La Pimpinela Escarlata

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La Pimpinela Escarlata

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—¡No bromee, sir Andrew! ¡Ay! Desde anoche me he sorprendido en varias ocasiones deseando la muerte de ese desalmado. ¡Pero lo que usted propone es imposible! ¡Las leyes de este país prohiben el asesinato! Sólo en nuestra hermosa Francia se pueden cometer matanzas al por mayor legalmente, en nombre de la libertad y del amor fraterno. Sir Andrew convenció a Marguerite de que se sentara a la mesa para tomar algo de cena y beber un vaso de vino. A Marguerite iba a resultarle muy difícil soportar aquel descanso forzoso de al menos doce horas, hasta que cambiara la marca, en el estado de intenso ¡nerviosismo en que se encontraba. Obediente como una niña en estos pequeños asuntos, Marguerite intentó comer y beber. Sir Andrew, con la profunda comprensión de todos los enamorados, casi logró hacerla feliz hablándole de su marido. Le contó algunas de las atrevidas fugas que el valiente Pimpinela Escarlata había preparado para los desgraciados fugitivos franceses a quienes una revolución implacable y sanguinaria expulsaba de su país. Los ojos de Marguerite brillaron de entusiasmo cuando sir Andrew le habló de la valentía de sir


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