TU PERRO LADRA-EL MIO MUERDE

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Tu perro ladra, el mĂ­o muerde


Primera edición, 2018

Tu perro ladra, el mío muerde © Aaron López C. Dirección Editorial: Kenneth O´Brien Edición: Yuri Mellet y Ana Luisa Burga Corrección: Vanessa Chiappo Diseño y diagramación: Guillermo Edgar


A Juan Ramón Medina Ríos a.k.a. King Kon


¿Qué saca el mundo de dos personas que no ven el mundo? WISLAWA SZYMBORSKA

Prólogo

Bajo el título “Tu perro ladra, el mío muerde”, Aarón López nos entrega su primer trabajo narrativo. Yo lo llamaría novela corta que transcurre en capítulos que pretenden ser cuentos independientes. Las historias del libro están ambientadas en el Callao. Dentro de lo que se denomina la narrativa urbana, podría aventurarme a considerarlo como un eslabón más en la tradición de la literatura marginal peruana, pero sin pretensiones o nexos. El autor es ajeno a las tendencias o referencias; es, simplemente, el caso de historias que debían ser contadas. Los relatos están cargados de humor y humo, ironía y crítica. López retrata un Callao subterráneo bajo el radar. Territorio que él explora, conoce e investiga, tanto en estos relatos como en su obra pictórica, pero no de una manera académica o forzada, sino más bien de forma orgánica, vital. En la actualidad el autor vive otra vez en el “Llauca”, en el barrio de Castilla, en lo que hoy se conoce como Monumental Callao, espacio en el que comenzó a escribir los textos que nos entrega. Aarón López es un talentoso pintor, que carga una fuerte necesidad creativa. Ésta -pienso yo- es una de las razones de su incursión en la narrativa, como complemento al principio de su pintura, pero finalmente como una necesidad interior de retratar con palabras.


Es relevante el uso gráfico en el libro, producto del pintor que escribe, para quien la forma no es meramente decoración, sino una intensidad que debe ser transmitida. Por ejemplo, el uso del tachado de las calles o los diálogos que rompen con la forma narrativa y finalmente la introducción de dibujos dentro del libro, llegando al paroxismo en el cuento Bembos, que son solo dibujos, como códigos de algo aún no revelado. A través de los personajes Jériko y Cacharrón, antihéroes de la historia, vemos dibujado el Callao tradicionalmente marginal del que todos hablan o quieren hablar, pero nadie conoce de primera mano, a diferencia de López. Él ha recorrido todos los ambientes que narra y ahí reside uno de los puntos fuertes del libro: la honestidad casi brutal con la que está contado. Son estos antihéroes que roban, asaltan, se drogan y violentan a la sociedad, los que crean este submundo plagado de leyes y parámetros amorales. Un microcosmos maldito con lenguaje y reglas propias, donde los valores sociales son trastocados y la medida del éxito es otra, intrínsecamente ligada a la violencia y a las cagadas que puedas contar y sobrevivir. Leer este libro es como introducirse en brea transparente. ¡Háganlo! Kenneth O’Brien


Introducción

Estos textos disfrazados de cuentos son explícitamente hechos que pudieron haber ocurrido y que se guardan ambiciosamente en el recuerdo borroso de un testigo que nunca existió. Donde muchas conversaciones, muchas excursiones y muchas persecuciones nunca pasaron. Pero que muchos insomnios y mucha soledad creyeron recordar.


Algunos personajes, escenas, nombres, incidentes, lugares y acontecimientos son ficticios.


!

Para la inspiraciรณn yo no imagino, yo recuerdo.


INDICE 13.- Raulito 18.- Early works 23.- El Jeriko, La Kimberly y los Cargosos 28.- Wassap 30.- Apariciones 33.- Ventana 36.- Bembos 37.- Firulais 41.- Chocan trenes, Chocan aviones, chocan barcos y no voy a chocar yo 45.- Tren fantasma 48.- Emoliente 51.- A salto de mata 56.- 3 meses despuĂŠs 57.- Vocabulario bĂĄsico


Raulito

Eran las 3 de la tarde. El sol estaba, como todos los últimos días, al rojo. El heladero, a lo lejos, pasaba por undécima vez. Bien terco el hombre. Acá la gente es así, persistente. Eran fines de mayo y la vereda parecía derretirse sobre la pista. Los perros buscaban la sombra en los lugares más increíbles. Bien dicen que la necesidad te vuelve creativo: había uno que se había estirado para entrar en la sombra del poste sobre la vereda, haciendo una “L”. A lo lejos se ve la pista cómo brilla por el sol incandescente. Como llena de agua por el espejismo. Una cúster aparece después de hacer subir a una mamá con su hijo en el paradero Grau (museo Naval) y a Raulito en los edificios de Chucuito, unas cuadras antes, justo donde está la estatua de Miguel Grau. Raulito creció en Chucuito. Chico tranquilo, promedio del salón. Buen jugador de futbol. Para nada bailarín. Terminó el colegio y se puso a estudiar Ingeniería Electrónica en la San Marcos. Hay que


ser bien chancón para hacerla. El chico quería superarse y vio en la Electrónica una puerta a eso que tanto le gustaba: el billete. La cúster paró en el Museo Naval y el cobrador se bajó a comprar una botella de agua superhelada. Le aventó otra al chofer y siguieron su camino. Doblaron por la calle del Rovira. Nieto creo que se llama. La cúster cambió de color por la enorme sombra que cruzó. Llegaron a la municipalidad y, justo cuando van voltear a Buenos Aires, un señor, intempestivamente, los hace frenar y sube. No pasó nada, es un señor de edad y nadie se molesta. Es difícil describir lo que siente alguien cuando le quitan algo de forma violenta, sin posibilidades de recuperarlo. Y el trauma que resulta de esa acción. Imagínate si te lo quitaran sin el más mínimo esfuerzo y en tu pepa. Es decir, en tu cara, ¿ah? ¿Te imaginas? Te imaginas como si un par de vagos estuvieran haciendo nada en una esquina. Como cualquier día. Jodiendo, fumando, quemando (pensando) en cómo ganar (hacer dinero). Hasta que un día les pinta la virgen: huyendo de un webón con el que estaban arrugados en el barrio, suben a una cúster... Ese día, la cúster estaba solita. Botada, como dicen. Había una señora con su hijita y un parroquiano bien arregladito en el asiento de a uno. Cacharrón no me dijo nada y sólo me miró. Subimos a la cúster detrás de un señor de edad. El cobrador ni cuenta. Subimos rápido. Y, casi de inmediato, estábamos cuadrados, con las manos extendidas en el pasamanos justo arriba del parroquiano. Le vi las gafas que eran de marca, se notaba que eran de marca y, sin más, las cogí, mientras me agarraba del pasamano con la otra mano. Fue un impulso calculado y violento (y me las puse). El chiquillo me miró con una cara de pánico terrible. Cacharrón me miró y, enseguida, también por impulso, cogió la mochila que el chiquillo tenía entre las piernas. Y se la puso en el hombro. El chiquillo volteó a ver a Cacharrón con su cara de pánico y siguió mudo. Volteé y dije


