Colombia. 100 años, 100 artistas

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do trabajaron como reporteros de prensa, se diría que ante todo se preocuparon en nutrir sus álbumes personales, construyendo una obra propia. Sus mejores fotos no son simplemente noticiosas porque no fueron concebidas como documentos sino como trozos de vida, válidos por fuera del contexto periodístico. Es lo que puede apreciarse en Corraleja I y Corraleja ll (1967) de Nereo, referidos a los comportamientos que genera una fiesta de toros sueltos en una plaza pública de Sincelejo, al norte de Colombia, en medio de la multitud. El riesgo de escribir sobre estos fotógrafos es el de reducir sus logros a una anécdota, limitación que debe achacársele a la intención de describir, no a las gráficas en sí mismas. ¿Qué sugiere, por ejemplo, Envenenamiento en Chiquinquirá (1967) de Caicedo? Esta fotografía capta a fondo la inmovilidad producida por un padecimiento corporal. La idea de un tiempo detenido, que no parece transcurrir, la comunica tanto la desgonzada posición del niño que sufre mientras recibe una dosis de suero, como el forro oscuro y las curvas del sofá en el que reposa, cuya presencia nos resulta inconscientemente ominosa y realza el drama del instante. El arte colombiano de 1964 a 1984

En contraste, Hernán Díaz se distinguió como un retratista clásico, casi que a la manera de Nadal, con la diferencia de que sabía captar el carácter del retratado en función de su oficio. El abordaje ha resultado particularmente acertado para la historia de la cultura colombiana, ya que Díaz se entregó con ahínco a visitar las casas y estudios de escritores, pintores, escultores, músicos, arquitectos, etc., dejándonos un rico acervo de las personalidades más notables de su tiempo. Su aproximación se puede condensar con el retrato del pintor Alejandro Obregón junto a La violencia (1962), o en el del escritor nadaísta Gonzalo Arango sentado en un tejado, este último un tributo al intelectual anticonformista e irreverente que desde 1958 alzó la voz contra la Colombia clerical, de prelados que desde los púlpitos denostaban contra todo lo que oliera a liberalismo o socialismo e incitaban a los católicos a no permanecer pasivos, como lo prueban los escritos de monseñor Builes. En 1947 comenzó a tomar cuerpo el conflicto político que ha pasado a la historia con el nombre de «violencia bipartidista». Luego de la llamada República liberal (1930-1946), los conservadores accedieron al po-


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