URUGUAY S.XXI

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17 por la descomposición como para determinar a qué familia de ballenas pertenecía.) También estaba la cuestión de las historias que contaba la gente. Con Marcos pasamos semanas recorriendo la costanera y escuchando las conversaciones en los miradores, en el farallón y en los restaurantes, para después tratar de sacar ideas en limpio. Había, descubrimos, muchas historias como las que sugería mi abuela, relatos de momentos del pasado en que otra ballena terminó por morir en nuestra playa. También —entre lo que escuchábamos por ahí y lo que nos contaron en el Cabildo y leímos en un par de libros de historia de Punta de Piedra— empezamos a entender la escala de tiempo implicada, en la que los últimos barcos balleneros partieron del puerto cientos de años antes de nuestros nacimientos, cientos de años, incluso, antes de la llegada de nuestras familias a Punta de Piedra. Mi abuelo confirmó esos descubrimientos y me contó que sus antepasados (los “vascos”, dijo) habían encontrado al pueblo en decadencia y forzaron el pasaje de la antigua economía ballenera a la más reciente apoyada en la pesca y el turismo. En cualquier caso, estaba claro que los barcos balleneros habían partido de nuestro puerto durante más de mil años. Algunos señalaban, incluso, que en los comienzos la ballena era vista como un dios que se sacrificaba para el bienestar de nosotros, los humanos, y que los balleneros, por tanto, eran hombres santos que hacían cumplir la voluntad de la divinidad. Después encontramos al loquito Emilio en la plaza, sentado en un banco con un libro en las rodillas. Lo saludamos y le preguntamos qué leía. Era un libro sobre las ballenas, dijo, y en sus páginas, según nos contó, se decía que el mundo era el cadáver de una ballena gigantesca, arponeada por Dios para que de su cuerpo surgieran todas las cosas, las montañas, los ríos, los mares, los animales y las plantas. Los primeros humanos, leímos, habían sido tallados de sus dientes. También encontramos un libro, en la biblioteca del liceo, que sostenía que el mundo había sido dominado por las ballenas, eras atrás. Antiguamente, leímos, las ballenas podían volar, caminar y nadar, y construían hermosas ciudades de cristal que terminaron cubiertas por los mares. Los primeros humanos, decía el libro, habían sido esclavos que se habían revelado contra ellas y, tras miles de años de lucha, las habían exterminado y empujado a los mares, su último refugio. Allí se habían convertido en lo que eran en el presente, una especie mermada, la ruina lastimera de unas criaturas que fueron terribles. Entre las muchas ilustraciones del libro había una que permanece en mi memo-


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