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Datos generales sobre las victimas

En relación al rescate de cadáveres, el día 10 de agosto el Presidente del Estado Zulia le informaba en un telegrama al Ministro de Relaciones Interiores que hasta ese día se había logrado rescatar la cantidad de setenta y dos (72) cadáveres. Para el día 11 de agosto ya se decía que se habían rescatado 79 cadáveres. Muchos de los cadáveres de las víctimas del naufragio eran reconocidos por algunos amigos y familiares, bien sea por la ropa que llevaban puesta el día del siniestro, así como también por su pelo, forma de la cara, dentadura y prendas como anillos, cadenas, y otros accesorios. Se daba el hecho de que los cuerpos eran rápidamente trasladados hacia el cementerio para darles cristiana sepultura por encontrarse ya en estado de descomposición. Esto llevó a que muchos no pudieron ser identificados por sus familiares. Algunos pudieron ser identificados al ser reconocidos por amigos que rápidamente se movilizaban a buscar un teléfono para participarle del hallazgo a los familiares correspondientes. Debido a esta situación los familiares de las víctimas no identificadas se veían en la necesidad de notariar justificaciones donde los testigos referían haber reconocido el cadáver de la víctima para los efectos legales del pago de una ayuda económica a los familiares que dependían económicamente del difunto. Se dio el caso de una víctima que fue identificado por su pelo pero sobre todo por su ropa interior que era un calzoncillo blanco con rallas rojas y su esposa tuvo que llevar ante las autoridades uno igual que mantenía en su casa para los efectos de justificar su nexo familiar. Dentro del número de víctimas se encontraban entre uno o dos colombianos, por lo tanto, el Cónsul General de Colombia solicitaba cierta indemnización por parte de la empresa petrolera. En vista de esto, las autoridades del Estado Zulia le hacían saber al Cónsul Colombiano, en oficio N° 133 de fecha 30-08-37, que la motonave “Ana Cecilia” no era propiedad de ninguna empresa petrolera, que era de propiedad particular y que el siniestro se debió al exceso de pasajeros (Exp. “Ana Cecilia. A.H.Z.). Para la identificación de los cadáveres, los familiares de las victimas optaban por buscar testigos que declarasen sobre los hechos, aportando

La gran tragedia del lago

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información que se pudiera comprobar. Esto lo hacían con el fin de llenar las formalidades legales que les permitieran obtener los beneficios económicos que otorgaban el Ejecutivo federal y la Junta Oficial Pro Damnificados de la “Ana Cecilia”. Los testigos seleccionados por los familiares en su mayoría eran vecinos, amigos, jefes y dueños de las empresas donde trabajaban los difuntos, puesto que estos eran los más indicados para atestiguar y responder a las preguntas siguientes:

• Si la víctima era o no pasajero de la motonave. • Si había desaparecido ese mismo día en que se embarcó en la nave. • Si no había asistido a su sitio de trabajo desde el mismo día de la tragedia. • Por último, el tiempo que tenían conociéndose el declarante y victimario, o la antigüedad en su trabajo.

Todavía a mediados del mes de septiembre, se recibía correspondencia (cartas, telegramas, etc.), donde algunas personas solicitaban información sobre algunos familiares que posiblemente habían viajado la noche del siniestro en la “Ana Cecilia”, pero que no aparecían en la lista de pasajeros, ni en la de víctimas, y mucho menos en la de supervivientes. Según informe del gobierno, hasta el día 14 de septiembre del mismo año del naufragio, existían aún doce cadáveres que no había sido posible identificarlos. Aquellas personas que solicitaban ayuda del gobierno por contar con familiares como posibles víctimas del naufragio debían comprobar ante las autoridades la veracidad de los hechos y de ser cierto, se procedería entonces a concederles una ayuda económica. En el caso de los cadáveres que no pudieron ser identificados, pero que sus familiares estaban seguros que si viajaban al momento del siniestro en la “Ana Cecilia, tuvieron que valerse de testigos presénciales, que declarasen que los habían visto embarcarse cuando la nave estaba anclada en el muellecito recibiendo a los pasajeros, y que los habían visto partir, al momento de elevar anclas la nave. En algunos casos se valían de testigos sobrevivientes del naufragio que habían visto desaparecer en las oscuras aguas del lago a sus familiares.

En ese orden de ideas, el superviviente Ciro Marín de 35 años de edad, casado, de profesión obrero residente en el Municipio Cabimas del Distrito Bolívar, declaró ante las autoridades competentes haber presenciado en la noche del siniestro como Antonio Quero calló junto con él al agua y lo vio desaparecer en la oscuridad de la noche. Israel Chaparro, otro sobreviviente del naufragio, de 34 años de edad, casado, de ocupación obrero, residenciado en Cabimas, también vio caer al agua a Antonio Quero y manifestó ante las autoridades que “fue de todo punto imposible salvarle la vida...” (Exp. ídem). El cadáver de María Concepción Báez, una de las dos mujeres que viajaban esa fatídica noche del naufragio, fue encontrado en las orillas del lago, en el “Caserío “El Milagro”, el 10 de agosto, dos días después de la tragedia, y fue identificado por José Ignacio Perozo V., que para ese entonces era la primera autoridad civil del Municipio Santa Lucía, del Distrito Maracaibo. Se comentaba que en el naufragio había muerto muchos extranjeros, pero revisando los expedientes sobre las víctimas se pudo contactar que las estadísticas al respecto solamente reflejaban la muerte de cuatro (4) extranjeros.

Extranjeros víctimas de la tragedia

• Un (1) Méxicano (nacido en la población de San

Felipe de Tampíco). • Dos (2) Colombianos (oriundos de Cúcuta). • Un (1) Trinitario.