“baja en la esquina”. Y bajamos en la esquina. Con el cobrador gritando su canción de “Guardia Chalaca, Óvalo de la Perla, toda la Marina, etc.” Avancé raudo, sin voltear. Nos metimos y seguimos hasta Loreto. Paramos en la esquina y Cacharrón me hizo patita de gallo para saltar al pampón. Al caer, el polvo del lugar nos hizo desaparecer por segundos. Abro la mochila con los lentes puestos y lo primero que veo brillando tímidamente entre los bultos, para nuestra sorpresa, es una 38, cañón corto, Smith & Wesson. ¡Manya! –grité- y Cacharrón me miró directamente a los ojos y soltamos una carcajada que asustó a los transeúntes que estaban fuera del pampón, justo detrás de la pared. Siguieron rebuscando en la mochila y encontraron una tablet y una chompita bien bonita doblada perfecto dentro de la mochila. Un par de cuadernos, un libro y puras separatas bien ordenadas. “Ya mucha nota” dice Jériko y guardó la máquina entre su pantalón y espalda. Le dio la mochila a Cacharrón para que la meta en una bolsa negra y saltaron fuera del pampón. ¿Vamos pal callejón? – dice Cacharrón. ¡Dale, mano! -responde Jériko. Salieron de ahí caminando. Se miraron, pero no pronunciaron ni una palabra. Raro. Siempre fueron alharacosos, bochincheros. Ambos pensaban en lo que habían hecho, sin saber que lo que les acababa de ocurrir iba a joderles o arreglarles la vida para siempre. Esa máquina era de un coronel (vamos a llamarle la “Vieja” ) y estaba pedida. Medio Callao sabía de quién era, porque este policía se torció, le jugó chueco a la institución y luego sucumbió a la tentación. Estuvo batuteando unos envíos de merca desde que salían del VRAEM hasta Lima. Luego hacía toda la escolta hasta el puerto del Callao. Y no contento con eso, su gente también se encargaba del preñado a los buques. Versátil el la Vieja. Rápido chapó la maña y había comenzado a atrasar a alguna gente y eso


lo tenía con las orejas bien rojas. Aprovechaba su cargo, y la división en la que estaba, para buscar y escoger posibles víctimas de secuestro. Gente gruesa, de dinero, a quien poder extorsionar. Para conseguir más efectivo e invertir. Estuvo jodiendo y cobrando a bastante gente. El asunto es que un día el Viejo había ido, como de costumbre, al pequeño tragamonedas de Faucett, donde tenía una pequeña oficina al fondo, en el primer piso. Solo que, justo ese día, en el grifo de la esquina, unos cachorros estaban perpetrando un asalto y no tuvo de otra que intervenir. Resultó herido en el intercambio de balas, pero todo bien. ¡Más suertudo el rechucha! Le rozaron dos balas directas a la cabeza. Para su suerte, ese par de punteros del asalto lo reconocieron y rapidito empuñaron y percutaron. Eran unos pajeros y fallaron. La máquina del viejo se le cayó mientras repelía el ataque. ¿Cómo llego la máquina a manos del parroquiano de la cúster? Es que su primo era bandido y ese día estaba en el asalto al grifo y fue uno de los que le disparó a la vieja, pero falló. Es precisamente por eso que el primo se borró. Cogió sus cosas y desapareció. Sabía que el Viejo, como sea, iba a averiguar quiénes habían participado del asalto, por eso no dudó ni un segundo y le dio el arma a su primito. Con el floro de que el Callao estaba picante y era inocentemente para que se defienda. Mientras él carburaba cómo resolver el problema en el que se había metido. Lo que no meditó el primo de Raulito es que el niño Raulito no era tan ingenuo y ese día llevó el arma a la universidad porque un amigo suyo sabía dónde podía empeñarla.


Early works

Es jueves y desde el lunes Jériko sigue en nada. El bolsillo, sin billetera. La billetera, en un cajón. Y los 50 soles falsos que le quedan, doblados y metidos en una media, igual que el fierro. No sabe qué hacer. Está con las manos detrás de la cabeza y pensando que mañana es viernes y tiene que arreglar con ese tombo. “¡Puto puerco!” pensaba Jeriko. Ya eran casi un cuarto pa las seis y el día comenzaba a despedirse. Los carros empezaban a amontonarse, los micros se llenaban rápidamente y los semáforos se iban cargando. Era quincena, y viernes. ¿Te imaginas? Y con un calor de mierda. El hambre hablaba lenguajes raros en el estómago. Mientras, pasaban y seguían pasando los minutos. Jériko seguía mirando el techo, a la vez que pensaba cómo salir de esa en la que se había metido. Como siempre de huevón. No


hay pretextos, siempre se repite. La situación estaba seca. Aguantada. Atorada como una flema y sin poderla escupir. Pero se tenía que resolver de alguna forma. Qué podría hacer si no salir de ahí y comenzar a tantear. Proyectado, escuchaba en el celular una canción de Ñengo. Se baña y sale de su casa en busca de su causa Cacharrón. - ¿Y, mano? ¿En qué estás? - le dice Jériko, a lo que Cacharrón responde: ¡Igualito que tú, mano! Salieron a la cancha a ver qué pintaba. Y pintó rápido. Después de otro bate, Cacharrón le dice a Jériko - Vamos por un par de latas al minimarket. Hace calor. - ¿Cuál minimarket? - le responde Jériko. - A ese nuevo entre Buenos Aires y Guardia Chalaca - dice Cacharrón, mientras suben a la moto. Jériko, todo volado, lo siguió. Cagándose de risa, entran al establecimiento. Se dirigen rápidamente a los refrigeradores que estaban junto al mostrador. Es ahí cuando Jériko recién se percata y recuerda que, obviamente, no tenía plata y gira a ver a Cacharrón, que ya había sacado la 38 y la había puesto en medio de los ojos de la pobre chica que atendía ese día. Jériko no se quedó mudo mucho tiempo y solo le dijo a la chica que abriera la caja. Mientras, Cacharrón seguía apuntando entre sus ojos. La chica, presurosa intentó abrirla. Nadie entraba al lugar. Ni haciendo la inteligencia calculaban tan bien la hora precisa para asaltar aquel lugar ese día. La chica abrió la caja y Jériko le dijo que sacara la plata y la pusiera en una bolsa de plástico de las que tenía ahí debajo. Ella sacó creo que como 10 billetes de 10 soles, unos 5 billetes de 50 soles, como 4 billetes de 100 y un huevo de monedas. ¡Ah! Y un solo billete de 20 soles. Los puso en la bolsa con el logo del minimarket y los dejó sobre el mostrador. Le pidieron, además, un par de botellas de ron que había tras el mostrador.


Estaban tranquilos. Creo que no hubo tiempo de ponerse nerviosos. Cacharrón le dijo a la chica que no dijera nada ni avisara, porque él se enteraría e iría por ella. Que sabía dónde vivía y que no le haría daño a ella sino a su papá. Cogieron las 2 botellas y las pusieron en las mismas bolsas naranjas del minimarket donde estaba el billete y salieron de ahí. Oe, ¿y las chelas? - le dice Jériko a Cacharrón. ¡Qué chelas, oe! Por las que vinimos, ¡pe webón! ¡Jajajajajajaja! Llegaron al callejón y contaron el billete. Había algo, pero no mucho. Jériko estaba molesto porque sabía que habían posado hermosos para la camarita del lugar. Regalando todos los baches del acné de la cara de Cacharrón. Así que decidieron rápido nomás y práctico, según ellos, salir del problema. Hacer más capital para salir de la ciudad. Estaban arrugados y ya la habían cagado. El lugar escogido fue un pequeño centro comercial en Sáenz Peña. No les costaría mucho esfuerzo. Además, tenían que salir de la zona porque, gracias a la reflexión oportuna de Jériko, Cacharrón se había dado cuenta que la chica del minimarket los había reconocido y que no pasaría mucho hasta que los delate. Así que esperaron un poco antes de las 9 pm. Todavía había gente en la avenida y no les importó. Los cogieron justo cerrando, antes de que el sano del guardián le pusiera el candado al portón. Ya había jalado la reja, pero no estaba cerrada. Abrieron la puerta y entraron con el vigilante, cerrando todo por dentro. Con el corazón a mil por hora y escurriéndoles mocos por los austeros bigotes, se fueron de frente al fondo del enorme local, empujando al vigilante a la oficina del dueño. Justo marcaba 15 en el calendario, para suerte de ellos. El dueño estaba en su oficina, sentado, acabando de poner todos los sobres del alquiler en un maletín, que justo era lo que tenía en


la mesa del escritorio, cuando entraron nuestros El Chómpiras y Peterete. Obviamente, el maletín parecía un regalo, solo le faltaba el moño. Cacharrón lo cogió sin decir nada, como un acto iluminado, como si hubiera olido el premio, dándole al gordo y así de regalado. Jériko empujó al guardia junto al dueño detrás del escritorio y les apuntó con la 38 diciendo: -

¡Escuchen bien, putos perros! No les voy a hacer nada, solo quiero el dinero y todo lo de valor que tengan encima. Sabemos que hoy pagaron el mes. Por favor, que ninguno de ustedes se emocione por ser un héroe que hoy en día, a falta de héroes, la sociedad ha construido imágenes cojudas de estúpidos compitiendo…y bla, bla, bla…”.

