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NAHIA GONZALEZ GOMEZ 1D
NAHIA GONZALEZ GOMEZ –BATXI 1D-
TORMENTO
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Tres años tenía cuando mi padre se fue de casa. No recordaba su rostro, pero sí recuerdo que mi madre me enseñaba fotos suyas. Sabía que su pelo era negro, que su rostro denotaba paz y que sus ojos eran de color verde, ojos que heredé de él. Cuando cumplí trece años, concretamente diez años después de su partida, volvió a nuestras vidas. No había cambiado nada, solo unas sutiles arrugas asomaban en las esquinas de sus ojos. Su nombre era Richard. Mi padre, al que tan poco recordaba, pero tanto eché de menos. Recuerdo el día que reapareció en nuestras vidas perfectamente; los tres nos sentamos en la mesa y mi padre tras pedirnos perdón muchas veces mencionó querer rehacer su vida junto a nosotras. Mi madre era obvio que seguía enamorada de él, la forma en la que lo miraba la delataba, así que por supuesto lo aceptó con los brazos abiertos. Yo estaba más que contenta con la situación, era algo que llevaba mucho tiempo esperando. Seis meses viviendo con nosotras, y todo fue perfecto hasta que mi madre enfermó. Neumonía fue lo que los médicos diagnosticaron. Mi padre y yo íbamos todos los días a visitarla, no nos separamos en ella durante la semana que permaneció ingresada. Los médicos nos dijeron que pronto la darían de alta, que había mejorado mucho y que ya no hacía falta que estuviera ingresada. Pero un día antes de ser dada de alta mi madre falleció. Según los médicos el causante de su muerte fue un ataque al corazón, debido a una complicación inesperada en su enfermedad. Así pues, mi padre y yo nos quedamos solos. El primer año fue maravilloso. Mi padre era, según yo, desde mi inocencia, lo mejor que me había pasado nunca, mi héroe, mi todo. Por supuesto, no me di cuenta de que todo eso era una tapadera, de qué actuaba así para ganarme y tenerme en la palma de su mano. Y todo cambió tras ese año. Los exámenes se me hacían cada vez más difíciles, al igual que concentrarme en clase. Empezó con un par de gritos, unos insultos y leves castigos. Me reñía cuando algo no le gustaba y cuando le respondía incluso me insultaba y menosprecia lo que hacía. Todo se maximizó; su forma de ser era cada vez peor, me acusaba de sus problemas y me gritaba por cualquier cosa. Recuerdo uno de aquellos días, uno de los días más duros para mí. Aquel día hice mi camino a casa asustada, había suspendido un examen de matemáticas y sabía lo que me esperaba. Por desgracia no me equivoqué. Me gritó, insultó y pegó, pero esta vez incluso fue más allá; me agarró del brazo y me encerró en mi cuarto. No me dio de comer, ni de beber, me convertí en un mar de