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La joven que se tragó la tierra en semana santa

LA JOVEN QUE SE TRAGÓ LA TIERRA EN SEMANA SANTA

Alama se llamaba, era tan bella como la flor del curarire, su rostro sonrosado como las hojas de pali’se7, su andar elegante como gacela, sus manos adornadas del color del arcoíris, coralinas ensartados en oro eran sus decoros.

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Alama estaba recién salida del encierro, su semblanza hermosa como la luna clara, ningún guajiro enamorador le pasaba desapercibido tal encanto y belleza.

Una mañana de abril, víspera de primavera, los guamachos, los curarires y las tunas esparcían sus flores y aromas que perfumaban la senda del guajiro labriego.

El hombre del manto marrón y negro había inculcado su religión al indígena bajo falacias y engaños para apoderarse de sus más preciados tesoros.

Alama, mujer trabajadora, hija primogénita de Jasa y Jouyan, y tres hermanos Juyaimo, Jouttai y Juyanai hombres despiadados y sin corazones, mientras Alama lavaba, sus manos no paraba de restregar y restregar los trapos manchados y curtidos por descuido de sus hermanos.

Jasa la madre de Alama, preparaba exquisitas carnes de ovejo con bollos de maíz blanco y guardó un poco de comida para Alama, mientras terminaba su dura faena. Y estos malvados hermanos se saciaron con la comida de Alama, dejándola sin alimento.

Cuando Alama llegó cansada y hambrienta, el sol declinaba hacia el horizonte a eso de las tres de la tarde. Para su mayor asombro e impotencia encontró la olla vacía y preguntando la madre le dijo: —¿Mamá quién se comió mi comida?

La madre le respondió de mala gana. —¿Y por qué te demoraste tanto? A lo mejor uno de tus hermanitos se la habrá comido, tú sabes cómo son ellos contigo.

Alama, llena de ira y melancolía, sin pronunciar palabras regresó a la laguna y se sentó encima de una piedra mientras en una casa

cercana escuchaba llantos, sufrimientos, ruidos de martillos y látigos; era la pasión, muerte y crucifixión de Jesucristo que se sintonizaba en una estación radial de La Voz de la Fe un Viernes Santo.

Alama conmovida por aquella escena y por su problema familiar no contenía las lágrimas y llanto, era exactamente a las tres de la tarde cuando el cielo fue apresado por inmensas nubarrones, lloviznas, cardenales y tórtolas revoloteaba sobre la joven herida, mientras sus pies se les hundían en la tierra por los tobillos sin darse cuenta.

Jasa fue detrás de su hija y al verla llorando, gritaba y no salía de su asombro ante tal misterio. Centenares de amigos, vecinos, conocidos, curiosos y familiares se mantenían en vigilia esperando el gran acontecimiento y cada noche y cada día se iba hundiendo más, mientras la gente escarbaba y de la tierra brotaba agua ensangrentada.

El primer día se hundió por los tobillos, el segundo día por las rodillas y le salió una larga cola como la de una sirena. El tercer día por la cadera, le construyeron una enramada para protegerse de la inclemencia del sol.

Ruegos, oraciones, rosarios, hechizos, piacheo y misas, todos fueron en vano para salvar a Alama de esta terrible desgracia.

Trabajos exhaustivos con palas, manos todos fueron inútiles.

El cuarto día se hundió por los hombros y la desesperación se acrecentó más entre los familiares y toda la comunidad en general. Corrían de un lado a otro sin encontrar una salida, la gente gritaba y se golpeaba el pecho como si fueran ellos los culpables.

El quinto día se hundió por la mitad de la cara y la gente no le quitaba la mirada en medio del llantos, y el sexto día se hundió por completo, la gente se postró en el suelo con llantos y gritos de súplicas. Desde esa vez no se supo más nada de Alama hasta el día de hoy.

Este relato según varias ancianas ocurrió en La Guajira hace muchísimos años cerca de la Laguna del Pájaro. Antes los wayuu a la Semana Santa le tenían mucho respeto y le tenían pavor porque durante la misma sucedían muchas desgracias, nadie podía tomar un hacha, un machete porque podría cortarse alguna parte de su cuerpo. La gente no salía de sus casas, nadie podía bañarse en los

jagüeyes porque se podía ahogar. Era un día sagrado, se practicaba la abstinencia, quizás por el contacto que tuvieron los aborígenes con los colonizadores cuando le inculcaban la fe católica.

Iglesia San José de Paraguaipoa