La Pimpinela Escarlata

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Baronesa de Orczy

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marido, ni sus planes, hablándole ante desconocidos. No tema. Esperaré a que se me presente la ocasión, y le ayudaré de la forma que considere más adecuada. Brogard bajó las escaleras, y Marguerite se dispuso a subir a su escondite. —No me atrevo a besarle la mano, señora — dijo sir Andrew cuando Marguerite empezó a remontar los escalones—, puesto que soy su lacayo, pero confío en que todo salga bien. Si no encuentro a Blakeney en el plazo de media hora, volveré con la esperanza de que esté aquí. —Sí, eso será lo mejor. Podemos permitirnos el lujo de esperar media hora. Es imposible que Chauvelin llegue antes. Quiera Dios que o usted o yo hayamos visto a Percy para entonces. ¡Qué tenga buena suerte, amigo mío! No se preocupe por mí. Marguerite remontó con ligereza los desvencijados escalones de madera que llevaban al desván. Brogard no le prestó la menor atención. Podía ponerse cómoda en la pequeña habitación o no; el posadero lo dejaba a su elección. Sir Andrew estuvo observándola hasta que llegó al desván y se sentó en la paja. Marguerite corrió las raídas cortinas, y el joven


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