Hasta que Cacharrón lo interrumpe diciendo que tenía el dinero y que se calle la puta boca. Y que solo le pida el candado con las llaves al vigilante. Jériko cogió el candado y salieron, no sin antes decirles a ambos que los conocían y sabían dónde vivían. Y también que conocían a sus familias, mujeres, hijos y padres. Y que irían por ellos si los acusaban... consecuencia de muchas novelas colombianas que daban por la televisión últimamente. Salieron de la misma forma en que entraron: caminando y por la puerta. Pusieron el candado y cerraron el enorme local con el par de sanos dentro.


El Jériko, La Kimberly y Los Cargosos

Esa noche reventaron toda la ganancia que hicieron un par de días antes. Se llevaron a un par de chibolas que se regalaron por feisbuk. Bien perfumados, estrenando hasta los calzoncillos, alardeaban a más no poder. El reloj de Cacharrón era un Diesel blanco. Grande. Bien blanco. Jériko tenía más estilo y llevaba un Lacoste plateado. Los dos tenían zapatillas demasiado blancas y una bolsa gigante de 5 moras, que combinaba. No te imaginas la emoción que se dibujaba en sus caras. Jodidamente felices estos putos perros. Dueños del mundo. Ganados con las chibolas y el billetonazo que habían sacado. La noche comenzaba a rugir por los buffers del Kia. Ni el diablo confiaba en este par. -Un Jesucristo en el pecho, ¡eso me voy a tatuar! -decía Jérikopara que me proteja. O, tal vez, “G for Live”. La versión latina de “Thug for Live”. ¡¡Bien elegante y bien malcriao!!


-Jajajaja ¡De rompe y raja! -dice Cacharrón Como siempre, reventándole cuetes a Jériko. Peterete y el Chómpiras, pero más diablos. Las chibolas, desesperadas toda la semana por salir con este par. Ni sabían la verdad, solo querían vacilar y tomarse fotos en la zona súper vip del salsódromo de moda. Las chiquillas habían escuchado en la calle que estaban barbones y chambeaban para La Vieja. Y suficiente para joder a los chiquillos que por esos días eran sus ex. Selfie de Jériko en el feisbuk y una leyenda: “Un soldado callejero, ese soy yo! Made in Callao”. Enseñando la Glock en la esquina de su barrio. Mas bandera imposible. Eso le encantaba, el alaraco, llamar la atención. Salieron a la calle. Recogieron a las damas y llegaron a Miraflores enseguida. Estacionaron el Kia y bajaron los 4. Cacharrón no dejaba de hacerle señas a Jériko de lo ganado que estaba con la prima. Y la verdad estaba de revista. Alzaron la vista y divisaron al gordo en la puerta que ya estaba avisado. Le chorrearon un par de cheques y los dejó pasar tranquilos, sin hacer cola. Cacharrón no le preguntó a Jériko de dónde sacó ese Kia negro. Asumió que lo hizo para impresionar a las chibolas. Una vez dentro, Jerikó dio la señal de llevarlas al súper vip y, como siempre, asegurando la ruta de salida, Jériko se ubicó rápido entre ambas chicas. Cacharrón llegó enseguida con los tragos y le acercó los martinis de manzana a las damas y el Etiqueta Negra a Jériko. Se sentaron los cuatro y brindaron. “Porque la vida es bella”, dice Cacharrón. Jériko se levantó después de un gran sorbo de whisky y pidió permiso para abandonar la mesa y dirigirse a los servicios higiénicos. Cacharrón lo miró abriéndole los ojos. Como telepáticamente, diciendo: “¡no empieces a hacerla tan temprano, mano!” Jériko solo le guiñó el ojo y se fue. Apenas llegó al pequeño cubículo del inodoro buscó en su bolsillo y desanudó la bolsita que llevaba dentro. Estaba tranquilo. La aplastó


con los dedos, uno en contra del otro, como deshaciendo las pequeñas piedras que iba sintiendo. Con la otra mano buscó sus llaves y, rápidamente, enterró la punta dentro de la bolsita y se la llevó a la fosa izquierda. “Por la izquierda, para que la saboree primero el diablo y se vaya muriendo”, decía Jériko. “Luego, la otra fosa para empatar”. Cinco vasos de whisky más tarde, Jériko le dice a Cacharrón otra vez, en el baño, que estaba muy loco, que ya estaba bueno y era hora de salir del bullicio. Cacharrón, ya paranoico, solo veía caras poco confiables mientras secaba el vaso, como si eso le fuera a bajar la nota. Decidieron que era el momento de salir. Llegaron y las chibolas estaban queriendo que las colonicen y en la mente de cualquiera estaría la solución de irse a un hotel con ellas o que la historia se desarrolle de forma interesante con las pequeñas conquistas, pero la verdad es que les dijeron a ambas que llamaran un taxi y se fueran a la hora que quisieran, que ellos tenían que cumplir con un asunto y no las podían seguir acompañando. Les dejaron un par de billetes de los azules, es decir de cien, bajo la servilleta y se despidieron de ellas con un beso en la mejilla. Chaparon sus casacas y se fueron. Hasta ahí todo bien, pero estaban locazos y, cuando estaban así, hacían webadas, alucinando como en las películas que veían. Cacharrón no quería salir por el óvalo de Miraflores por los tombos, pero Jériko sabía que no tenían mucho tiempo antes que los Cargosos den con ellos, y tenían que chapar el circuito de playa rápido. Las chiquillas ya habían colgado fotos en el lugar y con los nombres, y no iba a pasar mucho tiempo antes que alguien se diera cuenta. Y peor cuando vean a la Kimberly sentada en la misma mesa con Cacharrón, que era del otro bando. Rata Jériko de llevarlas hasta allá y conseguir desconectar el GPS del carro para que no los sigan. Jériko, horas antes, había robado el Kia negro a uno de los amigos que le alquilaban el auto a uno de los Cargosos y el bandido lo había llevado al tono. En pocas palabras, Jériko le robó el auto a uno del otro bando y encima recogió (con ese auto) a la prima hermana. Eso, webón, es estar más rajado


que la putamare. Obvio que estaba buscando problemas como sea. Ni él sabía cómo había desarrollado ese don para cagarla en su vida personal, aunque en lo profesional era un eficiente sicario que estaba escalando. Todo era confuso. El asunto es que Jériko manejaba y Cacharrón parecía que se había comido al personaje de Benicio del Toro en “Pánico y locura en Las Vegas”. Escupía cada 2 minutos por la ventana. Hablaba de que lo perseguían. Esa menta es fuertota por la pureza. Jériko la conseguía de un contacto que movía peso y le soltaba esas bolsitas porque eran broders. Esas bolsitas, cojudo, eran capaces de matar al increíble Hulk. Condujeron el auto hasta Santa Patricia. Cómo llegaron hasta allá, solo ellos lo saben. Simplemente llegaron y luego, brillantemente, decidieron juntos la increíble solución de incendiar el auto. Le prendieron fuego, en plena avenida, de la manera más conchuda. Jériko bajó del Kia y le dijo a Cacharrón que solo saque su celular y se pare sin voltear ni mirar a nadie, hasta que regrese. Jériko bajó y se dirigió al baño. Luego salió y fue al market del grifo. Compró unas chelas y regresó al carro. Se dio cuenta de que estaba locazo. Aun así, sacó de su bolsillo la bolsita y se parchó y parchó a Cacharrón. Sacó un envase de gasolina de la maletera y lo puso en el asiento de atrás. Condujo otra vez hasta el cruce de estas dos avenidas grandes y se orilló justo a una cuadra en un pequeño parque poco iluminado. Jériko bajó otra vez y le dijo a Cacharrón que bajara también. Roció casi los tres galones de gasolina, cerró las puertas y tiró el fósforo. El carro se prendió, primero despacio y, luego de unos cuantos pasos que dio Jériko, se prendió como una antorcha. Se podía sentir el calor y a las personas gritar. Cacharrón solo lo siguió. Huyeron en un taxi que pidieron a cuadra y media usando una aplicación del teléfono. Ya muy locos. Cada vez que la hacían, terminaban haciendo


webada y media. El Kia nunca explotó, solo se incendió. Rápidamente llegaron los Serenazgos, alertados por un buen ciudadano y controlaron el siniestro. Lamentablemente no se pudo salvar nada del auto. Apareció al día siguiente en la portada de un par de diarios.



