Caprichos del destino

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CAPRICHOS DEL DESTINO

—Perdona, chica —se disculpa Rafael—. ¡No puedo meterme en medio de las tres! —Vaya, vaya —se queja María—. Un poco de picardía, hijo. De manera que la invitación y elogios son para la señorita Venus, ¿no? ¡Ya te digo yo...! ¡Qué cara tienes! —¿Sabes, María? —interviene Herminia—. Será mejor ir solas, ya que si se nos acerca algún mozo al menos sabremos que será por nuestro palmito. A continuación se dirige a Rafael y le dice: —Y el helado, te lo puedes tomar con quien quieras. —¡Vamos, vamos! No seáis tan quisquillosas —dice el chico. —No os enfadéis —les dice Gloria—. Metámonos en una sardana. ¿Qué os parece? Mientras enlazamos la manos haremos las paces. —Por mí encantado. Se acercan a un grupo que empieza a darse las manos para seguir el compás de la agradable danza. Gloria hace uso de su picardía y realiza una brusca maniobra falseando que se le ha torcido el tobillo y coloca de esta manera a Rafael al lado de sus amigas, quedando de esta forma libre de pareja. Pero pronto se le acerca un excursionista, con pantalón corto y una espesa barba, y le pide ser su compañero para danzar a su lado. Ella acepta sin reparos mientras escucha complacida sus elogios. Lo único que quiere es no tener a Rafael junto a ella. —¡Jamás había creído que se criaran flores tan bonitas en la montaña! —le dice el desconocido visitante. —¿Es usted de aquí? —Muy amable —le contesta ella—. ¿Acaso es usted de ciudad? —Más bien soy un trotamundos. Pero nunca desperdicio la ocasión, si veo una flor silvestre, para gozar de su aroma. Un movimiento fugaz le llama la atención por el rabillo del ojo. Gloria desvía la mirada con ansia para ver quién se apea de aquel 13


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