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Otros puntos de vista sobre el naufragio

La gran tragedia del lago

Todo el pueblo zuliano al enterarse de los hechos lamentó el desastre, sintiendo por dentro el escalofrío del dolor, angustiado ante la realidad de un centenar de vidas perdidas, hecho que según opiniones de la época se debió en gran parte a la indolencia de unos, la temeridad de otros y la estoicidad de todos, porque supuestamente todos tenían gran parte de culpa, así mismo eran responsables, unos más que otros. Según opinión de Abraham Belloso, al hacer referencia del caso en unos de sus discursos manifestaba que en el banquillo de los acusados debieron estar, en primer lugar las autoridades marítimas, por su tolerancia, por su falta de vigilancia, por su negligencia porque no era la primera vez que veían como se colmaban las naves que trabajaban traficando con pasajeros a diversos puertos, no tomaban en cuenta la capacidad de cada uno de las embarcaciones y las condiciones en las cuales se encontraban puesto que en su mayoría se encontraban en una situación tan crítica que se podía predecir a ciencia cierta un siniestro. En labios de todas aquellas personas que estaban presentes al momento de partir la “Ana Cecilia” repleta de pasajeros estaba la frase: “Cuando menos lo esperemos tendremos un desastre”. Y el hecho vaticinado se consumó, y fue vista con los ojos de la cara y con los del espíritu la desesperante realidad del naufragio que consternó a muchos hogares naciendo de lo más profundo de los seres dolientes la protesta ante la indolencia de las autoridades por la forma en que permitían que se cometieran tales irregularidades (Belloso, 1956: 409413).

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En segundo lugar estaba la responsabilidad manifiesta de los propietarios y capitanes de las naves, por su temeridad e imprudencia al aceptar un número considerable de pasajeros, a quienes en caso dado, no tenían como ofrecerles salvamento alguno, por la indisciplina en el cumplimiento de las disposiciones de las autoridades por el engaño que cometían al presentar unas listas con un número limitado de pasajeros, siendo la realidad otra, puesto que embarcaban a un ciento por ciento más de la capacidad estipulada (ídem).

Por último, también, tenían gran parte de culpa todos los que viajaban, por la carencia del sentido práctico, por sus imprevisiones y por la falta del instinto básico de conservación, al embarcarse en medios de transporte saturados de pasajeros, que no contaban con los elementos básicos exigidos para poder afrontar cualquier tipo de siniestro, y por aceptar con actitud indiferente que tanto las autoridades como los capitanes y/o dueños de las embarcaciones jugaran impunemente con sus vidas. “muchas veces se dijo, muchas veces se habló, muchas veces se había llamado la atención por el exceso de pasajeros y a pesar de decir, de clamar, de hablar, se continuaban cometiendo irregularidades a conocimiento de todos” (ídem).