Apariciones

El óvalo 2 de mayo como siempre: pintoresco y lleno de serenos. Es lunes. 10:32 pm: Jériko sube a un mazda blanco, cuatro puertas. Un colectivo que iba por toda la Av. Colonial y llega hasta ese óvalo de plaza San Martin. Vestía capucha negra, zapatillas del mismo color y buzo gris, la barreta que usaba para despistar. Iba escuchando un reggaeton serio y lo único que pensaba en ese momento era en el actor Vin Diesel y la actriz Carmen Elektra como la pareja ideal en lo que él concebía como perfección. Imaginaba hacer una película donde ellos dos fueran los protagonistas de acción, obviamente, y con aparecer en la película como antagonista, llevándose finalmente a Carmen. Muy alucinado, como siempre, se creía la gran cagada y el mejor de todos. El semáforo cambia a rojo y Jériko frena despacio. Nota por el retrovisor que tiene un Toyota detrás y, justo cuando hace contacto


visual con el chofer, éste le quita la mirada. Rápidamente, presiente algo no muy bueno, pero mantiene la calma. Espera, paciente, que la luz cambie de color y acelera. Adelanta un par de carros muy rápido y, en un giro brusco y lleno de bocinas, dobla en U justo en el letrero que no lo permitía. El contexto se llenó de bulla por el ruido de los claxons, pero a Jériko no le importó. Con la berma en medio de ellos, logra pasar justo por el costado del Toyota, que no tuvo el tiempo ni la habilidad para seguirlo en esa maniobra. Mirando a sus ocupantes fijamente a los ojos, les manda un beso y sube el volumen de la radio. Logró reconocer a cada uno de los 4 ocupantes y también resuelve por qué lo estaban siguiendo. Está jodido, lo único que hace es pisar y salir de la avenida. Se mete en unas paralelas mientras va carburando qué hacer. Piensa en Cacharrón, su batería fiel, pero recuerda que esa noche iba a salir. Abre la guantera y tantea, como buscando algo que no encuentra. Coge el celular y busca en el directorio algún contacto. Apenas lo encuentra, marca y lo pone en alta voz mientras sigue conduciendo el Mazda. Comienza a sonar por los parlantes la llamada hasta que contesta una voz áspera y grave. -

-

Habla Nero ¡Habla, Cholo!- dice Jériko ¿En qué estás? -responde el Cholo Cagao Cholo, me están mordiendo. La batería de la Vieja, creo… ¿De la Vieja? -pregunta el Cholo Sí, mano. Ese on cree que lo he atrasado con un par de pollos, pero la verdad es que yo no fui, fue el webón de…. Ya, mano -lo interrumpe el Cholo- ni me digas quién chucha fue, que no quiero saber. Sí, Cholo, tranquilo, solo que estoy muñequeao- responde Jériko. Ya, Nero. Entonces, ¿para qué me llamas? ¿Qué chucha necesitas?


- Un par de piñas y un par de cajas de frijoles responde Jériko. - Ya, mano - Los frijoles, ¿pa la corta? -pregunta el Cholo -Sí, Cholo -responde Jériko. -Pasa por la jato en 30 y vemos ese asunto. -Ya, Cholo, hablao -dice Jériko y cuelga la llamada. Ya, tranquilo, mano, se dice a sí mismo Jériko mientras sube el volumen. Como bandido, a parar, no más. No hay de otra. No quiere regresar al barrio y menos regalarse por ahí. Se estaciona en un parque, por el aeropuerto, y espera a que pasen los minutos. Está asustado porque sabe que la Vieja no juega y menos la batería que chambea para él. Piensa en los Cargosos, también. Podrían ser ellos, pero no tienen tanto presupuesto para montar una cacería. Solo le queda esperar y organizarse. Sabe quiénes son esos 4, pero no quién los contrató. Tengo que tantear, pero ¿cómo? ¿a quién? ¿y dónde? la Vieja es impenetrable y está más chalequeao que el presidente, piensa Jériko. La angustia se comienza a esculpir en su rostro y el calor lo sofoca en medio de las cuatro puertas del Mazda. Mira por el parabrisas, ve a un chibolo jugando con su skate y recuerda por un momento su niñez, cuando todo era sano en él y lo único jodido era su entorno. Ahora ese entorno lo gobierna y no lo deja salir, como en una dictadura corrupta. Es hora. Jériko enciende el Mazda y engancha primera rumbo al barrio del Cholo a recoger el encargo que le pidió. No lleva mucho efectivo, pero ya maquinó cómo resolverlo.


Ventana Miro por la ventana y siempre el mismo paisaje: la carretilla de huesito broster, el perro vagabundo en busca de algún tesoro sobre la pista de adoquines y la calle oscura llena de callejones. El mundo de Jériko desde que era chiquito. La bulla en las esquinas, y cómo por su ventana se filtraban las voces de Héctor Lavoe o Frankie Ruiz. Como si fuera su patria, su escudo y su bandera. El Callao a través de su ventana. El paisaje enmarcado, como una cebra por las rejas que cubrían aquella ventana. Ese día, lo único distinto era aquel carro negro que desde hacía 3 noches estaba cuadrado después de las 10 pm en la esquina, frente al huesito broster. De todas maneras es la gente de La Vieja, pensaba Jériko. Por eso, desde hace 3 días, sube al techo, salta al edificio contiguo, baja por la escalera caracol que da a la otra avenida y sale encapuchado. Está jodido el ambiente y él siente mucho temor. Así pasa cuando tienes muchos pendientes y pocos resultados. No hay que regalarse y Jériko lo sabe bien. Hace tiempo que el webón no puede salir como persona normal porque la paranoia lo acecha, mordiéndole la calma.


Jériko sube las escaleras y suena su celular. Es Cacharrón. -Oe, Nero, ayer me interceptaron un par de webones y la firme nada amistosos. - ¿Qué paso? ¿Qué te dijeron? – pregunta Jériko. - Mano, te están buscando y me dieron hasta hoy para regalarte, porque si no me cobraban a mí. Y la firme, mano, yo no estoy pa esa nota. - ¿Y qué chucha vas a hacer? No me vas a jugar chueco- le dice Jériko. - Qué va ser, oe, sano. Si te estoy llamando es porque tenemos que sacar la cola en uan. Abrirnos, pero ¡ya! Yo no sé porqué no te han ido a buscar a tu jato- dice Cacharrón. -Lo que pasa es que no pueden subir a hacer escándalo. Estos webones tienen la orden de chaparme en la calle, como hicieron contigo, pe. Jériko cuelga y no sabe qué hacer. Comienza a maquinar, pero no se concentra. Mientras está pensando, coge como por instinto su mochila y va sacando prendas de su ropero y cajones. No decide muy bien porque sus movimientos son automáticos. Sabe que no puede perder más el tiempo, debe largarse. El sudor comienza a brillar en su rostro. Piensa que Cacharrón en cualquier momento llamará para encontrarlo, cuando de la nada se le ocurre ver por la ventana. Aún no había caído la noche cuando se percata del mismo carro que hace 3 días aparecía estacionado después de las 10 de la noche. Justo están abriendo la puerta. Jériko rápido esconde la cabeza y, en el mismo movimiento, saca la caja debajo de su cama y coge sus juguetes. Una Glock, un bate recortado y un par de cacerinas llenas. Las mete en la mochila y se apura para salir de su casa. Cuando está por cerrar la puerta se da cuenta que justo en el piso de abajo están preguntando por él un par de webones. Jériko deja la puerta abierta y despacio, como si fuera una araña, trepa al


