanzas e infundir ánimos. Ser de los que alientan. Cuando un amigo o amiga tenga una entrevista de trabajo o reciba buenas noticias del médico, celebra con ellos. Acompáñalos en su periplo. A lo largo de nuestra vida y en nuestras relaciones tendremos numerosas oportunidades de ser tanto el que levanta el ánimo a los demás como el que debe lidiar con sus propios problemas. Aprenderemos a «consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios»,1 y nos ayudaremos mutuamente a seguir adelante aun cuando estemos por desmayar. Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■ 15


De Jesús, con cariño

EL SANTUARIO Veo tu lucha y oigo tus pedidos de auxilio. Cuando te sientes solo y desvalido, estoy a tu lado. Percibo tu angustia y estoy esperando a que acudas a Mí en oración. Entra en Mi santuario, en ese lugar secreto que podemos compartir tú y Yo. Allí puedo disipar tu ansiedad, tu inquietud y tu confusión, puedo devolverte el sentido de propósito e infundirte fuerzas para continuar. La vida puede ser una lucha, pero no tienes por qué forcejear por tu cuenta. En muchas ocasiones has llevado cargas que se te hicieron montañas. Te abatieron el espíritu y te preguntaste por qué permití que sucediera. No lo permití para reprenderte ni como una suerte de castigo, sino para ligarte más estrechamente a Mí. Nadie te conoce mejor que Yo ni te ama más entrañablemente. Los problemas y obstáculos que se te presentan en la vida pueden verse dos maneras: pueden depurarte o amargarte, según cómo los tomes. Cuando encuentras la paz que solamente Yo puedo proporcionarte, puedo valerme de ti como instrumento de Mi amor para consolar a otras personas. Hay muchas cosas en la vida que parecen injustas y hasta desconsideradas. Sin embargo, cuando las miras por el prisma de Mi promesa de que todas las cosas redundan en bien de los que me aman, cobran una significación totalmente nueva. En esa promesa está la clave para sobreponerse a cualquier pesar, aliviar la ansiedad o vencer el temor.


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