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Los hechos relatados a la prensa por algunos sobrevivientes

Aescasos minutos de la partida de la “Ana Cecilia” del muelle de “La Ciega” el viento empezó a tomar fuerza violentamente y arremetía con mucha intensidad. Las olas inmediatamente crecieron y amenazaba en un principio con hacer zozobrar la embarcación. La tripulación y los pasajeros atemorizados por la tempestad que los amenazaba le exigían al capitán de la nave que se regresara porque la tormenta cada vez se hacía más peligrosa. Este señor, ignorando la petición y el clamor de la gente continuó la travesía, supuestamente pensando que su experiencia le permitiría controlar la situación, pero lo que no había tomado en cuenta el capitán era que la “Ana Cecilia” tenía una capacidad aproximada para cien personas y al momento de zarpar la piragua llevaba un exceso de pasajeros que doblaba la cantidad permitida. El hacinamiento existente, acompañado del terror reflejado en la faz de cada uno de los pasajeros llevó a que aproximadamente unas 90 personas atemorizadas se ubicaran en la toldilla de la piragua que angustiadas por la situación reinante pedían a gritos que por favor se regresaran. Su Capitán, Arturo Soto, en vista de que la situación se hacía incontrolable, quiso poner orden para evitar el caos que se avecinaba. Para ello exigió a todos los pasajeros que bajaran a cubierta porque según las normas establecidas ninguna persona debía viajar en la toldilla.

Según declaraciones dadas por algunos sobrevivientes del naufragio recogidas por Panorama en su edición extra, Soto al dirigirse a la gente, para poner orden en el caos dijo lo siguiente:

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“ ... y el que no obedezca y no se quede quieto, se lleva un tiro...” (Panorama, 1-12-94: p. 5-11).

Ante esta nueva amenaza, que no era infligida por los fenómenos naturales, los ocupantes de la motonave descendieron rápidamente a cubierta. Cinco minutos después de esto, apareció entre las sombras de la noche una gigantesca ola que arremetió estrepitosamente contra la “Ana

La gran tragedia del lago

Cecilia” volteándose vertiginosamente hacia un costado, lo que trajo como consecuencia que la proa se hundiera muy rápidamente en las oscuras y turbulentas aguas del lago que ahogaban los gritos desgarradores de los pasajeros que desesperadamente luchaban por salvar sus vidas. Según documentos oficiales e información recogida por la prensa, la catástrofe sucedió aproximadamente a las 10 y 30 minutos de la noche del día 8 de agosto de 1937, en el sector comprendido entre “La Arreaga” y San Francisco (A.H.Z. expediente del naufragio, telegrama del Presidente del Estado Zulia dirigido al Ministro de Relaciones Interiores de fecha: 9 de agosto de 1937). Es por eso que los primeros sobrevivientes que dieron señales de vida se encontraban en San Francisco. Desde allí las autoridades se encargaron de difundir la noticia sobre el naufragio. El terror y la desesperación que estaba presente tanto en los tripulantes como en los pasajeros de la naufragada piragua, llevaron a que muchos de ellos se lanzaran al agua para tratar de salvar sus vidas y escapar a nado de la tragedia que los envolvía. Los salvavidas se hicieron insuficientes por el exceso de pasajeros, por eso los que no sabían nadar luchaban entre sí con el propósito de poder adueñarse de alguno de los pocos salvavidas que flotaban en el agua. Otros se aferraban desesperadamente de quienes si sabían nadar. Muchas de estas personas fueron salvadas por los más diestros nadadores que los llevaron hasta las orillas del lago sobre sus hombros. Así como cierta cantidad de náufragos fueron salvados de esta manera, muchos otros murieron ahogados junto con sus posibles salvadores que vencidos por el cansancio y por el peso de sus cargas se hundieron inevitablemente en las turbulentas aguas. Uno de los sobrevivientes del naufragio de nombre, Noé Negrón en sus declaraciones a la prensa textualmente refirió lo siguiente:

“Me tiré al agua, me desnudé, estando en el agua oí tres tiros de revolver disparados por el Capitán de nombre Arturo Soto, para llamar la atención a un monitor petrolero que pasaba a cierta distancia...” (panorama ídem).

Los tripulantes del buque petrolero parece ser que no oyeron los tiros ni percibieron nada del desastre que embargaba a la “Ana Cecilia” porque según Negrón éste siguió su rumbo sin detenerse. También refirió que entre la

algarabía se encontró de frente con el capitán y le pidió un salvavidas para poder nadar hasta la orilla en busca de ayuda. El Capitán accedió a su solicitud pero al momento de colocárselo en su cuerpo, observó que un anciano se ahogaba, por lo que decidió entregárselo para que pudiera salvar su vida. Sin embargo este señor, a pesar de no contar con un salvavidas se atrevió a nadar hacia la orilla, con la suerte de que encontró en su ruta una canoa tripulada por un señor de nombre Manuel Garcilazo Paz, quien al percatarse de la situación le recogió junto con otras seis personas más que se encontraban en la misma situación trasladándolos hasta las riberas del lago en el sector “La Arreaga”. Tratando de buscar ayuda para alertar a las autoridades sobre la tragedia llegaron a una casa propiedad del señor Sócrates Portillo quien les permitió hacer contacto con el Resguardo e informarles sobre el fatídico accidente (Panorama, ídem). Cuatro horas después, aproximadamente como a las dos de la madrugada, fue cuando enteradas las autoridades empezaron a llegar los auxilios. Para ese entonces lamentablemente ya habían perecido ahogadas alrededor de ochenta (80) personas.

Antiguo edificio de la Aduana de Maracaibo. Otrora ubicado en la calle 101 “La Marina” (Hoy Libertador) y derrumbado en los años 60° del pasado siglo XX. Colección Fotografía Herbert Romero

La gran tragedia del lago

La segunda embarcación que auxilió a los sobrevivientes que estaban ya cansados de luchar contra las embravecidas olas, fue la “Ana María Campos”, que era una especie de yate que se llenó de rescatados hasta cubrir su límite permitido. Luego se unieron a la labor de rescate otras unidades con cierta envergadura que junto con varias canoas de pescadores ayudaron en el rescate de las victimas ( Panorama, ídem) El rescate de los sobrevivientes duró hasta las primeras horas de la mañana del día lunes y prosiguiendo todo el día pero ya con la sola esperanza de recoger las víctimas. En el resguardo se contaron más de cien sobrevivientes. Muchos de ellos no aparecían en la lista de pasajeros consignada en ese organismo. En una casa de “Boburito” fueron colocando los cadáveres de más de 70 personas. De ellos 13 no pudieron ser identificados y se les sepultó en una fosa común (panorama, ibidem). Sobre la ciudad y en todo el país cundió el vivo dolor que desencadenaba la terrible tragedia lacustre que a 64 años del suceso aún se encuentra en la memoria de muchas personas protagonistas o espectadores del hecho. Para finalizar con estas versiones de los hechos, podemos decir que la acción intrépida y valerosa de los náufragos que se empeñaron en alcanzar la orilla para dar aviso a las autoridades competentes fue lo que permitió que la tragedia no hubiese sido más grande, puesto que sin esa acción nada se hubiese podido hacer sobre la tragedia ya que hasta ese momento nada ni nadie estaba enterado sobre el naufragio.