techo y brinca al otro edificio. Desesperado, pero con precisión y sin hacer ruido, baja lo más rápido que puede por la escalera de caracol, pero se da cuenta que no lleva el celular con él. Lo había dejado cargando desde que habló con Cacharrón. Jodida situación. Se demora menos de 5 segundos en decidir volver y lo hace, dejando la mochila debajo de un pedazo de madera. Brinca de regreso a su edificio y se inclina para ver por una rendija que daba a su piso. Los bandidos que habían ido tras él estaban bajando justo las escaleras. Jériko rezó a todos los santos para que no hayan entrado a su casa y no hayan encontrado su celular. Espera unos segundos hasta que ya no escucha pasos sobre los escalones y baja. Cuando entra a su casa, Jériko tenía el polo empapado de sudor y la cara descompuesta. Se apresuró a entrar en su cuarto y buscar su celular. Fue interminable el tiempo que le demoró llegar al lugar donde lo había dejado cargando. Los pies le pesaban y sentía que el corazón se le salía, porque sabía que si encontraban su celular todo se iba a la mierda. Las conversaciones del wasap, las fotos y los contactos lo iban a enterrar. Jériko vio el cable conectado a la pared y lo siguió con la mirada hasta el otro extremo, esperando ver su celular. Y cuando llegó al final del cable no lo encontró. Fue como un golpe en la boca del estómago. Casi por reacción se fue inclinando hasta ponerse de cuclillas. Con ambas manos se agarró la cabeza y lo único que salió de su boca fue: “¡La cagada!”.


Bembos


Firulais

Son las 8 pm y Firulais espera su ración diaria de comida. Jodido, está dando vueltas y vueltas alrededor de su dueño, un tal Cucharita. Cucharita está cabezón porque necesita resolver lo del roche con Jériko. Le tiene que dar la parte de una chamba que hizo hace una semana con su batería. El asunto es que esa chamba no salió y fue pérdida. Además, su batería no le responde el teléfono. Ni Paco, ni Luís. Dos mocosos más que estuvieron junto a Hugo (Cucharita) en la chamba de la Escuela Gastronómica del Centro. Mientras, Firulais sigue dando vueltas sin parar alrededor de Cucharita. Ese día entraron y quisieron levantar todo lo que encontraron. Hugo sonríe solamente al recordarlo. Estaba botada esa chamba y fue dato de Jériko, que por esos días estaba haciendo puntos para La Vieja. El hombre ya estaba hecho y estaba batuteando a mucha gente. Y dentro de esa gente estaba la batería de Hugo, alias Cucharita. Era viernes y el tráfico se estaba desenredando. Hugo, Paco y Luis


estaban esperando la nave que habían alquilado para ese día. Nada más y nada menos que el Mazda de Jériko, que por esos días le llegaba al pincho todo y era capaz de alquilar su nave para esa chamba. Necesitaba sumar para pagar la cuota a La Vieja, seguir haciendo puntos y seguir escalando. Firulais, después de comer siempre jodía para que lo saquen. Hugo le tuvo que poner la soga y sacarlo al parque. Eran casi las ocho y no faltaba mucho para que llegara el carro. El fercho iba a ser Luis. Era el que mejor manejaba en Playstation. Maestro en el juego San Andreas, Luis la rompía y además era el peor en el choque cuerpo a cuerpo, así que su lugar era detrás del timón. Firulais no demoró y dejó su tortita donde siempre, sobre los arbustos literalmente. Ese perro era un locazo, nunca cagaba como todos los perros, siempre levantaba las dos patas traseras y las dejaba en el aire mientras dejaba su torta suspendida sobre los arbustos que cercan el parque. Hugo le puso la soga y salieron rumbo a la jato. Ni bien voltearon la esquina, Hugo se percató de que el Mazda se estaba estacionando. Apuró a Firulais y entraron en la jato. La hora había llegado. Hugo subió las escaleras silbando para que Paco y Luis se alisten. Sacaron los juguetes y salieron rápido. En vez de un pasamontaña, buena era una gorra y lentes de sol. Para evitar dejar visible parte del rostro estiraban el cuello de sus polos y lo ponían sobre sus narices. Se treparon al Mazda y salieron rumbo a la Escuela de Gastronomía. La noche estaba tranquila, el cielo repleto de estrellas como si todas alumbraran a este trío. Tenían el plan bien estudiado, como lección de escuela. En la radio sonaba una del Gran Combo: “Me liberé”, y la gente se cagaba de risa recordando sus conquistas. Cucharita contaba una anécdota sobre el tatuaje de Kimberly en su antebrazo izquierdo y cómo tuvo que tatuárselo para que la chibola le soltara el asunto. Mientras, Paco le festejaba y Luis conducía. Esa noche llegaron bien activados. Estacionaron en la esquina


frente a la puerta trasera de la Escuela, 10 pm en punto. Tuvieron que esperar a que terminara de cerrar y se vaya el último parroquiano. Mientras tanto, cada uno revisaba su smartphone. Cuando la última luz del tercer piso se apagó, se alistaron para el ingreso. Paco y Cucharita salieron del Mazda con dirección a la Escuela. Llegaron y, como había dicho Jériko, el candado era de juguete. Sacaron la cizalla y lo rompieron fácilmente. Todo iba saliendo según el plan. Dejaron la reja igualita, con el candado roto pero sobrepuesto. Y subieron por la escalera de atrás. Llegaron al segundo piso, donde estaba la parafernalia de repostería de acero inoxidable y los proyectores. Pusieron todo en la puerta y subieron al tercer piso, donde estaban las oficinas del Director y la Tesorería. Todo iba muy bien, salvo la ausencia del vigilante. Vieron el reloj y marcaba las 11:12 pm en punto. Entraron a la Tesorería y ¡bingo! Tal como dateó Jériko, estaba el escritorio y el primer cajón al que le echaban llave, que era muy fácil de abrir. Hugo metió la punta de una tijera, poniéndola en cruz y girando como si fuera una llave. El cajón se abrió como por arte de magia. Vieron la cajita de metal y la sacaron. Chaparon una laptop y empezaron a salir despacio como si caminaran sobre calamina súper delgada. Cuando de pronto se toparon con el ronquido del guardia de seguridad. Justo frente a la oficina del Director. Paco, en su locura, quiso meterle de palazos, pero Cucharita lo contuvo y lo dejaron seguir durmiendo. Cuando estaban justo por llegar a la escalera que da al primer piso, vibra el celular de Paco. Cucharita se detuvo como si lo hubieran congelado porque esa era la señal de que los soplones estaban cerca. Paco le dijo: ¡Vamos! ¡Levantemos esa merca rápido! Y cuando estaban por salir del segundo piso para bajar las escaleras, se dan cuenta de que Luis y el Mazda se estaban marchando, y la mitad de la cuadra se pintaba de rojo oscilante coreado por sirenas. - ¡Carajo!- dice Paco - ¡los soplones!


Su celular vuelve a sonar. Es Luis, dando las instrucciones: que bajaran rápido y salieran por el otro lado de la Escuela, o sea por la reja que da a la otra avenida. Tiraron todo y salieron raudos. Prácticamente saltaron los escalones hasta llegar al concreto. Corrieron en dirección a la otra avenida y vieron el Mazda a punto de estacionarse. Corriendo, vieron que la reja tenía alambres de púas, pero no les importó. Usaron la típica maniobra de quitarse los polos y aventarlos sobre las púas. Brincaron como Michael Jordan, arañándose lo menos posible. Treparon al Mazda y salieron de ahí, dejando toda la merca excepto la cajita de metal de la tesorería. - ¡Qué huevada! – dice Cucharita. Y el resto del camino se quedaron completamente mudos.


