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Haciendo historia

El malecón de la ciudad de Maracaibo, construido durante las administración de Jesús Núñez Tebar se constituyó en aquel entonces en el punto de entrada y salida de varias decenas de piraguas y en ocasiones algunos que otros cayucos y canoas. Fueron estas naves las primeras embarcaciones de cabotaje que operaron en el Lago de Maracaibo. Las piraguas de principios de siglo XX que fueron adornando con sus velas las riberas del lago eran de varios tamaños, construidas casi siempre de madera y pintadas de blanco. Por sus características presentaban algunos detalles que permitían diferenciarlas de otras embarcaciones: El casco lo conformaba una gran bodega donde se almacenaba la carga, tenían una punta delantera llamada bauprés y dos palos altos sobre los que se elevaban las velas ubicados en la cubierta (Nosotros, 1989: p.p. 22-24).

Las primeras piraguas navegaban gracia a la acción del viento. Las velas delantera, central y posterior recibían el nombre respectivamente de foque, trinquete y vela mayor. Ellas atrapaban el viento que les permitiría el ondulante movimiento para navegar con firmeza durante sus travesías, gracias a un conjunto de jarcias (cuerdas) y palos (Nosotros, ídem).

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Entre las cuerdas que sostenían los mástiles de la piragua, estaban ubicados

Modelo de piragua similares a la “Ana Cecilia” que servían de transporte de pasajeros y de mercancía desde el sur del lago hasta el puerto de Maracaibo. Foto tomada del artículo: “Hacia la Nueva Ciudad Puerto Sur del Lago”. ISEL 02/10/2016

La gran tragedia del lago

dos faros de forma triangular, construidos de madera y alimentados por una bombona que hacían el papel de luz de babor y luz de estribor. Su función era la de indicar entre unas y otra piraguas las direcciones que seguían en la oscuridad de las misteriosas noches del lago de aquellos tiempos (ídem). Con el transcurrir de los años, nuevas embarcaciones hicieron desaparecer muchas de aquellas que lucían en las aguas del lago sus altivas velas blancas. Modernas naves las vinieron a sustituir, compuestas de rápidos motores, con más espacio utilizable en cubierta lo que les permitía colocar una especie de toldillas construidas de madera y forradas de lona pintada que protegían del inclemente sol zuliano a los pasajeros y tripulantes. Las piraguas en sus afanosos viajes tocaban puerto en los pequeños pueblos de las costas sureñas del lago: Bobures, la Ceiba, La Dificultad y Santa Bárbara; los de la costa sureste: Moporo, Tomoporo y San Timoteo; los de la costa oriental como: Los Puertos de Altagracia, Santa Rita y Cabimas. En ellos se veían salir cantidades de piraguas cargadas con un sin fin de mercadería y pasajeros. Algunas hacían travesías a través de los navegables ríos como el Escalante y el Zulia para tocar puertos fluviales como Encontrados.

Foto que nos ofrece una muestra del movimiento portuario de Maracaibo en la década de los años 30 del pasado siglo XX, período en que ocurrió el naufragio de la Piragua “Ana Cecilia”. Foto. Libro Héctor José Bermúdez Aponte Relatos de mi vida y mi pueblo. Foto. Libro Héctor José Bermúdez Aponte Relatos de mi vida y mi pueblo

