La Pimpinela Escarlata

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La Pimpinela Escarlata

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en comparación con lo que la aguardaba. Chauvelin siguió riendo para sus adentros un buen rato, frotándose las manos en anticipación de su triunfo. Sus planes estaban bien trazados, y era más que probable que los llevara a cabo con éxito. No quedaba ni una rendija por la que pudiera escapar al hombre más valiente y astuto del mundo. Todas las carreteras protegidas, hasta el último rincón vigilado, y en aquella cabaña solitaria de un lugar perdido de la costa, un pequeño grupo de fugitivos esperando a su salvador, al que llevarían a la muerte; no, a algo peor que la muerte. Aquel desalmado con atuendo sagrado, era demasiado malvado para permitir que un hombre valeroso tuviera la muerte rápida y repentina de un soldado en cumplimiento de su deber. Por encima de todo, lo que Chauvelin deseaba era tener en su poder, impotente, al astuto enemigo que hasta entonces se había burlado de él; quería regodearse y disfrutar con su caída, infligirle las torturas morales y mentales que sólo un odio implacable puede idear. El águila valiente, atrapada, y con sus nobles alas cortadas, estaba condenada a someterse a los mordiscos de


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