Chocan aviones, chocan trenes, chocan barcos ¡y no voy a chocar yo!

Sonaba “El paquete” de Mayimbe y al Cholo Willy ya le brillaban los ojos. Estaba más empilado que el conejito del comercial de Duracell. Su mujer ya sabía que cuando el Cholo se empilaba nadie lo paraba. El tema es que sabía que estaba por recibir un billete. Toda la semana se había guardado y le había dedicado tiempo a su carro, un Toyotita blanco que estaba más parchado que el mismo Cholo un sábado por la noche. El carrito tenía su personalidad, a pesar de todas las cicatrices y las centenares de historias. Seguía en pie y dando la hora cuando salía a relojear por la cuadra. A cuántos mandaría a encerrar si hablara, ese Toyotita. Tantas odiseas, misiones, aventuras, dramas y tragedias había pasado ese carrito. Y, aun así, siempre las libraba todas. El billete que esperaba el Cholo era de la pensión de su fallecido padre. Había hecho lo imposible para poder cobrar ese dinero. Primero, casi la caga chuequeando una carta poder que lo hacía


apto para cobrar. Tenía un par de colegas que se dedicaban a todo tipo de falsificación, pero le recomendaron que no lo hiciera: “Con el banco no puedes chocar”, le dijeron al Cholo. Luego consiguió un contacto en una notaría para que le saque la carta poder y un conocido en el banco le haría el favor de no mandar a nadie al domicilio en busca de información. Tenía todo fríamente calculado y faltaban solo dos días para que le llegue el billete, que era como año y medio de cobros que no se habían efectuado. Y el Cholo estaba como perro con dos colas. Alegre se levantaba todos los días por las mañanas y cantaba mientras se duchaba. Luego salía como siempre en su Toyota a hacer taxi. Por todo el Callao y por todo el Cercado de Lima. El Cholo, además de ser un próspero taxista que, como todos sabían era su barreta, también comercializaba armas de todo tipo y “accesorios”, como él llamaba a esa parafernalia. Tenía pacientes que de vez en cuando lo buscaban para temas menores. Sabían que esa no era su chamba. Simplemente tenía los contactos porque había servido en el Ejército y conocía a varios en la institución. Solo que el Cholo, cuando la hacía, chocaba con todo el mundo. Por eso lo expulsaron de la escuela y por eso no se dedicaba al tráfico 24/7. Si no más bien, que para eso solo tenía talento, porque le funcionaba, hacía sus monedas y tenía contenta a su mujer. Pero ya estaba pensando en plantarse de esa nota y vivir tranquilo con la pensión de su viejito, porque sabía que eso de las armas, tarde o temprano, le cobraría su libertad. Pasaban las 7 pm, se había hecho de noche, no había noticias de su contacto en el banco y ya estaba más empilado, cuando sonó el celular. Respondió y era un tal Jériko, un “mocoso agrandado”, como él decía cuando estaba borracho, que estaba escalando pero, por ambicioso, la estaba cagando. Tenía que conseguirle unos asuntos que le había pedido, pero el Cholo tenía otro plan. Eran impresionantes sus salidas cuando tenía una chela al lado y estaba escuchando a Gilberto “el Pulpo” Colón. Pero las canceló, porque pensó que con esa chambita que Jériko le había pedido podía hacerse unas monedas mientras llegaba lo de la pensión.


Ese día tenía que encontrarse con Jériko y entregarle los asuntos. Pero ni Jériko ni el Cholo sabían lo que iba a ocurrir cuando dieran las 10 pm. El Cholo encendió el Toyota y salió con dirección a la Av. Faucett con La Marina. Tenía una vieja 38 de cañón corto que era un empeño que le había hecho el mismo Jériko por una deuda que tenía con él. La cargó con 4 frijoles y se estacionó cerca al lugar. Tenía un maletín donde había puesto unas piedras y unas cajitas envueltas en periódicos, simulando el encargo que debía entregar a Jériko. Se relajó y prendió la radio mientras esperaba. El carro blanco de Jériko se estacionó delante suyo y lo llamó por celular. Cuando el Cholo respondió, la expresión de su cara cambió de manera sorpresiva y le dijo a Jériko que tenía que ir hacia al grifo que estaba unas cuadras más arriba, que dejaría el encargo en el baño y lo esperaría afuera. Jériko encendió el carro y se dirigió al grifo. El Cholo seguía entusiasmado por el trago y la juerga, pero algo había sucedido al hablar con él. Jériko entró al market del grifo y se acercó al cajero que está entre los snacks y las botellas de refresco, e hizo la maña de sacar dinero, pero lo único que sacó es un voucher con sus movimientos y lo metió en su billetera. Antes de salir del market le pregunto al de la caja si el baño estaba abierto. Cuando Jériko se dirigió al baño se encontró con el Cholo, solo cruzaron miradas. Ingresó al baño y el Cholo de inmediato entró tras él. Sacó las páginas amarillas y sorprendió a Jériko poniéndoselas en el pecho y disparando. Jériko gritó del susto: ¡Nooooooooo! y se desplomó. El Cholo salió corriendo, no sin antes quitarle la billetera a Jériko y dejando el maletín que debía entregar. Se subió al Toyota y salió presuroso. En el baño, Jériko se levantó adolorido y congelado del susto y se quitó las páginas amarillas del pecho, dándose cuenta de que la bala se había quedado en la letra R. Se tocó todo el pecho con ambas manos, como revisando y se cagó de risa. Volteó y vio el maletín con la supuesta merca. Se volvió a reír y gritó:


“¡¡Cholo webón!!” Salió del baño tranquilo, con las páginas amarillas en la mano y el maletín en la otra hasta su Mazda, repitiendo en su mente que ese día no lo iba a olvidar nunca porque se libró de dos ejecuciones: la primera con el Toyota y esta segunda del Cholo. Y que la letra R se la tatuaría en el pecho justo donde el Cholo le quiso meter ese plomazo.


El tren fantasma Caminaban nerviosos por 2 de mayo. Nadie pronunciaba una palabra. Cada uno de ellos había sido partícipe y cómplice de lo que había sucedido en Marco Polo una hora antes. Solo querían llegar al parque del Real Felipe para repartir la merca y olvidarlo todo. Jériko batuteaba el combo. Caminaba solo, pero sabía que a su alrededor tenía un grupo horrible lleno de pasteleros. El paisaje trae veneno así que no puedes confiar en nadie. Esos perros lo único que querían era su dosis y perderse en la noche. - ¡Que nadie se mueva! –gritó Jériko todo encaballado. Quería orinar, bajó el cierre de su bragueta y todos, como zombies, le guardaron respeto. Obvio, es el más cuerdo del combo. Algunos pensaban en cómo armarían el tabacazo y otros en cómo serían sus primeros 2 tabacos. Ansiosos hasta más no poder, caminaron por Saénz Peña, siempre marcando a los soplones por si aparecen, no les vayan a arruinar la proyectada. Llegaron a Paz Soldán y, rápido, cruzaron la pista, por fin entraron en territorio liberado para poder consumir.