Cada piragua contaba con una tripulación compuesta de cómo mínimo cuatro personas: el capitán, el bodeguero, el “cayuquero” y el maestro. El capitán generalmente era a su vez el dueño de la embarcación. Se encargaba de dirigir toda la actividad de navegación y de negociar el transporte de la mercancía. El bodeguero se ocupaba de distribuir convenientemente la carga que el “cayuquero” traía desde el puerto en el vientre de la nave. El maestro era el cocinero, encargado de preparar los alimentos que se ofrecían a los pasajeros durante el viaje que en ocasiones llegaba a durar más de un día (ídem). Fueron muchas piraguas lacustres las protagonistas de algunos hechos que dejaron huella en la historia de las actividades que estas embarcaciones desarrollaban en el lago. Entre los más relevantes se encuentran el caso del incendio de “La Diáfana” y el naufragio de la “Ana Cecilia” (tema de nuestro estudio) que ha sido la peor tragedia suscitada en el lago, donde ha fallecido hasta el presente la mayor cantidad de personas. Al momento de la tragedia (65 años atrás), trasladarse hacia la costa oriental del Lago de Maracaibo era como hacer un viaje especial porque estos se realizaban por medio de transporte lacustre que navegaba partiendo desde Maracaibo, ubicado en la costa oeste, para luego atravesar el lago, utilizando usualmente una ruta que iba bordeando prácticamente la costa oriental. Por eso las rutas a seguir se cubrían en mayor tiempo que en el presente. En esos tiempos ni siquiera se tenía pensado la construcción de un puente sobre el lago que permitiera unir las dos costas. Apenas si se estaba iniciando la construcción de carreteras. Por eso cualquier viaje que partía desde Maracaibo haciendo escala en las poblaciones y puertos de Cabimas, Lagunillas, San Timoteo, San Lorenzo, Tomoporo, La Ceiba, Gibraltar y Bobures, era siempre acompañado de efusivas despedidas por parte de los familiares y amigos que se congregaban en el antiguo muelle de “La Ciega”, para ver partir a sus seres más queridos, y entre brazos elevados, ondeándolos a manera de saludo, observaban como desaparecían en el horizonte cubierto de la oscuridad de la noche y al vaivén de las olas, las luces que iluminaban a las piraguas con rumbo a los lugares ya señalados. Quienes frecuentaban este tipo de transporte lacustre eran en su mayoría personas que residían en Maracaibo, pero que su sitio de trabajo se encontraba en la costa oriental del lago. Por ello se trasladaban hacia la otra banda del lago los días domingos por la noche, a cumplir con sus labores

La gran tragedia del lago

cotidianas y regresaban a sus hogares los días viernes por las noches o sábados por la mañana. Desde la seis de la tarde se encontraba en el puerto de cabotaje de Maracaibo la “Ana Cecilia” esperando a sus pasajeros para transportar a algunos de ellos hacia la población de Cabimas y de allí partía con el resto de pasajeros que en su mayoría eran obreros hacía otros poblaciones o campamentos petroleros donde se incorporarían al día siguiente a sus labores cotidianas. Esta piragua era sumamente popular y bastante conocida por los obreros que la frecuentaban. Ellos ya estaban acostumbrados a sus instalaciones puesto que era su usual transporte desde la otra banda del Lago hacia Maracaibo y viceversa. A la hora de partir, en su interior se podía observar un hervidero humano, unos llevaban sacos, otros bolsas con mercancía. La mayor parte cargaba con pequeños bultos con ropa y otras pertenencias personales. Era costumbre del Capitán atracar en el muelle a eso de las 6 de la tarde. Esperaba a los pasajeros hasta la 10 pm, hora de salida con rumbo a la costa este del lago, transportando diariamente la valiosa carga compuesta de 112 pasajeros que era lo que le permitía su capacidad (Barrientos, 1992: p. 18). Las expectativas sobre la tragedia que originó el naufragio de la motonave “Ana Cecilia” eran muchas. Quienes lloraban por la desgracia de sus seres queridos ponían toda la responsabilidad de lo sucedido sobre los hombros de las autoridades marítimas y del Capitán de la nave. Muy pocos culpaban del naufragio al mal tiempo que estuvo acompañado de un recio oleaje, y un chubasco precedido de un fuerte viento lacustre. Cuando el pueblo se enteró del hecho, se empezó a observar a una gran multitud que iba y venía a los muelles, angustiada y ansiosa, con el rostro empapado de lágrimas y marcado por el desespero, en espera de nuevas noticias sobre los desaparecidos, los cadáveres de algunas víctimas o de supervivientes. El ambiente se notaba abrumado y lleno de una natural excitación que iba invadiendo rápidamente a las personas que tenían como pasajeros a: esposos, padres, hermanos, etc., al ver que no recibían ningún tipo de noticias sobre su paradero. El sentimiento público esperaba que los tribunales a quienes competía la investigación de lo ocurrido y el establecimiento de responsabilidades dictaran su veredicto, esperaban ver también las medidas y disposiciones que tomasen las autoridades para salvaguardar la vida de futuros pasajeros, pero que fueran disposiciones que fuesen acatadas y que perduraran evitando de esa manera que tuviesen una breve duración y que no quedaran engavetadas para