"Para el cazo es igual..."

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“Cuentos, leyendas y dichos” de Los Palacios y Villafranca

“PARA EL CAZO ES IGUAL…” Cuentan nuestros mayores que a comienzos del siglo XX, en un cortijo de la campiña palaciega, sucedió lo que se relata... Cuando se terminaba de recoger los garbanzos de las matas se transportaban a la era para separar el fruto de la vaina, aunque había que esperar unos días para que estuviesen totalmente secas. El trabajo consistía en pisarlos con un trillo, aventarlos y cribarlos. Finalizada la tarea se almacenaban, limpios, en dependencias del cortijo, donde se amontonaban hasta el momento de poder ser envasados en sacos y posteriormente llevados al pueblo. Como eran objetos codiciados por los braseros y trabajadores del cortijo; el capataz, encargado de las faenas, siempre andaba con “la mosca” detrás de la oreja, inspeccionando minuciosa y diariamente el lugar donde se hallaban depositados los garbanzos. Con el paso de los días el capataz intuyó cierta merma en la altura de los montones y presintió algo raro, temiendo incluso que se estuviesen cometiendo pequeños hurtos. Para evitar tentaciones e impedir lo que suponía, decidió acotar, delimitar y cercar la dependencia destinada a almacén, instalando a la entrada una reja metálica con cerradura y barrotes en las ventanas. Los rateros, gañanes viejos del cortijo, al darse cuenta del nuevo escenario y la jugada realizada por el capataz, no hacían más que exclamar jocosamente la cantinela: ¡Para el cazo es igual!, ¡Para el cazo es igual!... Por cierto, los montones de garbanzos acumulados en el improvisado silo fuertemente custodiado por rejas en ventanas y puerta, siguieron disminuyendo lentamente a manos de los ingeniosos jornaleros. El capataz, promotor de la infranqueable muralla instalada, no logró encontrar jamás ninguna explicación lógica a la paulatina disminución del grano almacenado. Pág.-1


“Cuentos, leyendas y dichos” de Los Palacios y Villafranca

El plan trazado por los cacos para eludir el enrejado en ventanas y puertas consistía en usar un cazo de mango largo, que era introducido entre los barrotes. El objeto ideado ayudaba a la extracción lenta, constante y segura de las ansiadas y cotizadas legumbres en aquellos tiempos. Sin duda, para el cazo era igual que existiesen barrotes de hierro entre los garbanzos y la mano que lo manejaba…

M. Sánchez Martín, junio de 2015

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