Sus dedos estaban amarillos y sudando del dengue. Nadie se puede liberar de esa sensación, solo aceptarla. Casi toda la escena parece sacada de un episodio de Walking Dead, pero versión lumpen y achorada. Llegaron al punto y Jériko tuvo un pequeño flashback y recordó con la mirada perdida cómo antes batuteaba un combo elegante y bandido y ahora su batería era de pura escoria colgada. Pero rápido sacudió la cabeza y abrió la bolsa negra que tenía metida dentro de su pantalón. Sacó los 300 envoltorios, separados por ligas, y los repartió, a su manera, a los demás. Nadie refutó nada porque Jériko manda y su palabra es ley. En esta nanosociedad dependiente de esa sustancia gris y rancia nadie cuestiona, si no todo lo contrario, solo acatan órdenes. Todos se alejan y comienzan el ritual: chambear el cigarro, sacar todo el tabaco, mezclarlo con la pasta y luego absorber. Sacar el filtro y hacer uno de cerillos. Es casi mecánica la operación. Jériko se sentó aparte, abrió su paquete y se metió un par de tiros muy grandes. Luego se perdió mirando al horizonte desde la banca. Es la única medicina para tan amarga realidad. “¡Demonios!” Una hora antes Jériko había entrado a Marco Polo a buscar merca. El dengue era tal que entró al barrio, donde no lo podían ver ni en pintura. Superó y solo siguió su dengue. El perro siempre tenía suerte y la Virgen lo acompañaba. Esta vez solo se puso la capucha y entró raudo al barrio. Marcó la esquina y anticipó su jugada. Debía parecer un simple pastelero yendo a buscar su dosis. Cuando llegó a la esquina, sin más, le dijo al de turno: -Mano, ¿tas positivo? -Claro pe, loco, ¿qué necesitas? ¿Cloro o pasta? Jeriko se dio cuenta de que era Jaroldo y se hizo el webón. Miró hacia abajo como si fuera a buscar las monedas.


-Una liga mano, hoy me toca –dice. Mientras Jaroldo sonríe y lleva ambas manos al canguro colgado en su cintura, Jériko no pierde el tiempo, mira a ambos lados y saca la 38 justo cuando Jaroldo tenía el canguro abierto con todo el producto a la vista. Lo miró a los ojos y como poseído le dijo: -¡Ya perdiste, reconchetumare! Y jaló el gatillo sobre el antebrazo derecho de Jaroldo haciendo un sonido estruendoso. Jaroldo cayó al suelo del impacto, mientras Jériko lleno de adrenalina le arrancó el canguro con toda la merca que llevaba para toda la noche. Apenas marcaban las 10 pm en el reloj dorado de Jaroldo que yacía salpicado de sangre en el suelo. Jériko descargó dos balazos más al aire, haciendo girar ese tambor de la 38. Retrocedió cauteloso, mirando a todos lados, y se alejó, no sin antes cerrar el cierre del canguro. Se percató de que varias sombras se despegaban de las paredes mientras él emprendía su retirada. Era ese combo de zombies que, al darse cuenta de lo sucedido, siguieron y cuidaron la huida de aquel intruso que había hecho que Jaroldo se desplomara indefenso sobre el suelo, sin poder sacar su Glock con la que tanto alardeaba abusivamente. Jériko solo quería ese cloro tan rico que lo había jodido desde que lo probó. No se puso a pensar en las consecuencias, solo buscó resolver y matar ese gusano que lo carcomía de ansiedad.


Emoliente Cacharrón se acaba de levantar. Prendió la radio, se metió a la ducha a matar la resaca y tratar de borrar todo lo que había bebido la noche anterior. El agua recorría su rostro. Recordó a su socio, el Jériko. Qué será de él, lo último que supo fue haber hablado con él por teléfono esa tarde que lo llamó para decirle que lo estaban buscando. Jériko no sabía si eran los Cargosos o La Vieja, pero que lo único que sabía era que hasta el Cholo Sierra estaba comprado para matarlo pero que no habían podido dar con él. Cacharrón sonrió lleno de agua en la boca y pensó que el perro de Jériko siempre tuvo suerte y que siempre lo alumbraba la virgen, pero que por el dengue el diablo siempre le apagaba la luz. Se arregló bonito y se alistó para salir a desayunar. Buscó su celular y se dio cuenta que tenía como 8 llamadas perdidas. Tres de algún teléfono público y las demás de Cucharita (Hugo). Cacharrón se extrañó y pensó por qué chucha llamaría ese chibolo. No presentía nada bueno, pero no hizo mucho caso, se dirigió a la puerta y salió al callejón. La luz del día inyectó toda la escena y lo bañó de claridad. Llegó a la esquina y el gordo Ñoño rápido le dijo: -Oe mano, ¿te enteraste del cagadón que hizo


Jériko ayer? Cacharrón, por unos segundos, sintió fría la espalda y alucinó lo peor, pero rápidamente neutralizó cualquier emoción y respondió tranquilo: -No, bandido, ¿qué paso con ese jugador? No lo veo hace tiempo. -Le metió un plomazo a Jaroldo, se llevó su canguro con toda la merca de la noche y se borró. Debe estar bien pegao a esa nota para hacer tremenda cagada. Cacharrón caminó llevando su mirada al vacío y le dijo a Ñoño que tenía que irse a chambear. Tenía que cumplir con un asunto. Y Ñoño le dice: - ¡Sí, compare! ¡Saca la cola, nomás! Cacharrón sacó el celular de su bolsillo y buscó en los contactos el último número de Jériko, pero no tuvo resultados. Pensaba y presentía que nada andaba bien. Se persignó y le habló a la virgen para que lo proteja y que nada de eso le salpique a él. Cuando estaba a punto de llegar al puesto de las emolientes, volvió a sonar su teléfono y esta vez sí llegó a contestar. Era Cucharita que, por la forma de hablar, se notaba que estaba todo volado. Arrastraba las palabras y no se dejaba entender muy bien. Cacharrón le dijo que para qué chucha lo llamaba, si el asunto no era con él, pero Cucharita le siguió insistiendo y pidiéndole el número de Jériko. -Oe, ¡chibolo webón! ¿No entiendes que no lo tengo y no sé nada de él hace tiempo? - responde Cacharrón. - ¡Tranquilo! -le dice Hugo mientras se caga de risa. Jaroldo lo está buscando y tiene a medio Loreto tras él. Solo quiero su fono para avisarle que se cuide.


- Tú crees que soy webón ¿no? Chibolo pavo, sí sé que le estás oliendo los pedos a Jaroldo. Ya no me jodas, yo no sé nada y punto. Cacharrón colgó la llamada, se llevó la mano izquierda a la cabeza y se rascó sin saber por qué chucha Jériko la paraba cagando con todos. Se acercó a la chica del puesto y le pidió una emoliente con todo y 2 panes, uno con queso y el otro con torreja.


A salto de mata

“El verdadero diablo sabe más por sabio que por diablo” El frío cortaba la piel. Jériko se despierta en la misma banca desde hace 3 días sin saber cómo llego ahí. La calle estaba gris, mojada y desordenada. Los colectivos comenzaban a despedir ese olor a humo que evidenciaba la falta de mantenimiento y el uso diario, mientras los empleados de limpieza intentaban cumplir su función frente a tanta basura desparramada por distintos lugares. Jériko alza la mirada, trata de enfocar la visión y se quita las legañas con los dedos. Recuesta su espalda sobre las tablas congeladas de la banca. Con ambas manos frota sus brazos buscando calentarlos, cuando ve a este anciano en cuclillas, con ojotas y en pleno invierno. Con una chompa gigante que parecía un vestido de lo estirada que estaba. Era azul y parecía de corduroy, pero no era corduroy; solo parecía, de lo resinosa que estaba. No tardó mucho en darse cuenta que era ciego y que tenía justo frente a él una taza de metal amarrada con una pita, como un pabilo que la bordeaba. Jériko se para y se aproxima al anciano pensando en


