Un rey Golpe a Golpe

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171 televisión, introduciendo algunas ideas suyas sobre "la gran política que necesitamos". Más de una cuarta parte del discurso estaba dedicada a defender una Europa "sin obsesiones ni precipitaciones", que era el último leitmotiv del banquero, con evidentes similitudes con la alocución que él mismo pronunció poco después, en su investidura como doctor honoris causa. Pero aunque creía que, a quienes cortaban el bacalao en política, este tema les provocaría menos inquietudes que las cuestiones de economía interna, Conde se había metido en un terreno muy resbaladizo al hablar de Europa. Tenía planes para presentar una lista civil a las elecciones de 1994 al Parlamento europeo, y hablaba también de la necesidad de hacer un referéndum sobre el euro. Demasiado para un hombre que patinaba en sus desavenencias privadas con el PSOE y no dominaba lo más mínimo la política internacional. Su medida estaba más bien en la guerra que había iniciado (contra el jefe de la Casa Real). En su batalla más victoriosa consiguió no solamente librarse de Sabino, sino, además, introducir a un hombre suyo en el puesto de Fenández Campo. No fue una tarea fácil, aunque en aquella época el rey le consultaba prácticamente todo. Cuando se había tomado la decisión del relevo de Sabino, el monarca le pidió: "Hazme un perfil del hombre que necesitamos". Y entre Manolo Prado, Paco Sitges y Conde acordaron en principio que fuera un diplomático, para romper la tradición de que siempre fueran militares.

El mes de diciembre de 1992 fue el momento oportuno para forzar un cambio que se hizo efectivo el 8 de enero de 1993. Mario había pensado en su amigo Fernando Almansa, un diplomático con título de vizconde del Castillo de Almansa, hijo de quien había sido representante granadino de la causa juanista. En aquel momento ocupaba la subdirección general de la Europa Oriental del Ministerio de Asuntos Exteriores, aunque pensaba abandonar pronto este destino para incorporarse a la Embajada de España en Washington como número dos de la legación diplomática española. Aparentemente era perfecto para el cargo. Conde, unos meses antes, había empezado a darlo a conocer en fiestas y saraos de la jet. Después había tenido que vencer la resistencia de Manolo Prado, que, por su cuenta, intentaba colocar en La Zarzuela a uno de los suyos, el marqués de Tamarón. Conde ganó la partida a Prado en una cena en su casa de Sevilla, a la que también asistía el rey. Los tres sólo trataron del tema. Los argumentos de Conde ante el monarca para defender su candidato resultaron definitivos: "Si es una persona a la que no conozco, yo no puedo comprometerme a ayudarte", dijo más o menos al rey. Y asustado ante la posibilidad que Mario dejara de ser su consejero político favorito, Juan Carlos decidió nombrar a Almansa en aquel mismo momento. Para el cargo de secretario general de la Casa se escogió a Rafael Spottorno, recomendado por Jesús Polanco, con quien Mario Conde intentaba llevarse todo lo bien que podía. Spottorno era un hombre próximo al Gobierno socialista, que entonces ocupaba la jefatura del gabinete del ministro de Asuntos Exteriores, Javier Solana. Y como jefe de Protocolo se nombró a otro diplomático, Ricardo Martí Fluxá, que formaba parte de la fundación de la reina Sofia contra la droga.

La coronación de Conde, en la plenitud de su éxito, tuvo lugar el 10 de junio de 1993, cuando fue investido doctor honoris causa por la Universidad Complutense en una ceremonia presidida por el rey, a la que también asistieron otros destacados representantes de los Borbón, como el primo del monarca, Carlos de Borbón y Dos Sicilias, y su hermana Margarita de Borbón, acompañada de su marido, Carlos Zurita. Conde todavía lo estaba celebrando cuando el 16 de agosto, el núcleo central de la familia real, con las niñas, la reina y el príncipe, le visitaron en su barco, el Alejandra, en la isla de San Conillera. Pero aquel verano iba a ser el último de su edad dorada. Los rumores de su entrada en la política fueron cada vez más fuertes en septiembre. Los delirios de grandeza habían llevado a Conde a pensar que podría sustituir a Felipe González en La Moncloa. Estaba tan exaltado que ya creía que el rey, en caso de que en las siguientes elecciones generales ni Aznar ni González


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