ganarle el vivo y ver si en esa tacita había monedas que podía llevarse. El impulso fue inmediato y cuando estaba justo frente al anciano se dio cuenta de que la pita amarrada a la taza terminaba en la cintura de este y que ante algún movimiento el anciano se daría cuenta que algo ocurría. Jériko es interrumpido por el sonido de unas monedas cayendo dentro de la taza que un transeúnte amablemente regalaba, “Muchas gracias, que Dios lo bendiga”, dice el anciano. Jériko regresa y se sienta en la banca. Piensa cómo diablos iba a chocar con el sencillo del tío. Pero a veces la necesidad no deja tiempo para la reflexión, sino, todo lo contrario, es dueña de la oportunidad. Su desconcierto aparece al sentirse bien en no haber violentado al anciano y haberse llevado la tacita a la fuerza que ya a esa hora del día estaba bastante llena. Y encuentra esa extraña victoria dentro de aquella derrota que lo hace sonreír. Jériko sabía que no iba a pasar mucho tiempo escondiéndose y que más temprano que tarde lo encontrarían. No puede darse el lujo de amanecer muchos días en la misma banca. Pero ya había usado todos los sitios posibles donde poder dormir sin pasar frío. El más efectivo siempre será el cajero automático del Interbank. Ese que está en 2 de mayo. Pero no se podía llegar muy tarde porque, así como él, había varios que usaban ese reducido espacio con puerta de vidrio para dormir. Está jodido todo, el clima, el ambiente y las pocas posibilidades de librar ese problema en el que se había metido. No tenía ni una luca, tenía mucha hambre y estaba recontra dengueado. No sabía (o, mejor dicho, sí sabía) por qué diablos había terminado así perseguido y todo andrajoso. La droga es el diablo, y a veces el diablo está de buen humor y la pasas bien con él, pero a veces no está de buen humor y la pasas fatal. Hasta las rewebas. Pero hay poco tiempo para lamentarse y mucho tiempo para pensar en cómo


resolver el día que ya estaba encima de él. Así que se apuró en llegar al parque para lavarse las manos y la cara con la manguera del jardinero que siempre regaba al mediodía. Apenas voltea la esquina se quita la capucha y antes de cruzar la pista se da cuenta que justo en el parque está Cucharita y su batería. El chibolo ya estaba agrandado y tenía la puerta del carro abierta y con el volumen al mango. Jériko volteó sin respirar. Ambos habían hecho contacto visual y Cucharita podía estar bien volado, pero de hecho lo reconocería. Jériko siguió caminando de regreso mirando el suelo, con la capucha puesta, y se dio cuenta que la bulla que retumbaba del carro se apaga de golpe. En ese instante Jériko comienza a apurar su paso. Mientras, recuerda a su familia cuando era chibolito y jugaba a ser bandido, cuando caminaba por el mercado para ir al colegio y veía a esos borrachos que decoraban las veredas junto a los sacos de verduras. A su mamá empujando la carretilla de salchipapa que todas las noches vendía. Cuando besó a la chica que le gustaba mientras bailaban esa canción lenta en el quinceañero. Y cuando tuvo que decidir si seguir yendo a la escuela nocturna o ponerse a delinquir. Seguro que retrocedería el tiempo, pero no se podía, no era tan fácil como retroceder coca en una cuchara y volverla crack. No hay tiempo para ponerse nostálgico, tenía que resolver. Camina apurado y resetea sus pensamientos. Aún era hábil así que rápido buscó una piedra, la escondió en el bolsillo de su capucha y pensó en llegar al billar, meterse al baño y saltar para el pampón que está detrás. Cuando de pronto suena un claxon a su lado y escucha que le dicen: - ¡Habla pe’ zambo! ¡Mira dónde nos venimos a encontrar! Era Hugo, alias Cucharita, que por esos días manejaba un Hyundai plateado. Bien acharlado estaba, con una batería de 4 punteros dentro del carro. Todos con hambre de hacer daño. Jériko voltea lo mira y le dice: “Ya fue, mano, tranquilo”


“¡Tranquilo qué, conchetumare! – responde Cucharita y frena en seco. Abrió las puertas y salió del auto. Jériko sin dudar sacó la piedra que había ocultado en su bolsillo y la aventó con todas sus fuerzas sobre el parabrisas y comenzó a correr, cruzó la pista con el semáforo en rojo y dejó atrás a Cucharita perplejo y toda su batería awebada con vidrios por todos lados. Jériko después de haber corrido 2 cuadras sin voltear, se detiene y confirma que nadie lo había seguido y a los lejos ve unas sirenas de patrullero y se caga de risa. Chibolo webón, pensó Jériko, mientras caminaba y recobraba la tranquilidad. Pensó que la había librado, que una vez más todo lo dejaba atrás y seguiría su camino. Pensando como siempre en él y solamente en él. Cuando llegó a la esquina, dobló hacia la izquierda, un edificio grande como de 5 pisos dibujaba su sombra sobre la vereda y sobre el rostro de Jériko. Se veían un par de restaurantes con sus pizarras de menú en la puerta, a un par de perros cruzando la pista y a uno que otro transeúnte vagando por ahí. Cuando Jériko alzó la mirada al frente, vio a un par de bandidos que venían hacia él, pero no los reconoció así que les quitó la mirada. Quiso cruzar, pero aquel par de sujetos se lo impidieron. - ¡Qué pasa, mierda!, gritó Jériko. Cuando sintió que lo abrazaban por detrás; es decir, le pasaron el brazo detrás del cuello y por encima del hombro y le dijeron: - ¡Habla pe, negro de mierda! Jériko volteó a ver quién lo abrazaba y se dio con la sorpresa de que era Jaroldo. Se le congeló todo el cuerpo y no supo qué responder. De nuevo regresaron esos recuerdos a su memoria, como cuando, por primera vez, bolsiqueó a ese señor de la panadería y se ganó con 500 soles en menos de 1 minuto, y que le dejó a su madre 200 soles debajo de la almohada.


- Pensaste que no te iba a encontrar, perro conchetumare. ¡Ahora vas a parar! -dijo Jaroldo Jeriko pensó que posiblemente Cucharita había llamado a Jaroldo y le había dado su ubicación. Apretó el puño dentro de su bolsillo y cerró los ojos.


3 semanas despues

Cacharrรณn no sobrevive.


VOCABULARIO BÁSICO acharlado: achorado: agrandado: al mango: al rojo: alharacoso: barreta: bate: batería: batutear: bembos: botada: cabezón: cachorros: cancha: chaleco: charlie: cloro: cobrador: colectivo: combo: cúster: dengue: en qué estás: en tu pepa: en uan: empilado: encaballado: duracell: fierro: floro:

viene de charlie que está muy bueno que se cree de mayor edad y experiencia al máximo caliente, al máximo atrevido pantalla cigarro de marihuana amigo/ grupo de amigos mandar/ dar órdenes cigarrillo de marihuana y coca regalada estresado aprendices calle guardaespaldas bien arreglado, elegante cocaína persona que cobra los pasajes en el transporte público carro particular que trabaja como transporte público pandilla modelo de un vehículo de transporte público angustia por falta de droga expresión como “en qué andas” en tu cara en una animado eufórico marca de pilas arma de fuego chamuyo


frijoles: ganar: ganar el vivo: jugar chueco: loreto: lumpen: manya maquina: mano: mocoso: moras: morder: muñecos: nave: nota: ‘on: orejas rojas: pampón: parar: parroquiano: pasta: pasteleros: patita de gallo: pedido: pegao: perro: pintar: pintó la virgen: piñas: pollo: quemando: rovira: sacar la cola: san andreas: serenos: soplones:

balas 9mm conseguir algo hacerlo en el momento preciso traicionar barrio del Callao personaje del submundo expresión de asombro arma de fuego abreviatura de hermano niño gramos vigilar/ marcar nervios carro asunto abreviatura de webon que están hablando mal de ti terreno abandonado lleno de tierra enfrentar los problemas joven estudioso / sano / no sabe nada abreviatura de pasta básica de cocaína adictos a la pasta básica de cocaína maniobra para trepar paredes buscado para arreglar cuentas mirando al vacío y pensativo apelativo usado en los cuarteles del ejército con los novatos. aparecer mejoraron las cosas granadas 1kg pensando restaurante clásico del callao huir video juego personal de serenazgo policías


tabacazo: tantear: tombo: volado:

cigarro de pasta ver si estĂĄ tranquilo policĂ­a bajo los efectos de la marihuana


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